Psicología detrás de la crisis financiera

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La psicología detrás de la crisis financiera
Para explicar la crisis económica actual, el mundo de las finanzas dispone de un
léxico particular, del cual forman parte, por ejemplo, los credit default swaps
(instrumentos que protegen el acreedor contra el impago), mark to market (ajuste al
mercado) y titularización de hipotecas subprime. Los psicólogos, por su parte, suelen
recurrir a términos diferentes: esperanza, avaricia y miedo.
El lenguaje de la psicología ayuda a lidiar con el hecho de que tras las estadísticas
puras y simples de la caída de los precios de la vivienda y otros indicadores del
declive económico existe una masa de gente cuya composición cambia
continuamente: propietarios de casas, banqueros, empresarios e inversores poco
informados. Se trata, en definitiva, de personas. Y las personas, en general, no
suelen prestar atención a los modelos económicos detallados, por lo que hacen cosas
irracionales, que no responden a sus mejores intereses y que no están justificados
por los números, sino por la emoción.
“Hay hojas de cálculo, estados contables, modelos, reglas y normativas”, señaló
Carolyn Marvin, profesora de la Escuela Annenberg de Comunicación de la
Universidad de Pensilvania. “Por otro lado, trabajamos también con percepciones de
otra naturaleza”.
Se puede decir que la emoción no sólo ha ayudado a empujar a EEUU a la crisis
económica actual, sino que también puede estar ayudando a mantener al país en
crisis. En un reciente congreso titulado “Crisis de confianza: la recesión y la
economía del miedo”, patrocinado por el Departamento de Psiquiatría de la
Universidad de Pensilvania y por el Centro Psicoanalítico de Filadelfia, un panel
interdisciplinario evaluó la psicología que hay detrás del escenario económico actual.
“¿Habría una forma sistemática de reflexionar acerca de nuestros sentimientos
cuando se trata de economía?”, se preguntó Marvin, moderadora del panel. La
palabra “confianza” admite dos aspectos: optimismo e ilusión. ¿Hay una matriz
psicológica en el vocabulario económico? “Los poderes constituidos han evitado
hablar de depresión”, dijo Marvin, “un término que describe no sólo el estado actual
del mercado, sino también un problema clínico”.
Hay factores psicológicos que actúan detrás de la crisis, fue la conclusión unánime
del panel, aunque cada uno de esos factores dé prioridad a un elemento diferente:
codicia y exceso de optimismo tras de la burbuja inmobiliaria, ausencia de
autocontrol por parte de los consumidores asfixiados en deudas, sentimiento de
conmoción y traición por parte de los americanos que pensaban estar haciendo
inversiones seguras, pero que se ven ahora frente a un futuro amenazador e
incierto.
“Un caso de avaricia”
Al igual que en otras crisis ocurridas a lo largo de la historia, la crisis económica
actual comenzó con una burbuja, explica Richard Herring, profesor de Finanzas de
Wharton. “Las burbujas suelen tener lugar cuando las personas quieren comprar
alguna cosa simplemente porque creen que podrán venderla a un precio mayor.
Toda burbuja viene acompañada de un punto de avaricia”.
Las burbujas de bienes inmuebles no son una novedad, dijo Herring, que presentó a
continuación un gráfico con precios de inmuebles residenciales a lo largo de 400
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años en Herengracht, un área del canal en el centro de Amsterdam. A través de los
siglos, los precios de las casas aumentaron anualmente solo un 0,2% de media,
“pero, entre un periodo y otro, hubo aumentos del 100% y caídas del 50%. La
volatilidad era enorme”.
En el mercado inmobiliario, hay periodos buenos y malos a lo largo de ciclos muy
largos, de media, cada 20 años. En consecuencia, cuando los precios de la vivienda
caen, pocos se acuerdan de que eso ya ha ocurrido antes. Ése ha sido el caso en la
crisis reciente, ya que los precios de las casas subieron sólo entre 1975 y 2006. De
acuerdo con Herring, los mercados de bienes inmuebles son muy sensibles a los
picos buenos y malos por su propia naturaleza: no existe en el sector un órgano
centralizador de informaciones sobre precios. Los costes de las transacciones son
altos y las negociaciones son poco frecuentes. Además de eso, el stock de
propiedades es relativamente fijo en el corto plazo. Como los ciclos duran décadas,
es difícil decir cuánto valdría una propiedad a largo plazo. “No sabemos, de hecho,
cuál debería ser el precio, por lo tanto, es siempre difícil decir si estamos ante una
burbuja o si está habiendo una simple mejora de los fundamentos de la economía”.
