Jesús es tentado - Primer domingo de Cuaresma Iniciamos la Cuaresma con el domingo de las tentaciones del Señor. Queremos, precisamente, con el tema de las tentaciones, tratar de comprender la condición humana de Jesús, que siendo Hijo de Dios, fue un ser humano como nosotros. Ya que desgraciadamente esto poco lo entendemos o lo olvidamos. Los cristianos tenemos claro en la fe, la perfecta humanidad y divinidad de Jesucristo, tal y como nos lo enseña la Iglesia. Decimos que Jesucristo es “verdadero Dios y verdadero hombre”. El Catecismo Universal afirma lo siguiente: “La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor...” (CEC 469). Pero, en la práctica, nos cuesta entender bien todo esto, pues, cuando conversamos con los familiares y amigos, decimos que Cristo fue un hombre como nosotros, que vivió y murió como cualquiera de los seres humanos de su tiempo y del nuestro, pero que es Dios... y es entonces que “se nos hace un enredo”, porque algunos dicen que como Dios él no podía sufrir, ni sentir los clavos en la cruz, que aguantó bien las tentaciones en el desierto porque era Hijo de Dios, ni podía morir.... Todo esto ya era planteado por los cristianos que negaban, o la humanidad de Cristo (esto decían algunos cristianos en el Nuevo Testamento, llamados posteriormente “anticristos”, como vemos en 1 Jn 4,2-3; 2 Jn 7), o los cristianos de un movimiento herético de un sacerdote de Alejandría llamado Arrio, en el año 318 d. C, que negaban su divinidad. Siempre en la reflexión cristológica estaremos “nadando en esas dos aguas”, al tratar de compaginar en la práctica la perfecta humanidad y divinidad del Hijo de Dios. El Evangelio y el resto del Nuevo Testamento en esto es tan claro, pues nos presenta la humanidad de Cristo, sin ambages y sin disimulos. Los contemporáneos de Jesús, los apóstoles y los discípulos que convivieron con Él, la gente que lo seguía y escuchaba, vieron en Jesús a un hombre en el sentido propio y pleno de la palabra. Un hombre en todo semejante a nosotros, un hombre como nosotros. Basta con que leamos las páginas de los Evangelios para darnos cuenta de ello. Jesús nace de una mujer, de María. Vive como niño, adolescente y muchacho, crece y se desarrolla como todo ser humano (Lc 2). Pasa hambre y sed, frío y calor al igual que nosotros (Mt 4,2; Jn 19,28); llora y se alegra como nosotros (Jn 11,35; Lc 10,21); se indigna (Mc 1,42), se sorprende (Mc 6,6), se compadece (Mc 1,41; 6,34), se desilusiona o decepciona (Mc 6,38; 9,16; 9,21; 9, 33); experimenta una gran angustia ante la proximidad de la muerte (Mc 14,34). En especial, este evangelista, san Marcos, es el que más nos presenta la humanidad de Jesús en su Evangelio. Y si fue hombre como nosotros, también fue tentado. Las tentaciones que vivió Jesús en el desierto no fueron las únicas, sino que fueron muchas más (Mt 16,1; 19,3; 22,18; Lc 22,2829; Heb 2,16-18). Jesús, aunque no era pecador, fue probado en todo y vivió las debilidades propias de la condición humana (Heb 4,15). Tentación es prueba. Al hacerse hombre, el Señor se sometió a nuestra condición humilde, débil, vulnerable y difícil que todo ser humano tiene que pasar. En ese sentido, Jesús no fue la excepción. Fue un ser humano como nosotros. Lo único diferente, es que supo enfrentar cada una de las tentaciones que lo acompañaron durante toda su vida, venciéndolas con valor y entereza. En el cine ha habido intentos de presentar la imagen de Jesús como hombre, aunque un tanto deformada, alejándose mucho del Cristo que nos presentan los evangelistas. Hubo una película famosa y polémica, llamada “La Última Tentación de Cristo”. Fue el título de la obra de Martín Scorsese, basada en una novela de