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¿Por quién doblan las campanas?
¿Por quién doblan las campanas?
La Iglesia ha perdido el contacto con la realidad y es incapaz de aceptar la pérdida de sus privilegios.
J.A. Martín Pallín
Monseñor Cañizares, príncipe de la Iglesia y alto cargo Vaticano, nunca ha tenido dudas: Las campanas doblaron y
seguirán doblando solo por los vencedores.
La Iglesia jerárquica siempre tuvo la habilidad de ajustarse a los intereses dominantes. Ha demostrado, a lo largo de los
siglos, una cierta alergia a la democracia y ha sabido convivir, sin mala conciencia, con las más siniestras dictaduras.
DESDE SU orígenes se puso en pie de guerra contra la Segunda República. Cuando los militares golpistas se rebelaron
contra el orden constitucional no dudaron en ponerse fervorosamente a su lado cubriéndolos con el manto de la Cruzada.
Su alineamiento coincidió en el tiempo con unos movimientos obreros mayoritariamente agrarios e incipientemente
industriales atraídos por doctrinas en boga que predicaban la revolución proletaria y abominaban de la democracia
liberal a la que identificaban con las insoportables desigualdades que les tocaba vivir a diario. El levantamiento militar
esta vez no era para restaurar una dinastía monárquica, su objetivo era instaurar un régimen totalitario a imagen y
semejanza del nazismo y el fascismo.
Los militares golpistas diseñaron una política de exterminio cuyas directrices las plasmaron por escrito sin rubor en
numerosos documentos. La caravana de la muerte que tan certera y trágicamente relata Francisco Espinosa en su libro
del mismo titulo es el modelo que después se implantaría en toda España, prolongándose mucho mas allá de la victoria
militar.
El ejército sublevado era recibido en los pueblos ocupados con redobles jubilosos de campanas volteadas por el cura de
la localidad. Los moros mercenarios se sentirían desconcertados ante el entusiasmo de los que tras ocho siglos de
reconquista los recluyeron en la zona de Marruecos donde siguieron sufriendo el dominio español. Los atrapados, con el
temor marcado en el rostro, fueron entregados para su ejecución sin formación de causa. Se los llevaron a las tapias del
cementerio. En la plaza del pueblo se escuchaban las descargas de los fusiles y el silencio de las campanas.
Algunos curas tocaron jubilosos las campanas al sentirse seguros de su suerte, otros también pudieron tañerlas porque su
cercanía a los vecinos y la preocupación por sus problemas les había salvaguardado de reacciones airadas. Unos pocos
conscientes de su posición privilegiada evitaron que muchos fuesen fusilados. Mientras la muerte y la desolación
arrasaban nuestro país las campanas seguían sin doblar por todos los muertos. El día de la victoria todos los
campanarios lanzaron sus espadañas al viento. Los vencedores añadieron la muerte cruel, selectiva e inmisericorde a los
que habían sobrevivido. Los que no fueron ejecutados, después de parodias judiciales, les esperaba el campo de
concentración o el exilio. Las matanzas no cesaron pero las campanas seguían sin doblar. El general vencedor era
recibido por la Iglesia con las campanas al vuelo, los brazos en alto y los palios serviles, pero las campanas seguían sin
doblar por los vencidos. El ritual de la misa incluía plegarias por su salud y eterna vida. Los púlpitos resonaban en
alabanzas al salvador de la verdadera y única España.
Más tarde de lo deseable llegó la Constitución. Los valores democráticos, por los que muchos de los vencidos habían
luchado, comenzaron a implantarse no sin reticencias o cautelas. Las homilías del cardenal Tarancón no sirvieron para
que la Iglesia, que se había volcado en favor de los vencedores, iniciase un periodo de reflexión. Perdido parte del poder
terrenal decidieron utilizar el fantasma de la excomunión contra los políticos que sacaron adelante el divorcio o la
recortada ley de la interrupción voluntaria del embarazo. Inasequibles al desaliento se han alzado contra la educación
para la ciudadanía oponiéndose a que los jóvenes conozcan la historia de la conquista de los derechos humanos y lo que
significa su implantación para la convivencia pacífica y democrática.
EL CARDENALCañizares, desde hace tiempo, mantiene que no es necesario ningún milagro para beatificar a los que
murieron, según su peculiar visión, por odio a la religión. Ignora el ilustre prelado que nunca la guerra civil fue una
guerra de religiones. Ignora también, ignora tantas cosas, que los vencedores fusilaron a sacerdotes vascos. ¿Fue
también por odio a la religión, monseñor?. Lo último y lo que queda por llegar lo sabemos o nos lo imaginamos.
Monseñor Martínez Camino ha justificado la beatificación tardía no como una obligación incumplida. Curiosa
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obligación que tanto ha podido demorarse desaprovechando la oportunidad de que el fasto de los vencedores hubiera
contribuido a la magnificencia oficial del la ceremonia.
No creo que el problema de la Iglesia oficial del presente sea el anticlericalismo o la "cristofobia". Tiene raíces mas
profundas. Han perdido el contacto con la realidad y son incapaces de aceptar la pérdida de sus privilegios y la
imposición coactiva de sus dogmas.
Pueden leer el prólogo de la novela de Ernest Hemingway ¿Por quién doblan las campanas?: "La muerte de cualquier
hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente nunca preguntes por quién doblan las
campanas; doblan por ti". Un esperanzador mensaje de quien puso fin a su vida sin importarle los anatemas.
José Antonio Martín Pallín: Magistrado emérito del Tribunal Supremo
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