JUANA LA BELTRANEJA

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JUANA LA BELTRANEJA
Drama en Doce Escenas
Por Santiago Sevilla
DRAMATIS PERSONAE
1. Juana de Castilla La Beltraneja
2. Isabel II Reina de Castilla
3. Don Alfonso Infante de Castilla
4. Enrique IV Rey de Castilla
5. Isabel I de Castilla Viuda de Juan II
6. Don Beltrán de la Cueva Favorito del Rey Maestre de Santiago
7. Don Fernando II Rey de Aragón
8. Don Alfonso V Rey de Portugal
9. Doña Juana de Portugal Reina de Castilla
10. Don Juan Pacheco Girón Favorito del Rey Marqués de Villena
11. Personajes de la Farsa de Ávila:
Don Alonso Carrillo Arzobispo de Toledo
Don Álvaro de Estúñiga Conde de Plasencia Justicia Mayor de
Castilla
Don Gome Solís Maestre de Alcántara
Don Rodrigo de Pimentel Conde de Benavente
Don Rodrigo Manrique Conde de Paredes
12. Asesinos
13. Mensajeros
14. Pajes
15. Coro del Pueblo
Escena Primera
El rey reposa en su lecho. Le visita en palacio su favorito y contino, Don
Juan Pacheco Girón, Marqués de Villena.
Enrique IV de Castilla
( Edad 44 años)
Gusto de la poesía,
de la música y el canto,
mas nada disfruto tanto,
como alegre cacería:
Venación y cetrería.
Entre mis pocos placeres,
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no figuran las mujeres:
Astutas y caprichosas,
ponen precio a todas cosas,
Tanto más, si más las quieres.
Dicen que soy impotente,
desde el poniente, a la aurora,
cuando el sol las nubes dora,
Y que de día, demora
mi amor en ponerse ardiente.
Pero es otra la verdad:
Prefiero la soledad,
que impertinente cortejo,
en el mórbido cotejo,
de libido y vanidad.
No me alaga la pasión,
animal y repugnante,
que al docto o al ignorante,
ya perdida la razón,
causa igual afectación.
Dejo que los nobles brutos,
tal que los asnos astutos,
del amor, en la ilusión,
alardeen su erección,
aunque en el cor, sean putos.
A mí, se me de un jardín,
pleno de flores hermosas,
de gráciles mariposas,
y un perrillo saltarín,
del uno al otro confín.
Y viva feliz la corte
su predilecto deporte:
la malvada hipocresía.
¡Beban, follen a porfía,
sin que a mi, nada me importe!
Don Juan Pacheco
( Edad: 49 años)
Oh! Mi rey y majestad,
sois ejemplo de pureza,
de valerosa grandeza,
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belleza y sagacidad.
Habéis dicho la verdad:
¿Para qué el amor carnal?
¡Rechacemos lo bestial!
Apenas la conveniencia,
os ha dado descendencia,
para la corona real.
Vuestra hija Doña Juana,
que engendrara Don Beltrán,
los nobles rechazarán.
Doña Isabel, vuestra hermana,
en el día de mañana,
valdría como heredera,
si desposarse quisiera
con quien vos recomendareis.
O si a Alfonso demandareis,
que sucesor vuestro fuera.
Enrique IV
Mi padre, Don Juan Segundo,
dejó variado linaje,
por si acaso alguno cuaje
y con talento fecundo,
rija esta parte del mundo.
Cuando llegare el momento,
que ha de ser pronto, presiento,
tomaré la decisión
que me dicte el corazón,
o la que me sople el viento!
Y mientras tanto, Don Juan,
dejadme que me consuele
de tanta ofensa que duele,
con cariño que me dan,
en tierno e inocente afán,
estos morunos efebos,
que por hoy son todos nuevos,
un regalo de Granada,
cuyo rey tanto me agrada,
y me envía estos relevos.
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Sirven al rey diez hermosos muchachos moros desnudos, tocados con
blancos turbantes.
Don Juan Pacheco
(Siempre servil)
Consolaos, gran señor,
que bien os sobra el causal:
Los nobles os quieren mal,
De vuestra esposa, el amor,
ha entregado a un traidor.
Pero, para eso estoy yo:
para cuidaros la espalda.
¡Mi espada siempre os respalda!
Cuando madre me parió,
Dios esa orden me dio...
Don Juan Pacheco sale. Telón.
