los presupuestos filosóficos de las ciencias

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LOS PRESUPUESTOS FILOSÓFICOS DE LAS CIENCIAS
Juan José Sanguineti
Presentado en el IX Simposio Anual de la Fundación “Arché”, Buenos Aires, 4-5 de
noviembre de 1983.
Resumen
Las ciencias, sin merma de su autonomía, poseen de modo implícito nociones y
principios metafísicos, cuya justificación y examen crítico corresponden a la filosofía.
Estos principios no se reducen a “reglas del pensar”, pues implican un verdadero
conocimiento esencial de la realidad; tampoco se confunden con hipótesis científicas
inverificables. Serían “ideológicos” sólo si fueran artificiales, introducidos desde
fuera con intenciones manipuladoras.
Estos presupuestos filosóficos están presentes en las ciencias de modo analógico
y restringido, en proporción a su objeto de estudio, y sobre la base de la experiencia.
El influjo en las ciencias de una filosofía como disciplina desarrollada suele pasar a
través de las repercusiones que ella puede tener en esos presupuestos filosóficos
naturales. En las ciencias humanas este influjo es especialmente operativo.
La perspectiva filosófica, al ser total, permite que el hombre, como desde una
instancia meta-científica, articule y desarrolle de un modo u otro las ciencias,
dándoles un dinamismo y una capacidad de maniobra que el puro formalismo
científico no es capaz de producir.
2
1. Ciencias y filosofía: diferencias
Primera diferencia. Me propongo aquí examinar la cuestión de los presupuestos
filosóficos de la ciencia, esto es, averiguar si esos presupuestos existen de hecho en
algunas o en todas las ciencias, y qué función desempeñan en ellas. Pero antes
convendrá aclarar qué entendemos por filosofía y ciencia (positiva, o particular). En
una primera aproximación, podemos decir que la filosofía considera la realidad, o
algún gran sector suyo (como el hombre) en todos sus aspectos o, mejor aún, en una
perspectiva esencial y por tanto última al menos en la intención, mientras la ciencia
mira sólo un aspecto determinado de las cosas, dejando de lado otras dimensiones. La
filosofía, en otras palabras, va en busca del ser de las cosas, y las ciencias se atienen
sólo a una formalidad: ¿cómo es esto desde tal punto de vista? Este cuestionamiento
supone que las cosas poseen diversas formalidades, modos de ser particulares, y que a
la vez hay en todo una dimensión esencial. Tal dimensión no es una formalidad entre
otras, pues afecta a la cosa como un todo.
Pluralidad de niveles científicos. Conviene precisar el nivel cognoscitivo en que
se mueven las ciencias y la filosofía. No cualquier formalidad es capaz de constituirse
en objeto de una ciencia. Aunque el hecho de enfocar la realidad desde cierto punto de
vista es, en cierto modo, una elección humana, históricamente condicionada, en la
naturaleza hay una base objetiva para las elecciones más eficaces. Una de ellas se
refiere al modo en que las cosas se presentan a nuestros sentidos. Asumiendo la forma
en que nuestros conceptos significan la realidad según su relación con los datos
sensibles, surgen los niveles de inteligibilidad (o grados de abstracción), de raigambre
aristotélica.
En el nivel físico la mente comprende aspectos de las cosas en cuya noción entra
algún elemento sensible, prescindiendo de la individualidad. Las ciencias naturales
usan este modo de abstraer.
3
El nivel matemático capta formas cuantitativas de modo abstracto e ideal, con
independencia de los datos sensibles (salvo el origen primario de esta abstracción). La
estructura cuantitativa se comprende sin la comparecencia de elementos sensibles.
El nivel metafísico considera aspectos no cuantitativos de las cosas que, sin
embargo, son intrínsecamente inmateriales (no empíricos), como ocurre cuando
decimos que algo “es real”, o que “es conveniente”. Dos casos pueden mencionarse
aquí: algunas nociones corresponden a actos psíquicos, sensibles (“ver”) o espirituales
(“entender”), que sobrepasan el ámbito de los fenómenos observables con los sentidos
externos. O bien puede tratarse de aspectos propios de toda realidad, como que algo
sea verdadero, o que tenga un fin, o que sea posible. Son los inteligibles metafísicos,
empíricamente inobservables, que se atribuyen a las cosas en cuando son, o en la
medida en que son (ser causado, ser substancial, ser en acto). Se captan desde la
experiencia, por abstracción esencial1.
