La farsa de Ávila Informe mensual de estrategia agosto 2016 Alejandro Vidal Crespo Director de Unidad, Estrategia de Mercados Informe mensual de estrategia. Agosto 2016 La farsa de Ávila. 5 de junio de 1465, Ávila. Un grupo de la alta nobleza y los máximos referentes del clero en Castilla se congregan frente a una nutrida representación del pueblo, sobre un escenario en el que destaca una estatua de madera, ataviada con corona, espada y bastón de mando. ¿Increíble? Pues cierto. La historia de la destitución ficticia del Rey Enrique IV de Castilla, que pasó a la historia como La Farsa de Ávila. La historia comienza con el fallecimiento de Juan II, antecesor de Enrique en el trono de Castilla. El Rey Juan había tenido hijos con dos esposas, el propio Enrique fruto de sus primeras nupcias con María de Aragón, y sus medio hermanos Isabel (si, esa Isabel) y Alfonso, que de momento coprotagonizará esta historia. El caso es que Enrique IV subió al trono en 1454 a la edad de 29 años, pero lo hizo ya como un hombre separado; a la edad de 15 años había contraído matrimonio con la infanta Blanca de Navarra, matrimonio concertado desde 1436 (contando Enrique con 11 años) como parte de un tratado de paz entre Castilla y Navarra. Pero dicho matrimonio había sido declarado nulo en 1453 por el Obispo de Segovia, en un curioso proceso. El Obispo decretó que Enrique había sido incapaz de consumar su matrimonio con Blanca debido a un hechizo que le impedía concretamente mantener relaciones sexuales con su esposa, pero no con otras mujeres, algo que probó además gracias al testimonio de varias prostitutas segovianas, que juraron haber prestado sus servicios al Príncipe sin mayores dificultades. Ante la solvencia de la argumentación anterior, el Papa Nicolás V emitió la bula pertinente, que declaraba nulo el matrimonio con Blanca de Navarra, y dispensaba a Enrique para contraer nuevas nupcias con la que sería su nueva esposa, Juana de Portugal, con la que contraería matrimonio en 1455, ya como Rey. Sin embargo, sus rivales en Castilla no fueron tan benevolentes como el Sumo Pontífice, y ya comenzaron a circular rumores y crónicas que hablaban de la impotencia del Rey, así como de su posible homosexualidad. Y el caso es que en 1462, a los siete años de matrimonio, venía al mundo Juana, hija de Enrique y también Juana. Rápidamente, el Rey hizo nombrar a su hija Princesa de Asturias por las Cortes del Reino. Las cosas no andaban precisamente bien entre el Rey y parte de la nobleza castellana, debido al imparable ascenso de su hombre de confianza, Beltrán de la Cueva. Beltrán entró en el consejo del Rey en 1461 (sustituyendo al Marqués de Villena, recuerden a este personaje), y en 1462 se le concedió el título de Conde de Alburquerque. Y la cosa ya reventó cuando en 1464 es nombrado Maestre de Santiago. El Marqués de Villena, junto con otros nobles descontentos, comenzó a cuestionar la legitimidad de Juana como hija de Rey, diciendo que en realidad era hija de Beltrán, y apodándola La Beltraneja, título despectivo con el cual ha pasado a la historia. Y desde aquí, volvemos al pie de las hermosas murallas de Ávila. Tras meses de tiras y aflojas con el Rey, finalmente el Marqués de Villena organizó en Ávila la destitución del Rey, representado por la ya mencionada estatua de madera. Le acompañaban, entre otros, los Arzobispos de Toledo, Santiago y Sevilla o los Condes de Alba de Tormes, Benavente y Plasencia. Se leyó un manifiesto, en el que se acusaba a Enrique IV de confraternizar con los musulmanes, ser homosexual, y haber forzado a la Reina a tener relaciones con Beltrán, de las cuales habría nacido Juana, a la que se niega toda legitimidad para reinar. Por tanto, nombran al Infante Alfonso (con 11 años que tenía la criatura) nuevo Rey, como Alfonso XII de Castilla. Tras desposeer a la estatua de todos sus símbolos de poder y nobleza (corona, espada y bastón), la arrojaron del escenario a la voz de “al suelo, puto”. Así que ya tenemos montada una guerra entre dos facciones castellanas, cosa habitual Informe mensual de estrategia. Agosto 2016 en la historia por otra parte. En 1468, muere el “Rey” Alfonso XII, y los nobles rebeldes se quedan un poco colgados de la brocha. Ahora la legitimidad de Enrique IV como Rey ya no está en duda, sino que el conflicto se centra en su sucesión. Los antiguos partidarios de Alfonso, los nobles rebeldes, apoyan a la hermana de Enrique, Isabel. Los fieles al Rey, a Juana (mal está decirlo, La Beltraneja). ¿Recuerdan que en un no lejano debate parlamentario, Mariano Rajoy dijo que la cosa iba a terminar “peor que lo de los Toros de Guisando”? Pues ahí llegamos, a las estatuas prerrománicas de toros que jalonan la villa abulense de El Tiemblo. En ese escenario, la futura Reina Isabel I de Castilla (La Católica), jura lealtad a su hermano Enrique IV a cambio de ser nombrada Princesa de Asturias. Isabel recibe el título de heredera y una muy generosa compensación económica, pero accede a su vez a casarse solamente con el consentimiento del Rey. Ese punto fue incumplido por Isabel al casarse con Fernando de Aragón (y no con el pretendiente portugués que deseaba el Rey), y por eso Enrique IV impugnó la concordia de los Toros de Guisando y devuelve los derechos sucesorios a Juana, por supuesto, con resultado de una nueva guerra civil en Castilla: la que enfrentaría a los partidarios de Isabel con los partidarios de Juana (apoyados por Portugal y Francia), que se desarrollaría entre 1475 (a la muerte de Enrique IV) hasta 1479, cuando Castilla y Portugal firmaban el Tratado de Alcáçovas, fundamental a la hora de entender la distribución colonial de España y Portugal en los siglos venideros, y que tuvo que ser completado con el archifamoso Tratado de Tordesillas en 1494, que marcó los límites de la expansión española y portuguesa en América. En definitiva, tras 30 años de conflictos casi continuos a cuenta de un Rey cuestionado, 1479 suponía el fin a una época convulsa, y la entrada en un periodo de paz interna. En poco más de diez años, se habría culminado la reconquista, y se iniciaría la expansión colonial que daría lugar al posterior siglo de Oro. Al final, a medio plazo, no terminó tan mal lo de los Toros de Guisando, Don Mariano.