Escena Segunda
En palacio
Doña Juana de Portugal
(Edad: 29 años)
Adorado Don Beltrán,
de mi abandono, el consuelo,
tus besos, en mi desvelo,
dulces sueños me darán.
¿Qué me importa el qué dirán?
Nuestro buen rey, Don Enrique,
su potencia echada a pique,
tan platónico es su amor,
que interlocutor mejor
eres tú, a que me replique:
Si nos dieran vida nueva,
y en ella, la libertad,
¿me querrías de verdad?
Brille el sol, o el cielo llueva,
Oh, Don Beltrán de la Cueva,
¿Me amarías con pasión?
¿O es mi real condición,
la razón de que me quieras,
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y con mentiras me hieras,
en engañosa traición?
Don Beltrán de la Cueva
(Edad: 25 años)
El amor con que os venero,
del mundo es inspiración,
ejemplo y ensoñación:
¿Puede acaso un caballero,
honesto, franco y sincero,
negarse a corresponder,
favor que le que quiso hacer
su bella reina y señora?
¡De muerte, bendita la hora
si por vos, yo perecer!
(Entra la Infanta Juana)
Infanta Juana
(Edad: 6 años)
Madre ¿Quién me quiere a mi?
El rey me quita el saludo.
Al verme, se queda mudo
el marqués. Yo estoy aquí,
bajo la ley del embudo,
soy quien cae, o se resbala
bajo una suerte tan mala,
cada día, algo peor.
¡Negro, negro es el color
de mi túnica de gala!
Doña Juana de Portugal
No estés triste, hija mía
que reina has de ser un día.
Única eres heredera,
y sin segundo, primera.
¡Reconquista tu alegría!
Don Beltrán de la Cueva
¡Que Dios te bendiga Infanta!
Pues que yo te quiero mucho,
por tu bien yo brego y lucho.
Tu corona, herencia santa,
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todo maleficio aguanta.
Infanta Juana
Oigo que Alfonso, mi tío,
desconociendo mi fuero,
ha sido hecho heredero,
en Burgos, por un gentío
de nobles crueles, impío!
Don Beltrán de la Cueva
¡Oh! Mi infanta y mi princesa,
traición abyecta fue esa.
¡Don Alfonso es inocente!
Del velado pretendiente,
del Villena, es la vileza.
Juan Pacheco, el gran valido,
esta tramoya ha urdido.
Pero mientras viva yo
no triunfará nunca, no,
ese marqués mal nacido.
Infanta Juana
A guisa de títere vedlo,
en vuestras manos tenedlo:
¡Es tan maligno y perverso,
a la ley de Dios adverso,
que aunque es muñeco, temedlo!
Genio es de mi retablo,
el más feo y el peor.
La guerra contra él entablo,
tratos hace con el diablo,
y por siempre es ganador.
Don Juan Pacheco besa las manos de la infanta Juana en afán de
consolarla.
Telón.
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Escena Tercera
La Farsa de Ávila
Ante el Alcázar de Ávila Don Juan Pacheco ha convocado al pueblo. En un
estrado magnífico ha sentado en un trono a un monigote igual al rey
Enrique IV.
Su careta es muy lograda y perfecta. Tiene la misma estatura y compostura
del monarca. Lleva puesta la corona, empuña el cetro y la espada en
sendas manos. Su capa es de seda y lleva su heráldica en oro. A su lado se
encuentran sus escudo, bandera y pendón.
Alonso Carrillo Arzobispo de Toledo
(pálido y terrorífico)
¡Oh! Rey Enrique espantoso,
Dios te negó su gracia
por sodomía reacia.
Malévolo y alevoso,
eres impotente esposo,
sin linaje y descendencia
Ya de Dios, sin complacencia,
huelga tu real corona,
que quito de tu persona,
vacua de la sacra esencia....
El arzobispo le quita al pelele, de la cabeza, la corona ...
Don Juan Pacheco Marqués de Villena
(furibundo)
Yo que he sido tu valido,
desde niño, tu contino,
ante España te conmino,
tal si no hayas existido,
te hundas en el olvido.
¡Monigote, su retrato!
Contigo acábese el trato:
Ya no eres nuestro rey,
ni de Dios vicario y ley.
¡El cetro yo te arrebato!
