PROFESORES Y PAPELES: SOBRE EL GOBIERNO DE LAS

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José Carlos Bermejo Barrera *
PROFESORES Y PAPELES: SOBRE EL GOBIERNO DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS
PROFESSORS AND ROLES: ON PUBLIC UNIVERSITIES GOVERNANCE Resumen
La mayor parte de los problemas de las universidades públicas españolas derivan de su complejo e ineficaz sistema de gobierno. Este sistema está concebido como el símil del cuerpo político de una nación, algunas veces, y otras como una pseudo­empresa que no se rige por la ley de la oferta y la demanda. Se propone una simplificación drástica del sistema de gobierno partiendo del principio de diferenciación de funciones y la optimización de recursos. Sólo así las universidades públicas recuperarían su identidad institucional".
Palabras clave: universidad pública, gobierno, crisis de la universidad.
Abstract
Most of the problems in Spanish public universities come from their complicated and inefficient governance system. This system is sometimes conceived as a simile of the political corps of a nation; sometimes it's conceived as an enterprise not regulated by offer­demand law. A drastic governance system simplification is proposed here, beginning from a function differentiation principle and resource optimization. This would be the only way public universities would recover its institutional identity. Keywords: Public university, governance, university crisis.
JEL: H52, H75, I20, N30, N34.
* Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Santiago de Compostela. Es autor de numerosos libros de investigación en los ámbitos de la historia de las mitologías y las religiones antiguas, así como de la teoría y la filosofía de la Historia. En este campo ha publicado en los últimos años los siguientes títulos: Sobre la Historia considerada como poesía (Madrid, Akal, 2005), Ciencia, ideología y mercado (Madrid, Akal, 2006), Moscas en una botella: cómo dominar a la gente con palabras (Madrid, Akal, 2007), La aurora de los enanos: deca­
dencia y caída de las universidades europeas (Madrid, Foca, 2007) y La fragilidad de los sabios y el fin del pensamiento (Madrid, Akal, 2009).
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as universidades públicas españolas están siendo regidas en el momento presente por un sistema de gobierno excesivamente complejo, costoso, disfuncional e ineficaz, en el que además se está dando una notoria confusión en la distribución y desarrollo de las distin­
tas funciones necesarias para el funcionamiento de toda universidad, así como en la forma en que dichas funciones son concebidas.
Las confusión que parece haberse instalado en el seno del gobierno de las universidades no se limita a un mero solapamiento de funciones en la distribución de las competencias, sino que impregna toda la vida universitaria, llegándose incluso a desarrollar una notoria confusión conceptual y lingüística a la hora de definir e intentar describir la propia naturaleza de las instituciones universitarias, que parecen intentar ser simultáneamente empresas in pectore, centros de investigación básicamente tecnológicos y centros docentes de funciones nunca nítidamente definidas.
Esta desestructuración institucional va a la par de una confusión lingüística y conceptual, sin la que no sería posible, y por ello creemos que el primer paso orientado a la necesaria aprobación de una nueva Ley de Universidades habría de ser la formulación de los principios básicos sobre los que se debe sustentar el gobierno de las universidades públicas, principios sistemáticamente puestos en entredicho por la realidad académica del momento presente.
Estos principios son los siguientes:
1) Pr incipio de autonomía relativa de las instituciones universitar ias
Si bien es cierto que las universidades no son más que una mera parte de la realidad histórica, económica, social y política de cada pais, ello no debe querer decir que las universidades sean reducibles a meras realidades políticas, sociales o económicas.
Las universidades como instituciones tienen una autonomía relativa, que se deriva del cumplimiento de las funciones específicas que tienen asignadas: la docencia en primer lugar, y unida a ella, la investigación.
El carácter prioritario de la docencia en la universidad es fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que históricamente muchas universidades han sido básicamente cuerpos docentes. Una universidad no podría existir en modo alguno si en ella no hubiese alumnos. La investigación, sin embargo, puede desarrollarse –y cada vez se desarrolla más– en instituciones específicas, ajenas a la universidad, y en las que no es necesaria la presencia del alumnado.