Los altos y bajos en el sector de la vivienda “están casi siempre asociados al
desempeño del sistema bancario”, añadió Herring. “Cuando sucede algo bueno en la
economía, los precios de los bienes inmuebles tienden a aumentar, y los bancos
tienden a apoyar ese movimiento, porque hoy en día las personas tienen garantías”.
El optimismo que rodea al aumento de los precios alimenta las ilusiones, y como un
número cada vez mayor de inversores principiantes llega al mercado, los precios y el
entusiasmo aumentan en la misma proporción. “Se entra en una espiral ascendente
que puede llevar al individuo hacia un viaje muy largo durante mucho tiempo. Tal
vez esté preguntándose qué papel juegan los supervisores y los órganos reguladores
en medio de todo eso. Con frecuencia, suelen apoyar esta situación, porque les
gustan los préstamos garantizados por bienes inmuebles, ya que se trata de bienes
tangibles”.
Podemos llamar a esa situación “falacia de la tangibilidad equivocada”, comentó
Herring al mostrar la diapositiva de un rascacielos inacabado tras un reciente periodo
de prosperidad seguido de colapso en Tailandia. “Sin embargo”, añadió, “sería más
correcto si nos refiriéramos a esa situación como falacia del hormigón equivocado”.
Una vez más, la emoción desempeña un papel significativo en ese ciclo. Las
personas sufren de “miopía del desastre”, bien porque no consiguen simplemente
imaginar la posibilidad de un colapso económico, o porque creen que la probabilidad
de que eso suceda es tan pequeña que no vale la pena preocuparse, dijo Herring.
Continuo aumento del precio de vivienda
“Creo que estamos de acuerdo en el hecho de que el exceso de optimismo tal vez
sea en buena parte responsable de la confusión en la que nos metimos”, dijo Jeremy
Tobacman, profesor de Negocios y Políticas públicas de Wharton. “Hubo un
optimismo creciente respecto a los precios de las viviendas”.
Tobacman citó una investigación de la Case and Shiller, de 2003, sobre el
comportamiento de los propietarios de viviendas en cuatro grandes mercados:
Boston, Milwaukee, Los Ángeles y San Francisco. En todos esos mercados, más del
80% de los dueños investigados dijeron que, en su opinión, los precios de las casas
subirían en el transcurrir de los siguientes años. Cuando les preguntaron cuánto
esperaban que los precios subieran los próximos meses, las respuestas variaron, de
media, del 7,2%, en Boston, a un 10,5% en Los Ángeles.
“Más sorprendentes aún que las cifras anuales son los números relativos a décadas”,
dijo Tobacman. Ante la pregunta: “Con relación a los próximos diez años, ¿cuánto,
de media, espera que su inmueble se revalorice anualmente?”, los propietarios de
Milwaukee dijeron que esperaban que los precios aumentaran en torno a un 11,7%.
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En San Francisco, el retorno esperado era del 15,7%.
En general, las personas hacen malas elecciones económicas porque tienen un
optimismo exagerado respecto a lo que harán en el futuro, dijo Tobacman. Ellas
transfieren, por ejemplo, el saldo de la tarjeta de crédito a tarjetas con tasas de
intereses elevados y de largo plazo porque creen que conseguirán pagar todo antes
de que expire el plazo de las tasas iniciales más bajas. (La mayoría no lo consigue).
Los prestatarios que dejan de pagar los préstamos hechos, generalmente pagan
intereses que llegan a un 90% del montante principal del préstamo antes de desistir
finalmente y dejar de pagar.
Un estudio hecho en un gimnasio constató que las personas que se ejercitaban
cuatro veces al mes, de media, optaron por pagar una cuota de 85 dólares, aunque
el gimnasio ofreciera también una cuota de 10 dólares cada vez que se utilizaran sus
instalaciones. “Cuando preguntamos a las personas qué piensan hacer, detectamos
un rechazo radical en aceptar la realidad”, dijo Tobacman. “Hay una miopía
deliberada que nos impide considerar la posibilidad de obtener resultados
indeseados”.