El monigote pierde su cetro
Don Álvaro de Estúñiga Justicia Mayor de Castilla
(poderoso y terrible)
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Vergüenza de la Nación,
te negamos obediencia,
va en contra de la conciencia,
y del uso de razón,
someterse a un maricón.
Enrique, ya no eres nada,
tu era está terminada,
Va, retírate a morir...
¡Pero, antes, debo exigir
que rindas tu real espada!
El Justicia Mayor le quita la espada...
Coro de Gome Solís Maestre de Calatrava,
Rodrigo de Pimentel Conde de Benavente, y
Rodrigo de Manrique Conde de Paredes
(burlescos y agresivos)
¡Danos tu capa y escudo,
Oh, regio cabro cornudo!
Vete, fauno, por las selvas,
rogamos que nunca vuelvas.
Sordo y mudo, anda desnudo,
a buscar de Dios perdón.
Tu bandera y tu pendón
quemamos en esta hoguera
y que tu memoria muera,
del fuego, en la combustión!
Todos a una, derriban el monigote del estrado y gritan:
Coro
¡A tierra, puto! ¡A tierra, puto!¡A tierra, puto!
Queman al pelele en una pira, junto con su bandera y pendón.
Entonces sube al estrado el infante Don Alfonso y los caballeros, uno a
uno, besan al príncipe la mano, reconociéndole como su rey y señor.
El pueblo que hasta entonces ha reído y llorado, entona una alabanza al
que creen su nuevo monarca:
Coro del Pueblo de Ávila
(jubilosos)
¡Muerto el rey, que viva el rey!
Somos su pueblo y su grey.
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Don Alfonso, Dios te guarde,
desde temprano hasta tarde,
si es que honras su santa ley.
Telón
Escena Cuarta
En el palacio real
Enrique IV
(deprimido y alicaído)
De esta farsa, la noticia,
que me abochorna y humilla,
desguarnecido, me pilla.
¡Cuánta malvada sevicia
a este pobre rey suplicia!
Don Beltrán de la Cueva
(obsequioso)
Los de Ávila, gran señor,
merecen duro castigo.
Juan Pacheco, vuestro amigo,
enemigo es el peor.
¡Él es el conspirador!
Don Miguel Lucas está
ya del ejército al mando,
que espera vuestro comando
y a la guerra marchará.
¡Decid la palabra ya!
Enrique IV
(resuelto)
Mi mensaje al Condestable:
“¡La guerra es impostergable!”
Llevádselo vos, Don Beltrán,
¡Pisotead al alacrán!
Y que de perdón no se hable.
Don Beltrán de la Cueva
Vuestro deseo a cumplir,
mi buen rey, yo me apresuro.
Ya vuestro triunfo es seguro.
La ofensa hay que resarcir,
que os han osado infringir.
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Nunca en la hispánica historia,
cuan antigua sea memoria
de la traición más infiel,
se hiciera farsa tan cruel.
¡Vengarla sea mi gloria!
Sale Don Beltrán. Oscurece totalmente y al aclarase el escenario de
nuevo, se contempla el campo de Olmedo, donde ha de librarse una gran
batalla. De un bando están Don Miguel Lucas de Iranzo, Gran
Condestable de Castilla, Don Pedro González de Mendoza Marqués de
Santillana y Don Beltrán de la Cueva, Duque de Alburquerque. Del otro
Don Juan Pacheco Marqués de Villena, Don Álvaro de Estúñiga Justicia
Mayor de Castilla y Don Alonso Carrillo Arzobispo de Toledo. De lado y
lado se enfrentan más de mil caballeros en armaduras de hierro y millares
de soldados.
Don Miguel Lucas de Iranzo
(aguerrido y valiente)
¡Rojo el cielo! Buen augurio,
contra el canalla y espurio,
que se burlara del rey.
Denegarlo es un perjurio,
que a muerte, condena la ley.
¡Caballeros y señores
y sus fieles seguidores,
os invito a combatir
y el brazo armado teñir
con sangre de esos traidores!
Ante la señal de ataque dada por el Condestable, los caballeros del rey
ponen lanza en ristre y cargan contra el enemigo. Se escuchan cañonazos.
En el bando de Don Alfonso proclamado rey, el Marqués de Villena y los
demás caballeros se aprestan para el encuentro con sus enemigos.
Don Juan Pacheco
(frío y cruel)
A la carga, infanzones,
que Alfonso os manda atacar.
Al frente os voy a guiar.
Elevad los corazones,
los infames al matar.
