ser padres, ser madres hoy

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SER PADRES, SER MADRES HOY
Reflexiones sobre la agresividad
Bogotá
2009
SER PADRES, SER MADRES HOY - 2
CONTENIDO
Ares y Atenea, dioses de la guerra
5
De la violencia y la agresividad hoy y siempre
6
Vilma Torres C.
Agresión... ¿ese mal? Agresividad, fascinación, admiración y rivalidad
11
María Helena Restrepo E.
La agresividad en los niños
17
Carmen Lucía Díaz L.
Poner en juego la palabra, poner en juego lo simbólico
Claudia López A.
24
Bibliografía
28
PRESENTACIÓN
Ser padre o ser madre en la actualidad,
implica desempeñar una función llena de
incertidumbres. No solo porque las
exigencias son mayores en cuanto a su
responsabilidad frente a los hijos, sino
porque se les pide, desde muchos lugares,
una actuación óptima que se ajuste a las
teorías planteadas por especialistas en el
campo, es decir, que operen acorde con
el conocimiento que la ciencia ha
señalado.
proteger a los menores de los excesos
paternos y maternos, y que introducen
todas las regulaciones derivadas de los
derechos humanos, particularmente, de los
derechos de los niños. Ordenamientos que
siendo necesarios, en muchas ocasiones
han destituido el lugar de los padres
minando su autoridad y posibilidad de
intervención.
El efecto en los padres es la gran
inseguridad que surge al situar el saber
afuera, en los expertos, con la
desvalorización de su propio saber, aquel
que los ha constituido, del que se han
apropiado íntimamente y que sin ser muy
conciente opera con insistencia,
sobreponiéndose al saber racional de los
especialistas. Así mismo, la mirada
homogénea y general que se impone
desde el exterior sobre cómo debe ser la
crianza, hace olvidar las particularidades
de cada uno de los hijos y de los padres
mismos, y descuida su historia.
Además de las exigencias mencionadas, la
función que ejercen padres y madres hoy,
se ve atravesada por las transformaciones
sociales que ha generado el movimiento
de liberación femenina, referidas a
cambios en los roles que tradicionalmente
ocupaban mujeres y hombres en el hogar
y fuera de él. A estas transformaciones se
suman las que surgen gracias a los grandes
avances tecnológicos de nuestra época y
al imperio de la publicidad y los medios
masivos de comunicación.
Demanda social que se une a otras, como
las determinadas por la normatividad y los
ordenamientos jurídicos, que buscan
3
Aunque se ha realizado como un material
complementario para el trabajo en los
encuentros indicados, busca también aportar
a quienes se interesen en leerla, aún sin asistir a
aquellos.
Niños(as) y adolescentes inmersos en las nuevas
tecnologías, se encuentran con el saber que
desde allí se transmite (televisión, radio, internet,
ipod, etc.), saber que contribuye de modo
eficaz a su socialización, pero que con
frecuencia lleva a que se desvalorice el de los
padres, por estar desligado o por ir en
contravía del que ellos transmiten.
Este segundo número analiza aspectos
referidos a algunos retos que el mundo actual
impone a los padres y educadores con
respecto a problemáticas relacionadas con la
agresión. Se presenta el lugar de la violencia y
la agresividad en la vida de los seres humanos,
dimensión constituyente y a la vez
problemática en cada uno y en los grupos
sociales, y particularmente en la vida de los
niños. Se ubican cambios que en la actualidad
producen el terreno propicio para la
exacerbación de actos de violencia
desmedidos. Todo esto amarrado al concepto
de ley que atempera y contiene.
Pensar las inquietudes y dificultades que surgen
en esta función permite ubicar elementos
importantes que pueden estar originando
síntomas en los niños(as) y en los adolescentes.
Brinda la posibilidad de interrogar el lugar que
los padres, su saber y su transmisión ocupan en
la dinámica familiar, así como de encontrar
vías para hacer frente a las dificultades. En el
análisis que esta tarea exige, además de
reflexionar sobre los tropiezos que encuentran
los padres en el ejercicio de su función y de
vislumbrar salidas posibles, se hace necesario
cuestionar los imperativos de la cultura y ubicar
aspectos inevitables de lo humano, con los que
se debe contar para una mayor comprensión
de las dinámicas involucradas.
Este trabajo hace parte de la investigación
“Ser padres, ser madres hoy: interrogantes y
paradigmas de la subjetividad y en las
modalidades del vínculo con los hijos(as)”,
desarrollada por la Escuela de Estudios en
Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional
de Colombia y por el Programa de Psicología
de la Facultad de Medicina y Escuela de
Ciencias Humanas de la Salud de la
Universidad del Rosario.
Esta cartilla, originada en el marco de los
“Encuentros con padres y madres” que realiza
la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura,
se ofrece como un instrumento que ayude a la
reflexión. Incluye algunos interrogantes
escuchados por las autoras en trabajos con
padres y en sus prácticas clínicas, así como
elaboraciones de especialistas en el campo de
la infancia. No pretende dar respuestas sino
situar algunos elementos que ayuden al análisis
de las temáticas planteadas, de manera tal,
que cada padre logre encontrar sus propios
caminos para enfrentar sus interrogantes.
Esperamos que el contenido de esta revista
aporte a la reflexión sobre la agresividad y les
sea de utilidad a ustedes, amables lectores.
Las autoras
4
A modo de epígrafe
ARES Y ATENEA, DIOSES DE LA
GUERRA
1
Ares, dios de la guerra y de la pelea vulgar, hijo de Zeus y de Hera, fue poco
apreciado por los dioses del Olimpo. Solo Hades, dios del inframundo o de los
muertos, lo admiraba porque gracias a él morían muchos hombres. Su
carácter temperamental y torpe, poco inteligente, agresivo y muy violento,
le dificultaba el trato con los demás. Solo hablaba de batallas, no respetaba
ley alguna, disfrutaba de las matanzas y saqueos de ciudades, no tenía
misericordia con nadie. Atenea lo derrotó varias veces. Ella, más inteligente
en sus tácticas de guerra, planificaba cuidadosamente las batallas como
una gran estratega militar, mostrándose ordenada y sensata en los
combates.
1. Gáfaro Reyes, Alejandra. Mitos Clásicos. Bogotá: Intermedio Editores, 2002, p. 50 – 57.
5
DE LA VIOLENCIA Y LA AGRESIVIDAD HOY Y SIEMPRE
Vilma Torres C.
partir de las satisfacciones brindadas por
quienes lo acogen en la vida y por los
anhelos que madre y padre tienen, y que
lo contienen simbólicamente. Deseo que
tomará forma en el niño(a) a partir del
deseo de los otros. Son deseos que llevan a
que en la mayoría de los casos prime la
vida sobre la muerte.
¿Cómo se puede civilizar la violencia?
¿De que forma se puede encauzar o
descargar la violencia sin que socialmente
resulte catastrófica?
¿Qué válvulas de escape ofrece la familia y
la sociedad a la violencia propia de los seres
humanos?
La llegada al mundo despierta en el ser
Estas fuerzas opuestas son dos fuerzas
pulsionales con las que hay que contar
desde el principio: la de vida y la de
muerte. La pulsión de vida ligada al
erotismo, la de muerte a la agresividad.
Pulsiones contrarias que se anclan
dominando una u otra según las
circunstancias. Pulsiones que buscan
con ímpetu su satisfacción. Sobre ellas el
otro deja huella a través de su intervención,
unas veces permitiendo la satisfacción,
otras reprimiéndola. Tarea ineludible pero
difícil, al tratar de encontrar el justo medio.
humano una lucha por conservar la vida.