Dado que la función básica de la universidad es la transmisión y creación del conocimiento, toda la estructura de dicha institución ha de estar orientada al logro de ese fin en los niveles organizativos y económicos y en la formulación de sus objetivos. Por esa razón la universidad pública no puede ser concebida, tal y como ocurre en el momento presente en España:
a) como el cuerpo político de una nación, estructurado en torno a sistema de partidos.
b) como una empresa.
De acuerdo con estos pseudo­principios organizativos, ahora en vigor, tenemos que:
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a­2) las universidades españolas están siendo regidas por grupos de profesores que se definen a sí mismos como símiles de los partidos políticos. No obstante, se da el caso de que nunca los partidos políticos parlamentarios han reconocido que esos profesores los representen. Por otra parte, mientras que los partidos políticos son organizaciones legalmente reconocidas y reguladas, y poseen criterios claros y definidos de afiliación y organización interna, los grupos políticos metafóricos de profesores no poseen ni existencia legal, ni se conoce su estructura interna, y a veces ni siquiera los nombres de sus componentes, al contrario de lo que ocurre por ejemplo con los sindicatos de enseñantes, cuyo papel en el gobierno de las universidades es nulo, tal y como debe ser, y cuya influencia en el control del gobierno de las mismas puede considerarse insignificante, por desgracia.
La apelación a supuestas o reales afiliaciones políticas por parte de grupos de profesores no suele ser muchas veces, pues, más que un criterio de constitución de grupos de intereses académicos, que si bien son legítimos, deberían expresar claramente su naturaleza y sus objetivos, y no ampararse en unas ideologías políticas nunca claramente formuladas y cuya aplicación práctica siempre es nula, ya que carecen prácticamente de aplicación estricta en el campo académico.
Del mismo modo, en el segundo de los casos tenemos que:
b­2) las universidades públicas no son empresas ni en su estatuto jurídico, ni por la forma de su financiación, ni por los sistemas jurídicos que regulan su administración y su gobierno, ni por su régimen laboral –en la mayor parte de los casos– y sobre todo no son empresas porque no tienen propietario, sino que son de titularidad pública.
Definirlas como empresas, igual que como cuerpos políticos, no ayuda nada a comprender sus funciones, sino que más bien contribuye a sembrar la confusión, a la vez que puede facilitar el desarrollo de determinados tipos de estrategias personales o de grupo nunca claramente definidas. Y siempre amparadas en un lenguaje intencionadamente vago, impreciso y confuso.
Todo ello puede evitarse si se tienen claras cuáles son las funciones de la universidad y en qué ha de consistir su autonomía relativa. Dichas funciones poseen una estructura, que se articula del modo siguiente:
2) Pr incipio de estructuración de funciones
Las funciones básicas de la universidad son la docencia y la investigación, y toda la estructura de la misma debe estar orientada a la búsqueda del cumplimiento de las mismas.
Para que esas funciones puedan cumplirse son necesarios recursos financieros, estructuras administrativas, sistemas de servicios, así como medios materiales e infraestructuras. Pero todos los medios deben estar orientados al logro de los fines específicos de la institución, lo que no debe confundirse con la instauración de sistemas arbitrarios de privilegios y desigualdades, e incluso a lo que podríamos llamar constitución de castas o estamentos aislados.
De la idea equivocada de la estructuración de la universidad como cuerpo político se ha derivado la idea de la igualdad genérica de todos los miembros de la comunidad universitaria, concebidos básicamente como votantes en un sistema electoral, unos votantes con plena Núm. 10 (otoño 2009): Especial Educación Superior
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libertad de opinar sobre todos los asuntos, y que, como todos los votantes, están siendo fácilmente manipulados por los grupos que realmente se han hecho con el control de la institución.
Si bien todos los miembros de la comunidad universitaria tienen la misma dignidad y los mismos derechos políticos básicos, sin embargo no tienen las mismas competencias y por ello han de organizarse de una forma estructurada y jerarquizada. Sin embargo, ello no quiere decir que se puedan justificar desigualdades arbitrarias, ni que se puedan instaurar sistemas de privilegios. El hecho de pretender ocultar esta realidad evidente constituye uno de los mecanismos básicos de manipulación de la comunidad universitaria, gracias a la utilización de un pseudo­lenguaje político vacío y al uso constante de apelaciones demagógicas.
