REPRESENTACIONES PICTÓRICAS DEL MITO DE ACTEÓN LA

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REPRESENTACIONES PICTÓRICAS DEL MITO DE ACTEÓN
LA DIOSA DIANA: “Ni se mira, ni se toca”
François Boucher, El baño de Diana (1742),
Museo del Louvre, París
Diana (Ártemis para los griegos), es una de las cabecillas del panteón grecorromano:
diosa de la caza, de la luna y de la castidad.
Antes de casarse con Juno, Júpiter estuvo prometido con la diosa Letona. Letona se
quedó sin marido y embarazada de gemelos. La primera en nacer fue Diana, una niña
tan espabilada que nada más salir se puso manos a la obra y ayudó a su madre en el
parto de su hermano Apolo.
A Diana se la reconoce muy fácilmente en cualquier cuadro o escultura por su
indumentaria y atributos (los "atributos" son los trastos que llevan a cuestas los dioses,
santos y demás personajes de las representaciones artísticas y que nos permiten
distinguir quiénes son, una especie de DNI iconográfico). Suele ir vestida con una
túnica corta, tiene el pelo recogido en la nuca y media luna sobre la frente (diosa de la
luna) y lleva en las manos o deja tirado un arco o una jabalina (diosa de la caza). A
veces lleva también un escudo para protegerse de las flechas de Cupido (diosa de la
castidad) y puede ir acompañada de un perro de caza o de un ciervo.
Diana de Versalles, copia romana de un original griego
de Leocares del IV a.C., Museo del Louvre, París
La vida de Diana se reducía a cazar con su corte de ninfas, bañarse después del ejercicio
por el tema de la higiene -a las diosas también les cantaba el alerón- y volver a cazar de
nuevo. Tanto Diana como sus ninfas habían hecho votos de castidad, por lo que la caza
y los baños eran prácticamente sus únicas actividades diarias, aparte de ahuyentar a los
faunos del bosque que siempre intentaban propasarse, como podemos ver en los tres
cuadros siguientes (atención al fauno pillín de Van Dyck que aprovecha la siesta de la
diosa para intentar quitarle el manto rojo que le tapa las vergüenzas).
Peter Paul Rubens, Diana y sus ninfas cazando (boceto, 1639-1940),
Museo del Prado, Madrid
Peter Paul Rubens, Diana y sus ninfas sorprendidas por sátiros (1639-1640),
Museo del Prado, Madrid
Anton Van Dyck, Diana y una ninfa sorprendidas por un sátiro (1622-1627),
Museo del Prado, Madrid
Un buen día un príncipe tebamp llamado Acteón, que estaba cazando por la zona, se
topó por sorpresa con este grupo de chicas que chapoteaban alegremente en una charca,
bastante ligeras de ropa. Muy sigiloso, se escondió detrás de unos matorrales para poder
observar sin ser visto, pero Diana se percató, le lanzó agua a la cara y como castigo por
su voyeurismo le convirtió en ciervo. Acteón salió trotando sin darse cuenta del cambio
que había sufrido su organismo y pensando para sus adentros "¡ay qué ver cuánto
corro!". Pero sus perros, que estaban al acecho de alguna presa, le dieron caza y se lo
merendaron. Así es como se las gastaba Diana cuando algún hombre amenazaba su
castidad y la de sus chicas. (Este es el ciervo que aparece junto a ella en muchas
representaciones.)
Veamos algunos ejemplos artísticos de esta escena, como este cuadro de Lucas Cranach
el Joven, en el que Acteón está siendo devorado por los perros en el mismo momento en
que Diana le salpica con el agua. A destacar la "grácil" postura de una de las ninfas
intentando salir del agua.
Lucas Cranach el Joven, Diana y Acteón (h.1550),
Hessisches Landesmuseum, Darmstadt
Lucas Cranach el Joven, Diana y Acteón (h.1550),
Hessisches Landesmuseum, Darmstadt (detalle)
En la misma línea, tenemos esta otra pintura del renacentista Matteo Balducci, con unas
ninfas algo contrahechas bañándose en una charca que cubre demasiado, teniendo en
cuenta lo cerca que están de la orilla.
Matteo Balducci, Diana y Acteón (siglo XVI),
colección particular
Lo más habitual, sin embargo, es que el pintor represente el momento exacto de la
metamorfosis, con Acteón mostrando ya algunas características "cierviles" (o sea
cuernos), como sucede en este ejemplo de Giuseppe Cesari, también conocido como Il
Cavaliere d'Arpino. En este caso, el artista juega con el contraste entre los cuerpos
claros de las ninfas desnudas y la colorida vestimenta de Acteón, que lleva una camiseta
azul tan ceñida que hasta le marca el ombligo. Fijaos en el detalle de los perros, que se
ponen nerviosos porque su amo empieza a olerles bien y le miran con ojillos de deseo.
Giuseppe Cesari, Diana y Acteón (1603-1606),
Szépmûvészeti Múzeum, Budapest
Giuseppe Cesari, Diana y Acteón (1603-1606),
Szépmûvészeti Múzeum, Budapest (detalle)
Aquí tenemos otro ejemplo esta vez de Rembrandt, que aprovecha para representar dos
historias al tiempo, la de Acteón y la de la ninfa Calisto. Su dominio de la luz es como
siempre magistral: en este caso deja en penumbra el bosque del fondo e ilumina
fuertemente la escena principal. La figura de Acteón no puede ser más grotesca...
Rembrandt, Diana y Acteón (1634),
Museo Wasserburg Anholt, Isselburg-Anholt
Rembrandt, Diana y Acteón (1634),
Museo Wasserburg Anholt, Isselburg-Anholt (detalle)
Y acabamos con esta deliciosa pintura de François Boucher titulada Diana en el baño,
puro rococó francés y una de las Dianas más encantadoras que se han pintado nunca.
Esta vez la pobre mujer puede bañarse tranquila sin que le moleste nadie.
François Boucher, El baño de Diana (1742),
Museo del Louvre, París
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