Este cuadro es todavía demasiado simple. Aún así, es importante, pues las
dificultades que el cientismo opone a la filosofía quedan más favorecidas con la
ignorancia de estos niveles. Pero en el esquema general indicado pueden surgir
variantes internas de no poca importancia, pues algunas de ellas pueden determinar el
nacimiento de un nuevo punto de vista capaz de fundar una nueva metodología
científica (así como la fusión del nivel físico con el matemático da lugar a la físicomatemática).
Así, en el nivel físico pueden establecerse nuevas inteligibilidades, según las
propiedades que el hombre escoja tomar en consideración: la mecánica capta la
realidad desde el punto de vista de la extensión, el movimiento local y la fuerza; la
biología admite nociones físicas más elevadas, como “crecimiento”, “función vital”.
La admisión de estas nuevas formalidades da lugar a nuevos sentidos de la
1
Cabría añadir otro nivel, tan inmaterial como los dos mencionados: el del conocimiento lógico (nociones como
“raciocinio”, “hipótesis”, “premisa”), producto de la reflexión del hombre sobre sus propias intenciones
cognoscitivas (son las “segundas intenciones”, objeto de la lógica).
4
observación y la experiencia: el biólogo “observa” el crecimiento de una planta, el
etólogo la conducta animal, cosas que para el físico mecánico no serían observables.
Es un error la reducción de una inteligibilidad superior a una inferior.
Lo mismo sucede con los inteligibles “metafísicos”. Ya vimos que una variedad
suya especial son los inteligibles psíquicos. Surgen, en consecuencia, nuevos sentidos
de “experiencia”, respecto a los actos de la sensibilidad interna, o ante los actos libres
del hombre, o los comportamientos sociales, históricos, lingüísticos, etc. Hay, pues,
una inteligibilidad psicológica, sociológica, jurídica, histórica, etc. Los capítulos más
interesantes de la historia de la ciencia se deben, en buena parte, al descubrimiento de
ámbitos propios de inteligibilidad, que aseguran la autonomía de una ciencia y le
abren posibilidades de desarrollo. Si en ocasiones no se produce una “liberación de
inteligibilidad”, si se persevera en una “obstinación reductiva”, muchos campos de la
realidad pueden permanecer ignorados, no investigados o resultar incomprensibles
para el hombre, no porque no se conozcan de ningún modo, sino porque no se
abordarán con un método adecuado.
Hago notar la amplitud de significado de la noción de experiencia. Ver algo
rojo, o ver a un hombre, son conocimientos inmediatos, experimentables. Pero al
concepto rojo le corresponde una sensación visual externa, y en cambio al concepto
de hombre le corresponde una experiencia global más compleja y más alta. Al afirmar
que “esto es real”, “esto es muy bueno”, también nos basamos en la experiencia, pero
no según los módulos en que un científico formaliza la experiencia para que ésta le
diga sólo lo que le interesa. Ahí se toma la experiencia en un sentido más amplio, y
así la inteligencia puede descubrir en la experiencia algo que con una coartación
abstractiva peculiar no podría descubrir. La filosofía realista se basa en la experiencia
(no es una filosofía matematizante), pero en una experiencia más rica y significativa
que la de las ciencias experimentales.
Segunda diferencia entre la filosofía y las ciencias. Queda por relacionar ahora
los niveles cognoscitivos con la filosofía. Por la índole de su objeto, la filosofía opera
5
en el nivel metafísico, sea cual sea su materia de estudio. Al no considerar las cosas
bajo ninguna formalidad peculiar, sino en todas sus dimensiones inteligibles, o por lo
menos al intentarlo, la filosofía se ve obligada a formular juicios metafísicos sobre la
realidad, cuya verdad no se justificará con los criterios de validez de la visión formal
de las ciencias. Por eso, por ejemplo, los juicios de la filosofía de la naturaleza no son
experimentables científicamente, pero sí se basan en la experiencia intelectual, o en la
reflexión filosófica sobre las experiencias científicas. Los juicios filosóficos penetran
en los niveles físicos, matemáticos, etc. (como hace la filosofía de la física, de la
matemática, etc.), pues la filosofía busca iluminar las realidades contempladas por las
ciencias con principios metafísicos, en la medida en que esto sea posible. Y algo
análogo sucede con la filosofía del hombre y las ciencias específicas humanas
(psicología, sociología).