Ante el llamado a salir, ya que la fusión no
puede continuar, el bebé se abre paso
con toda la energía que dispone. En ese
empuje, donde los tiempos para separarse
son mínimos, la fuerza muscular se
constituye en la herramienta. Está en juego
la vida que pugna contra la muerte. Vida y
muerte están mezcladas, casi
indiferenciadas.
Deshacerse del cuerpo que lo contenía,
cambiar de piel, ser expulsado y expulsar
“eso otro”, implica una violencia primaria
que rompe con cierto equilibrio, solo
posible de pensarse e imaginarlo tiempo
después. Entre el nacimiento y la muerte, el
ser naciente se convierte en pasajero que
atraviesa el túnel comunicante de los dos
mundos.
La violencia contra “eso otro” (la madre) y
la ejercida hacia el nuevo ser, en el
nacimiento, es transformada en deseo a
6
A la manera de Ulises, quien ya con una
sola nave, en el viaje de regreso a su patria
se encuentra de frente con el terrible paso
entre Escila y Caribdis, desfiladero donde a
cada lado habitan estos dos peligrosos
monstruos, hembras marinas. Advertido
por Circe, él sabe que Escila, con sus seis
cabezas es capaz de devorar a seis
hombres de una sola vez, y que Caribdis,
temible remolino, durante unas horas al día
absorbe todo para expulsarlo después.
Para estar a salvo, al pasar no debía
acercarse demasiado a Caribdis ni a Escila,
pues engullirían el barco con todos los
tripulantes. Mientras que Caribdis era visible,
Escila, escondida dentro de una gruta, se
mostraba hasta cuando ya era demasiado
tarde para eludirla. En ese paso, en esa
encrucijada que debe atravesarse, el
riesgo siempre está presente, y se debe
calcular la menor pérdida.
procurado hacer abundantemente.
Ahora bien; por el análisis hemos sabido
que esa misma sofocación pulsional
conlleva el peligro de contraer neurosis.
[…] Entonces la educación debe buscar
su senda entre la Escila de la permisión y
el Caribdis de la denegación
(frustración). Si esa tarea no es del todo
insoluble será preciso descubrir para la
educación un optimum en que se
consiga lo más posible y perjudique lo
menos. Por eso se tratará de decidir
cuánto se puede prohibir, en qué
épocas y con qué medios.2
Al hacer referencia particularmente a la
agresividad, esta se plantea responsable
de los actos violentos. En ocasiones
aparece enmascarada en actos
afectuosos dando cuenta de la
ambivalencia del amor y el odio que se
presenta en la vida humana. Se reconoce
a la agresividad como uno de los
elementos centrales en la relación con el
semejante, con el más próximo, “Lo que
veo en el otro me confronta con lo que
deseo, aparece como falta en mí”,
aspecto que genera una tensión agresiva
con esa imagen que el otro me devuelve,
imagen con la que me identifico.
Es esta una metáfora de la vida, una
metáfora de la educación. Es necesario
contar con las dos fuerzas pulsionales
opuestas y, además, con la advertencia
del otro y la decisión del sujeto.
Freud nos recuerda la encrucijada que
encuentran padres y maestros en la
educación y formación de los hijos:
El niño debe aprender el gobierno sobre
lo pulsional. Es imposible darle la libertad
de seguir todos sus impulsos sin limitación
alguna. Por tanto, la educación tiene
que inhibir, prohibir, sofocar y en efecto
es lo que en todas las épocas se ha
La presencia de otro que se interpone
frente a lo que quiero genera malestar. Al
constituirse en obstáculo para alcanzar lo
2. Freud, Sigmund. “Esclarecimientos, orientaciones y aplicaciones”,
Lección 34 de Nuevas conferencias de introducción al
Psicoanálisis (1933). En: Freud, Sigmund. Obras completas , vol XXII,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989, p. 138.
7
En la actualidad nos interroga el tipo de
violencia que impera en la sociedad, exige
explicaciones para entenderla y
propuestas para enfrentarla a partir de la
creación de cada uno. Si la agresividad y
la violencia no nos son ajenas al ser
esenciales de lo humano, al estar
constituidos en gran medida por ellas, es
posible entender cómo la función de los
padres y en general de la educación es
central, para que un niño comprenda la
lógica con la que debe enfrentarse en el
mundo y los diques que lo restringen y
civilizan.
deseado se convierte en blanco fácil para
descargar en él la agresividad.
Aunque estructuralmente no es posible
alcanzar plenamente lo deseado, la
insatisfacción vivida es achacada al
semejante como culpable. Es esta una de
las fuentes de la agresividad.
En nuestras mociones inconscientes
eliminamos día tras día y hora tras hora
a todos cuantos nos estorban el camino,
a todos los que nos han maltratado y
perjudicado. […] Nuestro inconsciente
mata incluso por pequeñeces […] Y hay
en eso una cierta congruencia, pues
todo perjuicio, inferido a nuestro Yo,
omnipotente y despótico es, en el fondo,
un crimen de lesa majestad.
Freud, ante la pregunta de Einstein
respecto a ¿Qué podría hacerse para
evitar a 4los hombres el destino de la
guerra? , responde que todo aquello que
impulse la exaltación cultural, obra contra
la guerra. Y en su reflexión sobre el
malestar que acompaña al ser humano
nos dice que:
[...] el destino de la especie humana
será decidido por la circunstancia de si
el desarrollo cultural logrará hacer frente
a las perturbaciones de la vida colectiva
emanadas de la pulsión de agresión y
autodestrucción. [...] Solo nos queda
esperar que la obra de ambas potencias
celestes, el eterno Eros, despliegue sus
fuerzas para vencer, en la lucha con su
5
no menos inmortal adversario.
Vemos la agresividad en las reacciones del
niño cuando alguien se opone a lo que es
para él interesante y placentero. Al
descargar su furia sobre el otro, son los
padres u otros adultos quienes con sus
respuestas pueden transformar la emoción
que desborda al hijo, pueden atemperarla
3. Freud, Sigmund, “De guerra y muerte. Temas de actualidad”
(1915). En: Freud, Sigmund. Óp. cit., vol. XIV, p 298.
4. Freud, Sigmund, "¿Por qué la guerra?" (1932). En: Freud,
Sigmund. Óp. cit., vol. XXII.
5. Freud, Sigmund, "El malestar en la cultura" (1930). En: Freud,
Sigmund. Óp. cit., vol. XXI, p. 140.
8
señalándole no solo la inconveniencia de
dicha reacción sino la necesidad de la
contención emocional.
esa muerte, transformándola. De la
violencia ejercida sobre el animal se
pasa a la creación (la preparación de lo
que de él queda), a la recreación de
celebraciones que resaltan la importancia
del encuentro de generaciones, del
compartir, reír, transmitir historias, etc. De
esta manera ese sacrificio no se queda en
el matar por matar, es resignificado y se
construye en tejido simbólico.
Logran transmitirlo con su propia
contención y mesura, también con
palabras hacia el niño(a) o con actos de
contención ejercidos sobre su cuerpo.
Cuando la respuesta del otro es
igualmente desbordada, extralimitada, el
efecto será un espiral de agresividad y
violencia. En esa labor se debaten los
padres, las madres, los maestros y en
general la cultura, buscando civilizar
fuerzas tan disgregadoras pero inevitables.
Las luchas cuerpo a cuerpo entre padre e
hijo, entre hermanos, entre amigos, no con
el ánimo de dañar al otro, sino más bien de
probarse físicamente a través de la fuerza
muscular, son actos que al ser regulados
inauguran la entrada en el mundo de la
competencia, de la habilidad para eludir el
golpe, para someter al otro, para vencer.
