Nunc tempore potentis Getarum Eurici regis. El impacto visigodo en

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PYRENAE, núm. 39, vol. 2 (2008) ISSN: 0079-8215 (p. 137-142)
REVISTA DE PREHISTÒRIA I ANTIGUITAT DE LA MEDITERRÀNIA OCCIDENTAL
JOURNAL OF WESTERN MEDITERRANEAN PREHISTORY AND ANTIQUITY
Nunc tempore potentis Getarum Eurici regis.
El impacto visigodo en Hispania
a través de la inscripción del puente
de Mérida (483 d.C.)
MANUEL KOCH
Historisches Institut, Universität Paderborn
Warburger Str. 100, A-33098 Paderborn
[email protected]
La figura regia en la plaza de Oriente de Madrid, presentando a Ataúlfo como el primer
rey de España, es un ejemplo que muestra el importante peso historiográfico que tiene la
interpretación del Reino visigodo como antepasado directo en la construcción de la nación
española (cf. en general: Maravall, 1954; Messmer, 1960; Linehan, 1993). Esta tradición
busca proyectar con la mayor antigüedad posible el inicio del dominio visigodo en Hispania,
con el propósito de aumentar el prestigio histórico de la nación moderna. Como ya ha
señalado Javier Arce en este foro de discusión, este fenómeno tuvo también un impacto
en la interpretación de la inscripción del puente de Mérida.1 Aquí se retoman las importantes objeciones que Javier Arce ha articulado en contra de una «interpretación visigoda» sin, al mismo tiempo, perder de vista las informaciones que esta inscripción incluye
sobre el paulatino desarrollo del Reino visigodo en Hispania.
En primer lugar, es necesario destacar que las siguientes consideraciones toman como
punto de partida los resultados que recientes investigaciones aportan sobre el persistente
funcionamiento de las civitates y sus estructuras en la Península Ibérica durante el siglo V
(véase, entre otros, p. ej., Kulikowski, 2004; Arce, 2005: 213-234; Pérez Martínez, e. p.).
En este sentido cabe afirmar que lo que se puede observar en la conocida inscripción, en
el fondo, seguía ejemplos romanos, con una diferencia: que «el evergetismo cívico estaba
ahora en manos del obispo». De acuerdo con estas constataciones, tampoco se deben pasar
por alto las claras referencias visigodas que contiene el texto. Éstas se encuentran en las
siguientes líneas: nunc tempore potentis Getarum Eruigii [recte Eurici] regis/ quo deditas sibi precepit excoli terras/ studuit magnanimus factis extendere n(o)m(e)n/ ueterum et titulis addit Salla
1.
Catálogo de las inscripciones cristianas de Mérida, nº 10; véase para la cita el texto de Arce en este volumen,
p. 125.
Data de recepció: 01-09-2008. Data d’acceptació: 09-09-2008
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suum. ¿Qué dicen estos versos? En un principio resulta más fácil constatar lo que no dicen.
Así, por ejemplo, no hay ninguna evidencia de que el rey visigodo hubiera mandado y
financiado directamente las restauraciones.2 La traducción de estos versos ya ha sido tratada en otras contribuciones de este foro. El análisis ha mostrado que, en el texto de la
inscripción, Eurico es únicamente una referencia cronológica y, en consecuencia, el sujeto de los versos siguientes sería Salla. No obstante la verosimilitud de tal interpretación,
no es la única lectura posible. La referencia gramatical de Eurico no es determinante, dado
que se trata de un texto métrico y poético. Por consiguiente, no se puede descartar la posibilidad, como muestra la traducción de Isabel Velázquez (Ripoll y Velázquez, 1995: 69 y
72), que Eurico fuese el sujeto de la línea quo deditas sibi precepit excoli terras. Dado que el
nombre de Eurico está muy al final del verso anterior, es posible que el autor utilizase aquí
una elipsis del sujeto. Es decir, que —sin escribirlo explícitamente— el genitivo Eurici regis
pase a nominativo y sirva como sujeto del verso en cuestión. Tal interpretación puede parecer una lectio difficilior, sin embargo, no se puede excluir la posibilidad de que sea una lectura verosímil para los lectores de Emerita en el año 483. Se trata por tanto de tierras asignadas a Eurico, que él ordenó cultivar, o de tierras asignadas a Salla que ordenó cultivar
en tiempos de Eurico. Leyendo estos versos surgen otras preguntas: ¿Qué se entiende exactamente por terras deditas? ¿Hacen referencia a una posesión de campos concretos (de cultivo) o, en abstracto, al dominio sobre un territorio? La combinación de terra con el verbo
excolere parece indicar tierras de uso agrario, pero la mención de campos de cultivo, por
otro lado, no encuentra un contexto claro en esta inscripción completamente urbana y
cívica. Una vez más la expresión sigue siendo ambigua. Sea cual sea su acepción exacta,
en cualquier caso las palabras utilizadas reflejan el considerable impacto visigodo que se
articuló respecto a la forma de asignación de tierras o un cierto dominio asignado.