Partiendo de este principio, creemos que se deberían diferenciar las funciones básicas de la universidad, que serían las siguientes:
a)­ la función docente e investigadora, a la que corresponde la transmisión y creación del conocimiento, que corresponde a los profesores.
b)­ la función administrativa, a la que corresponde garantizar el funcionamiento de la institución en sus niveles legales, que corresponde a los profesionales de la administración, básicamente funcionarios, por tratarse de un organismo público.
c)­ el desarrollo de los distintos tipos de servicios, cada vez más complejos, que corresponde al personal laboral o funcionario encargado de ellos.
Todos los grupos a los que corresponden estas funciones específicas deben estar perfectamente articulados, pero también deben poder disfrutar de una autonomía relativa en el desarrollo de las mismas.
En el momento presente se está produciendo una confusión de funciones que va en detrimento del buen funcionamiento de las instituciones universitarias, y en el que progresivamente se tiende a concentrar las funciones legalmente reguladas, y otras que no lo están tanto, en manos de grupos de profesores cada vez más amplios que pretenden lograr el control de todas las funciones de la universidad. Unos profesores que están asumiendo buena parte de las funciones administrativas que deberían corresponderle a los funcionarios o al personal especializado ya existente, y que pretenden no solo gobernar a toda la comunidad universitaria, sino especialmente a los demás profesores, a los que intentan detraerles partes sustanciales de sus capacidades docentes e investigadoras, en aras de una supuesta ciencia del gobierno académico.
La autonomía de las diferentes funciones debería concebirse del modo siguiente:
3) Pr incipio de autonomía funcional
Con el fin de evitar el nacimiento, crecimiento y proliferación de órganos administrativos, controlados en medida creciente por profesores cada vez más alejados de la docencia y la investigación real; con el fin de evitar, como consecuencia de lo anterior, la proliferación de cargos académicos remunerados y el desvío de profesores de sus funciones docentes e Núm. 10 (otoño 2009): Especial Educación Superior
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investigadoras hacia órganos de control, debería quedar claro legalmente cuáles son las funciones de los órganos de gobierno, unipersonales o colegiados en toda la estructura de la universidad. Y ello es así porque actualmente se están implementando sistemas de control de la docencia y la investigación y de la labor administrativa o los servicios, que no están contemplados en ningún texto legal y que violan el ejercicio de la plena capacidad docente e investigadora del profesorado y de los órganos colegiados como son la Facultades y los departamentos, a la vez que pretenden solapar el funcionamiento de la administración universitaria y de los servicios necesarios para el pleno funcionamiento de la institución, con otras normas y criterios sólo aparentemente empresariales.
Se está intentando crear una pseudo­estructura empresarial en unos organismos públicos, una estructura a la que se apela en nombre de la idea neutra de gestión, y que se ve constantemente contradicha por una realidad social, política e institucional, en la que frente a las oscilaciones bruscas, e incluso salvajes del mercado, las universidades públicas gallegas pretenden ser unas empresas cuyo único criterio contable fuese el de incrementar constantemente sus ingresos a costa de las rentas públicas.
Partiendo de la legislación existente, y demandando nuevas leyes que reformen totalmente la estructura de las universidades españolas, creemos que este principio de autonomía de las funciones de las universidad debería aplicarse de la forma siguiente, aunque de modo inmediato y antes de que pudiesen producirse las necesarias reformas legales que la universidad clamorosamente demanda, debería actuarse del modo siguiente, procediendo a:
A) La reducción drástica de los equipos centrales de gobierno de las universidades
Esa reducción tendría que hacerse, en primer lugar, limitando sus funciones actuales a las que establece la ley de universidades y los estatutos de cada universidad en vigor en el momento presente. En esa reducción sería necesario limitar al máximo el número de profesores que ocupan cargos académicos remunerados y profesionalizar la administración.
