E T I C A

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
MINISTERIO DE LA DEFENSA
EJERCITO
ETICA
MORAL MILITAR
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INDICE
CAPITULO Y TEMA
CAPITULO I. Adoctrinamiento profesional. educación
moral. los cuadros de oficiales y clase
CAPITULO II. El Jefe.
CAPITULO III. La guerra en sus relaciones con la
psicología y la moral.
CAPITULO IV. Factores de deterioro y mejoramiento
de la moral.
CAPITULO V. Detención de los cuadros.
CAPITUILO VI. Las perturbaciones de la guerra.
CAPITULO VII. Las fuerzas morales en la guerra.
CAPITULO VIII. Estudio psicológico del combate
moderno.
CAPITULO IX. Las multitudes y la tropa.
CAPITULO X. La moral – el Ejército moderno.
CAPITULO XI. La educación moral.
CAPITULO XII. Educación e Instrucción militares.
PAGINAS
1 – 18
19 – 32
33 – 41
42 – 45
46 – 49
50 – 57
58 – 69
70 – 90
90 – 100
101 – 108
109 – 114
115 - 121
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CAPITULO I
ADOCTRINAMIENTO PROFESIONAL EDUCACION MORAL
LOS CUADROS DE OFICIALES Y CLASES
1 -El Ejercicio del Mando por el Oficial.
El oficial esta consagrado a la función militar, su deber es dedicar su persona.
Voluntariamente y en Absoluto, a las tareas que corresponden la misión del Ejercito El
mando que ejerce es Impersonal, y no deberá usarlo, jamás, para satisfacer sus intereses. Deberá
ver en sus jefes, en sus subordinados y en sus iguales, colaboradores suyos en el cumplimiento
del deber, con quienes esta obligado a prestar ayuda leal y apoyo constante no pudiendo
engañarlos, abandonarlos ni desconocerlos. sin incurrir en traición.
ProfesionaI del deber militar y Jefe de unidades en el conjunto de la nacían en armas, el
oficial, está obligado a demostrar Capacidad y Seguridad en el mando que se le ha confiado con
relación a los demás Integrantes del Ejercito tiene que desarrollar el Sentimiento del Deber, la
Abnegación, la Disciplina, el Honor, la Valentía y el Espíritu Militar.
El Oficial ejerce la función de mandar: de modo que pierde tal condición si deja de
emplear su autoridad. Toda facultad que permanece inactiva, se debilita al dejar de mandar el
Oficial se transforma progresivamente, según las nuevas ocupaciones que lo embarguen,
adoptando el aire de un apaciguador; trata entonces de encontrar en los papeles o en los
reglamentos, los medios de su orientación pierde el sentimiento de la fuerza especial que debe
animarlo en tiempo de guerra, y, el día en que de nuevo se te dé el mando de tropas, carecerá de
condiciones para el mando militar.
Por otra parte cuando el oficial conserva el carácter del mando, pero sólo ejerce una
acción limitada a una unidad muy pequeña o insuficientemente organizada, que no de idea de
una unidad real de guerra, sus facultades de mando también se extinguen. La desorganización se
produce cuando el poco efectivo disponible, le impide reunir a su Unidad ejercer el gobierno de
esta, la cual constituye el verdadero mando en tiempo de paz, Lo cual produce, su efecto para la
unidad y continuidad de la acción.
Los mismos inconvenientes se producen cuando el Oficial no hace uso de la Iniciativa
Inteligente en el cumplimiento de las ordenes; esto trae como resultado que los subalternos no
tomen con ahínco el deseo de alcanzar sí fin perseguido y crean que nada puede reprochárseles
desde el momento que han ejecutado estrictamente las órdenes recibidas o tomando los
dispositivos tácticos marcados por el reglamento.
En consecuencia, es indispensable que el Oficial Ejerza íntegramente el Mando que le
confiere su grado sin disminución, ni restricción de ninguna especie, única forma de cumplir a
conciencia su pesado deber militar.
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La manera de conducirse en el ejercicio del mando depende del carácter y del
temperamento del Oficial, no pudiéndose dar en este aspecto sino consejos generales, lo primero
es que el Oficial no debe imaginar que su prestigio aumenta manteniendo sus subordinados a
distancia; tratándolos no como seres inferiores: todos son iguales ante el deber común; es mas,
puede suceder que algunos de los clases o soldados puedan tener superioridad intelectual o social
a la suya. Además procediendo en tal forma no Despierta confianza y simpatía en el personal.
El Oficial no debe caer en el extremo opuesto, EL Oficial tiene que tratar a sus soldados
con benevolencia y cordialidad pero no incurrir jamás en familiaridad.
2.
El dominio de Sí mismo.
Tanto en sus funciones educativas en tiempo de paz, como en la conducción de la tropa
en la guerra, el Oficial necesita poseer serenidad y dominio sobre sí mismo, tanto respecto a
sus superiores como de sus subordinados.
Si el Oficial llega a encontrarse a la orden de un Jefe que hace del mando una cuestión
personal, que se irrita a cada paso y que es presa; de emociones violentas, debe tomar
inmediatamente la actitud de servicio en la forma más natural, que lo presenta anta su superior
como sujeto a la función que lo cubre y respalda.
El Oficial tiene que cuidarse da no aprovechar ninguna situación para hacer resaltar los
errores del jefe, porque así cometería una falta mayor; si está en el derecho y en el deber de
proteger la dignidad de su grado, carece de toda razón para demostrar hostilidad o
apariencia de hostilidad hacia el superior.
Cuando un Jefe hable con dureza, el Oficial no debe demostrar humillación sino mirarlo
de frente, con lealtad, rehusando absolutamente salirse de su función con la actitud de un hombre
que solo espera órdenes y a quien nada importa lo demás.
Una de las más duras pruebas a que puede estar sometido un Oficial, consiste en
soportar correctamente un reproche en presencia de la tropa. Es entonces cuando sufre
intensamente y se revelan su amor propio y su dignidad personal, y cuando el respeto y el amor a
la disciplina le hacen intolerable ver como se rebaja públicamente la autoridad que inviste. Pero
si el Oficial sabe tener dominio sobre sí mismo, pueda llegar a soportar, sin humillación ni
indignidad, el choque de la reprimenda. Si esta es injusta y el se ha hecho digno del mando, es
seguro que a pesar de todo, conservará el respeto y la simpatía de su trepa.
Si en circunstancias críticas el Oficial llega a verse dominado por la cólera, el temor o el
resentimiento, debe pensar que sus palabras y sus actos pueden escapar a su control. Por
consiguiente, esta obligado a observar una actitud impasible a expresarse mesuradamente y a
hacer y decir lo que su función le determine, con claridad, tranquilamente, como sino sucediera
nada más.
Principalmente, para ejercitar actos represivos, es necesario tener una serenidad
plena. Si se encuentra frente a una grave falta a la subordinación, a la disciplina o a los
elementos de fuerza de su unidad; si se comprueba que sus órdenes son desobedecidas y que un
inferior suyo hace fallar sus disposiciones, el Oficial debe poner su acción, tranquila y
metódicamente, sus facultades represivas, poro con la mayor imparcialidad, reflexión y
aplomo.
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3.-
La Educación por el Ejemplo y la Acción,
El Oficial es el espejo de su tropa; por consiguiente, para estar a la altura de un
educador, es indispensable que practique personalmente todas las virtudes que trata de inculcar al
soldado, siendo forzoso, por lo tanto que estas se aniden previamente en su corazón: y. si por
excepción carece de alguna, debe abrigar la firme voluntad de adquirirla por su autoeducación.
Nada puede ser más inmoral que predicar virtudes que no se practican. El Oficial.
por el respeto que se debe a sí mismo, por la majestad del Ejercito, por el decoro del uniforme
que viste, está obligado a dar ejemplo a su tropa en la forma más ostensible
Para que su autoridad se imponga en circunstancias criticas, el Oficial debe estar
convencido del valor que desempeña en la sociedad, dando ejemplo de ponderación en toda
circunstancia.
El ejemplo dado por el Oficial en las manifestaciones exteriores de respeto y en la
expresión de sus sentimientos para con la bandera, el Jefe, los camaradas y las inferiores, son
más eficaces, desde el punto de vista educativo, que las conferencias más elocuentes, puesto que
caracterizan así, con demostraciones prácticas externas, las ideas y sentimientos que la
palabra no basta para inculcar. Esas manifestaciones y procedimientos, deben ser mesuradas, sin
pompa y sin ruido significativas, que imprimen a la vida militar el sello de dignidad que la
ennoblece. El oficial debe imprimir a su labor el carácter de una acción metódica, sostenida e
incansable, cuando da una orden no debe repetirla con frecuencia, sino hacerlo una vez
solamente; en forma clara e inequívoca, verificando su ejecución. Al principio, este sistema le
pondrá en evidencia que muy poco ha quedado de sus ordenes; pero entonces, haciendo uso de
energía, enseñará a sus inferiores a cumplirlas de manera más segura. Es así como funciona
normalmente la organización militar, y no interviniendo personalmente a cada instante.
Para que sus inferiores se interesen en conseguir los resultados que se propone, el
Oficial debe invocar en toda forma su colaboración, dándoles autoridad y responsabilidad,
interrogándolos acerca de su manera de ver las cosas, explicándoles el objeto perseguido y
mostrándoles las consecuencias que pueden acarrear la inercia, la carencia de iniciativa la
indecisión, la debilidad de carácter y la falta de conciencia.
Por ultimo, el Oficial debe estudiar su función, comprender que es un deber y
consagrarse completamente a ella, haciendo tabla rasa de los intereses, pasiones y apetitos
personales. Adquirido este resultado, no le resta sino actuar con el ejemplo, energía y lealmente
mostrar su actitud y sus palabras sin afectación de ninguna clase.
Entonces será un jefe seguro y digno, consciente de su dignidad, con certidumbre de su
deber, capaz de cumplir con la seguridad que confiere una elevada situación moral.
4.
La Lealtad hacia el Jefe y la Veracidad
La Unidad confiada al Oficial y que este debe saber educar, está llamada a actuar, en la
mayor parte de tos casos formando parte de otra Unidad orgánica de mayor importancia es decir:
el Oficial manda su Unidad, pero ésta a su vez a las ordenes de un Jefe, a quien debe
obedecer y a quien lo unen lazos de obligación común que abarcan a todo el conjunto del
Ejército. Por consiguiente, la situación del Oficial respecto a su Jefe, es la misma que la de los
clases y soldados frente a él. En nombre de ese deber común, el Oficial debe saberse a sí mismo
como colaborador, obediente y leal al Jefe, debiendo contribuir con todas sus fuerzas a que su
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autoridad se realice.
Grave falta comete el Oficial que niega a su Jefe la colaboración a qué tiene derecho. Tal
proceder no está desprovisto de traición, ya que el Jefe cuenta con esa colaboración no para su
bienestar personal, sino en pro del Ejercito.
A pesar de lo que pudiera suceder, el Jefe tiene el derecho de contar con el concurso
leal y completo del Oficial; y si este trata de escapar a la subordinación leal, se coloca fuera de
su deber y. por consiguiente de la Institución. La subordinación exige que el Oficial no haga
nada contra su superior inmediato, basándose en el aprecio que, le profese un Jefe de mayor
rango. Es necesario prestar sincera obediencia al Jefe directo, sin argucias destinadas a
presionarlo en determinado sentido o a menguar su autoridad oponiéndole otra de mayor rango.
Mucho más grave es influenciar la autoridad del Jefe con la intervención de terceros
más o menos poderosos. Tal acto es una especie de traición al Ejército, porque quien lo emplea,
parece renegar de la disciplina, haciendo prevalecer fuerzas extrañas al organismo militar.
La sujeción a la subordinación ha de ser indestructible, resistente a cualquier embate,
constante y firme a pesar de las deficiencias y errores del Jefe, que, al fin y al Cabo, es también
humano.
Todo lo anterior que se refiere a la lealtad que se debe a! Jefe; pero es más importante
que sea leal consigo mismo y con sus subalternos. En primer lugar, cuando cometa una falta o
un error debe reconocerlo honestamente, sin humillación, porque así demuestra poseer lucidez y
calidad moral, ya que un paso en falso no es una caída. Procediendo con franqueza, el Oficial
continúa siendo un colaborador honrado y reconoce de nuevo la autoridad de Jefe. Y si éste le ha
hecho una reprimenda justa y discreta, que ha sido aceptada francamente, no ha quedado
suspendida ni un instante la solidaridad entre uno y otro Con frecuencia se observa que la
moderación delicada de un Jefe y la obediencia leal de un subordinado, sirven ante
todo para aumentar la estimación recíproca.
De la misma manera, cuando el Oficial en un momento de ofuscación se excede
en actos o palabras hostiles para reprimir a un inferior, la lealtad a éste lo obliga a
colocarse de nuevo en el deber común que no tolera ninguna hostilidad y debe hacerlo
por medio de una declaración en alta voz que borre todo lo hecho fuera del marco de sus
legitimas atribuciones de mando.
La lealtad obliga a ser absolutamente veraz, pies sin ¡a veracidad no se concibe
colaboración de ninguna especie. Todo parte o informe falso dirigido a un superior con el
propósito do ocultar la verdad, debe ser severamente castigado.
Hay que evitar hasta las pequeñas disculpas que acostumbran algunos Oficiales
para ocultar deficiencias o disimular omisiones cuando un superior inspecciona las
unidades.
Por supuesto, que es absolutamente correcto que el Oficial haga toda clase de
esfuerzos para presentar su tropa en las mejores condiciones posibles durante las
inspecciones y revistas que practique su Jefe, puesto que no se trata entonces de engañar
a este sino de recibirlo dignamente. Pero se comete una deslealtad y se falta a la verdad
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cuando, al comprobar el Jefe ciertos hechos, se presentan cuentas falsas o se pretende
demostrarlas con excusas desprovistas de fundamento. El amor a la veracidad cobra
mayor importancia en la guerra, pues de sus aseveraciones puede, en muchos casos,
depender el sentido de las órdenes y aún el éxito de las operaciones Una falta a la verdad
en tales circunstancias, asume las características de un crimen contra la Patria.
El Oficial que cumple sus obligaciones a cabalidad, puede mostrar a su Jefe,
hasta en los menores detalles, todos los aspectos de la unidad que manda, Si el superior le
señala ciertos defectos, da una prueba de su franqueza y confianza, debiendo el Oficial
suponer que aquel tiene el valor moral necesario pera llenar su función y la dignidad de
su grado, y que, por otra parte, este proceder del Jefe es al mismo tiempo la mayor regla
práctica de conducta en el servicio militar.
5-
La Denigración, la Hostilidad, la Intriga y la Murmuración.
Una de las más graves faltas que puede cometer un Oficial, es la denigración y
hostilidad con respecto a sus superiores. Esta falta se eleva en proporción incalculable cuando
se hace con un Jefe en servicio y en presencia de inferiores, siendo un atentado directo contra el
deber militar. Antes bien, todo Oficial está obligado a emplear su autoridad precisamente en
sentido contrario, para afianzar la organización con ejemplo y consagración.
La denigración es más odiosa cuando se piensa que, quizás si en el mismo momento en
que el Oficial viola deslealmente el pacto de solidaridad, el Jefe a quien traiciona lo observa
sinceramente. El Oficial que en determinadas ocasiones haya dejado escapar apreciaciones malévolas sobre sus Jefes tiene que sentirse desacreditado si, con el correr del tiempo, un acto de
benevolencia afectuosa o una prueba de firme solidaridad del Jefe vienen a demostrarle que. a
pesar de agravios más o menos ciertos, éste no ha dejado de ser el mas seguro apoyo de sus
subordinados
La maledicencia del inferior con respecto al Jefe, es susceptible de producirse de
diversas maneras. A menudo es originada, cuando el inferior se siente herido, por algún
procedimiento erróneo en la consideración debida a su grado o en su dignidad personal viéndose
entonces en la necesidad de defenderse porque no tiene le fuerza moral suficiente para continuar
observando el deber de solidaridad, que considere violado por su Jefe. Otras veces proviene da
una reacción personal e inconsciente contra los deberes diarios a que está sometido el Oficial
El deber tiene sus exigencias duras pero su autoridad es soberana, pues renegando de él se le
deshonra; entonces es cuando el Jefe debe hacer notar el incumplimiento del Oficial, este trata de
buscar faltas o errores, porque nadie es perfecto. El subordinado que no acepta el deber común a
que debe someterse, expresándose mal de su superior. cree vengarse así de algo que considera
como daño personal de un ejercicio largo y pesado, de una marcha fatigosa o de una llamada al
orden,
En la mayor parte de los casos se trata de un chiste o humorada que no se propone
disminuir la consideración debida al Jefe. Pero tratándose de nuestro carácter, que tiende a no
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tomar en serio, ni medir las consecuencias de determinadas actitudes, así como de nuestro
temperamento siempre dispuesto a rechazar todo lo que signifique hábitos de trabajo y seriedad,
hay que alejar de la conducta toda tendencia a caer en la malsana costumbre de expresarse mal
del Superior, aunque sea fuera de los actos de servicio, para que no se forme un estado
espiritual impropio de la solidaridad y disciplina militares.
Por supuesto que no ruede impedirse que Oficiales del mismo grado se comuniquen
libremente lo que piensan, bueno o malo, sobre la actuación de sus Jefes; pero en estas
expansiones de carácter intimo, la crítica no debe llegar al extremo de la denigración hostil; pues
si un Oficial sobrepasa el límite de lo permitido en tales circunstancias; tratando de disminuir el
ascendiente del Jefe o de enfrentarse a su autoridad comete una falta excesivamente grave. El
Oficial que así proceda está a punto de traicionar el deber de su cargo, y, con su deplorable
tendencia, demuestra falta de valor y de inteligencia porque toda inquina baja y persistente, es
propia de almas envilecidas e ignorantes.
Hay Oficiales jóvenes que se imaginan que no proceden mal cuando nombran a un Jefe
con apodo puesto bajo impresión de algún defecto o debilidad que éste haya demostrado; pero tal
proceder es incorrecto; propio sólo de colegiales irresponsables sin solidaridad moral. El empleo
de apodos para designar a un Jefe militar es una falta de respeto muy vituperable que denota una
falta de solidaridad e inconsciencia para con la dignidad del uniforme.
Falta mucho más grave es, aún, valerse de la intriga para conquistar posiciones o
para malquistar a su Jefe. El Oficial intrigante falsea los principios en que descansa la vida
militar.
Los ascensos, empleos y recompensas que la nación otorga a sus servidores, son el
premio del esfuerzo, al deber cumplido lealmente y a la abnegación desplegada; de ninguna
manera es licito que otro, aprovechándose siempre de la mentira y la calumnia, auxiliar
indispensable de la intriga quite al verdadero merecedor el premio de sus virtudes. Y si se trata
de la intriga contra el Jefe, el Oficial que la emplea mina la autoridad de este, arrastrando en el
delito no sólo su propia conciencia, sino la de los superiores jerárquicos a quienes sorprende con
imputaciones falsas.
La murmuración es una falta moral indigna de un Oficial. Cuando un militar que se
estima cree violado su derecho, debe hacer ante su superior el reclamo respectivo; con toda la
firmeza que le da su condición de ofendido o postergado, pero no recurrir a la murmuración que
aniquila la autoridad del Jefe y arrastra la de quien la emplea. La murmuración es más oprobiosa
si se considera que los ataques son hechos a la sombra, no pudiendo la víctima defenderse en
modo alguno.
5.-
El valor, el carácter y el deber cívico del oficial.
La personalidad del oficial domina por completo el cuadro de las fuerzas militares
de un país, decidiendo acerca de la calidad de éstas. El oficial es todo en la institución armada; la
exalta o deprime según como aplique su acción. Para que la patria esté segura reclama, del oficial
aceradas energías y acendrado patriotismo, puestos al servicio de un valor personal
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desprovisto de impaciencias y esperanzas. El oficial necesita poseer una calidad especial de valor
tanto para desarrollar su acción educadora en tiempo de paz, como para conducir su Unidad
durante le guerra. Una síntesis de las virtudes militares necesarias para cumplir con ambos
aspectos de su función es lo que constituye el valor moral del oficial. De ese conjunto de virtudes
hay algunas que sobresalen porque definen los rasgos predominantes de la carrera militar.
La abnegación proviene de su consagración a sus deberes públicos, que hacen anular el
amor propio, la vanidad y la ambición. Cuando estos factores predominan los hombres
confiados a su mando, por muchas que sean sus virtudes se convierten muy pronto en un
conjunto desprovisto de valor militar porque se ha abusado de la función para satisfacer
conveniencias personales.
El oficial de verdadero carácter debe dar a cada paso pruebas de su convicción;
penetrarse da los asuntos que le incumben, tener la atención siempre despierta, reflexionar en
caso de duda, remontarse a las causas de los hechos y corregirse a sí mismo par mandato
imperativo de su fuero interno. Para esto necesita estar animado por un incesante e
inquebrantable afán de conocerse y superarse en su propio valor intelectual y moral; ser dueño
de sí, gobernar sus facultades, modificarlas e incrementarlas; pero corno ese dominio de sí
mismo es tan poderoso para el mal como para el bien, es necesario que su dirección moral sea
una línea recta.
Si es frecuente encontrar oficiales valerosos e inteligentes, no pasa lo mismo
tratándose de hallar oficiales de carácter. Un Oficial puede tener una inteligencia despierta,
amor por su carrera y valor en el peligro; pero si carece de carácter, se siente moralmente débil.
Así, se ve impotente para imponerse reglas, para adoptar y seguir principios definidos de
conducta, es decir, no puede gobernarse a sí mismo. El mando flaquea en sus manos; cede por
igual a un impulso bondadoso como a uno de irritación; y su tropa no da la impresión de poder
irresistible, porque no presiente en el oficial al representante del deber estricto, pudiendo en
muchos casos no escucharlo ni seguirlo.
El carácter es un elemento esencial de aptitud para el mando. Sin embargo, su valor
es dudoso cuando no está basado en la consagración al bien del servicio. Constituye una fuerza
de acción benéfica u orientada al mal, según la dirección en que se aplicare. Un oficial ambicioso
e indiferente al deber, pero apegado al interés, es un terrible agente de destrucción en el Ejercito;
todo lo falsea en su Unidad; el vigor y la persistencia de su voluntad quedan al servicio de sus
designios, y quebranta, o desvía, las fuerzas sanas del organismo militar. La tropa que manda
tendrá buena apariencia pero no estará caracterizada por el sentimiento del deber que el no puede
inculcarle.
Cuando un oficial descuida el cultivo de su voluntad y de su carácter, abandonándose al
acaso, enmohece su espíritu. Y si necesita emplear una y otra, encontrará que su propia inercia
los ha utilizado, y que perdido todo poder volitivo, será presa de la indolencia. La voluntad y el
carácter son elementos valorizadores de la personalidad del oficial, quien no sólo debe
satisfacer los dictados de su conciencia, sino presentarse al juicio de su tropa y de la opinión
pública con una pureza moral intachable.
El organismo militar está hecho con el fin de poner en acción las fuerzas nacionales
durante la guerra, por medio de la colaboración organizada de las energías individuales y
colectivas, encauzadas hacia el deber común. El oficial es el profesional de este deber y necesita
conocerlo, tanto en su esencia moral como en sus formas derivadas, adaptadas a la práctica y
expresadas en reglas de conducta positivas.
El oficial tiene en sus manos parte del poder soberano que le ha delegado la nación. Ese
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poder se manifiesta por el derecho a la obediencia absoluta y el castigo; en ciertos momentos
tiene derecho de vida y de muerte, y su investidura es de tal modo sagrada, que levantar la mano
sobre él no es sólo un delito, sino un atentado.
Otra misión del oficial es el cumplimiento del deber cívico que todo ciudadano tiene con la
patria. Por eso necesita estar penetrado de tal deber, y hacerlo practicar por sus subordinados; es
decir, tiene que consagrarse absolutamente al servicio de la nación. Su calidad de Oficial no la
adquiere como un titulo de profesión literal o lucrativa; la obtiene empeñando en su tarea cl
honor y la vida. No le basta batirse técnica y valerosamente para mandar en las filas de la nación
en armas; es preciso que se convierta en un jefe nacional que sirva a todos de guía y ejemplo en
cumplimiento del deber, única manera como puede conquistar el brillo de sus galones,
7.-
Precauciones para conservar dignamente el rango de oficial.
El oficial es el elemento permanentemente del Ejército; su vida debe desarrrollarse en
la forma más pulcra, física, intelectual y moralmente, El rumbo de la institución armada está
confiada a su patriotismo, y no caben en él vacilaciones si tiene calidad para sentir la intensidad
de sus deberes. El oficial no es sólo el Comandante de tal o cual unidad, sino el profesional que
siempre esta de servicio en todos los aspectos de la vida militar. El oficial responsable de la
existencia del Ejército y de los principios de fuerza que regulan su marcha. Donde quiera que
observa alguna falta, alguna desviación, alguna debilidad, ya sea en su Unidad o en cualquier
otra, en la calle y en todo lugar, tiene el deber de intervenir y restituir el orden, porque es el
guardián juramentado de la disciplina y del honor milita. Bajo este aspecto y como representante
y maestro del deber nacional, el pueblo, con su habitual perspicacia, tiene fijas sus miradas en él,
examina su conducta en todo tiempo y, a veces, de manera rigurosa, y le sigue los pasos porque
está en el derecho de esperar que sea lo más perfecto e irreprochable que se pueda.
Al pueblo se le pide entera consagración al servicio de la patria; la presta dando sus
mejores hijos al Ejército en la edad en que son más robustos y viriles Los pone en manos de sus
Jefes con sumisión, resignadamente, en la creencia de que el oficial no despilfarra los tesoros
humanos puestos en sus manos, en la seguridad de que tiene inteligencia y conocimientos para
emplearlos útilmente, abnegación para aprovecharlos en beneficio del deber patriótico, y
humanidad para velar por ellos y prestarles sus cuidados.
Tales son las garantías que el pueblo espera del Oficial, quien. Por su parte, esta en
obligación de prestarlas realmente, evitando toda causa de errores o de equivocaciones; porque la
confianza y el afecto del pueblo constituye uno de los elementos de fuerza en el Jefe militar. El
pueblo observa atentamente al Oficial sus palabras, sus actos su vida privada y cuando se
convence de que es un fiel guardián del más sublime deber patriótico, forma a su rededor una
atmósfera de confianza y respeto que aumenta su prestigio.
Este es uno de los aspectos más delicados de la vida del Oficial; principalmente en
nuestro medio, a causa de la falta de confianza que predomine en el ambiente frío, hostil o
negativo que abriga algún sector del pueblo acerca de la moralidad, la utilidad, la eficiencia y el
valor del Oficial.
Ya por la propagación de Doctrinas antimilitaristas, o por la desconfianza del elemento
popular, que ve en el Servicio Militar un factor de opresión; lo cierto es que el Oficial precisa
encarar esa situación dando en todo momento, especialmente en público muestras de su
consagración exclusiva al deber y al servicio de la patria, tratando a sus inferiores del modo mas
humano compatible con las exigencias de la vida militar.
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Cuando el Ejercito no era profesional, poco o nada importaba al pueblo las condiciones
morales del Oficial: bastaba saber que era aguerrido y valeroso. No sucede hoy lo mismo. El
pueblo quiere encontrar en sus jefes todas las cualidades que inspiran la más segura confianza;
no le agradan los vanidosos, ni los seres brutales ni arrogantes, ni los que se imponen únicamente
por sus galones y su espada, ni los ambiciosos; gusta, en cambio, de los seres dignos, morales
justos, honestos y humanos.
El Oficial debe saber que, a causa de la pequeñez de los contingentes militares que
pasan bajo banderas, la mayor parte de los ciudadanos que le observan no comprenden la vida
militar, a la que miran con desconfianza y que si llega el momento de la movilización, los
únicos lazos morales que los unen al mayor número de los incorporados, son precisamente esos
extremos débiles, formados en los instantes en que el Oficial se exhibe ante el pueblo, con su
vida pública y privada.
El pueblo no es indulgente con el oficial; interpreta casi siempre en forma
desfavorable el rigor de la disciplina, las palabras, los gestos y las actitudes que dice y adopta; en
cambio siente mayor simpatía por el soldado.
EI carácter nacional de su función impone al Oficial diversas obligaciones. Por lo
pronto, está impedido de afiliarse a partidos políticos, sociales, religiosos o de cualquiera
otra tendencia, puesto que su autoridad tiene que ser indiscutible a base de ser absolutamente
imparcial y sus subordinados no deben tener desconfianza ni repugnancia para servir a sus
órdenes, la política destruye las fuerzas morales, mata el estímulo, debilita la cohesión,
corrompe la justicia distributiva, para introducir la desconfianza el favoritismo y el desgano por
el trabajo, por el estudie y por la consagración abnegada al cumplimiento del deber.
También debe abstenerse el Oficial de presentarse como exponente de una categoría
social elevada o aristocrática, aunque, por Otro lado tiene la obligación de relacionarse en la
mejor forma posible. Al efecto, es conveniente anotar que sus relaciones tiene que buscarlas
entre gentes honorables y digna, y no ir a caza de festejos pagados siempre por otros, cosa nada
encomiable por cierto. Este es uno de los defectos más acremente juzgados por la opinión
pública, sobre todo tratándose de oficiales sin medios de fortuna.
Cuando el Oficial, apartándose de estas normas, cree que forma parte de una casta
aristocrática, está en un profundo error. El cuerpo de oficiales está, si, constituido por tipos
selectos, pero esta selección sólo se hace con el fin de dignificar el Servicio, que abre sus filas a
todos los que son aptos para cruzar el sendero del deber común.
Para seguir el camino de la dignidad, el Oficial no debe fincar su porvenir en el apoyo
que puedan prestarle los poderosos, porque todo sometimiento se cobra generalmente al precio
de una abdicación moral. El mayor bien consiste en no obtener por otros lo que se puede alcanzar
por si, y en seguir el destino elaborado con las propias manos.
El oficial que piensa, trabaja y quiere honrar su carrera, nunca debe desear nada del
favor ajeno sino lo que pueda realizar con sus propios merecimientos. Dedicándose al servicio
de la patria con todas sus energías físicas y morales, recogerá siempre el fruto de sus desvelos,
aunque éste demore en la sazón, siéndole más grato a medida que le cueste mayor trabajo; en
cambio, si sus éxitos los logra por medio del favor, sentirá amargada su vida y no tendrá
jamás la satisfacción que da el triunfo de su propio esfuerzo.
Para que la noción del deber penetre en el corazón de los soldados y despierte en ellos
la voluntad de cumplirlo hasta el sacrificio, es necesario que el Oficial esté en comunicación
moral con sus inferiores, que les hable con convicción, con calor, pues no es posible ordenar
actos de abnegación.
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Otro aspecto del problema que supone conservar dignamente el rango de Oficial, es el
que ofrece su vida en relación con los camaradas del mismo cuerpo. En este concepto, debe
estar identificado con el sentir de sus compañeros, pero no olvidando que, en la colectividad de
los Oficiales, no cabe el predominio de armas, ni ninguna restricción que reste amplitud a la
elevación de miras que debe animar a todo oficial. El Espíritu de Cuerpo es la solidaridad moral
que resulta de la identidad de atribuciones y de funciones en la obra común.
8-
Como se Concibe el Tipo de Oficial ideal.
La Profesión Militar reclama cualidades de primer orden que obligan a inclinarse
respetuosamente delante de los hombres que por abnegación deponen todo anhelo de lucro o
bienestar, para consagrar su cuerpo y alma a una tarea tan elevada que desgasta sus fuerzas
físicas a toda hora, así como su inteligencia, para estar siempre a la altura de su misión, y que
requiere un temple moral elevadisimo para cumplir el deber nacional sin esperar otra
recompensa que la satisfacción del deber cumplido. Esas cualidades de primer orden,
extremadamente raras en un solo hombre, son: amor profundo por el ideal de servir
eficazmente a la patria; calma y serenidad, hasta llegar a lo imperturbable; raciocinio elevado
para reprimir los arranques personales; constancia y tenacidad para proseguir sin desmayo la
obra emprendida, sin contentarse con resultados insuficientes; sentido justo y recto para
apropiar los medios al efecto deseado; tacto, perspicacia, espíritu de observación y otras más
cuya enumeración seria larga. Tal conjunto de cualidades no sea innato jamás de modo que es
necesario adquirirlas por medio de una valiosa educación que permita formar la contextura moral
del Oficial hasta hacerlo de una sola pieza e infundirle la dignidad y la virilidad que dan la
energía necesaria para alcanzar la victoria.
La pasión inspirada por un ideal noble, hace nacer las fuerzas que permiten llevarlo a
cabo y gobernar el alma vigorosamente, subordinando las pasiones vulgares que sólo ofrecen
satisfacción de orden inferior.
El Oficial digno de este nombre está movido por el idealismo más puro, inspirado por el
amor a la patria y el respeto a su enseñanza que le dan fuerza para hacer el sacrificio de su
vida. Por consiguiente, dentro de la organización social es un escogido porque sólo él está
obligado a poseer, por su carrera, las virtudes mencionadas. Estas no son, por su puesto,
patrimonio exclusivo de los militares pero, en cualquier otra profesión, no son tan
indispensables; en la carrera de las armas no puede faltar ninguna.
El Oficial debe considerar que al país le entrega la flor de su juventud con todas sus
fuerzas morales y materiales para asegurar su defensa; por consiguiente, su deber es apasionar su
voluntad y remontarse a una gran altura moral para adquirir la elevación, la nobleza y la fuerza
indispensables para salir airoso en su tarea; haciendo por sí mismo su educación, diariamente,
con ahínco, con perseverancia, con pasión. Así podrá adquirir una dignidad moral que le hará
rechazar todo acto injusto, toda mentira y toda humillación, y asumir las más grandes
responsabilidades.
Al afán de elevar su personalidad moral, el Oficial debe agregar el culto al ideal
nacional constituido por la patria, fuerza superior que lo impulsa a cumplir su deber
profesional con la seguridad de llegar a la meta de sus aspiraciones. Ese culto despierta en él la
noble ambición moral de poner sus fuerzas al servicio de su ideal; pero esta ambición requiere
ante todo una completa abnegación de la personalidad movida al calor de los más elevados
sentimientos.
13
Todo Oficial que quiera dar a su autoridad la mayor eficacia, debe comenzar por
penetrarse de que la mejor forma de mandar consiste en la colaboración de todas las clases
de la jerarquía, haciendo todo esfuerzo para consagrarse a esa colaboración de modo definitivo;
tanto en sus relaciones con su jefe como con sus subordinados. Las restantes cualidades militares
que deben adornar al Oficial se derivan de su misma preocupación moral y del ejercicio de la
voluntad. Parece difícil caracterizar al tipo ideal de Oficial, pero no lo es tanto cuando se tiene el
fuego sagrado de un ideal.
El Oficial que sin estar desmoralizado por tendencias egoístas, se habitúa a una moral
muelle y conciliadora, sintiéndose agobiado por el esfuerzo que exige el servicio de un ideal no
puede llegar a ser sino un jefe mediocre, porque entre las condiciones exigidas por la aptitud para
el mando figuran, en primer término la facultad de apersonarse por un ideal y el hábito de
gobernarse a si mismo.
Hay Oficiales que sin poseer condiciones perfectas para el mando, tienen cualidades
poderosas y relevantes, carácter generoso y caballeresco que se entrega espontáneamente a la
realización de nobles acciones. Pueden faltarles constancia en el esfuerzo y dotes organizadoras,
pero son leales, valientes y buenos, y están animados del sentido del honor y de la solidaridad
militar. Pero generalmente estas espléndidas cualidades no bastan para lograr el éxito ante un
adversario dueño de sí mismo y más apto para el gobierno de tropas. Estos Oficiales no tienen
concepto racional del deber sino instintivo, y carecen de previsión y de reflexión, Aman la guerra
por los peligros que entraña, por las privaciones que soportan con energía, por todo aquello que
excita al hombre y lo lleva a actos sobre naturales.
Este tipo de Oficial sería ideal si tuviera que pensar en sí mismo, abandonándose
enteramente al culto de su yo; pero el Oficial, antes que todo, tiene que ser guía de su tropa a
la que debe conducir con el mayor tacto. Al Oficial no debe bastarle la virtuosidad guerrera, ni
desear la guerra para salir de ella con brillo; al contrario, dando ejemplo de completa abnegación,
debe desnudarse de toda tendencia ambiciosa, tener el sentido de su responsabilidad y no desear
otra cosa, que el triunfo de ideales y aspiraciones de su patria. Lo que sí debe tener en cuenta
todo Oficial es que, teniendo dotes naturales no muy brillantes puede adquirir las condiciones
de mando más sobresalientes por medio de la reflexión y de la voluntad, gracias a una
autoeducación destinada, más que por una ilustración erudita. Pero esa autoeducación debe ser
voluntaria, persistente, inspirada por el sentimiento del deber y atender al desarrollo de las
facultades personales necesarias.
9.-
La Fuerzo de la vocación Militar.
La vocación militar es la que arrastra a un individuo a abrazar la carrera de las Armas,
por la afinidad que tiene con su carácter, con el desarrollo de la vida en el Ejército. Es una
fuerza propulsora que, actuando como reserva de energía ayuda al Oficial a ir adelante, dándole
entusiasmo para triunfar, optimismo para vencer el desaliento y fe para abrirse paso hasta el
cumplimiento de sus obligaciones.
Para que la vocación militar sea legitima, es necesario que el Oficial este adornado con
cualidades naturales que lo identifiquen con los elevados fines de su misión. No basta la
voluntad para legitimar la vocación, pues ella no puede crear esas condiciones naturales que
evitan el fracaso en la Carrera. Tampoco basta tener natural inclinación para servir en el
Ejército; es preciso conocer a fondo las peculiaridades de la profesión.
La juventud acostumbra juzgar la carrera militar por lo que es precisamente, el lado más
14
superficial y menos trascendente, tal como la pompa de los desfiles y el atractivo que presta el
uniforme. El joven inflama su espíritu con la arrogancia marcial de los batallones, el redoble de
los tambores, la vibración de los clarines, el ondear de las banderas, sintiendo algo que traduce
equivocadamente por vocación hacia la carrera de las Armas. Así vive en estado engañoso hasta
que las circunstancias del servicio o de la guerra le ponen ante la realidad insospechada. Solo
entonces es cuando mide las responsabilidades que entraña esta Carrera, los sacrificios que
exige, las penurias que en ella se sufren y la entereza de carácter que impone para mostrarse
superior en los momentos de adversidad.
Sin embargo, hay un medio de que el Oficial pueda suplir, aunque sólo sea en pequeña
proporción, la propia insuficiencia. Consiste en poner en acción una sinceridad tesonera para
desempeñarse decorosamente, ya sea por medio de la educación del carácter y de la voluntad,
o por el estudio, el trabajo y la dedicación al desempeño de sus funciones. Es de advertir que
tan honesta intensión de colocarse a la altura de su tarea, es ya un motivo de realce de las
condiciones morales del Oficial.
Lo que sí es completamente inadmisible, y por lo tanto vituperable, es que un Oficial sin
vocación y sin aptitudes para desempeñarse decorosamente, se aferre por simple acomodo o por
conveniencia material, a la situación que le ha deparado el azar, y que a pesar de todo este haga
gala de no emprender esfuerzo alguno por suplir con voluntad y constancia la falta de
condiciones naturales para una Carrera tan difícil y abnegada.
Sólo cuando el Oficial abraza su carrera con vocación verdadera puede estar preparado
para los dos aspectos de su función, obedecer al jefe y mandar a sus hombres, y para cumplir
el más esencial de sus deberes profesionales, esto es perfeccionar su propia contextura moral
y labrar el corazón de su tropa. Esa vocación es la que lo animará a proceder sincera y
tenazmente, a entregarse por entero en la obra patriótica que le impone su misión, y a estar a la
altura de las responsabilidades contraídas consigo mismo con la sociedad y con la patria. Esa
vocación es la que le infundirá conciencia de su alto deber, caminar enhiesto y dar la cara al sol,
sin que nadie pueda negarle su condición de verdadero patriota.
Si por el Oficial no lleva en su alma amor y decisión por su Carrera, el deber no
constituye para él un ideal en la vida, se limita a vestir el uniforme y a afianzar su autoridad ante
la tropa no por procedimientos educativos morales, sino por la imposición de su personalidad.
Las actividades sanas que definen la condición del buen Oficial lo encontraran siempre remiso o
indolente hasta para el cumplimiento del horario de trabajo, cristalizando su poca actividad en
una rutina que anula totalmente su individualidad.
Y es que la fuerza de la vocación militar es lo único que da nacimiento al optimismo, al
entusiasmo y la alegría en que se basa la obra moral del Oficial. El Optimismo le comunica
fuerza para luchar y fe para vence. El Entusiasmo le da alas para emprender las acciones más
brillantes. La Alegría le hace olvidar las rudezas de la vida militar y le comunica nuevos alientos
en pos de la victoria.
l0-
La interpretación y el Espíritu de las Ordenes.
El Privilegio de dar órdenes es una manifestación de la autoridad del jefe, quien con
ellas indica su decisión, su deseo de actuar y su responsabilidad.
Quien imparte una orden debe fijar claramente el objeto que persigue y las intensiones
que trata de llevar a la práctica, dejando al subordinado la elección de los medios y
procedimientos para el fin propuesto. Por consiguiente, el superior deja al subordinado una
15
iniciativa en relación con su jerarquía, teniendo en cuenta la capacidad de éste y la confianza que
haya sabido inspirarle.
El Ejercito, es una fuerza en potencia, un organismo viviente que posee su actividad
propia, que está compuesto por un conjunto de Jefes, Oficiales y Tropa que deben reflexionar y
colaborar en la obra común. Un jefe que espera órdenes para actuar no cumple con su deber.
En toda orden, por insignificante que parezca, hay que distinguir entre la letra de su
texto y el espíritu que la anima. Ambas cosas deben ser tan nítidas y expresivas que no den
lugar a confusión.
La Cohesión lntelectual, formada por la instrucción y el desarrollo de una doctrina de
guerra, así como la Cohesión Moral producida por una fuerte educación militar, facilitan
grandemente el cumplimiento de las órdenes. Ambas tienden a llevar al subordinado a una
interpretación justa, oportuna y atinada, aunque su letra sea deficiente o incompleta.
Si se viola la letra y el espíritu de las órdenes, se destruye la cohesión intelectual; ya no
seria fácil entenderlas. Sólo manteniéndose dentro del espíritu y la letra de las órdenes, se
persigue la armonía necesaria para alcanzar el fin propuesto. Cuando el Oficial piensa y quiere
vivir dentro del espíritu y la letra de las órdenes y cuando además de su ardor personal lo animan
la cohesión intelectual y moral, es seguro que se obtiene la victoria.
A primera vista puede parecer que la iniciativa inteligente se opone a la cohesión
intelectual y moral, pero en realidad no hace sino intensificarla, porque con el pensamiento en
contribuir a la misión, el Oficial encausa su iniciativa por la única vía fructífera, esto es: la
concentración de los esfuerzos. La expedición y el cumplimiento de las órdenes deben estar
inspirados en un estrecho sentido de solidaridad. Esa solidaridad se manifiesta recordando que
los subordinados están en la guerra casi abandonados a su propia suerte, y que por lo tanto
necesitan órdenes claras, eficientes y oportunas; y de parte de los subordinados, poniendo toda su
voluntad para que las disposiciones dictadas no se esterilicen con malas interpretaciones, flojera
o cobardía.
11 .-
La iniciativa y la Responsabilidad.
La historia registra numerosos casos en que jefes eminentes han tenido que tropezar con
la escasez de subordinados capaces y bien intencionados. La aptitud del Jefe necesita
completarse con la obediencia activa de los escalones inferiores, para asegurar eficientemente
la ejecución de las órdenes. Por consiguiente, es de sumo interés que los jefes presten especial
cuidado al desarrollo y empleo de la iniciativa, fomentando la capacidad y celo de sus
subordinados, tanto en época de paz como en tiempos de guerra.
Así como un resorte comprimido durante largo tiempo pierde su elasticidad primitiva, el
Oficial que tiene un jefe a quien gusta reglar el movimiento de su tropa hasta en los menores
detalles, no puede ejecutar actos de iniciativa en circunstancias graves o difíciles. Como un
músculo inactivo, la voluntad se atrofia y se paraliza cuando no se practica con frecuencia y
sólo puede recobrar su actividad después de un tiempo mas o menos largo. La iniciativa no
adquiere su completo desarrollo sino progresivamente, y es necesario ejercitarla sobre asuntos
de importancia para abordar enseguida con mayor confianza y seguridad en el éxito, cuestiones
de orden más elevado.
Los detalles de la vida militar en tiempo de paz ofrecen vasto campo de experiencia
para lograr la preparación del Oficial en el empleo de la iniciativa, sin comprometer grandes
intereses, dándoles variadas ocasiones de acostumbrarse a actuar par si mismos de manera
16
racional, basándose en el espíritu de las ordenes y en las intenciones de su jefe. Por su parte,
a veces el Oficial peca por falta de carácter, lo que trae como consecuencia el temor a la
responsabilidad y el apartamiento de todo acto de iniciativa. Otras veces es un gran deseo de
mantener la tranquilidad personal o la pereza intelectual lo que convida a permanecer en la
inercia. En fin, la falta de confianza en sí mismo y la idea de que el jefe no le es benevolente,
paralizan a menudo la buena voluntad del Oficial para actuar con iniciativa. En cuanto al
subordinado, la iniciativa es un acto de coraje, de juicio y de espíritu de decisión. Es acto de
coraje porque se atreve a proceder sin órdenes y bajo su responsabilidad. En efecto, es
relativamente fácil tomar decisiones cuando no se tiene un superior que pueda criticarlas; pero si
se está obligado a proceder dentro de los limites más o menos estrechos marcados por el jefe, el
asunto cambia enteramente de aspecto. El coraje necesario para emplear siempre la iniciativa
sólo puede darlo el carácter, y, en defecto de esta rara virtud, la confianza en sí y en la
benevolencia del Jefe.
La confianza en si nace de la certidumbre de encontrar sin dificultad disposiciones
apropiadas a las circunstancias; y esta certidumbre se adquiere más por una serie de ensayos
felices que por grandes conocimientos teóricos. La benevolencia del jefe se adquiere con el
celo, la inteligencia y el entusiasmo que el Oficial preste en el cumplimiento de sus deberes,
probado en toda circunstancia. El juicio y el espíritu de decisión se adquieren y se forman
también por la práctica diaria del mando, en forma inteligente.
Todo superior esta obligado a desarrollar en sus subordinados hábitos de iniciativa
racional, porque si se acostumbra a conducirlos de la mano en cuestiones sin importancia,
cuando suene la hora en que sólo deba o pueda hacerles conocer su intención y el fin por
alcanzar, se verá presa de la duda y de le incertidumbre respecto al cumplimiento atinado de sus
órdenes, entregándose a la tarea de abrumarlos con prescripciones minuciosas que lo absorberán
por completo y lo desviarán de su papel.
Para hacer posible el empleo de la iniciativa en tiempo de guerra, es necesario
desarrrollarla desde el tiempo de paz, multiplicando las ocasiones en que pueda aplicarse
útilmente; tratando de que los subordinados se familiaricen con ella y pierdan el temor a las
responsabilidades, confíen en si mismos y en la benevolencia de su jefe, que este confíe a su vez
en sus subordinados, dándose cuenta de sus capacidades y acostumbrándose a mandarlos,
indicándoles el fin por alcanzar, sin entrar en detalles de ejecución y que se convenzan de que
sus inferiores, al hacer actos de iniciativa, se inspiren únicamente en el bien del servicio.
La iniciativa puede ejercitarse de dos modos; según que el jefe esté presente o que, en
caso contrario, no pueda hacer llegar oportunamente sus órdenes apropiadas a las circunstancias.
En el primer caso la iniciativa permite a cada escalón jerárquico introducir en la orden
recibida todos las disposiciones complementarias indispensables para que su ejecución sea
irreprochable, aligerando así la tarea del jefe. En el segundo caso, el Oficial queda liberado a sí
mismo y debe sustituir a su jefe; actuar como si este estuviera presente y juzgando las
circunstancias con criterio similar. En tal situación, se impone la educación previa de la iniciativa
si se quiere evitar errores que no pueden ser corregidos por la intervención oportuna del jefe. Tal
iniciativa debe ser disciplinada en el sentido dalas órdenes superiores, sin apartarse de su
impulsión. Todas las disposiciones complementarias, todas las medidas de ejecución prescritas
por un Oficial subordinado, deben concurrir, sin reserva alguna, a realizar las intenciones del
Jefe.
El Oficial está en la obligación de evitar escrupulosamente buscar el triunfo de sus
ideas personales con detrimento de su jefe; pero no debe vacilar en modificar o en cambiar
17
completamente las órdenes recibidas, bajo su propia responsabilidad, cuando se da cuenta de que
las circunstancias difieren de las previstas por el jefe al dictar sus órdenes. Si el subordinado está
librado a sí mismo, tiene, que ponerse en el lugar del jefe y preguntarse que haría este si
estuviera presente, para adoptar enseguida las disposiciones que le parezcan más apropiadas.
La iniciativa debe ser activa, haciendo siempre más de lo mandado, pero nunca menos.
Este principio es de capital importancia, porque a veces el Oficial se aprovecha de la iniciativa
conque deben actuar sus inferiores para no hacer nada o para disminuir la tarea que le incumba.
Esto sólo puede evitarse por una sólida educación moral, nunca terminada, y por una generosa
emulación que impulse a todos a destacarse en el buen desempeño de sus deberes.
Para prevenir estas faltas y evitar las desviaciones que puede sufrir la iniciativa, el jefe
no debe tratar de restringir su empleo por temor al uso inconveniente que se le dé, sino corregir
todas las extralimitaciones por los medios reglamentarios y educativos de que dispone
principalmente estimulando el celo de sus subordinados.