Como dice la inscripción, fue el dux Salla quien «quiso propagar su propio ilustre nombre y lo añadió a las inscripciones existentes». Lo que sigue a estos versos es la descripción
de las restauraciones y, en consecuencia, en el primer momento de la lectura el dux Salla
aparece como autor de las obras. Sólo después la inscripción menciona también al obispo
Zenón y su amor patriae. Por lo tanto, el texto de por sí no adscribe el cargo clave a este
último, sino que deja ver claramente el papel que ambos, Salla y Zenón, desempeñaron
en esta obra de evergetismo. En vez de una jerarquización, sólo manifiesta en algunos
detalles,3 el carácter de la letra más bien pone de relieve la cooperación entre dux y pontifex, que también está expresado en la fórmula final de la inscripción: urbs Augusta felix mansura p(er) s(e)c(u)la longa/ nobate studio ducis et pontificis.4
En conjunto, conviene llegar a una síntesis de la interpretación visigoda con la romana. La inscripción, de hecho, manifiesta la persistencia de un evergetismo de tradición
2.
3.
4.
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Por lo tanto el autor revisa tal opinión que articuló en otro contexto, Koch, 2006: 96.
En este sentido sólo se puede constatar que la inscripción menciona Salla como primero.
En este sentido cf. también p.e. Stroheker, 1965: 78; Kulikowski, 2004: 206 «That a Goth called Salla should have
performed a traditional act of patronage at Mérida tells us something valuable about the interaction of Goth and
Hispano-Roman at the local, urban level.»
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romana en el ámbito de la civitas y pone de relieve el importante papel que en la misma
tuvo el obispo Zenón. Pero el texto de la inscripción no se limita exclusivamente a esa conciencia cívica de Emerita, sino también a la relación con otra entidad política que se extiende más allá de los límites de la ciudad. Este punto de referencia y legitimación no es el
emperador romano, que ya no existía en Occidente, sino «el poderoso rey de los godos,
Eurico». Un motivo evidente para establecer esta relación podría ser que el dux visigodo
y el obispo actuaron juntos en las restauraciones y que también conmemoraron el hecho
los dos. Otra interpretación destaca que fue únicamente Zenón el instigador de tal obra y
que fue también él quien redactó el texto de la inscripción. Aunque esto fuese cierto, el obispo obviamente consideró oportuno tanto mencionar al rey visigodo como al dux, presente en la ciudad y muy probablemente acompañado de sus tropas. Lo que se puede observar en ambas interpretaciones es que la entidad de la civitas no existió por sí sola, sino que
tenía un nexo de unión evidente con una estructura política mayor, de identificación visigoda.
Por supuesto resulta problemático deducir de estas evidencias particulares unas conclusiones globales. Pero, dada la tremenda escasez de fuentes para la historia de Hispania
desde mediados del siglo V hasta mediados del siglo VI, y dada además la exigencia de la
historiografía por desarrollar una visión de conjunto, los historiadores se ven forzados,
incluso a pesar del riesgo, a plantear unas conclusiones, aunque sean problemáticas. El
problema se plantea por la discrepancia, de más de cien años, entre las diversas respuestas a la cuestión del inicio del Reino visigodo en Hispania (desde alrededor de 456, p. ej.,
Collins, 2004: 31-33; hasta el reinado de Leovigildo 569–586, p. ej., Kulikowski, 2004:
256). Frente a tal situación, lo más adecuado es constatar, con cautela, que la Península
Ibérica de esta época sufrió una considerable fragmentación del espacio político, que se
percibe sólo fugazmente a través de las fuentes. Los pocos textos existentes no dejan ver
bien la transición de la Hispania del Imperio romano hacia la del regnum Gothorum. Por lo
tanto, apenas parece posible hacer matices fiables en cuanto a la extensión y la cronología del establecimiento del Reino visigodo en la Península en esta época de transformación política. La inscripción es por tanto significativa, porque habla de Emerita en el año 483,
pero, obviamente, no sirve como evidencia para detectar el establecimiento del dominio
visigodo en toda la Península Ibérica. Otra inscripción, elevada en el foro de Tarraco unos
diez años antes, muestra una situación diferente; probablemente perteneciente a un pedestal de una estatua, fue dedicada a los emperadores Anthemius (467-472) y León I (457474) y testimonia claramente la lealtad al Imperio y el sentimiento romano de los ciudadanos, que todavía consideraban a los emperadores como fuente de legitimidad (Inscriptiones
Latinae Selectae, vol. 1: 815; Die römischen Inschriften von Tarraco, vol. 1: 100; Arce, 2005:
168-169).
