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La Sibila de Cumas
Oráculo famoso del mundo antiguo
Por Mark Reynolds
Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.
Quienes están interesados en los aspectos místicos de la historia de la antigua Grecia y de
Roma están fascinados por los relatos de los oráculos. El más famoso de los oráculos fue
la Pitonisa de Delfos, Grecia, quien presidió durante 2,000 años. El oráculo más antiguo
de Grecia fue Dodona. En Olimpia los sacerdotes leían el futuro examinando las vísceras
de oveja. Las sacerdotisas de Patrás, el oráculo de Deméter, sumergían un espejo en un
pozo e informaban al enfermo acerca del futuro. En Telmeso, los oráculos interpretaban
los sueños. En Bura, el oráculo de Hércules, los suplicantes arrojaban los dados y los
sacerdotes interpretaban el significado. Por supuesto, existía también el oráculo de ZeusAmón en el Desierto de Libia, Egipto, que fue consultado por Alejandro Magno antes de
conducir sus ejércitos a través de Persia y continuar a la India.
Pero de todos los oráculos famosos, con seguridad la Sibila de Cumas proporciona uno
de los relatos más intrigantes acerca de un oráculo que haya llegado hasta nosotros
desde la antigüedad.
La colonia de Cumas, al Sur de Italia, fue fundada alrededor del año 750 a.C. por los
griegos de Calcis y prosperó tanto que pronto estableció sus propias colonias
incluyendo la cercana Nápoles.
Pero aunque Cumas era antigua, la cueva de la Sibila Cumana ya existía cerca de lo que
llegó a ser la acrópolis de la ciudad griega. En realidad, este oráculo era probablemente
el más antiguo, quizás el primero que existió alguna vez.
Los arqueólogos descubrieron otra vez la cueva en 1932. Esta, como se ve en la
actualidad, consiste de un dromos o corredor de 44 m. de largo, casi 2.5 m. de ancho y
4.88 m. de altura, que termina en una cámara rectangular, la oikos endótatos, todo
labrado toscamente en sólida piedra caliza. La silla de piedra de la Sibila aún puede
verse en la oikos y el viajero puede sentarse en ella. Puesto que pocos turistas vienen a
la cueva, aún cuando sólo está a unos cuantos kilómetros de distancia de la popular
Nápoles, el visitante generalmente está solo durante su visita. Es una sensación
imponente el darse cuenta que uno está sentado en la silla de la sibila, del que fue el
oráculo más famoso en esa parte del mundo durante 2,000 años, satisfaciendo a sus
suplicantes por lo menos durante todo ese período de tiempo.
La arquitectura también es notable porque es Creto-micénica más bien que griega o
romana, y porque el tamaño de la cueva sobrepasa el de cualquier estructura de estilo
trapezoidal conocida en la actualidad. No hay nada que la iguale en la arquitectura
cretense ni en la etrusca.
En pocas palabras, la cueva de la Sibila de Cumas se remonta cuando menos a la época
de la guerra de Troya. Virgilio en su Eneida hizo que el hijo de Príamo consultara a la
Sibila antes de ir a fundar Roma. Esto significa que originalmente la Sibila de Cumas
estaba bajo la protección de la Madre Diosa (conocida algunas veces como la Diosa
Blanca o la Diosa Triple) que presidió en gran parte del Este del Mediterráneo mucho
antes de la llegada de los dioses masculinos del Olimpo griego.
Más tarde, igual que en Delfos, los sacerdotes de Apolo prevalecieron y las ruinas del
templo desde el cual ellos dominaban la cueva aún pueden verse en la parte superior
de la acrópolis, a unos cuantos metros de la entrada del dromos. El templo existe aún
sólo porque se le transformó en una iglesia cristiana durante el siglo VI o VII d.C.
La sibila misteriosa
Obviamente, la Sibila original no presidió a través de todos los siglos. Cuando la vieja
Sibila moría se encontraba una nueva y la anterior era momificada y colocada en una
silla en la oikos endótatos. Ella siempre estaba presente cuando la Sibila viviente hacía
sus profecías. El emperador romano Claudio (10 d.C.-54 d.C) informó que cuando él
consultaba a Amalthea (la Sibila reinante) su predecesora estaba en una silla dentro de
una caja de hierro.
Nos han llegado varios relatos, incluyendo el de Claudio, que describen los rituales de
la Sibila de Cumas.
El suplicante se acercaba primero a los sacerdotes de Apolo con regalos adecuados.
Luego se le llevaba al dromos y empezaba una larga caminata hacia la oikos endótatos o
adyton, la cámara secreta que se encontraba al final. El dromos estaba iluminado por
medio de seis galerías abiertas hacia el Oeste. En el lado opuesto había tres cámaras
que probablemente se usaban para las aguas lustrales y tal vez como viviendas. En
épocas más recientes los cristianos las usaron como sepulturas.
Antes de recibir al suplicante, la Sibila se había bañado con aguas lustrales y había
tomado una dosis de numen, una droga que los historiadores no han podido identificar,
pero que sin duda era un narcótico y actuaba en forma muy similar a las hojas de laurel
que comía la Pitonisa de Delfos. Así, ella se intoxicaba y en ese estado pronunciaba sus
profecías.
