CARTA 3 Estimado Rony: La historia que le escribo

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CARTA 3
Estimado Rony:
La historia que le escribo es tal como la rescato de mis recuerdos de niña, la vida de mi
abuela materna, María Jesús Santana, que joven, muy jovencita, enceguecida de amor, llegó a
la ciudad de La Plata con Diego Giménez. Ella de Sevilla y él de Málaga, arribaron a comienzos
del siglo XX, cuando la Iglesia Catedral y la Estación de Ferrocarril del Sur (luego General Roca)
estaban en los inicios de sus construcciones.
Tal vez la historia le interese, tal vez la lea en la radio; para mí escribirla fue un
necesario acto de amor.
-------------------------------------------Sevilla, inicios del siglo XX
La calesa pasea lenta entre los jardines del recién inaugurado Parque de María Luisa.
Manuel, impecable en su terno gris, disfruta del paseo con un gesto de orgullo. Cristobalina
está seria, un rodete corona su cabeza y hay una mueca amarga en sus labios, que nunca
dibujaron una sonrisa.
Perdida vaya a saber Dios en qué pensamientos va María Jesús; es que no quiere o no puede
despedirse de La Giralda, la Catedral, el Guadalquivir. Sus padres han hecho una promesa a la
Macarena: si el negocio progresa la niña mayor, una joya para las Descalzas, irá al convento.
Había llegado mayo y con él la Fiesta del Rocío, el mes de la Virgen, y en el convento las monjas
los esperaban.
La hija de Don Juan Alba
dicen que quiere meterse a monja…
La hija de Don Juan Alba
Dicen que quiere meterse a monja…
Las coplas suenan a lo lejos y de improviso los caballos se espantan, el cochero frena la
calesa con esfuerzo y María sólo ve un mechón rebelde sobre un par de ojazos claros que se
fijan en ella:
-¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Dónde vives?
María casi en un sueño sólo alcanza a decirle:
- Soy María, del barrio de Triana, y me llevan al convento.
-¿Es que serás monja sin saber lo que es un beso?
Poco le cuesta a Diego, que ese es el nombre del gitanillo audaz de esta historia,
ubicar la casa, y con la complicidad del sereno se acerca a la reja, a la ventana de la niña:
“Señor farolero que enciende el gas
Dígame usté un ole por caridad”
-Que te quiero, te digo mujer…
-¿Que me quieres?, si no me conoces…Que mi padre me prometió…
-¡Que te quiero para toda la vida! ¡ Olvídate del convento mujer!
Entre aromas de azahares y besos robados, la magia de las palabras y el deseo de
escapar al destino los llevó a concebir un plan de locos: irse a América.
¿Quién pago el viaje? ¿Cómo viajaron? ¿En qué barco llegaron? Esas y muchas otras son
preguntas que hoy nadie me puede responder. ¡Qué pena no haberlos oído cuando me podían
contestar!
Corría el año 1906 y la ciudad de La Plata estaba en plena construcción.
-Allí María, frente a la estación nueva, pondremos un bar. Mira que tú de guisar algo sabes,
que con ollas y sartenes te las apañas. Yo me ocuparé de los clientes y de las mesas.
Así, entre cocidos y pucheros, fregando platos, justo el día en que cumplía María sus 20
años se puso de parto. Sola, sin más ayuda que la de una vecina andaluza con la que compartían
la vida del conventillo, llegó Josefina, “Kuka”, la primera niña. Puntualmente, cada dos años,
fueron naciendo cinco hijas más que crecieron entre aromas de guisos, peladuras de papas,
almidones y planchas de carbón. Entre ellas mi madre: María del Carmen.
Siempre canturreando una copla, pasaba la vida para María:
“ Señora Santana, por qué llora el niño?
Por una manzana que se le ha perdío.
Pasa por mi casa, yo te daré dos,
Una para el niño y otra para vos…“
A Diego la nostalgia, el alcohol y el implacable cáncer, se lo llevaron muy joven. María
siguió lavando, cocinando, planchando para propios y ajenos. Cuando finalmente se casó Nelly,
la hija menor, ya no podía sostener sola esa casa enorme, por lo que alquiló algunas
habitaciones. Pero la soledad era mucha, los gastos aumentaban y ya los años le pesaban.
Yo era muy chica cuando vino a vivir con nosotros. ¡Ayyyy! Cómo me enojaba cada
mañana, cuando puntualmente a las ocho me despertaba Radio Argentina con el programa Por
los caminos de España. Cómo llegué a odiar a Miguel de Molina, la Malpagá, El niño de Utrera
y los doce cascabeles de no sé qué malditos caballos.
El tiempo pasó y ahora no sé qué daría yo para decirle a mi abuela que comprendo sus
nostalgias, y cuántos sueños encerraban esas canciones, que eran el único hilo que la mantenía
unida a su tierra, a su familia, a un tiempo de inocencia en el que tal vez fue feliz.
“Ay castillito de arena
que en el aire levanté
torre de miel y azucena
que el aire dejó caer
Malhaya el aire malhaya,
El agua que me lo hundió,
Castillito de la playa
Que el aire se lo llevó”
Graciela Liliana Ramírez – Villa María- Provincia de Córdoba.
Tema: Castillito de arena, por Carmen Sevilla.
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