Para saber si un juicio pertenece a la filosofía o a una ciencia particular, de
ordinario no basta identificar su nivel de inteligibilidad. Frases como “los cuerpos se
mueven”, “el animal tiende a autoconservarse”, “la justicia exige restituir lo robado”
pueden intervenir tanto en la filosofía como en las ciencias, pero con diferentes
funciones. Lo que cuenta es el horizonte de principios con que se trabaja, en función
de tal o cual inteligibilidad. Una ciencia puede usar conocimientos obtenidos o
justificados en otros niveles. Aún así, si los asume, se ve que la restricción de una
ciencia a su horizonte de inteligibilidad no es una cerrazón. El hombre, “animal
metafísico”, es capaz de sobrepasar las limitaciones formales de las ciencias
particulares.
2. Los presupuestos filosóficos metacientíficos e intracientíficos
La situación actual. Ahora ya tenemos desbrozado el terreno para abordar el
tema de los supuestos filosóficos de las ciencias. Principalmente entiendo estos
supuestos no en el sentido de una filosofía disciplinarmente desarrollada, sino de una
6
visión filosófica espontánea o implícita en el pensamiento humano2. El caso más
obvio es el del presupuesto universalmente válido de que toda ciencia constituye un
conocimiento del mundo o de una realidad independiente del hombre. Esto parecerá
claro desde el punto de vista científico, pero para la filosofía es relevante, pues
representa una primera “intromisión” de conocimientos metafísicos en el interior de
las ciencias3.
Contra lo que acabo de decir se levanta la tradición crítica de la filosofía
europea, que desde Kant se ha elaborado con frecuencia como una “filosofía de los
formalismos científicos”, es decir, ha teorizado con sutileza lo que antes he llamado
“obstinación reductiva”, intentando a veces afianzarla con una curiosa reflexión de la
ciencia sobre sí misma, que impidiera la superación de su punto de vista peculiar. Si
esto fuera verdad, no sería posible semejante reflexión, pues juzgar sobre una
perspectiva particular puede hacerse sólo desde una perspectiva externa más alta. El
empirismo lógico, llevando a cabo una operación contradictoria, usó un poco de
metafísica para prohibir el uso de toda metafísica (como la escalera que el primer
Wittgenstein arroja tras haberse servido de ella).
Detengámonos por un momento en las circunstancias históricas de este
problema. En el siglo XIX, época en que las ciencias particulares ya se desarrollaban
con gran vigor, no era raro que los conocimientos científicos se elaboraran con una
buena carga de convicciones metafísicas, bastante al descubierto. Aunque fuera sólo
porque se pensaba que ese punto de vista particular no era tal, sino que era toda la
verdad, automáticamente con esto se hacía de una ciencia particular una filosofía, una
visión esencial del mundo. La física mecánica, por ejemplo, llevaba adherida con
frecuencia una filosofía mecanicista. Los historiadores dependían a menudo de “ideas
preconcebidas” de carácter filosófico, ideológico, cultural (por ej., la idea de
2
El lenguaje natural contiene una metafísica espontánea: cfr. Hermann Weidemann, Metaphysik und Sprache,
Alber, Freiburg-München 1975, p. 13.
3
Cfr. A. Einstein, Maxwell’s Influence on the Development of the Conception of Physical Reality, en “James Clerk
Maxwell: A Commemoration Volume, 1831-1931”, Univ. Press, Chicago 1931, p. 66.
7
progreso), y algo análogo tenemos en la economía de Marx. En el siglo XX, en
cambio, las ciencias particulares se volvieron más críticas. Al someterse más
estrictamente a las condiciones impuestas por sus métodos, se depuraron de lo que a
veces se consideró como “una ganga filosófica”, alcanzando a la vez más conciencia
de sus límites4.
Este fenómeno fue un avance, aunque a la vez tuvo repercusiones negativas.
