Etnias orientales luchan por conservar la

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Tema investigado y publicado gracias a Becas Avina, en Diario El Universo, de
Guayaquil-Ecuador, los días 21 y 22 de octubre del 207.
Etnias orientales luchan por conservar la
biodiversidad
INFORME
Experiencias indígenas
POR JOSÉ OLMOS
SUMARIO: El pueblo shuar Arutam, la comunidad kichwa Sarayacu, el yachak
(sabio) Felipe Wampash y la etnia zápara tienen sus propias formas de preservar
la selva. Este reportaje es una propuesta ganadora del concurso Becas Avina,
entidad que promueve el desarrollo sostenible. Los temas triunfadores provienen
de doce países.
Un grito de rebeldía, de alerta y esperanza surge desde la profundidad de la selva
amazónica ecuatoriana; sale de aquellas comunidades a las que solo se accede tras
caminar durante dos días por senderos de fango o se llega en avionetas que aterrizan en
pequeñas cicatrices polvosas abiertas a manera de pistas en la espesura verde.Es un eco
que se multiplica, como el grito de los monos o el de los tucanes en un amanecer
verdirrojo. Un grito que surge en una época de debate sobre el calentamiento global.
“Si no cuidamos, en Ecuador se terminará la selva. Algún año se acabará el agua; los
ríos se volverán pequeños. Habrá hambre”, dice Atanasio Gualinga Cuji, de 87 años,
yachak (sabio, curandero) de la comunidad kichwa de Sarayacu, en Pastaza.
Su pariente Patricia Gualinga, coordinadora de la Alianza de Pueblo Amazónicos en
Resistencia (APAR), refiere que las etnias amazónicas kichwa, shuar y achuar luchan
por mantener su territorio intacto y preservar la naturaleza. Pero desean integrarse a la
sociedad con sus costumbres y forma de vida.
“Nosotros no queremos utilizar el sistema de los mestizos; no queremos que se arrase el
bosque. Tenemos definido un plan para cuidar la naturaleza y el oxígeno que respira el
mundo”, afirma Galo Cuja, de la Comisión externa del Consejo de gobierno del Pueblo
Shuar Arutam que agrupa a 47 comunidades asentadas en la Cordillera del Cóndor,
frontera con Perú.
Sus expresiones resumen la postura de las etnias del centro sur de la Amazonía
ecuatoriana que buscan que el Gobierno y la Asamblea Constituyente declaren una
moratoria indefinida de las actividades minera, petrolera y maderera. Los nativos tienen
sus propios planes y experiencias de desarrollo.
DESARROLLO CASO 1:
Shuar tienen plan de vida en la selva
Habían luchado contra quienes ellos llaman invasores durante horas. Al caer la tarde,
hombres, mujeres y niños shuar se concentraron en la comunidad Warints y, juntos,
levantaron los puños, las lanzas, las cartucheras, los machetes, su voz. “No más mineras
en nuestro territorio. Defenderemos nuestro plan de vivir con nuestras costumbres y
cuidaremos nuestros recursos”, gritaron, en su idioma nativo.Esa expresión se regó por
la alfombra selvática que cubre valles y colinas de la Cordillera del Cóndor, frontera de
Ecuador con Perú, escenario de un conflicto bélico entre ambos países hace once años.
Contagió a las mil familias que comprenden ocho mil personas residentes en 47
comunidades agrupadas como Pueblo Shuar Arutam.
Aquella tarde de noviembre del 2006, dos centenares de indígenas dejaron que fluya su
tradición guerrera. Los shuar son temidos porque, hasta hace una década, en sus
conflictos atacaban a sus enemigos con lanzas, les cortaban la cabeza y, en un proceso
conocido como tzantza, la reducían para exhibirla como trofeo de guerra.
No hubo víctimas en el desalojo de noviembre; el personal de las mineras Lowel y
Ecuacorrientes que hacían labores de exploración en un área concesionada por el
Estado, simplemente abandonaron la zona.