La iniciativa debe ser racional, guiada por la reflexión y el juicio y no por la fantasía,
porque no producirá sino graves inconvenientes si tuviera abandonada al azar de la inspiración.
La rectitud de juicio del Oficial ea la más segura garantía que tiene el jefe de que sus
intenciones van a ser comprometidas y sus órdenes ejecutadas con inteligencia, cualesquiera que
sean las circunstancias. El juicio es obra de la reflexión.
La reflexión es una cualidad más rara de lo que se supone, su desarrollo es una de las
partes más importantes de la educación militar. Para despertarla, todo superior debe pedir a sus
subordinados que expongan los motivos o razones en que han basado sus actos,
principalmente antes de la crítica de maniobras o trabajos. En efecto, saber es la primera
condición para actuar correctamente.
Al principio hay que proceder tratando cuestiones de escasa importancia; rectificando
los errores que entraban la ejecución de las órdenes. El jefe debe señalar con benevolencia los
errores y los medios de evitar su repetición.
Todo jefe está obligado a multiplicar las ocasiones para que los subordinados
reflexionen, dejando lugar, en sus órdenes, para que puedan hacer actos de iniciativa. En la
actualidad, la iniciativa de los subordinados, en tiempo de guerra, constituye la más poderosa
ayuda que puede tener un comando. Con los numerosos efectivos de hoy, la enorme extensión
de los frentes de combate, la necesidad de disimularse lo más posible, el jefe no puede abarcar ni
prever todos los detalles: necesitan contar con la colaboración activa e inteligente de oficiales.
Además, a pesar de la variedad y perfección de los órganos de transmisión, las órdenes llegan
muchas veces fuera de oportunidad o no llegan, lo que hace más necesaria la iniciativa.
En tales casos, los subordinados no deben esperar, resignadamente, órdenes para actuar;
ello sería caer en la inacción. La única solución consiste en el empleo de una enérgica y juiciosa
iniciativa, basado en los fines perseguidos por el comando.
La iniciativa no es la independencia respecto al jefe; es la convergencia de las
inteligencias y voluntades en el fin común; secundar la acción del superior y no sustituir sus
intensiones. La iniciativa inteligente es el resultado de la educación intelectual del Ejercito y de
la unidad de doctrina, pues aunque el Oficial no tenga cabal conocimiento de las intenciones
del jefe, puede secundar a este aplicando reflexiva e inteligentemente los principios de la
doctrina común.
Trantándose de un Oficial de la más baja escala jerárquica la iniciativa que puede
desarrollar no es muy amplia, ni aún sobre los métodos de instrucción de la tropa; pero debe
notarse e que es urgente estar imbuido de las ideas anteriores para que esa cualidad se desarrolle
progresivamente, en especial durante el servicio en campaña y los ejercicios de combate.
El Oficial tiene generalmente temor de hacer actos de iniciativa, porque si comete errores se
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expone a las criticas do su jefe; pero no debe desanimarse por tal circunstancia, sobre todo si
tiene un concepto claro del limite que separa la iniciativa de la subordinación. Para evitar un reproche, el Oficie no debe caer en la inercia intelectual, ciñéndose a la ejecución literal de las
órdenes recibidas.
Hay que tener amor a la responsabilidad, y, por muy caro que pueda costarle, el
oficial no debe olvidar que un exceso de pasividad es también un acto de insubordinación, puesto
que contribuye a impedir la realización del pensamiento del jefe.
El Oficial no sólo debe hacer actos le iniciativa, sino también concederlos a los Clases y
soldados bajo sus ordenes. Sin embargo, los Oficiales jóvenes tienen le tendencia contraria. El
Oficial tiene que asegurarse de la competencia de aquellos y vigilarlos, pero nos descender hasta
los más mínimos detalles, restando autoridad a los clases y disminuyendo su espíritu de
responsabilidad. La vigilancia y control del Oficial sobre los clases, es más fructífera cuando se
hace bajo la forma de critica impersonal y no de reproche.
El Oficial debe considerar que en tiempo de guerra, principalmente, es cuando va a
obtener los frutos de la educación que ha dado a sus hombres y que es necesario inspirarles el
deseo de ayudar a sus superiores con toda su voluntad y toda su inteligencia, porque el Ejercito
es un organismo viviente cuya actividad es la concurrencia de muchas actividades individuales
hacia un fin común: la victoria. Pero en su afán por despertar el espíritu de iniciativa, tan
necesario entre nosotros, el Oficial no debe ir hasta que cada uno haga lo que quiera;
tampoco le es permitido que por flojera o por falta de aptitud para el mando, deje entera libertad
a sus clases para él gozar de amplio descanso físico. Su obligación es conservar la dirección y
el freno de la máquina que ha de conducir tanto en la paz como en la guerra.
12.-
El Oficial, instructor y Educador
La estructura psicológica del Ejército moderno ha transformado el papel del Oficial
asignándole, además de su condición tradicional de jefe e instructor de su unidad la misión de
educador. En efecto, el Ejército moderno se compone de adolescentes sin experiencia, muy
permeables a los desfallecimientos y al contagio mental, que ven su permanencia en fila como un
accidente de su vida, de modo que, teniendo en consideración que estas características lo
diferencian tanto del antiguo, hay que recurrir a procedimientos distintos para su instrucción y
educación.
Esta es la misión que la patria asigna al Oficial respecto a la educación de la tropa,
confiada en que la desarrollará de todo corazón, por puro patriotismo, no limitándose a darle un
Ejército fuerte, sino a formar un país rico, lleno de prosperidad, progresista y feliz por la unión
de todos sus conciudadanos. Aunque parezca enorme, esta labor, no esta por encima de las
fuerzas del cuerpo de Oficiales cuyos conocimientos de todo orden puede sumarse a los
profesionales civiles de las guarniciones en sus distintas especialidades, Además, la labor
educativa del Oficial se complica al considerar las condiciones sociales y la falta de educación
cívica del resto de los contingentes, porque en el hogar y en la escuela no se inicia esa educación
durante la infancia de la juventud.
La naturaleza por demás heterogénea de los contingentes que integran el Ejército
moderno, da un aspecto de aparente incoherencia, pues los hombree no están unidos por los lazos
da la tradición y disciplina que tienen los soldados profesionales, y no conocen a sus superiores
hasta el día de su incorporación a filas.
Si las masas que forman el Ejército moderno no estuvieran animadas do la voluntad de
19
defender sus libertades, sus hogares y el sagrado suelo de la patria, se producirían grandes
confusiones e inmensas catástrofes sociales y políticas, Por consiguiente, hay que buscar en la
educación en moral del soldado El freno pera los instintos materialistas y desordenados del
hombre, fortaleciendo el carácter y elevando el espíritu de los contingentes.
El Oficial consigue formar el espíritu y el corazón de los reclutas que se le confían
penetrando en su fuero interno con bondad, persuasión y paciencia, poderosos factores de una
disciplina consciente y voluntaria, muy distinta flor cierto de la brutal y tiránica do antes
El educador no puede ser muy severo ni muy indulgente; no debe confundirse la
severidad con la rudeza ni la indulgencia con la debilidad Lo mejor es juntar la bondad a la
firmeza, atemperando la una con la otra. Con la fuerza y En brutalidad sólo se obtiene una
disciplina superficial, capaz de impresionar a un observador poco perspicaz, pero insuficiente
para edueñarse de la voluntad del hombre. Este, al verse constreñido, se siente afectado en su
dignidad, aparenta sumisión, pero en su fuero interno se revele: con él las lecciones más
elocuentes y los mejores consejos son absolutamente estériles, contentándose con recibirlos, mes
sin llegar a convencerlo, y. oponiendo a la voluntad que se le impone, la voluntad que ínsurge en
su interior llega, por ultimo, hasta sentir aversión por el Oficial si este recurre a la violencia
como medio educativo.
Para que la educación logre sus frutos y los buenos sentimientos se desarrollen, es
preciso que tenga confianza en su Oficial para abrirle su corazón y comunicarla sus
impresiones, Esto no puede conseguirlo un educador de carácter violento, pues sólo el método
basado en la buena voluntad reciproca hace fructífera la labor de instructor y educador de la
tropa,
El soldado es un niño grande y hay que tratarlo como tal: máxime si se trata del soldado
campesino, cuyo corazón no he sentido aún la huella de los grandes amores, ni de las grandes
ilusiones, ni de las grandes pasiones. El Oficial debe moldear la sicología de ese soldado con
ahínco y fe, desarrollándole su sensibilidad, su inteligencia y voluntad, es decir, formándolo.
El Oficial no tiene solamente ja misión exclusiva de dar a los reclutas la instrucción
conveniente para cumplir los programas señalados; su tarea es mucho más elevada, puesto que
debe preparar hombres de voluntad firme, de inteligencia clara y corazón generoso.
Para dar al soldado la noción el gusto por el cumplimiento de sus deberes, el Oficial
tiene a su disposición el tesoro histórico del país y su palabra, pero nada hay tan eficaz como
el ejemplo. Al soldado se le convence firmemente, pero con hechos.
Formar la voluntad es quizás la parte más delicada del trabajo del Oficial, y para ello
hay que tratar de que los reclutas sepan la razón y el fundamento de lo que se les manda Por otra
parte la educación para ser eficiente, requiere que el recluta ame a su superior; para que tenga no
sólo el deseo de aprender sino el de satisfacer a este ultimo. Cuando la enseñanza no llena este
requisito y se produce en el soldado la violencia de sus sentimientos y una lucha continua en su
alma que rechaza repulsivamente lo que no ha llegado a comprender amar y Sentir. El educador
debe despenar [a simpatía del adunando y no el temor, pues sólo la primera da erectos duraderos
y sólidos13.-
El papel de los Clases.
Puesto que en la conducción de la tropa toda depende en última instancia de las
condiciones del superior, se deduce lógicamente que es de la mayor importancia dar una tuerto
educación moral a los Clases, que están en contacto inmediato con ja tropa y cuya elevada
20
misión en el Ejercito moderno tiene el triple aspecto de instructores, educadores y conductores.
En efecto, a causa de su constante relación con el soldado el Clase esta en condición de ejercer
una marcada influencia sobre la disciplina y la moral y de ser un poderoso auxiliar del Oficial en
la tarea educativa. El Clase da en forma permanente el ejemplo de abnegación y de espíritu de
sacrificio; vigila el cumplimiento de las órdenes; ejercita su influencia para mantener la más
severa disciplina y emplea todos los medios para mantener a los hombres en la senda del deber.
Los Clases constituyen el esqueleto del Ejército porque viven constantemente con los
hombres, los vigilan los acomodan, los animan en su proceder de todos los instantes. El contacto
casi continuo con el soldado le da oportunidad de conocer una serie de detalles y de hechos
menudos que escapan al Oficial, peno que en muchos casos pueden tener gran importancia. Una
de las obligaciones que el Oficial debe imponer a los Clases es que estos lo tengan al tanto de la
mentalidad y del estado de espirita de la tropa.
Hay Ejércitos que disponen de Clases profesionales que ocupan una situación
intermedia entre el Oficial y el individuo de tropa y en los cuales el Oficial tiene confianza
limitada; pero tal no es el caso de nuestro Ejército, en cuyo seno el Oficial si bien puede ser
secundado con relativa eficacia por los Clases no puede dar a estos entera amplitud, sino que
debe controlarlos muy de cerca, porque, a pesar de todas sus buenas cualidades y deseos, son
elementos por demás transitorios que no tienen una personalidad militar bien definida y que no
dejan huella profunda de su actividad en las fallas.
21
C AP IT U LO II
EL JEFE
1-
Cualidades que debe reunir.
El Jefe está llamado en tiempo de paz, a ser educador e instructor de. su tropa: en
tiempo de guerra, su conductor. Tiene coma atribuciones: dar órdenes sobre ciertos asuntos,
enseñar el oficio a sus subordinados: administrar y gobernar su unidad en todo lo relativo a
derechos, deberes, servicio, orden conducta, y mandar su unidad en el combate. Se esforzara por
mantener y desarrollar el organismo de guerra puesto bajo sus órdenes y por comunicarle la
fuerza que debe tener. El Jefe debe tener concepto claro y exacto dala función que desempeña y
del objeto que persigue. Para llenar la primera y alcanzar el segundo debe reunir cualidades
morales intelectuales y físicas diversas, tales como ser valeroso, hambre da fe, organizador
enérgico, sereno, previsor, de capacidad profesional comprobada y físicamente apto Valeroso,
para servir de ejemplo a su tropa: de fe, en el sentido patriótico de la palabra, para que pueda
inflamar el alma de su tropa y esta se bata con decisión; Organizador, para que haga prevalecer
el orden, que es la base del éxito, pues el desorden en la característica de la derrota; Enérgico,
para que sepa defender sus ideas y, al tornar una decisión, haga ejecutar sus órdenes cueste lo
que costare; Sereno, para no dejarse arrastrar ni por el arrebato ni por la desesperación;
Previsor, para que no se vea sorprendido por los acontecimientos ni a merced del adversario: de
capacidad profesional, para que tenga imaginación creadora que lo lleve a adoptar soluciones
propias: y apto físicamente, para que pueda entregarse de lleno a las duras tareas de la guerra.
Este conjunto de cualidades no se requiere por igual en todos los grados de la jerarquía,
Tratándose de subalternos, el valor priva en mucho sobre el espíritu de organización o de
previsión. Al contrario, subiendo en la escala jerarquica, adquiere mayor importancia la
imaginación y el espíritu de organización, pasando el valor a segundo piano. Pero en todos, de
modo absoluto y en cualquier circunstancia, son siempre imprescindibles las cualidades de juicio
certero, de carácter inflexible y de fe patriótica intensa.
Los elementos de que se vale el jefe para sentar su autoridad son: la inteligencia, para
ver; el carácter, para poder; y la consagración al deber, para querer. Por medio del desarrollo
de la inteligencia llega a conocer la vía que debe seguir; con el carácter, traducido en fuerza
moral y física, puede marchar hacia su objetivo allanando todos los obstáculos que se le
presenten y por ultimo, con el más poderoso elemento de mando que tiene el Jefe, o sea la
consagración al deber basado en el patriotismo mes ardiente, pone una gran tuerza pasional al
servicio de un ideal elevado que lo impulsa y reconforta hacia la conquista del objetivo,
cualquiera que sea su precio.
La característica principal de todo el que manda en la preponderancia que cobra en su
espíritu la abnegación personar, cuya existencia no, puede comprender muchos que ven con
cierto menosprecio una carrera, basada únicamente en la profunda consagración al deber,
virtud militar que es, precisamente, la salvaguarda mas segura de la patria. El jefe u Oficial que
se consagra sin reservas al cumplimiento de ese deber, pone al servicio de su labor diaria un ideal
que lo coloca por encima de las pasiones humanas, pues así trabaja para la Patria con la
plenitud de sus facultades y va hasta ofrendarle el sacrificio de su vida. Así practicado, el deber
militar da a la carrera de las armas una grandeza una belleza y una nobleza que no tienen igual.
El Jefe que se encuentra verdaderamente a la altura de su misión, no puede dudar que alcanzara a
22
penetrar en el alma de su tropa, lo que para el debe constituir. tanto en la paz como en la
guerra, la más alta de sus satisfacciones morales y la más cierta de sus recompensas2.-
El Ascendiente del Jefe.
El ascendiente del jefe se basa en la confianza, el respeto y el afecto: que debe
inspirar para imponerse a todos en el momento necesario. Si el Jefe no despierta esos
sentimientos, no está capacitado para educar y conducir hombres. Podrá imponer una disciplina
pasiva basada en el hábito y el temor, pero no les es posible alcanzar que sus hombres
desenvuelvan las virtudes militares individuales, que constituyen el secreto de la victoria. Toda
superioridad moral, intelectual y física contribuye al prestigio del superior e inclina a la
obediencia.
En la confianza entre los jefes y sus subordinados estriba la verdadera fuerza del
Ejército: sin alía no se obtiene ningún resultado positivo por muy grandes que sean el valor del
Jefe y la intrepidez da los ejecutantes. La confianza no flaca repitiendo al soldado que debe
tenerla; tampoco se inculca como una consigna pues el corazón no obedece voces de mando La
confianza nace de la admiración y del cariño que profesan los subordinados.
Para inspirar confianza, el Jefe tiene que demostrar conocimiento y audacia en la
ejecución de su tarea: mostrarse solícito con los soldados; estar siempre a la altura de su
misión; reflexionar de antemano todo lo que debe hacer para no incurrir en titubeos no
contradicciones: estar dotado de valor a toda prueba
Para inspirar respeto y estimación el Jefe debe observar siempre una conducta digna;
no violar jamás los principios que predica, ser dueño de sí en toda circunstancia y correcto en su
actitud y su uniforme: cumplir todas las obligaciones que le impone el buen servicio: revelar
escrupulosa honradez en el manejo da fondos y personal: y por sobre todo manifestarse como
hombre de carácter enérgico y de voluntad firme.
Todo hombre sabe que El Jefe es para mandar; y como esta acción implica imponer la
voluntad es preciso que el que manda desarrolle la suya al más aire grado- El Jefe que carece de
voluntad, o es voluble no mantiene sus Órdenes y sigue siempre la opinión del ultimo que le
habla. Antes que un Jefe es un esclavo. En vez de dirigir es presa de la imposición de otros,
fatigando y enervando a sus inferiores con órdenes y contraórdenes.
El Jefe, debe hacer sentir su voluntad con energía y dar a comprender que no titubeará
en censurar acremente o reprimir con severidad toda falta contraria al deber o toda falta de
atención para con su autoridad y su persona. Al efecto, tiene que exigir ineludiblemente todos
los signos de respeto y los honores a que tiene derecho: reprimir toda desobediencia y toda
falta contra la disciplina, De no hacerlo así los inferiores se acostumbraran a menospreciar su
persona y su autoridad. Por supuesto, el Jefe no debe ser brutal y castigador empedernido, pues
la firmeza y la voluntad enérgica no excluye la benevolencia, la afabilidad y la bondad de los
procedimientos. Por otra parte, el inferior no estima, ni aprecia aun Jefe sino lo respeta; y no lo
respeta si no se muestra enérgico en el cumplimiento de sus órdenes,
El afecto hacia el Jefe nace de la simpatía que despierta. El Jefe se hace querer
comunicando sus sentimientos y dando confianza pare que se proceda con reciprocidad. Para
ello es indispensable que conozca a cada uno en particular.
Al estudiar el carácter, el valor moral y el vigor físico de sus subalternos, el Jefe
adquiere la posibilidad de mandar a cada cual como mejor conviene, y se coloca en condiciones
de aconsejar, de darle valor, de guiar: en una palabra, de adquirir confianza pero no basta
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interesarse por cada uno en particular sino que debe atender, con solicitud las necesidades generales da la colectividad a sus órdenes, preocupándose de la alimentación, el equipo, el
vestuario y de todo lo que signifique bienestar de la Unidad.
Esta preocupación por las necesidades domesticas de la Unidad, la vigilancia del
sinnúmero da detalles de esta especie es una de las obligaciones primordiales del jefe puesto
que esa previsión asegura el orden y la disciplina y da al inferior la de que alguien vela por sus
necesidades, provocando así la adhesión personal hacia el superior que de tal modo procede.
Nada hay que pueda anular más el ascendiente del Jefe que el egoísmo, pues su deber
en pensar en sus subordinados antes de pensar, en sí. El Jefe que se preocupe de la instalación de
su tropa antes de la suya propia; que vigila sin afectación que sean curados los heridos o estropeados, que vela porque todos los hombres coman y descansen bien, que reconforta a los débiles
y facilita a los fuertes, confirme su autoridad por: el lazo fraternal del afecto, que no excluye la
disciplina y constituye una de las más poderosas fuerzas del Ejército.
Las necesidades de la educación militar imponen trabajos y sufrimientos: el Jefe debe
tratar de que sus subordinados comprendan que esas penalidades no las corren por desidia ni por
indiferencia, sino para endurecerlos en la vida de campaña, estimulando su propio honor e invocando su patriotismo.
El Jefe debe abstenerse de por sí, y prohibir en absoluto a los comandantes
intermediarios que se injuria a los soldados o que se les demuestre orgullo de posición social o
racial, pues el tono imparcial de mando predispone a aceptar con alegria las fatigas y
sufrimientos; la estimación despierta la confianza, y la compasi6n por las desgracias personales
de los inferiores compromete la gratitud.
Establecida la simpatía entre el Jefe y sus subordinados, es fácil a éstos soportar las
exigencias y privaciones del servicio con alegría y voluntad. Al contrario, si no les mueve el
corazón no podrá obtener nada sino a fuerza de vigilancia y de represiones sin lograr que el
inferior cumpla sus deberes con entusiasmo.
El espíritu de justicia es otro de los fundamentos en el ascendiente del Jefe quien debe
ser obstinado y rigurosamente justo. La primera condición y la más difícil de lograr es resistir
aros asaltos del favoritismo, vengan de donde viniere esto requiere una verdadera fortaleza do
carácter El Jefe está obligado a oponer a todas las solicitudes de favor una valía infranqueable,
pues hay actos de favoritismo que son crímenes contra la patria, como el conceder ascensos a
los que no lo merecen posponiendo a los mejores.
El Jefe debe ser rigurosamente imparcial en materia de sanciones. Primero hay que
prevenir las faltas: pero una vez que éstas se producen, no quedan sino tres actitudes: cerrar los
ojos, en cuyo caso es más responsable que el culpable; pronunciar un discurso de protesta,
que no da resultado alguno o castigar, única solución moral y eficaz, Si no se castiga al
culpable sus camaradas pierden la noción de que el Jefe tiene como atributo la justicia pero si se
le castiga apropiadamente la vida militar continúa su curso normal. En todo caso el Jefe no
olvidara que si vacila en reprimir una falta flagrante, sobre todo en materia de disciplina, pierdo
el ascendente de sus subalternos.
3.El poder del Jefe depende de su Valor Personal, del Valor de SUS Subalternos y de
la Colaboración que le Prestan Todos sus Subordinados.
El poder pon que al Jefe deberá actuar en el combate, es la resultante de su valor
personal, del valor y adhesión de los cuadros subalternos, del valor y número de sus hombres.
24
depende de la colaboración organizada de todos
El Jefe debe ser valeroso y resistente. Gracias a estas dualidades impone respeto,
conquista estimación inspira confianza y quita rudeza al carácter impositivo do las órdenes. El
valor aumenta su autoridad moral: manda mas con la acción que con la palabra y más con esta
que con los galones. A la hora del peligro se convierte en el más valeroso con el derecho del mas
fuerte.
A un Jefe valerosa se le disculpa el rigor con que manda porque todos saben que se
gobierna a sí mismo con tanto o mayor rigor, que a su tropa. En cambio sí un Jefe pusilánime
emplea el rigor todos ven en su actitud una especie de venganza que torna por no poder
afirmar su autoridad de otra manera.
Sin embargo la valentía del Jefe no excluye la prudencia pues un sacrificio inútil y que
no sirva de ejemplo es un crimen ya que la vida del hombre no se gasta en vano. Él tiene la
obligación de poner de manifiesto que tiene un concepto claro del valor de la vida y de que no
debe sacrificar sin provecho existencias reclamadas por un ideal superior.
El buen jefe debe anhelar siempre que sus inmediatos subordinados sean activos,
valerosos y resueltos; el mediocre trata de alejarse de individuos de esta especie y no busca
tener a sus órdenes sino inferiores timoratos pues estos le hacen fácil el comando mientras que
los primeros lo obligan a saber mandar.
El buen jefe prefiere subalternos ardientes resueltos y emprendedores y debe excitar sus
cualidades y saber conducirlos, porque es preferible la altivez a la deslealtad o a la
claudicación, el error a la debilidad.
Todo Jefe debe tener interés en aumentar las fuerzas morales de sus subordinados
dándoles pruebas de estimación y aprecio. Une de los más crasos errores que puede cometer un
jefe es tratar a sus inmediatos como factores sin importancia. LS cortesía en las relaciones
personales de unos y otros afirma la autoridad del que manda y facilita el cumplimiento por parte
del que obedece. Principalmente en combate, el jefe debe dar muestras da serenidad y aprecio al
subalterno, invocando los nobles sentimientos de este y reconociendo sus buenas aptitudes al
confiarle una misión delicada o que importe sacrificio.
Para tener mayor autoridad, un jefe tiene que proscribir todo mal tratamiento al
subalterno en presencia de la tropa, porque la autoridad de éste es uno de los +actores de la
suya. Tampoco se debe esgrimir la crítica acerba, ni la ironía, porque ello seria un abuse de
autoridad, ya que el interior esta incapacitado para proceder en igual forma. A los subordinados
se les habla como colaboradores indispensables, eficaces y decididos a obedecer, a fin de
intensificar el espíritu de subordinación. Particularmente es necesario es el uso de la cortesía en
el saludo y las expresiones de dignidad que exaltan la personalidad humana. Este sentimiento de
dignidad personal es un elemento de energía que aumenta la fuerza moral y debe ser estimulado
por todos los medios al alcance del Jefe. La detestable idea de apocar al inferior está más
extendida de lo que parece. En algunos es un instinto da torpe arrogancia que da por resultado la
pérdida de le dignidad personal por parte del inferior, pues lo inclina e la excesiva humildad y a
la bajeza de espíritu. En otros es el fruto de un error intelectual. pues se llega a creer falsamente
que la humillación del inferior es una prueba de disciplina y que así se afirma la autoridad por un
temor saludable. A menudo se deprime al subalterno bajo la influencia de sentimientos innobles,
tales como la vanidad y la fatuidad personal, que no permite a quien la pone en juego,
contemplar que otros hombres puedan obedecer sin arrastrarse movidos sólo por ja conciencia
del deber común.
25
4.-
La Palabra y El Ejemplo del Jefe son Necesarios a la Tropa.
La Palabra y el Ejemplo son necesarios para inflamar el corazón en el campo de batalla.
En el combate moderno, el soldado escapa frecuentemente a la vigilancia de los cuadros: no
tiene poder él la disciplina material, y solo la disciplina moral lo mantiene en el cumplimiento
del deber.
De todos los resortes de mando y educación de que dispone el Jefe, el más eficaz es el
ejemplo que está basado en el instinto de imitación pues al presentarse como modelo demuestra
que es factible para todos alcanzar el ideal o el objetivo perseguido o designado. El ejemplo,
aunque sea mudo, es el más eficiente instructor que existe Su escuela es la vida practica, en la
que se enseña por la acción, siempre más convincente que la palabra. La enseñanza oral puede
indicar el buen camino: pero la fuerza que a todos se comunica y a todos arrastra, es la fuerza
persistente y silenciosa del ejemplo. La palabra se honra practicando lo que se enseña así, pues,
nada hay más peligroso que una buena enseñanza teórica acompañada por un mal ejemplo.
El Jefe que afirma y prueba su autoridad por el ejemplo consigue que la tropa se le
entregue por completo y sin reservas mentales. Es claro que el ejemplo cobra mayor eficiencia
tratándose de los comandantes de las más pequeñas unidades; pero no es menor importante que
sobre todo en las horas graves, el Jefe sepa presentarse y hacerse visible en el campo de
batalla.
Nada eleva tanto la moral de las tropas, particularmente durante una defensiva
prolongada, corno la presencia del Jefe en las primeras líneas. Si este conoce su papel no va
allí para examinar el emplazamiento de una ametralladora o el trazado da una trinchera, que son
detalles nimios para el sino para mostrarse y hacer conquista de los corazones.
Un Jefe debe preparar a su tropa antes de emprender una operación importante. Como la
palabra. sobre todo en un medio como el nuestro, impresionable y desconfiado tiene mayor
ascendiente que una orden escrita, hará uso de ella en forma simple, sin aparatos, explicando a
sus inferiores las condiciones en que van a luchar, las probables dificultades que hay que vencer,
los resultados que espera alcanzar, sin ocultar nada, sin exagerar lo menor, esto es hablando
claro. Un Jefe puede alucinar a una tropa una vez pero no dos veces, pues, el soldada no llega a
perdonar nunca a quienes lo hayan engañado.
Producido el combate, casi siempre duro, penoso y fatigante, una vez mas esta el puesto
del Jefe en el campo de acción, al lujo de sus hombres; esto le escucharán con mayor interés que
nunca porque le ven compartir sus mismos peligros. Si
llega dispuesto a otorgar
condecoraciones o recompensas con su alma vibrando con la misma emoción patriótica de los
hombres a sus ordenes; si sabe enseñar sus deberes a la tropa, el Jefe ejercerá sobre esta una
influencia inmensa y podrá, sin vacilar pedirle y obtener de olla un nuevo y prolongado esfuerzo.
La tarea moral del Jefe no concluye al retirar su Unidad de la línea le combate, después
de largas jornadas de sacrificios y heroísmos. Al contrario, comienza entonces de nuevo porque
es preciso que cada uno olvide las visiones trágicas pasadas y solo lo conserve en su memoria
el recuerdo de la gloria conquistada. El Jefe reúne su Unidad para que todos vean aun es
numerosa y potente; honra en ese instante a los muertos, para que así se arriesgue el soldado a
perder su vida, sabiendo que no se le olvidara si muere: reconforta a los heridos; distribuye
recompensas en los merecedores; y da todo el resplandor posible a estas ceremonias. Batalla de
Carabobo.
26
5.-
El Carácter, El Espíritu de Decisión y La Voluntad de Vencer.
El Carácter es el principal factor en que se basa el ascendiente del Jefe; da casi siempre
la expresión de la fuerza moral del que manda, y consiste en la impulsión activa que tiene por
objeto darle la energía necesaria para tomar, en circunstancias a veces críticas, decisiones que
comprometen su responsabilidad personal. El carácter del Jefe regla el empleo de los medios
de acción para actuar sin tibiezas ni desfallecimientos, segur principios determinados a pesar de
los obstáculos, peligros y solicitaciones de toda índole que tienden a desviar su aplicación el
cumplimiento del deber militar. Es lo que da al Jefe sello y distinción moral, viniendo a ser lo
que la fisonomía en lo corporal es el carácter mezcla indefinible de cualidades entre las que
sobresalen la firmeza en el mando; la constancia en exigir a los inferiores el cumplimiento
exacto de sus deberes; la nobleza y la justicia; la severidad para corregir las faltas que lo
merezcan: la energía para imponer la autoridad en los trances difíciles, fortaleza para no dejarse
abatir por contrariedades y reveses: y la entereza para no doblegarse ante imposiciones
arbitrarias.
No es dable a todos reunir esto conjunto de cualidades en la medida necesaria pero la
educación y el hábito del mando puede desarrollarlas en grado suficiente en la mayor parte de
los casos, sobre todo si se tiene un concepto elevada de la misión y del deber que el Jefe está
llamada a desempeñar
Del Carácter de quien manda depende casi siempre la manera de obedecer en los
escalones inferiores. Por eso dicha virtud es el eje principal de la disciplina, y así lo exigen los
reglamentos cuando la señalan como una de las cualidades indispensables para el ascenso a
categorías superiores. Pero uno de los más graves errores en que puede incurrir un Jefe, es
confundir el carácter con el genio altanero adusto impulsivo o arrebatado. Tampoco debe creer
el Jefe que la firmeza de carácter es igual a la terquedad porque esta no es sino la manifestación
de la voluntad sin inteligencia y un simulacro de la voluntad consciente. Además, la brutalidad es
una desviación de la fuerza de carácter y consiste en actos de violencia de individuos que no
tienen la voluntad suficiente para reprimirse e si mismos y que- siendo de naturaleza débil y
tímida, creen que así llegan a imponerse. La manifestación estación más clara del carácter del
Jefe se traduce en su espíritu de decisión y su voluntad de vencer El Espíritu de decisión
crece cuando el Jefe es colocado desde el tiempo de paz en condiciones que le impongan un
ejercicio constante de loa hábitos de mando. Las maniobras, las operaciones y la guerra son el
medio más apropiado para el incremento de esta valiosa cualidad moral.
La Facultad de Decisión es necesaria para elegir sin vacilaciones la solución más
juiciosa en cada caso, arrastrando las consecuencias con ánimo sereno. Se facilita mucho
cuando el Jefe sabe conformarse con una solución aceptable, sin aspirar a una perfección
generalmente inalcanzable, en la guerra no es fácil acertar siempre con la respuesta más conveniente; pero si se tiene fe y aliento para aro proseguir el camino elegido, con tal de que sea
viable, puede obtenerse el éxito deseado.
El Jefe no debe engolfarse en analizar profundamente las ventajas y desventajas de
cada solución, pues tal vez sería conducido a verse perplejo en el momento de decidirse y le falte
resolución para obrar. Tampoco debe esperar que las circunstancias le sean absolutas y
totalmente favorables; por el contrario, tiene que aprovechar cualquier oportunidad para
actuar conforme a sus planes a fin de no caer en la inacción, que es la muerte de los EjércitosLo mejor que puede decidir el Jefe en cualquier oportunidad es hacer siempre lo que, dadas las
circunstancias del momento, pueda contrariar más los planes del adversario Todo es factible en
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la guerra, hasta lo que no parece muy conforme a las ideas generales todo es preferible a vacilar
a cada paso par no encontrar ocasión bastante favorable para decidirse a actuar- La decisión es el
reflejo de una voluntad firme que sabe lo que quiere y por qué lo quiere: obra en el Ejercito
como una fuerza positiva que se transmite a los inferiores, sosteniendo su energía, desarrollando
su iniciativa y acrecentando su espíritu ofensivo y su confianza en la victoria.
Par el contrario, la indecisión de un Jefe es una confesión de incapacidad para actuar
falta de visión clara, de valor para afrontar la responsabilidad de lo que acontezca después, Sus
consecuencias son funestas porque siembran la desconfianza y ahogan toda iniciativa.
No basta desear algo vivamente, es necesario, a la vez, hacer todo la posible para
alcanzar el fin propuesto; y en la guerra hay que llegar basta el sacrificio supremo, La voluntad
debe ser impecable, complete y sin desfallecimiento; hay que llevaría hasta el limite a pesar del
sufrimiento físico, del hambre, de la sed. del suche, Sólo así se puede impresionar al adversario e
imponerle miedo Aunque la inteligencia del Jefe es necesaria, en la guerra cobra mayor valor el
deseo obstinado, pues de la voluntad nacen la temeridad y la audacia, que a su vez son las que
procuran la victoria,
En todos los tiempos y en todos los países, la voluntad de vencer ha despertado el
espíritu de sacrificio, la abnegación, el renunciamiento, el olvido del interés personal: ella es la
que permite a los pueblos ser fieles a su palabra, la que inspira y reconforta en el martirio, la que
conduce siempre ala victoria que corresponde siempre a los que van hacia adelante, a los que
tienen la firme resolución de tornar ja ofensiva, a los que hacen cuanto se lea exige para
conseguirla aun en las circunstancias mas criticas.
Todo militar, y particularmente el jefe, debe poseer en alto grado esta fuerza moral que
constituye la voluntad de vencer, basada en un alto concepto del honor profesional, en el apego
al cumplimiento del deber y en un profundo dominio de si mismo.
El Jefe date dar pruebas de una energía racional que nada puede disminuir, de una
invencible voluntad de resistir a los golpes del destino, actuar siempre con espíritu metódico, con
valentía y sin aspavientos, y manifestarse en toda ocasión lleno de la más fervorosa fuerza moral,
En resumen, dar un bello ejemplo, no de filosofía y resignación, sino de viril optimismo, sobre
todo en las horas tristes de la guerra.
6.-
El Espíritu de Organización.
El Espíritu de organización es una de las cualidades mas apreciadas de un Jefe, cuya
importancia crece a medida que los efectivos y elementos puestos bajo su mando son mayores
Innata en individuos de temperamento flemático, dicha cualidad es rara entre
nosotros; casi siempre dispuestos a ser espiritualmente inquietos, a dejarlo todo al azar y a mirar
superficialmente los problemas pendientes. Sin embargo, llega a adquirir por el hábito de
manejar asuntos complicados y de estudios generales que desarrollen el espíritu de síntesis.
Particularmente en un ejercito moderno, el Jefe debe conocer al detalle la composición y
funcionamiento de todos sus elementos, para moverlos y manejarlos con acierto revelador de sus
aptitudes: pero la suma de su saber a este respecto no es para impulsarlo a perderse en los
detalles, sino para que no deje de contemplar ninguno de los aspectos que debe examinar antes
do tomar una decisión cualquiera para no verse expuesto a orearen sus subordinados conflictos
de deberesPor otra parte, el deber del Jefe Consiste, no en el manejo directo de las distintas
partes de que se compone su Unidad, sino en asegurar el funcionamiento armónico del
conjunto con la mayor precisión posible, a fin de que todos los Inferiores se vean librados de
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toda preocupación respecto a asuntos que no esta en su mano alcanzar ni disponer.
Corolario del espíritu de organización del Jefe es la previsión que debe caracterizarlo,
para no dejar nada al azar, ni a la responsabilidad de sus subordinados, que muchas veces se
encontrarán perplejos cuando aquel ha omitido uno de sus más esenciales deberes, que consisten
en hacer que cada uno haga su parte para que asuma también la consiguiente
responsabilidad.
7.-
La Cultura Intelectual.
El Jefe debe poseer una cultura intelectual completa, que le dará siempre una
autoridad indiscutible sobre sus subordinados. Aunque en la actualidad tiene gran importancia la
cultura deportiva, la intelectual no ha perdido en modo alguno su valor, siendo lo mejor que
ambas se complementen. La capacidad intelectual del Jefe se pone a prueba frente a la dificultad
de los problemas que tiene que resolver y por la corrección y rapidez con que debe
resolverlos. Dicha capacidad es función do la inteligencia individual pero esta facultad no basta
para suplir la falta da conocimientos adquiridos, es decir, de saber, puesto que la inteligencia no
hace sino aplicar y combinar los conocimientos para llegar al fin que se persigue. Al Jefe no le
basta el saber profesional, esto es, una buena instrucción militar y técnica, sino una amplia
cultura general que cubra las posibles criticas de sus inferiores. Esta cultura, sin embargo, no
debe ser puramente especulativa, sino que necesita ser flexible y estar orientada hacia la
aplicación certera a todos los asuntos relacionados con la guerra por medio de un
adiestramiento práctico que la haga penetrar en su subconsciente y la transforme en reflejos
intelectuales.
Los estudios de la Historia General y Militar, de Matemáticas, Geografía, Física,
Biología, Legislación. Idiomas y Sociología; especialmente los de Sicología Individual,
Colectiva y del Combate; y por ultimo una cultura militar propiamente dicha, iniciada en la
Escuela y seguida durante toda la Carrera darán el Jefe el adiestramiento intelectual necesario
pera la resolución, rápida y acertada de todos los problemas de orden táctico que se le presenten.
Principalmente el estudio sicológico del combate es y será la parte fundamental de la
ciencia militar; la que ilumina sí Jefe ti derrotero de le victoria, pues todos los medios puestos en
juego deben tender a conservar el valor ofensivo y la cohesión de las tropas y e destruir el del
adversario.
Primordial es en el Jefe estar preparado para la resolución de casos concretos en el
combate, de modo rápido y cabal, pues en la guerra las consecuencias de un retardo se traducen
en múltiples derramamientos de sangre y a menudo por pérdidas irreparables. El saber requerido
flor el Jefe para solucionar las cuestiones que se presenten, debe ser completo, verdadero,
claro, preciso, bien clasificado y siempre presente en el espíritu.
Los conocimientos profesionales deben ser más profundos y la ilustración general más
extensa, a medida da que sean más indispensables para poner en acción medios técnicos Así
mismo, el Juicio recto es el resultado de una cultura general desarrollada; generalmente se
adquiere emprendiendo estudios completes sobra determinadas actividades que ensanchen el
espíritu, por los viajes y la observación Pero no debe olvidarse que el saber superficial no es útil,
sino más bien peligroso, porque constituye una especie de enmascaramiento intelectual que solo
produce soluciones falsas e incompletas.
El saber es verdadero cuando se adquiere comes resultado de estudios exactos y
mantenidos al día, siendo recomendable roe en caso de experiencias personales hay que
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desconfiar de olvidos, omisiones, ilusiones y errores de observación que imponen verificaciones
siempre que sea posible. Para que el saber del Jefe sea claro y preciso, es necesario que le
permita concebir y exponer su pensamiento con absoluta nitidez, expresando sin oscuridad de
conceptos y el objeto que persigue, evitando errores de interpretación por parte de los
subordinados.
Todas las nociones relativas a una misma materia debe el Jefe adquirirlas y
completarlas metódicamente y clasificarlas en orden en la memoria. Así, por el juego
automático de la asociación de ideas, los conocimientos relativos a cualquier asunto acuden a la
imaginación y se presentan en un orden lógico.
La Rapidez para concebir y actuar que debe caracterizar al Jefe, no se alcanza sino
cuando se le presentan espontáneamente ideas útiles para el fin que se propone, lo que a su vez
sólo se logra al ejercitarse continuamente en los temas que el deberá resolver en la guerra.
8.-
El Poder de Imaginación.
Un Jefe debe poseer el suficiente poder de imaginación para tener conceptos e ideas
propias, aunque teniendo en cuenta la complejidad de la guerra moderna, no puede sacar de su
cerebro todas las ideas que le son necesarias. Su arte consiste en saber elegir entre sus propias
ideas y las que le presentan sus colaboradores; en tener anticipadamente la visión clara de los
resultados que puede esperar de ellas, y en perseguir su aplicación cueste lo que costare.
A medida que sube la jerarquía, el Jefe debe prever los hechos con anticipación
suficiente, teniendo en cuenta la importancia de los efectivos y materiales que componen la
unidad.
Pero el poder de imaginación del Jefe, no debe llevarlo a hacer apreciaciones
exageradas que lo conduzcan a formular conclusiones erróneas. La forma más eficiente del
poder de imaginación, consiste en tener siempre presente la situación en que se encuentran todos
sus elementos en toda oportunidad. Una imaginación desordenada hace suponer peligros donde
no existen, ordenándose inútiles medidas de seguridad y las consiguientes fatigas a la tropa con
dispersión de las fuerzas.
El poder de imaginación facilita la comprensión de las ordenes y disposiciones;
contribuye a la orientación en el terreno, y ayuda a pasar de la teoría a la práctica. Además,
ella puede suplir la falta de tiempo para hacer los cálculos que algunas situaciones requieren,
iluminando al Jefe el cuadro que le servirá de base para sus actos ulteriores.
9-
Los Procedimientos de comando.
Para Obtener el mayor rendimiento el Jefe debe tener presente que la mejor manera de
proceder consiste en aprovechar el progreso, la capacidad y virtudes individuales de sus
subordinados creadas y desarrolladas por una educación militar completa y orientada hacia la
cooperación por medio de la iniciativa racional.
Unicamente cuando en un organismo reinan la ignorancia y la inmoralidad es preciso
usar de la mayor autoridad y sujeción, pero solo con el fin de imponer o perfeccionar la
educación. Cuando esto y los hábitos de orden han dado sus frutos y desde que los cuadros
inferiores son capaces de proceder en la forma arriba indicada, es necesario emancipar, hacer un
llamamiento a la inteligencia, a la buena voluntad ya la iniciativa abnegada de todos, para
que sean capaces da cumplir sus deberes flor sí mismos, bajo la impulsión directora del Jefe.
El Jefe debe educar a sus subordinados lo más posible y mandar imperativamente lo
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menos que pueda para crear la iniciativa inteligente y abnegada, no fijando a cada uno sino el
objetivo, el objetivo que se va a alcanzar y su misión en el conjunto para que el inferior elija los
medios de ejecución, y no ordenando sino lo que sus subordinados no puedan ordenar de
por si.
El Jefe debe inspeccionar, principalmente, los resultados no adquiridos acerca de la
preparación para la guerra y no los medios sino los resultados. Tiene también que evitar
pérdidas de tiempo en obtener uniformidades y sincronismos de puro efecto exterior e
inútiles en la guerra, pues estos no constituyen sino apariencias vanas y engañadoras de la
disciplina.
Por otra parte, el Jefe debe recordar siempre que siendo la solidaridad uno de los
elementos esenciales del valor militar de las tropas, puede obtener los mejores resultados
respetando la solidaridad de las unidades orgánicas, porque conociéndose entre sí todos sus
elementos integrantes, se prestaran una colaboración más activa, intima y precisa porque, desde
el punto de vista de la mayor eficiencia moral hay que dejar siempre a las unidades en manos de
los Jefes jerárquicos que las conocen y saben conducirlos mejor. Sin hacer llamamientos al
temor ya los castigos cuyo empleo, siendo a veces necesario, siempre acarrea inconvenientes.
Así mismo, el Jefe debe dar sus órdenes por la vía jerárquica tanto como sea posible; De este
modo se evitan las órdenes contradictorias, seda prueba de cohesión y orden en el mando, se
afirma la confianza de los soldados en sus cuadros y no se ve anulada ninguna autoridad
intermediaria, cargando cada cual con su parte de responsabilidad.
El procedimiento de mando por el temor, inspirado por el Jefe al subordinado es
ilógico y solo es aceptable por individuos absolutamente ignorantes. Y si se trata del Jefe, este
necesita comprender y hacer comprender a sus inferiores que el deber militar es una
colaboración, que la obediencia tiene que ser espontanea y que obedecer y mandar es siempre
hacer la tarea común bajo la inspiración del deber también común. La disciplina debe
ejercitarse, no como una sumisión, sino come una orgullo so obediencia.
Lejos de ser amenazadora, la autoridad del jefe debe convertirse en un poder
bienhechor, absolutamente necesario a los subalternos sobre quienes la ejerce y cuyas fuerzas
multiplica agrupándolos en un solo haz, Particularmente en el combate los inferiores desean
sentir la acción alentadora del Jefe, porque ellos so sienten pequeños y débiles cuando no pueden contar sino con sus propias fuerzas. Es entonces cuando se pone en evidencia la colaboración
mutua entre el Jefe y el subalterno, puesto que ambos representan una misma fuerza aplicada a
una misma obra y a un mismo deber.
10.-
La Apelación al Deber.
Todo Jefe debe dar la acción del mando ya la obediencia el carácter de un deber común,
que lo obliga tanto a él como a sus inferiores. Así eliminara toda idea de temor al castigo y creará
un ambiente de subordinación digna y voluntaria. Las amenazas del castigo quebranten el resorte
moral de la subordinación, que es la única virtud que debe quedar intacta en las circunstancias
críticas de la guerra, o sean la adversidad y la derrota.
El Jefe que quiere preparar e su tropa para que llegue basta el asalto bajo el fuego
enemigo, no necesita domesticar a sus hombres sino educarlos en la noble y digna disciplina del
deber. Para que el soldado moderno acepte libremente la necesidad de hacer los más penosos
sacrificios, es necesario que el derecho que tiene el Jefa pera exigir obediencia se apoye sobre
una fuerza reconocida y consentida por todos: y esa fuerza no es otra que el sentimiento del
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deber. La sumisión por el temor no da sino la apariencia exterior de la verdadera disciplina.
Es conveniente que todos los subordinados sepan que el Jefe tiene en sus manos los
medios de imponer la obediencia, pero esto no quiere decir que esa sea su manera normal de
proceder: al contrario, la experiencia enseña que la intimidación perenne no da sino unidades
indisciplinadas. La subordinación es un deber de hombre libre y no una esclavitud; hay que
practicarla dignamente corno obligación lealmente aceptada, sin humillación, sin dudas, sin
temor. Bajo este aspecto debe ser exigida por el Jefe y no como una imposición personal pues los
inferiores no están a su servicio sino en el servicio de la patria. El mando y la obediencia son
impersonales y dura lo que la funcion o el cargo desempeñados, sino que continúan a través
de la autoridad ejercida por los nuevamente designados a ejercer el comando. La autoridad del
Jefe y la obediencia del subalterno son, dos aspectos del deber común, que como su nombre la
indica, obliga tanto al Jefe corno al último soldado.
11.-
El Amor y el Temor a Las Responsabilidades.
El amor a las responsabilidades es una cualidad de las más Interesantes de que
puede estar adornado un Jefe; pero desgraciadamente es rara, muy fácil, otra parte, lanzarse a
los mas graves peligros cuando la responsabilidad incumbe a otro.
El valor de asumir las responsabilidades da al Jefe que la posea, la posibilidad de
encontrar colaboradores hábiles y activos, que se dedicaran por entero a sus funciones porque
saben que, en caso de ser aceptadas sus ideas, el Jefe asumirá la responsabilidad consiguiente y
no la descargara sobre ninguno de sus subordinados.
Uno da los más claros exponentes de nobleza en un Jefe es su amor a las
responsabilidades, que le da un sentido de altivez y lo coloca por encima de la colectividad, sin
llegar a la arrogancia. Gracias a ella no dará importancia a las desgracias que puedan acaecerle;
Al contrario, el temor a las responsabilidades es una de las mayores y más funestas
debilidades que puede tener un Jefe. Abstenerse de dar una orden formal bajo la impresión del
miedo a asumir la responsabilidad consiguiente, sólo es propio de un militar descalificado para
el mando; y si es triste para un Jefe esquivar su responsabilidad con pretextos y excusas, hay
algo mucho peor. que es echar sobre un subordinado la carga que le corresponde,
De manera general toca al Jefe de una Unidad asumir la representación de ésta, así
como también le corresponde pedir directamente a sus subordinados que le rindan cuenta de las
faltas que hayan cometido. Ea una equidad que, por consideraciones al rango, se haga recaer
sobre los grados inferiores todos los reproches, la responsabilidad y la represión. Al proceder
un Jefe de éste modo mina la autoridad de sus inferiores cerca de la tropa; y como estos son a
la vez los más actives gestores de la función de mando, socava así su propia autoridad. Por otra
parte, los subordinados que se vean en tal situación pueden llegar a pensar que constituyen una
categoría de desheredados, no considerando ya la disciplina como un deber común, sino como
una carga que los grandes echan sobre sus hombros.
l2.-
La Arrogancia y Falta de Aprecio hacia los inferiores.
