el orden público económico y los principios de la constitución

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EL ORDEN PÚBLICO ECONÓMICO Y LOS PRINCIPIOS DE LA
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1980
Como afirmación preliminar, hoy es posible sostener que no
resulta apropiado referirnos a la Carta de 1980 como una mera
Constitución Política, expresión que sugiere que la idea central del
constitucionalismo se centra en la pura organización y funcionamiento
de los poderes públicos. Hace tiempo ya que se habla de la Constitución
Plena en vez de la Constitución Política, lo que nos conduce a su vez a
sostener que la vocación regulatoria se puede extender a los planos
económico y social, siempre con pleno respeto de los derechos,
principios y valores que recoge el texto político fundamental. Con
mayor razón si tal conjunto de valores se expresa de manera manifiesta
o simplemente se sugiere de la recta interpretación del Capítulo
Primero sobre Bases de la Institucionalidad.
En segundo lugar, todos los conceptos o definiciones posibles
sobre orden público económico aplicables a la realidad institucional
chilena deben tener su centro en la libertad, la igualdad y la propiedad,
en vez de la supremacía o poderío del Estado para adoptar regulaciones
legales en las actividades propias del ámbito de la economía.
Lo contrario nos puede llevar a afirmar que la libertad admite
fragmentaciones, y que es permitida únicamente en el plano político y
no en los demás aspectos de la vida humana. No resulta coherente ni
atendible que sostengamos ser partidarios de la libertad de elegir a
quienes nos representan en los poderes públicos, y a la vez
desconfiemos de la libertad de las personas, sea mirada
individualmente, sea organizadas en cuerpos intermedios según el
objetivo que se propongan, para emprender, comerciar y proveer de
bienes y servicios a la población.
Es cierto que la Constitución de 1980 consolidó el régimen de
libre mercado, es decir, tomó partido por una doctrina económica
específica, cuando lo que corresponde a un texto constitucional es no
fijar pautas a este respecto. Según esas voces, debe ser el Estado y, en
especial, los órganos de gobierno, los llamados a decidir las políticas
públicas que más convienen a la sociedad en materia económica, sin
que la institucionalidad se ve regida apriorísticamente por conceptos
que informen esta área de la vida social.
Ahora bien, si entendemos que la libertad de las personas y
grupos intermedios está el centro del sistema, pues se trata de atributos
que emanan de su propia dignidad, y que el Estado queda al servicio de
la persona humana, y a éste le corresponde buscar el bien común
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mediantes los fines definidos en el artículo 1º, con plenos respeto de
los derechos y garantías que reconoce la constitución, no podemos sino
aceptar que la libertad no acepta ni se somete a fragmentaciones.
Sostener que sentimos simpatía por la libertad política pero que en el
orden económico es el Estado quien tiene la preeminencia de las
decisiones y actuaciones constituye un reduccionismo difícil de
entender.
Tampoco es conveniente hacer una férrea y ciega defensa de la
iniciativa individual en materias económicas y aceptar, paralelamente,
la suspensión o postergación de las libertades políticas, como si la
garantía del respeto por la libertad de emprender y del derecho de
propiedad supusieran necesariamente que es lícito renunciar a la
posibilidad de elegir a nuestros gobernantes y parlamentarios, o
suprimir las libertades de opinión, o establecer limitaciones severas al
derecho de asociación en materia sindical, o mirar como cosas
insignificantes la protección de los trabajadores, de los consumidores o
en general la contratación de los que se encuentran en una posición
económica circunstancial más débil. Es bueno tener presente el
pensamiento de Isaiah Berlin, “la libertad absoluta de los lobos es la
muerte de los corderos“.
EL ORDEN PUBLICO ECONOMICO ANTE LA DOCTRINA.Hechas estas puntualizaciones, examinemos algunos conceptos sobre el
orden público económico dados por la doctrina nacional.
El profesor José Luis CEA EGAÑA, inspirado presumiblemente por
autores franceses como GEORGES RIPÈRT y GERARD FARJAT, entiende
por OPE “... el conjunto de principios y normas que organizan la
economía del país, y que facultan a la autoridad para regularla en
armonía con los valores de la sociedad nacional formulados en la
Constitución“.
Esta definición ha sido abundantemente utilizada por la
jurisprudencia que emana de los tribunales superiores de justicia.
Últimamente se reprocha a este concepto el poner demasiado énfasis en
los poderes del estado como regulador de la economía, lo que se
desprendería del empleo de los verbos rectores “organizar“ y “regular“,
en oposición a los principios que ya contenían las actas
constitucionales que se encontraban vigentes a la época en que CEA
describió este concepto por primera vez en nuestro medio. Si bien el
reparo tiene fundamentos, no podemos prescindir de la referencia hace
a los “valores de la sociedad nacional formulados en la Constitución“,
los que permiten aceptar la crítica con algunos matices. Pensamos que
no se puede establecer por la autoridad regulaciones que pugnen con
los principios inspiradores de la Carta Fundamental, sea que éstos se
expongan explícitamente o de manera tácita.
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En esos mismos años, Roberto GUERRERO DEL RÍO, en esa época
fiscal del Banco Central, enunció un concepto sumamente parecido
sobre el OPE, a saber, “ ... el conjunto de normas y regulaciones que
permiten el funcionamiento de la economía, dentro del contexto
político y social que el sistema le está dando al país“.
En el pasado se pudo entender que ante la falta de definiciones
explícitas por la Carta Fundamental, era lícito afirmar que en virtud del
orden público económico el legislador o la autoridad podían, si se lo
proponían, adoptar decisiones o resoluciones contrarias a la autonomía
de la voluntad, a la libertad de contratación, al derecho a emprender, o
eran soberanos para establecer requisitos, modalidades, condiciones o
restricciones a la propiedad y a la contratación. La mencionada
aproximación al problema nos parece que pugna con la esencia de la
libertad económica y, por tanto, hoy día resulta difícil hallar su asidero
en la Constitución.
Don Arturo FERMANDOIS señala que no resulta acertado referirnos
al OPE como un mero conjunto de leyes, contratos o reglamentaciones
administrativas. La definición propuesta por este autor es “el adecuado
modo de relación de todos los elementos de naturaleza económica
presentes en la sociedad, que permita a todos los agentes económicos, en
la mayor medida posible y en un marco subsidiario, el disfrute de sus
garantías constitucionales de naturaleza económica de forma tal de
contribuir al bien común y a la plena realización de la persona
humana“.
Una posición sumamente interesante es la del profesor Pablo RUIZ
TAGLE VIAL, quien considera que el concepto de OPE carece de
justificación suficiente, debiendo reemplazarse en consecuencia por los
viejos principios constitucionales de libertad, igualdad y propiedad.
GUERRERO y FERMANDOIS, coincidiendo con el enunciado básico de
RUIZ TAGLE – uno podría creer que quizá muy a pesar suyo - ,
enumeran un conjunto de principios que se asocian naturalmente a la
noción de OPE. Estos son los siguientes:
a) Libertad económica;
b) Derecho de propiedad, en especial la propiedad privada de los
medios de producción y consumo;
c) Igualdad ante la ley y no discriminación arbitraria;
d) Acción subsidiaria del Estado;
e) Disciplina del gasto fiscal;
f) f) Independencia de la política monetaria;
g) Reserva legal de la actividad económica;
h) Principios tributarios de: legalidad; no expropiación; justicia y
proporcionalidad y no afectación
i) Revisión judicial en materia económica.
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