El Consejo de gobierno del Pueblo Shuar Arutam, organismo autónomo formado por
dirigentes electos en asamblea y por los yachak (sabios, ancianos), luego de amplios
debates, había decidido decir no a las empresas. Argumentaron que estas contaminaban
los ríos y la selva y destruían la organización familiar y comunitaria.
“Nosotros tenemos nuestra cultura; al entrar gente de afuera cambiaba el trato y los
jóvenes empezaban a valorar lo ajeno”, dice, once meses después de ese episodio, Galo
Cuja, uno de los guerreros participantes en el desalojo y miembro de la Comisión
externa del Consejo de gobierno Shuar Arutam.
Cita más razones: “Existían problemas morales. Con plata, los jóvenes conseguían a las
mujeres sin permiso de los padres; las autoridades ancestrales perdían el poder porque el
ingeniero de la compañía era el que quería mandar en todo”.
Los comuneros se negaban a asistir a las mingas, pues preferían el salario de 200
dólares mensuales de la minera. Los hombres salían a los pueblos mestizos a gastar el
dinero en trago y mujeres; se destruían los hogares.
En la zona se recuerda el caso de Juan, un joven que reunió casi mil dólares de su
trabajo y decidió “comprar” una mujer mestiza de la población de Sevilla. Entregó el
dinero a los familiares, pero ella no quiso unirse al indígena. Él perdió sus ahorros y a la
dama de sus sueños.
Este y otros casos motivaron la reunificación de los comuneros, que en esa época
estaban divididos, que desobedecían las leyes internas.
Hoy, once meses después, el Pueblo Shuar Arutam ha logrado cohesionar a su gente,
mantiene firme su decisión de impedir el acceso no solo de las mineras sino de
madereros y petroleros. Y defienden su denominado plan de vida, para preservar la
naturaleza y sus costumbres. Esperan que este sea tomado en cuenta por el gobierno de
Rafael Correa y la Asamblea Constituyente, cuyos integrantes se instalarán una vez que
concluya el escrutinio, a redactar una nueva Constitución.
El plan está en plena vigencia. El Pueblo Shuar Arutam se creó, como nacionalidad
indígena autonónoma, en marzo del 2003. Con base en la Constitución consiguieron se
aprueben sus estatutos y su circunscripción territorial. Se trata de un territorio indígena
protegido con un gobierno electo en asamblea.
La organización acoge a 47 comunidades que se asientan en un espacio de selva de 200
mil hectáreas. El territorio que protegen los shuar es rico en recursos. Santiago
Kingman, coordinador de proyectos de Fundación Natura, destaca que, según estudios
de las mineras, en la zona existirían 550 toneladas de cobre mezclado con oro,
molibdeno e iridio.
Pero la riqueza más valorada por los shuar es la biodiversidad. Hay 640 especies de
aves, 140 de mamíferos y miles de tipos de plantas. Al caminar por sus senderos se ven
alacranes, huellas de ardillas, de armadillos; se escucha el trinar de cientos de aves, los
gritos de los monos. Se aprecian flores multicolores, hongos con grandes copas, árboles
de troncos añosos. Dormidas o al acecho, están –según los shuar– la boa y otras
serpientes. Por ahí anda el puma.
“Aquí hay un pueblo distinto, con sus propias costumbres y con recursos naturales
únicos”, refiere Kingman. Por eso ellos crearon sus propias leyes, limitaron la cacería,
la pesca y la extracción de madera; impiden la minería. No obstante, exigen apoyo del
Estado para no dejarse tentar por las ofertas de madereros, petroleros y mineros.
Tan solo una decena de comunidades está cerca de vías carrozables. Para acceder desde
la ruta Patuca-Tiwintza a las localidades más lejanas, Warints y Banderas, es necesario
caminar hasta dos días por senderos fangosos. Estas dos poseen una pista de aterrizaje
operable ocasionalmente, por el clima.
Una de las más cercanas a una vía carrozable es Unión de Coangos, a dos horas de
camino por una trocha fangosa de un metro de ancho que se abre entre colinas, ríos y
árboles frondosos. En esta residen 20 familias que subsisten de la siembra de plátano,
yuca y de la cacería. Cuando necesitan dinero, venden aves de corral o artesanías que
elaboran con bejucos.