La cultura genera situaciones, rituales,
escenarios a través de los cuales se
canaliza la violencia en la sociedad. Bajo
ciertas condiciones se permite la salida
regulada de la agresividad.
Son oportunidades a través de las cuales se
“juega” a la pelea, a la vez que se
trasmiten las reglas y las prohibiciones en el
manejo de la agresividad, también la
necesidad de cuidar al otro y de cuidarse a
sí mismo. El deseo de destruir o de causar
daño se civiliza constituyéndose una ética
en las relaciones con los otros. Experiencia y
ética que permitirán luego, fuera de la
familia, apelando a lo vivido en la relación
con el padre y con los hermanos, enfrentar
y asumir las nuevas situaciones de
provocación, de rivalidad, de desafío con
sus pares.
En algunos lugares, por ejemplo, en
navidad o en otro tipo de festejo, las
celebraciones familiares, donde se sacrifica
un cerdo, oveja, ternera, gallina, pavo, se
convierten en una especie de ritual en el
que los niños son espectadores,
entretejiendo en el encuentro, la alegría y
el juego con la muerte del animal. El
ocuparse de la sangre, abrirle el vientre
para sacar las vísceras (los que se ocupan
de esa función), lavarlas, prepararlas, pelar
al animal, despresarlo, el corte preciso del
matarife, cada uno en su función,
permitiendo a niños y jóvenes formar parte
de esa celebración, da nuevo sentido a
En los carnavales también se canaliza la
violencia. Una vez al año pueblos o
9
ciudades se preparan para celebrar la
posibilidad de romper con la rutina de
trabajo, de estudio, de abandonar las
exigencias cotidianas, de liberarse hasta
cierto punto de las imposiciones sociales,
de las amarras que exige la cultura. Por
unos días se permite aflojar los límites, ser
como no se es durante el resto del año. El
baile, el disfraz, la música, la bebida, la
comida, una historia que da sentido a la
celebración, son elementos centrales.
Las películas, los videojuegos, muestran
escenas donde el protagonista se da
libertades en la expresión de actos
violentos, actos que superan los límites
impuestos, la lucha entre el bien y el mal, el
triunfo de uno sobre el otro, o la exaltación
de los que se encuentran por fuera de la
ley, buscando la satisfacción en la
destrucción del otro. Frente a estos objetos
y prácticas actuales surgen interrogantes
que requieren análisis y reflexión respecto a
su función en el recrudecimiento de la
violencia actual. Principalmente cuando
estos entretenimientos de contenido
violento, en ocasiones extremo, se
convierten en el “pan de cada día” y de
10
modo casi exclusivo niños y jóvenes se
alimentan de estos; además cuando se
asumen en soledad o sin que medie la
palabra de otro que oriente o interrogue al
respecto.
Por otra parte, se ha pasado del exceso de
agresión en la relación padres-hijos a una
prohibición de la misma, de “la letra con
sangre entra” a la denuncia del hijo(a) (o
de otro) si padre o madre ejerce cualquier
violencia sobre ellos, de la permisividad de
las expresiones al impedimento de sus
manifestaciones. Paradójicamente, de un
lado, manifestaciones de agresividad que
no revisten peligro para el niño(a) o el otro,
pero que si ponen en juego la actividad
física, muscular, el choque, sin que la
intención sea dañar, o dañarse, preocupan
en demasía a padres, maestros y en
general a quienes están al frente de los
menores; mientras que de otro lado, en lo
social, el nivel de violencia, de agresión
desmedida es mayor; el no control de los
impulsos, la búsqueda y disfrute del dolor
en el cuerpo, la marca, la cicatriz, son las
modalidades de actos que ahora imperan.
AGRESIÓN... ¿ESE MAL? AGRESIVIDAD,
FASCINACIÓN, ADMIRACIÓN Y RIVALIDAD
María Helena Restrepo E .
Narciso era hijo de la ninfa azul Liríope y del dios fluvial Cefiso. Cuando aún estaba
pequeño, el adivino Tiresias le dijo a Liríope que Narciso solo viviría hasta el día en que
se conociera a sí mismo. A ella le pareció un oráculo bastante extraño y no le dio
mayor importancia. Con el paso del tiempo Narciso se convirtió en el hombre más
hermoso sobre la tierra y personas de ambos sexos lo cortejaban. Se volvió
terriblemente vanidoso y llegó a creer que nadie era digno de él.
Cierto día salió al bosque a cazar ciervos con un grupo de amigos y se extravió. Cada
vez que gritaba preguntando por ellos solo la Ninfa Eco le respondía, repitiendo sus
propias palabras. Ella siempre había estado enamorada de Narciso, pero era
incapaz de presentarse ante él y de hablarle, porque solo podía repetir lo que los
demás decían. Cuando el bello joven le pidió que se mostrara, ella corrió con alegría
a abrazarlo, pero Narciso la rechazó y le dijo que nunca se acostaría con ella. Desde
entonces Eco vive sola en lugares recónditos, lamentándose porque su amor nunca
fue correspondido.
Narciso siguió caminando por el bosque en busca del camino de regreso. Encontró
un arroyo de aguas muy claras y decidió parar y saciar su sed. Cuando el joven se
agachó se vio reflejado en el estanque y se enamoró de su propia figura. Se lanzó al
agua tratando de alcanzar la imagen que veía, con tan mala suerte que se ahogó.
Así se cumplió el designio que le fue predicho.6
6. Gáfaro Reyes, Alejandra. “Mito de Narciso”. Óp. cit., p, 146.
11
Este vínculo inicial del bebé con el mundo
externo, representado principalmente por
su madre o cuidador más cercano restituye
ilusoriamente la unidad perdida. Las
necesidades primordiales se expresan en
llanto, incomodidad, gestos que son
descifrados por el otro según sus propios
referentes y deseos, buscando con sus
actos apaciguar la necesidad expresada
por el niño. Son respuestas que van
imprimiendo en él o ella los modos
fundamentales de satisfacción, con sus
representaciones psíquicas respectivas.
Estos encuentros que generalmente están
acompañados por el lenguaje, se van
convirtiendo, a la vez, en una forma
particular de hablar entre la madre y su
hijo.
Cuidados y vínculos afectivos:
¿protectores de la agresión?
Tenemos muchos ejemplos de aquello que
llamamos agresividad. Con esta palabra
nos referimos a actos e intenciones, a
modos de relación entre unos y otros,
también a formas de pensar y de sentir.
Los seres humanos deseamos aquello que
nos fascina y sentimos que nos falta.
Queremos ser como alguien o poseer algo
que nos haga sentir plenos y desde muy
temprano nos enfrentamos a tener y a
perder algo. El vacío que se presenta ante
la pérdida se constituye en deseo de
recuperar lo perdido. Esta búsqueda
orienta nuestras experiencias y deja
huella en el psiquismo y en el cuerpo.
Como resultado del nacimiento
quedamos separados de ese cuerpo que
nos contenía, nos alimentaba y nos
protegía. Al ser expulsados debemos
hacer uso de nuestro cuerpo para respirar,
comer o realizar las funciones que antes se
daban automáticamente en el vientre
materno. Esta vivencia de estar sueltos,
fragmentados, desunidos, signa nuestra
existencia en la primitiva condición vital,
ante todo vulnerable. Si bien en esos
primeros tiempos ya no estamos unidos por
el cordón umbilical, seguimos unidos a la
madre, puesto que dependemos de ella o
de otro en la medida en que necesitamos
de su cuidado para subsistir.