Desenvainad las espadas
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y a grandes tajos cortad.
Esas lanzas aguzadas
con la coraza quebrad.
¡Que viva nuestra hermandad!
Los ejércitos chocan y se escuchan voces de muerte. Caen caballos y
caballeros y el campo se cubre de heridos clamorosos, de fallecientes y de
muertos. Pero después de un tiempo, el ejército de Enrique IV derrota a los
rebeldes.
Don Beltrán de la Cueva
(delirante)
¡Juan Pacheco huye, ved!
Escapa el cerco y la red.
La batalla está ganada.
Envaino la ensangrentada
y amaino esta amarga sed.
Don Beltrán bebe agua de un vaso de plata que le brinda el Condestable
Don Miguel Lucas de Iranzo
(festivo)
El día es nuestro, Beltrán.
Huyendo los cobardes van.
Ha sido un combate hermoso
y ya Marte jubiloso
ha cumplido con su plan.
Telón
Escena Quinta
En una casa señorial de Cardeñosa
Don Juan Pacheco
(sigiloso y perverso)
Don Alfonso arriba duerme,
el joven santo varón,
mas, pronto, su corazón,
tan indefenso e inerme,
detendrá su pulsación.
Lo pide la paz de España,
por salir de la maraña
de la real sucesión.
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¡Con letal artimaña,
parad su respiración!
Asesino Primero
(canalla y vil)
Pagádmelo adelantado
encumbrado gran marqués.
Porque he sido ya burlado
en esto más de una vez.
Cual niño que se ha quemado,
me curo en sano, ya veis.
¿Moneda de oro tenéis?
Que ni de cobre o de plomo
en pago del crimen tomo,
como éste, que os prometéis.
Asesino Segundo
(marrajo y probón)
Oh gran señor de Villena
tenéis la bolsa tan llena,
que oro os pido yo también
y a esta muerte digo amén,
verdugo en esta condena...
Don Juan Pacheco
(perverso y petulante)
Aquí os doy dos ducatones,
del oro de mejor ley,
para que matéis al rey.
¡Id, subid los escalones,
y asfixiad al AGNUS DEI!
Los dos asesinos suben las gradas de piedra con sigilo y entran al
dormitorio del pretendiente Rey Alfonso, de apenas catorce años de edad y
rodean su lecho. El joven despierta asustado:
Don Alfonso de Castilla
(espantado)
¿Qué queréis infame gente
en esta cámara real?
¿Venís a causarme mal?
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¿No puede un alma inocente
huir del fatal dogal?
Los dos asesinos le sujetan y le asfixian con un almohada. Cuando ya le
ven bien muerto se retiran silenciosamente.
Telón
Escena Sexta
En el Castillo de Arévalo
Don Juan Pacheco
(engañador consumado)
Reinas mías y señoras,
me veis vestido de duelo,
lagrimoso y sin consuelo,
llegar en tardías horas,
a postrarme en este suelo
para pediros perdón....
De Cardeñosa, en mesón,
A Don Alfonso el santo,
ante mi dolor y espanto,
¡parósele el corazón!
Isabel I de Castilla, reina viuda de Juan II y su hija la infanta Isabel
gritan de dolor y lloran la muerte de Don Alfonso, su segundo hijo y
hermano respectivo. Pronto, por dignidad, enjugan sus lágrimas y
escuchan lo que tiene que decirles el Marqués de Villena...
Don Juan Pacheco
(intrigante y mañoso)
Para vosotras no es nuevo
que Juanita de Castilla
causa fue de la rencilla,
que amainar yo debo
y cuyo remedio llevo
a real consideración:
Urge ya la decisión,
que se declare heredera
a la hija verdadera
de un rey de nuestra nación.
Y no hay otra que Isabel,
la hija de Juan Segundo,
a quien reconoce el mundo
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y a quien Castilla le es fiel.
Infanta Isabel
(Edad 17 años)
¡A mi me sabe esto a miel!
Pero dígame el Marqués
contrapartida, ¿cuál es?
Para tan gran privilegio
de entregarme el cetro regio,
¿No trae esto algún revez?
Don Juan Pacheco
(áulico cortez)
Infanta noble y hermosa,
ya encumbrada en el reinado,
matrimonio es obligado,
por suma razón de estado.
Esta es la única cosa,
donde habréis de transigir.
Mas, bien podréis elegir
entre uno u otro señor,
el que os parezca mejor
consorte con quien vivir.