Tiene una plaza central. Unas cinco casas, todas de madera, están en su alrededor. En la
parte externa de una escuela que no funciona juega una decena de niños, semidesnudos
y barrigones. No existe un centro de salud. Es una muestra de lo que son las otras
comunidades.
Gabriel Ampamp, ex presidente del Consejo de gobierno shuar y padre de diez hijos, es
uno de los residentes en Unión de Coangos. “Nosotros mantenemos el territorio intacto,
¿pero qué ganamos? Mientras el mundo goza de oxígeno sano, no tenemos atención en
salud y educación. Es lo único que pedimos, lo demás nos arreglamos nosotros”, señala.
Galo Cuja agrega: “Nosotros, nuestros abuelos, conservamos intacto el territorio por
cientos de años; se nos debe reconocer por ese trabajo”.
Raúl Petsain, presidente del Consejo de gobierno, aclara que, no obstante, el apoyo debe
ser acorde a las necesidades étnicas. “No queremos carreteras, eso no es cambio sino
desventaja porque nos volvería consumistas y se acabaría el bosque”, afirma.
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Códigos norman convivencia
María Chuncho aviva el fuego encendido en un tronco seco. Así cocina plátanos verdes
en una olla de aluminio. El fogón está bajo su casa, levantada sobre unos pilares de
madera. En el patio se disputan el espacio una decena de gallinas y seis niños
semidesnudos y descalzos. Alrededor de la vivienda hay cultivos de yuca y plátano,
para la subsistencia familiar. Todo tiene su espacio. A unos cien metros está la selva.La
mujer y su familia residen en Coangos, una de las 47 comunidades del Pueblo Shuar
Arutam, donde rigen sus propios códigos y leyes, como parte del denominado Plan de
Vida de la nacionalidad. Este contiene medio centenar de artículos que priorizan la
preservación del bosque. Una de esas reglas es el derecho de María y cada una de las
mil familias del territorio indígena protegido para contar con un área para huerto
familiar, pero sin tumbar los árboles.
El bosque es el patrimonio comunitario. Las mil familias constan en un mapa con sus
respectivas fincas delimitadas, que no pueden extenderse porque sí. Según el Plan de
Vida, de las 200 mil hectáreas del Pueblo Shuar Arutam, el 78% es reserva forestal. De
este total, el 28% es intocable, para preservar la flora y fauna, los ríos, las cascadas
sagradas. El 18,4 % de las 200 mil hectáreas se dedica a vivienda y sembríos
sustentables y tan solo el 3,6% restante es zona de extracción de madera. Esta sale a
lomo de mula y su venta deja dinero para la compra de ropa, para salud y educación.
El Consejo de gobierno es el máximo organismo. Está formado por un presidente
elegido en asamblea de entre los delegados comunales; lo integra también un consejo de
sabios que ponen especial énfasis en el cuidado de la naturaleza. Este órganismo
gestiona atención gubernamental; decide sobre prioridades y políticas internas; hace
cumplir el código comunitario obligatorio. Incluso ellos autorizan el acceso al territorio
de cualquier funcionario de gobierno, de organizaciones no gubernamentales,
periodistas, científicos, turistas.
“Nuestro papel es el de organizar nuestra vida social; ejercer nuestros derechos como
ciudadanos y como pueblo indígena... Nosotros no separamos nuestras creencias de
nuestra actividad; no separamos la economía de nuestras costumbres y creencias; no
buscamos romper el equilibrio que hoy tenemos con los dioses y con los hombres, con
el bosque, con la tierra, con las aguas”, refiere el código shuar.
Este atiende problemas civiles como maltrato familiar; así como los que tiene que ver al
mal uso del suelo, a la extracción de madera sin permiso. También regula la propiedad
de la tierra. Por ejemplo, si el padre o la madre abandonan la familia, por la razón que
fuere, los hijos quedan desprotegidos. La tierra y los bienes quedan con el padre, madre
o pariente que los cría.
