Anexos (I) - Gabriela Mistral Cumple 100 Años / Elisa Mújica con los sentimientos colectivos. Versos como “La maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida! / Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad...”, o: “¿Cómo quedan, Dios mío, durmiendo los suicidas?”, pertenecen , el primero, al poema “La maestra rural”, y el segundo, al poema “El ruego”, y recorrieron el hemisferio. Pero en Gabriela se operó el fenómeno de que, a medida que crecía la riqueza expresiva, aumentaban al mismo tiempo su capacidad de síntesis y su poder de abstracción. Imagino el proceso como si contemplara a la autora frente a los temas religiosos y amorosos de su primer libro, y a los cantares infantiles allí contenidos, dejándose invadir cada vez con mayor insistencia por la poderosa corriente de los últimos, venida del pueblo por los cauces remotos de los primitivos habitantes y de los conquistadores españoles. Gabriela se los incorporó, los hizo carne de su carne, los re-creó despojándolos de la melodía fácil a partir de “Tala”, el tercer libro –y ya puede suponerse el esfuerzo que le costaría a la hija del trovero-, para obtener finalmente la depuración en sumo grado que se encuentra en “Lagar” y en los poemas finales. Todo esto, además, confiriéndoles el carácter experiencial que es el distintivo suyo. Así se desprende de los estudios más autorizados sobre la Obra mistraliana, especialmente del de Esther de Cáceres,escritora uruguaya que firma la Introducción a “Poesía Completa” (Madrid, editorial Aguilar, 1968). Por su parte, la poetisa chilena explica en un autoexamen citado por la misma Esther de Cáceres, que -a su entender- le faltaban siete siglos de Edad Media criolla para dar una docena de arrullos y de rondas. Compuso más de cien, sumados a los de “Desolación” y a los de “Ternura”, su segundo volumen aparecido en 1923. Para decir cosas graves en lo que no es en apariencia más que un juego, se requieren cualidades sobresalientes. La chilena las demuestra en sus ‘canciones de cuna’, al revelar –por ejemplo- el misterio de la madre y el hijo, el único osado a romper lo irrompible para el género humano, la soledad: “Es el mundo desamparo, y la carne triste va; pero yo, la que te mece, ¡yo no tengo soledad!” - 609 -