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cuidados, tendremos garantizado que
prescindirán de los aspectos destructivos,
podrán resolver los conflictos que se
presentan en las relaciones con los otros,
amarán y primará el cuidado y protección
en sus relaciones intersubjetivas, bajo la
esperanza de encontrar otras
satisfacciones de condición más altruista.
A ese modo específico de vinculo y a los
cuidados brindados algunos los llaman
hábitos y prácticas de crianza, a partir de
los cuales el niño desarrolla ritmos y
estructuras para la alimentación, el
descanso y las actividades. Este enfoque
resalta el crecimiento y la maduración
aunados a un vínculo afectivo y a la
introducción en el lenguaje, como
responsables del proceso de
humanización. Construye una idea positiva
y optimista del ser humano, al señalar que
el desarrollo del niño depende de
garantizar buenas prácticas de crianza,
hábitos y cuidados consistentes y una
óptima vinculación afectiva. Ello organiza
lo que han denominado una base segura,
necesaria para prevenir malestares y
violencias como el maltrato, el abuso, el
abandono o la negligencia. También para
inhibir la capacidad destructiva, inherente
a la agresión. Esta es concebida como una
parte básica de la fuerza instintiva primaria
que garantiza la supervivencia.
Sin desconocer la necesidad de esa base
segura, la experiencia y la cotidianidad
nos muestran que eso que llamamos
vínculos entre los seres humanos están
llenos de sentimientos ambivalentes, de
cosas no dichas, de rupturas, de no
entendimientos, de imposibilidades y
conflicto con los otros. Esto supone el
reconocimiento de procesos inconscientes.
Nos preguntamos cómo se podría
comprender la presencia de la agresión, la
destrucción o la venganza que sigue
existiendo en los seres humanos
“racionales”. Aún a pesar de las garantías
que podemos ofrecer en la crianza, y que
nos hace creer que al darles todo no hay
carencias por lo que se asegura el amor, la
paz y la felicidad.
Nos hace pensar que si hemos dado todo
lo necesario para que nuestros hijos se
sientan amados, estimulados y bien
La agresividad atraviesa lo humano
El psicoanálisis plantea la existencia de una
falta estructural, una especie de fisura que
no se cierra sólo con los cuidados ni el
amor de los otros. Esta falla existe por el
hecho de ser sujetos simbólicos, de
lenguaje, es decir, seres hablantes. Hablar
y pensar implican la pérdida de la
13
satisfacción instintiva y el reemplazo por
otras satisfacciones ligadas a las palabras,
las imágenes y las representaciones.
Al principio de la vida prima la confusión y
la fragmentación. La madre le dice cosas
al bebé sobre él y le apacigua el malestar
que siente producto de esa falta de
unidad, de esa desorganización inicial. El
bebé no reconoce la diferencia de lo que
es él y el otro. Posee la ilusión de que la
madre lo completa e igualmente él a la
madre, como si los dos fueran una unidad.
Cuando el pequeño descubre su imagen
ante el espejo que es el otro, a partir de la
cual construye la imagen de su cuerpo, se
embelesa, se fascina, porque en esa
unidad que produce el encuentro con la
imagen reflejada se reconoce. Es un
momento idealizado de plenitud. No es
sino ver los juegos de un bebé con su
imagen en el espejo. Al principio cree que
ese que aparece allí es otro, pero luego
descubre que es él o ella y además se
llama… A la imagen se vinculan las
palabras y el deseo, entonces eso que
pensamos de nosotros y sentimos que
somos está unido a lo dicho por los otros y
a los deseos que nos han transmitido.
Esa imagen se refiere al yo. Por tanto el yo
queda amarrado a los otros y confundido
con la imagen que de ellos proviene, lo
cual se constituye en fuente de
agresividad.
De la fascinación a la rivalidad
Narciso muere encadenado a su propia
imagen y se inmortaliza en la flor que
llamamos con ese nombre. La imagen
fascina tanto que puede llevar a la muerte.
Esto puede enseñarnos cuánto nos atrapa
esa ilusión de un yo aferrado a la imagen
construida y el sometimiento a nuestro
propio deseo. ¿Pero cómo se relaciona
esto con la agresividad?
El hecho de estar encadenados al otro por
el deseo y la imagen que nos transmite, y
atados a aquello que le significamos,
produce la ilusión de una continuidad
entre el yo y los otros, como si fueran lo
mismo. La búsqueda de reconocimiento
nos lleva a preguntarnos por los otros y
por nosotros, y nos ayuda a entender por
qué no estamos fácilmente dispuestos a
renunciar a los otros (por ejemplo a la
madre), a su amor, ni a eso que creemos
que somos para ellos. Desprenderse podría
significar algo parecido a la muerte, al
vacío, a la fragmentación inicial de la vida.
Dejar de existir para los otros es como
no existir para uno mismo, por eso estamos
dispuestos a defender nuestro lugar en la
relación, hasta el fin. Deseamos eliminar a
cualquiera que se interponga en nuestro
camino, en nuestro deseo, aunque sea una
forma de aniquilarnos a nosotros mismos,
puesto que el otro es concebido como una
parte de uno mismo, como eso que nos
identifica.
14
mismo. Cuando a este reconocimiento se
le suma la percepción de una falta en
cada uno y de sus límites, con la
posibilidad de hablar, se introduce la
dimensión de la alteridad, que aplaca la
tendencia a la agresión y disminuye la
fuerza imperativa de poseerlo todo. Le
permite renunciar y desprenderse de
algo propio para darlo al otro en aras de
obtener su amor. El niño puede dar
gestos, puede dar aquello que su cuerpo
produce como por ejemplo las heces
para satisfacer a la madre. Por el amor
de ella o de los otros, está dispuesto a
perder algo de esa ilusión que atrapa,
que fascina hasta la muerte.
La rivalidad y la agresividad del niño
surgen frente a quienes no lo dejan ser
único en la relación con la madre o con
quienes ama. Le es insoportable no
tenerlos solo para sí, pues la vida infantil se
caracteriza por la búsqueda de poseer lo
que se desea, sin límites ni restricciones.
Ser niño significa, entre otras cosas, cierta
dificultad de renunciar fácilmente a los
deseos. Quizás podremos recordar lo
insistentes que tenemos que ser con los
niños para que logren compartir con otros
aquello que solo desean para sí. Ese
impulso lo lleva a actuar de modo agresivo
para obtener lo que desea, que al no
lograrlo, en muchas ocasiones lo empuja a
destruir o aniquilar aquello que no puede
poseer.
Con el reconocimiento de la alteridad se
logra también la aceptación de las
diferencias, de los límites y de las
imposibilidades. De esta forma se
construye un lazo con el otro, un vínculo
social. Aspectos que se hacen posible
gracias a la intervención de un tercero
que separe al niño de la relación fusional
que posee con la madre. Ese tercero
generalmente es el padre o quien cumpla
la función paterna.
En esta situación pasional se encuentra el
niño pequeño en su primera infancia, in
fans que quiere decir “sin lenguaje”.
Muerde si desea aniquilar o poseer, pega si
quiere alejar o defenderse. Pero además,
está atrapado por el temor a la
fragmentación si pierde aquello que le
hace sentir seguridad. La palabra sosiega
y apacigua esa sensación e introduce la
posibilidad de representar y dar trámite a
esta experiencia.