Como el mando y la obediencia son actas de igual dignidad, es claro que eh tono
arrogante en el Jefe y la actitud servil en el subordinado están igualmente fuera de lugar, y no
vienen a ser otra cosa que vanidad, simulación y apariencia. Cuando las relaciones entre los
diversos escalones de la jerarquía asumen esa forma, todos se colocan fuera del deber común,
32
pues se olvida que el superior de otro es a la vez inferior de alguien colocado más arriba.
Si la arrogancia es odiosa, tratar de adquirir popularidad es detestable, puesto que es una
manifestación de egoísmo. El ejercicio del mando no puede quedar subordinado al deseo de
conquistar el afecto de los subordinados, Es natural que en el curso de las relaciones que impone
el servicio, se establezca una simpatía mutua entre el Jefe y sus colaboradores así esto lazo de
simpatía debe ser más fuerte que el afecto que pueda conquistar un Jefe por medio de
demostraciones exteriores o complacencias lesivas al buen servicio. A todo Jefe debe repugnar el
empleo de artificios pera engañar a sus inferiores con demostraciones de un cariño simulado,
porque ese no es un recurso honorable.
El afecto recíproco que nace del deber cumplido es común, no tiene nada de análogo
con los procedimientos de mando fáciles y agradables que puedan ser empleados con el afán de
aparecer bonachón, le disciplina familiar y arrulladora, que se traduce en niñadas,
complacencias y debilidad no es sino un entrenamiento frágil y gracioso; en nada se parece a la
disciplina militar. El Jefe que tiende a adquirir popularidad le falta abnegación; emplea la
autoridad para satisfacer sus sentimientos personales. El Jefe manda solo para asegurar la
práctica de un deber determinado.
Pero la más perniciosa de las actitudes que equivocadamente puede adoptar un Jefe, es
la de hacerse popular entre la tropa menguando la autoridad de sus inmediatos subordinados.
Esta actitud es inconsciente. El Jefe debe tener por los soldados toda la solicitud que éstos
merecen, pero sin aparecer como el único preocupado por ellos, menospreciando así a sus
subalternos. Además, tal proceder atenta contra el principio de la subordinación jerárquica, es
una excitación a la indisciplina y una traición al deber común, que destruye autoridad de los
colaboradores de rango inferior.
l3.-
La Represión no Sirve de Base a la Autoridad.
Los procedimientos de disciplina persuasiva, cuando se le aplica juiciosamente, bastan
casi siempre para mantener en el deber a la mayor parte de los soldados; pero hay circunstancias
en que puedan ser suficientes y es preciso recurrir al uso resuelto de las sanciones de la
disciplina represiva.
En rigor, la represión es un recurso extremo, una acción da importancia para la
autoridad del Jefe sobre ciertos temperamentos refractarios. No constituye, pues, un medio de
educación ni de comando. Se impone si, ante una falta grave que implica una resistencia
directa y voluntaria a las órdenes superiores.
En estos casos graves, la represión es un acto obligatorio para el Jefe. Este debe
inculcar a sus subordinados que tiene el deber de castigar con el rigor indiscutible de una
obligación moral, a pesar del cariño que les profesa. La represión tiene el carácter de deber
impersonal que impide al superior usar del apasionamiento y al subalterno guardar rencor al que
la impone.
Cuando un Jefe tiene que apelar al empleo de procedimientos represivos, es porque su
autoridad es insuficiente, porque choca contra resistencias que debe quebrantar violentamente. Y
si esa situación se le presenta en plena paz, cuando no es necesario imponer ningún esfuerzo
extraordinario, esta claro que en campaña no podrá obtener los duros sacrificios que impone la
disciplina de guerra. Puede suceder que la tropa luche con valor pero ese no es el resultado de la
educación dada por el Jefe, sino un reflejo de las fuerzas morales que lleva a los individuos a
cumplir el deber común.
33
Hasta el presente no se ha logrado idear un sistema que formo que soldados valientes
por temor al castigo, ni gentes virtuosas por miedo a los gendarmes. Si la disciplina no educa,
carece por completo de valor, pues los subalternos aprovechan los descuidos del Jefe para
hacer lo que les place. Además, quien sufre un castigo no mejora por eso sus sentimientos; antes
por el contrario, si tiene carácter, se revela contra las violencias autoritarias y lleva su
indisciplina hasta encapricharse en desobedecer y hacer gala de una actitud, que le parece digna.
La base inconmovible de la autoridad del Jefe es su superioridad moral, no consiste en
manifestarse violento ni amenazador, sino firmemente apoyado en principios morales
indiscutibles. Si consigue que sus subordinados estén penetrados del deber militar, que no es sino
una parte del deber cívico, se impondrá siempre a estos de manera indiscutible cuando les llame
la atención sobre el deber desconocido, pero con lenguaje calmado y sereno. Al culpable hay que
convencerlo de su falta al deber para que, humilde y vencido acepte la autoridad soberana del
Jefe y los castigos que éste le imponga, con la convicción de que ello es la consecuencia
inmediata y moralmente inevitable de su falta. De este modo la represión no es un acto de
mando sino un mero accidente que tiene lugar para colocar de nueva en el sendero recto a los
que pudieran haberse extraviado.
Hay que notar también que la represión es un deber y no una prerrogativa, y de
ninguna manera es un motivo para darse importancia y afirmar con ella el poder personal del
Jefe. Tampoco es plausible que éste se dedique a aumentar los castigos impuestos por buenos
subordinados suyos bajo el pretexto de que le parecen faltas débiles. En principio, sólo se debe
aumentar un castigo cuando el inferior ha aplicado el máximo de sus atribuciones.
Proceder de otro modo equivale tachar al subalterno de debilidad reprensible. Mucho peor aún
es levantar un castigo impuesto por Un subordinado; y cuando ello es absolutamente
necesario por razón de justicia, el Jefe está obligado a hacer sentir a su subalterno el error que ha
cometido. El procedimiento mas ajustado a las normas disciplinarias morales, consiste en hacer
suspender el castigo por quien lo impuso invocando la justicia que asiste al castigado sólo en el
caso muy extraordinario de un empecinamiento ciego que impida al que castigo ver su abuso de
autoridad y percibir la injusticia, puede un Jefe suspender de por sí una sanción, pero no por acto
de autoridad, sino en resguardo de la justicia y la disciplina de la Unidad,
Uso de los Procedimientos de Represión.
El uso de los procedimientos de represión debe estar caracterizado por la más
absoluta ecuanimidad y por el más ferviente espíritu de justicia. Antes de castigar una falta, el
jefe debe reflexionar con calma para dar al inferior la impresión de que, al proceder así, sólo está
animado por el bien del servicio y por el sentimiento del deber. Así pues, El castigo no puede
ser aplicado en un momento de cólera o de violencia, porque generalmente se comete una
equivocación. Es mejor advertir en tal caso al culpable que va a ser castigado y no imponer de
inmediato la sanción requerida.
La elevación de miras de un Jefe digno de tal nombre aleja toda suposición de
malquerencia; pero hay ciertas injusticias involuntarias de las que conviene prevenirse, Con
este objeto no se debe imponer ninguna sanción basándose únicamente en el parte de un inferior
antes de oír las explicaciones del culpable, ya que la defensa es un principio que no se puede
transgredir jamás.
A veces resulta que un acto de desobediencia se produce a causa de una orden mal
dada, o de órdenes contradictorias impartidas por los diversos superiores jerárquicos del
34
culpable, que colocan a éste en la imposibilidad material de ejecutarlas simultáneamente.
Los castigos deben estar proporcionados no sólo a las faltas, sino también a la
conducta habitual, al carácter, al tiempo de servicio y al grado de inteligencia de cada uno; y
por otra parte el Jefe está obligado a prevenir las faltas antes que sancionarlas, cada vez que
ejercite el derecho de castigar debe buscar y considerar todas las circunstancias atenuantes.
Hay dos categorías de individuos con los que es preciso recurrir a los medios de
represión; los culpables por falta de voluntad y los culpables por exceso de voluntad.
Los que carecen de carácter, generalmente comprenden la justicia de los consejos y
reproches que se les hace pero no tienen la energía necesaria para enmendarse; por lo tanto, es
necesario ayudarlos, sometiendo su voluntad a estimulantes más vigorosos. En tal caso, la
represión debe tender a educar, pues lo importante no es castigar sino corregir.
En cuanto a los que tienen exceso de voluntad, hay que tener un tacto particular. Uno de
los problemas más delicados que pueden presentarse a un Jefe, es conducir a hombres reacios,
pero enérgicos; sin embargo, esto constituye un buen entrenamiento para preparar soldados de
primer orden para las maniobras y la guerra.
El Jefe tiene en sus manos una de las más poderosas palancas para mover el alma
humana: el amor propio individual, que, manejado con talento, inspira gran confianza a los
hombres y los subyuga poderosamente haciendo que le obedezcan con devoción particular. Sin
embargo, si no logra con este medio imponerse a ciertos temperamentos rebeldes o viciosos,
tienen que recurrir inexorablemente a los medios que le proporcionan la disciplina, porque si en
tal caso procede con indulgencia, daría prueba de debilidad, Pero antes de imponer al culpable el
castigo material que merece, hay que aplicarle una sanción moral.
El Jefe es el Guardián celoso e intransigente de la disciplina que, a pesar de la
evolución actual de las ideas, debe permanecer rigurosamente intacta. Todo su arte y ciencia de
mandar consiste sólo en elegir los medios más apropiados para lograr tal fin y obtener de su
tropa la voluntad de obedecer, no tolerando la voluntad de desobedecer, La disciplina
voluntaria y la represiva no se excluyen, sino que se complementan. El Jefe que tratara en toda
circunstancia de aplicar la primera sin la segunda, o recíprocamente, desconoce en absoluto el
arte de mandar.
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CAPITULO III
LA CUERRA EN SUS RELACIONES CON LA PSICOLOCIA Y LA
MORAL
1.-
Concepto Social y Moral de la Guerra.
La guerra es un estado transitorio de lucha intensa, caracterizado por el empleo loo de
las armas cuando dos entidades políticas no han podido llegar a un acuerdo respecto de sus
diferencias, dejando a la tuerza la decisión del conflicto.
Para unos, la guerra es la única base del derecho; es una manifestación divina en su
concepción y en sus resultados, porque eleva al hombre en la cumbre de la sensibilidad
sentimental. Para otros, es una situación que sólo crea daños, destructora de la civilización y
opuesta a los más elementales principios de solidaridad humana.
Pero lo cierto del caso es que, hasta el presente, las tentativas hechas para suprimir la
guerra sólo han servido para probar que es inevitable; y, por muy honorables que sean los
sentimientos con que espíritus cultivados contemplan la violencia, débese reconocer que si la
guerra trae calamidades, también es un estado para despertar el espíritu patriótico, inflamar los
corazones, inspirar actos de abnegación y consagración, desechar las debilidades inherentes a la
vida animal, suscitar el entusiasmo y el espíritu de sacrificio en todas los clases de la nación y el
desarrollo de ciertas virtudes que tienen el mérito de elevar al hombre y a su país.
Tales ventajas no deben despreciarse; sobre todo en una época en que el egoísmo
particular y colectivo tiende a prevalecer, Además, el honor de la humanidad requiere, no sólo
que las diferencias se solucionen por la vía del derecho, sino que los pueblos que defienden una
causa justa, puedan emplear la energía necesaria para resistir con fuerza, y a vencer las
humillaciones que otros pueblos quisieran imponerles.
La guerra tiene su filosofía, que no es otra que la sicología; es decir, el conocimiento de
la naturaleza humana y, por consiguiente, de los medios que deben actuar sobre esta en las
graves circunstancias que suscita la guerra. Los grandes guerreros estuvieron siempre dotados de
un profundo sentimiento sicológico; esta es una de sus cualidades predominantes.
La guerra exige el máximo de esfuerzos morales y de sufrimientos físicos. Para no
sucumbir en ella se necesita cierta fuerza corporal y de alma que por instinto y educación
insensible al hombre contra esos esfuerzos y sentimientos.
El vigor físico se requiere para que la razón humana, más que el cuerpo, se
acostumbres sufrir privaciones de todo género. Sucede en muchos casos que en la guerra el
soldado considera que sus fatigas se deben a errores, a faltas o confusiones del comando. Y es
necesario prevenirse de este equivocado concepto, que casi siempre da origen a profundas de,
presiones morales y extingue la fe que todo soldado debe tener en la victoria.
La guerra no es un problema mental; es más bien de resistencia física y de grandeza
moral. El buen soldado debe saber que antes de vencer al enemigo se ha de vencer así mismo.
El buen Jefe debe proporcionar a su subordinado la alegría de acostumbrarlo a la victoria
diaria sobre sí mismo, para que una vez logrado este fin este en camino de vencer a su
adversario. Esta tarea, por su puesto, no se resuelve por medio da teorías; es una cuestión de
vigor moral y físico.
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2.-
Preparación Moral para la Guerra.
Cuando se trata de la preparación para la guerra, surge el conocido principio de que
en la actualidad sólo se lleva a cabo por la Nación en Armas. Teóricamente, es fácil realizar la
transformación de esta en un Ejército, porque el material necesario se compra con dinero y a los
hombres es sencillo enseñarles el manejo de las armas. Pero las dificultades comienzan cuando
se quiere dar valor militar a dicho Ejército, porque esto es cuestión de tiempo y no basta el
corto período del servicio militar; es indispensable comenzar esa tarea en el hogar y en la
escuela.
Los elementos que caracterizan el valor militar de un ejército son: el sentimiento
nacional, la confianza del soldado en sí mismo, tanto física como moralmente; la confianza
recíproca entre los cuadros y los soldados; el valor de los cuadros.
El sentimiento nacional es indispensable para dar cohesión a un ejército cuya base es
el servicio de corta duración. La confianza del hombre se basa en el sentimiento de su
superioridad física y de sus conocimientos técnicos. La práctica de los deportes, la destreza en
el manejo de las ametralladoras y del cañón, el conocimiento a fondo de su carrera por parte del
Oficial; todos estos son factores que inducen a los hombres a considerarse invencibles mientras
los hechos no prueben lo contrario.
La confianza del soldado en los cuadros en función del valor que les atribuye. El
soldado es el más severo juez de su Jefe y lo seguirá con mayor decisión a medida que lo crea
más capaz, enérgico, inteligente y sereno a toda prueba.
Tratándose de la formación de los cuadros es conveniente saber que la nación tiene sus
Jefes desde los tiempos de paz y que el pase al pie de guerra debe hacerlo sin bruscos
sobresaltos, utilizando las aptitudes de mando y de organización que tienen sus profesores,
industriales, comerciantes, etc., conservándole su papel habitual dentro de las filas del ejército
puesto que ya ellos están habituados a ser jefe, han adquirido de sus cualidades de mando en el
curso de la lucha por la vida en las lides de la paz y seguramente se convertirán en buenos
conductores de hombres en la guerra.
El Estado debe, por parte, hacer comprender sus deberes a los cuadros nacionales,
valiéndose de leyes, medios de persuasión y estimulo diversos, para que se preparen
debidamente en el cumplimiento de sus funciones en el ejército.
En la guerra hay que aprovechar todas sus energías espirituales; no debe haber
exclusivismo de ninguna especie para que todas las actitudes des tengan campo propicio a su
desenvolvimiento. Hay por tanto, que dar la instrucción militar conveniente a los que estén
capacitados pare recibirla, a fin de que lleguen a los puestos a que los llama su inteligencia.
La moral en la nación y en el Ejército se afirman cuando los poderes públicos y el
comando se ocupan del bienestar de habitantes y soldados. Esta es también Fa mejor manera
de evitar la lucha de clases, de formar mar el espíritu militar y de lograr la paz social, tan
indispensable a la prosperidad nacional.
Es imprescindible desarrollar en tiempo de paz, los sentimientos militares; pero es
mucho más imperativo conservar la moral de la nación en tiempo de guerra, porque en la
actualidad al menor síntoma de revés, la desorganización comienza por la retaguardia.
En los tiempos pasados podía desdeñarse lo que pasaba en el interior del país,
porque no había estrechas relaciones entre este y el Ejército de operaciones a causa de sus
pequeños efectivos y de la falta de transporte y comunicaciones.
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Pero hoy es muy diferente; los grandes efectivos, la intervención de la aviación, de la
artillería, la facilidad de comunicaciones y transporte, crean lazos estrechos entre el Ejército y
la población civil. A esto hay que agregar la difusión de las teorías antinacionalistas, para
tener una idea clara de la influencia reciproca entre la masa civil y las Fuerzas Armadas.
Otro factor de singular importancia en la preparación moral de la guerra es la prensa;
pero debe cuidarse el fondo y la forma de las noticias que se difunden y de las apreciaciones que
emite, para que aliente al pueblo y no dé lugar a depresiones y pánico que hay que evitar a
toda costa. Es cierto que no es necesario mentir ni al pueblo ni al Ejército, pero todo hay que
saberlo decir con mesura y sin truculencia. Un pueblo patriota sopada los mayores sacrificios
cuando so prepara su opinión por medio ce una prensa comprensiva y se le convence de la
necesidad de su sacrificio.
Además de la prensa, los cuadros civiles de la nación deben poner en juego toda su
influencia para avivar la cruzada patriótica emprendida. Autoridades, clero, maestros,
publicistas y en general todos aquellos que por su papel en la vida social tengan ascendientes
sobre la masa popular, deben consagrar la parte de su actividad a solidificar, por la práctica y el
ejemplo, la moral de la nación. Pero es necesario que esa tarea sea dirigida y controlada por un
organismo superior destinado a informar al país y a cristalizar la opinión pública respecto de
los problemas de la guerra, teniendo especial cuidado de escoger acertadamente al ciudadano que
ha de gobernar ese organismo, que así se convierte en director moral de la nación y en un agente
de propaganda interna y externa que crea simpatías para la causa del país. Tal organismo debe
tener poder sobre todas las actividades públicas y actuar en perfecta comunidad de ideas con el
comando en Jefe del Ejército, única entidad capaz, desde el punto de vista militar, de juzgar los
hechos y la forma de expresarlos.
De esta manera, gracias al concurso decidido de todas las energías, la acción de los
poderes públicos y de la prensa, la moral de la nación se prepara desde el tiempo de paz y se
conserva a la hora de la crisis. El Ejercito encontrará en la moral de la nación el más poderoso
estímulo y retaguardia contribuirá a dar la parte que le corresponde para alcanzar la
victoria.
3- Influencia que Tienen en la Guerra les Fenómenos de Sicología Política.
La inteligencia humana no ha descubierto aún las leyes que rigen los fenómenos
sociales, ni puede percibir con claridad y correctamente las proyecciones de estos en un futuro
lejano.
Los hombres de Estado tienen la imperiosa obligación de apreciar certeramente los
hechos y sus consecuencias, por medio de un cabal conocimiento de las influencias efectivas,
místicas y colectivas que impulsan a los pueblos; pero, a veces, esa a apreciación se desfigura
por un raciocinio exagerado que impide a la inteligencia darse cuenta de los móviles que
predominan en el alma del pueblo, siendo generalmente más fructífero el empleo de un claro
sentido de previsión.
Los gobiernos disponen de poderosos y múltiples medios de información; pero casi
nunca llegan a penetrar en la verdadera intención de los pueblos vecinos; unas veces por la
mediocridad de los hombres encargados de apreciar los hechos, otras, per dejarse llevar de ideas
y sentimientos suyos no conformes con la realidad. Estos factores negativos dan lugar a graves
faltas en el gobierno de las naciones, en lo que respecta a las posibilidades y preparación para la
guerra.
38
Las faltas de sicología más comunes son: la ilusión pacifista, que conduce a descuidar
la preparación militar; la idea de que las guerras son de corta duración, que conduce a la falta
de preparación del pueblo para hacer esfuerzos prolongados; la creencia de que en la guerra
habrá pocas batallas de importancia, que conduce a pesar en que las bajas serán pocas; la
excesiva fe en los vecinos y aliados, que conduce a una vana confianza en la efectividad de una
ayuda casi siempre problemática; la exageración en apreciar los defectos del enemigo, que
conduce a disminuir la exaltación de las propias facultades morales, la creencia de que el terror
es una fuerza eficaz para abatir la moral del adversario, que conduce a excitar la resistencia que
este opone; la tendencia a perseguir ideas religiosas, que conduce a aminorar la cohesión
nacional.
4.- Los Factores Sociológicos en Estrategia.
Todos los grandes capitanes tuvieron la convicción de que la guerra es un asunto de
sicología y de estrategia.
Como es natural, los errores estratégicos pueden tener múltiples causas: unas de orden
material y otras son provenientes de factores sociológicos, que son las más numerosas.
Una de las principales causas puede consistir en estar persuadida de la superioridad de
las propias convicciones. Existe un fenómeno sociológico en virtud del cual las ideas fijas en el
espiritu impiden aceptar lo que es contrario. El especialista casi nunca admite sino sus propios
concepciones. Otra falta típica consiste en calificar a priori las cualidades favorables o
desfavorables de una posición, lo que puede dar origen a perdidas cuantiosas de vidas o a
abandonar al enemigo zonas de gran valor militar. Luego vienen los errores cometidos a causa de
una mala apreciación sobro los planes del enemigo, causada por prejuicios o falta de
conocimiento de su mentalidad.
El manejo de los factores sicólogos es mucho más difícil que el de los cañones y demás
elementos materiales. Estos son más cierto tratándose de apreciar las relaciones con los vecinos
y neutrales, pues cualquier acto a veces insignificante, en favor o en contra de éstas, puede
prestar ayuda inestimable o acarrear enemistades que agraven la situación.
Para dominar espiritualmente al enemigo hay que valerse no sólo de factores materiales,
sino de procedimientos diversos, algunos de los cuales tienen estrecha relación con la táctica;
tales procedimientos, entre nosotros, son: llevar la guerra a territorio enemigo, para
impresionar objetivamente a la población enemiga y darle una sensación de superioridad propia;
desarrollar intensamente una lucha aérea o una campaña submarina, para crear ambientes de
inseguridad en la población enemiga, que debiliten su energía moral; imponer el terror, casi
siempre contraproducente cuando ello tiene lugar contra un pueblo consciente y de bien afirmado
patriotismo; buscar la sorpresa, para desconcertar al enemigo; ejecutar ataques nocturnos,
para agotar las energías físicas y morales del enemigo, etc.
5.- La Transformación de los Métodos de Guerra y sus Repercusiones sobre la Moral de
las Tropas.
Las condiciones actuales de la guerra hacen de ésta un poderoso elemento de
evolución individual, política y social. puesto que los adelantos en el armamento, la estrategia,
las costumbres, las concepciones humanitarias, las nociones del derecho, etc., han introducido
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profundos cambios en la vida humana. Estos cambios profundos se refieren a la guerra al ras y
bajo la superficie terrestre, a la guerra al nivel del mar y submarina, y a la guerra en el aire.
En lo que respecta; a la guerra terrestre, se tienen los enormes efectivos a que
alcanzan proporcionalmente los ejércitos modernos: la gran extensión de los frentes de batalla; la
utilización del terreno (fortificación y arreglos) llevada al máximo; el gran alcance do la
artillería; el terrible poder destructor de los explosivos y el gran desarrollo de los medios de
transmisión para noticiar al comando y permitir dar oportunamente ordenes en tan vastos medios.
En la guerra naval se ha revelado el poder del arma submarina, tanto para la lucha
contra las naves de guerra cuanto para dificultar el comercio y los transportes marítimos
ordinarios.
En lo que atañe a la guerra aérea, los aviones pueden llevar su poder destructor más
allá de los continentes y de los mares, sembrando el pánico y la destrucción en las poblaciones
alejadas del frente de batalla y haciendo sentir la guerra a la totalidad de la población de un país.
La Batalla antigua era una lucha espectacular donde se veía a las tropas de uno y
otro bando presenciar las maniobras de sus contrarios y a sus generales sobre una elevación del
terreno disponiendo sus medios de acción en un frente reducido, siempre bajo su vista. El
campo de batalla actual se caracteriza por una sensación de vacío dada por el enmascaramiento
y ocultación de las tropas adversas, que no dejan percibir sus movimientos sino al saltar sobre las
líneas sucesivas del terreno, durante breves instantes y en forma desparramada, arrastrándose los
hombres para no ser blanco de los fuegos concentrados desde lejanas distancias; los Jefes ya no
abarcan de una mirada su campo de acción y se encuentran generalmente bien distanciados,
dirigiendo un ejército invisible por medio de órdenes generalmente telefónicas y recibiendo
datos del frente que le permiten orientar sus reservas hacia las necesidades de la lucha.
Dejando de lodo el aspecto técnico de las condiciones de ha guerra moderna, que no
corresponde a este curso, hay que estudiar únicamente la repercusión que sobre las fuerzas
morales de las tropas han tenido o tienen esas condiciones técnicas.
Así se ve que las dificultades de abastecimiento a enormes masas humanas en grandes
extensiones, crean en el espíritu de las tropas cierta inseguridad sobre la forma en que serán
atendidas sus necesidades de vida, de municiones y material do diversa índole, dando lugar a
temores de insuficiencia que disminuyen la capacidad combativa, tanto en el ataque corno en
la defensa; particularmente en el primero.
La gran extensión de los frentes no permite la concentración de tropas en un solo
punto y hacer un esfuerzo decisivo en determinada dirección; las batallas se hacen indecisas en
la mayor parte de los casos. Tal indecisión produce una disminución de la capacidad
combativa de las tropas, que no ven llegar rápidamente el fruto de sus esfuerzos y piensan que
cada unidad no desempeña el papel principal en la lucha, sino que ese papel está asignado a
otra fracción, no dando por tanto el máximo rendimiento.
El empleo intensivo de la fortificación y organización del terreno, parece dar a las
tropas una sensación de inferioridad respecto si enemigo, que se traduce por una
superestimación de las fuerzas que este pone en acción y por una desconfianza del propio valor.
La guerra de trincheras, desde el punto de vista moral, es una serie de luchas
sicologías en las cuales la moral del combatiente, factor principal de la victoria, sufre pruebas.
Cuando los efectivos lo permiten, el sistema de relevos de los elementos avanzados logra
aminorar los efectos de la vida en las primeras líneas; pero si la actividad y la insuficiencia
son tales que la guerra asume el carácter de un contacto permanente con la muerte, la
naturaleza humana reacciona por un fatalismo resignado, por una especie da embrutecimiento
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animal que, a pesar de ser un verdadero antídoto contra el peligro, al fin acarrea una
disminución en la capacidad combativa del individuo.
Otra consecuencia funesta de la guerra de trincheras, es la oposición que crea entre
las tropas y el mando, por que la inutilidad de la maniobra lleva al hombre a pensar que el
comando es inútil y esta de más; y de otro lado, a consecuencia de las nuevas formas del
combate, el soldado adquiere la impresión de que todo el peso de la lucha recae sobre él.
Tampoco acepta sin resistencia las decisiones de un mando que vive lejos de él una vida
diferente y, que no puede por lo tanto captar las consecuencias de sus órdenes, ni comprender la
realidad de los sacrificios que pide.
En el curso de la guerra de estabilización, el hombre adquiere la costumbre de medir
la importancia de los éxitos o reveses por la extensión del terreno conquistado o perdido,
adquiriendo así el terreno una significación militar muy particular.
La última guerra europea puso en evidencia el poco valor de las fortificaciones
permanentes, Pues bien, esta debilidad ha disminuido la invulnerabilidad de ciertas regiones de
los efectos de la guerra, y de origen a que las poblaciones y las tropas tengan la impresión de
inseguridad que da la posibilidad de que el enemigo no pueda ser contenido en parte alguna por
las moles de concreto y acero que representan las grandes fortificaciones.
6.-
Nuevos Sentimientos Creados por la Guerra y Cambios en la Personalidad
Individual y Colectiva.
En tiempo de guerra, las condiciones de vida interna y externa de un país sufren
profundas modificaciones. La vida económica; la producción agrícola e industrial, los
intercambios comerciales, están sujetos a graves perturbaciones. Pero lo más imprevisible y
grave, es el cambio en la estructura moral y espiritual, pues la guerra transforma las naciones y
es el crisol en que se funde el alma nacional a las temperaturas síquicas más elevadas,
Durante mucho tiempo se creyó que la personalidad humana tenía características
sicólogas fijas y permanentes, siempre en constante equilibrio. Pero las ultimas guerras, que
todo lo han transformado, pusieron en evidencia que la invariabilidad de la personalidad es sólo
aparente y resulta únicamente de la fijeza de condiciones habituales del medio. En cuanto éste
experimenta una gran sacudida, la personalidad humana se transforma y cambia
rápidamente, así como también la colectividad, puesto que al romperse el equilibrio de la
quietud anterior, se disgregan los diversos elementos de la vida mental y se establece un nuevo
equilibrio al combinarse los elementos previamente disgregados en nuevas formas, para
adaptarse a las nuevas condiciones de existencia; esto es, aparece una nueva personalidad.
Esta es la aplicación que tienen los fenómenos sociológicos producidos en ciertos
pueblos al estallar la guerra, dando a la aparición de energías insospechadas o que se
consideraban aletargadas, o sumiendo a las naciones en un caos presuroso de la derrota, o
dando rienda suelta a sentimientos adormecidos por el decurso de la vida civilizada. Cada
hombre encierra posibilidades variadas de carácter que sólo las circunstancias de la guerra
puedan revelar
7.-
El Poder de Adaptación y las Facúltales Desconocidas.
Para adaptarse a un nuevo medio es preciso cambiar de personalidad. Esto ofrece
generalmente grandes dificultades en tiempo normal; pero en la guerra se facilita dicha
41
adaptación porque ella rompe bruscamente el equilibrio mental y permite una rápida
transformación.
Hay pueblos y razas de temperamento flexible tales como el nuestro, que se adapta muy
pronto a las necesidades da una nueva situación. Esta Facultad debe ser aprovechada
inteligentemente por los que mandan, a fin de que durante la guerra, mantenga una constante
inquietud espiritual orientada hacia la exaltación de las virtudes morales y hacia el
vencimiento del carácter conformista que pueda desarrollarse en momentos de adversidad. EL
hombre generalmente ignora que puede más de lo que cree. Solo las circunstancias permiten la
evolución de las capacidades humanas.
En tiempos normales, los hombres se clasifican por su cuna y los títulos que adquieren
en las diversas profesiones. Pero esta clasificación responde muy rara vez al valor real de los
individuos, principalmente en lo que se relaciona con las necesidades de la guerra.
Es imposible predecir como actuaran las diversas personas en la guarra. Casi siempre
las previsiones hechas al respecto fracasan ante la realidad. Tal es la causa por la cual se ha visto
a individuos que aparentemente servían para poco en la vida ordinaria, tener papel descollante en
las acciones de armas, descubriendo energías insospechadas y una personalidad que sólo
necesitaba un medio oportuno para revelarse.
8.-
La Guerra Desarrollo y Fortifica el Carácter.
Las principales cualidades de carácter desarrolladas por la guerra son: la valentía
heroica, la energía, la calma, la resignación, la paciencia, el sacrificio completo del egoísmo
personal al interés general y la perseverancia en el esfuerzo.
En la vida civil no es posible concebir que un individuo pueda ser capaz de hacer ni
una pequeñísima parte de los sacrificios que ese mismo individuo hace en la guerra cuando está
sometido a las influencias colectivas.
Se ha visto que no sólo en el frente de batalla ha dado el hombre pruebas de su
carácter y de su voluntad de vencer. Los obreros en las fabricas y talleres, los campesinos en
sus tierras y las mujeres en sus hogares, todos, absolutamente todos, han trabajado con denuedo
para adoptar los medios que llevaron sus ejércitos a la victoria.
Se ha visto a los heridos no proferir ni una queja ni un lamento, para que Sur camaradas
no se impresionen ni se vieran presa del desmayo moral. Se ha visto a los soldados hacer gala de
altruismo, de delicadeza y de amor por sus compañeros, compartiendo con ellos hasta los regalos
más mínimos eximiéndose muchas veces de lo suyo para darlo a quienes le necesitaban.
9.-
La Guerra Aguza y Transforma las Cualidades Intelectuales.
Las necesidades de la guerra moderna obligan a perfeccionar incesantemente el
material de defensa, así como a desarrollar la facultad de inventar, hasta el más alto grado.
Todo el país tiene que entregarse a la faena de aportar elementos a la guerra, y esa faena
origina esfuerzos intelectuales incesantes para superarse cada día. Esa actividad mental
creciente re no la origina la guerra de la nada, sino por el rápido incremento de lo que existe
en germen, con antelación, y aceleran el proceso de las ciencias.
Los progresos que trae la guerra en el orden intelectual se refieren a todas las
actividades humanas; ciencia, industria, artes, literatura, política, etc. Y no se limitan a
motivos nuevos, sino que también se dirigen a la rectificación de errores subsistentes. Es así
42
como los obreros socialistas durante la última guerra europea, se convencieron del que la guerra
no hubiera podido continuar con éxito sin la ayuda del capital. De igual modo se puso en
evidencia que la necesidad de trabajar más rápido y mejor, hizo desaparecer los
procedimientos rutinarios y estimuló la iniciativa.
10.-
Fusión del Alma Individual en el Alma Colectiva.
El hombre es egoísta por naturaleza y orienta su vida hacia el mayor bienestar
personal; pero durante las grandes conmociones sociales se producen fenómenos que el
individuo renuncia bruscamente a su individualismo y se sacrifica por el bienestar de otros.
Este cambio no se produce por causas de orden racional: esa transformación se debe
a que despierta el alma de la nacionalidad, anula el alma individual, surge la unificación
general de sentimientos o ideas, rivalidades partidistas, odios racionales, de clase, religiosos, al
desencadenarse el conflicto armado.
Esa transformación no se produce sino en momentos, pero breves, de la existencia de un
pueblo. Es entonces cuando el egoísmo colectivo puede en cierta hora sustituir completamente al
individual, por el predominio de las fuerzas atávicas que representan el interés del pueblo. En la
paz el hombree tiene una existencia individualista; en le guerra emprende una vida
colectivista.
11.-
Exaltación del Patriotismo e Influencia del Alma de la Raza.
El amor a la Patria, que es lo que constituye el patriotismo, exige el sacrificio
completo de los intereses personales e los intereses generales. Tal patriotismo crea a medida
que el alma de la raza se estabiliza a través de siglos de convivencia y de comunidad de
intereses; es la razón por la cual el instinto de conservación colectiva prevalece sobre el de
conservación individual. Durante la guerra es el alma de la raza la que lucha y se defiende con
mayor vigor a medida que se ve más amenazada.
El patriotismo es una cualidad hereditaria de orden místico en la que no interviene la
razón. Es un instinto, un sistema hereditario de ideas y sentimientos, construido por la vida de los
pueblos, destinado a perpetuar o perfeccionar sus formas, Su objeto esencial es la conservación
del tipo nacional. Su fuerza emotiva es de tal poder que induce al sacrificio. Y ello es así
porque la existencia humana no se limita al individuo, que no tiene valor de por sí, sino que vive
de su grupo y para su grupo y cuya misión principal en el mundo es más del dominio social que
del individual.
Así concebido, el patriotismo es lógico; Y no puede considerarse como un error de
cálculo ser parte del individuo, como pretenden afirmarlo pensadores materialistas; es una
función de la vida afectiva para la existencia en común; es el amor a la vida comunitaria
latente en tiempo ordinario, pero susceptible de un brusco despertar.
El patriotismo, herencia legada por los antecesores que sucumbieron, es una de las
fuerzas superiores creadas por acumulaciones ancestrales, que se pone en evidencia en
determinados momentos y a cuyo influjo todos los corazones se ponen de pie, para agrupar
unánimemente a todos los individuos de una misma nacionalidad alrededor de su bandera.
Esa unanimidad es imposible de alcanzar si el patriotismo no constituyera una fuerza
inconsciente cuya impulsión se sobrepusiera a cualquier raciocinio.
43
12.-
lnfluencia de la Guerra en la Mentalidad de la Población Civil.
Las guerras del pasado sólo interesaban directamente al elemento militar,
permaneciendo casi indiferente el resto de la nación. Pero en las guerras modernas, en las que
participaban las fuerzas de todo orden, la sicología nacional se modifica completamente a
causa de la intervención de toda la población, pues todos los individuos aptos son llamados bajo
las armas y se les extiende sobre inmensos teatros de operaciones; se reduce al mínimo
estrictamente indispensable los que se necesitan para el funcionamiento del estado y de las
industrias de guerra; los que no pueden ir al frente tienen su destino en los depósitos, servicios
auxiliares, fabricas, etc, Pero toda la población sufre un cambio en el desarrollo de su vida
normal. No hay familia que no tenga uno o dos deudos en el frente, encontrándose afectada en
su economía, en sus sentimientos y hasta en su estructura.
El mundo esté gobernado hoy por conceptos colectivos que van cristalizando poco a
poco, pero que luego adquieren una gran fuerza expansiva. De ahí la razón por la que es
necesario seguir la evolución de los sentimientos populares durante la guerra, principalmente en
lo relativo a su continuación y la forma en que debe terminar. Al respecto, cabe advertir que
la realidad de las cosas vale en el sentimiento popular menos que la idea que el pueblo se
haya forjado de la situación.
Una nación en guerra es vencida cuando el sentimiento popular no cree en la
victoria; cuando ese sentimiento se muestra desconfiado en alcanzara o se considera vencido:
pero cuando un pueblo se siente con fuerzas morales, materiales y espirituales suficiente,
concluye casi siempre por imponer su voluntad al enemigo.
El sentimiento público es susceptible de pasar por varias fases según la duración y el
desarrollo de la lucha. Casi siempre al principio de la guerra un entusiasmo desbordante
arrebata las almas; luego viene una sensación de apatía que gana todos los espíritus,
principalmente cuando no se logra pronto una victoria notable sobre el enemigo; y por último,
con el correr del tiempo, sobreviene un estado de excesiva nerviosidad pública a manera de
reacción contra la apatía anterior, durante el cual el menor hecho da armas repercute
intensamente en el alma popular, que se encuentra presa da un fenómeno casi morboso.
Pero un pueblo consciente se muestra siempre optimista y seguro de la victoria; se
habitúa a la idea de que sus sacrificios no son estériles y trata en toda ocasión de mostrarse firme
en el éxito y en la adversidad. Y si ese pueble tiene en su debe un fracaso que haya pasado
lustros sobre su existencia es necesario que oponga a los acontecimientos una voluntad decidida
a no dejarse arrastrar nuevamente al fracaso, que, repetido, puede ser la causa de su fin como
nación. Para ello le es preciso tener una clara noción del peligro y dirigir su mentalidad hacia la
conservación de sus destinos.
44
CAPITULO IV
FACTORES DE DETERIORO Y MEJORAMIENTO DE LA MORAL
1.- Los Factores de Deterioro de la. Moral.
Los resultados obtenidos por medio de esas diferentes técnicas, tomadas aisladamente o
en conjunto, permiten precisar la existencia y la influencia de los factores que actúan
negativamente sobre la moral militar y más especialmente sobre la del combatiente. La
naturaleza misma de la condición militar implica la acción de estos agentes destructivos. El paso
del estado civil al estado militar, verdadero fenómeno de ruptura social, exige al individuo, no
solamente una adaptación individual a finalidades precisas, sino su inserción dentro de un nuevo
marco colectivo que obedece e leyes especiales. Si bien estas dificultades de adaptación
individual y colectiva son menores para el soldado profesional cuyo entrenamiento es más
progresivo y cuyos gustos están más de acuerdo con las exigencias de la profesión militar, en
cambio asechan inevitablemente a la inmensa masa de los reclutas. Numerosas encuestas
realizadas por medio de cuestionarios han comprobado los datos de la experiencia al respecto, de
manera que es posible clasificar en la siguiente forma los factores principales de deterioro de la
moral:
A. La Obligación de Matar.
La obligación de dar muerte (y a menudo de comprobarla) provoca en la mayor parte
de los combatientes un sentimiento de culpa perjudicial para la moral. En algunos casos puede
conducir a la objeción por razones de conciencia.
B.- Restricciones.
Las numerosas restricciones impuestas al ciudadano movilizado (falta de
comodidades físicas, abstinencia sexual, separación familiar, desaparición de las ganancias, etc.),
crean un estado de tensión que deprime la moral.
C.- Convenciones y Servidumbre Militares.
Las reglas, convenciones y prácticas militares a menudo parecen ser ridículas e
inútiles. Restringen la libertad individual y por ello se las considera artificial. Cualquiera sea su
flexibilidad constituyen una coacción capaz da originar la hostilidad.
2,
Los Factores de Mejoramiento de la Moral.
Un primer grupo de reformas consiste en reducir por medios apropiados los agentes
destructores de la moral inherentes a la vida militar y al combate. El complejo de culpabilidad
originado por la obligación de matar será objeto de conversaciones explicativas, y el comando
deberá esforzarse, cada vez que sea posible, por disimular los afectos destructores producidos
(tiro, bombardeo, etc.). Las restricciones deberán ser atenuadas por toda clase de distracciones
(correos, permisos, Deportes, etc.). La disciplina y las convenciones militares se reducirán a lo
estrictamente necesario y serán objeto ce comentarios justificativos.
45
La ansiedad latente y el temor se combatirán por medio de la exposición de los riesgos
restringidos en que se incurre, apoyadas con estadísticas. Pero estos paleativos tienen poco valor
y son discutibles en muchos casos, Por lo tanto sólo deben utilizarse en esa inteligencia,
recurriéndose a procedimientos menos artificiales y más constructivos.
3.-
Exaltación de la Motivación.
La moral de todo ciudadano de una nación en conflicto es función directa de su
adhesión a las finalidades de la guerra y del valor que atribuye a su contribución personal- La
importancia que se atribuye cada personal depende en gran parte de la eficiencia del sistema de
repetición del personal, y de los métodos de formación y entrenamiento adoptados (que no dejan
de insistir acerca del reparto múltiple de las responsabilidades y de la necesidad de la iniciativa
individual en todos los niveles). Además, cada vez que sea posible sin comprometer el éxito de
las operaciones, se explicará a la tropa el desarrollo de los acontecimientos y los objetivos
buscados. Es decir que el esfuerzo del psicólogo militar debe recaer esencialmente sobre la
explicación adecuada de los fines de la guerra.
Numerosas encuestas realizadas han revelado la necesidad urgente de una propaganda
adecuada. Esta dispone de numerosas instrumentos: prensa, radio, periódicos de unidades,
conferencias, etc., pero su acción debe ejercitarse a partir de una base sólida de información y
según un plan coherente. De manera que es necesario realizar encuestas preliminares para
determinar las lagunas o los puntos débiles de la motivación militar (o civil).
En este sentido, un grupo de sociólogos americanos (Allport, Gaulluo, Centril, Harding,
etc.) realizaron durante la época inmediatamente anterior y posterior a la agresión nipona de
Pearl Harbour (1.942), una encuesta destinada a medir la condición moral de una muestra
representativa de toda la población americana. A raíz de este estudio aislaron (análisis factorial
de una serie de dieciséis preguntas diferentes) los tres factores siguientes, representativos del
estado moral de la nación (combatientes y civiles):
A.- Resolución razonada de perseguir las finalidades de guerra fijadas.
Esta resolución implica el acuerdo con el programa de guerra del gobierno
(especialmente, lucha hasta el aplastamiento total del nazismo), la voluntad de adoptar los
medios apropiados (fin del aislamiento y envío de tropas a Europa, por ejemplo), confianza en el
éxito final (victoria de los aliados), conciencia de la finalidad profunda que se persigue (ideal
democrático), odio al enemigo (a su ideología y a sus procedimientos), y la dificultad de la tarea
(movilización larga y total de todas las energías).
B.- Confianza en los Jefes.
Se refiere al Jefe del Gobierno, a sus colaboradores y a las noticias (radio, prensa).
Implica además que ningún individuo ni ninguna minoría debe obtener ventajas de las
hostilidades (aprovechándose da la guerra) suponiendo por lo tanto la existencia de la unidad
interna (U.S.A.) y externa terna (Aliados).
C.- Acuerdo con los Valores Básicos Tradicionales.
Este ultimo factor de elevación de la moral se relaciona con la justicia social, la
confianza mutua, la participación sin restricciones de todas las energías del país y, en general el
46
sentimiento de la unidad nacional.
Estos factores y sus componentes están sujetos a variaciones en el tiempo y sometidos a
los ataques de la propaganda enemiga. A su vez deben ser analizados sistemáticamente.
Es evidente, que la tarea del Psicólogo Militar en lo que se refiere al problema de
exaltar la motivación podría reducirse al siguiente esquema de actividades:
A. Encuestas repetidas en el tiempo y por categorías de combatientes (civiles y
militares) referentes a los motivos necesarios y suficientes para la prosecución óptima de las
hostilidades (cuestionarios);
B. Frecuentes sondeos de la propaganda enemiga (análisis estadísticos de los
argumentos y examen sicológico de los rumores propagado):
C. Elaboración, sobre esas bases, de un programa adecuado de instrucción y de
formación, y establecimiento de un sistema de contrapropaganda. Medición de los resultados
obtenidos.
La creación de este dispositivo de medición y de control no exime al psicólogo de la
acción directa- Esta preocupación por la información basada en la realidad inmediata de los
hechos y por la influencia personal, ha originado la creación en numerosos ejércitos de una
función especial titulada "comisario político" en el ejército soviético, "psicólogo de unidad" en el
ejercito alemán y "officer of human relations" en las fuerzas norteamericanas, Sin limitarse a
asegurar la necesaria semejanza de motivación entre civiles y militares, estos especialistas
preparan, mediante sus constantes observaciones, un programa de conjunto; se ocupan de su
ejecución, aseguran su control y explotación e interviniendo personalmente (explicación de las
finalidades de la guerra, por ejemplo) llenan las lagunas de detalle.
4.
Factores Auxiliares.
El sicólogo militar debe prestar atención a otros factores para mejoramiento de la moral.
Podrá recurrir a los sentimientos de orgullo individuales y colectivos; sea por medio de
recompensas (problema de las promociones, de las condecoraciones, etc.) terna sea estableciendo
sistemas de competencia entre grupos de la misma naturaleza (en condiciones análogas a las que
rigen en ciertos colegios). Estos diversos dispositivos de estímulo pueden sobrepasar la etapa de
utilización empírica y prestarse a una medición precisa.
Finalmente, la estructura jerárquica en que se encuentra incluido todo militar, cualquiera
sea su grado, ejerce lo mismo que la reprobación social, una acción represiva contra las
infracciones contrarias a la moral. De manera que es conveniente hacer presente a todos la
universalidad de la dependencia militar (insistiendo por ejemplo, en el hecho de que los más
altos Jefes militares obedecen al Gobierno civil, que a su vez materializa las aspiraciones
nacionales), la necesidad de la disciplina y las posibles sanciones. Al respecto sería interesante
analizar minuciosamente los rendimientos de grupos semejantes en función de ciertas variables:
número de castigos aplicados, número de infracciones comprobadas, condiciones de comando,
etc. Del mismo modo, la medida de reprobación del grupo con respecto a una falta individual
47
(cuestionario) podría proporcionar no solamente una indicación suplementaria acerca del estado
moral del grupo, sino aportar al comando indicaciones precisas acerca de la elaboración racional
de tablas de castigos.
La exaltación del valor: Las consideraciones de orden ético constituyen la base
principal en la exaltación del valor, sentido del deber, solidaridad, patriotismo, orgullo. Las
razones egoístas: paga elevada, ascensos, desempeñan un papel menor.
La confianza en el material: La tripulación, los Jefes, la cohesión y la organización
jerárquica y funcional desempeñan una función determinante que es confirmada de une manera
estadísticamente significativa por los porcentajes de aprobación recogidos.
48
CAPITULO V
DETENCION DE LOS CUADROS
El problema de la detención de los cuadros, y más especialmente de los Oficiales, solo
ha suscitado recientemente la atención sistemática que merecía y las diferentes soluciones
propuestas reflejan todavía cierta incertidumbre ideológica y metodológica. Los sistemas
políticos en vigor, los diferentes modos de reclutamiento (Ejército Profesional, Ejército de
Conscripción) han ejercido en cada país una influencia indiscutible sobre la determinación de los
medios adecuados para la selección racional de los cuadros. Sin embargo, el banco de ensayo de
la Segunda Guerra Mundial ha permitido no solamente reducir esas divergencias generales en
provecho de un esquema esencial de exigencias adecuadas a la condición de Oficial, sino
también establecer un juicio de valor acerca de las diferentes tentativas internacionales afectadas
al respecto.
Sin entrar a considerar detalladamente las cualidades requeridas para un Oficial,
reanudar las discusiones particulares suscitadas al respecto, ni indicar la importancia relativa que
los militares de cada país consideran se debe atribuir a cada una de ellas, la experiencia y las
observaciones recientes parecen estar de acuerdo para circunscribir su inventario a las siguientes
características:
A. Capacidad energética o 'tomus vital''Esta característica puede estar reforzada por un alto grado de motivación (interés,
vocación).
B. Estado Físico y Fisiológico.
C. Estado Mental.
Exige un alto grado de inteligencia general (rapidez mental y adaptabilidad ante nuevas
circunstancias).
D. Estado Caracterologico.
(Equilibrio emocional).
E. Estado Disciplinario.
Implica la adhesión voluntaria a los reglamentos y su observación.
Condiciones Especificas del Jefe.
Además de esas condiciones básicas pero no suficientes, el Oficial (y en menor grado el
suboficial) debe satisfacer también las siguientes exigencias:
49
A. Competencia General.
Se divide en competencia militar (reglamento), técnica (especialidad), administración
(organización), y pedagogía (formación, entrenamiento). . Esta cualidad es indudablemente la
más importante de las que debe tener un Jefe.