Para lograrlo se debería comenzar por establecer el control de la docencia en el ámbito de las facultades o departamentos, puesto que son sólo los profesores de cada titulación y cada área quienes poseen plena capacidad docente en su propio campo. Una capacidad que no han de compartir con los cargos académicos, elegidos o nombrados –en la mayor parte de los casos–, que de modo creciente y apelando a algo así como a una vaga idea de la soberanía universitaria, concebida como símil de la soberanía nacional se permiten cada vez más opinar de todo y pretenden orientar a los especialistas y profesionales con sus opiniones, más bien menos que más fundadas.
Por esa razón el diseño de los títulos de grado y posgrado –dentro de los caóticos marcos legales existentes– debería corresponder a las facultades, de acuerdo con la ley, y no a un entramado de instancias, comisiones y supuestos expertos en el dominio integral de las artes de la docencia y la investigación universitarias.
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Consecuentemente, no puede admitirse en modo alguno que profesores que ocupan legalmente cargos académicos diversos hablen y a veces actúen como profesores de los demás
profesores, pretendiendo controlar el día a día de la docencia de cada profesor y obligándole a someterse unos supuestos métodos científicos y estandarizados de enseñanza que carecen de todo sentido, que suponen una burocratización de la docencia, un empobrecimiento y simplificación de la misma y que son ajenos a la realidad de las universidades de la mayor parte del mundo desarrollado.
La limitación drástica de los equipos centrales de gobierno, que podrían quedar reducidos a la mitad o un tercio de los existentes, deberían llevar a su vez a reformular la distribución de los Departamentos y las Facultades.
Los actuales Departamentos poseen una estructura muy heterogénea, y puede agrupar hasta tres o cuatro áreas de conocimiento inconexas o coincidir con un área e incluso con toda una titulación.
Lo ideal sería reestructurar de nuevo Departamentos y Facultades, lo que es legalmente posible, en torno a cada titulación, eliminado órganos colegiados y unipersonales innecesarios, que se solapan en el control de la docencia. De este modo cada titulación poseería un órgano colegiado al que estaría adscrita, con sus cargos unipersonales correspondientes y su personal administrativo propio, que dependería de un gerente. Ese órgano tendría plena autonomía en la implantación y el desarrollo del grado y los posgrados que le fuesen asignados, teniendo únicamente control sobre él el equipo rectoral, que sería quien le encargase sus titulaciones, sólo a nivel de inspección.
Para que este sistema pudiese funcionar con eficacia, la distribución de titulaciones debería coordinarse dentro de cada Comunidad Autónoma e incluso entre diferentes autonomías, siguiendo criterios académicos y basándose en el análisis de la realidad del empleo, y no entendiendo las universidades como una especie de tarta a repartir entre provincias y municipios, basándose en la idea simplista de que poseer una titulación o una facultad más es incrementar el prestigio de una ciudad, aunque esa titulación pudiese no tener ni sentido, ni alumnos.
Para la mejora de la calidad de la docencia es fundamental separar en lo esencial la función docente, que corresponde a los profesores, de las funciones administrativas. Por ello será necesaria la:
B) Profesionalización de la administración y la simplificación drástica de los procedimientos
Las funciones básicas de los profesores universitarios han de ser la docencia y la investigación, y sólo muy secundariamente la administración de la universidad.
En el momento presente la estructura administrativa de las universidades es excesivamente compleja, disfuncional y se ve alterada por la interferencia continua de los profesores en las funciones administrativas, en las que a veces también parecen querer ejercer su capacidad docente o investigadora, mediante la redacción de innumerable normativas. Unas normativas Núm. 10 (otoño 2009): Especial Educación Superior
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innecesariamente complejas y farragosas hasta lo barroco, que suelen contradecirse entre sí o con leyes de mayor jerarquía normativa y que parecen estar impregnadas del espíritu del jurista aficionado, que suele ser siempre un jurista desmedido y escasamente prudente. La disminución de los mecanismos de control centralizados en los equipos rectorales sería el primer instrumento para lograr esta simplificación. Esto, unido a la simplificación de los órganos de gobierno –limitados a los legalmente establecidos–, permitiría deslindar lo que corresponde a la administración de lo que corresponde a la docencia y a la investigación, con lo que supondría de mejora de la calidad de la docencia y la investigación, favorecida por la mayor disposición del profesorado para el ejercicio de sus funciones específicas.