Se consideran faltas graves la agresión física y muerte, robos, corrupción administrativa
de los gobernantes, entre otras. También la falta de respeto a la naturaleza, a los sabios y
dirigentes. Los castigos son la tuna, ritual donde se bebe la ayahuasca para ir a la
cascada sagrada y encontrarse con el dios Arutam en compañía de un sabio, que lo
aconseja. Es una purificación del alma y el cuerpo.
Constan también como castigos la aplicación de ají en el cuerpo, prisión. Indemnización
al afectado por un monto doble al daño causado. Pérdida de los derechos de voz y voto
en la asamblea por cuatro años.
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Testimonio
Sobre los shuar
Santiago Kingman
CARGO: Miembro de Fundación Natura para los shuar.
“Cuando hay una nacionalidad de bosque amazónico esta solo puede sobrevivir en
el bosque; si no hay bosque, esta desaparece porque sus integrantes dependen de
él. Los shuar tienen una decisión muy grande para cuidar su reserva, pero también
se enfrentan a problemas muy grandes, sobre todo porque su salud y su educación
están en crisis y se requiere de mucho dinero para solucionar eso. Esas necesidades
los obligan a vender madera y de pronto entran en un círculo vicioso, que hasta
ahora no se ha dado por sus propias reglas. En los shuar hay una cultura sabia,
profunda para proteger el bosque y que lleva cuatro años de perfeccionamiento.
Pero no pueden hacerlo solos, es necesario protegerlos y apoyarlos. Ahí viene el rol
del Estado, que debe respaldarlos”.
DESARROLLO CASO 2
Chamán compró 2.500 hectáreas para
evitar la tala
Desde la cabaña donde residía, en la cabeza de una pequeña colina, Felipe Wampash
veía con tristeza cómo los madereros llegaban a los alrededores de su pequeña
propiedad, abrían senderos con grandes maquinarias y se adentraban en la selva para
talar árboles milenarios. Por las noches no podía dormir, por la preocupación; cuando lo
hacía, dice, los espíritus le anunciaban que al cortar el bosque ellos se alejarían y la
tierra se volvería estéril; se secarían las fuentes de agua.Por su condición de yachak
(sabio, curandero), Wampash, shuar de Pastaza, siente un profundo respeto por la
naturaleza. Se considera un guardián de la selva. Por eso decidió recoger dinero, ya sea
mediante préstamos o de sus ahorros, y hace cinco años logró comprar a sus vecinos así
como hizo adjudicarse del Estado unas 2.500 hectáreas de bosque, en la comunidad
Uyuimi, al sur de la provincia de Pastaza. El objetivo: impedir que los madereros
continúen con la destrucción de la selva.
Hoy, las 2.500 hectáreas están intactas y más bien el personaje, de 60 años, junto a su
esposa y siete hijos, logró establecer un jardín botánico donde, además de cuidar los
árboles milenarios, siembra plantas medicinales con las que trata a decenas de pacientes
que llegan a su choza desde diversos sectores del país y del exterior en busca de una
cura a diversas dolencias.
Cada planta tiene propiedades curativas y Felipe asegura que con ellas trata a personas
con cáncer, gastritis, artritis, tuberculosis, diabetes y otras.
También hace limpias con brebajes de yerbas “para ahuyentar los malos espíritus y
renovar energías”. Cuida mucho la ayahuasca, considerada la medicina sagrada con
cuya infusión, afirma, se establece una especie de comunicación con el espíritu; explica
que posee propiedades psicotrópicas que inciden directamente en la conciencia,
ejerciendo un dominio sobre el entorno, el tiempo y la propia percepción del cuerpo.
Mentalmente puede producir un estado de conciencia muy lúcido y visiones que el
yachak puede interpretar.
Felipe Wampash siente agradecimiento por la que llama “madre naturaleza”. Por eso la
protege. También piensa en evitar la contaminación y el daño irreversible del bosque.
“En el norte del Oriente (Orellana, Napo y Sucumbíos) ingresaron las petroleras y los
madereros, pero la vida no ha mejorado; la gente está más pobre y más bien se está
muriendo por la contaminación. No quiero que eso suceda en este sector”, refiere el
yachak.