B. Rapidez de juicio y Espíritu de Decisión.
La Rapidez del juicio es función directa del nivel mental y de la competencia general. A
su vez rige en parte a la rapidez de decisión que implica además firmeza y resolución.
C. Confianza en Sí Mismo. Reserva.
La confianza en sí mismo, función de las diferentes competencias requeridas y del
equilibrio del carácter, es uno de los factores esenciales del prestigio. Cierta reserva que evita las
familiaridades excesivas y, la exhibición de conocimientos contribuye poderosamente a inspirar
confianza.
D. Discreción y Tacto.
Estas dos cualidades son indispensables para mantener relaciones armoniosas en todos
los escalones dala jerarquía.
E. Tolerancia, Flexibilidad, Adaptabilidad.
La Flexible adaptación del Oficial a las circunstancias propias de la vida militar
contribuye a acrecentar su autoridad y su prestigio (condiciones especiales de exigencia
colectiva, allanamiento de las barreras sociales, tolerancia racial y religiosa, abolición del
snobismo intelectual, etc.).
F. Valor Físico, Moral y Control del Miedo.
El valor y el miedo no se excluyen, por el contrario el temor es un criterio de
normalidad. De manera que el problema del valor se reduce al del control del temor, que es a su
vez función de las disposiciones constitucionales y la de eficacia de los factores coadyuvantes
utilizados.
G. Cualidades Secundarias.
Hay ciertos factores de menor importancia que pueden acrecentar la autoridad del Jefe;
aspecto físico, claridad de la expresión verbal: calma y precisión de los ademanes, etc. Pero
todos estos matices de la presentación son mucho menos determinantes de lo que muchos han
creído. (Alemania).
Condiciones Electivas dar Jefe.
Aunque todo Oficial tendría que poseer ese conjunto de condiciones en diverso grado
50
que debe ser determinado por el comando en función de las diferentes utilizaciones funcionales
de los cuadros, al Oficial de "elite" se le exigen otras características. Estas pertenecen más
especialmente al factor humano
A. Inteligencia Social,
Esta forma de inteligencia no implica, tan sólo, la inclinación a interesarse por los
problemas humanos planteados por la realidad militar cotidiana, sino también el mantenimiento
del justo equilibrio entre el distanciamiento afectado o la ridícula austeridad y la familiaridad de
mala ley.
B. Lealtad.
La lealtad del Oficial con respecto a la finalidad buscada, a las tareas a realizar y a los
reglamentos que deben ser observados, origina una corriente de confianza recíproca entre Jefe y
Subordinado.
C. Cortesía, Buen Humor, Serenidad.
La conformidad a estas normas, cualesquiera puedan ser las circunstancias, exige del
Oficial una personalidad estable y especialmente bien ajustada.
D. lmparcialidad y Objetividad.
Estas cualidades desempeñan un papel importante en el mantenimiento de la
disciplina y de la moral.
E. Reconocimiento de Los Errores.
Aunque el dogma de la infalibilidad del Jefe ha cedido bastante terreno, hay pocos
Oficiales poseedores de la penetración intelectual y la rectitud de juicio necesarias para descubrir
el fundamento real de sus eventuales errores. Y menos aun para reconocerlos ante sus iguales y
subordinados. Sin embargo la experiencia ha demostrado que la autoridad y la critica, lejos de
dañar el prestigio acrecienta a menudo el potencial de confianza recíproca entre los diferentes
escalones jerárquicos.
Condiciones Especiales para El Alto Comando.
Finalmente a ciertos escalones jerárquicos elevados y a ciertos puestos de gran
importancia funcional (Estado Mayor) les corresponden exigencias complementarias. Los
conocimientos militares y técnicos, la enseñanza de la historia y la experiencia acumulada
no bastan para diferenciar a un Oficial de Estado Mayor de un Oficial de Tropa. El Alto
Comando exige características mentales especiales:
A. Originalidad e Iniciativa Mentales.
La originalidad mental del Oficial de Estado Mayor consista en proveer las
51
variaciones y las posibles adaptaciones de las armas y tácticas en nuevas situaciones particulares,
y la iniciativa mental en percibir el momento más oportuno para pasar a la ejecución.
B. lmaginación Táctica.
La imaginación táctica es la característica mental que consiste en prever las
diferentes posibilidades derivadas de determinada situación compleja. Implica la visión
simultánea de las diferentes variables y del juego de sus interferencias. Requiere finalmente la
coordinación sintética de su conjunto y de su proyección en el tiempo.
C. Inteligencia Totalitaria.
Esta forma de inteligencia se diferencia, tanto de la inteligencia general como de la
imaginación táctica. Designa la capacidad de abarcar "totalmente" una situación compleja
determinada y desentrañar sus elementos más importantes.
D. Inteligencia Organizadora.
La organización de las operaciones armadas (desarrollo estratégico, coordinación
entre las armas, etc.), así como la de los servicios de retaguardia (aprovisionamientos, transporte,
etc.) exigen espíritus ingeniosos y metódicos.
E. Sentido de las realidades nacionales.
Un Jefe militar de un estado democrático no puedo considerar al Ejército como una
entidad separada del conjunto nacional. De manera que sus planes y decisiones se verán influidas
por la consideración de las aspiraciones y las opiniones públicas, ya sea que las tenga en cuenta
íntegramente o que considere útil influir en ellas. Bien informado, prevé las críticas, y las
diferencias de opinión y establece un equilibrio entre las necesidades estratégicas y el consenso
colectivo.
52
CAPITULO VI
¡ LAS PERTURBACIONES DE LA GUERRA!
1.-
Perturbaciones Causadas par la Guerra en La vida Civil.
La guerra siempre da lugar a la expedición de leyes y decretos que implican la
moratoria de pagos y la suspensión de los contratos; pero como éstos constituyen uno de los
principales fundamentos de la vida social, se hace imposible, en tal situación, que el comercio y
la industria lleven una existencia que debe ser próspera, pues se pierde el respeto a la palabra
empeñada.
La guerra significa la detención completa del engranaje social para todo lo que no se es
útil a la guerra. Por consiguiente, es necesario que, si por desgracia hay que recurrir a tales
medidas, estas duren el menor tiempo posible para que no traigan la ruina del país.
Naturalmente, el Estado debe velar porque las familias de los hombres que combaten
tengan facilidades para salvar sus propiedades y asegurar su vida, porque sus sostenedores no
pueden hacerlo y están rindiendo su existencia por la patria. Pero esas leyes de excepción se
generalizan y desnaturalizan bien pronto por la inmoralidad, la influencia o la venalidad de los
encargados de velar por su pureza.
Por otra parte, las leyes restrictivas del crédito y los que suspenden la ejecución de los
contratos, contribuyen a sembrar la desconfianza en las fuerzas vivas de la nación y a aumentar
la inmoralidad publica, que trae aparejada una mengua de la moral del soldado, que se bate
creyendo en la fortaleza de su causa y de su país.
2.-
Extinción del Espíritu Critico.
La guerra o las profundas conmociones revolucionarias provocan un desvanecimiento
del espíritu critico, no sólo en las clases populares, sino
aun en las ilustradas.
Esa falta de espíritu critico da lugar a la propagación de los mayores absurdos;
principalmente de noticias de hechos que no resisten el menor examen a causa de la
imposibilidad material de su realización. En esos momentos de crisis desaparece toda
observación, juicio y reflexión. Todos aceptan de buena fe lo que dicen haber visto u oído de
testigos presenciales, sin analizar la posibilidad de los sucesos.
3.Perturbaciones Creadas por la Guerra en la Vida Militar.
El estado de guerra aparta la mentalidad nacional del cumplimiento de las leyes
elaboradas por la convivencia social durante largos períodos de paz, a causa de la profunda
conmoción que experimenta el alma nacional. En efecto, la guerra trae consigo una transposición
general de toda clase de valores; lo que era respetable deja de ser respetado. Las muertes, los
incendios y las destrucciones. crimenes abominables en tiempo de paz, se convierten entonces en
virtudes. El respeto a la propiedad y a la vida, fundamento de la civilización, se desvanece.
Iguales anormalidades perturban también la vida civil, puesto que cesan los derechos políticos de
los ciudadanos y el poder militar asume por entero la tarea de imponerse a todas las voluntades.
El soldado, no teniendo otra preocupación que batirse, pierde el hábito del trabajo
personal diario y se acostumbra a conseguir su alimento sin el esfuerzo da su brazo o de su
cerebro.
•
53
Estas perturbaciones eran menores anteriormente, en la época en que no tomaba parte en
la guerra sino una ínfima parte de la nación; pero en la guerra moderna asumen proporciones
increíbles, y ello se hace sentir de manera más acentuada por la dificultad que habrá después, al
período de paz, para llevar los hombres al terreno de la vida jurídica y que caracteriza el respeto
a las leyes por todos los ciudadanos. Durante la guerra, el único código del soldado es la simple
voluntad del Jefe; las leyes civiles valen poco para él. Por eso su espíritu se revela aceptar
después las disposiciones que no sean estrictamente militares.
4.-
Resentimientos causados por La Guerra.
La guerra causa de por sí infinitos contratiempos, que deben considerarse en todo
problema militar y asignársele un coeficiente de resistencia, calculado de antemano, para no ir
derecho al fracaso, dificultades de todo orden presentan a cada paso, produciendo
entorpecimiento en la maquinaria militar, que no está formada de una pieza sino de factores
individuales que conservan en particular sus razonamientos propios. A éste cúmulo de
resentimientos se agrega el contacto con la casualidad, produciéndose entonces desviaciones
incalculables.
El conocimiento absoluto do los resentimientos en la guerra da al caudillo militar una
enorme flexibilidad espiritual para adaptar sus decisiones a las circunstancias, modificando, aun
en instantes, planes elaborados parsimoniosamente durante meses y años.
Solo esa gran flexibilidad espiritual puede abarcar y corregir la suma de resentimientos
que la casualidad o las condiciones del momento imponen en la guerra, en la que no se mueven
peones de ajedrez ni banderitas o fichas sobre planos. Sino hombres de carne y hueso, sometidos
a impulsos de una alma movediza.
Todo Oficial necesita saber ponderar su propia moral en toda ocasión y conocer cuanto
puede dar de sí, para saber a donde pueden llegar sus hombres. Así, hay que recordar siempre las
prescripciones relativas al empleo de las diversas armas, hay que saber también las que señalan
cómo, cuando y hasta donde se emplean las armas, que se ponen siempre en movimiento antes
que aquellas. El comando lanza hombres al combate, pero no debe lanzarlos a ciegas. El resorte
moral es el elemento impulsor del mando, y éste hay que saberlo graduar en todas las distancias.
5.-
En La Guerra Campea lo Imprevisto.
La guerra es el elemento donde campea lo imprevisto; donde más, poderosamente rigen
las ocasiones. Estos factores desbaratan a veces las más sabías combinaciones y se hacen sentir
en todas las operaciones estratégicas y tácticas; tanto en el orden físico como en el moral. Todo
Jefe debe estar preparado por su dedicación militar para tenerlos en cuenta y no ser tornado de
sorpresa. En la guerra no rigen las ideas preconcebidas, ni los conceptos rígidos, ni los cerebros
impermeables. El caudillo militar ha de tener sentimientos e ideas con flexibilidad de acero, pues
en el arte de la guerra desde el principio intervienen un juego de posibilidades, probabilidades,
suerte y desgracia, tal como acontece en el juego de los naipes. Si en la vida general hay que
estar preparado para reconocer y enmendar los errores, esta serenidad de juicio llega en la guerra
a tener caracteres de una virtud; del acierto; máxime si se tiene en cuenta que ella se produce por
tanteos y conjeturas.
En el orden físico, todo superior esta obligado a prever las medidas que atenúen los
inconvenientes que pudieran presentarse por causas de tensiones imprevistas, modificaciones
violentas de la temperatura. Etc.; factores que se estudian en otros cursos. Por lo que toca al
orden moral, lo imprevisto es, casi siempre la regla general porque es difícil conocer,
54
concretamente las disposiciones del enemigo.
Antes de comenzar la guerra, hay que formular los planes de operaciones basándose en
las informaciones que se tenga de las reuniones y movimientos que puede intentar el enemigo,
pero dichas informaciones son generalmente erróneas, y. además el enemigo puede ocultar sus
verdaderas intenciones ejecutando operaciones que induzcan a su adversario a caer en el vacío y
en la desorientación. Es en este caso, cuando se manifiesta todo el valor intelectual y moral del
comando, pues sin abandonar la misión que reciba, tiene que introducir rápida y oportunamente
en su dispositivo los cambios accesorios para hacer frente a la nueva situación, sin ofuscarse ni
dar señas de debilidad, sino con serenidad y firmeza de intenciones.
Pero es sobre todo desde el puma de lista táctico cuando lo imprevisto se convierte en
un factor determinante. Las batallas y combates casi siempre comienzan sin que se haya fijado
anticipadamente las intenciones, fuerza y dispositivo adverso: es poca lo que al respecto puede
hacer, el Jefe más perspicaz y sólo a medida que van desarrollándose los acontecimientos, va
aclarándose la situación. Si a esto se agrega que cualquier momento es susceptible de producir un
hecho imprevisto que modifique a veces profundamente la fisionomía de la batalla, se tendrá una
visión bastante clara y real de que la incertidumbre juega un papel preponderante en las
decisiones.
La batalla es el choque de dos voluntades contrarias; de allí que sea preciso prever
anticipadamente y hasta donde se pueda las manifestaciones más diversas del pensamiento
enemigo. Y como el Jefe que dirige una acción no puede encontraras en todas partes pare
resolver todas las eventualidades, es menester que sus subordinados estén bien penetrados de sus
intensiones para conformar sus ordenes y movimientos, y que hagan uso de un fuerte espíritu de
iniciativa para oponerse a los planes enemigos aunque se presente en la forma más sorpresiva.
Para que el militar de toda jerarquía salga triunfante en la lucha contra lo inesperado,
son indispensables dos cualidades; el valor y la inteligencia. El primero se manifiesta por el
espíritu de resolución; la segunda por la iniciativa perspicaz o golpe de vista. Ambos alejan el
temor y educan el ánimo para decisiones vigorosas. El hombre resuelto e inteligente obra sin
variaciones y con disciplina.
La inteligencia y el valor deben marchar estrechamente unidos para que den una
solución decidida y eficaz. La simple inteligencia no puede resolverse las situaciones que
presentan la guerra; para ser fructífera debe despertar en primer termino el sentimiento del valor,
para que este la sostenga, y la llave por el camino del éxito, pues en los momentos críticos los
sentimientos dominan al hombre con mayor fuerza que las ideas.
La incertidumbre de la guerra realza el valor del espíritu resuelto. En ningún arte como
en el de la guerra puede decirse que lo mejor es enemigo de lo bueno, pues cuando se presentan
las ocasiones críticas más vale resolverlas con rapidez que perder tiempo en buscar soluciones
perfectas. Para obtener esa rapidez, hay que estudiar la guerra, pero con criterio realista, ya que
en ella tienen las razones del corazón un valor más poderoso que el de todas las ideas teóricas
adquiridas; además es necesario que el corazón esté habituado a estar en perenne conexión con el
cerebro.
6.- Solo el ánimo Fuerte Resiste las Impresiones de la Guerra.
Sólo un ánimo fuerte resiste las impresiones de la guerra; pero ese ánimo no es el que
simplemente puede recibir fuertes impresiones, sino que en medio de ellas permanece en
equilibrio, de modo que a pesar de las tormentas interiores le sea permitido el discernimiento.
Mientras una tropa combata con animo, no hay ocasión para probar fuerza de voluntad; pero
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cuando las circunstancias se hacen desfavorables, entonces se necesita la voluntad del Jefe para
vencer las desobediencias, la inercia de las masas, el espectáculo terrorífico de los sacrificios
sangrientos y los temores de responsabilidad que puedan embargarlo, para reunir en sí todos los
atributos que le permitan ser el amo absoluto. De lo contrario, su propio animo no es bastante
fuerte, el Jefe se deja arrastrar por el peligro y llega a hasta perder la vergüenza. Tal es la fuerza
de ánimo y la energía moral que el Jefe tiene que evidenciar en el combate y que deben crecer a
medida que sube la jerarquía.
El Jefe debe poder resistir a las sobreexcitaciones deprimentes de que sea presa su tropa
en las circunstancias adversas o en los impensados desastres. Aún más, aprovecharse de esas
congojas y crisis colectivas para enardecer su propio ánimo; y, cuando vea a los suyos con los
rostros densamente pálidos, con las manos lívidas y crispadas sosteniendo el fusil como un
leño, debe golpear su pecho, henchir sus pulmones, abrir bien sus ojos y sentir el impulso de
atropellar, de avasallar cuanto se le ponga a su frente, para que suba a su garganta un adelante
repetido hasta enronquecer acompañado por gesto y el ademán imperativo que cambie la
perspectiva de los suyos, que los empuje cual torrente hacía el enemigo con los rostros de ira y
con las manos empuñando vigorosamente su Fusil, en supremo anhelo de vencer al adversario
con la punta de su bayoneta.
7.-
Preponderancia de los Factores Morales en La Guerra.
El estudio de las guerras de todos los tiempos, y particularmente la ultima gran guerra
europea en la que entraron en acción medie tan poderosos que revolucionaron con rapidez Suma
ha llevado a algunos espíritus exagerados a pensar que el número, el valor y la moral de los
combatientes han pasado a un segundo plano, y que la fuerza de un ejército reside casi
únicamente en las maquinas de guerra de que dispone. Poniendo en juego recursos imaginativos,
esas mismas personas han llegado a persuadirse de que en un porvenir cercano, los recursos de la
química y de la electricidad permitirán que unos cuantos técnicos bien adiestrados, aniquilen sin
propio riesgo ejércitos y poblaciones enemigas.
Echando mano de tales opiniones, se ha llegado a propalar la idea de que en tales
condiciones, no es necesario sostener un Ejército, que siempre es un organismo costoso, Tales
ideas, si fueran aceptadas por la generalidad de la opinión publica, podrían acarrear
consecuencias desastrosas para la nación, Para resguardar contra tales teorías y hacerles frente a
conciencia, el Oficial necesita tener ideas definidas y racionales acerca de la importancia del
factor moral.
Tratándose del combatiente, el problema en la guerra consiste para el, como ha sucedido
a través de la historia, en matar sin riesgo de propia vida. Pero por muy valeroso que sea un
hombre siempre dudara en atacar a otro que crea mejor armado, de allí que la moral del soldado
necesita la superioridad que atribuye el materíal con que cuenta.
Sí se pusieran en el platillo de una balanza las fuerzas morales; patriotismo, honor,
sentimiento del deber, etc.; y en el otro las fuerzas materiales: cañones, ametralladoras, aviones,
carros de combate, gases, etc., se tendría incontestablemente.
1. Que el valor del infante no impresiona a la artillería que lo bate desde varios
kilómetros.
2. Que el espíritu de sacrificio de una tropa, por muy valiente que esta sea, no existe
para el carro que la aplasta bajo su armazón.
3. Que el patriotismo y el sentimiento del deber se quiebra ante una alambrada batida
por fuegos de ametralladoras en flanqueamientos.
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En una palabra, que no se lucha con hombres contra material, que la importancia de este
último factor no se discute actualmente, y que el error consistiría en creer que hasta para todo y
por si solo.
La ultima guerra ha puesto una vez más en evidencia que a cada invento del beligerante
oponía el contrario la respuesta correspondiente; que ambos equilibraron prontamente su
material y que los perfeccionamientos continuos de las armas aumentan los peligros en igual
proporción para todos los contendores.
También demostró esa contienda que el material más perfecto no tiene valor cuando los
Oficiales que lo ponen en acción, no han sabido emancipar su espíritu de la rutina del pasado, ni
penetrar los secretos de su correcto empleo; y cuando los soldados que lo manejan, en el dominio
moral, no tienen la resolución de luchar hasta morir.
En resumen, la última guerra, como todas las anteriores, ha enfrentado elementos no
comparables entre sí porque no están sujetos a las mismas leyes.
Tales elementos son: los Materiales: armamento, técnica, procedimiento, etc., que se
modifican con rapidez sorprendente gracias a los progresos industriales, que dan a la guerra un
carácter más científico cada día: y los Morales, función del hombre, que ha permanecido idéntico
a sí mismo ante la emoción, el peligro y la muerte, y que conserva a la guerra con sus
características de arte en el que tienen la mayor parte el lado moral y el sociológico.
La Preparación para la guerra es una ciencia, pero su ejecución es un arte. Si los medios
materiales evolucionan en la guerra cada vez con mayor rapidez el elemento moral por el
contrario, no cambia. Aún es cierta la antigua concepción de la guerra como una lucha entre dos
voluntades, en la que el factor moral ocupa el lugar más importante en la mayor parte de los
casos.
La preponderancia del factor moral es indudable; ya sea que se trate la lucha entre
naciones, entre ejércitos o entre combatientes. Y como el factor moral es esencialmente
sicológico, hay que estudiar la sicología de los pueblos, de los ejércitos y del combatiente.
Napoleón, al buscar la decisión de la guerra en el aniquilamiento del enemigo y no únicamente
en la maniobra, expresaba que las fuerzas morales daban las tres cuartas partes del éxito final y
que las numéricas y materiales sólo significaban una cuarta parte.
Un Ejército no se considera vencido sino cuando el pueblo que lo respalda se siente
desfallecer. La solución del conflicto es de orden militar, pero las causas que lo generan y lo
desarrollan no son todas de ese orden.
La voluntad general y la organización de un pueblo se demuestran cuando produce y
utiliza las inmensas cantidades de medios materiales que requiere la guerra; la magnitud de las
fuerzas que ponen en acción de la medida exacta de su capacidad de trabajo, de su espíritu de
sacrificio, de su resolución de vencer. Así, la victoria alcanzarla pertenece a la nación entera,
que puede enorgullecerse de una obra en que han participado íntegramente todos sus
componentes.
La guerra moderna cobra un carácter sociológico y moral que no habían tenido
precedentes, puesto que es mayor la intervención de la colectividad. Una nación puede contar
con poderosisimos medios materiales, pero puede ser batida en una guerra por falta de sicología
de sus dirigentes o por menospreciar las fuerzas morales de su adversario y de los neutrales.
Así, pues, la preponderancia de los elementos sicólogos y morales afirmase cada vez
más a medida que la guerra adquiere un carácter más nacional.
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8.-
Preponderancia del Factor Moral en la Batalla.
El conjunto de las fuerzas organizadas de un ejército consta de:
1. Sus Fuerzas Materiales.
Armamento, efectivos, terreno, fortaleza, etc.
2, Sus Fuerzas Intelectuales.
Preparación, organización, comando, instrucción. habilidad, maniobra, etc.
La fuerza material representa muy poca cosa si no está animada por la intelectual; pero
el conjunto de ambos es casi nada sino está animada por la fuerza moral que quebranta la
resistencia del egoísmo humano y decide al combatiente a sacrificar su vida por la patria.
El Oficial nunca debe perder de vista que la guerra se hace con el material apropiado,
servido por hombres, y que el éxito depende principalmente de la formación moral del soldado.
Con evidencia incontrastable, la historia demuestra que la victoria no se mide por las
pérdidas materiales, pues casi siempre las del vencedor son mayores que las del vencido. Por
consiguiente, si el debilitamiento material del enemigo no es un factor suficiente de éxito, es
porque existen otros elementos más importantes para alcanzar la victoria; y ese elemento,
esencialmente moral, consiste en llevar al espíritu del adversario la idea de que no puede vencer,
determinándolo a abandonar la lucha, que es un fenómeno que se produce casi siempre por la
reflexión en el Jefe y generalmente por instinto del soldado.
La victoria consiste menos en destruir materialmente al adversario que en destruirlo
moralmente; es decir, en hacerlo perder su voluntad de vencer. Por lo tanto, es la ruptura de dos
equilibrios morales; corresponde a quien la desea, al que sabe sufrir un cuarto de hora más, al
adversario mejor templado, al más tenaz, al que conserva hasta el fin la moral más elevada.
La ruptura del equilibrio entre dos ejércitos enemigos se produce unas veces porque las
tropas se acobardan a pesar de la voluntad de sus Jefes, y otras, porque éstos abandonan su
resolución de luchar, ordenando la retirada cuando sus tropas aún son capaces de vencer.
En el primer caso, las tropas, cuando se retiran no conocen sus pérdidas, ni las del
enemigo, puesto que en el campo de batalla se tienen nociones muy vagas al respecto; nadie
declara vencedor a uno de sus adversarios, ni anuncia el final del combate dando a uno la victoria
y a otro la derrota. Lo que en realidad sucede es que el adversario que abandona la lucha
reconoce en su enemigo una fuerza superior y se cree ya vencido, sintiéndose desmoralizado y en
el límite de su resistencia, sin desear ya la victoria, porque se siente incapaz de obtenerla.
En el segundo caso, el Jefe, al abandonar la lucha, pierde la batalla porque él la cree
perdida y nada más; porque no tiene confianza en sí, ni en sus tropas; porque su decisión de
retirarse no traduce sino su estado de alma; mejor dicho, porque pesa sobre él la sensación de una
derrota que muchas veces no corresponde a la situación del momento, pues en el campo enemigo
podría sentirse otro tanto o mucho peor. Lo que realmente pasa es que el Jefe que tiene menos
confianza en su tropa, ya no tiene la resolución de vencer y abandona a su enemigo el fruto dé
sus esfuerzos y la victoria que tuvo en sus manos. La batalla, pues no es cuestión de mayor o
menor carnicería es una lucha esencialmente moral.
9.-
El Oficial debe Abrigar la Convicción de la Guerra.
La convicción de la fatalidad de la guerra es esencial para que el Oficial pueda llenar
cumplidamente su misión de educador militar y para que sus esfuerzos en este sentido no sean
estériles.
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A pesar de las aspiraciones de los pacifistas y de la organización de entidades
internacionales destinadas a promover y asegurar la paz1 ésta es una vana ilusión en la historia
del mundo, pues la muerte es el único estado de paz definitiva. Pero el universo no está tan cerca
del fin; tiene el deseo y el poder de vivir mucho tiempo, recomenzando su historia una y otra vez.
Y esta historia es lo único que acelera el porvenir. Al principio del mundo, el hombre no tenía
más lazo social que el de la familia, que tuvo su origen en una necesidad instintiva: la
reproducción. Las tres etapas características de la familia eran su constitución, su desarrollo al
nacer los hijos, su respectiva agrupación. En la especie humana, por sus características
fisiológicas, y sicólogas, la familia ha tenido, desde el principio, una organización sólida que le
define con precisión.
Constituida bajo la soberanía del padre, la existencia de la familia fue fácil al principio
porque no le costaba gran cosa asegurar su subsistencia por la poca densidad de población y
porque le bastaban los medios a su alcance. Además eran pocas las causas de desención y dé
lucha entre las distintas familias.
No sucedía lo mismo en el interior de la familia, que sólo tenía su quietud asegurada
cuando el padre era capaz de imponer su voluntad; pero al crecer los hijos, la autoridad paterna
se debilitaba y así se generaban los odios de familia y las luchas que contribuyeron las primeras
guerras del pasado.
A medida que aumentaron el número de familias y la densidad de la población, las
condiciones de existencia fueron haciéndose más difíciles; esta dificultad y la envidia de los
débiles contra los fuertes que pudieron dar a los suyos más comodidades, fueron creando
conflictos y nuevas causas de guerra.
La necesidad de hacer la guerra con éxito indujo a los débiles a constituir alianzas. Se
formó la sociedad para hacer la guerra, como la familia para los fines de reproducción.
Terminada la guerra, si estas alianzas alcanzaban la victoria y no se producían
rivalidades internas, permanecían agrupadas para conservar las ventajas que les reportaba su
reunión. Si eran derrotadas, los grupos vencidos se fundían con el vencedor, o si no, reconocían
su importancia y buscaban nuevas alianzas para recomenzar la lucha en mejores condiciones. Así
se tiene las primeras agrupaciones sociales formadas para la guerra. En resumen, puede decirse
que la formación original de las sociedades se hizo para la guerra en su forma más simple
destinada a asegurar las necesidades de la vida: la guerra de formación social.
La constitución de agrupaciones más numerosas y el aumento de la densidad de
población, trajeron modificaciones profundas en las condiciones de la vida humana, pues el
hombre comenzó a explotar el suelo para asegurar su subsistencia. Las primeras agrupaciones se
procuraron rápidamente ventajas de existencia que les dieron superioridad sobre sus vecinos,
cuya envidia dio lugar a conflictos por la posesión de las riquezas. Las agrupaciones formadas
posteriormente trataron de apoderarse de las ventajas de los otros sobrevino así una nueva
especie de lucha: la guerra de conquista.
Estas guerras de conquista no produjeron siempre los resultados que se propuso el
iniciador. Si la agrupación vencedora era inteligente y rica anexándose el vencido, éste trataba
muchas veces de aprovechar su derrota y de asimilarse al vencedor para obtener mejores
condiciones de existencia, resultando así que el vencido hacía una guerra de conquista.
Este género de guerras llena la historia del mundo. Estas guerras, que mentalidades
escasas han atribuido casi siempre a la voluntad individual de los soberanos, son más bien
fenómenos sociales difíciles de determinar y dependen de fuerzas desconocidas. Aunque
iniciadas con fines de conquistas estas grandes guerras del pasado, como las del porvenir, son
59
empresas inconscientes en que se lanzan los pueblos sin saber por qué, con prescindencia de los
gobiernos, que casi siempre no hacen otra cosa que seguir la corriente y aparentar que las
conduce.
Ese instinto particular que lleva a las agrupaciones sociales primitivas a agruparse
cuando las circunstancias son propicias, es el mismo que guía posteriormente a las agrupaciones
más fuertes para absorber a los débiles poniendo en acción sus fuerzas, que no reconocen otro
limite que el que opone otra fuerza análoga.
Las tendencias expansionistas de las naciones son comunes a las que llevan numerosos
siglos de existencia y también a las más jóvenes. La más elocuente prueba de esa tendencia está
constituida por las empresas coloniales que, con pretexto de civilizar razas humanas inferiores,
tienen siempre la guerra como medio de lograr sus fines, o como resultado. Es la tea de Belone
transformada irónicamente en antorcha de la civilización.
Pero lo cierto es que, ya se trate de las guerras coloniales de pequeña importancia, o de
las grandes guerras que han procedido a la formación e independencia de los estados, estas
guerras de expansión constituyen uno de los más poderosos factores de civilización y puede
decirse que es lo que más ha hecho progresar al universo.
En el mundo moderno no es posible que la guerra desaparezca, pues al contrario, las
causas de conflicto se multiplican a medida que aumentan los intereses de las naciones. Además,
la humanidad no se encuentra sociológicamente preparada para resolver sus diferencias por el
arbitraje pues este medio pacifista ha dado más bien, en ocasiones, origen a guerras que pudieron
no producirse.
El único arbitraje posible es el que imponga una potencia o un grupo de potencias que
amparen por la fuerza sus resoluciones; mejor dicho, es la paz que Roma ideó en su delirio de
grandeza; pero aún cuando esta poderosa nación había impuesto su ley al mundo por medio de
las armas y de una organización social superior, sucumbió a su vez al empuje de los bárbaros,
que le impusieron su fuerza brutal de disolución. No hay en el mundo actual ninguna entidad
internacional cuya fuerza material y moral sea comparable a la del Imperio Romano. Además, no
es deseable una paz que sólo puede durar mientras se le puede imponer por la fuerza.
De modo, pues, que la existencia de las naciones está ligada a la posibilidad de hacer la
guerra con éxito; por consiguiente, hay que poner en acción todas las fuerzas vivas del país con
tal objeto, y hacer cuanto esfuerzo sea preciso para conservar la independencia, la integridad y el
decoro.
Tanto en el porvenir como en el pasado, la preparación para la guerra es condición sine
que non del derecho que tienen las naciones a vivir. El Pueblo que no cree en este deber y que no
hace uso de él, no merece la independencia de que goza y es más seguro que la perderá tarde o
temprano.
Tal es la razón por la cual el militar ha de asumir la misión capital de preparar los
contingentes y los cuadros de guerra de la nación, seguro de que la guerra llegará, y esa
convicción es una de las fuerzas morales más poderosas, quizá la más poderosa de las nos
animan al cumplimiento de nuestros deberes diarios.
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CAPITULO VII
LAS FUERZAS MORALES EN LA GUERRA
1. -
Las fuerzas Morales en la Vida Nacional.
Las fuerzas morales no constituyen una manifestación abstracta que mueve a las
colectividades para alcanzar fines más o menos elevados; son por el contrario, un producto de
las condiciones morales del conjunto de los ciudadanos y de cada uno en particular. Cuando los
pueblos tienen clara comprensión de sus destinos; cuando deseen vivir su propia vida, sin conocer las imposiciones del más fuerte; cuando tienen que luchar para conservar su patrimonio, en
fin, cuando aman su pasado, sus glorias y exaltaciones, fomentan las fuerzas morales suficientes
para la realización de sus ideas.
El valor moral de los pueblos se desarrolla en luchas armadas; y para ello, antes que
atender al buen manejo de las armas, hay que vigorizar los espíritus y templarlos para la guerra.
El refinamiento contemporáneo y las riquezas naturales de una nación tienden a hacer
más fácil y amable la vida corporal, disminuyendo en gran proporción las energías físicas de
pueblo. Esta disminución hay que compensaría acrecentando las energías morales si no se
quiere rebajar la dignidad humana.
Este acrecentamiento se alcanza por sanas y enérgicas campañas en pro de los ideales
nacionales, por manifestaciones de desinterés en todas las actividades de la ciudadanía y por el
ejemplo y la práctica de las virtudes patrióticas que dan los gobernantes y las personas o
entidades que encauzan o dirigen la vida del país.
Cuando las fuerzas morales decaen, ese decaimiento no se subsana con leyes, ni con
lamentaciones colectivas: su único remedio consiste en el estímulo de una fuerte educación
moral de los individuos y de una vida pulquerrima de las instituciones públicas y privadas.
2.- Las fuerzas Morales en El Ejército
Las Fuerzas Morales son en el Ejército un factor de primera importancia, consagrado a
través de la historia militar en todas las épocas y en los reglamentos militares dé todas las armas
y todos los países. Constituyen un valor tan antiguo como el mundo; sin embargo está siempre
de actualidad, pues todas las modificaciones que se introduzcan en el Ejército respecto a
organización, disciplina, táctica, etc., se basan en una justa adaptación de todas ellas al corazón
humano en el momento supremo de la batalla. Su fuerza es más temible que la del cañón y el
fusil, pues crean al instante, sobre todo en los momentos difíciles, los medios de acción más
inesperados y los artificios más variados, aplicándolos con admirable precisión a las
circunstancias y haciendo posible los esfuerzos que parezcan más extraordinarios.
Las Fuerzas Morales comunican un poder invulnerable a los medios materiales de que
dispone el Ejército para realizar su misión, y velar por la integridad de la patria con todo su
patriotismo físico y espiritual.
Las Fuerzas Morales del Ejército constituyen la base en que se afirma el poder de las
naciones independientes. Su conocimiento, práctica o desarrollo, deben ser elevados a la
categoría de una convicción militar profundamente arraigada en la mente y en el corazón de los
Oficiales, porque es únicamente gracias a ellas que alcanzan el influjo necesario para hacerse
obedecer y seguir por la tropa en toda circunstancia; es decir, sólo ellas le permiten mandar.
61
Dichas fuerzas nacen y crecen en el alma del soldado por medio del contagio mental y
del ejemplo personal, unidos al tacto y corrección del Jefe. Es así como todos los grandes
capitanes del pasado han conducido sus hombres a la victoria, alcanzada por el concurso de las
fuerzas morales de las tropas.
Para soportar las fatigas y privaciones de una campaña, para afrontar sin temor los
peligros del combate moderno, las cualidades del corazón y las fuerzas morales del alma son tan
necesarias como la habilidad mañiobrera y la destreza en el empleo de las armas. Confiando
en ellas, en su energía y en su instrucción militar, el soldado debe en toda circunstancia
obedecer a los sentimientos de disciplina y de abnegación.
Pero esas fuerzas morales tan necesarias, son opuestas al instinto de conservación, que
por el contrario lleva al hombre a evitar el peligro y a buscar su comodidad y la satisfacción de
sus necesidades. Precisamente, las fuerzas morales deben servir para resistir a esas tendencias
cuando se oponen al cumplimiento del deber. Por supuesto, para lograrlo se requiere que el
hombre se sienta impulsado por muy poderosos móviles que hagan germinar en su espíritu la
idea del sacrificio y le permitan soportar sin debilidades, hasta el límite de sus fuerzas, las
miserias y peligros inherentes al estado de guerra, así como resistir a las múltiples influencias
que tienden a desvirtuarlo del cumplimiento de sus deberes.
Cuando las guerras eran frecuentes, la educación moral de la tropa se hacía por sí sola,
puesto que Oficiales y Soldados estaban casi siempre en campaña y adquirían, por fuerza de los
acontecimientos, la cohesión necesaria; los jóvenes Oficiales se formaban al lado de otros,
envejecidos en las campañas anteriores, aguerridos y diestros en el oficio; los soldados se
formaban al calor de las batallas y eran valientes y disciplinados. Pero hoy no sucede tal cosa; las
guerras se alejan cada vez más; y así se impone la necesidad de aprovechar al máximum y hacer
más estricto el cumplimiento del servicio militar, y aún así, por más voluntad que se ponga, se ve
que estos recursos son insuficientes para dar a la tropa una sólida disciplina de guerra, que sólo
puede darle una sólida y fuerte educación moral integral.
Las Fuerzas Morales en el Ejército constituyen los más poderosos factores de la
victoria; vivifican el empleo de los medios materiales; inspiran todas las decisiones de los
Jefes y presiden todos los actos de la tropa.
3.- La Moral del Ejército en Relación con la del Pueblo.
Los deberes para con la patria no se cumplen enteramente desempañando un servicio
regular; es menester que el entusiasmo y un gran ideal se apoderen del alma del pueblo y del
Ejército, pues mientras no se reúnan todas estas condiciones, no debe esperarse nada grande. Es
necesario que el soldado sea presa del entusiasmo, de la pasión que le es indispensable para
cumplir aquellos deberes con serenidad, en cualquier momento y sin rodeos.
Hoy existen dos razones para que el valor de las instituciones militares dependa en
gran parte de la moral de la nación. La primera es que todo país democrático, es la nación
misma la que en definitiva establece su organización militar; y la segunda, que el Servicio
Militar Obligatorio, junto con el contingente, trae al Ejército la moral de la nación, que influye
poderosamente en el valor militar.
Cuando un país goza de un largo período de paz, duerme a menudo en una
confianza engañosa y corre el riesgo de que se atrofien los sentimientos viriles, si no se
contrabalancea tan peligrosa influencia por medio de una fuerte educación moral. El despertar de
un sueño de tal naturaleza, es casi siempre amargo, pues se ve de pronto un peligro en el que no
creía. Principalmente, un país como el nuestro, lleno de riquezas potenciales, puede estar
62
expuesto a muy duras realidades, debiéndose encontrar siempre en guardia contra las posibles
amenazas.
Puede afirmarse que la moral del ejército mide la moral de la Nación. Si esta no abriga
seguridad y confianza en su forma física y moral, sin la que una tropa está vencida antes de
comenzar el combate, es inútil esperar que la victoria corone los esfuerzos de sus soldados.
La movilización de masas de todo un pueblo, ofrece peligrosos in convenientes
para la moral de su Ejército. En primer término, la formación de un gran número de nuevas
unidades sin tradición, sin camaradería, es nefasta al espíritu de cuerpo y por consiguiente a la
moral del conjunto; pero el mayor peligro que hay respecto a estas tropas de reserva, consiste en
su brusco pasaje de la vida civil a la militar.
Entre nosotros hay que prestar mucha atención a este aspecto de la moral del pueblo
sobre la de las tropas. Por razones de todos conocidas, los contingentes anuales que pasan bajo
las banderas no constituyen sino una pequeñísima parte del número de individuos aptos para
cumplir el Servicio Militar Obligatorio. De manera que muchas unidades del Ejército, al
movilizarse, tendrán un encuadramiento muy pequeño de hombres física y moralmente
preparados para la dura realidad de la guerra y muchos cuerpos de reserva quizá serán formados
por individuos sin educación moral alguna. Por consiguiente, este es el motivo más poderoso
para suplir la cantidad numérica con la calidad moral de los hombres incorporados al Ejército,
pues cada uno de éstos tendrá que servir de modelo a muchos que sólo conocerán la vida militar
cuando se presente bruscamente la guerra.
Pero no es durante la fase victoriosa de una guerra, sino en los duros trances de la
derrota, cuando se aprecia mejor la relación que existe entre las fuerzas morales del pueblo y del
Ejército.
La derrota de un Ejército Moderno no es sino la expresión de descomposición de un
conjunto sicológico más elevado; marca el aniquilamiento de la unidad colectiva nacional y la
reanimación del individualismo. La Unidad Sicóloga Nacional, a pesar de sus elementos
culturales y racionales, se forja a base de entusiasmo, y este es difícil de prolongar por mucho
tiempo. Es durante esta crisis cuando los sentimientos egoístas suben rápidamente al primer
plano. A la diferencia general sigue muy pronto al poder de otras influencias de orden
económico, sicológico y social, que se exteriorizan primero por un disgusto colectivo y luego por
un sentimiento de horror y de odio.
El Materialismo, al presentar el bienestar del individuo como el único objetivo
razonable de la vida y el sacrificio en áreas de la patria como una funesta tontería, es susceptible
de tener profunda repercusión en la moral de un pueblo que carece de los elementos necesarios
para la vida y para continuar la lucha. Y los peligros que acarrea tal doctrina se aumentan
cuando, en una guerra de larga duración, hay que llamar nuevos clases a las armas; así como
también bajo la influencia de las ideas con que retornan a las filas los que salen con permiso, las
cartas y los periódicos del interior, pues la retaguardia es más impresionable y se encuentra siempre espiritualmente más apta para asimilar la propaganda disolvente.
Por otra parte, estos son los momentos en que la propaganda enemiga se muestra activa,
estando encaminada a fomentar por todos los medios las disensiones políticas, exagerar la
miseria económica que sufre el pueblo y a alentar la corrupción general y los antagonismos
regionales.
Hay que buscar, pues, las fuerzas morales en la elevación de los corazones y en la fiel
63
observancia de la sicología humana. Sin fuerzas morales los pueblos se degradan; y, por el
contrario, a medida que éstas son más poderosas, el ciudadano convertido en soldado rendirá a la
patria una mayor consagración y cumplirá con mayor fidelidad el intransigente deber militar.
4.- Clasificación de las Fuerzas Morales.
Las fuerzas morales son numerosas y varían con los caracteres étnicos de los pueblos,
pero pueden ser agrupadas en dos categorías definidas; fuerzas naturales y atávicas, y fuerzas
adquiridas, que a su vez comprenden por un lado las que pueden desarrollarse entre el nacimiento y la edad adulta, y por otro lado, las que se inculcan al hombre ya formado durante la
vida militar.
La primera categoría está formada por las fuerzas particulares de la raza; son
inconscientes y están profundamente arraigadas en la especie humana por tendencias atávicas. Su
conocimiento exige el estudio de la sicología y de la historia para darse cuenta de las reacciones
de los pueblos en los períodos de crisis que han atravesado y para conocer las características
individuales y de conjunto del primer elemento que constituye los ejércitos: el hombre.
La segunda categoría está constituida por las fuerzas que se adquieren por la
educación durante los primeros años del hombre y en el curso del servicio militar, siendo éstas
las que tienen particular importancia para los Oficiales, porque su desarrollo es de su exclusiva
competencia. Estas son las fuerzas que es preciso cultivar e incrementar en el individuo, en
general, y en el soldado, en particular, para lograr de este el máximo rendimiento dentro de un
medio organizado como lo es el ejército, y para orientarlo hacia la realización de hechos que
materialicen el arraigo profundo que en el soldado debe tener el amor a la patria, supremo ideal
del hombre sobre la tierra
Ambas categorías de fuerzas se relacionan con el papel de educador que corresponde al
Oficial en la sociedad y en el ejército moderno, que se hace más difícil y complejo a medida que
el refinamiento material de los pueblos crece y que fuerzas antagónicas en apariencia, pero en
realidad afín, propugnan una civilización basada únicamente en el bienestar material y en el
predominio de unas ciases sobre otras, con mengua de la elevación moral y de la unidad nacional
que fortalece a los pueblos.
5.- Fuerzas Naturales y Atávicas.
Las Fuerzas naturales y atávicas son las únicas que caracterizan a una raza. En cuanto a
las adquiridas, puede afirmarse que todos los pueblos que tengan organización social análoga, las
poseen en cierto grado, variable según su mentalidad general y sus costumbres.
Es claro que algunas razas poseen cualidades naturales que otras no tienen; y
recíprocamente. Esto es absoluto para las agrupaciones sociales que tienen una larga existencia
común y condiciones de vida análogas para construir un estado homogéneo. Pero en los pueblos
todavía en formación, las cualidades naturales son diferentes según los grupos étnicos que los
componen, y no tienen armonía ni fuerza de conjunto.
Estas cualidades pueden fundirse con el tiempo y así son susceptibles de convertirse a la
postre en fuerzas morales comunes, cuya potencia da al país que las posee una cohesión real y
crea facultades guerreras susceptibles de asegurar su existencia y su superioridad. Pero es
necesario notar que un pueblo no puede adquirir estas fuerzas morales comunes sino cuando las
condiciones de existencia de las fracciones que lo componen difieren poco entre sí y cuando
éstas forman parte de la nacionalidad por su propio y libre consentimiento.
Las cualidades nativas de una raza están en relación estrecha con las particulares del
64
clima y del suelo que habita. En un país como Venezuela, de extensión territorial considerable,
no pueden ser uniforme, sobre todo si se tienen presentes las diferencias de vida que separan las
distintas regiones del país, así como las pronunciadas diferencias étnicas de sus pobladores.
Es por esta causa que nuestro pueblo no presenta aún en su conjunto cualidades
comunes definidas, lo que trae como resultado cierta falta de cohesión nacional que es necesario
salvar por el progreso general, la escuela y principalmente por la labor encomendada al Oficial
en la educación moral de la tropa. Esa cohesión va obteniéndose particularmente por el
desarrollo de la personalidad, de la alegría y ardor comunicativos, del amor propio, del deseo de
distinguirse y del amor a la gloria, hasta hacer tradicionales estos sentimientos. Las mismas
notables transformaciones políticas registradas por Venezuela, que ha pasado casi bruscamente
de la tribu a la conquista y de ésta a la república, hacen que el espíritu nacional no se haya
cristalizado completamente, sobre todo en esta última etapa de la vida nacional.
La Cohesión Nacional, el más preciado de los objetivos conductores de los pueblos, es
una fuerza moral de primer orden, que constituye la base del poderío nacional y que permite
desafiar todo ataque, cualquiera que sea, quebrándolo por completo.
Sin embargo, recorriendo las páginas de la historia nacional se confirman las cualidades
morales innatas de nuestra tropa, que, en el apogeo de su grandeza, llevó sus armas victoriosas
hasta remotas fronteras, que durante la conquista y el coloniaje opuso en ocasiones denotada
resistencia al invasor y provocó levantamientos en pro de su libertad política; que luego se
mostró digno de sus ancestrales en las épicas jornadas de la independencia y que su afán guerrero
supo conquistar, tras penalidades sin cuento, laudos inmortales de victoria combatiendo por la
libertad.
Igual tradición de virtudes racionales trajo el conquistador tenaz y valiente en el peligro,
aunque de espíritu inquieto y egoísta. Sus huestes las paseó por todos los campos de batalla del
viejo mundo con gallardía no superada hasta hoy.
De manera que, con tan buenos y honrosos antecedentes nacionales, tenemos un
material de primera calidad para echar las bases de un espíritu nacional robusto que, para
manifestarse, sólo requiere cohesionarse por medio de la combinación de todas las actividades y
energías hoy dispersas para dar una fisonomía a la conciencia nacional. El culto por las glorias
del pasado dará a la nacionalidad venezolana una vitalidad que resistirá cualquier embate de los
acontecimientos históricos del continente. La fe en el porvenir le dará una energía capaz de todas
las audacias y de todas las reacciones viriles que impongan los sucesos del devenir histórico.
En esta tarea evolutiva el alma nacional, que puede intensificarse al máximum para
lograr frutos apreciables en corto tiempo, toca al Oficial un papel singularisimo, principalmente
porque el 800/o de los hombres que pasan bajo banderas proviene de las masas campesinas y es
una materia prima moldeable a voluntad.
Las fuerzas morales nativas se manifiestan, hay que repetirlo, sin ninguna intervención
de la voluntad del medio en que se vive; son el producto del sedimento histórico acumulado a
través de la acción del tiempo que va enriqueciéndose con la práctica y desarrollo de virtudes de
toda especie.
6.- Fuerzas Adquiridas en el Hogar en la Escuela.
No pasa lo mismo con las fuerzas morales adquiridas en el curso de la existencia
familiar y en la vida escolar, que duran poco tiempo, y cuya influencia no puede compararse con
la fuerza de la tradición y el atavismo histórico, y que, si actúan en el mismo sentido de éste
pueden reforzarlo de manera apreciable, y, si obran en sentido inverso, no lo debilitan sino
65
momentáneamente y en proporción ínfima; pero hay que procurar celosamente que la educación
en él seno de la familia y en la escuela no esté en contradicción con la tradición y las
cualidades nativas de la raza.