En la reciente burbuja, tanto los compradores como los acreedores se comportaron
de una manera extremadamente optimista en relación al futuro. Los compradores
ignoraron la posibilidad de que tal vez no fueran capaces de mantenerse al día con
los pagos porque asumieron que los precios de las casas subirían y ellos conseguirían
venderlas o refinanciarlas. Los acreedores, de igual modo, ignoraron la posibilidad de
impago porque los precios cada vez más elevados de los inmuebles residenciales
habían facilitado la eliminación de préstamos de amortización dudosa de sus libros.
Tobacman citó una frase de John Kenneth Galbraith en The great crash, en que el
autor narra los eventos que desembocaron en La Gran Depresión: “Los banqueros
fueron también fuente de incentivo para aquellos que querían creer en la
permanencia del boom. Muchos de ellos abandonaron su papel histórico de
guardianes del pesimismo fiscal de la nación y gozaron de un breve intervalo de
optimismo”.
Tobacman añadió: “La cuestión es la siguiente: ¿cuándo, exactamente, ese ímpetu
poderoso de creer en un futuro de color de rosa es corregido por el mercado y
cuándo está fuera de control?”
La explosión de la deuda del consumidor que está detrás de la crisis es también una
cuestión de autocontrol, observó Angela Lee Duckworth, de la Universidad de
Pensilvania. “Aplazar la gratificación es un problema perenne para el ser humano.
Todos luchamos, desde niños hasta la vejez, incluso los más sabios, con el problema
del autocontrol”.
Duckworth definió el autocontrol como la habilidad de negociar una situación en la
que hay dos elecciones, siendo una de ellas obviamente superior. La otra elección,
sin embargo, es más tentadora. Una persona a dieta, por ejemplo, ante de un pastel
de chocolate sabe que es mejor no comerlo, pero lo come. En el caso de la burbuja
inmobiliaria, los compradores de viviendas no fueron capaces de recurrir al
autocontrol en el momento en que decidieron comprar casas mayores cuyos precios
no estaban a su alcance. Los acreedores dejaron de ejercer el autocontrol cuando
decidieron costear hipotecas dudosas a cambio de ingresos bancarios de corto plazo.
Durante años, los americanos ahorraron poco y consumieron mucho, dijo
Duckworth. La profesora llamó la atención sobre la conclusión de un editorial
reciente de The Wall Street Journal escrito por Steven Gjerstand, investigador
asociado de la Universidad Chapman, y Vernon L. Smith, profesor de Economía de la
Universidad Chapman y ganador del Premio Nobel de 2002: “Una crisis financiera
con origen en la deuda del consumidor, sobre todo tratándose de una deuda con un
mayor peso en la parte más modesta de la distribución de riqueza y de renta,
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repercute rápidamente y con gran impacto en el sistema financiero. Parece que
estamos asistiendo al segundo gran colapso de la deuda del consumidor, el fin de un
atracón inmenso de consumo”, decía el editorial.
Duckworth añadió: “Parece que mi padre tenía razón cuando, en torno a la mesa a la
hora de cenar, decía que ‘los americanos estaban viviendo más allá de sus
posibilidades. Creo que era eso. Creo que, en parte, eso se debe al hecho de que
todos los seres humanos desean vivir de esa manera”.
El autocontrol es una actitud que cambia drásticamente con el paso del tiempo,
según explica Duckworth. Esto ocurre porque el córtex prefrontal, el área del cerebro
que permite a los seres humanos controlar los impulsos y aplazar el placer, madura
más despacio que otras partes del cerebro. “Las regiones subcorticales y el tronco
cerebral ya comienzan a funcionar, aunque no totalmente, al nacer, o poquísimo
tiempo después de eso [...] Por lo tanto, la emoción y el impulso en esas áreas
entran en funcionamiento inmediatamente y a todo ritmo”, dijo. Pero, el córtex
prefrontal sólo alcanza el desarrollo pleno en una edad más madura: más o menos
entre los 30 años y, posiblemente, cerca de los 50.
“Existe un desfase entre emociones e impulsos [...] y es preciso esperar hasta que el
individuo alcance por lo menos 25 años para que el córtex frontal esté en plena
forma para derrotar los deseos más instintivos”.