El suplicante hacía sus preguntas y la Sibila, en trance, contestaba con lo que se ha
dicho que parecía una algarabía, imitando una vez más el procedimiento de Delfos. Los
sacerdotes tomaban debida cuenta de ello y regresaban al templo de Apolo con la
persona que buscaba consejo. Aquí, ellos desaparecían por un momento para consultar
acerca del significado de la declaración, para al fin regresar con las respuestas escritas
en hexámetro griego.
Podría indicarse que estos sacerdotes de Apolo no eran ignorantes charlatanes sino
que se contaban entre los hombres más inteligentes de su época. Además de la
habilidad para escribir en una de las formas más difíciles de verso griego, tenían que
estar completamente familiarizados con la política y las intrigas de su época, a un nivel
mundial. Esto era absolutamente necesario, puesto que un oráculo no continuaba
siéndolo si sus profecías no tenían un alto grado de validez.
Los antiguos historiadores Dionisio de Halicarnaso y Varro narraron el encuentro
momentáneo entre la Sibila de Cumas y Tarquino el Soberbio, el último de los reyes
etruscos que gobernó Roma. Herofilea, la Sibila titular, vino de Cumas en el año 511 a.C.
y exigió tener una audiencia con él. Por supuesto, su fama la había precedido y fue
escoltada inmediatamente ante el Rey.
Dos sacerdotes que acompañaban a Herofilea llevaban nueve libros que ella llamó los
Libri Fatales. La historia los llama ahora los Libros Sibilinos y eran muy toscos en su
apariencia. Sobre hojas de palma que habían sido unidas por medio de una costura
burda, estaban escritos muchos versos en hexámetro griego.
Se dice que Herofilea tenía una mirada salvaje y una apariencia frenética. Informó al
escéptico rey de Roma que los nueve libros no sólo predecían el futuro de la ciudad,
sino también cómo enfrentarse a toda crisis que surgiera.
Tarquino el Soberbio preguntó qué quería la Sibila a cambio de los Libros y ella exigió
un talento de oro, lo cual mermaría el tesoro romano y el Rey se lo negó. Debe también
comprenderse que Tarquino el Soberbio, siendo etrusco, no adoraba a los dioses de sus
súbditos romanos tales como Júpiter, Marte y Apolo. Sin embargo, el populacho romano
era seguidor entusiasta de Apolo, el dios de los oráculos y tomaron las armas a causa de
que no se compraron los libros. No obstante, Herofilea regresó a Cumas con los libros.
Al año siguiente la Sibila regresó con sólo seis de los libros. Al preguntársele qué había
hecho con los demás, respondió que los había quemado. Cuando el rey preguntó qué
quería por los seis libros que quedaban, Herofilea pidió otra vez un talento de oro.
Enfurecido, Tarquino el Soberbio la rechazó y ella regresó a Cumas.
Al año siguiente la Sibila apareció nuevamente con sólo tres de los libros, ya que había
quemado el resto y exigió el mismo precio. La opinión pública se volvió tan acalorada
que Tarquino el Soberbio al fin cedió.
Los libros fueron colocados en el Templo de Júpiter y se nombró una comisión de
quince hombres, la Quindecimviri Sacris Faciundis, para administrarlos. Incluidos entre
ellos había dos intérpretes griegos, ya que los Libri Fatales estaban escritos en ese
idioma.
Durante siglos los romanos se guiaron por los dictados de los libros sibilinos. Eran
consultados cuando surgía una crisis que involucraba al Estado. Por ejemplo, cuando
Aníbal el Cartaginés cruzó los Alpes con su ejército del Norte de Africa en el año 218
a.C., arrasó con todo lo que había frente a él. Los romanos consultaron
desesperadamente los libros sibilinos. Inspirado por ellos, el cónsul Favio planeó una
estrategia para enfrentarse al brillante Aníbal. Las legiones romanas pelearon en
acción retardada rehusando, de acuerdo a las tácticas de Favio, enfrentarse cara a cara
con el enemigo. Finalmente, después de diez años, el ejército de Aníbal perdió tanta
fuerza que los cartagineses tuvieron que retirarse al Norte de Africa. Siguiendo aún los
dictados de los libros, los romanos avanzaron y derrotaron al ejército cartaginés.
El templo donde estaban guardados los libros sibilinos fue destruido por el fuego en el
año 83 a.C., pero en ese entonces muchos de los versos se habían copiado y distribuido
por el Mediterráneo. Los sacerdotes romanos emprendieron la tarea de reconstruirlos
usando versos encontrados en Egipto, Frigia, Delfos y otros lugares.
Algunas veces se dudó de la autenticidad de estos versos y en la época en que Augusto
se convirtió en Emperador nombró un comité que diera autenticidad a aquellos por los
cuales se iba a guiar Roma. La nueva colección duró hasta el año 405 d.C., en que fueron
destruidos otra vez por el fuego. Debe observarse que fueron consultados aún por todo
un siglo durante la época en que el Cristianismo era la religión legal de Roma.
Algunos fragmentos de los versos existen todavía en la actualidad. El famoso hombre de
letras inglés Robert Graves dedicó dos de sus libros más conocidos, "Yo, Claudio" y
"Claudio el Dios", a varios de los versos que han llegado hasta nosotros. Ellos predijeron
con precisión los reinados de los seis primeros Césares: Julio, Augusto, Tiberio,
Calígula, Claudio y Nerón.
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