Fue un avance porque esos “presupuestos filosóficos” de las ciencias decimonónicas,
que ahora solemos ver como demasiado “dogmáticas”, con frecuencia eran filosofía
inadecuadas, cuando no ideologías5. Las repercusiones negativas fueron una mayor
acentuación de la postura positivista y cierto alejamiento de la ciencia respecto a la
realidad. Es la situación característica de los principios del siglo XX, cuando la
ciencia empieza a definir mejor sus métodos y lo que de éstos cabe esperar,
desvinculándose de supuestos filosóficos y colocándose en una posición
“filosóficamente neutral”. Sí, cabe trabajar así, y pueden sobrevenir resultados
científicos apreciables. Pero hasta cierto punto, pues no se puede prescindir de toda
idea filosófica6.
Las ciencias han descubierto, además, que trabajan con “supuestos
metaempíricos”, que al menos se asumen como hipótesis fundamentales. De entrada,
el supuesto metaempírico de someterse a cierto rigor metodológico, que no puede
justificarse dentro de ese mismo método, pues él es precisamente su fundamento.
Los principios metaempíricos no son siempre conocimientos filosóficos. Para
serlo, debería tratarse de convicciones acerca de la estructura de la misma realidad, en
sus aspectos esenciales. A veces los presupuestos a que ahora aludo son, más bien,
“hipótesis científicas”, hipótesis no empíricas porque no son directamente
verificables, aunque por su contenido corresponden al ámbito temático de la ciencia.
4
Cfr. M. Hesse, The Structure of Scientific Inference, Univ. of California Press, Berkeley y Los Angeles 1974, pp.
285-290.
5
Cfr. Józef Zycinski, Alla ricerca di un nuovo paradigma, “Il Nuovo Areopago”, n. 2, Bologna 1982, pp. 84-88.
6
Cfr. P. Boutang, Ontologie du secret, Puf, París 1973, p. 159.
8
Así, la física puede trabajar sobre la base de hipótesis relativas a la naturaleza de las
fuerzas gravitatorias o electromagnéticas, o sobre el carácter evolutivo de las especies
(así como la antigua astronomía se basaba en la perfección del movimiento circular, o
la mecánica de Newton presuponía las nociones de tiempo y espacio absolutos).
Puede que alguna de esas hipótesis tengan una procedencia histórica de ideas
filosóficas (el atomismo científico puede tener alguna vinculación con los antiguos
atomismos filosóficos), pero esto no es necesario y es más bien accidental. Reducir
los presupuestos filosóficos de las ciencias a hipótesis preliminares o a vagas
intuiciones que más tarde, al adecuarse a cánones científicos, adquieren validez, es
tener una idea muy limitada del conocimiento filosófico.
Tampoco han de buscarse las bases filosóficas del saber científico en los
eventuales principios axiomáticos. Aunque éstos podrían acoger en algún caso alguna
tesis filosófica, normalmente tienden a delimitar mejor las restricciones del
pensamiento científico en cierta área, para potenciar así su formalismo característico.
Es así como determinan conjuntos de entidades dotadas de propiedades y relaciones,
estableciendo una “ontología formal” que será el universo de discurso de una ciencia7.
Hoy es corriente, por otra parte, detectar las nociones teóricas de las ciencias,
irreductibles a la observación. ¿Puede haber aquí algún elemento filosófico implícito?
Es posible, pero sólo en el sentido de que esas entidades teóricas de las ciencias
pueden tener (o no) un referente en el mundo real, con lo que así se plantea el
problema de la interpretación ontológica, o meramente epistémica, de las nociones
teóricas que forman parte de las objetivaciones de las ciencias.
Los presupuestos que buscamos. Pero vayamos de modo más directo a los
auténticos presupuestos filosóficos de las ciencias. Los encontraremos no sólo en la
visión personal del hombre de ciencia, sino como un requisito objetivo para la
comprensión de los mismos principios científicos. En primer lugar podemos
7
Cfr. J. Ladrière, I rischi della razionalità, Sei, Turín 1978, pp. 40-41.