Estudios realizados por el psicólogo Walter Mischel para evaluar en qué medida un
niño en edad preescolar es capaz de aplazar con éxito el deseo de gratificación (debe
escoger entre comer un dulce ahora o dos más tarde) pronosticaron una serie de
resultados que se hicieron realidad más tarde en su vida: desde cosas como la
puntuación obtenida en pruebas decisivas para su carrera estudiantil hasta la
probabilidad de divorcio y uso de cocaína, observó Duckworth. “Creo que
descubrimientos de ese tipo, que creían casi inimaginables, son, en realidad,
bastante creíbles, ya que Walter Mischel fue capaz de destilar en una simple prueba
el dilema humano clásico al que todos nos enfrentamos diariamente: ¿más después
o un poquito ahora?”
Ésos y otros estudios sobre la satisfacción aplazada mostraron que la autodisciplina
es un factor de enorme importancia en el pronóstico de éxito futuro, más que otros
factores como el coeficiente intelectual, dijo Duckworth. Una mejor comprensión de
la psicología del autocontrol podría ayudar en la creación “de políticas
gubernamentales que, aparentemente, serían capaces de acomodar las realidades de
la naturaleza humana”.
Una cuestión de confianza
“¿Qué sucede cuando la burbuja estalla, ya que el desenlace no puede ser otro?”, se
preguntó Herring. El péndulo vuelve al otro extremo. “Las personas descubren
fácilmente que al mercado le pueden suceder cosas malas y se retiran. Ellas tienden
a exagerar en la dosis, se vuelven extremadamente aversas al riesgo durante mucho
tiempo hasta que se convencen finalmente de que los activos inmobiliarios merecen
su confianza otra vez”.
De acuerdo con David M. Sachs, analista del Centro Psicoanalítico de Filadelfia, la
crisis actual no es de confianza, sino de responsabilidad. “Prácticas financieras
abusivas han prosperado libremente sin que las amarras del control moral personal
impidieran el comportamiento criminal individual, como en el caso de Bernard
Madoff, así como manipulaciones financieras complejas, como en el caso de AIG”. El
público, que esperaba ser protegido de tales abusos, fue víctima de un trauma que le
infligió un sentimiento de abandono semejante al que siguió al 11 de septiembre.
“Las expectativas normales de lo que se considera seguro y confiable fueron
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abruptamente sacudidas”, observó Sachs. “Como suele suceder en situaciones posttraumáticas, planear el futuro no es algo que se pueda hacer en base a
presuposiciones antiguas sobre lo que se considera seguro y lo que se considera
peligroso. Hubo una inversión radical de cómo debe ocurrir la gratificación”.
Hoy en día, las personas se sienten mejor ahorrando que gastando, dijo Sachs. Ellas
tienen dificultad en confiar en las promesas del Gobierno porque se sienten
abandonadas por él.
Ese argumento nació de una paciente ficticia llamada Betty Q. Public, una
bibliotecaria con dos hijos adolescentes casada con John, que fue despedido
recientemente de su empleo. “Ella se sentía traicionada porque había invertido, junto
con su marido, de manera conservadora, pero fueron engañados por hombres de
negocios deshonestos y ambiciosos. Ahora, ella ya no confía en el Gobierno, porque
no la protegió de la deshonestidad de las empresas. Y no sólo eso: ella tampoco cree
que las cosas puedan cambiar de rumbo rápidamente, de tal modo que ella y su
marido puedan alcanzar las metas que habían establecido anteriormente.
“Incluso sin ser experta en economía, ella sabía que [...] algunas personas se habían
enriquecido enormemente haciendo mal uso del dinero ajeno, inclusive el de ella”,
dijo Sachs. “En suma, John y Betty hicieron todo de forma correcta y estaban siendo
castigados, mientras otros, que actuaron de mala fe, seguían sin castigo alguno”.
Ayudar a alguien a recuperarse de una experiencia traumática es una analogía muy
buena, porque permite entender lo que se debe hacer para ayudar a la economía a
recuperarse de su experiencia traumática, resaltó Sachs. El público debe “llamar a la
responsabilidad a los autores del desastre económico y tomar las medidas necesarias
para que no se perjudique a la economía de nuevo”. Además de eso, es preciso que
el público tenga pruebas de que los líderes del Gobierno y de las empresas han
cambiado de comportamiento para que puedan confiar en ellos nuevamente, dijo.
“Una vez traumatizada la persona, toda promesa [...] le parece peligrosa —indigna
de confianza— porque para creer es preciso confiar”, dijo Sachs. “Es la víctima la
que tiene que decidir en qué momento podrá confiar de nuevo. Eso lleva tiempo”.
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