Sin embargo, a causa de la impresionabilidad de determinado sector étnico nacional,
propicio siempre a exagerar el balance de las ideas nuevas, en los países nuevos adquiere mayor
relieve la inculcación de fuerzas morales en el hogar y en la escuela; y una práctica continuada
en sentido conveniente a los ideales nacionalistas, irá cristalizando, aunque sea
paulatinamente, un espíritu nacional fuerte y decidido, basado en un intenso patriotismo y en el
orgullo por lo que es propio del país. A este respecto debe analizarse profundamente, para
tratar de imitarla, la labor desarrollada en la familia y la escuela japonesas para desarrollar y
reforzar las cantidades nativas de la raza.
Padres y maestros pueden contribuir a desarrollar esa fuerza moral indispensable al
ciudadano de una nación que quiere vivir sus propias desunos, que tiene orgullo de su país
conciencia de la fuerza material y moral que le corresponde y debe corresponderle en el
concierto de los pueblos y convicción profunda para hacer por su patria otro tanto de lo que
hicieron sus héroes ancestrales.
7
Fuerzas Adquiridas en el Seno del Ejército.
Toca ahora ocuparse de las fuerzas morales cuyo despertar y desarrollo son especiales
de la vida militar y constituyen la parte más importante en la preparación para la guerra, a aaber:
El espíritu de cuerpo la camaradería, la disciplina y la subordinación, que comprenden otras
virtudes que se tratarán extensamente en su oportunidad.
Algunas de estas fuerzas son propias y exclusivas del Arma o Cuerpo a que pertenece el
soldado: otras son comunes a todas las armas y deben tener gran desarrollo y bastante poder para
asegurar la convergencia de los esfuerzos y alcanzar el éxito esperado.
Las primeras constituyen lo que se llama espíritu de cuerpo, amor propio colectivo del
soldado en todos los tiempos y de todas partes, que cifra su orgullo en formar parte del arma o
cuerpo a que pertenece. Esta fuerza mantenida en sus justos límites por Jefes de tacto, produce
saludable emulación, y es indispensable para mantener un elevado nivel moral, el valor
combativo y colectivo de los cuerpos que forman el Ejército.
Pero se requiere especial tino para mantener este espíritu en un nivel que no
comprometa la solidaridad del conjunto y evitar, como ha sucedido algunas veces, rivalidad entre
los cuerpos.
Un Jefe hábil debe hacer comprender a los individuos de alguna Unidad que se haya
distinguido singularmente, que los laureles alcanzados no les corresponden exclusivamente por
haberle tocado en suerte realizar un hecho notable, sino que dichos laureles son patrimonio
común del cuerpo respectivo y del Ejército todo. Así se conseguirá que la exageración del Espíritu de Cuerpo no sea un agente de disociación sino un fuerte moral.
El verdadero Espíritu de Cuerpo fuerza moral poderosa y fecunda, se inculca y
desarrolla sin constituir un particularismo peligroso poniendo de manifiesto que los hechos
gloriosos realizados en el pasado y los que reserva el porvenir, a una unidad de tropa, no son sino
el resultado y el fin del esfuerzo común y que el honor del acto glorioso pertenece al conjunto.
Tratándose de una Gran Unidad el Espíritu de Cuerpo que expresa su estado inicial se
crea haciendo conocer de todas las armas la historia de cada una, para provocar el estímulo y la
emulación noble. El Espíritu da cuerpo conduce al aumento del sentimiento de camaradería, que
es la fuerza más simple del instinto social y moral indispensable que en el militar, cualquiera que
66
sea su grado; debe ser tan poderosa y natural que llegue a dominar los caracteres para convertirse
en el instinto de la ayuda recíproca único sentimiento capaz de hacer desaparecer el
particularismo, la envidia y todas las pasiones vergonzosas que en muchas ocasiones han
comprometido el éxito de la guerra cuando los han conducido a verdaderos desastres El
desarrollo de esta fuerza moral constituye el principal objeto de la disciplina y de la
subordinación que en si resume toda la educación militar
La disciplina es un elemento indispensable a toda colectividad organizada y en lo que
toca al Ejército es el conjunto cío los deberes que en todos los grados de jerarquía deban cumplir
los militares respecto de los superiores a quienes se rinde obediencia, de los iguales a quienes se
ofrenda la camaradería, de los subordinados a quienes se debe dar el ejemplo.
La obediencia debe ser completa, pero esto no quiere decir que sea pasiva, palabra
nefasta que debería desaparecer del vocabulario militar sino esencialmente activa; como
corresponde al soldado que tiene confianza en sí y en sus jefes y que debe desear de todo corazón
poner su parte de energía y de inteligencia en la ejecución de las órdenes recibidas. La disciplina
debe interpretarse como una orgullosa obediencia en el cumplimiento del deber.
Esta obediencia activa se obtiene cuando se posee el instinto de ayuda recíproca,
también designando como camaradería de combate, que constituye el sentido que todo militar
debe poseer, que indica claramente que la victoria se obtiene por la convergencia de los
esfuerzos y según las facultades de cada uno y que es una fuerza moral que debe inculcarse a
todos los elementos militares.
Debe notarse que no se trata solamente de obtener el enlace moral dentro de un cuerpo
de tropa sino entre las unidades de distintas armas que combaten lado a lado y que es menester
que cada una tenga el espíritu dispuesto a prestar ayuda al vecino si este lo necesita en la
seguridad de que éste hará lo propio en circunstancies análogas. Aunque son principalmente los
Oficiales y los clases los que toman las medidas necesarias para dar ese apoyo reciproco, se debe
tener en cuenta que, es necesario que el sentimiento de camaradería esté completamente anclado
en el espíritu de todos, desde el General en Jefe hasta el último soldado. Sólo la convergencia
inteligente de los esfuerzos puede reducir al máximo las pérdidas de fuerza viva y asegurar el
funcionamiento armonioso del organismo militar resultante de la disciplina y de la
subordinación, sin las cuales no se concibe que pueda haber fuerza de conjunto. El hombre es
egoísta por naturaleza y aún por educación; de modo que no es fácil que penetre en su espíritu y
en su corazón ese instinto de la ayuda recíproca y de la camaradería, que implican gran
abnegación y un sacrificio.
La enseñanza de la historia facilita enormemente la tarea del educador en este aspecto
de la vida militar; hace resaltar por un lado la grandeza de los ejemplos de ayuda recíproca que
han permitido obtener en los combates grandes provechos materiales y morales, y, por otro, las
desastrosas consecuencias que han acarreado en algunos ejércitos el no haber cultivado esta
importante fuerza moral. Pero la tradición histórica, aunque juega un papel esencial en la
formación moral de un ejército, no impresiona al individuo por el conocimiento de los hechos
históricos en si, sino por el sentimiento de continuidad que esos hechos imponen. Este
sentimiento crea entidades morales, y da al sacrificio individual un sentido noble que une el
pasado con el porvenir. El goce de las victorias alcanzadas en el pasado tra3 en convencimiento
de la invencibilidad y da al individuo la medida de su importancia por la del esfuerzo que se le
exige.
La necesidad de enlazar los esfuerzos materiales es conveniente hacerla tangible en las
maniobras; principalmente cuando actúan diferentes armas que deben apoyarse. Es fácil mostrar
67
entonces a la tropa, la necesidad de coordinar los esfuerzos; sobre todo en el avance contra el
enemigo.
Todo superior debe tener cuidado de sancionar las faltas de actividad en las
oportunidades en que se debe actuar, así como exaltar y recompensar al que no ha dudado en
cumplir su deber, aún con riesgo de gran peligro. Así es como se obtiene una disciplina férrea
indispensable para la guerra, que no consiste como creen algunos espíritus miopes, en el rigor
implacable para castigar las faltas en campaña, sino que constituye el conjunto de las fuerzas
morales adquiridas en la paz para templar los caracteres y poder hacer grandes cosas a pesar de
la adversidad.
Una de las fuerzas que es indispensable de la disciplina es la subordinación, que une los
diferentes escalones de la jerarquía militar, y asegura la comunicación y la ejecución de las
órdenes del Jefe, así como la transmisión del resultado de dichas órdenes. Esta corriente
ininterrumpida, similar a la sanguínea en el cuerpo humano, es lo que asegura la vida del organismo militar. Al efecto debe ser establecida con el método y la unidad de doctrina
indispensables al buen funcionamiento del conjunto, teniendo por base el respeto que el superior
debe profesar a la jerarquía y a la iniciativa de sus subordinados, y, por otra parte de éstos, la
obediencia indiscutida y la consagración absoluta a sus deberes.
Pero no basta que nuestro soldado adquiera todas y cada una de las fuerzas morales
indispensables; es menester además, que las posea en grado superior al adversario, para tener la
certidumbre de que, llegado el caso, sabrá conservar con energía el patrimonio de la nación. Al
lado de los factores morales educativos, hay otros de orden afectivo, tales como el sentimiento de
superioridad material o moral que abriga el soldado sobre sus enemigos.
Si bien es verdad que el número ha perdido mucha de su importancia táctica, ha
conservado toda su significación sicóloga. La superioridad numérica da al individuo un
sentimiento de poder irresistible. Sus propias fuerzas parecen multiplicarse por las del conjunto.
Así, en las paradas, desfiles y otras manifestaciones militares, que son como la vivificación del
número, el soldado tiene una sensación de poder que sobrepasa el marco de sus temores
personales.
Estas fuerzas morales, superiores, unidas a una buena instrucción militar de la masa y a
la íntima convicción de la guerra en el Oficial, deben dar al país un Ejército de valor
excepcional, capaz de enfrentarse con éxito con cualquier adversario, por más que sea superior
en fuerza material.
8.-
Importancia del valor Moral y Profesional del Oficial.
La guerra forma parte de los acontecimientos que el hombre no puede evitar; es
necesario prevería para soportarla en las mejores condiciones posibles.
Todo ciudadano de un gran país debe tener la convicción de la guerra; pero es
principalmente el Oficial quien necesita sentirla de modo más imperativo, puesto que su
inevitabilidad hace su misión indispensable y útil para el país.
En el complejo organismo de los estados modernos, toca al Oficial la tarea más vasta, la
que requiere mayor trabajo personal para llegar al éxito. Su misión no se reduce al servicio
rutinario, que consiste en enseñar la técnica de la profesión a los subordinados. FI que la reduce a
esta simplicidad no concibe la Carrera Militar sino como un oficio, que en realidad es un
apostolado, porque consiste en formar su propio espíritu para la guerra; luego de preparar el
espíritu de los contingentes anuales, o sea darles la educación moral, tan difícil en los tiempos
actuales; y, por último, en formar los cuadros inferiores.
68
La parte personal de la misión del Oficial y la convicción de la guerra, constituyen las
bases en que se apoya la fuerza moral del Jefe, que a su vez sirve de base al resto de los factores
morales. El objeto de formar la conciencia militar del Oficial, es acumular toda clase de energías
para poder gastarlas a manos llenas cuando la suerte de la patria dependa de sus decisiones,
Es de admirar la inmensidad de conocimientos materiales y sobre todo morales que han
debido adquirir los genios militares para alcanzar la ciencia del éxito, que resume en si todo el
arte de la guerra. Por supuesto, son pocos los que tienen la capacidad suficiente para adquirir tal
cúmulo de conocimientos en la primera mitad de su vida; pero tampoco debe creerse que los
genios han entrado a la vida militar ya completos, sino que les ha sido necesario trabajar
incesantemente para aplicar con éxito las enormes facultades mentales con que han nacido.
Gracias a esas extraordinarias facultades pudieron asimilar toda clase de conocimientos los
grandes capitanes, distinguiéndose de los que, aún bien dotados por la naturaleza, necesitan toda
una vida para lograr tanto. Pero esos grandes hombres han necesitado trabajar mucho. La
leyenda de los generales espontáneos o intuitivos es una mentira peligrosa, el genio de los
grandes caudillos militaras se ha formado por el trabajó incesante y profundo.
De modo que si para esos hombres incesantes fue indispensable el trabajo, con mayor
razón para los que no tienen ni su excepcionalidad ni su deslumbradora facultad de asimilación.
Como el trabajo debe formar su espíritu abarca casi todos los conocimientos humanos,
el Oficial necesita una elevada cultura intelectual. Al Oficial le es indispensable una gran cultura
científica, técnica y humanística que, completada en las escuelas militares por una instrucción
casi exclusivamente profesional, lo pone en condiciones de trabajar con provecho.
Pero no hay que caer en el error de que lo que se estudie en las escuelas, basta para
formar Oficiales dignos de tal nombre; los profesores y alumnos deben cuidarse de pensar que
los cursos seguidos en éstas escuelas son la quinta esencia del arte de la guerra.
El objeto de la instrucción en los planteles militares es despertar la atención de los
alumnos, darles afición por el trabajo y deseo de penetrar en el inmenso dominio del arte de la
guerra. La enseñanza debe orientarse en el sentido de hacer conocer al alumno las relaciones del
arte de la guerra con todas las ciencias humanas; nociones claras sobre los principios generales;
mostrarle cuan extenso es el campo en que se le hace penetrar, para que aprenda a ser modesto.
Más tarde, cuando llegue a los cuerpos, el Oficial podrá complementar la preparación escolar,
por medio del trabajo personal diario. En este trabajo, el Oficial comprobará muchas veces que
algunas de las enseñanzas recibidas son ilusorias; se dará cuenta de que nuevos factores
intervienen en el arte de la guerra, y llegará a la conclusión de que la mejor manera de apreciar la
influencia de estos factores, consiste en analizar la historia y sacar consecuencias personales.
Este procedimiento es el único aplicable a todos los casos y el que puede dar resultados
de cierto valor; principalmente con relación a la influencia que han aportado a la conducción de
la guerra los perfeccionamientos del material moderno.
Pero no hay que exagerar la importancia de los perfeccionamientos. Eso fue lo que
sucedió con el fusil Chassepot en Francia. Se preconizó que para liberarse de los poderosos
efectos de su fuego, el infante debía ocultarse y maniobrar y con este pretexto se trataba de evitar
el choque, que es y será siempre el único medio efectivo de vencer al enemigo.
Hoy más que nunca es indispensable el conocimiento perfecto del hombre, el estudio de
la historia y la reflexión, para que el oficial tenga bases sólidas en que apoyar sus ideas y sacar
provecho de sus trabajos. Y como el campo de sus estudios es inmenso, el Oficial debe hacer
investigaciones personales, muy interesantes pero arduas; es de notar que no le basta aumentar la
extensión de su saber, sino que sus subordinados aprovechen el fruto de su trabajo. El Oficial
69
tiene que ser maestro de sí mismo, profesor de sus subordinados, administrador y jefe de su
Unidad, velar hasta en sus menores detalles por la vida del soldado; todo esto sin consideraciones
personales ni de familia.
El trabajo y la reflexión no bastan para cumplir esa larga y penosa tarea. La ciencia se
adquiere por el estudio, pero el arte hay que practicarlo; es el resultado de la experiencia.
En los tiempos actuales se esparcen teorías que señalan el bienestar y la satisfacción de
los apetitos como el único objeto de los humanos esfuerzos. Ahora bien, la guerra no ha sido
nunca una situación propicia al bienestar y a la satisfacción material. El éxito sólo puede
coronarlo cuando se le conduce con el mayor espíritu de sacrificio y con el más profundo
menosprecio del peligro y de la comodidad. Tales ideas hay que inculcarlas a los clases y
soldados desde tiempos de paz; y esto no es posible al Oficial cuando él mismo posee tales
cualidades como si fueran naturales. La enseñanza hecha con convicción, los ejemplos del
pasado y las consecuencias que se deducen, preparan los espíritus para la asimilación de tales
virtudes; pero sólo el ejemplo dado en las más variadas circunstancias, es capaz de hacerlas
sentir e imponerse. Tal es la razón por la cual se exige a todos la estricta observación de los
reglamentos en los breves períodos de la vida militar semejantes a la vida de campaña. Y hay que
tratar de que esos períodos sean lo más frecuentes, porque ellos dan al Oficial oportunidad para
dar a su tropa ejemplo de resistencia a la fatiga, de energía física y moral, de ánimo frente a las
privaciones o pequeñas contrariedades; en una palabra, en todas las dificultades con que se
tropieza en las marchas y maniobras en tiempos de paz.
Así puede el Oficial entrenar su energía y resistencia con fatigas y privaciones.
Acostumbrándose a condiciones penosas de la vida, mostrándose indiferentes a las solicitudes
del confort, que son la plaga de los cuerpos de tropa en operaciones o en maniobras.
Al Oficial entrenado le es fácil dar ejemplos de resistencia pero no pasa lo mismo con el
que no ha adquirido las costumbres de la vida en campaña desde el comienzo de su Carrera y no
las ha conservado en circunstancias de entrenamiento.
Si este tipo de Oficial no puede subordinar su servicio a ciertos hábitos de comodidad
debe revestirse de una energía particular, pero que cualquiera que sea el resultado de sus
esfuerzos, el Oficial no entrenado gastará una parte de su energía en vencer esa tendencia y
siempre se encontrará en inferioridad delante del Oficial que tenga entrenamiento.
Hay que dar a la tropa en guarnición, todas las comodidades posibles que permitan los
recursos, para obtener derecho a exigirle sacrificios en maniobras o en campaña.
Por muy dura que sea la vida en maniobras, no es sino un pálido reflejo de la vida en
campaña, pues no hay casi dificultades de abastecimiento, las privaciones son raras, no hay
causas de depresión ni se sienten los efectos del fuego. Principalmente en los cuerpos montados
es donde el Oficial debe ejercer mayor vigilancia en el cumplimiento de las disposiciones
reglamentarias, porque su misma organización le procura ciertas facilidades de vida que no
conocen las tropas a pie, para que éstas tengan la impresión de que todo marcha correctamente y
se aumenta así la confianza recíproca entre las diferentes armas, estrechando los lazos morales
indispensables en todo organismo militar.
Pero la exageración en todas estas cuestiones es tan perjudicial como el descuido. El
soldado sólo tiene que ocuparse de sus caballos, mientras que el Oficial tiene una misión más
compleja que reclama mayor esfuerzo intelectual y cierta presencia de espíritu que únicamente se
alcanza reduciendo su fatiga física conforme a los procedimientos que señala el reglamento al
tratar sobre sus prerrogativas.
Falta a su deber el Oficial que exagera su fatiga aunque sea con el fin laudable de dar
70
buen ejemplo, porque en el momento en que tenga que ejecutar un trabajo propio de su categoría,
podrá no tener la energía y libertad de espíritu indispensables. Un exagerado celo en este sentido
puede tener graves consecuencias para el éxito de una operación; por tanto, el Oficial no debe
agotar sus fuerzas porque puede presentarse una situación que requiera un gran esfuerzo o una
gran energía para el bien de todos y entonces es cuando necesita la integridad de sus facultades.
De ahí que el Oficial conozca bien su resistencia a la fatiga, lo que puede hacer sin comprometer
su fuerza moral y su poder de decisión. Sólo la experiencia puede hacerlo conocer sus fuerzas y
su temperamento.
El Oficial debe usar su energía en todas las circunstancias de la vida militar; debe
trabajar incesantemente para adquirir los conocimientos indispensables al Jefe; estar convencido
de que su misión, tan grande por su saber como por su consagración, no tiene ninguna que le sea
superior en el organismo social. Sólo así alcanzará a tener esa poderosa fuerza moral que se
llama valor personal del Jefe, que junto con la convicción de la guerra, forman la base de todas
las fuerzas morales para la guerra.
9.Influencia de las Fuerzas Morales sobre la Instrucción Militar.
En lo que respecta a la instrucción propiamente dicha y sus relaciones con las fuerzas
morales, débese tener presente que estas forman su más sólido cimiento para conseguir que el
soldado esté siempre en condiciones de cumplir las más arduas tareas; desarrollar la mayor
energía, de aceptar todas las decisiones del Jefe y de triunfar sobre las mayores dificultades. Las
fuerzas morales son indispensables solamente para llevar el combate hasta el fin, sino en todas
las circunstancias de la guerra y de instrucción en tiempo de paz; particularmente para las
marchas, que imponen fatigas y resignación iguales, si no superiores a las que exige el combate.
Esto es especialmente cierto entre nosotros, a causa de las dificultades que ofrecen los caminos
en terreno montañoso o selvático, de las longitudes de etapas, siempre largas, y de la falta de
recursos al llegar al estacionamiento.
Un individuo no se convierte en soldado porque sepa manejar su arma, marchar
correctamente y ejecutar los movimientos que se le ordena. La instrucción sólo da al hombre
fuerzas físicas y destreza; únicamente una sólida educación le da fuerzas morales que lo
impulsan al sacrificio y a la gloria. El honor y el patriotismo impulsan a la más noble devoción
por el cumplimiento del deber; el espíritu al sacrificio y a la voluntad de vencer asegura el éxito
en el combate; la disciplina y la solidaridad garantizan la acción del comando y la convergencia
de los esfuerzos. Se ha visto que tanto las aptitudes para la maniobra y las combinaciones
tácticas, como el perfeccionamiento del material, no bastan para conducir el combate. Es
necesario agregar el arte de manejar las fuerzas sicológicas que deben ser conocidas, suscitadas y
coordinadas con igual pericia que los medios material es.
10.- Las Fuerzas Morales de los Vecinos en Relación con las Propias.
Como las instituciones militares de una nación dependen estrechamente en su
organización política y social, es necesario estudiarlas también con detenimiento, no sólo en lo
que corresponde al propio país, sino en relación con los países vecinos, probables aliados o
adversarios.
El estudio de la historia militar permite determinar el valor relativo de las fuerzas
atávicas de los pueblos y de las fuerzas adquiridas, así como la influencia que estas han cobrado
a través del tiempo sobre el desarrollo de las primeras. Este estudio es más útil al Oficial,
tratándose de los probables adversarios.
71
Pero en este estudio comparativo no es conveniente sobrestimar el valor del adversario
puesto que ello no estaría de acuerdo con la realidad; pero lo que nunca debe hacerse es
menospreciarlo, porque ello envuelve peligros para el Ejército que así lo haga, a la hora de la
realidad puede sufrir la sorpresa de una profunda equivocación.
De este estudio concienzudo debe deducir también el Oficial todo lo que es necesario
trabajar en tiempo de paz para desarrollar la pontencia militar de la nación y ponerla en juego
cuando sea menester, con todas las probabilidades de éxito. Hay que dar a los clases y soldados
la convicción de la guerra; inculcarles que la superioridad numérica no es sino un pequeño factor
del éxito; que las fuerzas morales tienen una importancia capital y que contando con ella nada
hay que temer.
De allí puede ver el Oficial la importancia del papel social que desempeña en la nación,
y que para cumplirla suficientemente, necesita estudiar, tener convicciones militares y serenas
reflexiones. Y cuando por virtud de sus esfuerzos el Ejército nacional obtenga la victoria que le
corresponde por las armas, puede decir con orgullo que ha cumplido el deber militar y social que
le señala su profundo amor a la patria.
72
CAPITULO VIII
ESTUDIO SICOLOGICO DEL COMBATE MODERNO
El primer elemento del combate es el hombre. No luchan entre sí 05 cañones ni las
ametralladoras, ni las granadas ni los fusiles: El hombre es quien mata, el hombre es quien
muere. Cualquiera que sea el adversario que tenga el hombre lleva en lo más profundo de su ser
el más terrible de sus enemigos, del que nunca hable: su propio instinto de conservación. La
primera lucha que sostiene el combatiente es entre la voluntad de vivir que proviene del instinto,
y su voluntad de vencer.
Manifestaciones de ese instinto de conservación son la idea de la muerte y el temor que
se despierta en el individuo al ser dominado por las emociones desencadenadas en su
subconsciente, alteraciones físicas y espirituales más o menos profundas, traducidas en los
diversos grados de miedo. Por tales motivos, el estudio sicológico del combate tiene importancia
para el Oficial; gracias a él saca a la luz los elementos de exaltación y de depresión a que está
sometida la moral del soldado en el campo de batalla, permitiéndole enfocar acertadamente el
problema de las fuerzas morales en un ejército moderno. Por consiguiente, el estudio del miedo,
y de los medios de combatirlo o de mitigar sus efectos, así como del valor, son fundamentales
para el Oficial.
La guerra moderna, al arrastrar pueblos enteros, causa profundos trastornos en la
mentalidad de los individuos, por el número de abversarios en acción, por la ferocidad y potencia
de los medios, superiores a lo que puede concebir la imaginación más viva. A su influjo se
producen alteraciones síquicas que aumentan o disminuyen el valor de los combatientes.
El Oficial debe conocer las reacciones espirituales del hombre aislado al pasar
bruscamente de su sistema de vida relativamente individual a la vida en común; de la seguridad,
a la constante amenaza de la muerte o la mutilación; de la conciencia oscura del deber, a la
necesidad imperiosa de cumplirlo a cualquier precio; debe saber como, y en qué tiempo se hará
la referida adaptación y, que modificación de emotividad o de sentimentalidad será necesario
provocar para lograrla provechosamente.
Por consiguiente, este estudio es de gran amplitud, resumiéndose en el del instinto de
conservación y de una de sus manifestaciones esenciales, el miedo, debiendo hacerse
paralelamente el estudio del sentimiento de la responsabilidad, del deber y del sacrificio
personal. Pero debe tenerse presente que el problema del individuo aislado se plantea con
caracteres singularmente distintos, ya sea que se trate del soldado o del Oficial, del cerebro que
manda o del brazo que ejecuta.
Después hay que aplicar las nociones de sicología de las multitudes (que se tratará
especialmente) estudiando sus dos aspectos fundamentales:
Mejoramiento de los individuos en la colectividad (espíritu de sacrificio, lealtad,
heroísmo) o desmoralización colectiva (pánico, instintos destructores), principal mente en sus
relaciones con la disciplina y con las facultades de persecución, convicción y contagio que
animen al Jefe.
Así llegará el Oficial a obtener enseñanzas concernientes a la sicología del combate,
especialmente en lo relativo a los medios más apropiados para desmoralizar al adversario e
impedir la desmoralización de sus propias tropas, vencer y dominar los efectos del miedo o
del instinto de conservación en sí mismo y en los hombres bajo su mando, que debe arrastrar al
73
sacrificio, adaptando sus procedimientos a la sicología individual de sus subordinados.
Todo el estudio sicológico del combate se resume en dos conclusiones: desmoralizar y
no dejarse desmoralizar. En la práctica esto consiste en dominar y vencer las emociones,
principalmente el miedo; en conservar la calma y lucidez del juicio, en aguzar el sentido crítico,
sugiriendo a los hombres con la palabra y el ejemplo, las virtudes del valor, sacrificio y
heroísmo.
2.- Condiciones del Combate Moderno.
Conocidos los efectos del armamento, el valor de la fortificación, la influencia de la
táctica y la estrategia, se tiene un concepto cabal de la mecánica del combate. Pero dichos
elementos, factores de importancia en la victoria pero que no bastan d~ por sí, no son medios
puestos al servicio de las fuerzas morales, que en último caso son las que preponderan, pues
debe desconfiarse de la matemática y de dinámica cuando se les quiere aplicar a las
circunstancias del combate.
Si se trata de poner fuera de combate al mayor número posible de enemigos, no es por el
placer de matarlos, sino para acobardar a los que quedan, pues la victoria no la da el número
de muertos sino el de los que quedan desmoralizados. La victoria consiste en poder y querer
batirse aún cuando el enemigo no pueda o no quiera hacerlo. La victoria es algo que no se
puede definir; también es muy difícil explicar porqué se avanza, porqué se le impone la voluntad
al enemigo, porque desea uno batirse a pesar del adversario. Ni los tácticos ni los historiadores
aciertan a explicar cómo y porqué abandona el campo una tropa brava y aguerrida.
Al ver soldados que marchan al combate bajo un fuego violento, o que defienden una
posición con encarnizamiento, que siguen combatiendo aunque los ciegue la metralla, como si
fueran indiferentes al peligro y como si hubieran hecho de antemano el sacrificio de su vida, no
se puede uno explicar por qué en un momento impensado, esos hombres que desafían
impunemente a la muerte, dejan de avanzar o abandonan su posición, dan vuelta y emprenden la
fuga. No es porque la metralla los haya diezmado, pues el enemigo puede estar quizá en peores
condiciones; no es porque se hallen presa de un peligro nuevo, pues su Jefe está atento para hacer
frente a cualquier parte con sus reservas. Retroceden y huyen porque tienen miedo.
La fría divinidad del miedo se cierne sobre todos los campos de batalla, aunque trate
de disfrazarse y se le designe con eufemismos, bajo la expresión de instintos de conservación,
emoción del combate, nerviosidad, etc. Así lo declaran todos los que dicen con franqueza sus
impresiones del combate. Pero el miedo se apodera más fácilmente del soldado que del Oficial,
pues éste, absorbido por el mando que ejerce y por el objetivo que debe alcanzar, no tiene
conciencia del peligro. Ya de antemano tiene que haberse decidido a sacrificar su vida, pues esta
es una de las formas de cumplir su deber profesional.
En el soldado, el miedo comienza a dominarlo antes del combate, manifestándose
bajo la forma de necesidades de todo orden que se presentan a los hombres, principalmente
cuando abandonan las formaciones compactas. Durante el combate, algunos flaquean porque
comienzan a desconfiar de su valor, y se aprovechan de cualquier pretexto para huir o esconderse
si es que no los anima su Oficial para seguir sus puestos. Hay Jefes y soldados que no sienten
miedo, pero estos son seres de muy raro temple.
Una circunstancia perfectamente comprobada es que los soldados no observan la
disciplina del fuego a las pequeñas distancias, que disparan sin apuntar sólo para aturdirse,
hacer ruido y olvidar el peligro. Particularmente se observó en la guerra ruso-japonesa que el
fuego de fusilaría, por ambas partes, disminuía en eficacia al acercarse los adversarios a menos
74
de 500 metros. Si los ejércitos aguerridos de las épocas pasadas pagaron tan fuerte tributo al
miedo, hay que pensar en lo que pasará con los soldados de servicio de corta duración, con los
reservistas y con los movilizabíes sin instrucción ni cohesión. Para eso está precisamente el
Oficial, para hacer que la tropa domine el miedo, como lo supieron dominar sus antecesores.
El móvil que impulsa al soldado, la fuerza superior al temor a la muerte, no es por cierto
la sala de castigo, ni la prisión, no; hay una fuerza moral superior que pone en juego los nobles
resortes del corazón humano y que mantienen al hombre en su puesto como ha mantenido a sus
antepasados; es claro y profundo sentimiento de los grandes deberes y del espíritu de sacrificio
que imponen el amor a la patria.
Pero estos sentimientos tan nobles, tan necesarios, no van a inculcarse en el combate,
pues ello sería demasiado tarde y en esa hora no podrían tampoco escuchar a sus Jefes, ni
comprenderían ese lenguaje. El Oficial que no habituara a su tropa en tiempos de paz a cumplir
con sus deberes militares, cuando los preparaba para la guerra, llegará al combate con una
espada sin temple, que se quebrará al menor esfuerzo.
No es tratando de convencer a los soldados en la víspera del combate como el Oficial va
a hacerse seguir; esto sólo lo consigue el que ha sabido captarse la confianza de sus
subordinados por la firmeza y rectitud de sus actos y el interés demostrado por todo lo más
intimo que a ellos corresponda. Es en el campo de batalla donde el Oficial cosecha lo que ha
sembrado en la paz. A medida que haya tenido más reputación de justo, instruido, firme,
valeroso, atento con sus hombres, podrá reunir en el combate todas las voluntades para
convertirlas en una sola, que es la suya. Pero no basta todo lo anterior; es preciso que el
ascendiente moral conquistado por el Oficial se confirme, se incremente, llegue hasta el paroxismo con la actitud, el ejemplo y las exhortaciones del momento.
El hombre en el combate está solicitado por dos fuerzas antagónicas: una negativa, el
miedo, que lo impulsa a huir y otra positiva, el sentimiento del deber y la voluntad de vencer,
que tienden a mantenerlo en su puesto. Es preciso que el Oficial lo haga actuar para que la
resultante de ambas fuerzas sea positiva. El hombre en el combate está en equilibrio sicológico
inestable; el más ligero soplo puede empujarlo en un sentido o en otro.
Si se examinan dos tropas valerosas que van al abordaje, ambas con voluntad de vencer,
se observa que no llegan siempre al combate cuerpo a cuerpo. En la mayoría de los casos uno
cede el terreno, porque ha sido dominada por el miedo, ya sea por las pérdidas sufridas o por
diversas causas. Y si la energía de los combatientes produce la refriega, esta no dura mucho,
porque uno de los adversarios no tardará en abandonar la lucha, quizá en el mismo momento en
que el otro pensaba proceder de igual manera.
El Oficial debe educar a su tropa en el sentido de fortalecer la voluntad de vencer;
haciendo que esta penetre en el alma del soldado, persuadiéndole de que si avanza siempre el
enemigo huirá, de que sólo con el esfuerzo continuo se alcanza la victoria, y de que es la mejor y
más cierta manera de estar seguro, porque no hay peor peligro que el de huir.
Tampoco debe olvidarse que el éxito o el fracaso depende en gran parte de las ideas
preconcebidas al emprender una operación. A los ojos del soldado, la ofensiva es precursora de
la victoria; al contrario, la defensiva da la idea de que se renuncia al avance porque deja al
adversario la iniciativa del ataque y parece que sólo se combate para evitar la derrota.
Por consiguiente, es importante actuar siempre ofensivamente cuando otras
consideraciones no se oponen a ello de manera absoluta. Rara vez fallan los movimientos
ofensivos sobre los flancos y la retaguardia de los asaltantes, y repercuten gravemente sobre
la moral de éstos aunque sólo se ejecuten con efectivos restringidos. De aquí que sea necesario,
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precaver a las propias tropas contra los efectos de tales movimientos, haciendo las
previsiones del caso por el estudio de las posibilidades del enemigo y de las formas en que se
burlarán sus planes.
Cuando se actúa con tropas que ya han sido batidas o tengan poca consistencia moral
por su reciente formación una de las más eficaces maneras de levantar sus fuerzas morales
consiste en empeñar pequeñas acciones parciales para cada vez se presentan ocasiones
favorables, pues así, aunque no se logren éxitos apreciables, se obtiene la confianza de esas
tropas en su propio valor y se les convence de que el enemigo no es temible.
El soldado nacional de centros urbanos es impresionable, está dotado de iniciativa e
inteligencia, y bien conducido es capaz de hechos heroicos señalados; el campesino es
incansable, flemático y sereno en el peligro, necesitando también ser conducido por cuadros
valerosos y animados del profundo sentimiento de la victoria. En ambos casos se ve, pues, que la
acción de los oficiales es de todo punto necesaria para la conducción de sus hombres, exigiendo
de aquellos un perfeccionamiento constante y una reserva inagotable de fuerzas morales para
la guerra.
3.- Los Factores Morales del Combate.
Los factores morales que crean la fuerza combativa capaz de dar a las tropas la voluntad
de vencer y contrabalancear la fuerza deprimente del miedo, varían según la época y el carácter
particular de los individuos, pudiéndose agrupar de la manera siguiente:
1.-Amor a la Patria,
2.-Espíritu de Disciplina,
3.-Ascendiente del Jefe, y
4.-Camaradería de Combate.
A estos factores morales de orden general y que los militares tienen la obligación de
despertar, desarrollar y fortificar en las tropas, es preciso agregar las cualidades raciales propias
de nuestros soldados y las virtudes que es necesario conservar y desarrollar: ardor guerrero, amor
propio, adhesión a la persona del Jefe.
El ardor guerrero es una cualidad que, impele a batirse y aplastar al enemigo sin
contemplación alguna. Bajo la influencia de este ardor, el combatiente se transforma en un ser
sobrenatural que no mide el peligro ni concibe la fatiga. En el combate moderno no ha
disminuido la importancia de este factor como algunos lo han pensado, sino que, antes bien, ha
conservado toda su importancia.
El amor propio es una cualidad muy explotable en un medio como el nuestro,
principalmente en el hombre urbano, de temperamento impresionable y con poca propensión a la
solidaridad, pues lo caracteriza el deseo de distinguirse o el temor de que se le tenga de menos, y
no la voluntad serena y reflexiva de ayudar a sus camaradas. Por consiguiente, es ilógico no
aprovecharse de este sentimiento, opacándolo con restricciones necesarias o con palabras
injuriosas, o maltratos en la fila o el combate. El Jefe debe lograr la adhesión de su tropa
brindando a éste su confianza integral, pues así se duplica el valor del soldado y, se consigue que
ponga su voluntad y su vida al servicio de la voluntad del que manda.
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4.- Estado Espiritual del Combatiente antes de la Acción.
El hombre es el principal instrumento del combate, que es la finalidad suprema de
los Ejércitos. Sin conocerlo exactamente, sin saber cual es su estado moral en ese instante
definitivo, no puede llegarse a ninguna conclusión respecto a la constitución, táctica y disciplina
del Ejército. El estado espiritual del combatiente al comenzar la guerra y antes de los primeros
encuentros, es el de un hombre arrancado violentamente de su vida, sus afectos, sus intereses casi
siempre vitales para la existencia y el porvenir de su familia. Uniformado y equipado con
rapidez, ha recorrido en penosas condiciones materiales los largos trayectos impuestos por una
concentración, fatigándose en extremo a causa de su falta de entrenamiento. Ha trastornado por
completo sus costumbres y se halla inquieto por los seres queridos que se ha visto obligado a
abandonar.
5.- El Primer Combate.
Al soldado que debe recibir su bautismo de fuego, el primer combate, se le presenta
como una verdadera crisis pasional caracterizada por un impulso violentísimo y por un
desgaste profundo y rápida extinción de sus reservas sicológicas. En cuanto entra en la zona
mortífera de los fuegos de artillería, todas las energías cerebrales se ponen en tensión, se ve
dominado por una angustia física y una ansiedad moral; se ve presa de un profundo silencio,
pasando por su imaginación con rapidez increíble una serie de cuadros impresionantes en que
figuran los diversos pasajes de su vida y de los suyos, en turbadora confusión con los peligros
que tiene por delante, los impulsos de su deber, el recuerdo de los actos heroicos de sus
antepasados y un sinnúmero de ideas que turban su mente y lo predisponen a actuar por
automatism6.
Al acercarse más el enemigo, la tensión sicológica llega al máximo, pudiendo llegar
al heroísmo de un impulso incontenible o bien dejándose vencer por el miedo y arrastrarse hacia
la fuga. Este es el momento en que comienza a manifestarse en las filas el pensamiento colectivo
contenido hasta ahí, produciéndose el englobamiento de las personalidades individuales en la
masa, con las debilidades o desfallecimientos.
Durante el combate con la Infantería enemiga se observa primero una sensación de
alivio, pues la acción muscular modifica y atenúa el efecto de la emoción. Los individuos, la
atmósfera mental del grupo, la influencia del Jefe, los sentidos cobran una sensibilidad muy
pronunciada; el movimiento crea la embriaguez de la acción; el ruido y la música aumentan
la exaltación, así como los cantos marciales y el sonido del clarín.
Terminado el combate, se produce una fase de gran depresión, así como un brusco
agitamiento de las reservas morales. Después del asalto, cuando llega el período de la
organización en las líneas conquistadas, comienza el momento sicológico más difícil, pues ésta
es la hora en que el hombre, repentinamente, repara en su vida y cobra nuevo amor a la existencia.
6.- La Lucha de Posiciones.
En los períodos de estabilización el hombre tendrá que franquear el parapeto que lo
cubre y lanzarse descubierto, en pleno día, contra un enemigo del que siempre ha tratado de
desenfilarse, pero cuyos elementos de defensa y órganos de fuego le son ya conocidos. Cuando
permanece mucho tiempo en un sector, el soldado que lo define es probable que se encuentre
fatigado al producirse un ataque, y si está recién llegado a la organización defensiva, tiene que
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batirse en una posición que apenas le es conocida. A veces es trasladado de un sector en calma a
un lugar crítico donde se lucha intensamente; otras, es llevado a toda velocidad desde las líneas
de retaguardia hacia las de fuego y allí es bruscamente lanzado a batirse, completamente
desorientado y presa de una emoción violenta.
7.- El Bombardeo y El Asalto.
En la guerra moderna, el combatiente tiene que sufrir dos grandes crisis: El bombardeo
y el asalto. El bombardeo intenso y de larga duración es una de las pruebas más terribles de la
guerra. Muchas veces se ha dado el caso que individuos sometidos por varias horas a la
avalancha de la metralla en una trinchera inundada, muertos de hambre, sedientos, exasperados
por la fatiga y la angustia, han salido bruscamente al exterior de la obra en busca de una granada
que pusiera fin a tanto sufrimiento. En lo que respecta al asalto, su imaginación ha estado
ocupada durante algún tiempo, antes de la hora precisa, en calcular las ocasiones y los lugares en
que puede encontrar la muerte al reconocer la zona de ataque que lo separa del enemigo, para
llegar a batirse cuerpo a cuerpo con éste.
8.- Condiciones en que Combaten las distintas Armas.
Hay que notar especialmente que las condiciones de la lucha no son idénticas para las
distintas armas. El caballo, el avión y el carro de combate, constituyen en los momentos de crisis
un elemento de cohesión. A menudo sucede que los movimientos y esfuerzos que hace el hombre
para manejarlos son independientes de su voluntad; de allí que ocupan la atención del
combatiente y los distraen del peligro. Lo mismo sucede con los artilleros, que aventajan en esto
a los infantes. En efecto, el artillero necesita en el combate de un valor especial, porque no le es
dado aturdirse moviéndose en el terreno ni disparando su arma individual, debiendo conservar en
el campo de batalla la sangre fría. Por consiguiente, en la artillería hay que desarrollar
particularmente el sentimiento de la solidaridad, explicando con minuciosidad a los soldados
que, sin un apuntador, un graduador o cualquiera otro sirviente de la pieza cumple mal su
trabajo, compromete no sólo a toda la batería, sino que expone la vida de los camaradas del arma
de infantería que tienen adelante, cuando su deber es, por el contrario, apoyar a éstos.
En todas las guerras modernas se ha comprobado, felizmente, que los artilleros han
dado alrededor de sus piezas ejemplos no comunes de serenidad, calma y de solidez en el fuego,
aún perteneciendo a unidades recién formadas con reclutas. Esta propiedad moral se ha
aprovechado para dar singularidad a la naturaleza del arma, a su organización y a su manera de
combatir.
La artillería se compone de máquinas manejadas por hombres; cada cañón constituye un
verdadero taller que no funciona sino gracias a la coordinación de esfuerzos de los sirvientes,
cosa que estos saben. El artillero no concibe al soldado aislado. En artillería no se cuentan los
elementos combatientes por hombres como en las otras armas- sino por piezas. Además el Jefe
de la unidad y su compañero de armas ejercen sobre el artillero un constante control sobre sus
actos y esto lo hace conducirse de mejor manera.
No pasa lo mismo con los infantes. Cada uno de sus actos, hasta el menor, es la
resultante de un triunfo de la voluntad sobre el instinto, de una lucha entre el espíritu y la
materia. El infante es por excelencia el combatiente de la proeza individual, a cada instante
renovada y perdida siempre en el anónimo. El infante es la multitud que vive, sufre, desfallece,
enloquece, se rehace, combate y muere en la forma más gloriosa, pero anónima e ingrata.
Al comienzo del combate, la infantería está compuesta por unidades normalmente
constituidas; pero muy luego estas se desintegran y entremezclan, no quedando sino elementos
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confusos y dislocados. Los Oficiales y la tropa no ven más que a sus vecinos más inmediatos.
Los grupos de combate pierden su regularidad, dependiendo su valor del hombre que,
con grado o sin el, haya sabido hacerse seguir y obedecer. Sólo queda entonces en pie, con el fin
de mantener la resistencia o impulsar el avance, la voluntad personal de cada combatiente para
cumplir por entero su deber e ir en pos de la victoria. Los progresos de la infantería dependen del
vigor, de la iniciativa y del corazón de los cuadros subalternos, pues el medio de acción que
no ha cambiado en la infantería y que es el más poderoso, es el corazón del hombre.
Respecto de los ingenieros, puede decirse que ningún soldado de otra arma tiene que
desplegar mayor valentía en el campo de batalla. Tiene que ejecutar bajo el fuego enemigo sin
responderlo, terraplenes, vías de comunicación, movimientos de tierra y puentes; tiene que
aisladamente ejecutar destrucciones, hacer saltar puentes y cortar alambradas; en la guerra de
minas tiene que exponerse a ser aplastado en las galerías subterráneas. Todo esto requiere alma
templada, espíritu de sacrificio y heroísmo nunca bien apreciado por el comando ni por las otras
armas, puesto que, el trabajo del ingeniero no sólo es glorioso, sino útil.
9.- El Combate Moderno es más penoso que el de épocas anteriores
Durante la última guerra europea, el combate se hizo más penoso aún que las anteriores,
a causa de:
1.-Mayor potencia del armamento, particularmente de la artillería;
2.-Aumento y desarrollo de los medios de investigación, lo que permite situar y abatir
con precisión todo elemento que no esté bien disimulado;
3.-Empleo intensivo de la aviación de bombardeo y de gases de combate;
4.-Ferocidad del combate cuerpo a cuerpo y empleo de la guerra de minas.
A estas circunstancias de orden material, de por sí impresionantes. hay que agregar otras
que se reflejan sobre la moral del combatiente, a saber:
1.-Invisibilidad habitual del enemigo, adquirido por la disimulación y hábil
aprovechamiento del terreno.
2.-Instantaneidad de las pérdidas de vidas producidas por la rapidez del tiro y el
poder de los explosivos.
3.-Duración y continuidad del peligro, puesto que las detenciones que tienen lugar
durante el avance no constituyen descanso sino que provocan mayor tensión espiritual del
combatiente, que se sumerge entonces en un recogimiento precursor del sacrificio de su vida.
La repetición y prolongación de estas impresiones surten terribles efectos hasta en los
caracteres mejor templados: y el organismo humano1 incapaz de soportar durante largo tiempo
un peligro tan intenso y continuo, va paulatinamente fatigándose y deprimiéndose física y
moralmente.
10.- Las Emociones del Campo de Batalla.
En el campo de batalla, la emoción que embarga a la mayor parte de los individuos de
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tropa es el miedo a la muerte Pero, tratándose del oficial, no es tanto el miedo a la muerte lo que
embarga, sino más bien el temor a la sorpresa, a la responsabilidad y a la falta de confianza en
sus tropas, a ser flanqueado o envuelto: en fin, de lo que con cierta propiedad podría llamarse el
miedo moral.
Este temor de los oficiales se manifiesta en tiempo de paz, durante las maniobras o
inspecciones, dando lugar a una notable confusión de sus ideas que no les permiten reaccionar
con lucidez para dar las órdenes apropiadas a la situación que se les presenta, introduciéndose el
desorden en su tropa, aumentando la fatiga y poniendo en exhibición la incoherencia del
pensamiento del hombre que la dirige. Está de más señalar que esta confusión llegará a
proporciones incalculables si tal situación se trasplanta al campo de batalla: por tanto, El Oficial
debe prepararse en la paz para ser dueño de sus nervios y resolver pronta y acertadamente las
diversas situaciones tácticas que s~ le presenten.
La emoción del miedo en el campo de batalla hace que los individuos se vuelvan
moralmente inertes, incapaces de iniciativa, de resolución y de tenacidad: bajo su influencia
quedan como embrutecidos, alucinados: no ven al enemigo donde realmente se encuentra sino
donde ellos lo suponen: fusilan o cañonean a sus mismas tropas; huyen hasta delante de una
sombra acogen y esparcen las noticias más inverosímiles, se dejan sugestionar por las más
perniciosas apariencias. Mientras el miedo no llega al paroxismo, los hombres obedecen
pasivamente a sus superiores; pero cuando sube de punto, ya no reconocen a sus Jefes ni a sus
compañeros, no comprenden ni las órdenes más simples, y, si obedecen, es por un reflejo del
subconsciente, pero sin poner nada de su voluntad. El miedo vuelve a los hombres como locos,
los hace correr en todo sentido, matan o hieren a amigos o enemigos: a veces no pueden moverse
de su sitio tienen los miembros temblorosos y se dejan matar sin defenderse siquiera. Estos
fenómenos síquicos van acompañados con frecuencia de vómitos, diarreas, incontinencia de
orina, brote de espuma por la boca, etc.
11.- El Contagio mental, la Sugestión y la Imitación Impulsiva.
Puede decirse que hay una actitud moral que identifica a casi todos los seres humanos
en el combate; ella es la de estar siempre aptos para recibir la emoción del miedo. El miedo
constituye el peor de los enemigos, y cuando el hombre llega a dominarlo, abre las puertas del
triunfo sobre su adversario. Se manifiesta bajo diversas formas, desde el temor hasta la locura,
desde el simple temblor hasta el terror que paraliza el organismo; y perturba, como ya se ha
visto, las facultades físicas, mentales y morales del hombre.
En el combate, cada individuo reacciona conforme a su manera propia de ser; pero
a su vez se cierne sobre el otra fuerza misteriosa, porque como no actúa solo sino sumergido en
el seno de sus compañeros de armas, se ejerce sobre el una especie de reciprocidad, de sugestión,
que se irradia de uno hacia otro ser y que, según el caso, refuerza o atenúa las emociones de cada
uno. De modo que el hombre se ve solicitado por dos clases de fuerza: una interna,
completamente personal, que lo empuja al valor o al desaliento y otra externa, que actúa por
medio de sus Jefes y compañeros y que se manifiesta por excitaciones de la voz y del gesto,
voces de mando y reflejos de obediencia automáticos, amenazas de represión o promesas de
recompensas. Estas fuerzas externas constituyen el contagio mental, de explicación sicológica
bastante oscura, pero cuyas manifestaciones son bien conocidas, nítidas, ineludibles, porque se
les encuentra en los actos más sublimes de heroísmo y en los pánicos más vergonzosos. Tal
cualidad debe ser aprovechada por los Oficiales para guiar a sus hombres de la manera más
efectiva; pero al hacerlo es necesario tener en cuenta que para hacerse seguir es preciso hacerse
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querer primero; que al contagio, o sea la invasión de la conciencia por la voluntad de otro, se
oponen la personalidad del sujeto, sus sentimientos personales y las emociones presentes; que
el contagio mental alcanza su máximum de intensidad cuando el sujeto es presa de estados
afectivos semejantes; y que, cuando una colectividad espera, febril e impaciente, un suceso
emocional cualquiera puede dar lugar a impulsiones colectivas violentas, arranques de heroísmo
o de cólera irresistible, a pánicos locos o a explosiones de dolor o alegría.
