La ciencia positiva Durante el siglo XIX, los científicos realizaron descubrimientos y elaboraron teorías que transformaron el conocimiento del mundo natural y social. Poco a poco se fueron definiendo campos de investigación específicos para las nuevas disciplinas, como las ciencias naturales, la física, la química, la economía política, la sociología. Los científicos pensaban que cada disciplina debía ocuparse de un objeto de investigación diferente, aunque todos debían trabajar con un mismo método, basado en la observación y en la experimentación. La meta de todos los investigadores debía ser “descubrir” las leyes científicas que explicaran los fenómenos naturales y sociales. Los investigadores y filósofos positivistas consideraban que el único conocimiento positivo que se podía alcanzar era el que provenía de la aplicación rigurosa del método científico. Consideraban también que los conocimientos científicos así construidos eran verdades irrefutables y de validez universal. Una de las investigaciones que provocó mayor impacto y que influyó de manera decisiva en todos los ámbitos científicos e intelectuales fue la del naturalista inglés Charles Darwin. En su obra El origen de las especies, publicada en 1859, postuló la teoría de la evolución de las especies. Allí sostuvo que las especies se van transformando a lo largo de un “proceso lento y gradual”. El principio que explica estas transformaciones es el de al “selección natural”: los individuos de una especie que mejor se adaptan al medio natural son los que logran sobrevivir. El estudio del orden social Las conclusiones a las que arribó Darwin conmovieron a la comunidad científica y provocaron muchas polémicas. Sin embargo, coincidían con las ideas de progreso de la época y fueron trasladadas por muchos pensadores al campo de los estudios sociales. El filósofo positivista francés Auguste Comte (1798-1857) fue quien expuso de manera sólida y coherente este conjunto de ideas y contribuyó a definir un nuevo campo de investigación al comenzó a llamarse “sociología”. Se proponía estudiar la evolución de las sociedades humanas de manera “objetiva”, aplicando el método y las nociones que se utilizaban en las ciencias naturales. Consideraba que el progreso era el resultado de un proceso lineal y acumulativo y que las sociedades habían pasado por tres “edades” o estadios evolutivos: la “teológica”, desde los primeros hombres hasta el siglo XIII; la “metafísica”, hasta 1789, y la “científica”. Esta última etapa, asociada a la expansión de la industria capitalista, era el escalón más elevado de la evolución humana y garantizaba el ideal del orden social. Los sociólogos positivistas creían que podían demostrar que toda sociedad, para poder funcionar, debía tener algún tipo de orden, y que ese orden social podía ser explicado por medio del descubrimiento de leyes científicas. Confiaban en que las elites dirigentes, con el aporte de los científicos, contribuirían a mantener y conservar el orden de la nueva civilización. Estas ideas se ajustaban muy bien a las necesidades de las burguesías de los países industrializados, para quienes el orden y la paz social eran una condición necesaria para la expansión de sus negocios y para el funcionamiento de la economía capitalista. Si el orden de la sociedad industrial era un orden natural, sujeto a leyes probadas e indiscutibles, los sectores que se beneficiaban con la economía capitalista podían confiar en su perdurabilidad. Al mismo tiempo, el discurso de los científicos era útil para descalificar a quienes protestaban contra las injusticias del capitalismo. Según el pensamiento liberal –positivista, los que alentaban conflictos sociales y alteraban el orden eran enemigos del progreso. Esta visión liberal positivista de la sociedad se impuso también en los países periféricos que se vincularon a los centros industrializados como proveedores de materias primas. Los sectores dirigentes de esos países adoptaron los ideales de orden y progreso, suponiendo que con ello contribuirían a elevar a sus naciones al escalón más alto del “mundo civilizado”. Para ampliar su influencia económica sobre las regiones periféricas, las potencias capitalistas se valían de sus productos, de sus capitales, de sus ejércitos y también de sus ideas. Por todo ello es que el positivismo científico y el liberalismo burgués fueron los pilares sobre los que se asentó la ideología que predominó en los países de Occidente en el siglo XIX. Spencer: el darwinismo social El pensador inglés Herbert Spencer (1820-1903) elaboró sus teorías sociales durante la llamada “época victoriana”, cuando la expansión colonialista británica estaba en su plenitud. Creía que la naturaleza y las sociedades humanas podían estudiarse con lo mismos principios, debido a que la ley de la evolución era universalmente válida. Según Juan C. Portantiero, sociólogo argentino contemporáneo: “Es notorio que detrás de Spencer están las teorías de Darwin, quien había publicado El origen de las especies en 1859, tres años antes de que comenzaran a aparecer los copiosos tratados de Spencer, diez que volúmenes que abarcan la sociología, la psicología, la ética y la biología. La teoría de Spencer no hacía más que consagrar triunfalmente el predominio del capitalismo de libre empresa la influencia imperialista británica. Ferozmente individualista, tomó de Darwin el principio de la supervivencia de los más aptos y lo trasladó al campo social para justificar la conquista de un pueblo por otro” Alonso –Vázquez –Giavón. Historia. El mundo contemporáneo. Ed Aique