Infanta Isabel
Está bien. Decidme nombres.
Con anciano no me asombres,
pues tendría mal que amar,
y con él ser triste par.
¡Nombrad vuestros nobles hombres!
Don Juan Pacheco
En afán de complaceros
excluyo al rey portugués,
pues Don Alfonso viejo es.
Los príncipes extranjeros
querrán primero veros,
mas Pedro Girón, mi hermano,
vendrá a pediros la mano,
rico y hermoso a la vez.
Lo tendréis siempre a los pies.
¡No lo rechacéis en vano!
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Maestre es de Calatrava:
hombre aguerrido y tenaz,
con gran ejército atrás,
que una guerra pronto acaba,
si enemigo os menoscaba,
como pronto es de esperar.
Doña Juana va a luchar
por el poder en Castilla.
Vuestro trono es frágil silla,
muy fácil de derribar.
Infanta Isabel
(diplomática e irónica)
He de recibirle a él,
con merecidos honores
y a quienes fueren mejores
que pasen este dintel,
de donceles, un tropel!
La Infanta Isabel ríe y también su madre. Algo azorado se retira Don Juan
Pacheco Girón, Marqués de Villena.
Isabel I Reina Viuda de Juan II
(divertida y sardónica)
Imagínate hija mía,
casarte con un Girón,
tal que su hermano, un bribón.
Gran vergüenza esa sería.
Europa se reiría,
de una tan torpe elección.
Te burlaste con razón.
Toca ahora con prudencia
encaminar tu regencia,
hacia una mejor unión.
Llega un mensajero y pide ser recibido por la reina madre y la infanta.
Mensajero (apurado y nervioso)
Ha muerto Pedro Girón
camino de este castillo.
Os entrego este anillo,
tal que fue su petición,
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antes de la extremaunción.
Dijo que os diera señora
esta prueba de su amor,
aunque para su dolor,
antes de veros señora,
de morir, llegara su hora.
Infanta Isabel
(irónica)
Gracias te doy mensajero
por mensaje tan certero.
Créenos que este dolor,
que nos llena de estupor,
ha de ser muy pasajero....
Tan pronto sale el mensajero, la reina madre y la infante ríen a
carcajadas.
Telón
Escena Séptima
En la Venta de los Toros de Guisando
Enrique IV
(muy enojado)
Juan Pacheco Girón
que a pesar de tu traición
tengas puesta la cabeza,
agradece a mi pereza
en no darte punición.
Y te atreves a venir
¿Qué es lo que quieres decir,
de tu crimen, en defensa?
La farsa fue ofensa inmensa
que Ávila me hizo sufrir.
¿La vas aquí a repetir?
Don Juan Pacheco
(artero y cínico)
Ya la ofensa está vengada:
¡Al rebelde hice matar!
Ya me podéis perdonar...
La burla fue bufonada,
que, en esencia, valió nada.
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Al Infante Don Alfonso
podéis mandarle un responso,
pues yace ya bajo tierra.
Puse así fin a la guerra
y al peligro que eso encierra.
Es más, mi rey y señor:
Por todos es conocido,
que sois nulo por marido
y en el reino hay gran clamor
reclamando un sucesor.
El pueblo de lado deja
la que llaman Beltraneja.
Isabel tan sólo queda
que el cetro heredaros pueda,
con nula contienda o queja.
Enrique IV
(engañado y comunicativo)
Lo que dices es verdad.
Y hay un hecho bochornoso
para este real esposo,
que me obliga en realidad
a dar traste a la heredad.
He sido muy mal burlado:
En el castillo de Alaejos
confinada, estando lejos,
la reina en cinta ha quedado
y con su amante, escapado.
Dicen que espera mellizos
muy robustos y rollizos.
¡Nadie creerá esta vez,
que los hice en un traspiés,
tomándola de los rizos!
Y es Don Pedro de Castilla,
el que con esto me humilla,
bisnieto de Pedro el Cruel.
Dejemos viva con él
y acabemos la rencilla.
Don Juan Pacheco
Declarad pues heredera
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a vuestra hermana Isabel.
Lo tengo todo en papel.
Ella lo acepta y espera
vuestra venia cuando quiera
casarse con algún rey.
Este acuerdo será ley.
¡Que los toros de Guisando
lo queden testimoniando,
tal firmado con cincel!
