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Huellas
Narrativa
La ventaja
Por
Edna Rueda Abrahams
Birthday. Obra de Marc Chagall (1887-1985).
Eran tiempos distintos. La gente solía escribir cartas.
Las cartas llegaban por correo. El correo llegaba de la
mano de un hombre al que todos conocían. Ellos se conocieron por casualidad, una carta se cruzó equivocadamente, porque el hombre que dejaba las encomiendas estaba viejo y empezaba a confundir las calles y
él la leyó por atrevido. Más aún, la contestó y esperó
respuesta.
La respuesta tardó, llegó meses después, pero él no lo
había olvidado, era lo más emocionante que le pasaba
en años. Ella le decía de su disgusto por leer la carta
que no le tocaba, le comenzó a contar de sus flores lilas, y le habló de su inviernos. Él respondió cada carta
presuroso, le contó sobre su zapatería, le explicó con
detalle la forma correcta de cambiar una suela, y lo
importante de la puntada cruzada en el zapato mocasín.
*
Escritora sanandresana.
Cuento tomado de su libro inédito Me voy conmigo (2015).
Con el tiempo y el correo, las cartas tomaron un tinte
más profundo, se contaron los secretos; ella le dijo, por
ejemplo, que había amado y que había salido lastimada hasta los tuétanos, le confesó que temía, que se quedaba sola tras las cortinas esperando al cartero y al
señor del supermercado que traía los víveres dos veces
a la semana. Él le contó de sus viajes imaginarios, a los
que nunca se había animado por el miedo que le tenía
a las alturas, la misma razón que le impedía terminar
la terraza de la casa que heredó de su abuela.
Un día cualquiera, se citaron en un café cerca a la plaza. Vivían a diez cuadras.
Era otoño, hacía frío, pero no tanto como para llevar
encima todos los ropajes que se puso encima para que
no se le notara el cuerpo. Él se fue con los zapatos limpios, la camisa de domingo y el único pantalón que no
tenía descosido.
Se sentaron de lado, uno al lado del otro. Y él le dio
las semillas que le había comprado; eran semillas de
flores blancas, para que acompañaran a las flores lilas
de la que ella le habló. Ella entregó la bufanda verde
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Primero, yo no me quedo a dormir
en su casa; segundo, no dejo en su
casa nada mío. Tercero, no lavo la
loza. Cuarto, no quiero conocer a
su familia y quinto —pausa larga–
no me enamoraré en un año.
que le había tejido cuando él estaba enfermo de neumonía.
El empezó la charla, y cuando se sintió confiado, bromeó. Ella estaba ahí y no estaba, tenía los brazos cruzados sobre las piernas y no lo miraba para no encontrarse con sus ojos azules.
Entonces de la nada y sin más, lo interrumpió:
— Sepa señor, que yo he pensado en todo esto y creo
que tengo las reglas para que funcione.
Él se quedó callado, entorpecido por la arremetida de
la mujer.
— Las reglas serían las siguientes: primero, yo no me
quedo a dormir en su casa; segundo, no dejo en su casa
nada mío. Tercero, no lavo la loza. Cuarto, no quiero
conocer a su familia y quinto –pausa larga– no me
enamoraré en un año. Sepa señor, que estas son mis
reglas y no cambiaré ninguna.
Después de pensarlo un poco el hombre la miró como
quien descubre una nueva flor y le dijo:
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— Sepa señora que respecto a sus reglas tengo que decirle que las respetaré todas... No se quede a dormir si
no lo quiere, pero déjeme que la bese en los ojos. No
me lave la loza, pediremos comida. De mi familia le
diré que, los que amaba, están muertos y los que están
vivos, no me importan.
De pronto se puso de pie casi de un salto, buscando
en su bolsillo, sacó dinero y pagó los dos cafés. Ahora
la que estaba desconcertada era ella. — “¿Para dónde
va?”, le preguntó.
— Usted dijo que no dejaría cosas suyas en mi casa.
Salgo a comprarle cosas que no son suyas para que las
use en mi casa. Y siguió poniéndose la bufanda verde.
Ella interrumpió tartamuda... — “¿Y la última regla?
¿Qué piensa usted de la última regla?”.
— Señora mía, que usted no se quiera enamorar en
un año es comprensible, esta es la primera vez que los
versos tienen una cara. Pero, señora, eso solo significa
que yo le llevo 365 días de ventaja.
Después de eso... la ventaja fue menor.
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