Los fenómenos sugestivos en el combate se encuentran unidos a los reflejos de
obediencia que despiertan las voces de mando, los movimientos provocados
automáticamente por los grupos de adelante y por los toques de clarines y redobles de
tambores, signos usuales que provocan una asociación directa gracias al hábito, entre dichas
voces y señales y los movimientos correspondientes.
Como se verá después, la multitud difiere de la tropa en que ésta es disciplinada y
jerarquizada: pero ambas tienen una característica común; el contagio mental, que hace propagar
las emociones con asombrosa rapidez. La moral de una tropa es función de la de su Jefe, y si ésta
se ve levantada o quebrantada, el contagio mental no tarda en propagarse. El contagio mental es
casi siempre favorable para la transmisión de la audacia y de la sangre fría; a su influencia se
excitan la conciencia individual, los sentimientos de honor y emulación, a los cuales es
enormemente sensible el hombre educado en el culto a la Patria, y el Deber.
Ese contagio es más rápido a medida que la tropa esté abatida por la fatiga, por el
hambre, por un fracaso anterior o por la tensión de un peligro común. Al encontrars.3 en tal
estado, la tropa adquiere todas las características de la multitud, ser colectivo impresionable,
de equilibrio mental y rol inestable, para el cual la imitación es un gesto tan natural como para
toda persona cuya facultad de raciocinio es habitualmente escasa, se encuentra bajo la influencia
de una causa exterior inferiorizante. Tal es el momento en que la tropa se encuentra propicia a
sufrir los efectos de tal pánico.
12.- Importancia de la Actividad de los Oficiales.
El Contagio metal es la principal fuerza sicológica que debe ser utilizada por los
Oficiales para influir sobre la moral de sus soldados, pues estos vuelven sus ojos continuamente
hacia ellos, imitan lo que les dicen y hacen, tratan de interpretar su ánimo por sus actitudes o
palabras, para deducir si la situación se presenta buena o mala. La tropa se siente deprimida
cuando sus superiores dan muestras de desaliento o de miedo; en cambio se ve reconfortada
cuando los Oficiales revelan calma, serenidad y audacia. Estos sentimientos se ponen de
manifiesto, cuando el superior vela por la correcta ejecución de los movimientos de sus hombres,
señala las faltas cometidas y les pone remedio sin alaracas ni desalientos, con órdenes claras,
dichas con voz reposada, sin agitación. Los movimientos de los Oficiales, en cualquier sentido,
deben ser sin precipitación, que no hagan pensar a sus subordinados que son presas del
ofuscamiento.
Es claro que para dar estos ejemplos de calma, firmeza y sangre fría, a pesar del
peligro, es preciso que los Oficiales tengan gran dominio de sí y una enorme fuerza de voluntad.
La prudencia y los hábitos adquiridos por la autoeducación ayudan a dominar las impulsiones, a
contener las emociones y a aclarar el juicio: pero no se puede improvisar sí arte de galvanizar
los corazones1 lo que es fruto de un adiestramiento más o menos prolongado y de constantes
esfuerzos para obtener un juicio sereno en medio del peligro y cumplir así la tarea fundamental
que tiene el Oficial en la guerra.
Pero no basta que el Oficial ofrezca buen ejemplo sino que le es preciso evitar que
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ninguno de sus subordinados lo de malo, impidiendo cualquier manifestación de desaliento o
de miedo; estorbando la difusión de noticias alarmantes; evitando aún por la fuerza los ejemplos
de fuga. Al efecto, el Oficial debe aprovechar todas las ocasiones que le ofrece diariamente su
profesión; en el ejercicio, en el frío, en el calor, los arenales, las subidas, las bajadas, las selvas,
etc., haciendo ejecutar las órdenes que impongan a él y a sus hombres aunque sea por breve
tiempo, una fatiga o un esfuerzo superiores a los ordinarios, provocando sobre todo entusiasmo,
silencio y calma en estos momentos. El Oficial debe tener siempre presente que no basta su
valentía personal para guiar el combate, sino que también precisa tener calma y sangre fría para
sí para comunicarle a todos y cada uno de sus subordinados, cuyos ojos estarán fijos en él
atisbando sus menores movimientos para levantarse a la gloria o hundirse en la vergüenza.
13.- Elementos que deprimen la moral sobre el campo de batalla.
El miedo. El peligro de la muerte, siempre igual en el combate, se manifiesta en cada
época bajo una fisonomía especial y en relación con las armas empleadas; pero la moral de
los combatientes está afectada por dichos peligros bajo una forma única, que es la del miedo, el
primer enemigo del soldado en el combate. Los grandes capitanes de la historia están acordes
en manifestar que han sentido miedo en muchas ocasiones y que no creen a los que aseguran
no haberlo sentido nunca. De modo que no puede decirse que no hay hombre a quien no afecte
el miedo y es necesario que esta verdad sea comprendida por todos, porque si se persuade al
soldado que puede combatir sin aprehensión, si se le deja creer que la primera vez sólo sentirá
una débil emoción, pero que ésta desaparecerá con el estrépito del cañón y del olor de la pólvora,
ese hombre experimentará frente a la realidad una desilusión terrible y peligrosa.
Por supuesto, la mayor gravedad que se puede presentar sobre el campo de batalla es la
sorpresa, que es vecina muy próxima del pánico.
Como la moral de una tropa no aguerrida se puede quebrantar en los primeros
combates, no debe vacilarse en señalar de antemano a los soldados los peligros que corren en
el campo de batalla; y como el miedo es y será siempre un elemento de capital importancia en el
combate, hay que estudiarlo precisamente para evitarlo y para atenuar sus efectos en los combatientes. El miedo es un sentimiento natural que presenta la forma más simple del instinto de
conservación, que hace apartar al soldado del combate, que detiene al hombre al borde de un
precipicio.
Así como el hambre denota una necesidad, el miedo advierte un peligro; pero por
muy saludable que sea este sentimiento instintivo. Debe combatírsele, porque es una emoción
que inferioriza y que hay que dominar, pues cuando llega a apoderarse de la conciencia humana
hace cometer actos que es necesario impedir a toda precio. Hay el derecho de tener miedo,
pero no el de dejarse dominar por éste. Desde que el miedo ha dado al hombre la señal de
peligro, el espíritu pasa en revista fugaz los medios de oponerse a ese peligro y toma luego una
resolución: Capitula o resiste. El hombre que, por muy turbado que se encuentre ante el temor
del peligro, sacrifica a su deber el interés de su conservación personal, es un valiente; el que se
deja dominar por el temor hasta el punto de que éste lo priva de la facultad de actuar, no es más
que un desecho humano, con el que no puede contarse; un cobarde que tiene idea exacta del
peligro e imagina los medios de evitarlo, tendiéndose en el suelo cuando sus camaradas se lanzan
adelante: ocultándose en un foso u otro obstáculo esperando no ser visto; llevando socorros a
algún herido para permanecer en la retaguardia; perdiendo voluntariamente sus municiones para
ir en pos de un muerto y quitarle las que este lleva, abaldonando la línea de fuego con las
esperanzas de no regresar a ella, provocándose una ampolla en el pie para que no se le obligue a
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marchar; hiriendo a su caballo para que este quede indisponible, produciéndose una herida a sí
mismo para que lo envíen a la ambulancia.
El miedo y la cobardía son diferentes; se puede tener miedo y ser valiente. La
educación moral del combatiente, en tiempo de paz, debe tender a crear y desarrollar en el
soldado costumbres y sentimientos que le faciliten la resistencia al miedo. Esta tarea es difícil y
delicada, en la que los Oficiales reflexionan poco, teniendo muchos la creencia equivocada de
que no debe hablarse del miedo porque es un sentimiento vergonzoso. La exaltación y la
depresión de la moral en el campo de batalla son susceptibles de afectar a todos los escalones de
la jerarquía, y tiene sus momentos culminantes. La depresión se produce cuando ha sido vencida
o neutralizada la voluntad, síntesis de las dificultades intelectuales humanas, que se afirman
poderosamente cuando el individuo tiene salud, reposa, buena alimentación y excita
moderadamente sus sentimientos
14.- Hay Causas Físicas y Sicológicas de Depresión.
Entre las físicas existen: las enfermedades, los sentimientos, la fatiga, el hambre, la
sed y las intoxicaciones. La historia está llena de ejemplos relativos a los efectos producidos en
la moral de muchos ejércitos por estas causas; analizando particularmente las sicológicas, se
tiene el temor a lo desconocido, temor al aislamiento y la sorpresa.
El temor a lo desconocido actúa en el hombre por medio de tendencias a exagerar el
peligro, dando vuelo a su imaginación y perdiendo el sentido de la medida. La atmósfera de
misterio creado por la posibilidad de una sorpresa, sobre todo durante la oscuridad o por la
niebla, predispone a la depresión moral. El temor al aislamiento se hace sentir en el combate no
sólo en el sentido del frente, sino también en el de la profundidad; la mayor parte de las veces los
hombres se lamentan de que no hay nadie detrás de ellos, y miran ansiosamente hacia atrás
pasándose la voz unos a otros. El Soldado que se lanza al combate necesita sentir a su retaguardia una tropa que lo siga, lo sostenga y lo recoja.
La sorpresa juega un papel primordial en la propagación del miedo. Se la alcanza
por la maniobra, atacando los flancos o la retaguardia enemiga o haciendo entrar en acción en
grandes cantidades, y sobre todo la primera vez, materiales o máquinas de guerra nuevas que
desmoralizan a las tropas enemigas.
15.- Efectos de la Depresión Física y Moral en el Combate.
Las causas de depresión anotadas originan perturbaciones físicas y morales que se
traducen en un deseo de descansar que muchas veces llega hasta el sueño invisible; en un estado
de agotamiento y de dolor físico acompañado de inquietud y de angustia; o bien en la conciencia
de un estado de debilidad que predispone al desaliento. Si se exacerba el estado depresivo, el
individuo acaba por no poder ejecutar siquiera ciertos actos automáticos; titubea al marchar:
toma mal la línea de mira; dispara sin darse cuenta, escribe temblorosamente, tartamudea, usa
mal las palabras. En muchos casos llega a no poderse mover, a quedarse como paralizado o a
caer en una agitación convulsiva. Se ve a soldados deprimidos presos de una inercia tal, que la
llegada del enemigo no les causa ninguna impresión de temor, dejándose matar en su sitio sin
hacer movimiento alguno para defenderse.
Desde el punto de vista fisiológico, los efectos depresivos se manifiestan por
perturbaciones circulatorias, debilidad cardíaca, aumento de las pulsaciones, baja de la presión
sanguínea, enrojecimiento de la faz, y luego palidez intensa; fuertes contracciones de las fibras
musculares con opresión de la garganta, incontinencia de orina y evacuación estomacal; las
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secreciones glandulares se intensifican con sudores copiosos, aumento de la orina y disminución
de la saliva, sed insaciable los músculos de acción voluntaria se perturbarán produciendo
temblores que a veces son imperceptibles y otras, agitan pies y manos; la piel se pone carne de
gallina; la pupila se dilata; los nervios motores se paralizan produciendo actitud estática o, por el
contrario, se agitan en un deseo incontrolable de huir; y como la irrigación de las células
cerebrales se modifica por todos estos fenómenos, el hombre pierde sus facultades intelectuales,
ya no asocia las ideas y disminuye la capacidad de juzgar los hechos y prestar atención a sus
obligaciones.
Desde el punto de vista sicológico, en el combate se producen perturbaciones
importantes en las facultades espirituales del individuo, comenzando por lo referente a la
iniciativa y la invención, extendiéndose después a la voluntad. Las facultades más resistentes
al miedo son los hábitos automáticos. Estas perturbaciones se manifiestan por: disminución o
desaparición del poder inhibitorio de la voluntad del individuo; la pérdida del control de sus
actos; alteración del sentido critico; de la facultad de juzgar los hechos y las ideas; nerviosidad,
excitación de la imaginación, con tendencia a exagerar el peligro. El miedo ofrece una escala de
intensidades crecientes: Inquietud, aprensión, ansiedad, desazón, miedo, espanto, terror, etc.
La persona de temperamento nervioso e impresionable es habitualmente predispuesta a sufrir
los estímulos más diversos. Hay tendencia a centralizar el miedo por ciertos lugares, ciertas
personas o ciertos métodos de combate, y muchas veces el hombre se ve influenciado por el
miedo que lo agitó durante sus primeros años, principalmente en los casos de neurastenia. Nadie
puede estar libre de sentir los efectos del miedo, siendo lo más particular que los seres de cierta
educación y con grandes responsabilidades llegan hasta tener miedo al miedo.
Por consiguiente, a fin de hacer frente con ventajas a los efectos sicológicos producidos
por el miedo, es necesario que la educación e instrucción militar del soldado hagan automático
el movimiento que ha de servirle en el campo de batalla para que los ejercite maquinalmente;
y que por medio de un entrenamiento incesante de la inteligencia y de la voluntad, se habitúe a
los Oficiales a tomar decisiones acertadas.
Desde el punto de vista exclusivamente militar, los efectos del miedo se dejan traslucir
de manera más manifiesta en el tiro y en el avance hacia el enemigo. En el tiro, por causa de la
dilatación de la pupila, la puntería no puede hacerse correctamente, se actúa mal sobre el
disparador, se tira por hacer ruido, por aturdirse, casi siempre muy alto.
Esto no quiere decir, por supuesto, que deba desecharse por inútil la instrucción de un
tirador en el tiempo de paz; por el contrario, hay que llevarla al máximo del automatismo, para
que actúe reflejamente en el combate, con la misma regularidad que en el campo de tiro,
comunicándole mayor confianza en su eficacia. En lo relativo al avance hacia el enemigo, el
soldado va cobrando temor al ver caer a sus compañeros, heridos o muertos. De allí que la
vigilancia de los Oficiales se oriente a hacer la disciplina más firme, sobre todo con tropas que
no tengan la debida preparación moral.
16.- Efectos Síquicos de la Fatiga.
La fatiga se manifiesta por un sufrimiento físico vago, acompañado de tedio o de
angustia: un estado de debilidad que predispone al miedo, al temor y a todas las formas de
desaliento: produce necesidad de dormir; restringe la claridad del juicio y acarrea
perturbaciones de la inteligencia, de la voluntad y del automatismo. Comienza pervirtiendo la
voluntad, adormeciendo los sentimientos morales inculcados por la educación y despertando los
instintos egoístas y sensuales. A medida que se intensifica, viene la abulia, con pérdida de la
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iniciativa, del poder de decisión y de la facultad de obediencia. A veces hace a los hombres
presa de alucinaciones, haciendo ver agua a los sedientos, comida a los hambrientos y soñar a los
insomnes; todo esto mezclado a súbitas apariciones del enemigo, Cuando llega al extremo, hace
perder hasta los hábitos de automatismo en la marcha o el tiro, la palabra, la escritura, o el
instinto de la defensa personal. La fatiga tiende a desarrollar la docilidad, la credulidad y la
sugestionabilidad de los hombres, debilitando su personalidad y haciendo perder su capacidad
de resistencia a las emociones. En lo que respecta a las facultades intelectuales, la fatiga
produce olvido en las ideas y en las expresiones; dificulta la comprensión de las órdenes, y
suprime el poder de distinción. Entre los elementos que producen la fatiga hay que citar el sufrimiento, el frío, el calor, el hambre, la sed, las intoxicaciones, etc. Por consiguiente, un Jefe
previsor debe hacer lo posible porque sus tropas lleguen al campo de batalla bien descansados y
alimentados: y si no está en sus manos hacer que esto suceda, necesita, al exigirle los esfuerzos
que demanda la situación, tener en cuenta esas circunstancias que disminuyen la capacidad moral
de los hombres.
17.- Los Temores y la Desesperación en el Combate.
Generalmente, una tropa vencida cuando ha sido presa de los sufrimientos, del
desaliento, del miedo o del pánico, pero la derrota en tal caso puede ser temporal o local y casi
nunca llega a proporciones catastróficas, pues el Jefe y los Oficiales pueden hacer sin esfuerzos
mantener el orden y el mando. No sucede lo mismo cuando el Jefe se encuentra bajo la acción
del desaliento y renuncia a emplear sus elementos, bajo la impresión de que sus tropas ya no se
encuentran aptas para luchar, o piensa que la superioridad moral y material del enemigo hace
demás la lucha, o se entrega a la desesperación por reveses anteriores que hayan menguado su
prestigio y sus medios de combate, o siente el temor de imponer sufrimientos o de asumir
responsabilidades, etc.
Una de las circunstancias que debe tenerse en cuenta es que hay ciertos Oficiales que
pueden ser muy valientes en la acción pero cobardes y timoratos en el mando que ejercen. Su
débil voluntad les hace ver siempre mayores dificultades que las realmente existentes; se dejan
impresionar por los sufrimientos ajenos y vacilan en imponer a sus subordinados la ejecución
estricta de las órdenes por temor a que se descontenten o fatiguen. Estos Oficiales no son
aptos para darles un mando aislado y deben ser puestos a órdenes de Jefes muy enérgicos,
quienes a su vez tienen la obligación de desarrollar en aquellos la firmeza de carácter por
medio de un adiestramiento sistemático, exigiéndoles la ejecución estricta de los deberes más
penosos y exitándoles a mejorar sus condiciones por medio de una decidida autoeducación.
El peor enemigo de tropa resolución en la guerra es el temor a la responsabilidad,
que hace que muchos hombres de intelecto superior no sean capaces de tomar una actitud firme o
una decisión pronta, como Jefes, por miedo a perder su reputación o su posición. Este temor
tiene por fuente: El arribismo, o sea la tendencia al predominio de la ambición personal sobre el
bien del servicio; la pereza; la falta de confianza ~n sí originada por el poco adiestramiento
intelectual, y la carencia de hábitos de mando. Estas fallas se originan cuando el mando es
excesivamente centralizador o absorbente, y no deja a los subordinados ocasión de tomar
iniciativas o asumir responsabilidades. La mejor forma de remediar esta situación en los
Oficiales es inculcarles que la falta de iniciativa abnegada es un crimen contra la Patria y el
honor militar.
La esperanza en lograr el éxito perseguido es una fuerza anímica de primer orden que
no debe perder jamás el Oficial. El pesimismo y la desesperación son factores deprimentes que
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mengüen el valor combativo de las tropas y hacen estériles los sacrificios. Una imaginación
pesimista hace ver negro el cuadro de la más halagadora realidad; y, por el contrario, un espíritu
optimista predispone a la audacia, disminuye el efecto de los reveses, anula la pusilanimidad. La
energía en la desgracia es una de las formas más eficaces del valor moral, y debe anidarse
siempre en el corazón de todo el que manda hombres que tengan que sufrir los crueles
padecimientos a que obliga la guerra moderna.
Cuando el Oficial no ha alcanzado por medio de su educación moral eliminar sus
temores y su pesimismo, la tropa obra sin conducción, pierde la confianza en el mando y rebaja
su moral a limites inconcebibles.
18.- Las Fugas Colectivas y los Pánicos.
Las Fugas colectivas en el campo de batalla se producen porque una serie de individuos
se hallan al mismo tiempo bajo la influencia de un temor particular, predispuesto a sentir miedo
hasta de los peligros más insignificantes, pero reales, y en las que interviene el contagio mental.
El pánico no es, como se dice, una fuga colectiva; es más bien la explosión de un miedo
colectivo durante largo tiempo reprimido y que sólo necesitaba una ocasión para manifestarse.
El hombre puede luchar contra su miedo instintivo durante horas, días y aún semanas enteras;
pero llega el momento en que no puede contenerse, puesto que el ser humano no es capaz sino
de una cantidad determinada de miedo. Cuando una tropa llega al punto limite de la resistencia
al miedo, basta cualquier pequeño detalle, como un disparo en la noche, un grito a las armas, o
estamos perdidos, o sálvese quien pueda, para provocar una brusca explosión de terror que se
propaga instantáneamente, que convierte a la tropa en un rebaño que no obedece sino a sus
instintos, desbandándose y transformándose en una manada de fugitivos imposibles de contener.
Esa' explosión de terror es lo que constituye el pánico.
El pánico se diferencia de las fugas colectivas en que puede ser causada por un peligro
casi siempre imaginario, por una ilusión o alucinación, que aturde a individuos y a
unidades al propagarse por el contagio mental y los arrastra en fuga alocada a la manera de un
rebaño.
Una tropa cualquiera puede ser presa del pánico, aún encontrándose lejos del
enemigo, si sus fuerzas morales se encuentran enervadas por la espera de una lucha o por el
constante peligro en que se hallan; es decir, cuando se encuentran en estado de emoción latente
producido por la acumulación de fuerza nerviosa.
Una tropa puede tener miedo y no desbandarse, así como un hombre puede tener
miedo y cumplir valientemente su deber. Pero la explosión es mucho más de meter en una
colectividad que en el individuo, a causa de la mayor irritabilidad de las fuerzas actuantes, de la
multiplicación de los incidentes susceptibles de provocar el desequilibrio sicológico, tales como
ráfagas mortíferas, ataques inesperados, noticias inquietantes, peligros casi siempre
imaginarios que han corrido algunos individuos y que se propagan rápidamente al conjunto. El
pánico se produce entre las tropas compuestas en su mayor parte de reclutas y reservistas y
es más fácil de prender en tropas inactivas que han sufrido fuertes emociones en los
acantonamientos o vivaques, en la tarde o al día siguiente del combate, cuando se piensa estar
libre de todo peligro. Las tropas empeñadas más adelante, como tienen mayor actividad, está
menos expuestos al pánico que las fracciones sometidas al fuego y que no pueden responderlo.
Las consecuencias del pánico son muy graves. Principalmente en la noche se produce un
desorden terrible; a unos disparos de fusil suceden otros y así se propaga el fuego y aún se
matan entre sí las tropas amigas en la oscuridad.
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No hay ejército que no haya sufrido pánicos. Ni las tropas victoriosas se libran de sus
efectos. Y tratándose de pequeñas unidades, compañías o batallones, el pánico es moneda
corriente en el combate. Es también frecuente en las escoltas de convoyes, así como entre los
heridos de las ambulancias y hospitales. Los hombres que forman las escoltas de convoyes se
encuentran generalmente enervados por largas horas de espera y de tedio, los heridos se hallan
agotados por sus sufrimientos físicos y por el recuerdo de los peligros corridos.
Asimismo, los caballos y mulas juegan con frecuencia un papel importante en los
pánicos, pues se aturden mucho y basta que uno o dos emprendan la fuga a todo galope, para
que el resto haga un tropel que arrolla cuanto encuentra.
Las tropas colocadas en segundo escalón o en reserva están en contacto con los grupos
de cobardes que van formándose con los hombres que se desprenden a propósito de sus
unidades para no combatir. Estos Individuos, a la menor emoción, creyéndose en inminente
peligro de muerte, emprenden la fuga con vivos gritos de dolor, arrojando sus armas y equipo,
sin obedecer a los Oficiales, presas del delirio. Se ha visto ya que el pánico es originado por
peligros imaginarios y es más fácil de cundir a medida que la imaginación de los hombres es
menos vigilada por la observación, lo que sucede frecuentemente cuando están bajo la influencia
de la fatiga ocasionada por el sufrimiento, el hambre la sed, la fiebre, el excesivo calor.
Respecto a este último elemento, se ha observado que favorece la propagación del pánico.
Las operaciones nocturnas son medio favorable para el desarrollo del pánico, a
causa de que la oscuridad no permite observar al enemigo, ni discernir sobre el verdadero peligro
que lo amenaza. Casi siempre estos pánicos nocturnos se traducen en matanzas entre amigos.
A fin de prevenir y limitar los efectos del pánico, es necesario dar a la tropa un
entrenamiento físico y moral superior; impedir la circulación de noticias alarmantes; evitar las
manifestaciones de cobardía; no dejar inactivas a las tropas, ni aún lejos del enemigo; no
abandonar jamás al ganado, a fin de evitar su dispersión, e imponer disciplina estricta en
todos los actos de la tropa. Desatado el pánico, los hombres huyen inconteniblemente y no
obedecen ni por sus reflejos, porque no comprenden las órdenes que se les da; sólo pueden ser
gobernables por la sugestión. Lo primero que debe hacerse es tratar de reunir a los hombres por
unidades, encuadrarlos, ordenarles algunos movimientos de orden cerrado para despertar sus
hábitos automáticos, y luego enviarlos a sus cuerpos de origen.
En cuanto el pánico se presente en una tropa vecina, los Oficiales deben redoblar sus
esfuerzos para evitar el contagio, haciendo esfuerzos de todo orden para aumentar la moral y la
cohesión, procurando distraer su atención por medio de gran actividad física.
Es el momento de emplear los medios persuasivos, los llamados al patriotismo y al
deber; en caso de ser insuficientes estas medidas, no debe dudarse en emplear las amenazas
aún la violencia los primeros que intenten huir. Para que una tropa emplazada en segunda
línea no se vea arrastrada por elementos que vienen presas del pánico, es conveniente hacerla
echar cuerpo a tierra, esperar que pase la avalancha incontenible de fugitivos y luego emprender
el movimiento por los medios regulares.
19.-
Manera de dominar y vencer los efectos del miedo.
Hay que distinguir claramente entre el estupor y el miedo. El estupor consiste en la
repentina emoción que se apodera de un individuo ante un hecho súbito, antes de que funcionen
sus órganos para infundirle miedo. A medida que es mayor el contraste sicológico crece el
estupor que va siempre acompañado de todas las manifestaciones esenciales del miedo, pero
que sólo dura breves momentos. Es fácil dominar el estupor con un buen entrenamiento de
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las tropas, instruyéndolas principalmente acerca de los verdaderos efectos de los fuegos, pues
casi siempre los soldados tienen inclinación a creer que éstos son superiores a la realidad.
El problema es mucho más grave tratándose de vencer el miedo en presencia de peligros
reales; principalmente cuando se trata de individuos que habiéndose creído invulnerables, llegan
a pensar que han perdido esa invulnerabilidad, viéndose embargados por el miedo.
Al Oficial le es generalmente fácil dominar el miedo por la noción que tiene del
deber, por su sentido de responsabilidad por el ejemplo que tiene que dar, el menosprecio que
echaría sobre si se dejara dominar por su instinto de conservación. El miedo desaparece casi
siempre en el Oficial al llegar el momento en que su deber lo obliga a tomar parte en la
acción.
Al miedo le hace dominar el miedo el avezamiento al peligro, el deseo de no
mostrarse inferior a sus camaradas, el temor a que lo menosprecien, el amor propio, el sentido de
las responsabilidades ante sus compañeros, la esperanza de una recompensa honorífica.
También lo aleja del miedo el convencimiento de que la superioridad ha hecho todo lo posible
para alcanzar la victoria, de que su artillería es eficiente para presentarle el apoyo requerido, y
de que la del enemigo puede ser fácilmente destruida o neutralizada. Pero el miedo tiene raíces
muy profundas y naturales para pensar en que puede ser reprimido. Hay que contemplar sus
efectos para atenuarlos y evitar todas sus manifestaciones externas, que, por ser sumamente
contagiosas, pueden sembrar la desmoralización.
El valor habitual, racional y constante que exige la guerra moderna, no es un don
natural al alcance de todos los hombres. Esta forma de valor, muy distinta de la valentía
impulsiva e irracional, sólo se adquiere a fuerza de avezamiento y de entrenamiento. La
prevención y disminución del estupor y el miedo se alcanzan por un entrenamiento bien
comprendido, por el conocimiento cabal de las sugestiones poderosas que borran en el espíritu
humano las reivindicaciones del instinto de conservación, y por el hábito de dominarse a sí
mismo y tomar sobre el yo un imperio absoluto. Otra causa de disminución del valor combativo
de las tropas es la larga duración de la guerra moderna.
Cualesquiera que sean las cualidades étnicas o individuales del soldado, éste se ve
solicitado por dos tendencias: una optimista, que lo lleve a la acción, la confianza, y a la victoria,
y otra que por el contrario, mine sus fuerzas vivas, hace nacer la desconfianza, el descontento, el
desaliento y finalmente el pánico; la una engendra el valor y el espíritu de sacrificio; la otra da
origen al miedo, que a su vez provoca la cobardía; la una asegura la victoria; la otra provoca la
derrota.
20.Factores de la Victoria - El Valor y sus Elementos.
La victoria es el ideal supremo y la principal razón de los ejércitos.Para obtenerla es
preciso hacer converger todos los esfuerzos morales, intelectuales y materiales, obligar al
enemigo a abandonar la lucha; la victoria consiste pues, en conservar el propio valor y en
destruir al adversario.
Para el Oficial, la victoria consiste en conservar su valentía personal, mantener y
exaltar la de sus subordinados, y batir la del enemigo. El hombre considera la vida como un
bien precioso, pero hay circunstancias en que obedeciendo a impulsiones ancestrales superiores
al instinto de conservación, las sacrifica voluntariamente. La condición fundamental para tener
éxito en la guerra, es la que el soldado esté animado de esta cualidad fundamental que es el valor,
que puede definirse diciendo que es la facultad de actuar con energía moral, intelectual y física,
a pesar de la influencia depresiva del miedo, del sufrimiento y la fatiga, despreciando la muerte
en pos de un ideal. El desarrollo de este ideal condensado en un sublime amor a la Patria, y el
88
entrenamiento en el menosprecio a la muerte, constituyen la base de la educación militar en los
ejércitos.
Mientras que el miedo es un fenómeno natural y una manifestación del instinto de
conservación individual, el valor es por el contrario una fuerza moral que puede adquirirse
con el entrenamiento, siendo propiamente una manifestación del instinto de conservación
social. El sentimiento que da más valor al corazón del soldado es el patriotismo; el campo
donde lo desarrolla es el de batalla. El hombre se perfecciona moralmente a medida que
abandona sus sentimientos egoístas y comprende que se debe a su familia, a su pueblo, a su
patria. Y cuando llega a adquirir la convicción de que su sacrificio es necesario para que ésta
superviva, va derecho a la muerte sin importarle nada el bienestar de la civilización ni sus
intereses materiales. El valor y la resistencia física no guardan entre sí estrecha relación.
Los fornidos matones del tiempo de paz son a menudo los más cobardes en el combate. En
cambio, hombres de temperamento emotivo se conducen casi siempre admirablemente frente al
enemigo. También hay perezosos que son valientes en cualquier clase de peligro.
Los elementos que intervienen en las demostraciones de valor forman un todo complejo
que ofrece los aspectos más variados y que dan origen a las diversas clasificaciones del valor en
activo, neutro, accidental y continuo.
El valor activo proviene de una fuerte tendencia a actuar en el sentido deseado u
ordenado, manifestándose bajo la forma de la voluntad de vencer, que impulsa al hombre a
marchar hacia adelante y lanzarse sobre el enemigo. El neutro consiste en el dominio o
ausencia de toda emoción depresiva, que traduciéndose en la sangre fría, impasibilidad e
intrepidez, preserva del deseo de la fuga y del atolondramiento.
El valor accidental es más fácil tenerlo, relativamente, pues su acción sólo se extiende
a determinado período de tiempo, esto es, de duración limitada. La expresión "estuvo valiente tal
día" aclare suficientemente este concepto. El valor continuo es más difícil de tener, y sólo es
posible' cuando el hábito hace su práctica casi inconsciente. La más bella expresión de valentía
es la que permite al hombre que está en seguridad y sin excitación previa, lanzarse a la lucha con
una voluntad fríamente calculada, en un peligro conocido y avaluado, animado únicamente
por un sentimiento de patriotismo intenso, de honor inmaculado o de profundo sentimiento del
deber. La valentía verdadera es prudente y se limita a lo preciso, sin fanfarronadas inútiles,
aunque hay casos en que es necesario dar ejemplo para arrastrar a los vacilantes.
El valor en un mismo grupo de hombres varía notablemente según los
circunstancias; sobre todo con individuos de temperamento tan influenciable como el nuestro. A
este respecto la confianza de los hombres en sus Jefes es un factor de capital importancia. La
misma tropa, en circunstancias semejantes, pueden lograr un éxito o sufrir un revés, según la
mainera como está mandada. Se ha notado en el primer período de las guerras que el valor
de los hombres es brusco e impulsivo, lanzándose aún a descubierto contra los infantes y las
baterías enemigas y sufriendo grandes perdidas en consecuencia. Con el correr de las semanas, al
sufrir en propia carne los efectos del fuego enemigo, las tropas se hacen más cautelosas,
desarrollándose en los hombres un valor más sereno y útil, abrigando el convencimiento de que
para vencer, todo es necesario menos la temeridad. El valor así considerado tiene una forma
más humilde, más interna, más oscura, pero no por eso deja de ser menos grande ni moral. En
su forma antigua el valor era más espectacular, más arrogante. En una trinchera o en un
repliegue del terreno, el hombre valeroso no tiene hoy más testigos de sus hazañas que sus
vecinos de derecha e izquierda. Su acción es limitada; su único mérito consiste en conservar
siempre su sangre fría, el libre funcionamiento de su cerebro y de su voluntad.
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El valor de una tropa está en razón directa de su encuadramiento. No son raros los
ejemplos de unidades empeñadas que, combatiendo con valentía denodada, han flaqueado en
cuanta han visto desaparecer a sus Jefes o cuando estos han dejado de hacer sentir su autoridad.
El valor se funda en los sentimientos, las creencias y los hábitos individuales. Su parte activa
está constituida por sentimientos iluminados por creencias: Patriotismo, afecto por los Jefes y
compañeros, honor individual y colectivo, necesidad de la defensa nacional, de la
subordinación, de la iniciativa y del espíritu de empresa. Estos factores determinan al soldado
a cumplir espontáneamente sus deberes, no obstante los peligros y la fatiga, y a hacer el
sacrificio de su vida en pos de ideales superiores. A estos factores hay que añadir, en la fase final
del combate por lo menos, otras fuerzas síquicas activas como la cólera, y el instinto de
agresividad, o sea la manifestación ofensiva del instinto de conservación.
Las manifestaciones de valor provienen del temperamento y del carácter de la raza,
agresivo o tímido; del espíritu y hábitos de ofensiva más o menos inculcados a las tropas, o de
otros estados de conciencia como la confianza o la inquietud, la esperanza o la desesperación.
Los estados afectivos favorecen la cólera y la agresividad. La parte neutra del valor está
constituida por la resistencia a la fatiga, la sangre fría y la impasibilidad, que son
características de la raza; por el adiestramiento que hace al hombre avezado al peligro, y por la
confianza en el porvenir.
El valor puramente físico, fuera de control, en el que no toma parte la voluntad, es la
simple negación del miedo y se conoce con el nombre de sangre tría, siendo cuestión de
temperamento. Los hombres del campo, que constituyen el núcleo más importante de nuestras
tropas, son de sangre fría, flemáticos, poco irritables y lentos en sus reflejos; tienen pocos
arranques, y arrebatos, pero mucha voluntad y desprecio al peligro. Son capaces de un valor
calmado, de impasibilidad y no son propensos a arranques bruscos y a furia ofensiva.
La sangre fría natural o hereditaria, puede ser desarrollada por la costumbre, que
llega a embotar las sensaciones y hace que los hombres se vuelvan indiferentes al familiarizarse
con el peligro y con las incomodidades de la guerra. La sangre fría, natural o adquirida, se
refuerza por la confianza en la propia superioridad y por el optimismo, que hace interpretar
cualquier hecho como un éxito y que no cesa de reanimar el valor. En cambio, se ve deprimida
por el fatalismo o por el pesimismo, que hace ver todo como un fracaso o una improvisación
introduciendo la desmoralización. Estos elementos activos y neutros del valor son individuales o
internos y actúan sobre el individuo aislado o formando parte de una tropa; su exaltación debe
ser uno de los principales fines de la educación militar.
Pero cuando el hombre actúa como parte de una tropa se ve solicitado por
influencias exteriores que ejercen sobre él sus superiores y compañeros. El ejemplo dado por
los Jefes o por los más valientes, los estímulos mutuos, el amor a las recompensas, las amenazas
y los reflejos de obediencia automática, lo impulsan a cumplir sus deberes con mayor
abnegación. Estos factores del valor adquieren en nuestro medio, principalmente con los
hombres de las ciudades, una importancia capital. Su temperamento excitable, su amor propio, su
ambición de gloria, su emulación, su deseo de alcanzar recompensas, deben ser aprovechados
por los superiores al máximum, por medio de un sentimiento de confianza y control, enérgico y
comprensivos a la vez desarrollado desde la paz que dé al hombre la sensación de que en
cualquier momento están sobre él los ojos de su superior, que conoce todas las debilidades para
reprimirlas y está dispuesto a la vez a premiar sus esfuerzos.
El valor colectivo, es el que demuestran las tropas en la batalla, tiene sus orígenes en
el alma nacional; un ejército que actúa movido por un ideal elevado, con la convicción de la
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justicia de su causa, tiene forzosamente que ser valiente y tenaz. El conocimiento del ideal
que se defiende, infunde al militar una acentuación de su valor, pues los pueblos que
comprenden la causa por la cual luchan, dan siempre los mejores soldados.
Comprendiéndolo así, los grandes capitanes de la historia han puesto siempre especial cuidado
en sus problemas.
21.-
El Heroísmo.
El heroísmo es una forma de valor que implica la certidumbre de la muerte, o por
lo menos, lleva al supremo sacrificio libremente consentido con muy poca o ninguna esperanza
de éxito.
Como el valor, el heroísmo no es patrimonio de ninguna raza ni categoría social.
Puede ser intermitente o eventual; pero las condiciones de la guerra moderna exigen al hombre
manifestaciones continuas de heroísmo. A la gallardía de las cargas de otros tiempos, a pie o a
caballo, se tiene hoy la vida oscura dentro de las trincheras, oculta dentro de los matorrales o
detrás de los padrones de las serranías. Presas del cañón, llenos de barro, sedientos, aplastados
física y moralmente los soldados de un ejército moderno, tienen que luchar para vencer, con casi
ninguna posibilidad de salir con vida.
22.-
El hábito y la experiencia en sus relaciones con el valor.
Estos dos factores juegan un papel preponderante respecto del valor. El hábito se
obtiene como resultado del entrenamiento y de la educación, que acostumbre a los soldados,
al cabo de algún tiempo, a no medir los peligros, ni a hablar de estos, a no temerlos. Pero los
efectos del hábito sobre el valor sólo intervienen en manifestaciones de peligro de la misma
especie. Por consiguiente, debe tenerse en cuenta que él no tiene acción sobre los peligros
imprevistos o de diversa naturaleza, en cuyo caso hay que buscar en otra fuente la valentía
necesaria para afrontarlos. Y esta fuente no es otra que una decidida voluntad que no se puede
exigir a todos en todo momento, por cuya circunstancia la acción vigilante del Jefe cobra una
importancia nunca desmedida. La experiencia cambia la forma y la noción del valor.
Particularmente los hombres jóvenes tratan de variar la monotonía de la vida de campaña
prestándose voluntarios para desempeñar comisiones peligrosas, sobre todo en el servicio de
patrullas, con las que van adquiriendo cierto avezamiento que hace su valor continuo.
23.-
Como se abate la moral del adversario.
Para abatir el valor del enemigo es preciso desalentarlo por todos los medios
posibles; fatigarlo, extenuarlo por una agresividad y hostigamiento constantes, pero sin producir
iguales consecuencias en las propias tropas. Hay que arrojar sobre el enemigo un alud de
proyectiles para ponerle grandes efectivos fuera de combate; amenazar y actuar contra los
flancos y retaguardias; difundir en su seno noticias alarmantes; provocar el pánico en sus filas
por medio de la sorpresa. Pero el miedo más eficaz de abatirlo, consiste en avanzar siempre
contra él, pues no hay victoria sin ofensiva. Para intimidar al enemigo hay que demostrar
que no se le teme. Quedar inmovilizado en una trinchera o en una línea alcanzada es declararse
impotente para el ataque. El gesto ofensivo, la agresión, es el elemento absoluto e invariable del
combate victorioso, los seres más débiles pueden hacer retroceder a otros más fuertes
cuando están animados por la resolución de avanzar. En todas las guerras se han visto
puñados de hombres aún mal armados, introducir el pánico en las filas enemigas por medio de un
movimiento de avance lleno de audacia.
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Al lado de estas consideraciones de orden sicológico, hay otro factor de orden material
que afirme la idea de que el valor enemigo sólo puede ser doblegado con el movimiento hacia
adelante. Una tropa inmóvil en una posición no puede abatir con sus fuegos una cierta extensión
de terreno, lo que permite al asaltante colocarse a voluntad dentro o fuera de esa zona batida, y
tener siempre a sus hombres sujetos a los lazos del comando, lejos de toda influencia
desmoralizadora. Si el asaltante avanza, el defensor sólo puede, en el mejor de los casos,
debilitarlo y detenerlo, pues no lo destruye ni lo desmoraliza. Por tanto, no ha alcanzado un
resultado decisivo. Para lograr este resultado decisivo será preciso que al ser detenido el atacante,
el defensor saliera de su posición y avanzará sobre aquél, forzándolo hacia la retirada, es decir, el
abandono de la defensiva.
Cuando se obtiene la retirada del enemigo se ha logrado un éxito, pero incompleto,
si aquel queda en condiciones de rehacerse un poco más atrás y con las tropas obedeciendo a su
comando, capaces de una acción nueva colectiva coherente. El resultado decisivo sólo se logrará
haciendo que la retirada enemiga se convierta en fuga; cambiando su desaliento en
desesperación, su miedo en pánico, obligando a los débiles a romper la cohesión moral y física e
introduciendo el desorden en sus filas y el desaliento en los corazones enemigos. Urge, pues,
emprender la persecución encarnizada y violenta, hasta que no se tenga por delante sino una
masa informe de fugitivos embrutecidos por la fatiga y el temor, sordos a la voz de sus Jefes,
rindiéndose a discreción o disparando por todas partes.
Después de una acción en la que el enemigo haya sido duramente tratado, éste
necesitará un tiempo más o menos largo para rehacerse, y mucho mayor aún para abandonar su
miedo y combatir de manera eficaz. Así también se habrá adquirido el poder necesario para
imponer al adversario el ascendiente moral que facilitará el resto de la campaña y llevará el
ánimo del vencido el convencimiento de su derrota.
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CAPITULO IX
LAS MULTITUDES Y LA TROPA
1 - Diferencias entre la Sicología individual, la de las Colectividades y las multitudes.
El estudio del individuo aislado y en colectividades es necesario al Oficial, porque es
indispensable conocer las leyes sicológicas que rigen las tropas. Dichas leyes, en muchos casos,
están en contradicción con las que se refieren a la sicología individual. La sicología de una
colectividad no está formada por la simple yuxtaposición o reunión de las sicologías individuales
que la integran; si no que difieren del mismo modo que la combinación química de los cuerpos
se diferencia esencialmente de la mezcla de los mismos. De modo, pues, que toda colectividad
tiene una personalidad, una mentalidad y una sensibilidad que le son particulares. Pero no
basta que un número más o menos grande de individuos se reúna accidentalmente para pensar
que constituyen una colectividad en el sentido sicológico de la palabra. Para que un
conglomerado de individuos adquiera alma colectiva, esto es, para que se convierta en
colectividad sicológica, es necesario que existan ideas comunes en sus componentes. Una
multitud sicológica es el resultado de la reunión de individuos a quienes el azar reúne, poro que
no se encuentran impresionados por una idea, un espectáculo cualquiera o un peligro. Hay una
gran variedad de multitudes, tales como la formada por los asistentes aun espectáculo teatral,
una banda de agitadores fanáticos, etc.
Desde el punto de vista militar, a la tropa hay que considerarla como una
colectividad de homogeneidad variable, según sus reclutas o sus reservistas estén más o menos
recientemente incorporados; pero esta multitud está mandada e instruida por una colectividad
infinitamente más homogénea
como son sus cuadros profesionales. Los caracteres
generales que diferencian la sicología de las colectividades de la del individuo son las siguientes:
Intelectualmente, la multitud es siempre inferior al hombre aislado pero desde el punto de vista
sentimental y por consecuencia de los actos que puedan provocar sentimientos, la multitud puede
ser mejor que los individuos, o peor; según el caso. Todo depende de la orientación que se le dé
y de la sugestión y conducción que le imprima el caudillo.
Menos egoísta que el individuo, la multitud está predispuesta a los sentimientos
generosos, a la consagración al sacrificio y al heroísmo. Cuando un hombre forma parte de una
colectividad pierde, por un lado, una parte de su individualidad, mientras que por otra adquiere
cierto número de caracteres particulares al organismo a que pertenece. Una multitud amorfa y sin
dirección es siempre inferior a los diversos individuos que la componen. Una colectividad
organizada y bien dirigida, al contrario, puede alcanzar un nivel superior al de los elementos
que la forman. Tal es el fenómeno que se observa en los ejércitos disciplinados, en los que prevalecen cualidades de valentía, paciencia y abnegación que no poseen jamás, en el mismo grado,
cada uno de los hombres que la constituyen.
2.- El Contagio Mental y la Sugestión en las Multitudes.
Desde que los hombres están reunidos, unos ejercen sobre otros cierta influencia que
tiende a unificar su manera de pensar, de actuar. Una vez que se forma este estado de espíritu
una colectividad basta la menor causa para que esta se emocione' de manera brusca, rápida y
general. Una tropa que teme ver aparecer al enemigo por sus flancos o su retaguardia, si oye el
grito angustioso de "allá viene" lanzado por algún timorato, casi siempre injustificadamente,
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puede ser presa de súbito pánico. En las colectividades, a los fenómenos de contagio hay que
sumar los fenómenos sugestivos, que sólo pueden ser resistidos por ciertos individuos de personalidad acusada, casi siempre en muy corto número, para luchar contra la corriente, y, cuando
más estos pueden intentar una diversión para llevar el pensamiento de los otros hacia una
preocupación distinta. En algunas ocasiones ha bastado una palabra o un gesto feliz y oportuno
para impedir desgracias irreparables, y muchos Oficiales, en momentos críticos, han podido
afirmar de manera más eficaz su personalidad en el campo de batalla. Al contrario, los
fenómenos sugestivos explican la desorientación completa de algunas tropas en el combate
3.- Sentimientos, Ideas y Moralidad de las Multitudes.
La multitud, con respecto a su sentimiento, es impulsiva, versátil, irritable,
sugestionable, crédula, exagerada, simplista, intolerante, autoritaria e irresponsable; pero es a la
vez capaz de todo el heroísmo y sacrificios.
En su grado inferior, la tropa no presenta sino los caracteres colectivos de una
multitud, con su inestabilidad, sus sobresaltos, sus bruscas alternativas de sentimientos
elevados y depresivos, de heroísmo y de pánicos. Por lo tanto, una colectividad de ésta
naturaleza, aunque esté animada de los más elevados sentimientos y de las bellas cualidades
guerreras, es prácticamente inservible para los fines de la guerra, pues su rendimiento es siempre
aleatorio.
El valor moral de una tropa es la resultante de diversos factores, tales como el
espíritu nacional, la educación preliminar y la educación militar, El espíritu nacional influye
sobre el valor del ejército porque éste emana de la nación y vive dentro de ella, recibiendo el
soplo del medio ambiente, como sucede en todo organismo que tiene vida. Un pueblo rico,
adormecido por el bienestar, que no creo ni ama la guerra porque esta viene a turbar su
quietud, no podría, a igualdad de otros factores, dar origen a un ejército animado de
excelente espíritu, si este ejército no vislumbrara la guerra como razón de su existencia,
para librarse de la influencia de los agentes exteriores que tendieran a disminuir su valor
moral. Los pueblos pobres tienen menor apego a la vida y casi siempre dan soldados con
valor militar más acentuado.
Mirando en conjunto, el valor de un ejército depende también, en gran parte, de
las instituciones civiles y políticas del país. Cuando los organismos directores de una nación
no están preparados para dar al conjunto del ejército una fuerte impulsión, es cuando se
hace más necesaria una fuerte organización que contrapese o corrija las condiciones
naturales desfavorables en que se mueve el ejército. La educación premilitar se impone por
la gran dificultad y casi imposibilidad que existe de llenar la tarea de desarrollar
convenientemente el valor moral de los hombres que forman un ejército en el sistema de la
nación en armas y en servicio de corta duración. Tal es el motivo por el cual hay que
desarrollar las cualidades morales de la juventud antes de su edad militar, tratando de
inculcarles desde su infancia un amor sin límites por la Patria, el sentimiento del deber, la
noción del sacrificio y de la abnegación, el instinto de la solidaridad. Sólo la educación
moral permite mantener al hombre frente al peligro, a pesar del instinto de conservación.
Las mejores tropas no podrían alcanzar éxitos si no estuvieran animadas de un ardiente
patriotismo.
Un gran pueblo, amenazado en su dignidad, en su libertad o en su patrimonio, no perece
sino cuando se abandona a si mismo; hace frente al peligro sin arredrarse, y desarrolla fuerzas
morales superiores a las del adversario hasta imponerle su voluntad. No basta que la masa
94
armada tenga un elevado espíritu militar y un claro concepto del honor y de las armas. Hay
circunstancias adversas que ponen a dura prueba la solidez moral de los soldados no
profesionales, en las cuales se renueva sin cesar la acción deprimente de peligros y privaciones
cuya duración imprevista causa en el hombre de mediana contextura moral, cierto enervamiento
que, tras un pequeño revés, puede acarrear una derrota de proporciones insospechadas. Para
mantener en alto los corazones a pesar de las vicisitudes de la fortuna, es necesario cultivar y
desarrollar al máximum grandes virtudes que tienen su origen en el patriotismo ardiente que debe
animar el heroísmo de los soldados. Los educadores de la nación no sólo deben desarrollar su
valor moral sino también su espíritu militar.
