Como sugiero en primates en la ciudad los seres humanos venimos equipados con un hardware (cuerpo) y software (mente) – que forman el organismo –que tienen una función muy concreta, la supervivencia. Están creados para ayudarnos a sobrevivir en un ambiente salvaje – pero salvaje de verdad, no ese salvajismo tan artificial que es el humano. Nuestro organismo, mente y cuerpo, en su preocupación por nuestra supervivencia trabajan incansablemente para lograr básicamente dos objetivos: El prioritario, alejarnos de cualquier posibilidad de peligro. El complementario, acercarnos a los alicientes, pero sólo cuando no haya ningún posible peligro. Entonces, si esto es así, los seres humanos nos encontramos con que en muchas ocasiones se va a generar una contradicción en nuestro interior. Porque en nuestra vida cotidiana nos encontramos con múltiples situaciones que nos generan algún tipo de malestar. Y en cuanto estas emociones desagradables aparezcan, ¿qué intentará nuestro organismo? Deshacerse de ellas, porque se parecen demasiado al peligro. Es decir, el organismo estará dando su opinión para resolver el conflicto aquí y ahora. Es como si de alguna manera nos estuviera diciendo lo que tenemos que hacer con el objetivo de no sentir malestar. El problema es que mientras que el organismo sólo piensa en no sentir malestar, –en el mundo “salvaje” las emociones desagradables son sinónimo de peligro– los seres humanos nos planteamos tener vidas interesantes, poder alcanzar o como mínimo luchar por nuestros objetivos que en muchos casos están en el futuro. Son objetivos que no se alcanzan de manera inmediata. Cuando alcanzar nuestros objetivos “humanos” –a medio y largo plazo– implica experimentar algún tipo de malestar, es cuando puede aparecer la contradicción en nuestro interior, el organismo intentando tomar decisiones inmediatas, y el ser humano intentando luchar por sus objetivos a medio y largo plazo. Si nos dejamos llevar demasiado por nuestro organismo, vivimos haciéndole excesivo caso, es como si nos marcamos el propósito de ser felices, y para conseguirlo intentamos eliminar el malestar. Como si al eliminarlo, realmente alcanzaran la auténtica felicidad. Sería algo así como “si no me siento mal, pues me siento bien”, y aunque tiene lógica lo cierto es que nuestra experiencia dice que no siempre es así. Pero es que podemos llevarlo un poco más allá, creo que incluso podemos distinguir entre bienestar y felicidad. Aceptemos por un momento que la comodidad y la tranquilidad son lo contrario al malestar. Y que si no me siento mal, me siento cómodo o tranquilo. De acuerdo, ya tenemos más o menos definido el bienestar, ¿y la felicidad? Lo más parecido a lo que se conoce como felicidad es un sentimiento de orgullo y satisfacción por la manera que estamos viviendo, por los recuerdos. Pero, si para no sentirnos mal, lo que hacemos es evitar ciertos retos que nos generan malestar, paradójicamente aunque estaremos tranquilos, lo cierto es que estaremos empobreciendo nuestra vida, y en lugar de alcanzar la felicidad, nos alejaremos de ella. Dejaremos de vivir experiencias, de establecer relaciones con personas, de perseguir objetivos, de tomar decisiones, que se acumularán y crearán un sentimiento mayor de frustración. Si te interesa, puedes leer el artículo sobre por qué los pensamientos y emociones no son negativos, sólo desagradables Cuando una persona vive escuchando demasiado a su mente y su cuerpo, y está excesivamente pendiente de no experimentar malestar, más allá de lo relevante que pueda ser para el futuro de su vida, se denomina trastorno de evitación experiencial TEE. Esta etiqueta intenta poner de manifiesto que lo que evitamos las personas es la manera en que nos hacen sentir las circunstancias que vivimos. Una situación o circunstancia nos hace sentir mal, y nos esforzamos más por eliminar el malestar que por gestionar la situación. Por tanto, la terapia va encaminada al manejo emocional, y a descubrir qué emociones están impidiendo que una persona pueda gestionar más eficazmente una circunstancia. Respecto al manejo emocional, se fomenta la aceptación, que desde ACT se refiere a la capacidad de la persona de tolerar las emociones desagradables que se generen en su interior y que le impiden dedicarse a las cosas que le importan. Todos somos más tolerantes a un malestar que a otro, y eso es porque nos han enseñado durante nuestra vida. La terapia pretende entrenar en la tolerancia –a experimentar sin intentar controlar – a las emociones y pensamiento que están bloqueando el desarrollo del ser humano. En este sentido, se fomenta la aceptación como un medio para poder iniciar los compromisos, que no son otra cosa que acciones concretas dirigidas a perseguir los objetivos vitales, para acercarse y trabajar por las cosas relevantes para la vida de la persona. Esto repercutirá en que la persona se vea a sí misma de manera diferente, ¡estará actuando diferente!, y distribuir de manera equilibrada el tiempo y esfuerzo que dedica a los distintos ámbitos de su vida, entre otros, familia, relaciones íntimas, relaciones sociales, profesión, formación, crecimiento personal, salud, ocio o civismo. Se podrá comprometer porque ha aprendido a tolerar, a aceptar. Podrá dedicarse a afrontar su vida, cuando no esté tan pendiente de controlar lo que piensa o sienta. Creo que esta idea está muy bien resumida en el libro de Steven Hayes, Get out of your mind, and into your life, que sería algo así como “sal de tu mente, y entra en tu vida”. Para procurar que no se malentienda, me gustaría aclarar que todos de una manera u otra, evitamos en mayor o menor medida estados emocionales desagradables. Desde ACT, no se hace apología de enfrentarse siempre al malestar ni se criminaliza tampoco la evitación. Lo que se defiende es aprender a afrontar el malestar, siempre y cuando sea necesario para conseguir nuestros objetivos vitales. Si un malestar no repercute limitando o empobreciendo la vida a corto o largo plazo, ¡no es necesario que se afronte todo lo que nos molesta! Texto cedido por Miguel Ángel Manzano (2011, ISEP)