No obstante, las referencias visigodas de la inscripción en el puente de Emerita permiten una observación importante para poder entender el proceso de transición de un
mundo de identificación romano a otro de identidad visigoda en Hispania. Como han
demostrado recientes investigaciones, esta transición se realizó sin que se constate un cam-
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bio abrupto o fundamental en la organización y administración del espacio a escala local
entre mediados del siglo V y mediados del siglo VI. Emerita es una civitas de plena tradición
romana en la que una pudiente clase dirigente tenía todavía tanto los recursos como la
voluntad de mantener un evergetismo ciudadano. Pero, en contraste con el pasado, Emerita
políticamente ya no formó parte de un estado romano y, probablemente, a diferencia de
la situación contemporánea en otras civitates de la Península Ibérica, tampoco se manifiesta
identificación romana alguna. En su lugar, la inscripción revela un ejemplo de que, ya en
el año 483, una parte de las élites indígenas de Hispania cooperó directamente con los visigodos presentes o, por lo menos, consideró necesario u oportuno relacionarse con el poder
que ellos representaban. Otro ejemplo de esa actitud es la del dux Hispaniarum de nombre
Vicente. Sabemos que en el espacio de unos diez años pasó de dux al servicio del Ejército
romano a «general» a las órdenes de Eurico, en el año 473, incluso luchando contra sus
conciudadanos de la Tarraconensis. Este comportamiento representó su ascenso al puesto
de quasi magister militum (Chronica Gallica, 652-653: 665; Martindale, 1980; Vicentius 3:
1168). Dicha cooperación o asociación es la clave del establecimiento del Reino visigodo
en la Península.
Las investigaciones llevadas a cabo en las últimas dos o tres décadas han puesto de
manifiesto que la etnicidad en la antigüedad tardía no fue definida por descendencia, sino
más bien por lealtad política.5 La pronunciada identificación visigoda que dejan ver las
fuentes a partir de finales del siglo VI, pudo tener ya en aquel momento una acepción política, adoptada también por la población indígena que desde hacía generaciones había sido
asociada al nuevo poder de identificación visigoda. Retomando el problema de la inscripción de Mérida, es evidente que Zenón no quería mostrarse como visigodo, pero se puede
observar que tanto los hispanorromanos como Zenón, en una ciudad de la importancia de
Emerita en el año 483, consideraron a los visigodos un notable factor político con que relacionarse. A nuestro parecer, este entendimiento marca una etapa en un proceso a lo largo
del cual las subestructuras de tradición romana llegaron a formar parte de un Reino visigodo —cuya extensión antes de su consolidación por parte de Leovigildo es difícil de saber—
y sus clases dirigentes, participando en el nuevo Estado y convirtiéndose así en visigodos.
Este proceso se inició ya en el siglo V. Observando la pragmática actitud de Zenón, difícilmente se puede imaginar que sus descendientes quedaran separados de los nuevos señores durante generaciones, estos últimos hablando latín, siendo cristianos6 y de aspecto no
diferenciable de las élites militares tardoantiguas. Ahora bien, se presupone que el término «visigodo» no fue exclusivo, para designar a un grupo de bárbaros definidos por descendencia y ciertas características ajenas a la población romana, sino que, en primer lugar,
le correspondía una acepción política y social adaptable que definió una identidad inte5.
6.
140
Véase de la abundante literatura p.e. Geary, 1983; Amory, 1997; Gillet, 2002; Pohl, 2004; Noble, 2006.
Teniendo en cuenta los raíces del arrianismo parece algo absurdo clasificarle como un característico elemento
«germánico». Además, porque todas nuestras fuentes están escritas desde una pronunciada perspectiva católica, está sobrevalorada su importancia como elemento de segregación. Véase recientemente, discutiendo el caso
de los vándalos en el Norte de África, Howe, 2007.
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gradora, debido a que «[e]l dominio de la Península por parte de los visigodos no se entiende si no es admitiendo que se produjo una aceptación y adhesión por parte de la población
hispanorromana» (Arce, 2005: 149). Por tanto, fue necesaria una identificación flexible e
integradora para abrir el camino al nuevo regnum Gothorum, el cual fue pronunciadamente enlazado a ejemplos de tradición romana, pero de identificación goda.
Agradecimientos
El autor quiere agradecer cordialmente a la profesora Gisela Ripoll López (Universitat de
Barcelona) su ayuda en la revisión lingüística del texto.
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