El Rey Enrique IV firma el Tratado de los Toros de Guisando por el cual
Isabel es heredera del trono de Castilla, anulando así los derechos de la
joven Juana de Castilla, llamada la Beltraneja
Escena Octava
Infanta Isabel
¿Con quién me debo casar?
¿Con quien me obligue el azar?
Este hombre, cuyo retrato
me sonríe en este rato,
es quien yo quisiera amar.
Es mi primo Don Fernando
con el que vivo soñando,
noche a noche, sin cesar.
¡Venid príncipe volando,
conmigo, a te desposar!
Arzobispo Alonso Carrillo
(maquiavélico)
Señora, os doy la dispensa,
que caséis con vuestro primo.
En bien de España lo estimo,
que así el Santo Padre piensa,
de la paz, en la defensa.
¡He aquí su sacra bula!
Jinete en su mansa mula,
de arriero bien disfrazado,
ya don Fernando ha llegado
y la angustia así se anula.
Aparece Don Fernando, Rey de Sicilia y heredero de Aragón, un apuesto
joven de 18 años, fuerte e inteligente a más de sagaz; se acerca y besa las
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manos de Isabel. Al verse los dos se enamoran perdidamente el uno de la
otra y al revés.
Don Fernando II de Aragón
Luego de un largo camino,
he llegado a mi destino.
Si os soñé bella, princesa,
cuán mas grande es la belleza,
que hoy a mis ojos vino,
cuando os vi por vez primera.
Que sea breve la espera
para nuestro casamiento,
pues tanto es mi encantamiento,
que, por mera espera, muera.
Infanta Isabel
Gracias al cielo, la suerte
Fernando, de conocerte.
Tal saltó mi corazón
ante ti, de la ilusión,
que a poco causa mi muerte.
Pero vivos, tu y yo,
Papa bendición nos dio.
Tuya seré en cuerpo y alma,
así que espera con calma,
la boda que Dios decidió.
Escena Novena
En el palacio de Coimbra
Juana de Portugal Reina de Castilla
Vengo, humillada, a llorar
a tus pies, querido hermano.
Enrique, el impotente insano,
incapaz en bien de obrar,
me ha llegado a repudiar.
Y a la princesa de Asturias
ha colmado con injurias,
negándole su heredad.
Es monstruosa su maldad
y peores, mis penurias.
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Alfonso V de Portugal
(enfurecido)
¡Hermana, te han ofendido,
tu hija han desconocido!
Este repudio es fatal.
El honor de Portugal
ha quedado malherido.
Para podernos vengar,
con Juana voy a casar,
si lo acepta esta chiquilla,
y como rey de Castilla,
quiero hacerme proclamar.
Por esa ibérica tierra,
yo he de penetrar en guerra,
contra corriente del Tajo.
Por ese acuático atajo,
mucha sangre ha de bajar.
Juro por mi santa espada,
en África glorificada,
que si no triunfo en batalla,
dejo mi cota de malla
y mi corona dorada.
Mas, para siempre, desde hoy
con armas a ampararos voy,
y a los que os quieren bien,
mi escudo ofrezco también.
Para eso, caballero soy.
Infanta Juana
Mi tío, rey y señor.
Nos abruma vuestro amor.
¡De venganza tengo sed!
Haced y deshaced,
tal cual vos juzguéis mejor!
Si os queréis casar conmigo,
yo lo acepto y lo bendigo.
Pedid al Papa licencia.
Cuando os dé su complacencia,
el Sí de las bodas digo.
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Los tres se abrazan, lloran y ríen.
Telón.
Escena Décima
En palacio
Enrique IV
Amado Don Juan Pacheco,
tanto quiero a tu persona,
de la mía, que es el eco,
y porque por largueza peco,
te hago Duque de Escalona.
¡Tu has sido mi servidor,
tanto en la paz, como en guerra!
Ya en Santa Cruz de la Sierra,
seas dueño de esa tierra
y de Trujillo, señor.
Don Juan Pacheco
Nunca doy por terminado
mi servicio a vuestro lado.
Las mercedes que me hacéis
duplicadas las tendréis,
en lealtad, de mi lado.
Y si ahora me despido
no me hundáis en el olvido.
Voy a tomar posesión
de lo que hoy he recibido,
en tan magna donación.
Don Juan Pacheco sale de viaje.