El padre que en principio es un rival
frente al amor de la madre y que por esto
es vivido como una amenaza, representa
una ley, una prohibición. Reconocerlo
como alguien que la madre ama o que
es importante para ella, le hace ver al
niño que aquello que él desea no le
pertenece. A la vez le posibilita una
De la rivalidad a la alteridad
El acceso al lenguaje en este tiempo
psíquico va permitiendo que el niño tome
conciencia de que él y el otro no son lo
15
promesa, una esperanza, al introducir
ideales que se convierten en horizontes a
conquistar.
deseo o amor. Puede ser un peligro o una
amenaza, pero también es un modo de
defensa frente a la sensación de
impotencia y de la confusión con el otro.
El padre o quien ejerce su función al
prohibir la posesión de la madre introduce
en la ley de la vida, en el lazo social, y
autoriza o permite la entrada de otros,
dando lugar a otras ilusiones, a nuevas
invenciones.
¿Qué efectos sobre los vínculos puede
tener la excesiva preocupación por la
imagen?
Al renunciar a la madre se da apertura a la
posibilidad de ser amados y de amar a
otro(a). Su efecto es el ser reconocido por
el padre, la adquisición de un cuerpo y un
deseo propios, la construcción de
relaciones de filiación y de una identidad
sexuada y la asunción de las exigencias
culturales.
Renunciamos a la satisfacción del deseo
de destruir lo que no toleramos de nosotros
y de los otros, a cambio de entrar en la
cultura, en el grupo, de acceder al amor
de los otros, de construir, crear y compartir,
aún bajo el reconocimiento de la fragilidad
y de la falta que nos acompañará durante
toda nuestra vida.
Esta renuncia no es fácil, sobre todo si lo
que se ofrece como promesa es ilusorio o
no compensa el vacío que representa
aquello que debemos abandonar.
La ambivalencia que introduce la
agresividad nos enreda a los seres
humanos y complejiza lo que llamamos
16
¿Cuáles son las consecuencias de la
insistente promesa de plenitud, de
felicidad y de autonomía como
metas ilusorias de cada individuo?
¿Cómo incide en las relaciones
entre padres e hijos la dificultad
para renunciar a la infancia, a la
adolescencia?
LA AGRESIVIDAD EN LOS NIÑOS
Carmen Lucía Díaz L.
?Cómo explicar la agresividad?
?Qué importancia tiene su control y
cómo hacerlo?
?Por qué hay épocas de mayor
agresividad en cada persona?
La agresividad: dimensión
inevitable del ser humano
La agresividad es una dimensión
constitutiva del ser humano, existe en él
como existe la sexualidad. Son dos
aspectos que como motores potentes
orientan sus deseos y sus actos. Ninguno se
puede evitar pero sí limitar y encausar. Las
sociedades, desde tiempos inmemoriales,
han buscado ordenarlos y controlarlos
pues su desborde causa estragos a veces
impensables.
La agresividad con su componente de
destructividad es una parte de la pulsión7
de muerte o una de las formas de
manifestarse, pues la pulsión de muerte
posee muchas dimensiones.
Algunas empujan a la destrucción y al
daño, otras se relacionan con la
capacidad de dominio y de poder, de
fortaleza y separación, también con la
posibilidad de simbolizar y de crear. Son
aspectos que intervienen para hacer
frente a la vida, para resolver o dominar
situaciones problemáticas, para competir,
para poseer autonomía y creatividad.
Lo problemático de la pulsión de muerte
se refiere al aspecto destructivo de la
agresividad, a su capacidad de dañar y
de producir dolor a otros y al sujeto mismo;
pues la agresividad no solamente se dirige
hacia el mundo exterior, con ella se daña
a los otros, y también puede enfilarse hacia
quien la produce.
En todos los vínculos humanos la
agresividad se encuentra presente en
alguna medida y bajo formas muy
variadas, con frecuencia ligada al amor.
No siempre es negativa, a veces se hace
indispensable para defenderse frente a un
daño causado, para evitar un peligro o
para conservar la propia integridad.
La existencia estructural de la agresividad
La agresividad se deriva de la forma como
el infante ha creado su propia imagen, del
modo como se ha originado su yo. Pues el
7. Las pulsiones son tendencias derivadas de exigencias
corporales organizadas por la intervención del lenguaje, a
partir de la historia vivida de cada quien, principalmente por las
satisfacciones iniciales ofrecidas por quienes sostienen y
animan la vida del niño(a). Es el lenguaje el encargado de
ordenarlas porque el ser humano al nacer tan inacabado y
dependiente pierde la posibilidad de que en él se establezca
el instinto. A cambio es la cultura y lenguaje su hábitat.
En el ser humano, ser de lenguaje,
la agresividad está atravesada
por el deseo, la fantasía y el símbolo.
Los animales agreden por instinto
17
primer yo del niño o de la niña proviene
del otro, su yo ha surgido identificado a la
imagen que le llega de afuera.
Antes de verse y reconocerse, el infante ve
primero a su madre, ve su imagen en ella y
como en espejo, esa imagen le permite
verse a sí, reconocerse. Es decir, se ve en los
ojos de su madre, se ve en esa imagen que
ella le brinda a partir de su deseo y con esa
imagen se identifica. Ella, la madre, desea
por él y habla por él, por ejemplo cuando
el niño llora le dice: “es que yo lloro porque
tengo hambre”, o al bebé le preguntan
algo y es la madre quien responde.
Ella le habla diciéndole quién es,
transmitiéndole la imagen que tiene de él,
lo que desea de él, le expresa aquello que
interpreta del sentimiento del niño. Así
entonces, el yo del bebé queda “pegado”
al yo del otro, sostenido en él, en la imagen
que el otro le devuelve. A medida que
crece y se organiza su psiquismo, se va
desprendiendo y diferenciando de esa
relación inicial tan unida. Sin embargo, a lo
largo de la vida, el núcleo del yo queda
adherido a ese funcionamiento.
En esa fusión surge la rivalidad y con ella la
agresividad, porque el uno se pierde en el
otro, el más fuerte domina, el más débil
queda sometido, queriendo a la vez
dominar; cada uno quiere imponer lo suyo
sobre el otro, a la vez que se desea
exclusividad.
18
Con la agresividad hay un intento de
desprenderse, de soltarse, de dominar,
buscando ser reconocido, tener prestigio y
poder sobre el otro o para quedarse con lo
que considera propio pero que lo tiene el
otro. Para que alguno de los dos surja, el
otro “debe morir”, debe ser aplastado.
Recordemos que hay una época del niño
en la que le encanta jugar a matar, a que
el otro desaparezca, claro, para que
vuelva a aparecer.
Si en esa fusión se desea el mismo objeto,
surge el deseo de destruir al otro para
quedarse con el objeto o de dañar el
objeto para que nadie lo tenga. Lo vemos
por ejemplo cuando los niños se pelean
por el mismo juguete, teniendo muchos
mas a su alrededor, pues generalmente el
objeto que más llama la atención es el que
el otro desea. De este modo aparece la
envidia por aquello que tiene el otro y
florecen los celos al sentir que él no es el
único deseado por aquel a quien ama.
También el yo puede sentirse humillado y
herido en su amor propio cuando no es
tratado como cree merecerlo o no posee
lo que considera justo tener. Se escucha
con frecuencia decir: “no soporto que
fulano tenga eso y yo no”, “me humilla que
no me tenga en cuenta”. Sentirse excluido
es saberse no reconocido por el otro. Un
niño, por ejemplo, pelea cuando
su amigo decide sacarlo del juego, otro se
sentirá triste y se aislará, pero en su fantasía
desea vengarse.
pegarse él(ella) mismo(a), dañando su
propio cuerpo o sus objetos, tirando al piso
sus juguetes o rompiéndolos, por ejemplo.