Nikos Kazantzakis. El Jesús de esta película, en el momento de su muerte, delira con imágenes en torno a lo que habría sido su vida, si hubiera seguido otro camino. Una de las escenas que más escandalizó a muchas personas, fue aquella en la que Jesús se imagina que hace el amor con María Magdalena, tiene un hijo y forma una familia. De sobra sabemos por los evangelios cuáles fueron las verdaderas tentaciones de Cristo: la de abandonar la misión que Dios le había confiado, para servir a otros intereses (Mt 4,1-11; 27,39-43), lo cual no tiene nada que ver con lo que Martín Scorsese presenta. Pero, al menos, nos enseña que el Señor fue un hombre probado como nosotros. Pues bien, Jesús siendo el Hijo amado de Dios, proclamado así por su Padre Celestial en el momento de su bautismo (Mc 1,9-11), siendo solidario con la humanidad pecadora y necesitada de salvación, y siendo de condición divina (Filip 2,6-11), no se sustrae a la prueba, a las dificultades y sufrimientos que son parte de todo ser humano. De allí que es tentado, Jesús lucha y se debate en las mismas luchas que su pueblo Israel y la humanidad han librado en la historia. Como el pueblo de Israel fue “empujado” por Dios al desierto, es decir, a saber lo que es la dureza de la vida, recorrer el tiempo de la aflicción y de la prueba (algo a lo que tanto le tenemos miedo hoy día), pero que lo llevaría a la salvación, Jesús quiso pasar por esta prueba, ser empujado por el Espíritu al desierto, “saber lo que es bueno”, como decimos en Costa Rica. San Marcos, no obstante, no nos dice en qué consistió la tentación de Jesús, sino que la vida entera de Jesús fue una lucha constante en su misión redentora, hasta terminar en la cruz, para ser el portador y el Protagonista de la salvación de los hombres y mujeres de este mundo. A lo largo de su vida, no faltará quien no pretenda hacer que Jesús se niegue a seguir el camino que su Padre Dios le marque (Mc 10,2; 12,13-17). La vida del Señor será una lucha entre Él, que es el “más fuerte” y el “fuerte”, el espíritu del mal (Mc 3,21-30), al que vencerá de manera definitiva. Una lucha y una victoria que, en el desierto son anunciadas con las imágenes de las fieras o los animales salvajes y de los ángeles que le sirven (ver Gén 2 y 3). Jesús es, pues, el Nuevo Adán que, venciendo a quien venció primero, restablecerá para toda la creación, el proyecto originario de Dios Creador. Jesús, el Mesías, recrea el tiempo mesiánico, el tiempo de la armonía y cercanía entre Dios y la humanidad, y ésta con el mundo creado (Is 11,6-9). Un Nuevo Adán- Mesías, modelo de una humanidad renovada. Al comenzar la Cuaresma, debemos ser conscientes de la verdadera humanidad de Aquel que se hizo hombre como nosotros y por nosotros. Y que la tentación o la prueba, como parte del camino de nuestra vida, al que primero “tocó muy de cerca” fue a Jesús. Incluso antes del inicio de su predicación, en consonancia con su encarnación, que lo hizo en todo igual y semejante a nosotros, menos en el pecado, pasa por la tentación, aquella tentación que es global y totalizante que, de caer en ella, lo habría hecho totalmente infiel... Y esa es, para todo cristiano (a) en Cuaresma y siempre, la tentación que siempre nos acompaña y que se puede concretar de muchas formas. Máxime si hacemos de Dios el criterio y la norma de nuestra vida, el Único Dios y Señor, como lo fue para su Hijo. Es la tentación de la que debemos pedirle a Dios que no nos deje caer en el Padrenuestro. La Iglesia en Cuaresma, nos asegura que, con el ayuno y las prácticas de este intenso tiempo de austeridad, podemos vencerla, para que, por el camino de la conversión, nos acerquemos a la Buena Nueva de la Pascua.