Enrique IV
Alejado está mejor,
pues se ha cambiado de bando:
Por Juana está, desde cuando
Doña Isabel se casó
con el Infante Fernando.
¿En qué irá esto a terminar?
¿Con Portugal o Aragón
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será la ibérica unión?
¡Bello fuera que, a la par,
con ambos, nos rejuntar!
El escenario se oscurece del todo y cuando retorna la luz, vemos a Don
Juan Pacheco en Santa Cruz de la Sierra, sentado frente a una mesa llena
de documentos que estudia y firma. Cuenta dinero en oro y plata.
Don Juan Pacheco
Los diezmos, las primicias,
los subsidios, los impuestos,
que pagan estos honestos,
son las mejores noticias.
¡Mi riqueza es tanta!¡Albricias!
Entran cuatro señores con sendas bolsas de dinero y se acercan sonrientes.
¿A qué venís, caballeros?
¿Vuestra gracia me decís?
¿Sois, de la guardia, un desliz?
Veo me traéis dineros.
En fin, me da gusto veros...
Asesinos
(a coro)
Señor Duque de Escalona,
os venimos a pagar
en buen oro, sin menguar,
lo que Extremadura os dona,
que ni olvida, ni perdona!
Los caballeros rodean a Don Juan Pacheco por ambos lados , le sujetan, y
tiran para atrás la silla en que está sentado, hasta que yace boca arriba
indefenso y entonces descargan, cada uno, tres secos porrazos con sendas
bolsas de monedas sobre su garganta, hasta que muere.
Se apaga la luz otra vez y cuando brilla de nuevo, se ve a Don Enrique IV
de Castilla acercarse a la mesa para almorzar sólo, como suele ser
costumbre de reyes.
Enrique IV
(hambriento y glotón)
Las muchas noticias malas,
cual murciélagos con alas,
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llegan negras y veloces.
Endulcémoslas con los goces,
vino y mieles de estas salas...
¿Qué me tenéis de comer?
Estos sabrosos mariscos
y rebeco de los riscos,
que en hierbas hacéis cocer.
¡Este almuerzo es un placer!
Brindo por mi Beltraneja,
que en nada a mi se asemeja.
¡La llevo en el corazón
y me espina su punción,
cual aguijón de abeja!
Pone en alto una copa de oro rebosante de vino blanco y sin paladearlo se
lo bebe todo. Come conchas, unos azulados calamares y una langosta. Se
sirve luego carne de rebeco en su dulce salsa de mortiños y bebe mucho
vino tinto. Después se queda dormido y sus pajes, los diez efebos moros de
su compañía, lo llevan a su lecho a descansar. Pero uno de ellos exclama:
Paje
(asustado e iracundo)
Don Enrique está muy frío.
¡Ya no quiere respirar!
De vinos, bebióse un río,
con medusas y aguamar.
¡Lo fuisteis a envenenar!
¡Ah! Fantasmas asesinos,
vais por tortuosos caminos,
vuestro arsénico a gotear.
¡Los reales intestinos,
lograsteis atosigar!
Los efebos moros lloran y se lamentan. Enrique IV ha muerto. Telón.
Escena Onceava
Coronación de Isabel II
En Segovia se han reunido nobles y plebeyos a celebrar la coronación de
la infanta Isabel, legítima heredera del trono de Castilla, por voluntad de
su hermano Enrique IV y a pedido de casi toda España.
Coro del Pueblo
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(festivo y encantado)
Muerto el rey, viva la reina,
que doradas hebras peina.
Ella se llama Isabel,
tiene los labios de miel
y Fernando es su doncel.
Vamos a la catedral
a ponerle la corona
y olios, su bella persona,
preserven de todo mal
¡Es azul su sangre real!
Alfonso Carrillo Arzobispo de Toledo
(triunfal)
Isabel, digna heredera,
ya se ha izado tu bandera
y flamea tu pendón.
¡Viene tu coronación!
Cuán larga fuera la espera,
por esta consagración.
Santo Dios, tu gracia invoco,
su crisma en tu nombre toco,
con, del óleo, sacra unción.
¡Danos santa bendición!
El Arzobispo coloca la corona sobre la cabeza de Isabel y le entrega el
cetro real y la espada. Se escuchan muchos vivas. Suenan trompetas y
tambores. La campanas tocan a revuelo.
Coro del Pueblo
(delirante y feliz)
Muerto el rey, viva la reina,
que cabellos de oro peina.