El espíritu militar, que hace aceptar sin debilidades al dolor, la muerte prematura, las
privaciones, la disciplina inflexible y penosa, depende de una serie de factores pero
principalmente, de la educación dada al pueblo, y de la exaltación de sus valores indiscutibles;
porque, aún cuando ese espíritu exista en estado latente en el corazón popular, es necesario cultivarlo para que no degenere y se empobrezca como suelo abandonado. El espíritu militar basa su
fuerza en los recuerdos gloriosos y en una educación viril, así como en la estimación de que
goce la profesión militar y del lugar que ocupe el ejército en las ceremonias públicas.
Algunos literatos y filósofos han pretendido ver un antagonismo entre el espíritu
militar y el espíritu democrático; y en nombre de este sofisma preconizan la supresión de los
ejércitos, juzgando que constituyen supervivencias de un pasado del que no debe quedar huella.
Inaudito despropósito, pues el Ejército, las Fuerzas Armadas, son precisamente, una
indispensable garantía para el sostenimiento, oficio y amparo de la Ley. Si la nación que goza de
instituciones democráticas no posee en alto grado respeto por la Ley, que es un contrato
libremente consentido, y no observa una fuerte disciplina, lleva rumbo fatal a la anarquía.
El Ejército es un recurso fundamental de las leyes. El espíritu militar jamás está en oposición
con el espíritu democrático, tal como debe concebírsele.
Las tropas que además de tener confianza en sí mismas y en sus armas la tienen también
en sus Jefes, alcanzan un valor moral considerable. Los Oficiales de toda jerarquía deben, por
todos los medios a su alcance, esforzarse por inspirar '1nS confianza absoluta a los hombres
que tienen a sus órdenes. Desde luego, la confianza se inspira por la dignidad de los que
mandan; por un espíritu cultivado con elevación; por el ejemplo, por el olvido completo de sí
mismo; por la consagración absoluta a sus hombres, a los que hay que infundirles la convicción
de que uno está con ellos en cuerpo y alma para que así juntos sirvan ambos únicamente a la
patria. Ya no se trata de los grandes hechos heroicos, como en el tiempo en que el ascendiente
del Jefe dependía únicamente de su valentía, hoy sólo gracias a su alto valor moral e
intelectual, el comandante de una tropa ganará el respeto, estimación, el afecto y la confianza
de las masas armadas que le están encomendadas.
El valor de los cuadros y su elección es una de las preocupaciones más urgentes y
serias del comando, el que no debe perder ocasión de darse cuenta de las aptitudes de sus
auxiliares subalternos.
No es un problema de resolver la reconstrucción de los cuadros durante una
guerra larga. Unas veces hay pronunciada falta de cuadros, principalmente después de los
combates o batallas importantes; otras hay plétora, sobre todo cuando regresan a las filas los
heridos y se encuentran con que han sido reemplazados ~ sus puestos.
De modo, pues, que el comando necesita proceder con mucha precaución y tino en lo
que respecta a los ascensos del personal subalterno, siéndole imposible tener en cuenta los
intereses particulares.
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10.-
El Estado Moral de la Tropa.
El estado moral de una tropa está caracterizado por su grado de resistencia a las
durezas de la vida en campaña. Dicho estado es lo que diferencia verdaderamente a una tropa
de otra; principalmente en la actualidad, en que la guerra es un conflicto de fuerzas morales y
el combate tiene por objeto quebrantar la voluntad del adversario. El valor moral de la tropa
depende del valor moral de los individuos que la integran, y más esencialmente del estado moral
colectivo que se crea en toda Unidad. El estado moral no es fijo; varía constantemente y es
susceptible de alcanzar grados muy diversos.
La locura de las multitudes, no puede renacer cuando ha desaparecido. Al contrario, el
entusiasmo cobra nuevo valor en la acción; es el estado fisiológico de ruptura del equilibrio
mental, el predominio de elementos sensibles que de modo excepcional puede suministrar un
valor práctico que todo Jefe hábil debe saber aprovechar. Cuando una colectividad es presa del
fanatismo, demuestra que su organización es debida al azar, inestable y pasiva; cuando la anima
el entusiasmo, es porque posee bases sólidas y tradicionales, móviles justos y verdadera unidad
que le permiten sobrevivir a los sobresaltos pasionales, tal como una máquina bien construida
resiste las más fuertes presiones. El fanatismo que cae es la muerte de la multitud, su
dislocación, el abandono de su caudillo. Al contrario, pasado el entusiasmo, la colectividad que
ha podido cultivarlo retorna a la calma, a la vida normal y fecunda.
8.- Condiciones de que depende y Factores que intervienen en el valor Militar de una
Tropa.
El valor militar de una tropa es un factor que no puede apreciarse teóricamente en
los problemas militares durante la paz. A lo más, se podría suponerlo en forma de coeficiente de
los medios de acción que se cuentan. Sin embargo, el valor militar de la tropa asume en la guerra
una importancia capital, y el Jefe está obligado a evaluarlo escrupulosamente al apreciar
cualquier situación que se le presente. El valor militar de la tropa depende de la calidad de sus
cuadros y efectivos; de su instrucción; de su estado moral y de la importancia de sus medios
materiales.
9.- Influencia de los Cuadros' sobre el Valor Moral de una Tropa.
Hay una expresión bastante justa que dice: Tanto valen los cuadros tanto vale la
Tropa. Tropas mediocres pero fuertemente encuadradas, pueden tener un valor militar
superior al de unidades mejor formadas pero con cuadros débiles. El ascendiente moral que
tienen los cuadros sobre las tropas les permite exigir a éstos esfuerzos extraordinarios. La
influencia del Jefe sobre la tropa es preponderante, pues el espíritu de las masas organizados
jerárquicamente se forma con las elecciones y los ejemplos de los hombres que las mandan.
El papel de los Jefes es más importante a medida que la colectividad funciona con mejor
articulación de conjunto, mejor organizada y comandada. Esta es la razón por la cual la
tropa vale lo que su Jefe.
A primera vista parece que no hay diferencia perceptible entre el fundamento del
prestigio del caudillo de una multitud y el Jefe de una agrupación militar. Pero hay una
diferencia capital que queda establecida al analizar la sicología de la falta de éxito en las
empresas acometidas. En este caso, la multitud es presa del espanto y del pánico y el caudillo se
ve abandonado. Este fenómeno sicológico, normal e invariable en los casos de la multitud, es
excesivamente raro y sólo se presenta con caracteres anormales en el seno de un ejército;
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abandonar a un caudillo en desgracia, tal es la regla general en la plaza pública. Abandonar a
su Jefe vencido, es lo excepcional, porque el verdadero soldado da, por el contrario, ejemplo
de fidelidad en la derrota. Otra diferencia que crea absoluta separación desde el punto de vista
sicológico y moral entre la multitud y el ejército, es la naturaleza de los sentimientos que se
traduce en el éxito o en la esperanza de alcanzarlo. La buena fortuna de un caudillo se mide por
el grado de fanatismo que inspira a la masa que arrastra. La del Jefe de tropa se aprecia por su
preparación consciente y la colaboración que pide a sus subordinados.
10.-
El Fanatismo Multitudinario y el Entusiasmo de las Tropas.
Un Ejército bien conducido es refractario al fanatismo, pero es siempre permeable al
entusiasmo. Entre ambos términos hay un abismo igual al que existe entre los hechos patológicos
y los normales. El Fanatismo se apodera del alma con una tendencia morbosa; el entusiasmo es
quizá pasión del espíritu que impone como toda pasión su exclusivismo y determina la ruptura de
un equilibrio mental, pero es también una virtud que, sin atrofiar la inteligencia, ni la voluntad,
desarrolla momentáneamente los límites y las capacidades de la naturaleza sensible. El fanatismo
trae la inefabilidad del espíritu, tiene causas y móviles que no se pueden determinar: es una
forma pasiva del sentimiento. El entusiasmo es luminoso; es el desarrollo de las actividades
pasionales. El fanatismo y el entusiasmo, ambos contagiosos, desaparecen frecuentemente de un
manera brusca, dejando el espíritu en su primitiva quietud, sacándolo de esa locura pasajera que
caracteriza al fanatismo o haciendo perder la racha de ánimo a una sensibilidad vigorosa. Hay
otra consideración que profundiza más aún la diferencia entre el individuo de una muchedumbre
y el soldado de un ejército. El primero no puede tener ninguna iniciativa, es como el grano de
arena que el viento agita; el segundo, en cambio, a la hora en que la iniciativa es permisible o
necesaria, encontrará en las esferas superiores de su sicología individual, que no han sido
disminuidas sino conservadas y desarrolladas por la educación moral militar, la inspiración
fecunda necesaria para la cooperación de los esfuerzos comunes, esto es, para el objeto final, que
es la victoria colectiva. Una multitud se constituye bruscamente, bajo la presión de un
acontecimiento, bajo la sugestión de un sofisma; cada uno de sus elementos constitutivos no es
sino un instrumento inconsistente, perfectamente animalizado, susceptible de romperse en las
manos de un caudillo infortunado, la multitud no tiene tradición, pertenece a la hora que pasa,
muere sin legar patrimonio. El Ejército, por 31 contrario, nacido para los fines de la defensa de la
Patria, se ha mantenido, transfor1iiado y perfeccionado. El soldado de hoy ha conservado la
valentía de sus mayores y de los hombres de armas que le precedieron; posee además la herencia
forjada, poco a poco, por el esfuerzo nacional, trasmitida indefinidamente por el soldado de ayer
y al de hoy y bien pronto al de mañana.
El Ejército no pertenece al instante fugaz; tiene raíces profundas en el seno del
pasado y se extiende a desconocidas alturas, las ramas portadoras de frutos que garantizan
el porvenir.
11.-
El Caudillo de una Multitud y el Jefe de una Tropa.
El caudillo de una colectividad es un individuo que tiene una personalidad vigorosa y
un enorme prestigio, natural o adquirido; sus grandes medios de acción son la afirmación. y la
repetición. Como la multitud no razona, no puede ser influenciada por una discusión lógica
y seguida. Al contrario, su imaginación está siempre trabajando, dejándose impresionar por las
ideas más disparatadas con tal que la seduzcan, le causen admiración, a tal punto que la mayor
falsedad se convierte para él en un dogma que afirma y repite con energía. Para que la multitud
97
acepte las ideas que se le exponen, se le debe presentar en bloque, bajo una forma simple y sin
que sea necesario explicarle su origen. De allí que escuche las mismas cosas, generalmente
falsas, y no a los espíritus refinados, ni a los idealistas que dispersan su atención sobre diversos
temas. El error no se descubre casi nunca, sino cuando ha producido daños irreparables.
Una multitud comete excesos de que serían incapaces sus componentes
individualmente considerados, pues el alma de las multitudes es de naturaleza afectiva y nace
espontáneamente de poderosas corrientes pasionales simples. Al contrario, el alma de un ejército,
que se pone de manifiesto por su moral, lejos de ser producto del azar y de las pasiones, es una
afirmación lenta, reflexiva, dirigida, que sigue exactamente el desenvolvimiento sicológico de la
nación ya que tiene componentes propios que son principalmente de origen intelectual. El
individuo que forma parte de una muchedumbre se entrega por entero y sin resistencia a la
violencia de pasiones colectivas, olvidando que su abandono puede acarrearle graves peligros.
Por el contrario, el individuo no se somete a las exigencias del servicio militar o del combate,
sino cuando reconoce, conscientemente o no, la utilidad de su misión y la significación de su
sacrificio. Por consiguiente, como en la moral del ejército interviene la inteligencia individual,
hay que establecer una clara distinción entre ella y la unidad sicológica de las muchedumbres,
cuya esencia reside en las fuerzas afectivas.
La multitud está caracterizada por la incoherencia sicológica, mientras que los
elementos que constituyen el ejército están unidos entre sí por estrechos lazos, tales como la
idea directriz que los conduce y el papel individual que juega en su seno cada soldado y que no
es otro un diminutivo de la función global del grupo, en el que están cinceladas en miniatura las
cualidades básicas de dicha función. En la muchedumbre, cada cual pierde su personalidad
bajo la influencia del caudillo, fenómeno pasivo, de sugestión inconsciente; en la colectividad
militar cada uno subordina su voluntad a la del Jefe por medio de un acto de conciencia
voluntaria, tal como la disciplina, que exige las actividades más sensibles del espíritu humano.
Hay quienes sostienen la necesidad de crear para la colectividad militar una sicología adecuada
al papel que está llamada a desempeñar, haciendo que sus componentes pierdan sus sentidos
sicológicos superiores; es decir, la inteligencia y la voluntad, ya que los individuos no
conservarían así, sino funciones cerebrales reducidas. Pero esta teoría se refuta diciendo que la
disciplina no es una manifestación de pasividad sino de actividad; que no se forma el soldado
por tendencias regresivas; que ésta tarea no es el fruto de la involución; y que no es castrando al
hombre como se forma al soldado. Este debe llevar al Ejército lo mejor de su espíritu y no
puede considerársele en el seno de este como un sometido; el se somete voluntariamente.
Es por ello que tanto los poderes públicos como los Jefes de mayor jerarquía del
Ejército, en quienes se resume la gran tarea de la conducción de la guerra, deben prestar interés
al estudio de los movimientos de la Opinión pública y de los factores que la crean; ya sea en el
frente de batalla, en la retaguardia o en el interior; al análisis profundo de la prensa en
tiempo de guerra que, bien orientada, es una garantía para alcanzar la unidad mental necesaria y
puede ser un factor de la victoria, y, desviada, puede convertirse en un poderoso elemento
derrotista; a la minuciosa y exquisita redacción de los comunicados a la prensa referentes a las
operaciones militares, teniendo en cuenta el principio de que, si en caso de éxito hay que
solidificar y satisfacer el espíritu del público, en caso de revés no es posible ocultar la verdad
por mucho tiempo, siendo en la mayor parte de las veces preferible que las autoridades hagan
conocer a la opinión los contratiempos sufridos, aunque excitándolos a confiar siempre en el
triunfo final y a estudiar las inconveniencias que pudieran desarrollarse detrás de las líneas
enemigas.
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Asimismo, hay que seguir atentamente el proceso histórico de la sicología de las
multitudes durante los grandes movimientos revolucionarios que han agitado la humanidad, así
como aprovechar los conocimientos relativos a la sicología de las multitudes para establecer y
mantener la disciplina popular en los duros trances de la guerra. Por supuesto, la orientación
dada a las multitudes conclusiones emanadas del análisis de tan numerosos factores debe
condensarse en fórmulas simples e impresionantes que hagan efecto en el seno de todas las capas
sociales. En cuanto a la personalidad de los grandes jefes políticos o militares es preciso
estudiarla aún en tiempo de paz, investigando especialmente las causas o elementos que
aumentan o disminuyen su prestigio y el arraigo que tienen en las masas populares Asimismo, es
necesario estudiar las características sicológicas que debe reunir el Comandante en Jefe de las
Tropas, los Oficiales Superiores y los Oficiales que están en contacto con la tropa. Todos estos
conocimientos se complementan con los antecedentes históricos de algunos caudillos típicos y
la forma como estos han actuado en las huelgas, en las rebeliones, en la comisión de delitos
colectivos, y en fin, en los grandes movimientos revolucionarios.
12.-
Diferencias sicológicas entre las multitudes y las tropas.
Analizadas las características sicológicas de las multitudes, hay que establecer las
diferencias que existen entre ellas. Las tropas se distinguen de aquellas en que están
organizadas, instruidas y encuadradas en que, cuando son homogéneas y están bien
mandadas, poseen disciplina, fruto de la instrucción y educación militares; amor propio y
temor.
Las multitudes tienen las ideas más contradictorias y carecen d~ espíritu crítico.
Sólo se apodera de ellas una idea cuando por su simplicidad se convierte en un estado
inconsciente, que al fin se transforma en sentimiento. Las ideas adquiridas por las multitudes se
generalizan con rapidez increíble, sin que nadie raciocine en lo que contienen; generalmente se
les presenta bajo la forma de imágenes expresivas que impresionan sus sentidos. Las multitudes
no tienen convicciones; acatan ciegamente las creencias y sentimientos propagados en su seno;
ya sea por cuestiones de raza, de tradiciones, de organización social, de educación, etc. Las
multitudes se dejan llevar por ilusiones, generalmente elevadas a la categoría de hechos ciertos
por una propaganda bien hecha; y sólo abandonan dichas ilusiones cuando la realidad se encarga
de desvanecerías. Para convencer a las multitudes es necesario conocer sus sentimientos; el
raciocinio y la lógica no las impresionan jamás. Los grandes genios que han querido imponerse a
las multitudes sólo por la razón de sus ideas, han pasado casi siempre inadvertidos. Las
multitudes son susceptibles de una alta moralidad, tomando esta palabra en el sentido de la
abnegación, consagración, sacrificio e imperio de la equidad. Actúan poderosamente bajo la
influencia de los sentimientos de gloria y honor, patria y religión, que en muchos casos
moralizan a personas que individualmente no movían su espíritu bajo tales virtudes. Pero es de
advertir que la moral de las multitudes es inconsciente, pues si en las distintas épocas de la
historia ellas hubieran razonado alguna vez, la humanidad no se habría perfeccionado movida
por las corrientes de la civilización.
13.Aplicación de los conocimientos deducidos del estudio de las multitudes a la
conducción de la guerra.
Para analizar esta cuestión y sacar las enseñanzas correspondientes hay que
considerarlas en los dos aspectos siguientes:
- Los movimientos de la multitud (militar o civil).
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La personalidad de los jefes y de los conductores o caudillos.
Es de gran importancia conocer el movimiento de la multitud, principalmente al
comienzo de la guerra, porque este es el período en que se manifiestan con mayor intensidad las
características fundamentales de la sicología de las multitudes, tales como el fanatismo, el
desaliento irracional, el amor por lo inverosímil, la tendencia a creer noticias falsas.
A causa de su impulsibilidad, de su versatilidad y de su irritabilidad, las multitudes son
muy sensibles a las excitaciones exteriores, aunque estas cambien continuamente, Las
impulsiones cobran un valor tan imperioso, que son capaces de anular el interés personal. Las
multitudes desean una cosa con frenesí, pero ese deseo no les dura mucho, porque son incapaces
de reflexionar y de voluntad duradera. En los sentimientos de las multitudes no entra en
juego la premeditación. Su impresionabilidad varía considerablemente según las razas; es vivaz
y momentánea, en los pueblos de temperamento nervioso o irreflexivo; poco permeable en los
temperamentos flemáticos.
Por la sugestionabilidad y la credulidad de que están animadas, las multitudes
orientan con gran rapidez sus sentimientos en una dirección determinada y creen cuanto se les
expresa, sin someter nada a la crítica. Las leyendas y relatos más extravagantes se propagan en
su seno con vertiginosidad. En cuanto sus sentimientos, aceptan la primera deformación de los
hechos o de las ideas, son presa de la sugestión y el contacto mental, que les hace aceptar los
milagros y las alucinaciones que uno cualquiera les infunda.
Por la exageración y simplismo de sus sentimientos la multitud es inaccesible a las
medias tintas; su tendencia a exagerar está apoyada en la aprobación que encuentra por todas
partes por sugestión mutua. La simplicidad y la exageración anulan la duda y la incertidumbre.
La más leve suposición de antipatía se transforma inmediatamente en odio feroz. Conociendo
estas tendencias, los oradores populares siempre afirman, repiten y exageran sus ideas, sin
llegar a la demostración. Cuando los hombres actúan como multitud, tienen la impresión de
que la fuerza moral de cada uno se multiplicaba en proporciones colosales; por eso, cuando
las multitudes se sienten fuertes, creen que todas las maneras les asiste también el derecho,
que todo les es permitido y que nada les es imposible.
Para las multitudes no existe el sentimiento de la responsabilidad; por ello son
capaces de todos los excesos y de traducir en actos los deseos más absurdos. En cambio, la
responsabilidad individual del hombre que forma parte de una sociedad civilizada, no permite
dejarse llevar por los instintos.
Por su intolerancia y fanatismo, la multitud estima que las verdades o errores son
absolutos; y, consciente de su fuerza, trata de imponer sus tendencias. Por iguales motivos no
ama ni respeta sino actos de violencia, considerando la bondad como signo de debilidad. La
multitud sube muy alto en sus sentimientos o desciende muy bajo; pero no sucede lo mismo
en el campo de la intelectualidad. Al contrario, el espíritu militar que debe animar a un pueblo
libre, no se funda en la observancia de una fuerte disciplina pasiva que hace del hombre un
instrumento sin corazón y sin alma, sino de una disciplina activa, voluntariamente consentida
y soportada por la generalidad, gracias a la cual el soldado digno de este nombre acepta sin
murmurar la orden que recibe; por penosa que sea cumplirla, empleando todas sus fuerzas, su
energía y su inteligencia para alcanzar con la mayor perfección el objeto que se le ha asignado.
Con el servicio militar de corta duración, es más necesario que nunca desarrollar en la
nación el espíritu militar por medio de una fuerte educación, dada desde la infancia, porque el
secreto de la victoria reside hoy, precisamente, no en la perfección de los medios de destrucción,
sino en el temple de los combatientes. La confianza en sí no debe ser el sentimiento de
100
entusiasmo y de irreflexión de los ejércitos improvisados que, si puede durar, a veces, en el
peligro, es susceptible de desvanecerse rápidamente y de convertirse en un sentimiento contrario
que ve por donde quiera traición; la verdadera confianza en si es un sentimiento íntimo basado en
~l conocimiento exacto de su fuerza y que no se extingue en el momento de la prueba. Respecto
a la educación militar, hay un perfecto acuerdo en reconocer que hay muy poco de nuevo por
introducir al respecto, puesto que casi toda ella consiste en desarrollar los sentimientos que
deben anidarse en el alma de los jóvenes que concurren al servicio de las armas.
Es imprescindible que en el espíritu de los hombres penetren los principios de
cohesión, de solidaridad, de sumisión y de obediencia, y desarrollar en ellos el sentimiento
de la excelencia de las armas. Al respecto hay que precaverse contra la exageración y no
confundir la educación cívica con la educación moral militar, que sólo puede ser infundida
en las filas del ejército y que sin lugar a dudas, despierta virtudes y cualidades que son tan
necesarias al buen ciudadano como al buen trabajador y al buen soldado. La fuerza moral por
excelencia que debe desarrollarse en el ejército es la voluntad de vencer; voluntad que se
afirma por la tenacidad, el encarnizamiento y la renovación incesante de la lucha, aunque se
crea que esta será desfavorable. Jamás puede decirse que un ejército está vencido cuando
conserva esta voluntad de vencer, pudiendo afirmarse que una tropa sólo está vencida
cuando cree estarlo. "Quien no espera vencer ya está vencido".
La fuerza moral tiene una gran influencia sobre la actitud de las tropas en el combate. El
hombre habituado a las situaciones de guerra conserva su sangre fría en el peligro y tiene un
valor moral mucho más grande, puesto que sentirá dentro de sí el sentimiento de su fuerza y de
su confianza. Esta confianza da origen a la cohesión, y se desarrolla poco a poco en los
diferentes contactos de la vida en común que llevan los soldados y en los favores que se prestan
mutuamente, creando lazos de camaradería y de amistad que se incrementarán después en el
campo de batalla. Así va extendiéndose paulatinamente a las diferentes unidades formándose el
espíritu de cuerpo, una de las fuerzas morales de mayor importancia.
En campaña y en combate, es el espíritu de cuerpo una palanca poderosa en manos
de los Jefes que saben crearlo y sostenerlo. Su origen se remonta a la infancia de la humanidad,
al tiempo en que las familias se constituían y adoptaban para reconocerse, al mismo tiempo que
se formaba su unidad, signos y símbolos particulares. El grito de guerra de la tribu y del
regimiento, el pabellón y las insignias que servían a las legiones para reconocerse, tienen un
origen común. El espíritu de cuerpo provoca entre las unidades una emulación tan elevada que
durante todas las guerras, han permitido una gran cantidad de actos de heroísmo colectivo.
14.-
La Evolución y la Crisis de la Moral de las Tropas.
Cuando la guerra se prolonga cierto tiempo, se ha observado que se produce una
evolución fundamental de la moral de las tropas, aparte de las variaciones diarias que también
experimentan. Las tropas jóvenes son generalmente ardientes y llenas de sentimientos generosos;
pero no tienen experiencia del campo de batalla, ni noción del cúmulo de fatigas materiales y
morales que trae la vida de campaña. Son también muy valientes, pero muy impresionables,
estando sujetas a grandes entusiasmos o a grandes desfallecimientos y tratan de sufrir la
inexperiencia con el valor. Pero debe tenerse en cuenta que la guerra moderna no es eficaz esa
sustitución y que, por tal causa, se impone que el comando de esa clase de tropas, sea a la vez
firme, prudente y frío, debiendo vigilar muy de cerca las reacciones morales producidas por los
primeros combates, en los que deben ser empeñadas las tropas en las mejores condiciones.
El primer período de una campaña es generalmente corto, pues las realidades del
101
campo de batalla imponen una reacción inevitable, que es más o menos violenta según sea el
valor de los cuadros y de la tropa. Pasando el primer período, el soldado aprende; siente que
no puede alcanzar el éxito sino por medio de una combinación de esfuerzos y comienza a
preocuparse, a razonar fríamente y a juzgar a sus superiores. No se niega a arriesgar su vida,
pero le es necesario para ello tener probabilidades de triunfar o estar colocado en presencia
de un superior. Esta es también época en que se revelan los talentos y los caracteres. Es
entonces también cuando el resorte moral es potente, y a la vez se desarrolla y confirma el
sentido de la realidad, lo que autoriza al comando para ser audaz con tropas de buenas
condiciones morales. Pero, al correr del tiempo, el desgaste se acentúa; los mejores cementos
superiores y subalternos acaban por sucumbir, pues cada vez se vuelven más atentos y
desconfiados. El ejército se empobrece poco a poco y sobre su moral pesa el recuerdo de su
pasado desastre. Las operaciones sólo se hacen posibles gracias al apoyo de medios
materiales cada vez más numerosos, y a pesar de todos los resultados son escasos. De allí que
sea necesaria toda la experiencia y toda la energía de los Jefes para poder luchar contra el
desaliento que cunde y que, si no es detenido. puede comprometer los resultados de la guerra.
Durante una guerra, el estado moral de una tropa experimenta crisis tan pronto lentas
y profundas, como violentas y súbitas. Estas últimas asumen la forma de pánicos y se deben
principalmente a sorpresas o a amenazas súbitas de peligro. Pero una misma causa puede
producir efectos diferentes, tales como la fuga, seguida de la disolución de las fuerzas, o el
abandono repentino de una posición, para rehacerse más atrás y hacer frente de nuevo al
enemigo. La reacción ofrecida por una tropa a la sorpresa depende de su grado de entrenamiento
y de su experiencia en el campo de batalla. Aunque el Jefe tiene la obligación de ponerse a
cubierto de las sorpresas, estas no pueden ser evitadas por completo y es necesario,
paralelamente, fortificar la moral de la tropa y ponerla en condicionas de reaccionar
favorablemente a las causas del pánico. Para lograr este resultado, hay que vigilar en primer
término el estado moral de la tropa, fijándose en todo los indicios y siguiendo todas las
variaciones que puedan afectarlo. Esta tarea no es fácil, y al abordarla el Jefe debe desarrollar la
instrucción militar de la tropa y mejorarla constantemente, llegando en algunos casos hasta
recomenzarla desde 5u base, cosa que no es casi nunca del agrado de los soldados, pero sin que
esto sirva al Jefe de obstáculo para sus propósitos. Enseguida hay que proporcionar a la tropa la
mayor suma posible de comodidad en su alimentación, alojamiento, correo, vestuario,
distracciones y permisos, en la medida en que no es incompatible con las necesidades de las
operaciones y del servicio y que las circunstancias lo permitan.
Después viene el desarrollo de la camaradería, no sólo en el interior de cada Arma,
sino también entre las distintas Armas, Oficiales de Estado Mayor y las tropas; el espíritu de
justicia para distribuir las recompensas y las sanciones; el contacto personal del Jefe y la tropa, la
confianza del Jefe y el soldado, a quien siempre debe decir, sino toda la verdad, por lo menos
parte de ella, pero no engañarlo pues el hombre que se ve engañado pierde la fe en su superior.
15.-
El Valor del Material.
A los elementos puramente morales que caracterizan el valor de una tropa, hay que
agregar.- el del material de que dispone, pues la insuficiencia de medios materiales en el
campo de batalla no puede compensarse ni con la valentía de los soldados no con la
habilidad del Jefe, ya que no se lucha sólo con hombres. Este es un factor que aumenta la
confianza del soldado en sí mismo y en su Jefe, pues sólo cuando se tienen medios materiales
en abundancia pueden las distintas armas desarrollar la integridad de sus medios de fuego,
102
establecer transmisiones seguras, numerosas y cubiertas de importancia. De modo pues, que el
material tiene un valor que no debe despreciarse jamás; cuando una tropa dispone de el en la
cantidad necesaria, estimula su valor moral.
103
CAPITULO X
LA MORAL- EL EJERCITO MODERNO
1-
Concepto de la Nación en Armas.
La idea de nación en armas data desde tiempos remotos, habiendo sido aplicada con rara
perfección por los romanos. Desapareció en la Edad Media, con el feudalismo, para resucitar en
forma más precisa durante la Revolución Francesa; primero, bajo la forma de llamamientos
voluntarios, luego con los levantamientos en masa y por último con el sistema legal de
conscripción, adoptado hoy por la generalidad de los países. Fueron los prusianos los que
aplicaron con mayor éxito el método de la Nación en Armas desde principios del siglo pasado.
El criterio moderno de la Nación en Armas está consagrado entre nosotros por la Ley de
Servicio Militar, que establece las obligaciones militares para todos los ciudadanos válidos. El
valor de la Nación en Armas reside en el número de hombres educados militarmente, que
proporcionan una reserva de valor militar inapreciable. Tal consideración lleva a pensar en la
obligación que se presenta al Oficial de educar al soldado en forma que, al licenciarse, él sirve a
su vez de propagandista de las ideas de patriotismo, deber, disciplina y cohesión que han
adquirido en el Ejército; para generalizar en el seno de la ciudadanía esas ideas capitales en la
concepción de la defensa nacional. La colaboración que al respecto pueden prestar los
licenciados, se obtiene enseñándoles que deben contribuir por todos los medios a la instrucción
militar de los ciudadanos, cuando así lo dispongan las autoridades militares.
A pesar de todo, el sistema de la Nación en Armas tiene detractores que claman por el
Ejército profesional. Pero la historia les da el más profundo matiz, pues los ejércitos nacionales
siempre han vencido a los profesionales. Es posible vencer a un ejército, a un partido, a una
dinastía, pero a una Nación en Armas sólo se vence cuando ésta no quiere luchar.
El soldado ciudadano aporta al ejército, desde el punto de vista moral y físico, todo el
esplendor de la juventud, sus creencias y sus ilusiones; se entrega sin restricciones cuando se le
invoca el nombre sagrado de la patria y no pide al término de su servicio más recompensa que un
certificado de buena conducta. El profesional, en cambio, todo lo hace a base de cálculo,
combate cuando y como quiere, es escéptico e incapaz de sentir fuertes emociones patrióticas.
2.-
Instituciones Militares.
Las Instituciones Militares pueden ser consideradas como la piedra de toque del
patriotismo de un país y de los esfuerzos que está es capaz para sostener su rango en el concierto
de las naciones. Eminentemente transformables, varían según las épocas y las circunstancias; se
perfeccionan constantemente y alcanzan su apogeo durante los períodos que preceden o siguen
inmediatamente a las grandes crisis y los conflictos que sólo pueden ser resueltos por la guerra.
Por supuesto, no pueden tener vida sino cuando son compatibles con el carácter nacional y
cuando todos las aceptan como una necesidad ineluctable. Cada uno en su esfera debe trabajar en
su perfeccionamiento, y todas las autoridades deben prestarles su apoyo y su concurso. Sólo
cuando estas condiciones se cumplen, pueden dichas instituciones producir resultados que se
esperan de ellas el día del peligro, pues hay un principio militar eternamente verdadero, que
consiste en que nada se puede improvisar en la guerra, y que, cuando llegan las horas críticas
para un país, éste sólo puede cosechar el fruto de lo que ha sembrado durante la paz. La historia
no ha desmentido jamás este aforismo, que, por otra parte, es el mejor argumento que se puede
104
invocar en favor de la utilidad de las instituciones militares.
3.-
La Función del Ejército; Sus deberes y responsabilidades.
Una Nación es una colectividad humana dotada de personalidad, es decir, que tiene una
vida colectiva propia que es susceptible de pensar y d3 actuar como colectividad. En el estado
actual de la civilización, las naciones, para defender su vida o sus intereses, no pueden hacer uso
sino de la fuerza o de la astucia.
El órgano de la fuerza nacional de un país es el ejército, cuya función es la de preservar
la existencia de la nación y de poner la fuerza al servicio de sus ideales y objetivos.
Los objetivos de las naciones morales son también morales y buscan la justicia y la
humanidad. Los pueblos inferiores no conocen más satisfacción que la de sus apetitos, se recrean
en el abuso de la fuerza y creen encontrar la gloria en el desmembramiento o humillación de las
naciones vecinas, en el placer de demostrar su vigor anexándose porciones territoriales,
arrancándolas a Otros pueblos. Una nación puede emplear sus fuerzas, es decir su ejército tanto
para alcanzar un fin injusto e inhumano, como para lograr un objetivo digno y moral. Pero en
cualquiera de los casos, al ejército sólo le toca encargarse del acto de fuerza, sin entrar a analizar
si los organismos directivos se exceden en sus funciones y embarcan a la nación en empresas
injustas. El ejército entra en acción cuando se ha declarado la lucha; no actúa sino durante la
lucha y para luchar, cuand6 se ha cerrado toda discusión y está comprometida la vida nacional.
FI Ejército no tiene más que cumplir su función de organismo de fuerza los más perfectamente
posible, y su honor y su Ley moral consisten en hacer hasta lo imposible, para destruir al
adversario. En este momento termina el papel del Ejército. Corresponde a los órganos directivos
de la Nación usar de la victoria alcanzada con justicia y moderación, no abusar de ella para
satisfacer los apetitos brutales que inspiraron la guerra. El Ejército no es responsable de la
honorabilidad, ni de los móviles d3 la lucha, ni de la justicia y humanidad de las condiciones que
el vencedor impone al vencido. Así saldría de su papel y se sustituiría al organismo de dirección
causando los más graves desórdenes si pretendiera convertirse en juez de las intenciones de país
y de la lucha. Es al organismo directivo a quien corresponde desenvainar la espada y dar por
iniciado el combate. Cruzados los aceros, el Ejército debe servirse de la fuerza con vigor, destreza y coraje, con espíritu de completa abnegación hacia la Patria. En estas condiciones, su
honor queda a salvo aunque la lucha sea injusta o aunque la nación haga mal uso de la victoria
alcanzada. La nación confiere al Ejército el carácter mandatario para representarla en la lucha; le
entrega su bandera para que la haga flamear frente al enemigo y darle convicción de que la patria
siempre está presente en los combates y en el esfuerzo de sus hijos. Si el ejército rinde o abate su
Bandera, reconoce que entre sus débiles brazos se ha quebrantado la voluntad nacional y está a
merced del adversario.
Durante la lucha, el Ejército no tiene obligación para con el adversario; es el único juez
de su conducta y se inspira, únicamente, en su honor propio. Las consideraciones que guarda a
los seres indefensos no las tiene para congraciarse con el enemigo, sino porque lo imponen su
honor y el respeto de sí mismo. La razón de ser del Ejército, su papel natural, su Ley, la
condición esencial de su existencia, es que debe emplear en caso necesario con la máxima
energía, cualesquiera que sean los móviles que guían a la nación al entrar a la guerra. Es decir, la
función del Ejército consiste en un deber absoluto para la nación en todos los casos. La Ley
moral del Ejército en la guerra es el honor militar colectivo que constituye el secreto de sus
fuerzas y le da confianza para hacer los esfuerzos necesarios al cumplimiento de su función
nacional. Los sentimientos que dan esta seguridad son: Consagración absoluta a la nación, coraje
105
y respeto de sí mismo. Estos sentimientos forman el Honor Nacional, única Ley moral que
admite el empleo de la fuerza.
4.-
El Ejército y su Estructura Orgánica.
El Ejército funciona por la cooperación activa de todos sus elementos colectivos e
individuales, movidos por la fuerza moral que se llama deber profesional. El deber militar tiene
su origen en el deber ideal y en los más nobles sentimientos del alma humana. Pero a fin de que
el cumplimiento de ese deber tenga utilidad, es necesario que tenga una estructura orgánica, que
se preste a la transmisión de las ideas e impulsiones necesarias, y que el deber pueda expresarse
bajo una forma positiva, apropiada al espíritu y a la constitución material del Ejército. La
organización que permite a la masa pasar del deber a la acción consiste en la Jerarquía, cuyo
funcionamiento descansa en el principio de la subordinación.
La forma en que el Ejército cumple su deber, es por medio de la disciplina. El concepto
ideal del deber nacional tiene una gran importancia de por sí, pero como su cumplimiento está
confiado a una gran colectividad, es menester dar a esta una organización y presentarle la idea
del deber en forma práctica y accesible, que no quede en estado de una fuerza lenta, vaga, difusa
y absolutamente ineficaz. Por con siguiente, la disciplina no es sino el deber militar hecho
práctico en el Ejército bajo la forma jerárquica necesaria y expresado en reglas positivas cuyo
cumplimiento esta garantizado con las respectivas sanciones.
Jerarquía y Subordinación son dos términos solidarios, puesto que la primera
organización formal del Ejército que permite la transmisión de las impulsiones desde el
Comando hasta sus más pequeñas ramificaciones, y la segunda denota el principio que asegura el
cumplimiento de la transmisión. Por consiguiente, la frase subordinación jerárquica expresa el
concepto definido de la organización militar.
La subordinación se traduce en autoridad del superior para mandar y en sumisión del
inferior para obedecer. Todo acto jerárquico es un acto de subordinación que a su vez comprende
una acción de mando y otra de obediencia. La misión del Ejército puede expresarse del modo
siguiente:
La nación es un ser orgánico colectivo con personalidad propia y no una suma de
individuos. En el cuerpo nacional existen varios órganos para llenar distintas funciones, siendo el
Ejército el encargado de la lucha armada; y como esta es esencial para la nación, tiene para el
ejército y para cada uno de sus componentes el carácter de un deber absoluto, el ejército no es
responsable sino del acto de fuerza propiamente dicho, y no de los móviles o consecuencias de la
guerra; su papel consiste en habérselas con el adversario; su única obligación, su única Ley
moral durante la lucha, es su propio honor, es decir El Honor Nacional.
El Ejército es una colectividad orgánica, porque en el estado de masa inorgánica no
podría llenar su papel. Su organización es una estructura jerárquica en el cual la autoridad y la
función se subdividen en ramas subordinadas cada vez más pequeñas. En esta organización
vertebrada toca a la masa ejecutar el acto de fuerza. En cada rama funciona un organismo
jerárquico que debe transmitir sus propias impulsiones a las ramas subordinadas; ya sea por
acción propia y espontánea motivada por el conocimiento que tiene de su función, o bien por la
impulsión que recibe de su superior. Es claro que, si los elementos subordinados son de escaso
valor, precisa la acción continua y persistente del superior. A la inversa, cuando los elementos
individuales conocen su función a cabalidad, esta degenera y se vuelve importante cuando los
superiores, por su continua intervención, los reduce a meros instrumentos de transmisión.
Si el comando actúa bajo la inspiración del deber común, llena cumplidamente su
función; pero si procede movido por otra idea, su misión se perturba y falsea; en resumen, el
Ejército tiene el deber absoluto de estar listo para la guerra y no puede negarse a cumplirlo sin
106
traicionar a la nación. Por consiguiente, cada uno de los elementos que lo integran tiene el deber
de asegurar sus funciones en el límite de sus atribuciones. El cumplimiento del deber según el
grado de la jerarquía puede asumir la forma de un comando o de una obediencia. Pero en ambos
casos está caracterizado por la acción personal, inmediata y espontánea de los elementos
subordinados. Estos factores son desiguales en alcance y en consecuencia, y sin embargo son
idénticos en su origen, naturaleza y dignidad. Saber obedecer y saber mandar, son indispensables
en todos los escalones de la jerarquía. La función general del Ejército se cumple repartiéndola en
misiones colectivas o individuales, proporcionadas al grado de cada uno. El cumplimiento de la
misión individual es una obligación moral que se manifiesta bajo dos aspectos: La obligación de
mandar y la obligación de obedecer. Ambas son manifestaciones casi idénticas del deber militar.
En efecto, comandar es proceder bajo la inspiración directa de los principios,
interpretados por la voz del Jefe. La diferencia entre los dos conceptos es apenas sensible si se
considera cada uno de los actos en si; y sólo se acentúa en la aplicación a casos concretos, en que
el Jefe tiene el justificado derecho y el obligado deber de velar porque prevalezca una
interpretación personal de los principios que norman la conducta de todos. Sin embargo, tiene
que mantenerse dentro de los límites de su función orgánica y no usurpar la de su inferior.
Para que el organismo militar funcione es indispensable cumplir la obligación de
obedecer y de mandar. Retroceder delante de un acto de mando por cuestiones de orden personal,
es tan denigrante como esquivar un acto de obediencia. La subordinación no sólo implica
obediencia, sino que establece la c9laboración entre el superior y el inferior; esto es, la
coordinación jerarquizada de los deberes particulares en que se divide el deber común, tanto de
arriba hacia abajo como inversamente. Al Jefe y al subordinado se les llama superior o inferior
porque la jerarquía es una escala que asciende de grado en grado. Pero como la fatuidad personal
es uno de los mayores enemigos del deber militar, es necesario no olvidar que los inferiores
jerárquicos no son seres inferiores; que cada uno obedece al mandar y manda al obedecer; que el
valor profesional de un militar no se mide por la función que desempeña, sino por la manera de
cumplirla; que la obediencia en muchos casos es mayor al mando, y que la obediencia, el mando,
la sumisión y la autoridad, son una misma función bajo aspectos ligeramente distintos.
6.-
El Ejército y el Servicio Militar Obligatorio.
La realización del concepto de la Nación en Armas ha sido posible adoptando el
Servicio Militar Obligatorio para todos los ciudadanos válidos. Dicho servicio es la cristalización
más pura de los principios democráticos, porque coloca a todos en igualdad de derechos y
deberes para con la patria. EI Servicio Militar Obligatorio no debe ser considerado como una
carga pesada, sino como el cumplimiento del deber cívico que obliga al venezolano a rendir su
vida y sus intereses en aras de la defensa nacional.
La principal finalidad del servicio militar obligatorio, desde el punto de vista moral,
consiste en dar mayor homogeneidad al Ejército y mayor solidez a las reservas. El ejército,
formado sobre la base del servicio militar obligatorio, sobre todo cuando a sus filas llega el
mayor número posible de jóvenes, representa verdaderamente el espíritu del país. De éste saca
todos los recursos que le son necesarios para mantener sus efectivos, desarrollar su instrucción y
asegurar la preparación moral y material de la guerra. No se concibe, pues, la existencia del
ejército sino como una necesidad nacional.
Para constituir el armonioso conjunto de la colectividad militar que forma el ejército, el
servicio militar obligatorio pone a su disposición al joven recluta cuando apenas ha salido de la
adolescencia y está calificado por la maleabilidad de su carácter. Al terminar la pubertad existe
107
un momento crítico fatal para las inteligencias precoces y los espíritus muy sensibles, mientras
que el cambio es favorable para ciertos temperamentos juzgados mediocres, a los otros no les
falta sino un campo propicio para desarrollarlo. Los reclutas experimentan al salir de esa crisis y
al iniciarse en la vida militar, un cambio rápido y prematuro en su fisiología general La vida en
el Ejército, por la naturaleza de sus doctrinas y por la sugestión de los ejemplos, dará forma a la
dúctil arcilla que tiene a su disposición y la someterá a formas determinadas en el molde rígido
que a todos sirve de patrón, igualándolos de tal manera que sería difícil encontrarle paralelo en
otras profesiones o manifestaciones de carácter social. Sometidos a un mismo plan, los reclutas
de las diversas capas sociales, van acercándose y fusionándose en un conjunto armónico, que a
su vez se traduce en un afianzamiento de la democracia.
Al pasar por el servicio militar los jóvenes reciben una educación basada en el más
riguroso concepto de patriotismo, dignidad y energía. Su cuerpo y su espíritu,
mancomunadamente, se harán vigorosos al adaptarse a la vida militar y por la virtud
m6ralizadora de una disciplina/determinada y bien conducida que, a la vez que difunde
sentimientos nobles como el cumplimiento del deber hasta el sacrificio, crea hábitos plausibles
como l~ puntualidad, la higiene y la economía. Al dejar el Ejército, el adolescente regresa
humanizado y susceptible de poner en luego todas las aptitudes que antes sólo poseía en
potencia, entrando todavía joven en la madurez de la vida, habiéndose convertido de golpe en
soldado y en hombre, aportando al seno de la masa popular una vivificación de las energías
morales ciudadanas, que se afirma entonces con más énfasis porque lo aprendió por los reclutas
durante su vida militar tiene caracteres perdurables.
Por supuesto, la homogeneidad y la mayor solidez de las reservas alcanzan su máxima
expresión cuando pasa bajo banderas la totalidad la población masculina, prestando el servicio
activo por el tiempo fijado por la Ley y asistiendo a los períodos de llamamientos extraordinarios
las reservas. Tal cosa no sucede entre nosotros; de manera que, como se le ha visto, se impone
así la intensificación de la educación militar de los contingentes llamados a las filas, haciendo
más preponderante la acción de los Oficiales,
Al ser decretada la movilización, todos los hombres válidos, movilizables, reservistas y
territoriales, se convierten en soldados y abandonan su familia, profesiones e intereses, en
cumplimiento del mayor de los deberes cívicos; y al marchar a la frontera para defender los
intereses de la colectividad, tienen que pensar forzosamente en todo lo que dejan atrás de sí. Pero
en cumplimiento de tal sacrificio, el ciudadano convertido en soldado, pone mayor empeño y
abriga mayor fe en si, si cuenta con la eficiencia moral e intelectual del cuerpo de Oficiales. De
aquí nace la Obligación que estos tienen de desarrollar su propia instrucción técnica y de
alcanzar una gran autoridad moral.
7.-
Las Fuerzas Vivas que animan al Ejército.
El Ejército es un organismo viviente, cuyo núcleo central puede transmitir al conjunto
sus impulsiones determinantes en forma de órdenes directivas y expresiones de mando que hace
entrar en acción las fuerzas materiales que están en potencia en los distintos elementos del
cuerpo militar. Pero no es ésta la única condición que caracteriza al ejército como un organismo
viviente, puesto que así sólo podría funcionar como una máquina en tiempo de paz, no siendo
apto para los fines de la guerra. Para esto necesita también estar animado en todo tiempo y
poseer en cada parte del organismo energías propias diferentes de las transmisiones jerárquicas,
de las disposiciones superiores y de las otras expresiones o formas de comando. Dichas energías
son: La iniciativa, la actividad intelectual y moral, el honor individual y colectivo, el orgullo
108
profesional y del grado. y sobre todo, la conciencia del deber común.
Tampoco se deben confundir estas energías con la represión, que no sirve para asegurar
el buen funcionamiento del organismo militar, sino para restablecer el orden interrumpido y para
eliminar los elementos que perturban el regular desenvolvimiento del Ejército. Lo que hace de
este un organismo viviente, sano y robusto, es la colaboración que se prestan entre si sus
distintos componentes, en todos los grados de la jerarquía, animados por la conciencia del deber
común. La organización material y la dirección técnica o estratégica sirven para poner en acción
las fuerzas del Ejército, pero no para crear fuerzas morales y de acción, que son inherentes a las
masas. En un ejército desmoralizado, la organización no es sino una estructura frágil; la
estrategia y la técnica nada pueden hacer porque sólo las energías morales son capaces de acción
potente; el comando es una maquinaria que se disloca al primer choque. En un ejército así, todo
se desvía, se falsea y se pierde en la inercia, el egoísmo y los apetitos individuales. Si bien hay
casos en que es necesario una voluntad que desde lo alto obligue la realización de un acto
determinado, ello no quiere decir que el Jefe puede suponer que la obediencia y la subordinación
se le prestan los inferiores por temor a los medios coercitivos o de presión. Tampoco el
subalterno puede pensar que su deber se reduce a esperar y obedecer la impulsión autoritaria del
Jefe. En todos los escalones de la jerarquía, es la conciencia que tiene cada uno de los deberes y
atribuciones que le conciernen en la obra común, lo que mueve las voluntades y las inteligencias
individuales a actuar en el sentido indicado.
Y es principalmente el cuerpo de Oficiales, el elemento constitutivo que a manera de
reservorio de fuerzas vitales o de foco de vida del Ejército, está siempre latente en todos los
puntos del organismo militar. Cada Oficial tiene la misión de penetrar en la masa y hacerla
actuar en el sentido del deber general. Del valor del cuerpo de oficiales, de su cohesión y de su
conciencia cabal del deber, depende la fuerza vital del Ejército.