Así entonces, construir la imagen del yo a
partir de la imagen que el otro ofrece
posee efectos organizadores, pero
también problemáticos, ya que los
desaires son vivenciados como ofensas y
rupturas de la imagen construida. Ante un
decir de alguien o un acto realizado,
alguien se puede sentir “vuelto añicos”,
“desbaratado”. Es su imagen la que ha
sido atacada y se ha destruido. Y como el
niño requiere más del sostenimiento de su
imagen por el otro, se hace más
vulnerable a los actos y las palabras de
desprecio de los otros.
En esta misma lógica, también puede
pasar que ante una molestia insoportable
consigo mismo, se daña al otro. Es decir,
alguien se molesta con él mismo y
comienza a agredir a los otros, descarga la
agresión propia en el semejante.
Pues el yo, al originarse desde el otro y
como otro, siempre tendrá esa dimensión
de exterioridad, es decir, siempre habrá
algo de sí en el otro, así como el otro
siempre estará, por lo menos una parte, en
nuestra intimidad. Así, nuestro yo siempre
tendrá algo que nos es extraño, exterior,
y el otro, si estamos identificados o
vinculados con él, tendrá algo de nosotros.
La agresividad entonces apunta a la
imagen del otro; pero también el acto de
agresión y violencia se realiza sobre el
cuerpo del otro o sobre sus objetos.
Dañar lo más valioso del otro o del
sujeto
La agresión implica el despliegue de la
violencia, el ejercicio de la destrucción y
del daño a lo más visible del otro, a lo más
valioso, a aquello que le pueda producir
mayor dolor. Pero también ocurre que en
la imposibilidad de dañar al otro, en esa
relación fusional, el daño se dirige al
cuerpo o a los objetos propios, pues en esa
identidad lo propio representa al otro.
Podemos reconocer todo esto cuando nos
hablamos a nosotros mismos como si
fuéramos otro o cuando hablando del otro
lo hacemos como si fuéramos nosotros, o
cuando alguien vivencia un dolor y
nosotros lloramos. Se da por la
identificación, necesaria para constituirnos
y ponernos en el lugar del otro, mecanismo
que también opera en otras vivencias
como la solidaridad o el franqueamiento
de la indiferencia.
Lo vemos cotidianamente cuando el niño
o la niña está desbordado de la ira y
quiere pegarle al otro pero por alguna
razón no lo puede hacer, pasa entonces a
En el niño pequeño es más evidente esa
exterioridad. Él habla y se nombra a sí
mismo como si fuera otro: “El nené se cayó”
o “el nené quiere dulces”, dice él hablando
19
de él. Un niño le pega a otro niño en su
presencia y él es quien llora, o terminan
llorando todos. En los más grandecitos y
también en los adultos, a veces, cuando
alguien cercano recibe una ofensa esta
también es vivida como propia, creándose
una cadena de desaires y rencores o de
solidaridades y compañerismos; sentimos
“oso ajeno” cuando alguien cercano hace
el ridículo, etc.
?Por qué nuestro hijo siempre está dañando
todo y lastimando a los demás?
?Por qué se lastima él?
?Por qué unos niños son agresivos y otros no?
reaccionando con gran violencia. Es la
característica de los vínculos primitivos.
No ser el centro, saber esperar, aceptar
que no todo puede ser para él o como él
quiere, es algo que debe lograr
paulatinamente. Asumir renuncias y
aplazamientos, controlar y limitar sus
deseos, admitir las pérdidas, ponerse en el
lugar del otro implica un camino recorrido
en los vínculos y una transformación de su
postura frente a los otros y a él mismo. Exige
acatar y acoger las limitaciones, las
prohibiciones y permisividades posibles
para que las relaciones se hagan viables y
se atenúen los conflictos.
Del descontrol primitivo al límite necesario
En el primer tiempo de la vida, el niño o la
niña, si es deseado por quienes lo reciben y
acogen, es situado como el centro de los
otros. Se convierte en “su majestad el
bebé”, quien dirigiéndose al mundo
también demanda ser el centro, vivencia
necesaria para construir su amor propio y
para organizar su deseo frente a los demás
y frente a la vida.
Al ser el centro quiere todo para él, que sus
pedidos se satisfagan ya, no posee límites
para lo que quiere, es insaciable, le cuesta
trabajo controlarse y que las cosas no sean
como él dice o quiere, exige exclusividad,
inmediatez, características que le dan la
ilusión de ser omnipotente. Cualquier
frustración, desaire o vivencia de desamor
es significada como ofensa a su yo,
También estas son exigencias que vienen
de los otros. Para que sean admitidas
deben ser claras, consistentes, firmes y
cálidas, e insistir en ellas. Aceptarlas,
aunque es un proceso doloroso, le permitirá
al niño vivenciar estas renuncias como algo
distinto a una ofensa a su amor propio.
Asumir ese cambio de postura le favorece
el establecimiento de relaciones más
tranquilas, distintas a las caracterizadas por
la exclusividad, permitiéndole además,
diferenciarse de los otros y crear vínculos
distintos que amplíen los que ha
establecido con sus seres más amados.
Hará posible que intervengan terceros en
las relaciones, podrá establecer lazos de
amistad y dirigirse al mundo externo,
accediendo a normas, exigencias e ideales
sociales.
20
Ese cambio subjetivo también le posibilita
atenuar la intensidad de sus demandas y la
inmediatez de sus exigencias, le facilita su
capacidad de espera, de aplazamiento
de las satisfacciones, de renuncia a lo
imposible. Lo provee de elementos para
hacer frente a las frustraciones sin que estas
se conviertan en algo catastrófico. Le hará
saber de sus propios límites y de los límites
de los otros, de la necesidad de renunciar
a ciertos deseos problemáticos que se
oponen a la convivencia con los demás.
Esto le permitirá dirigirse e interesarse en
actividades valiosas para la cultura,
llamadas sublimatorias, condición subjetiva
necesaria para el aprendizaje y la apertura
al mundo.
Este proceso implica pasar de unas
relaciones voraces, llenas de componentes
asociales, a una postura más social y de
mayor reciprocidad con los otros. Lograr
este paso, en el que inevitablemente hay
conflictos, favorece el amor propio,
necesario para el sostenimiento y
despliegue del yo del niño, condición que
revierte en amor a los demás.
Sin embargo, el amor propio no está libre
de conflicto, se convierte en fuente de
agresividad al buscar restituir heridas
producidas por ofensas al yo.
La agresividad impulsa al sujeto a
recuperar su unidad, su imagen, a
mantener cierto prestigio y reconocimiento
frente a los otros, cuando estos no se
pueden conquistar por otras vías.
Quiebres, dificultades y
posibilidades en el camino recorrido
El proceso señalado no es automático, ni
llega de modo obligado a medida que el
niño crece y madura orgánicamente. Las
características de los otros, de sus
relaciones, de las exigencias que le hacen,
de las normatividades impuestas y
satisfacciones otorgadas, de los atributos
que son situados en el niño(a), inciden en
la facilidad o dificultad para dar ese paso.
El niño interpreta eso venido del otro y toma
una posición al respecto. Sabemos por
ejemplo, que cuando los otros son agresivos
con el niño, puede producir que él también
lo sea o que su respuesta sea una inhibición
dramática frente a la agresión de los otros
o más ampliamente, frente a la vida. Así,
cuando en los otros él ha encontrado la
tiranía responderá de modo similar, o
buscará relaciones que repitan la situación
original, es decir, en donde los otros sean
amos y tiranos con él, adoptando una
postura de sumisión frente a los otros.
Existirán también respuestas de gran temor
frente a los otros o de gran pasividad.
