LAS VOCES DE LOZA SOBRE NADA DEL AMOR ME PRODUCE ENVIDIA Leí hace ya algunos años el texto de Santiago. Y supe que en esa voz (la de Santiago, la de su costurera) había algo que podía hablarle a toda la Argentina. La voz de Santiago permite ser escuchada, comprendida, compartida. Es difícil que un autor tenga esa arcana habilidad – pero la voz de Santiago lo consigue. Esas palabras que hoy, sí, encarnan mansa, dolorosa y brutalmente en el cuerpo de Soledad Silveyra tienen el poder de hablarle a la gente, a toda la gente. Esa voz, la de Loza, que sabe perderse en los cuerpos de tantas mujeres (prefiero largamente sus mujeres por sobre sus hombres – no tan numerosos, por otra parte; y esto escribo sin voluntad de emitir juicio de valor alguno: sólo hablo de esto que sabe pasarme cuando leo a Santiago, cuando imagino las palabras de Loza sobre un escenario, eso: que prefiero perderme en sus mujeres) asume un compromiso con su dolor, con su tiempo y con el silencio y lo irremediable. Dios está en los detalles, dicen que dijo Tolstoi y después Nabokov y también Sondheim (sí, Stephen el autor de musicales, ¿por qué no?) y en Loza esto pareciera ser un imperativo categórico: es decir no depender de credos o ideologías sino formar parte de su esencia como autor: las voces de Santiago están llenas de “detalles”. Su costurera lo explica mejor que nadie: “Esas nimiedades… Esas cosas en las que una se fija y después se olvidan. Me refiero a los detalles, soy de quedarme fijada en los detalles. Eso hace la diferencia en este oficio, la preocupación por el detalle. No es que yo sea mejor que tantas otras, lo que me diferencia es que soy detallista. Por ahí creo que la vida está hecha de detalles y una es la que los une, como se unen dos retazos de tela para crear una unidad. Yo soy los detalles.” Y sí, yo leo este párrafo una y otra vez y entiendo que en él se cifra el misterio de la composición de las voces de Loza: esa manera de entender lo otro, de percibir la fragilidad de aquello que no es uno es el signo distintivo de Loza; Santiago es los detalles, es el amor por los detalles, es el que está atento a todos esos presuntamente deshilachados momentos que, tras la alquimia de su escritura, producen finalmente la experiencia. Porque eso es también los textos de Santiago Loza: experiencia: emocional, sensorial, trascendental. Sus textos parten de la superficie de una voz y saben elevarse hasta alturas metafísicas. Místicas, diría. Hay algo profundamente religioso en la escritura de Santiago, algo ascendente, que sabe detenerse en lo mínimo (detalle), algo arcano y maravilloso que permite su contundente materialidad; que transforma esos textos en algo inexorablemente teatral: textos que piden ser oficiados, encarnados, dichos en voz alta, materializados en cuerpos sobre escenarios materiales para poder ser recibidos por el otro (el que escucha, el que especta) para poder volver, así, a su condición espiritual, alimento para el que sabe escucharlos. Las voces de Loza: para que todos oigan. ALEJANDRO TANTANIAN, BUENOS AIRES, BARRIO DE BELGRANO, MAYO DE 2013.