De los K a los Tera, entre la utopía democrática y la Matrix Convergencia Latina La explosión de Internet borró la ilusión de un “mundo virtual”: todo lo real está hiperconectado, con usuarios que deambulan entre el sueño del acceso igualitario y nuevas formas de control social. Desde que en 2005 la Asamblea General de la ONU estableció el 17 de mayo como Día Mundial de Internet, se publican puntualmente cada año un gran número de artículos que no pueden evitar caer en la tentación del señalar el cambio cultural que produjo en el mundo la expansión de Internet. Sin pretensión de escapar al cúmulo de lugares comunes, es menester pensar sobre el alcance de los fenómenos económicos y políticos más allá de los cambios en la forma de consumir cine o música, comunicarse, trabajar o comprar. Paradójicamente, la explosión de Internet ha puesto fin a la ilusión de un “mundo virtual”. La realidad es hiperconectada sin necesidad de avatares. Ya no se trata sólo de una “burbuja” sino de una dimensión en la cual se configura desde la subjetividad individual hasta el orden mundial. La semana pasada, la reunión anual de LACNIC (el Registro de Direcciones de Internet para Latinoamérica y el Caribe, por sus siglas en inglés) que se realizó en Quito, debatió, entre otras cuestiones, eliminar el uso del término “dial-up”. No fue el asunto más importante de la agenda, pero la anécdota viene a cuento para ilustrar hasta qué punto se han sobrepasado los relatos sobre la aceleración de la historia a partir del despliegue de Internet: el dial-up como pieza de museo que recuerda un nuevo inicio de los tiempos. Si aún quedan vivas en el mundo generaciones que precedieron a la televisión, ya las más jóvenes no tienen un horizonte de sentido por fuera de la red. Se trata de aquellos a los que el analista mexicano Ernesto Piedras rebautizó como “homo telecom”, un individuo que necesita estar conectado todo el día. Aunque en América latina ese perfil corresponde a las clases sociales altas y media altas, alfabetizadas digitalmente y que utilizan Smartphones, el lugar central que los gobiernos de la región le han dado a los planes para reducir la brecha digital llevará en el mediano plazo a convertir en “homo telecom” a usuarios de clases medias y bajas. Según LACNIC, sólo en América latina se sumarán 120 millones de nuevos usuarios de Internet hasta 2015, de los cuales 35 millones corresponderán a Brasil y 25 millones a México. Queda para los filósofos la reflexión sobre la producción de una nueva subjetividad, en un contexto en que la conexión pasó de los arcaicos 56 Kbps (con el folclore de los ruidos extraños que reproducía la PC) hasta los accesos con Gbps simétricos que ofrece la fibra óptica (en Japón ya se están haciendo pruebas con velocidades de hasta 109 terabits por segundo). En las ediciones de 2012 del International Consumer Electronic Show y Mobile World Congress se lanzaron al mercado más de 20.000 nuevos productos: Smartphones, Ultrabooks y SmartTV, se llevan la atención, pero la cantidad de dispositivos y aplicaciones son mucho más variadas. La conectividad gana terreno en el cuerpo cada vez más, pero también con la llamada “Internet de las cosas”, llegando, por ejemplo, hasta los automóviles. La banda ancha móvil es cada vez más el elemento fundamental en el crecimiento de los accesos a Internet de banda ancha en la región Nuevo Orden Global. De acuerdo con un estudio de McKinsey, Internet contribuye con el 2,9% del PIB mundial, aunque esa cifra asciende al 3,7% dentro de los 13 países que, en conjunto, representan el 70% del PIB Mundial. Según McKinsey, la economía en la red supera el aporte al PIB que hacen sectores como la minería y la agricultura. El informe sostiene, entre otras cuestiones, que Internet creó 2,6 puestos de trabajo por cada uno que destruyó y que contribuyó a aumentar en un 10% la productividad de las Pymes. Los ingresos de Google llegaron a US$ 10.580 millones en el cuarto trimestre de 2011, una cifra que supera a más de 100 economías nacionales y apenas por debajo de los US$ 11.000 millones que facturó una marca emblema como Coca Cola. Si el desarrollo comercial de Internet comenzó a darse en la década de 1990, en pleno auge del Consenso de Washington, el nuevo escenario latinoamericano se mueve al ritmo del entusiasmo de los Estados por el desarrollo de infraestructuras como elemento esencial de la estrategia para impulsar el crecimiento económico a partir de la expansión de la banda ancha. Solo el e-commerce, potenciado por la movilidad, llegaría en América latina a los US$ 40.000 millones en 2012. En ese sentido, el minimalismo de los dispositivos de conectividad contrasta con el impulso dado a la inversión en infraestructura, con cables submarinos y terrestres que se multiplican, al igual que las torres y antenas para la conectividad inalámbrica. Al mismo tiempo, el dominio de los Estados Unidos en Internet está siendo remplazado por la aparición de otros países que toman preponderancia, como Rusia o China, y la orientación política de la red también está en discusión. América latina pretende tomar vuelo propio para retornar, en algún punto, a uno de los leimotiv originales de la red: constituirse en un conjunto descentralizado de redes. En esa dirección va el esfuerzo regional para incrementar el despliegue de Puntos de Intercambio de Tráfico (PIT, también designados como Network Access Point, NAP) y el desarrollo de la capilaridad para el despliegue de redes en zonas con limitado acceso. Pero el anillo de fibra óptica sudamericano, el proyecto que integra a los operadores estatales de la región que demandará US$ 100 millones en infraestructura, también apunta a la promoción de contenidos regionales para contrarrestar la hegemonía de los grandes centros de producción cultural. La disputa por la plusvalía que genera Internet ha puesto también en crisis otro de sus principios: la neutralidad de la red, donde el tráfico de paquetes de datos circula sin privilegios. Este principio está puesto en tela de juicio: privilegiar a los usuarios que paguen más por más velocidad en el acceso o a los proveedores de contenidos que contraten servicios diferenciales es el quid de la cuestión. Pero el control del tráfico no es un asunto de interés meramente económico. El debate originado por las leyes SOPA y PIPA, que finalmente fueron abortadas en Estados Unidos, podría reanudarse con la Cyber Intelligence Sharing and Protection Act (CISPA), que se discute en el Congreso estadounidense y, según sus detractores, es más invasivo y violatorio de las libertades civiles de los ciudadanos. CISPA permitiría que los ISP monitoreen la información personal de los usuarios y compartan esa información personal con el gobierno federal y otras empresas. El problema es que, al igual que con SOPA, lejos de ser una cuestión doméstica de Estados Unidos, los contenidos de todo el mundo alojados en los servidores de ese país quedarían a merced de la ley estadounidense, que podría revisarlos, darlos de baja y perseguir judicialmente a sus dueños. Con 2.000 millones de usuarios estimados en 2011, apocalípticos e integrados conviven en la red. La ponderación del papel de las redes sociales, por ejemplo, la llamada “primavera árabe”, contrasta con la avidez de empresas y Estados por controlar y dirigir la circulación de contenidos.