9
mencionar ciertos conceptos metafísicos que la ciencia asume de modo restringido y
analógico, incluso con definiciones operativas. En las ciencias comparecen nociones
como cosas, entidades, individuos, propiedades, relaciones, acciones, potencia
pasiva, nociones no empíricas y que no pueden verse simplemente como
“construcciones teóricas”. No tiene importancia que estos conceptos tengan un uso y
un significado algo oscuro, y que la ciencia los emplee de modo “recortado”, o algo a
priori, para evitar discusiones filosóficas, y para adecuarlos a su objeto de estudio.
Además, algunas nociones científicas presuponen al menos algún concepto
metafísico, como la noción de energía presupone entender de algún modo la acción y
la potencia física. En definitiva, las ciencias poseen de modo implícito nociones
metafísicas, no lógicas, cuyo estudio directo hace surgir la tarea filosófica. Si se dijera
que estas nociones son algo así como categorías kantianas, eso ya sería una
interpretación filosófica, no algo que se concluye de suyo desde la ciencia.
Algo parecido ocurre con los principios. Las ciencias naturales, por ejemplo, no
podrían trabajar prescindiendo del principio de causalidad, que mueve la entera
investigación de la naturaleza. Pero la causalidad se comprende en la física de un
modo restringido, de modo que un estudio metafísico de la misma requiere una
purificación semántica del concepto (a veces sugerida por la misma evolución de las
ciencias). La prueba de esta presencia de elementos filosóficos en la comprensión
científica, estimulante para la investigación, presencia notoria quizá más en el
dinamismo “real” de las ciencias que en sus simples presentaciones sistemáticas, es la
cantidad de discusiones filosóficas que suscitan. La intervención de la filosofía no se
ha de ver aquí, por otra parte, como una aplicación deductiva “desde fuera”, sino más
bien como el suscitarse inductivo de planteamientos y elementos filosóficos en el seno
mismo de las ciencias8.
8
Cfr. S. Jaki, The Relevance of Physics, The Univ. of Chicago Press, Chicago y Londres 1966, p. 343.
10
Ahora voy a añadir una serie de matices a lo dicho. Pretendo ver el modo en que
la filosofía puede influir en el saber científico:
1. A veces se dice que la ciencia es neutral ante las diversas interpretaciones
filosóficas (un físico no cambiaría por el hecho de ser aristotélico, kantiano,
hegeliano). Esto es verdad en parte, a causa de la autonomía de las ciencias respecto a
la filosofía. Los conocimientos filosóficos no llegan a los detalles formales que
interesan a las ciencias. Saber que la realidad existe no implica conocerla en sus
principios particulares9. Sin embargo, ese conocimiento metafísico es importante, no
trivial, y está contenido en todo conocimiento particular. La interpretación filosófica
en principio no altera las estructuras internas del formalismo científico, pero sí puede
afectar a las ciencias “desde fuera”, impulsando más o menos, en un sentido u otro, su
propio desarrollo. Además, el influjo de la filosofía como disciplina en las ciencias
suele ser mediato, a través de la interpretación que se dé a los presupuestos filosóficos
naturales de las ciencias. A veces, si una filosofía es inadecuada, su posible influjo
negativo en la ciencia puede ser neutralizado, porque el hombre no se desembaraza
nunca de los conocimientos metafísicos elementales (por ej., aunque un científico
“aprendiera” a negar filosóficamente la causalidad, en la práctica tenderá a
comportarse “como si” la causalidad existiera).
2. En las ciencias naturales y matemáticas la comprensión esencial de sus
objetos es menor, y menos urgente. Por eso es más difícil que una determinada
filosofía pueda aplicarse a una ciencia natural positiva. Pero la filosofía sirve aquí
sobre todo para la comprensión de lo que se conoce científicamente. Una filosofía
inadecuada, o ausente, repercutiría en la comprensión personal que el físico o el
matemático tendrá de su campo de estudio, aunque esto no afecte al detalle de sus
investigaciones.
9
Cfr. P. Duhem, La théorie physique, Chevalier et Rivière, París 1906, pp. 5-24.
11
En las ciencias humanas se da una mayor comprensión esencial de su objeto.