Por otra parte, si aquello que el otro
devuelve en espejo al niño es ante todo su
agresividad, con eso se identificará. Es
decir, cuando en el transcurso de su
construcción un niño expresa su agresividad
y “coge fama” ante los otros de ser alguien
agresivo y sólo así es reconocido (“Claro,
21
En otros niños el mundo externo es vivido
como terrorífico y atacan antes de ser
atacados; son agresivos por el miedo que
los otros les producen. Algunos no pueden
con la culpa de algo que han hecho y la
canalizan a través de manifestaciones
agresivas. Cuando están tristes también se
pueden tornar agresivos.
tenía que ser Juan, él solo sabe pegarle a
los demás”), no tendrá otro modo de
identificarse sino con eso que los demás
ven en él. La forma de vincularse con los
demás, de expresar sus demandas, deseos
y búsqueda de reconocimiento será en
negativo, a través de la agresividad.
Es inevitable que el dolor acompañe la
renuncia a los modos primitivos de relación,
sin embargo, ese drama se acepta y se
tolera más si el niño o la niña logra desear e
interesarse por aquello que el mundo le
ofrece y promete, si consigue identificarse
con los ideales transmitidos, cuando estos
son pacificantes. Es el tiempo en que ellos
están prestos a los saberes que depara la
cultura, transmitidos por la familia, la
escuela, la comunidad: las artes, las
ciencias, la religión, el deporte, etc.
Hay niños a quienes les cuesta más trabajo
aceptar esas renuncias, ya porque los otros
son inconsistentes, confusos y ambiguos al
imponer límites que los menores requieren o
al exigirles renuncias; ya porque lo ofrecido
a cambio no les es atractivo ni amable; o
porque sus vivencias están llenas de
confusión y no saben lo que pasa con ellos
ni con los otros, no es nítido ni tranquilo su
lugar frente a los otros y al mundo, o no es
claro en ellos qué es lo deseable, lo no
peligroso o lo amenazante. Cuando esto
ocurre, ellos prefieren refugiarse en los
modos primitivos de relación.
Por otra parte, hay épocas de la vida o
situaciones que desestabilizan el equilibrio
logrado, y la agresividad es la primera
respuesta al alcance. En la entrada a la
pubertad, por ejemplo, niños y niñas no
saben qué hacer con lo nuevo que
experimentan en su cuerpo, con la
extrañeza de su imagen que se transforma
ante sus ojos, con los nuevos roles exigidos,
con la sexualidad que se reactiva e
intensifica, con la pérdida del lugar seguro
que ocuparon en la infancia, etc. Y esa
confusión se expresa en agresividad.
Los discursos sociales, los ideales e
imperativos de las épocas logran incitar la
violencia o apaciguarla. En la actualidad,
tiempo caracterizado por la falta de
prohibiciones y el poco control de los
deseos, se exalta la violencia. Es una época
en la que impera la individualidad y la
búsqueda de prestigio sin importar arrasar
con los demás. En los juegos y situaciones
que se imponen a los niños a través de la
tecnología (videojuegos, películas, etc.), y
a los cuales ellos se dedican, algunos de
modo exclusivo y en solitario, la violencia es
lo valioso y es el mandato a seguir.
22
omnipotencia . En estos casos se requiere
de ayudas adicionales de los especialistas.
Niños y niñas, inmersos en esas formas de
vínculo social, pueden asumir el ser
agresivo como una cualidad deseable,
como un atributo a través del cual es
temido y respetado, como un modo de
destacarse ante los demás. Más, cuando
este ideal es compartido por su grupo y es
entonces la forma de no ser excluido.
Es indispensable encontrar la significación
de la agresividad en cada caso, ubicar los
motivos de la agresividad de un niño, y solo
lo podremos saber escuchándolo. Así no
tenga claro el porqué de su violencia (en
general es así), permitirle expresarse dará
pistas para descifrar su malestar y para que
pueda tramitarlo de modos menos dañinos
para él y los otros.
Acercarnos a su historia, reconocer cuáles
han podido ser sus experiencias e
interpretaciones, dará elementos para
ayudar a los niños a atenuar su malestar.
Permitir que hablen de sus sentimientos y
también ponerles palabras desde el
exterior favorece la organización de lo
confuso, aliviana aquello que atormenta,
mitiga la angustia, ya que la palabra en el
ser humano posee enormes poderes. Sin
embargo, esto no será suficiente en
algunos casos, principalmente cuando el
niño o la niña, por sus experiencias vividas,
ha quedado atrapado en la satisfacción
que genera la agresividad. Pues la
violencia y la agresividad, además de
portar daño generan satisfacción al
restaurar el poderío yoico y la perdida
Se hace necesario también, interrogar a la
cultura, a sus discursos, a sus prácticas y a
muchas de las actividades que esta
ofrece, que en vez de canalizar la violencia
la incitan y exacerban, llevando a que
niños y niñas queden enganchados al
goce que produce. Al ser esta época de
extremos, de no límites, época que
contribuye al desborde de las pulsiones,
debemos como padres o educadores
estar muy atentos a sus modos de
incidencia en los niños y a actuar situando
los límites necesarios. Límites que cada niño
requiere de modo distinto.
Hablar al respecto es imprescindible.
Hablar entre los padres, entre padres e
institución escolar, y principalmente entre
padres e hijos, entre maestros y niños.
23
PONER EN JUEGO LA PALABRA,
PONER EN JUEGO LO SIMBÓLICO
Claudia López A.
?Qué sucede en la actualidad?
Vivimos una época caracterizada por
acontecimientos que tienen efectos en
nuestras relaciones; uno de ellos hace
referencia a las dificultades de
subjetivación. Es decir, aquello que es
propio y singular en cada ser humano se
diluye en la homogenización colectiva, a la
vez que hay una tendencia excesiva al
individualismo. Esto interfiere en la
socialización llevando a que la tendencia
sea el debilitamiento del vínculo con los
otros. Por otra parte, la intensidad de lo
vivido y los pocos límites frente a lo
deseado hacen que se elija actuar más
que pensar y comprender el sentido y las
implicaciones de los actos. Aspectos que
desembocan en el aumento de diversas
formas de violencia: maltrato físico,
intimidación verbal y corporal.
Estas manifestaciones están presentes en la
institución escolar y expresan parte de los
malestares que aquejan a la sociedad
actual. No es casual que aparezca esta
problemática en los niños, niñas y jóvenes
puesto que son ellos los que se encuentran
más expuestos a la violencia que los
discursos de la época transmiten a través
de la televisión o los videojuegos, entre
24
otros, donde actos agresivos y de gran
hostilidad al otro se ofrecen en forma
continua y reiterativa. Se insiste en la
urgencia de matar, en el desprecio a la
vida, al otro y a sus objetos, en transgredir
los límites para disfrutar a toda costa.
Niño y niña quedan enfrentados ante todo
a la presencia de la imagen y a la premura
del acto, sin que medie la palabra, el texto,
la espera. Quedan expuestos a lo real de la
escena, a su impacto, su crudeza, a la
vivencia misma de la agresividad, que aún
siendo de otros, conlleva satisfacción y
excitación. Situación que muchas veces
puede ser traumática y violenta, dejando
al niño enganchado a esas escenas y
vivencias, que al enlazarse con las fantasías
internas de omnipotencia, puede
convertirlas en propias y en ocasiones
actuarlas como si fueran reales.
El Otro, aquel que ocupa el lugar del
tercero, representado por un adulto, la
familia o el colegio, y que puede ayudar a
regular y encauzar lo que el niño ve y vive,
no siempre está presente. O si lo está, a
veces no tiene capacidad para producir
un efecto de contención que permita que
el niño pueda poner una distancia psíquica
de la escena y logre diferenciar la fantasía
de la realidad, para poner límite a los actos.
