I DOMINGO DE CUARESMA, 9/3/2014 Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Salmo 50; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11. Aunque la Cuaresma lleva ya unos días, la comenzamos el miércoles con la imposición de la ceniza, podemos decir, que con la proclamación, en la liturgia de este domingo, del pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto, este año según la versión de Mateo, y del pecado original como primera lectura, acompañado por la interpretación teológica que hace Pablo sobre las consecuencias del pecado original y la salvación en Cristo, podemos dar, en este domingo, como iniciado el camino de Cuaresma. Se define la Cuaresma como un tiempo de gracia (un regalo de Dios en el tiempo) en el que se nos invita a volvernos hacia Dios, lo que implica dar por válida la imagen que a lo largo de la vida no es Dios quién se aparta de nosotros, siempre esta a la misma distancia y con los brazos abiertos para acogernos, ni es Él quién nos da la espalda, sino que somos nosotros los que le damos la espalda a Él y quiénes queremos alejarnos de Él. Por eso, este es un tiempo de oración, de reflexión, de acudir a Dios, reconociendo lo que hemos hecho mal y confiando enteramente en su misericordia, es decir: en la respuesta que nos dará desde su corazón ante nuestras miserias, una actitud orante y creyente que queda muy bien reflejada en el salmo 50, que hoy tenemos como salmo responsorial y que durante este tiempo de Cuaresma se nos invita en numerosas ocasiones a recitar. Volver a Dios implica volver a tenerle en cuenta en nuestra vida, contar con Él y con su voluntad a la hora de tomar decisiones. Esto es lo que implica el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Jesús una vez bautizado, una vez que sabe que es Hijo de Dios, se retira al desierto, lugar de soledad, para desde el silencio, la oración y la austeridad, encontrarse con Dios, con el Padre, y consigo mismo; y, como humano, es, al final de este encuentro, tentado, tentado de prescindir de Dios, de querer solucionarlo todo solamente con su trabajo, con su esfuerzo, siendo él el único protagonista de la historia y de la salvación: el hambre del mundo, el sometimiento de todos los pueblos a su poder, el reconocimiento de todos hacia él, está al alcance de su mano, sólo tiene que hacer un gesto, y todo sería suyo, sin contar con la libertad del resto de los hombres ni, por supuesto, con Dios, con el Dios que nos creo por amor y que nos dio por amor el don de la libertad. Frente a esta tentación, única, pero con tres caras, la respuesta de Jesús, modelo de toda respuesta creyente ante cualquier tentación, es acudir a Dios, para decir, como más adelante dirá en la oración del huerto: “no como yo quiero, sino como quieres Tú”. Hacer las cosas como Dios quiere, implica, respetar la libertad del otro y contar con el otro, por ello, la solución al hambre en el mundo, el lograr que todos crean en Jesucristo como Dios y Salvador, y que todos los pueblos y naciones de la tierra actuén como uno sólo reconociendo a Cristo como único Rey, no es algo que debo hacer o lograr yo sólo, sino que debo conseguirlo trabajando con Dios y con los demás. Querer hacerlo uno sólo, sería caer de nuevo en el pecado original, es decir, en la tentación de ocupar el sitio de Dios, eliminando a Dios, querer ser Dios conociendo más que Él, y eso, sólo nos lleva a perderlo todo, como sucede en la historia del pecado original. Que iniciemos este tiempo volviéndonos sinceramente hacia nuestro interior, para encontrarnos con Dios, que nos espera, y así poder trabajar con los hermanos en la realización del Reino de Dios en la tierra. Feliz Cuaresma, José Luis.