Juegos de guerra

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PERIODICO: EL TIEMPO - PRENSA NACIONAL
FECHA: NOVIEMBRE 11 DE 2008
SECCIÓN: COLUMNA DE OPINIÓN
ESPECIAL EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES
Juegos de guerra
En medio de la indignación que producen las revelaciones en torno al asesinato de
muchos jóvenes por cuenta de los éxitos de la seguridad democrática, conviene
pensar lo que significa una política de guerra.
Desde hace décadas se fueron armando guerrillas y paramilitares, máquinas de
muerte que asumieron la educación sistemática de combatientes capaces de
matar sin arrugarse, picar cadáveres, tender emboscadas, jugar con las cabezas
de las víctimas, aguantar hambre y enfermedades en la selva, secuestrar, poner
bombas en las ciudades...
Para combatir a semejante enjambre de salvajes, la máquina de guerra legítima,
que constituye el Ejército de la patria, tuvo que hacer lo propio: reclutar jóvenes
para enfrentar a quienes amenazaban a los ciudadanos. Y ha tenido que
entrenarlos para el combate, para matar con las armas del Estado. El Ejército se
ha multiplicado en sus efectivos y en sus medios, con la colaboración del impuesto
de guerra que pagan los ricos a cambio de que sus hijos no vayan a los frentes de
combate. Así pelean pobres contra pobres, que es lo que ha ocurrido siempre en
Colombia. En los últimos seis años se han incorporado más de 150 mil jóvenes,
provenientes principalmente del campo y de los estratos más pobres, a quienes se
cambia la educación de la razón por la doctrina de las armas.
Basta conversar con unos cuantos chicos uniformados sobre su entrenamiento
para comprender por qué, después de seis meses, han sido convertidos en
verdaderos guerreros: ávidos de muerte y combate y destilando adrenalina por el
miedo de ser abatidos en combate. Sus sueños de ser artistas, ingenieros o
PERIODICO: EL TIEMPO - PRENSA NACIONAL
FECHA: NOVIEMBRE 11 DE 2008
SECCIÓN: COLUMNA DE OPINIÓN
ESPECIAL EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES
Abogados quedan rápidamente transformados por su ansiedad de producir bajas
al enemigo.
Desde Esparta es claro que la pedagogía de la guerra es eficaz: odiar al enemigo
(nadie mata a quien respeta), sobrevivir en la adversidad (mal trato de superiores
e iguales, mala alimentación, jornadas extenuantes), obedecer a ciegas y operar
como cuerpo (ejercicios de orden cerrado, órdenes absurdas) y producir
resultados: la aniquilación del enemigo. Stanley Kubrick hizo un retrato tremendo
del entrenamiento militar en su película Nacidos para matar. A su regreso de
Vietnam, muchos dispararon en los colegios y las universidades y cientos de miles
continuaron consumiendo las drogas que el propio ejército les suministraba.
Armar un ejército para la guerra no es entrenar chicos para la guardia suiza que
adorna las entradas del Vaticano. Por eso no es raro que en los ejércitos que
combaten haya excesos de todo tipo, proliferen los problemas de salud mental, se
multipliquen los suicidios y se generen los más aberrantes casos de degradación.
Nuestros falsos positivos son hermanos de Guantánamo y Abu Ghraib, de los
desaparecidos de Chile y Argentina: todos originados en la legitimidad del Estado
y la validez de la lucha contra el terrorismo.
Pero más grave aún que el presente es el futuro, porque ahora hay muchos más
ciudadanos adiestrados eficazmente para la violencia y la muerte. Hordas de
desmovilizados saldrán a las calles sin saber otra cosa y sin que se les ofrezca
otro futuro. La guerra siempre será una serpiente que se muerde la cola. Muchos
desmovilizados tienen problemas emocionales, no saben otro oficio que el
combate y tienden a vincularse a nuevos grupos de delincuencia común. Hay que
ver lo que ha ocurrido con la desmovilización de militares en El Salvador, después
de la guerra.
Y un pillo, juzgado y condenado, como el señor Fernando Londoño, condena al
presidente Uribe por su debilidad al reconocer ante el país y la comunidad
internacional que en Colombia el Estado debe respetar los derechos humanos.
Habiendo sido ministro del Interior y de Justicia en el comienzo del actual
gobierno, es imposible no pensar que sus ideas sobre los derechos humanos y la
validez de cualquier acción militar alimentaron mucho de lo que ahora nos
avergüenza.
[email protected]
Francisco Cajiao
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