Domingo 1º de Cuaresma (C) LA TENTACIÓN Y LA VICTORIA. La Cuaresma es un caminar y avanzar hacia la Pascua: cuarenta días caminando y subiendo con Jesús a Jerusalén, caminando hacia Cristo Resucitado. Después, cincuenta días (tiempo Pascual) para vivir la alegría y el gozo de la presencia viva de Cristo en su «pueblo». Y empezamos a recorrer ese camino con los «ojos fijos en el Señor». Si fijas los ojos en Jesucristo verás que todo cambia, todo parece más fácil, más llevadero. Por eso, seguimos los pasos de Cristo con la intención de identificarnos más con El, con los pobres y los hermanos necesitados. De ahí que constantemente se nos invite en este recorrido cuaresmal a la «conversión», al cambio radical del corazón de piedra por corazón de carne, de criterios, de sentimientos y actitudes. Es un tiempo marcado por la sobriedad de las celebraciones litúrgicas, por el color morado de los ornamentos, por la ausencia de flores en nuestras iglesias, no se recitan ni se cantan el «Gloria» y el «Aleluya». Todo en espíritu de conversión sincera. La Cuaresma empieza presentándonos a Jesús en el combate: tentado y, a la vez, victorioso. «Conducido por el Espíritu», nos dice el Evangelio, Jesús es llevado al desierto: allí ha de sufrir, ha de pasar la prueba; allí tiene que ser tentado por las fuerzas del mal y allí tiene que salir victorioso. Jesús es el hombre del Espíritu: se manifiesta como el que viene por el Espíritu Santo y lo «trae» como don para «darlo» a los apóstoles y a la Iglesia mediante su «partida» a través de la cruz. Conducido «por» el Espíritu para ser elevado «en» el Espíritu en Jerusalén. A Jesús se le ofrece: ? PAN: la tentación del «tener», de no pasar necesidad alguna, vivir en la riqueza. ? PODER: la tentación de la «autoridad», del dominio, la tiranía, tener el mundo a sus pies. ? GLORIA: la tentación del «éxito», el ser aplaudido, buscar el milagro, ser como Dios. Sin embargo, Jesús permanece fiel; se muestra Hijo obediente al Padre siguiendo la docilidad del Espíritu. Las tentaciones de Jesús son universales; hoy en día también las tenemos todos nosotros: son las tentaciones del poder, del tener, de la riqueza, del placer, de la autosuficiencia, la de justificar los medios por el fin, la de la violencia, la del terrorismo, la del odio y la venganza, la de la mentira... la de querer ser y vivir como Dios. Y aquí es donde entra en juego nuestro papel de cristianos; de Jesús tenemos que aprender algo más: no sólo a ser tentados sino a cómo vencer la tentación. Si el Hijo de Dios fue tentado quiere decir: - que nadie, por muy santo que sea, se verá libre de la tentación; - que la tentación no es mala, es una condición humana; - la tentación incluso puede ser buena, no en sí, sino por los efectos que produce: nos purifica, nos hace más humildes, más sensibles y comprensivos con los demás, nos ayuda a confiar más en Dios; - que la tentación puede ser superada: Jesús, al tenerla, nos marcó el camino de la victoria segura. No hay tentación, por violenta y prolongada que sea que no pueda ser superada con el ejemplo de Jesús y la fuerza de su Espíritu: «brisa en las horas de fuego... doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero» (secuencia de Pentecostés). En Jesús podemos escuchar el grito de alerta ante las graves equivocaciones que acechan siempre a la persona. Ì La primera equivocación es la de considerar la satisfacción de las necesidades materiales como el objetivo último y absoluto. Pensar que la felicidad última del hombre se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes. Según Jesús, esa satisfacción de las necesidades materiales, con ser muy importante, no es suficiente. El hombre se va haciendo humano cuando aprende a escuchar la Palabra del Padre que le llama a vivir como hermano. Entonces descubre que ser humano es compartir, y no poseer; dar, y no acaparar; crear vida, y no explotar al hermano. Ì La segunda equivocación es la de buscar el poder, el éxito y el triunfo personal, por encima de todo y a cualquier precio, Incluso siendo infiel a la propia misión y cayendo esclavo de las idolatrías más ridículas. Según Jesús, el hombre acierta, no cuando busca su propio prestigio y poder, en la competencia y la rivalidad con los demás, sino cuando es capaz de vivir en el servicio generoso y desinteresado a los hermanos. Ì La tercera equivocación es la de tratar de resolver el problema último de la vida, sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta. Según Jesús, entender así la religión es destruirla. La verdadera fe no conduce a la pasividad, la evasión de la realidad y el absentismo ante los problemas. Al contrario, quien ha entendido un poco lo que es ser fiel a un Dios, Padre de todos, se arriesga cada día más en el esfuerzo por lograr una sociedad de hombres más libres y más hermanos. Desde el inicio de la cuaresma sigamos la Palabra de Jesús que nos lleva a la Pascua, a la Resurrección, a la vida. Conducidos y guiados por el Espíritu caminemos por el desierto de nuestra vida hacia la Pascua liberadora de Jesús; y recemos con toda la Iglesia: «Espíritu de Verdad, que conoces las profundidades de Dios, memoria y profecía de la Iglesia, dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, la culminación de la historia» (Oración para el segundo año de preparación al gran Jubileo del año 2000) Avelino José Belenguer Calvé Delegado episcopal de Liturgia.