Los motivos de la agresividad
Para comprender lo que les sucede a los
niños de hoy es necesario considerar que
la agresividad implica una presión que se
manifiesta en estados emocionales como
la cólera, el temor y la tristeza que no
paraliza. La agresividad disgrega,
despedaza, mina el buen entendimiento,
conduce a la muerte súbita o lenta, rompe
la fascinación del amor, produce
desencanto, causa separación,
desestabiliza, reduce a la impotencia,
desvía, afecta el sentido de la vida y
entusiasma a no pocos con la destrucción
y el estrago.8
La agresividad es el punto común de no
pocos estados emocionales y da cuenta
de lo que hay de concreto en ellos. Es
humana y posee un sentido que puede
comprenderse en el mismo sujeto que
comporta tanto una presión sexual y
agresiva a la que se le pueden dar
respuestas civilizadas o no civilizadas.
Generalmente la cultura anima a las
primeras, pero por sus contradicciones
también incita a la segundas.
La agresividad, así como la sexualidad,
siempre están presentes en el ser humano y
tienden a manifestarse y a satisfacerse.
La presión agresiva toma como objeto a su
rival, al diferente, al enemigo o al más débil.
Es así como estamos ante la presencia de
actos violentos entre los niños de un mismo
grupo o de grupos diferentes o frente a
otros que se presentan como los más
débiles. Además, los grupos fácilmente
construyen enemigos o rivales: aquel que
posee algo distinto, que evoca algo propio
y no reconocido, que produce un desaire y
no logra perdonársele, que gana o que
hace perder, etc., los motivos son
innumerables, a veces muy pequeños.
?Qué podría hacerse en los colegios
hoy?
Se pueden crear grupos de reflexión y
mediación con niños y niñas que propicien
diversas maneras de expresar y controlar la
agresividad y que favorezcan la regulación,
el dominio y sublimación de los impulsos.
Podrá lograrse poniendo en palabras lo
que frustra y molesta. Así, el objetivo ya no
será destruir sino encauzar o cambiar el
rumbo de aquello que hace mal o
produce malestar.
Así mismo, será importante que se
acompañen estos procesos con un trabajo
que aborde el conocimiento, el manejo y
el control del cuerpo. La agresividad, lo
sabemos todos, podrá canalizarse con
actividades regladas que implican
directamente el despliegue del
movimiento, del ritmo y la fuerza corporal,
actividades que poseen un componente
agresivo y despliegan la competencia
regulada, en la que se limita el daño al
sujeto y al otro. Los deportes se sitúan en
esta línea, cuando no son extremos. En las
sociedades orientales, por ejemplo,
deportes como el sumo, el judo
8. Lacan, Jacques. “La agresividad en psicoanálisis”. En: Lacan,
Jacques. Escritos I, México: Siglo XXI editores, 1997.
25
el taekeondo, ponen a luchar los cuerpos
con límites precisos, con normatividades y
rituales claros. También el yoga, el taichi y
otros aprendizajes exigen esfuerzos de
precisión y regulación de movimientos. Las
distintas clases de danzas y actividades
regladas con el cuerpo, operan en este
sentido.
La cultura reposa sobre la renuncia de las
satisfacciones primarias e impone
sacrificios y barreras al sujeto, condición
necesaria para que pueda establecer
vínculos sanos con los otros, que le
permitan desarrollarse y evolucionar.
Así mismo, los actos creativos cumplen esta
función. Estos, en tanto dan la posibilidad
de transformar o construir algo a partir de
material más elemental, de un vacío, le
permiten al niño o al adolescente saberse
artífice, creador de un objeto que puede
mostrar, ofrecer a alguien, o poner a
circular. En esta categoría se ubican no
solo las obras relacionadas con el arte y
con la ciencia sino las distintas actividades
que sean del orden de la construcción más
que de la destrucción, como el tejer, etc.
Entonces, el arte, la dramatización, la
música, el juego, son recursos que permiten
organizar y expresar lo que sucede en la
subjetividad del niño(a).
De otra parte, los niños suelen moderar sus
impulsos y aplacar su actitud agresiva
cuando se les ofrece la posibilidad de
pertenecer a un grupo o a una comunidad
con ideales compartidos (que tomen
distancia de ideales destructivos). Los
ideales que allí pueden encontrar les darán
sentido vital y les permitirán aceptar las
restricciones exigidas.
Tramitar la agresividad implica
transformarla en algo que la concrete en
forma de símbolo. Es darle un sentido al sin
sentido aparente. Es a través de la
simbolización de estos impulsos agresivos y
de someter el deseo a la ley, la ley de la
comunidad, que el sujeto puede acceder
a la norma y a los pedidos e ideales
culturales, poniendo su propio sello.
Es importante reconocer en cada niño con
qué actividades de las que ofrece la
cultura para canalizar la agresividad,
puede engancharse mejor, más cuando se
trata de un niño cuyas respuestas se
caracterizan por ser agresivas.
26
Como ya se expresó, otro de los aspectos
que hacen actuar a los niños y a las niñas
de una manera agresiva es la sexualidad.
Se ha observado que el interés que tenían
los menores por lo sexual en quinto y sexto
grado, aparece ahora en grados
anteriores, en tercer o cuarto grado, como
posible consecuencia de la vida moderna;
pues niños y niñas se encuentran
enfrentados a intensos estímulos sexuales
desde más temprano. De esta manera se
acrecienta el interés por la sexualidad en
un sujeto que todavía posee escasos
recursos para dar cuenta y significado de
lo que sucede en su cuerpo.
Los niños de tercero y cuarto grado
manifiestan sus emociones y relaciones a
través del contacto corporal, haciendo
prevalecer la acción como medio de
expresión. Por esta vía pueden pasar
fácilmente del juego a la agresión.
Así mismo, la agresividad está sostenida
por algunos procesos de identificación que
hemos realizado con las imágenes de
nuestros propios padres con las cuales nos
vinculamos, relaciones que pueden haber
sido protectoras o violentas. Tendemos a
repetir esa experiencia.
deciden dar trámite a su dolor de maneras
más creativas.
Nuevamente se insiste en la necesidad de
la palabra para comprender y elaborar.
Poner a circular la palabra en “grupos de
encuentro” en el colegio, es propiciar el
entendimiento, la contención, el autocontrol, es favorecer que surja el pensar
antes del actuar. La palabra posee en sí
misma una autoridad. La autoridad (cuya
pérdida en ciertos ámbitos, se lamenta en
nuestros días) es aquello implicado en el
acceso a la función simbólica.
La posibilidad de escuchar y de hablar,
permite que tenga lugar el yo y el tú, es
decir, la existencia del sujeto y del otro en
un tiempo y un espacio determinado, en
donde se conecten situaciones presentes
con las pasadas y puedan realizarse
asociaciones. Ello propicia el
reconocimiento de algo de lo que está
atrapado en nuestro saber y en nuestro ser,
que sin saberlo, desencadena
comportamientos que pueden producir
malestar y preocupación social.
Sin embargo, ante experiencias dolorosas
cuando se ha recibido agresión del otro,
también puede actuarse de modo distinto,
por ejemplo, con respuestas de tristeza, de
miedo o sumisión. Ante estas mismas
situaciones también se encuentran quienes
27
SER PADRES, SER MADRES HOY - 2
SER PADRES, SER MADRES HOY - 2
BIBLIOGRAFÍA
CABRERA, Antonia María. “Un caso de violencia infantil”. En: GONZÁLEZ, Nieves y Otros. Clínica de la infancia.
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