Por eso las interpretaciones filosóficas pueden afectar a ciertos niveles elevados de las
ciencias humanas, en los que se aventura un conocimiento más esencial, lo que
repercute en la orientación de las investigaciones empíricas. No ven del mismo modo
a la economía un marxista o un liberal. Aún así, las ciencias humanas tienen márgenes
de autonomía: no están penetradas “totalitariamente” por la visión filosófica. No todo
“es ideológico” en las ciencias humanas, como pretenden algunos autores. A veces
ellas pueden tener conocimientos particulares valiosos, separables de la interpretación
filosófica en cuya atmósfera puedan haberse obtenido. Un historiador hegeliano puede
realizar investigaciones históricas interesantes, aunque a cierto nivel interpretativo su
postura filosófica le influirá de un modo decisivo.
Son relevantes aquí también las omisiones filosóficas indebidas. Por ejemplo, la
ciencia humana elaborada con criterios conductistas dará una imagen empobrecida del
hombre. Normalmente sucede que un formalismo abstracto de la ciencia se toma
como total, y así la ciencia particular se ha hecho una visión filosófica, por no
reconocer su parcialidad.
3. Los presupuestos filosóficos naturales de las ciencias son verdaderos, y los no
verdaderos no son naturales, en mi opinión. Es decir, si un científico trabaja con
presupuestos filosóficos como el idealismo, o el materialismo antropológico (por ej.,
negando la libertad humana), al final acabará con una interpretación filosófica de la
ciencia, o de lo que ella estudia, forzada y hasta violenta (es violento interpretar la
historia sin creer en la libertad humana).
Es frecuente que el formalismo científico suscite un tipo de filosofía
reduccionista, pues el hombre tiende a veces a tomar como total lo que es parcial,
quizá por dar demasiada importancia a su especialidad, o por ignorar la frecuentación
de otras experiencias, en otras dimensiones distintas de las suyas. El reduccionismo
puede, per accidens, alentar el desarrollo de una ciencia (tomada con la pasión con
que se asume una filosofía), pero también fomentará, por desgracia, las consecuencias
12
negativas a las que ese reduccionismo se verá abocada (por ej., una visión inadecuada
del hombre).
Veamos un ejemplo concreto. En una obra de divulgación científica, el
astrónomo Fred Hoyle escribe: “la inteligencia surge de la competición agresiva.
Inteligencia y agresividad se encuentran unidas inevitablemente por los mecanismos
de la evolución biológica. Cualquier animal inteligente en la galaxia debe ser agresivo
y se debe encontrar en algún estadio de la evolución con situaciones sociales como las
que actualmente amenazan a la especie humana. Por lo tanto, inevitablemente la
inteligencia contiene en sí misma la semilla de la autodestrucción” 10.
Este párrafo parece basarse en una supuesta inducción (falsa), en virtud de la
cual “la inteligencia surge de la competición agresiva”, y llega a la exagerada
conclusión de que “la inteligencia lleva en sí misma la semilla de la autodestrucción”.
Estas afirmaciones, ¿son filosóficas o científicas? Para ser científicas, deberían
remitirse a ciertos cánones formales de carácter biológico, etológico y psíquico, que
permitan que entren en juego nociones inteligibles como inteligencia y agresión.
Estos cánones no están hoy definidos.
Por su carácter esencial y total, desde luego, esas frases se colocan en un plano
filosófico (“filosofía de la inteligencia”). No son el resultado de una investigación
científica, aunque sí podrían guiar a muchas investigaciones científicas. Se podrá
decir que esos principios son como “hipótesis de trabajo” de la ciencia, sugeridas por
algunas experiencias. Pero en todo caso esas hipótesis se diferencian muy poco de los
principios de una filosofía de la vida y de la mente. Una real investigación científica,
si estuviera mejor interpretada, acabaría por destruir el valor de esas afirmaciones
hipotéticas, que realmente no son más que extrapolaciones indebidas.
Una psicología filosófica de línea aristotélica diría al respecto: la agresividad es
sólo un aspecto de la vida tendencial animal. La “inteligencia animal” no se identifica
10
F. Hoyle, Iniciación a la astronomía, H. Blume, Madrid, p. 137.
13
con la agresividad. Pero la inteligencia animal se ve favorecida por los impulsos
agresivos, que la estimulan, la agudizan, la desarrollan. Lo mismo no puede decirse
sin más matices del hombre, a causa de su dignidad personal. Su inteligencia y su
agresividad pueden interactuar, pero en otro plano y en unión con otras dimensiones.