Esta fuerza vital no la crea la transmisión jerárquica de las ordenes superiores, pues así
le faltarían la necesaria inteligencia, iniciativa y consagración que deben animar la acción
militar. La solidez y la energía del comando sólo se concibe y asegura por el desarrollo de la
actividad intelectual y moral de los Oficiales, cuando se da a estos la ocasión y los medios de
ejercitar la actividad que les corresponde. Y es justamente en el campo de batalla donde esas
actividades se desenvuelven por excelencia, pudiendo afirmarse que ellas constituyen la esencia
misma del comando.
Sólo por medio de las energías locales repartidas dentro del Ejército, esto es, de los
Oficiales y clases, puede el Jefe actuar sobre unidades y hombres empeñados en el combate,
cuando, por la misma acción de los proyectiles enemigos, la tropa se disgrega y se excita en
escenas tumultuosas y los superiores caen, no siéndoles posible hacer frente a todos los
enemigos, a todos los peligros, dando órdenes en toda dirección. Es en estos momentos críticos
cuando el Oficial es el único hombre que sabe siempre donde está el deber común y el que está
en todas partes para mostrarlo a sus subordinados.
En todas las circunstancias de la guerra, es preciso que las acciones y reacciones del
ejército se produzcan inmediatamente, en contacto con el enemigo, por medio de la energía que
hay en potencia en el momento y lugar afectados. Dicha energía es la conciencia perfecta, clara y
activa del deber militar, que es menester ejercitar en todo tiempo para estar seguro de contar con
ella en el campo de batalla.
8.-
Comparación entre el soldado profesional y el soldado ciudadano.
Estableciendo un paralelo entre el Ejército de antes o profesional y el de hoy o nacional,
109
se nota la superioridad que este alcanza desde el punto de vista moral. En efecto, en el Ejército
profesional, los efectivos sólo alcanzaban el número indispensable para la defensa del país, en la
que sólo toma parte el Ejército activo y no se contaba para nada con las reservas. La nación no se
defendía por sí misma, sino que se hacia defender; el soldado era tenido por un ser que no
formaba parte del conglomerado social, pues al pasar el soldado largos años bajo banderas, se
creía que su calidad moral mejoraba a medida que olvidaba los nexos que lo unían a su familia y
a su profesión en la vida civil; se le consideraba más militar a medida que era menos ciudadano;
el soldado consideraba la vida militar no como un deber sino corno un oficio, haciéndosele la
vida de guarnición insoportable por la rutina de los ejercicios y la disciplina rigurosa a que estaba
sometido; anhelaba la guerra para salir de esa atmósfera deprimente; en la guerra demostraba
indiscutible valentía y desprecio del peligro; el soldado al licenciarse se convertía en un civil con
ideas de casta no compartidos por los suyos, estimando que había saldado la deuda con la nación
al terminar su servicio, pues ya no había disposición legal alguna para que se le llamara de nuevo
a filas.
En el Ejército nacional, los efectivos son siempre crecidos y no se estima jamás
exagerados, pues todos los ciudadanos válidos se convierten en soldados; para la defensa
nacional se cuenta ante todo con las reservas; la nación se ve así defendida por sí misma; el
soldado es tenido como un ser que forma parte de la sociedad nacional, pues durante su
permanencia en filas, que dura el tiempo indispensable no se le exige el olvido de los 5uyos, ni
de su profesión e intereses, considerándose antes bien, que estos factores contribuyen a
afianzarlo en el cumplimiento de sus deberes militares, convirtiéndose así en buen soldado, sin
dejar de ser ciudadano; el soldado, lejos de ser hombre de armas exclusivamente, pasa la mayor
parte de su vida dedicada a actividades profesionales civiles; en la guerra defiende a su país por
convicción, puesto que así ve defendida la familia y sus intereses; al ser licenciado del servicio
activo vuelve a asumir su papel en la sociedad civil, pero estando aún durante largos años a la
disposición de la nación para los períodos de instrucción, o en caso de movilización, pues
permanece siendo soldado en receso hasta el limite de edad fijado por la Ley.
9.-
Las Criticas de que es objeto el Ejército.
En toda época, y principalmente en la actualidad, escritores de tendencias avanzadas
han tratado y tratan de aminorar por toda clase de propaganda el prestigio del Ejército, calumnian
de manera especial al cuerpo de Oficiales, poniendo a estos en ridículo o fomentando en el país
la odiosa leyenda del Oficial abusivo, grosero, depravado, vicioso e inepto para toda concepción
de orden intelectual o moral.
Otra clase de escritores, más o menos bien informados pero sinceros, tratan con seriedad
ciertos asuntos relacionados con el Ejército, estudian detalladamente la vida militar señalan los
defectos de las leyes y reglamentos e indican los progresos que deben alcanzar las Instituciones
Militares del país. Sin embargo, muchos cometen el error de generalizar los ejemplos que
exponen, quitándoles el carácter particular que estos tienen y exagerando sus consecuencias.
Otros, en cambio, tienen en sus críticas un fondo de verdad que todo Oficial debe reconocer para
sacar provecho de sus observaciones y tratar de que desaparezca tal motivo de crítica o de
maledicencia contra el Ejército. En su encono contra todo lo que sea militar, muchos escritores y
propagandistas van hasta el extremo de negar la moralidad y el trabajo que reinan en los
cuarteles, expresando que el recluta entra a las filas ignorante, pero honesto; y que, al ser licenciado, permanece ignorante, pero se le ha corrompido en la ociosidad y los placeres, perdiendo
sus hábitos laboriosos y sus virtudes, principalmente su sobriedad.
110
Tales condiciones de inmoralidad pudieron haber prevalecido quizá en los antiguos
Ejércitos profesionales; pero no sucede hoy lo mismo. FI soldado actual permanece muy corto
tiempo en el servicio y ese tiempo lo tiene casi todo empleado en su instrucción militar y civil y
su educación adquiriendo hábitos de higiene, de orden, de elevación de sentimientos y
practicando las virtudes militares, que son la esencia del buen servicio en provecho de la patria.
Más aún; hasta su misma fatiga física producida por el trabajo pesado a que está sometido el
ejército moderno, hace que el soldado aproveche sus horas libres sólo en el descanso, que por
ningún motivo puede calificarse de ociosidad; y, si algunas ideas extrañas al buen servicio,
pueden acudir a su cerebro, ellas sólo se refieren, seguramente, recuerdo de sus seres queridos,
que él ha sabido abandonar en la casa, en la aldea o en la ciudad, para acudir al llamado de la
patria. Pero esas críticas, aún con ser perniciosas, no tienen el carácter demoledor de la prédica
antimilitarista propiamente dicha, que tiende unas veces a impulsar al soldado hacia la deserción
de las filas, en nombre de un ideal de paz que no está de acuerdo con las realidades nacionales de
cada país y llevan otras veces a propagar la falta de obediencias a los superiores. La propaganda
contra estos y contra la disciplina se hace antes de la entrada de los reclutas al ejercicio y aún
dentro de los mismos cuarteles; y aunque entre nosotros no ha producido gran efecto, es
necesario estar prevenidos para el futuro.
Las ideas antimilitares no sólo se extienden en el seno de las clases proletarias, sino
hasta en los círculos intelectuales, lo que se hace mucho más peligroso, pues estos son
generalmente hábiles propagandistas que explotan la ignorancia de las masas, haciendo perder a
los ciudadanos la noción de patria y alejándose del cumplimiento de los deberes que imponen su
defensa. Hay pensadores que predican la paz a toda costa y que es inútil que las naciones se
preparen para la guerra. Si bien es cierto que el mayor enemigo de la humanidad y de su propio
país es el demagogo de la guerra, también lo es que otro tanto puede decirse de los demagogos
de la paz. Cuando una nación o un individuo pueden trabajar por la paz, faltan al deber no
procediendo en tal sentido; pero si la guerra es necesaria y justa, el hombre y la nación que
vacilen en recurrir a ella, se hacen culpables de traición a sus propios derechos.
Los pacifistas ultraavanzados ven la paz en la supresión de la patria, en la renuncia al
ideal nacional y en repudio al servicio militar. Pero, ciudadanos de un país digno, proclaman con
orgullo que el patriotismo es un sentimiento tan natural y necesario como el amor a la familia.
Existen otros elementos antimilitaristas que, aún de naturaleza pasiva, tratan de impedir, como
los activos, que el Ejército llegue a adquirir las cualidades morales necesarias para alcanzar la
victoria; tales elementos pasivos, derrotistas se refugian en las clases adineradas y aristocráticas,
que ven en el Ejército la cristalización de la más pura democracia. A unos y a otros, sin embargo,
la ciudadanía debe oponer la valía inatacable de su patriotismo intenso, y el Oficial, en particular,
su espíritu de sacrificio en aras del deber.
111
CAPITULO XI
LA EDUCACION MORAL
1.-
Necesidad de la Educación Moral.
La instrucción más perfecta en cualquier rama de la actividad humana, y principalmente
en el Ejército, es incompleta si no marcha paralelamente o está basada en la educación
moral. Esta necesidad de la educación moral del soldado está contemplada en todos los
reglamentos vigentes y es tan vieja como la existencia de los ejércitos. En todo tiempo se ha
dicho que la fuerza moral está sobre la fuerza física; que la instrucción técnica del soldado no es
la más difícil de las tareas del Oficial; que las evoluciones y el manejo de armas que se enseñan
al recluta son muy necesarias, pero que no basta para convertirlo en soldado; que este se forma
por el sentimiento de la disciplina, el respeto a sus superiores, la confianza en sí mismo y en
sus camaradas y la emulación de las nobles acciones. La historia militar prueba que los
factores más importantes del éxito son los factores morales, tales como el sentimiento del
deber, el patriotismo y la confianza en los jefes y que la disciplina es eficaz en medio de los
peligros de la guerra.
El Ejército es la gran escuela del país, en cuyo seno los sucesivos contingentes
adquieren sentimientos de patriotismo, de disciplina y de honor. El ciudadano recibe en él una
educación viril que ejerce a la postré una gran influencia sobre sus destinos, elevando así el
nivel moral de los hombres y de la sociedad.
En el tiempo que el Oficial emplea en enseñar a los soldados el manejo de las armas, la
fortificación, el servicio interior, el de guarnición y otras materias, está seguramente bien
empleado; pero el tiempo consagrado a la educación moral, que hace nacer en el espíritu la idea
del sacrificio y de la abnegación, tiene una importancia que se mide por minutos pues la
principal misión del Oficial es el desarrollo de las fuerzas morales
Ante todo, el Oficial tiene que enseñar al soldado la razón del deber militar y el
porqué de la pesada obligación del deber militar en la paz, de los sacrificios que se le exigen
en campaña, de la necesidad de obediencia la disciplina y elevación de sentimientos de
patriotismo y solidaridad La importancia de esta labor crece a medida que disminuye la duración
del servicio y que el adelanto del país lleva al Ejército elemento más leídos o imbuidos de ideas
más o menos disolventes, pues el ciudadano de hoy quiere saber por qué debe arriesgar su vida
y obedecer a sus jefes, creyendo que le será más fácil cumplir estos deberes cuando conozca las
razones de su necesidad.
Otra causa que hace necesaria la educación moral es la diversidad de procedimientos de
combate, basados en el desarrollo de las fuerzas morales, individuales y colectivas, que obligan
al soldado, aislado y lejos de sus jefes a combatir forzando su propio instinto de conservación;
esto es reemplazando la cohesión física, constituida por las formaciones densas. de antes, con la
cohesión moral, que permite orientar las energías dispersas hacia el fin común. La educación
moral permite que el soldado encuentre en su patriotismo no sólo la inteligencia y la iniciativa
que reclama 1< guerra moderna, si no también la valentía y la voluntad para afrontar el peligro,
aún con riesgo de su vida. En Particular, en el soldado proveniente de los contingentes
campesinos, hay que desarrollar la conciencia del sacrificio y del heroísmo, el espíritu de
solidaridad, el sentimiento de ayuda sus conciudadanos como si se tratara de sí mismo, y que si
falta a s& deber, pone en peligro a la nación entera. Esta labor, de su yo difícil, corresponde por
112
igual a los padres de familia, a los maestros y a los oficiales El deber que tiene el Oficial es más
imperioso si se considera que las virtudes en que descansa la fuerza moral del Ejército y de la
nación, son combatidas por teorizantes ilusos que sueñan con la paz perpetua y predican
que el cumplimiento del Servicio Militar es una carga para el pueblo
2.-
Fundamento Moral dé la Educación en el sentimiento del Deber en General.
La idea del deber implica a la vez cierta concepción del bien y la conciencia de que
este bien es obligatorio.
El ser humano, vive, siente y piensa; considera un bien todo lo que hace la vida más
intensa, más amplia y más variada. El bien es real cuando lo perciben realmente las facultades,
Ejemplos: La salud, la amistad, la ciencia. El bien es ideal cuando sólo se le concibe por
analogía o generalización del bien real; Ejemplos: la inmortalidad, el amor infinito, la ciencia
absoluta. Cada vez que el hombre considera el bien, piensa simultáneamente en la necesidad y el
deber de cumplirlo. La idea del deber, desarrollada por la educación y la civilización, se
convierte en un sentimiento y en una inclinación.
La primera etapa en el individuo y en la colectividad a gobierna el instinto; viene luego
el imperio de la razón, la educación y civilización que transforman en hábito el cumplimiento
del deber. En cuanto a la voluntad, formada y desarrolla por la educación individual y
colectiva, se pone primero al servicio del instinto y sucesivamente al de la razón y la
inclinación al bien. Esta evolución del sentimiento del bien se transmite al individuo por medio
de la educación y a los pueblos por medio de la civilización.
El sentimiento del deber es una cuestión de orden social, porque no es posible concebir
al hombre aislado sino en relación con los demás seres de su misma especie, es decir, en
sociedad; y esta, para asegurarse las mejores condiciones de vida en común, ha establecido
sanciones para los que desconocen sus deberes o se resisten a cumplirlos. Hay preceptos de
moral que no figuran en leyes escritas, pero que no son menos obligatorios, como las costumbres
morales, para cuya infracción no existe pena Y esta falta de sanción es la que justamente da a
tales costumbres un carácter más elevado, que las coloca por encima de la legalidad.
Deberes del Hombre para consigo mismo.
Los deberes para consigo mismo tienden a la conservación y desarrollo físico,
intelectual y moral. El deber de conservar la vida obliga al hombre a conservar la higiene y
preservar la salud; a hacer su legítima defensa cuando la ve amenazada; a adquirir por el
trabajo lo necesario para la subsistencia. El hombre tiene el deber de desarrollar su razón,
que lo eleva por encima de los que carecen de ella. Una de las mejores maneras de cultivarla es
el estudio hecho con criterio de libre comprensión. pero sin espíritu presuntuoso; con sinceridad,
esto es, sin dejarse arrastrar por el sentimiento ni por el interés; con tolerancia para las ideas
ajenas; sin restricciones mentales que deforman la verdad.
Entre los deberes de sensibilidad se tiene la temperancia caracterizada por ser
equidistante entre el ascetismo y el abuso de los placeres, tan nocivo uno como el otro, pues el
primero es la negación de la naturaleza humana y el segundo, disminuye las energías físicas y
morales, es decir, animaliza al hombre. El ser humano tiene el deber de desarrollar constantemente su voluntad y ponerla al servicio del bien; es decir, de la razón y de las inclinaciones
generosas. La voluntad tiene una forma de abstención, que es la paciencia.
El valor militar tiene dos aspectos: paciencia para soportar las fatigas y privaciones, y
el esfuerzo que pone en juego toda actividad hasta el sacrificio.
113
El valor cívico es quizá más difícil porque procede de pr9pia inspiración y se pone de
manifiesto aisladamente. El valor moral consiste en sostener una opinión sincera a pesar de la
opinión general; o, lo que es más raro, en reconocer el propio error. La voluntad y el valor en
todas sus formas sólo valen por el objeto que inspiran, es decir, deben tener un móvil digno y
elevado.
El cumplimiento o incumplimiento de los deberes personales trae consigo
respectivamente, el desarrollo de las virtudes o los vicios sociales. Así, por ejemplo, el
alcoholismo (falta de temperancia) es un peligro social porque degenera la raza; el trabajo
propende al engrandecimiento económico del país. Esos mismos deberes guardan entre sí
estrechas relaciones de reciprocidad. Así, la temperancia implica el juego de la razón para
apreciar el buen camino y de la voluntad para resistir a las pasiones.
4.-
Deberes del Hombre para con sus semejantes.
El hombre tiene Deberes que cumplir respecto de sus semejantes por el sólo hecho de
que estos son hombres. Dichos deberes pueden clasificarse en dos grupos: los de Justicia y los de
Fraternidad. Los de justicia son más bien deberes de abstención y se basan en los sentimientos
que obligan a no hacer a otro lo que uno quiere que hagan consigo, o lo que es lo mismo, hay que
respetar en los otros lo que desea que le respeten. El respeto a la vida ajena es tan sagrado como
el de la propia. Si aquella está amenazada, hay que defenderla como si se tratara de uno mismo.
El respeto a la libertad condena la esclavitud y permite la intervención del Estado para reglar la
prestación de servicios. El respeto a la libertad moral se manifiesta por la tolerancia respecto al
pensamiento y la conciencia de los demás, así como por la modestia. El respeto a la propiedad
tiene un papel social irreemplazable, pues en el se basa la actividad humana.
La importancia de todos estos deberes de abstención es muy grande, porque regula la
vida social en todos los casos no previstos por la Ley, que deja así un ancho campo para el
ejercicio de la moralidad.
Mientras que los deberes de justicia son de abstención, los de Fraternidad tienen un
concepto imperativo; hay que hacer a los otros lo que se quiere que hagan con uno. La justicia no
es la virtud más meritoria, porque sólo consiste en el respeto de los derechos; mientras que la
Fraternidad resume el amor al prójimo. Si la justicia obliga a respetar la vida ajena, la fraternidad
impone salvarla aún a riesgo de la propia; si la justicia obliga a respetar los bienes de otro, la
fraternidad impone ayudarlo en caso necesario; si la justicia obliga a no engañar al prójimo, la
fraternidad impone enseñarle la verdad.
El deber de solidaridad es una combinación de justicia y fraternidad. Su primera
manifestación consiste en la dependencia recíproca de todos los elementos constituyentes de un
organismo moral, La solidaridad humana se exterioriza económica, física e intelectualmente.
Desde el punto de vista económico, todos los hombres son tributarios unos de otros al producirse
el intercambio de productos, lo que es la dependencia en el espacio; y las generaciones actuales
se benefician con los capitales acumulados por las anteriores, o sea la dependencia en el tiempo.
Físicamente, hay contagio de enfermedades, transmisión hereditaria de los rasgos fisionómicos,
de la piel, de las tareas, etc. Intelectualmente, hay intercambio de ideas, acumulación de
conquistas científicas a través del tiempo y transmisión hereditaria de las tendencias
intelectuales. El hombre es solidario de sus semejantes y de la sociedad en que vive por las
ventajas de que goza por las leyes que lo protegen; es necesario, por tanto, que cada uno, con
buena voluntad, reconozca sus deberes de asociado.
114
5.-
Deberes para con las Colectividades.
Las colectividades tienen por objeto mejorar las condiciones de existencia de sus
componentes. Formadas al principio por tendencias instintivas, se perfeccionan luego por el
raciocinio penetrando en ellas el concepto del deber; y por último, el sentimiento cohesión a los
miembros y forman con ellos un verdadero cuerpo social. Los deberes que el hombre tiene para
con las colectividades son de dos clases: las que se refieren a los individuos miembros de la
misma colectividad, y los que se relacionan con las condiciones de existencia y conservación de
la colectividad considerada como personalidad moral.
Respecto de los deberes para con los demás miembros de la colectividad, son los
mismos de que ya he hablado; esto es, los de justicia, fraternidad y solidaridad; pero en este caso
son más precisos e imperiosos. El hombre moral comprende teóricamente que sus iguales
necesitan gozar de la mayor suma de bienestar y reconoce que debe a sus antecesores gran parte
de la libertad, civilización y comodidades que disfruta. Estos conceptos dan una idea clara sobre
el deber de ayuda mutua que tiene para con su coheredero en la unidad material, intelectual y
moral que es la patria.
Pero no basta al hombre tener noción clara de los deberes para con la colectividad; es
indispensable que haga lo posible para llevarlos a la práctica, estando listos para cumplirlos en
todo momento. A cada paso se le presentan ocasiones para hacerlo, ya sea que se trate de los
miembros de la familia, de la patria o de otras colectividades de que forma parte.
No es necesario establecer una escala jerárquica para cumplir los deberes con las
colectividades, ni cultivarlos exquisitamente en particular: todo hombre que ha comprendido sus
deberes de fraternidad, justicia y solidaridad, los llenará en toda constancia y bajo cualquier
forma que se le presenten; el buen hijo será buen ciudadano y lo será en la forma más amplia de
la palabra. Podría decirse que, de manera general, son siempre los mismos individuos los que
cumplen sus deberes, y siempre los mismos, también, quienes no los cumplen. Los deberes para
con la colectividad considerada como persona moral consisten, según la constitución de dicha
colectividad en salvaguardar la existencia de esta. La humanidad, considerada totalmente, no es
una persona moral puesto que su constitución no esta ajustada a ninguna regla, ni lo estará
nunca; no tiene necesidades propias y especificas, y no se puede concebir una personalidad
moral sin relaciones externas. Por consiguiente, el hombre no tiene deberes para con la
humanidad considerada como, persona moral: sólo tiene deberes para con todo ser humano.
Entre todas las colectividades que constituyen persona moral, la familia y la patria tienen un
carácter más personal y vital.
La familia desempeña un papel social civilizador; asegura el crecimiento de la raza y
la educación de los hijos, por medio de la cual transmite a estos la riqueza intelectual y moral de
las generaciones precedentes; es la base de la solidaridad hereditaria, y permite la civilización y
el progreso de la humanidad por medio del adelanto individual.
La organización civil de la familia la protege contra aquellos cuya educación moral es
insuficiente; es necesario, por lo tanto, respetar las leyes que la rigen que, en suma, no tienen
más objeto que consagrar una evolución que quizás es contraria al instinto físico, pero que está
conforme con el progreso de la humanidad y que es susceptible de aumentar por la educación
moral. Así, son respetables las leyes que establecen la monogamia y el matrimonio, pues hacen
de la familia un organismo educador por excelencia, valiéndose de la razón; dando origen a
efectos más puros e imperecederos, desarrollando los sentimientos que constituyen la verdadera
célula social.
115
6.-
Deberes para con la Patria.
Como la familia, la nación constituida tiene una influencia capital sobre el progreso y
sobre la continuidad en la elección de lo mejor; en consecuencia, es indispensable en la
educación de la humanidad. La historia enseña como se constituyen las naciones y la
multiplicidad y diversidad de circunstancias en que se ejecuta la aproximación y agrupación de
los individuos y de las familias, tales como condiciones geográficas, comunidad de raza, de
idioma, de religión, de costumbres y de intereses, que crean una solidaridad más definida y más
imperiosa. Pero lo que constituye la verdadera cohesión de todos estos elementos es la
comunidad de sentimientos y de voluntades que da a la patria la organización del Estado, pues
este le confiere una personalidad, gracias a la cual las generaciones venideras se enlazan con las
que pasaron, aprovechan de sus trabajos, sufren sus errores, continúan sus proyectos y terminan
las reformas proyectadas. Todo esto forma la tradición nacional, lazo consistente entre los
ciudadanos, independientes de la constitución política, que hace de la patria una personalidad
original que se desarrolla y se afirma en toda circunstancia. Cada nación así constituida
comprende la vida a su manera, busca el progreso en el sentido que se adapta a su propio carácter
y aprovecha él progreso alcanzado por otras naciones. Así, cada una aporta su contribución al
adelanto general de la humanidad, que se beneficia con la diversidad de actividades, con la
emulación que impulsa todos los esfuerzos. Pero la patria exige numerosos deberes, tales como
el respeto a las ~<~yes, la defensa nacional, la contribución a los gastos públicos, el sufragio, etc.
El respeto y obediencia a las leyes es un deber esencial cuyo abandono conduce a la
anarquía y la destrucción nacional; no se puede considerar; siquiera, si la Ley es justa o
injusta, porque por perfecta que sea, siempre es susceptible de ser considerada mala por un
individuo o grupo de individuos; es necesario admitir la legalidad en conjunto, sin distinción de
ninguna especie, puesto que las leyes son la expresión de la voluntad nacional, principalmente en
los países democráticos.
Las naciones son indispensables al progreso; cada una tiene su carácter propio, y
además, deberes y derechos con relación a las demás tales como son los de conservación, justicia
y fraternidad. Para cumplir esos deberes y ejercer esos derechos, es natural que toda nación exija
el concurso de todos los ciudadanos que aprovechan sus instituciones. Esta es una carga táctica
que asume cada ciudadano sin compromiso previo, por el sólo hecho de su nacimiento. La
existencia nacional impone que este contrato no esté sujeto a la voluntad explícita de los
contratantes. En fin, en una democracia, en la que cada ciudadano goza de los derechos esenciales del hombre, esa obligación asume mayores proporciones por la fusión absoluta que en
todos produce el sentimiento de la dignidad de la patria es la dignidad del ciudadano. Esto es lo
que dicta la razón, pero se hace mucho más comprensible y más profundo cuando en su
consideración interviene también el patriotismo, que es el lenguaje del sentimiento.
El patriotismo es un hecho que nadie puede negar; que anima a todos, aún a los que
pretenden que no es necesario para llevar la vida con dignidad. En efecto, cada hombre ama
instintivamente a su patria, simplemente porque es suya. Pero no todos ponen en el patriotismo la
misma fuerza de actividad y de sacrificio, variando, en muchos casos, su intensidad según las
características de la época.
El amor a la patria no se traduce forzosamente por el odio hacia las otras naciones,
como algunos pretenden. El verdadero patriotismo no consiste en la suma de odios, de
prejuicios y de antipatías por otros pueblos. Consiste, al contrario, en todas las verdades, las
facultades y derechos que cada pueblo mantiene como su patrimonio espiritual o material; en el
116
ansia constante de superación en todos los órdenes de la vida; en el orgullo de tener una
tradición y una historia que denotan la grandeza de alma de los antepasados; en la firme
voluntad de hacer todo esfuerzo por conservar el patrimonio nacional y por impulsar todas las
fuerzas que tienden al engrandecimiento del país que nos da la vida, la cultura y los pliegues
protectores de su bandera. La defensa nacional se apoya en el raciocinio y en el sentimiento, que
se funden en un profundo, intenso e inextinguible amor por la patria. Este amor es la finalidad
suprema de la educación moral y exige grandes sacrificios, puesto que durante la paz obliga a
sacrificar intereses con la prestación del servicio militar, y, durante la guerra, impone el
sacrificio de la vida misma.
117
CAPITULO XII
EDUCACION E INSTRUCCION MILITARES
1.-
La educación, la Instrucción y el Entrenamiento Militares son inseparables.
La educación militar es una cuestión integral y no es lógico dividirla en partes que
parecen no tener relación entre sí, cuando en realidad se compenetran y reaccionan
constantemente unas sobre otras. Hay quienes consideran la educación física desligada por
completo de la educación intelectual y se imaginan que ésta nada tiene que ver con la educación
moral. En casi todos los programas de instrucción se ve que estas cuestiones se separan y se les
consagra horas diferentes, olvidando que, principalmente, la educación moral es de necesidad
permanente y por tanto inseparable de cualquier actividad militar. El entrenamiento del soldado
debe dirigirse a la voluntad y a los músculos, para desarrollar al mismo tiempo el vigor moral y
la resistencia física. Así, las formas particulares de la voluntad que se llaman la resistencia a la
fatiga y el desprecio al peligro, se adquieren gracias al entrenamiento físico al desafiar la
intemperie, dormir sobre el suelo duro, hacer largos recorridos, producir en el organismo
esfuerzos violentos y continuos, adquirir el dominio del cuerpo por medio de la voluntad.
La educación, la instrucción y el entrenamiento son, pues, el resultado del trabajo diario
y están ligados entre sí, pues hasta en los más simples ejercicios se presentan ocasiones de
señalar al soldado la necesidad del coraje, del esfuerzo y de la disciplina. La camaradería, la
consagración al deber y el sacrificio, se ponen en práctica principalmente en la instrucción de
combate, porque si así no acontece, se trabaja en el vacío.
El Oficial debe poner en juego todos sus recursos profesionales para que en cualquier
ejercicio, en cualquier academia, en cualquier acto, ya sea en el cuartel o fuera de éste, relacione
los problemas exclusivamente técnicos con los esencialmente morales, siempre con la idea fija
de formar soldados inteligentes y enérgicos, capaces hasta de reemplazar a sus superiores en caso
de que estos caigan en el campo de Batalla. La buena instrucción de las tropas es el mejor medio
de inculcarles la voluntad de vencer. Sólo los espíritus superficiales no conciben que todo acto
rutinario o de servicio puede ser aprovechado para educar mejor al soldado. Precisamente, la
educación de la tropa es más fructífera cuando se hace objetivamente que cuando se realiza en
forma de teorías sujetas a un horario fijo.
La instrucción técnica tiene un objetivo material inmediato que debe ser verificado por
la animación que incita al soldado a afrontar las pruebas y peligros de la guerra. El hombre debe
comprender que todas las enseñanzas y procedimientos de instrucción son necesarios para la
guerra y forman un conjunto del cual no puede separarse ninguna de las partes.
2.-
Factores morales de la victoria - El valor y sus elementos.
La victoria es el ideal supremo y la principal razón de ser de los ejércitos. Para obtenerla
es preciso hacer converger todos los esfuerzos morales, intelectuales y materiales; obligar al
enemigo a abandonar la lucha; la victoria consiste, pues, en conservar el propio valor y en
destruir el del adversario. Para el Oficial, la victoria consiste en conservar su valentía personal,
mantener y exaltar la de sus subordinados y abatir la del enemigo. El hombre considera la vida
como un bien precioso pero hay circunstancias en que obedeciendo a impulsos ancestrales
superiores al instinto de conservación la sacrifica voluntariamente. La condición fundamental
para tener éxito en la guerra, es que esté animado el soldado de esa cualidad fundamental que es
118
el valor, que puede definirse diciendo que es la facultad de actuar con energía moral, intelectual
y física, a pesar de la influencia depresiva del miedo, del sufrimiento y de la fatiga, despreciando
la muerte en pos de un ideal. El desarrollo de este ideal condensado en un sublime amor a la
patria, y el entrenamiento con el menosprecio a la muerte, constituyen la base de la educación
militar en los ejércitos.
Mientras que el miedo es un fenómeno natural y una manifestación del instinto de
conservación individual, el valor es por el contrario una fuerza moral que puede adquirirse con el
entrenamiento, siendo propiamente una manifestación del instinto de conservación social.
El sentimiento que da más valor al corazón del soldado es el patriotismo; el campo
donde lo desarrolla es el de batalla. Sin embargo, se hace también labor educativa al instruir,
porque pone en juego la voluntad, la energía y otras facultades que perfeccionan el espíritu. Por
otra parte, todo hombre que quiere ser útil a la patria, necesita instrucción complementada con
educación. La educación tiene muchos puntos de contacto con la instrucción, pero no llegan a
confundirse. La instrucción esta dirigida al cerebro, mientras que la educación debe llegar al
corazón, al alma, para despertarla y moverla por ideas nobles y elevadas.
3.-
Principios Fundamentales de la Educación Militar.
Como las guerras han probado que los Jefes y la tropa valen únicamente por su carácter,
la educación militar debe tener por norte el desarrollo del carácter. Es necesario entender por
carácter no sólo las condiciones propias o innatas del hombre, sino también el conjunto de
hábitos que las han desarrollado o modificado, es decir, que el carácter pone de manifiesto el
espíritu tal como es. Los principales elementos que definen el carácter son: La atención, la
reflexión, el juicio, la iniciativa, la disciplina, la perseverancia y la voluntad. Ninguna de estas
cualidades se adquiere por el estudio ni por consideraciones especulativas; es necesario tener
facultades para ello y ejercitarías constantemente, así como se ejercitan los músculos para tener o
adquirir agilidad corporal. Así como un individuo no podría volverse músico o pintor con sólo
aprender de memoria el curso de la armonía y el color, tampoco se puede adquirir la educación
militar con recitaciones orales, vagas y faltas de vida. Para toda educación, el principio
fundamental consiste en aprender y repetir correctamente la respectiva materia hasta ejecutarla
con perfección. La repetición crea reflejos y sólo cuando el trabajo se hace consciente, se puede
confiar en que se poseen los conocimientos necesarios. A esta regla no escapa siquiera la
formación intelectual del individuo.
La voluntad, la perseverancia y la iniciativa no surgen del raciocinio abstracto, ni se
aprenden en los libros. Sólo se adquiere y se desarrolla a fuerza de hábito, escapando por
completo a la influencia del raciocinio. El esfuerzo y sobre todo el esfuerzo perseverante,
constituye la base de toda educación. El ejército es un maravilloso agente de mejoramiento
nacional que permite, simultáneamente, desarrollar el gusto por la fuerza física y por la higiene;
la sangre fría, la voluntad y el juicio; la solidaridad y la disciplina a condición de que el Oficial
no olvide jamás que la educación que tiene que dar a su tropa debe ser absolutamente práctica.
Y, bien o mal, el Oficial educador siempre deja impresa la huella de su personalidad, de
suyo, en los hombres que tiene a su cargo. Los soldados adquieren siempre la rectitud, la energía
moral y las convicciones del Oficial que los guía; pero también adquiere los defectos o malas
costumbres de su superior. Por consiguiente, como el Oficial puede elegir a voluntad las virtudes
que debe transmitir a sus subordinados, es necesario que éste se encuentre animado por el deseo
de desechar toda debilidad, por el ansia de superarse, de estar contento de sí mismo, de tener fe
en sus fuerzas morales o en sus aptitudes.
119
4.-
El problema actual de la educación moral del soldado.
El problema de la educación de la tropa impone al Oficial convertirse en buen instructor
y educador, siendo esto último lo más difícil, principalmente, si se tiene en cuenta la evolución
social de los últimos años.
En vez de lamentarse inútilmente ante la disminución de autoridad que hoy sufre, de
oponer diques ante las nuevas corrientes y de consolidar barreras del pasado para detener la ola
de individualismo que arrasa al mundo, es mejor que el Oficial haga un serio examen de
conciencia y se apreste a cambiar sus métodos de educación, tratando de conocer a los jóvenes
reclutas, juzgados a veces por las apariencias y con precipitación. Quizá conociéndolos mejor, el
Oficial puede encontrar muy pronto el remedio a los males de que son víctimas.
Las condiciones de vida, tanto en la familia como en la nación, han cambiado, mientras
que los métodos educativos permanecen inalterables. Hay ahora una crisis de autoridad que
presenta un doble aspecto, a saber:
Individualismo y aversión a la autoridad, que se manifiestan por horror a los
reglamentos y desconfianza en los Jefes; y por otra parte, profundo apego al orden y a la
imposición de autoridad. Hay que conciliar, por lo tanto, estos aspectos tan divergentes y darles
en conjunto una orientación que marque rumbos al verdadero educador.
La autoridad proviene del desarrollo de la facultad analítica del hombre que ha
comenzado por sacudir el polvo a los viejos dioses protectores de la disciplina. En algunas partes
se ha perdido mucho el respeto y se ha introducido la costumbre de decir No. Ante hechos tan
fehacientes, todo educador debe buscar las causas naturales y combatirlas con todas sus fuerzas.
Jóvenes no controlados por sus padres en sus tendencias y costumbres, que no han
conocido la mano firme para corregir sus primeros desvíos; que muchas veces a muy corta edad
han asumido las obligaciones de Jefes de familia; que han tenido malos ejemplos; que están animados de ciertos sentimientos de superioridad sobre la generación precedente, se rebelan a
someterse al rigor de la disciplina militar y gozan al demostrar que ya no son como los buenos
muchachos de antes; en una palabra, tratan de quebrantar la autoridad de los superiores. Si se
estableciera cierta intimidad permisible y cierta comunidad de sentimientos entre el Oficial y los
hombres que están bajo sus órdenes, se podría obtener de estos la lealtad en todas sus acciones.
Así seria fructífera la educación, porque el soldado comprendería que el Oficial y los clases no
actúan sin razones y quieren realmente su bienestar y la gloria y progreso de la nación. En estos
términos, es necesaria la confianza y el Oficial debe inspirarla. Al efecto, es de advertir que
muchas veces el recluta estima que no se confía en él, se siente herido al ver que se le quiere
conducir sin conocerlo y comienza a rebelarse interiormente: este es el primer aspecto de la crisis
de la autoridad.
El segundo aspecto es una consecuencia del primero, porque los individualismos tratan
de agruparse rápidamente y concluyen por establecer la lucha de clases, que es la reacción
obligada e inmediata producida por aquellos excesos.
Analizando 1os dos tipos de soldados nacionales; se ve que ninguno de ellos es
indisciplinado. El de las poblaciones importantes es espiritualmente inquieto y llega en muchos
casos a extralimitarse en la confianza que se le otorga, pero siente la necesidad de ser
comprendido por sus superiores y le gusta ver que estos son enérgicos y firmes. El campesino es
humilde y desconfiado, necesita ser tratado con cariño y rectitud, pero también le agrada sentirse
bajo la autoridad de un superior enérgico y sagaz. De manera que ambos, aunque de
características diferentes, coinciden en la facilidad con que aceptan la disciplina y la autoridad
del Oficial. Uno quiere la autoridad libremente aceptada, le gusta entregarse por su voluntad y le
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desagrada que lo obliguen a someterse. Otro desea verse protegido por una fuerza que lo guíe, lo
ampare y lo conduzca al éxito.
La crisis de autoridad entre nosotros no se produciría casi nunca por la tendencia
individual del hombre, sino por la influencia indirecta de las nuevas ideas que agitan al mundo.
Puede también producirse por la falta de comprensión de la tarea que tiene el Oficial como
educador. Este debe tener presente que el valor de la educación no depende únicamente de los
principios, sino muy principalmente de las condiciones del educador. La nueva generación, a
medida que avanza la desanalfabetización, es cada vez más individualista; por consiguiente, la
lógica impone que la educación sea también una obra individual y personal. EI Oficial debe,
pues, ganar el corazón de cada uno de sus hombres por medio de la instrucción y la educación,
poniendo de manifiesto sus buenas cualidades personales, sus ideales, sus energías, en una
palabra, su personalidad entera. Así obtendrá por el entusiasmo provocado lo que antes
alcanzaban con la imposición ciega.
Nadie conquista sino lo que merece conquistar. Al Oficial se le entrega en cada recluta
un ser moldeable, al que debe transformar no ya por los medios caducos, ni por aplicación de
sanciones, sino comunicándole animación, impulsándolo a su perfeccionamiento, moral, físico o
intelectual, para que ponga voluntad en el cumplimiento de su deber, fuerza, para ir hasta donde
este lo empuje y capacidad para escoger el mejor camino que lo lleve al éxito.
5.-
La educación intelectual, de la inteligencia, de los sentimientos y de la voluntad.
Es necesario distinguir entre la educación intelectual y la instrucción. Esta da
conocimientos; aquella forma el espíritu y desarrolla el carácter. La verdadera cultura intelectual
no consiste en acumular saber sino en adquirir una fuerza de atención y de voluntad que pueda
concentrarse sobre cualquier tema que deba resolverse. La obra de la educación intelectual se
enfoca hacia la inteligencia, la sensibilidad y la voluntad, e interesa tanto al Oficial en persona
cuanto a la formación de los cuadros.
La capacidad intelectual de un hombre se mide por la facilidad con que puede res9lver
los problemas de todo orden; por la corrección y rapidez con que los resuelve, y por el mayor
número de los que resuelve en el menor tiempo. Depende del saber, es decir, de los
conocimientos clasificados en la memoria y sobre todo por la oportunidad y la facilidad con que
se aplica el saber a los casos particulares. Saber algo es cosa muy distinta a poder aplicar
instantáneamente el saber para resolver el problema. Esta última es obra de la imaginación
creadora, que se apoya con tal objeto en un juicio seguro y en una razón fría.
Las combinaciones de los grandes políticos y de los grandes capitanes parecen simples
cuando se les estudia en frío; pero las inteligencias capaces de resolver rápida, exacta y
atinadamente tales problemas, sin agotamiento y sin pérdida de energías o de lucidez, son
infinitamente raras y requieren la capacidad del genio. Un Oficial es ante todo un hombre de
acción, y la rapidez de ejecución debe ser cualidad primordial. El plan más genial sería
completamente inútil si el Jefe que lo ha elaborado no lo aplica sino después de la batalla. La
rapidez de ejecución es fruto del entrenamiento intelectual que se persigue en todo el curso de la
vida. Los oficiales se encuentran a cada paso frente a casos concretos que deben resolver
instantáneamente. Su memoria tiene que aportar rápidamente sus conocimientos para referirlos al
caso particular. Su inteligencia los combina enseguida y se establece la situación. Por último,
ejecutará su decisión por medio de su voluntad.
La primera condición para que la inteligencia funcione en buenas condiciones es que el
saber sea claro, preciso, completo y bien clasificado, a fin de que acuda a la primera llamada.
121
Los sentimientos ejercen sobre los actos humanos una influencia considerable; y, particularmente
desde el punto de vista militar, presiden todas las situaciones de la guerra, desde el momento en
que esta la hacen todos los hombres. La acción de los sentimientos se hace sentir sobre la
percepción, la memoria, la imaginación y el juicio. En tiempo de paz, un centinela pasará
desapercibido muchos puntos de su campo de observación, pero en tiempo de guerra nada escapará a ella, porque sus sentimientos estarán sobreexcitados. En tiempo de paz, el soldado
necesita hasta meses para aprender el manejo y empleo de una arma; pero en tiempo de guerra lo
aprende aún en horas, principalmente si debe servirse de ella al día siguiente. En tiempo de paz,
casi siempre el hombre está predispuesto en forma permanente al optimismo o al permiso; pero
en tiempo de guerra, su estado espiritual puede cambiar de un momento a otro según que reciba
buenas o malas noticias de su hogar o del frente de batalla.
Como todas las facultades humanas, el sentimiento se desarrolla con el ejercicio, para lo
cual es necesario provocar emociones diversas, ya sea por sensación directa, por representación
estética o por la práctica de ritos.
Nada es tan elocuente como el espectáculo de la realidad; de allí que sea necesario
provocaría a cada paso para que el soldado reciba impresiones duraderas. Pero como el Oficial
no tiene siempre la posibilidad de materializar la realidad, tiene que valerse de ciertos medios
como: la lectura, la recitación, el cine y otros, para provocar en el soldado sentimientos
patrióticos y guerreros. El empleo del rito como procedimiento educativo se justifica por la ley
sicológica que tiende a relacionar el estado de conciencia con las actitudes corporales.
Pero las ideas y los sentimientos no constituyen sino tendencias actuar, siendo necesario
el concurso de la voluntad para llevarlas a 1£ práctica. La educación de la voluntad debe
proseguir toda la vida. Particularmente para el militar, la voluntad es una cualidad superior. En
efecto, no basta tener grandes concepciones si falta la voluntad para ejecutar lo proyectado sin
desfallecimientos ni tibiezas. La inteligencia influye menos en el éxito que la voluntad obstinada,
a pesar del sufrimiento físico y de las torturas morales. Pero la fuerza de voluntad no se adquiere
de golpe; hay que entrenarse cuidadosamente en la acción para llegar a adquirirla.
La base de la educación de la voluntad es el conocimiento de sí mismo. FI hombre debe
examinar su conciencia frecuentemente, con toda franqueza e imparcialidad, para dedicarse con
valentía y constancia a combatir y vencer sus defectos. Es necesario desafiar las impulsiones del
espíritu, confiando además en que la inteligencia ayuda a tomar decisiones acertadas por medio
de maduras reflexiones. El militar debe tener confianza en sí sin llegar a la presunción. El
conjunto de los sentimientos de un hombre y de su fuerza de voluntad constituye su carácter.
Este se modifica según ciertos factores inconscientes, como los instintos; Orgánicos como la
edad, la raza, el clima, las condiciones de vida, las enfermedades. El carácter es, puede decirse,
el resumen de los hábitos de un individuo. El hombre tiene poca acción sobre los factores
hereditarios, los instintos, los hábitos adquiridos por la vida social y su primera educación; pero
puede modificar su carácter adquiriendo hábitos nuevos.
El habito juega un papel muy importante en la educación, principalmente en la
educación de la voluntad. Por eso la educación más firme es la que cada hombre se da a sí
mismo, adquiriendo buenos hábitos. La mejor escuela de la voluntad la forman los hechos
menudos que la vida ofrece a diario al individuo para que éste se perfeccione.
6.-
La educación Física y Moral.
La educación física que conviene en el Ejército debe orientarse bajo un doble aspecto:
El desarrollo físico del hombre y la higiene. Es necesario que el soldado comprenda la
122
importancia que tiene para él y para la raza el entrenamiento físico, que se traduce por un
aumento de intensidad vital y por un mejoramiento de los músculos, de los órganos y de los
sentidos. La educación física tiene, además, una gran influencia sobre la educación moral y la
intelectual, porque todo lo que fortifica el cuerpo mejora el carácter. Para vencer los sufrimientos
que causan al comienzo los ejercicios físicos violentos, hay que hacer esfuerzo de voluntad. La
práctica de los deportes da sangre fría. El trabajo físico disipa el tedio. Los ejercicios de
destreza y de vigor aguzan la facultad de atención. Por otra parte, el trabajo intelectual requiere
un buen estado de salud general.
7.-
La Acción Personal del Superior.
En ningún momento es más obediente y resignado el soldado que en el combate.
Tiene sus ojos fijos constantemente en el superior, cuya valentía y serenidad le dan el más
sugestivo ejemplo para hacerlo capaz de todas las energías y de todos los sacrificios.
El prestigio del Oficial proviene de su conducta bajo el fuego; pero también es
necesario que desarrolle y mantenga su propio carácter, su saber y su bondad, y al mismo tiempo
su firmeza, para que asiente de modo indiscutible autoridad sobre sus subordinados. El carácter
de un superior no es otra cosa que una especie de adaptación de la fuerza moral, que, haciéndose
más activa, tiene por efecto dar al hombre la energía necesaria para tomar, en circunstancias
criticas, decisiones que comprometen su responsabilidad personal. Esa fuerza regla el empleo
de medios de acción más o menos considerables para actuar sin debilidades, inspirándose en
principios determinados a pesar de los obstáculos, los peligros y las solicitaciones de todo orden
que tienden a desviar al hombre de su recto proceder.
El carácter debe tener temple más firme en los Oficiales de baja jerarquía, porque
la dirección inmediata del combate, a causa de la dispersión de las tropas, escapa cada vez más a
la autoridad superior.
El valor profesional del superior tiene, asimismo, una gran importancia, porque
constituye el elemento esencial de la confianza que aquél inspira a su tropa, recíprocamente, un
Oficial que no tiene confianza en su tropa, no se atreve a pedirle los esfuerzos de que es capaz.
El Oficial se siente feliz al ser amado por sus hombres porque sabe que el día en que se
halle con ellos en el campo de batalla, el afecto hacia su persona los impulsará a ejecutar actos
gloriosos que contribuirán al éxito de la causa sagrada de la patria; y porque tiene la seguridad de
que ninguno retrocederá cuando conduzca su tropa hacia el enemigo. El Oficial de fe, ante todo,
y por encima de todo, tener a sus hombres en la mano; hacer que no oigan otra voz, ni otra
voluntad que la suya; que en todas las circunstancias difíciles, los ojos y los pensamientos de la
tropa se vuelven hacia él para ver lo que hace. En una palabra, el Oficial y su tropa no deben
formar sino una sola persona. La acción personal del superior, en tiempo de paz y en tiempo de
guerra, tiene la mayor influencia sobre el valor moral de la tropa. La confianza de esta puesta en
aquel constituye el elemento esencial de su cohesión y es, junto con el sentimiento del deber el
mejor fundamento de la disciplina.
8.-
Los principios Generales de la Instrucción Militar,
La instrucción militar es esencialmente individual. Por consiguiente, todo nstructor,
para conseguir éxito, debe conocer al hombre en general y a cada uno de sus hombres en
particular, tanto desde el punto de vista físico como del intelectual y moral. Todo Oficial debe
saber como están constituidos sus soldados, los esfuerzos que pueden hacer, sus debilidades, su
inteligencia, su saber, sus sentimientos, su voluntad, su carácter y su amor propio. Y para esto es
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necesario observarlos atentamente. La mayor parte de los hombres que forman nuestros
contingentes, es de naturaleza tímida y requieren ser confianzudos, lo que es obra esencialmente
individual.
Conocidos los hombres individualmente, hay que agruparlos, no por orden de talla ni
con números intercambiables, sino por similitud de carácter y aptitudes, porque unos
comprenden más rapidamente que otros y no todos son igualmente fuertes ni instruidos.
Los grupos así formados no corresponden seguramente a la organización de la unidad;
por consiguiente, el comandante de esta debe Utilizar sus cuadros aprovechando sus aptitudes de
la mejor manera; buscando clases apropiados para tal o cual instrucción, o cuyo carácter se preste
más a la primera aclimatación física y moral. Después, hay que proceder a una nueva
reagrupación de los hombres conforme a la especialidad correspondiente.
Todo instructor queda obligado a obtener de sus subordinados los mejores resultados en
calidad y cantidad; principalmente poniendo en juego la noble emulación de los individuos. Hay
que tener en cada acción buenos tiradores, buenos ametralladores, buenos corredores, hombres
de confianza para determinadas circunstancias. El instructor debe saber lo que quiere, pero con
energía, método y según una progresión racional. Es necesario querer sólo lo posible; no
desgastar la energía en detalles sino en asuntos graves. La progresión del trabajo no es tangible,
pudiendo producirse retrasos o adelantos según el tiempo, la temperatura, el desarrollo de la
instrucción civil, etc. La progresión es una guía para el trabajo y no una cadena que esclaviza.
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