Su nombre es Isabel,
los labios tiene de miel
y Fernando es su doncel.
¡Vámonos a celebrar,
reír, beber y yantar,
que, por fin, unida España,
nada nuestro cielo empaña,
y podemos jubilar!
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La ciudad de Segovia celebra la coronación y se revientan fuegos de
artificio por todo lo alto de su famoso acueducto.
Escena Doceava
La Batalla de Toro
Alfonso V de Portugal ha invadido la meseta ibérica con un gran ejército
de más de cinco mil caballeros y gran número de soldados reclamando
para sí y Doña Juana las coronas de reyes de Castilla y León.
Alfonso V
(audaz y temerario)
Heme aquí en ciudad de Toro,
del real alcázar, dueño.
Con tomar Madrid ya sueño,
que de España es sacro foro.
Va ha ser arduo, no lo ignoro.
Pero mi caballería
es la más grande y bravía
que jamás pisara Europa.
Y mis peones de tropa,
el orgullo y gloria mía.
Mensajero
(desalado y breve)
¡A la vista el enemigo:
de lanzas, campo de trigo!
Tordillos, cuento un millar,
que veloces galopar
veo, camino de Vigo.
Así os quieren hostigar:
Ganaros la espalda al mar,
asolando Lusitania,
mientras en la vieja Hispania
os pretendes enrocar.
Alfonso V
(sorprendido e iracundo)
Pues plantémosle batalla
a la gran turba canalla,
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y que permanezca aquí.
Sobre la fosa y la valla,
¡Señores, seguidme a mi!
Alfonso V carga con su caballería contra las tropas castellanas y
aragonesas bajo el mando del Duque de Alba y del joven rey Don
Fernando de Aragón.
Don Fernando II de Aragón
(sereno y valiente)
Ya cargan los portugueses
cuesta abajo, la llanura.
La batalla será dura.
¡Jinetes aragoneses
matadlos una y mil veces!
¡Caballeros castellanos,
a la espada, vuestras manos!
¡En este histórico día,
hombro a hombro en gran porfía,
batallemos como hermanos!
Al enfrentarse los dos ejércitos, se desata una tempestad de lanzadas,
saetas y cañonazos. Se escuchan grandes voces en ambas lenguas, español
y portugués. Los caballos lusitanos azabaches enfrentan a los rucios y
tordillos de España. Muere medio mundo y hay un sinnúmero de heridos.
Pero la batalla sigue, hasta que se pone el sol.
Alfonso V
(desesperado)
¡No he triunfado, no he triunfado!
De mil muertos soy rodeado.
Perdóname Oh! Portugal
porque he combatido mal:
¡Fernando me ha derrotado!
¡Pobre, mi esposa y sobrina!
Aquí esperanza termina
tu reino en recuperar.
¡Vergüenza! Dulce menina,
¡no te he podido vengar!
Doña Juana de Castilla
(resignada y abatida)
La suerte me ha sido esquiva
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y me será, mientras viva.
¡Os compadezco señor!
Vuestra derrota ¡Oh dolor!
de mi desgracia deriva.
Voy a Coimbra, al convento.
Busco paz en tal intento.
¡Beso vuestras nobles manos,
y voto a que los Arcanos
os vuelvan a dar contento!
Alfonso V y Doña Juana de Castilla se retiran con el resto de su ejército
hacia Portugal, donde el rey, cumpliendo su vera palabra, ha de abdicar a
favor de su hijo, dejando inconcluso su pretendido matrimonio con Juana
de Castilla.
La guerra de Doña Isabel y Don Fernando contra los nobles rebeldes
continúa.
Don Fernando II de Aragón
(satisfecho y emprendedor)
¡Ya, en tu reinado reposa,
Isabel, mi bella esposa,
que nuestra guerra va bien!
Tan solo castillos cien,
que en rebelión belicosa
persisten en resistir,
pronto voy a reducir.
¡Extremadura y Galicia,
esperen de mi justicia,
castigo magno sufrir!
Isabel II de Castilla
(sabia y resoluta)
Aunque tardáremos años,
España en pacificar,
Fernando, habrémoslo de lograr.
Treparemos los escaños,
hasta a Granada llegar.
Mi corona es un tesoro,
que nos obliga a campear:
Después de vencer en Toro,
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cabalguemos contra el moro,
para España, al fin, cerrar.
Telón
FIN DE LA OBRA
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