No pueden homologarse a la conducta de los animales irracionales.
En definitiva, las frases citadas son un ejemplo de introducción en la ciencia de
una visión ciertamente filosófica, no avalada por la ciencia misma, pero de una
filosofía muy insuficiente (la “ideología” que reduce la vida a mera lucha
competitiva). En cuanto al científico que quiera investigar en la vida animal y
humanas prescindiendo lo más posible de las interpretaciones filosóficas, cabe decir
que probablemente se quedará a un nivel empírico fragmentario, inconcluyente, y que
siempre estará tentado a dar una interpretación de fondo. En este caso, lo mejor es que
plantee una filosofía no reductivista, que no sale de la pura ciencia, sino de la
reflexión intelectual sobre la realidad que conocemos con ayuda de las ciencias y con
la experiencia personal.
4. Otra vertiente en que el conocimiento filosófico repercute en las ciencias es
más personal que “objetivista”. El científico, al realizar su trabajo, no puede dejar de
lado una visión completa de la realidad, por muy imperfecta que ésta sea, y por
muchos condicionamientos culturales que puedan afectarla11. Esta visión supracientífica da sentido a los conocimientos científicos, pues permite comprenderlos
como tales y situarlos en el contexto de la realidad total, a la vez que hace posible
conectarlos con los objetos de la experiencia ordinaria o con los de otras ciencias. De
este modo, el científico usa la visión restringida de la ciencia particular , así como un
individuo puede emplear instrumentos de observación en el contexto de su percepción
total, o como nosotros usamos habitualmente nuestras abstracciones en juicios
esenciales y más totales sobre la realidad. En nuestra conducta humana en el mundo
11
Cfr. A. G. Van Melsen, The Philosophy of Nature, Duquesne Univ., Pittsburgh 1954, pp. 16-17.
14
normalmente nos atenemos a una suerte de combinación entre la visión filosóficonatural y la perspectiva científica que poseemos. Son complementarias. La
perspectiva filosófica permite que el hombre, como desde una instancia
metacientífica, articule de un modo u otro a las ciencias, las desarrolle, las aplique, y
les dé, en definitiva, un dinamismo y una capacidad de maniobra que el puro
formalismo, más estático, no es capaz de producir.
Los principios filosóficos operantes en las ciencias son pocos, pero son
efectivos. No se reducen a “reglas del pensar”, a “criterios metodológicos”, sino que
implican un verdadero conocimiento esencial de la realidad, cuya justificación y
examen crítico competen a la filosofía. Estos principios degenerarían en “ideología”
sólo si fueran falsos o por lo menos artificiales, es decir, si no surgieran de la
experiencia, sino que fueran introducidos desde fuera con intenciones manipuladoras
(como cuando alguien se sirve de la ciencia para hacer propaganda política).
Algunos ven las instancias supracientíficas que influyen en las ciencias como
una forma de “mitología”12. A veces se pretende así superar el cientificismo, pero
entonces parece que se sigue viendo en la ciencia la sede exclusiva del conocimiento
racional (el mito, aún didáctico como el mito platónico, es una forma extrarracional
del pensamiento)13. Pero el conocimiento filosófico posee su propia racionalidad, más
alta que la científica14. Puede suceder que el científico, acostumbrado a razonar según
cánones restringidos del pensamiento, experimente una especial dificultad para
moverse ágilmente en el marco de la objetividad filosófica. Pero en la evidencia y
verdad de esta última reposa la validez racional del saber científico. Concluyo
subrayando la conveniencia de que hoy las ciencias se abran más decididamente a la
metafísica.
12
Cfr. R. Kögerler, An den Grenzen der Aufklärung, “Die Presse”, Viena, 4-5 junio de 1983, p. 1 (supl. lit.).
Sobre la caída de la racionalidad científica, cfr. H. Skolimowski, Racionalidad evolutiva, Cuadernos Teorema,
Valencia 1979.
14
Sobre la razón sapiencial, razón científica e intelecto, cfr. J. Cruz Cruz, Intelecto y razón, Eunsa, Pamplona
1982, pp. 111-128.
13
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