Dentro de este proceso de racionalización y simplificación de los procedimientos, unido al establecimiento claro de los distintos tipos de funciones sería fundamental –sobre todo en una época de crisis económica– ajustar los gastos con los ingresos y no buscar el endeudamiento, lo que exigirá la:
C) Optimización de los recursos de todo tipo de las universidades gallegas
El sistema universitario español supone un auténtico modelo de despilfarro de recursos humanos y materiales, debido a que las diferentes universidades apenas están coordinadas entre si, a que se han multiplicado las titulaciones de un modo innecesario, y a que su reforma se ve bloqueada por todo tipo de intereses, desde los intereses electorales locales, hasta las presiones de grupos de profesores que pretenden mantener a toda costa titulaciones sin alumnos ni demanda social de ningún tipo, maquillando todo lo existente con toda clases de nombres cada vez más vacíos.
A esta falta de optimización de recursos a nivel general se une la escasa optimización de recursos en cada universidad, tanto en el campo de las plantillas de profesores, administrativos y trabajadores regidos por el régimen laboral, como en el de los recursos materiales: edificios e infraestructuras de todo tipo.
Esa escasa optimización se ve agravada por la competencia entre las universidades de cada Comunidad Autónoma por la captación de recursos públicos. Y dentro de cada universidad por la competencia entre campos de conocimiento, titulaciones, facultades, departamentos y grupos de profesores, o administrativos, en lo que se refiere a la dotación de plantillas o a la implementación de medios materiales.
Dicha falta de optimización es cada vez más evidente en la construcción, ampliación y mantenimiento de los edificios, en la dotación de infraestructuras de investigación : revistas, libros, instrumental, sistemas informáticos, o en la dotación de medios para la docencia o para el ejercicio de la administración. Viéndose agravada además a veces por la disfuncionalidad de unas estructura administrativas diseñadas por profesores que ocupan todo tipo de cargos.
En el campo de la investigación la competencia por la concesión de plantillas de personal y de recursos materiales, gracias a los proyectos de investigación, se está llevando a cabo de un modo caótico entre grupos de investigadores, departamentos, centros, institutos y universidades. Se ha iniciado una carrera hacia delante, regida por el principio de “sálvese quien pueda”, en la que los intereses académicos en lo que se refiere a la promoción curricular o al logro de méritos Núm. 10 (otoño 2009): Especial Educación Superior
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de investigación de personas y grupos, convencidos de que su supervivencia depende de la extinción de los demás, puede acabar garantizando la destrucción mutua y general del sistema universitario español.
Es evidente que en el proceso de optimización de recursos intervienen factores de tipo político, a nivel estatal y a nivel de cada Comunidad Autónoma, así como factores económicos, y que todo ello puede variar mucho según los marcos jurídicos existentes, que habría que reformular de arriba abajo, en un momento en el que se predica que en las universidades debe cambiar todo con el fin de que no cambie prácticamente nada.
Por ello demandamos un nuevo marco jurídico para las universidades españolas, sin el cual un proceso real de racionalización sería imposible. No pretendemos ser ni legisladores utópicos, como Platón, ni arbitristas, es decir, inventores de fórmulas mágicas para salvar a un reino, como aquellos que tanto abundaron en la Corte Real de Madrid o del Escorial en el siglo XVII, cuando el Imperio Español se desmoronaba a ojos vistas entre montones de abogados, frailes y papeles. Pero los que sí somos profesores y profesoras de as Universidades públicas españolas somos conscientes de estar viviendo una realidad académica dramática, en cierto modo similar a la del decadente Imperio Hispánico de los Austrias, con sus palacios y sus cortes, en los que los validos campaban a sus anchas, pero en la que aun queda un lugar para la esperanza, optimizando los recursos existentes, que son muchos, interpretando la legislación siempre del modo más sencillo y menos tortuoso, y reivindicando siempre los valores y la dignidad de la profesión académica.
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