Él no solo se precia de sus conocimientos ancestrales sino de aquellos adquiridos en una
veintena de cursos de medicina natural a los que asistió en Ecuador, Perú, Bolivia y
Brasil.
“A los árboles no se puede traicionar, ellos son la vida. Yo, aunque no tenga dinero no
permitiré que se los tumbe (tale); ojalá entiendan los madereros, no se puede acabar con
la vida y el oxígeno para la futura generación”, menciona Wampash.
Aspira a que su ejemplo lo sigan otros comuneros vecinos y, más que todo, las
autoridades ambientales. En la región donde reside rige una veda a la tala de la caoba
dictada por el presidente Rafael Correa. El yachak lamenta que pese a la prohibición
operan explotadores de madera sin que las autoridades forestales los controlen.
DESARROLLO CASO 3
Huertos sin talar el bosque, característica
de los zápara
A cuarenta minutos de vuelo en avioneta desde la parroquia Shell, de Puyo, está el
territorio selvático de 250 mil hectáreas donde se asienta la etnia Zápara, declarada en el
2002 por la Unesco como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Ese título
cambió el destino del colectivo indígena. “Estábamos en peligro de extinción como
nacionalidad. Hoy nos reconocen en todo el mundo, hasta hemos estado en la ONU
(Organización de las Naciones Unidas) exponiendo nuestra experiencia y forma de
vida”, refiere Felipe Ushiwa, presidente de la comunidad Nazae, una de las siete que
conforman la tribu.
Pero la misión para conservar el título, así como conservar el territorio y la
biodiversidad y la cultura ancestral es ardua. Los 300 miembros de la etnia participan en
una serie de programas entre los que se destaca la protección ambiental. La nacionalidad
se considera un ejemplo en ese campo. Cada una de las cincuenta familias tiene huertos
adecuados de tal forma que no talaron los grandes árboles, a los que se considera
sagrados.
Los frutos, especialmente el mamey cartagena y el zapote, se comercializan para
adquirir artículos que no se producen en la zona. Incluso practican el intercambio en vez
de la compra y venta. Quien tiene yuca, con la que se elabora la chicha (bebida
tradicional necesaria en la dieta diaria) cambia el producto con quien siembra zapotes.
La cacería está controlada. Si una familia captura un animal grande, comparte la carne
con sus vecinos y se evita la depredación, asegura Felipe Ushiwa.
El territorio zápara está amenazado por las petroleras. El dirigente indica que hay
rechazo a esa presencia, pues –aclara– se trata de un área donde vive un grupo humano
sensible.
Dice Ushiwa que en comunidades mestizas cercanas al territorio zápara, donde actúan
las petroleras, se han detectado casos de cáncer, hepatitis, por la contaminación.
También hay brotes de paludismo, que según los ancianos no existía hasta hace menos
de una década.
“El shaman (anciano sabio) aconseja que no dejemos dañar la selva, que no dejemos
entrar a gente de fuera. Por eso estamos aliados a los shuar, kichwa y ashuar para decir
no a las petroleras”, dice el dirigente, quien ocasionalmente reside en Puyo porque
labora en la sede que la tribu posee en esa ciudad.
Ahí se venden artesanías, como vasijas, tejidos, collares, lanzas y otros implementos
elaborados por los comuneros.
Son 300 indígenas que conforman actualmente la etnia. Existe una nacionalidad similar
en territorio peruano, que se presume migró hace unas cuatro décadas. Con el apoyo de
ONG, se desarrollan permanentes jornadas de reencuentro entre záparas de los dos
países.
Además con el apoyo de la Unesco y otras entidades no gubernamentales se editan
libros y un diccionario que inmortalizarán la lengua ancestral zápara, en riesgo de
desaparecer. Tres ancianos que dominan la lengua original son el referente para los
textos. Ellos son:Pedro Santi, de 75 años; María Luisa Santi, de 73; y Ana María Santi,
de 81.
Lea Mañana
Se pide moratoria petrolera y maderera
en Suroriente.
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