LA PINTURA DEL RENACIMIENTO Dentro de una determinada tradición poética, que seguramente remonta a la epístola XVI de las Heroidas de Ovidio, debe incluirse la escena del amante que sorprende a la amada con el pecho descubierto y que se deja encandilar por su belleza; y una fijación de esas características responde a los anhelos de posesión física de la amada que alberga el curioso amante (que, por ejemplo, en el caso de Paris, suele presentarse como un enfermo de amor, que no puede desprenderse de la imagen de Helena y que ha inventado historias de amor hablando de un amante imaginario que en realidad es él). Garcilaso parte de esa tradición, en la que introduce elementos nuevos, bien pergeñados en los textos de Petrarca, bien elaborados a través de las representaciones de damas que ocultan con una mano uno de sus pechos desnudos. En ese sentido, se puede ilustrar el soneto de Garcilaso con el retrato de una Joven veneciana de Tintoretto, conservado en el Museo del Prado de Madrid; pero, aunque no ofrece la fecha, sin lugar a dudas posterior a 1536, se basa en él para afirmar que el toledano reproduce una escena real en que los senos de la amada se ofrecen a su visión y ella los oculta con la mano. En la pintura, sin embargo, la dama o Joven deja ver su seno derecho gracias a la mano de ese lado que aparta el vestido mientras que con la otra sostiene la ropa con que cubre el izquierdo; y, en semejante postura, no parece intentar ocultar el pecho que descubre con absoluta naturalidad mirando hacia otro sitio. En Roma, por ejemplo, a principios de siglo, la mujer había acaparado la atención de los artistas; y, en ese sentido, su desnudez ―ya íntegra, ya solo del busto― había sido reproducida en muchísimos cuadros, especialmente los relativos a la diosa Venus. En esa faceta, Rafael, influido por Leonardo, llegó a constituir un auténtico precursor a partir de su Fornarina, inspirada en una mujer a la que el pintor amó hasta la muerte, algunas veces identificada con una cualquiera o con una prostituta de poca monta. El cuadro reproduce a una joven, hija de un panadero, que con la mano derecha, ubicada entre los senos, sostiene un velo transparente; la muchacha deja ver sus senos, a pesar de la posición de la mano, que parece señalar el corazón, en uno de los atributos de la Amistad. El mismo artista pinta el busto de otra muchacha que adopta una postura similar (la mano entre los senos, aunque un poco más abajo), dejando solo al descubierto el seno izquierdo, teniendo el derecho cubierto por un manto que le cubre el hombro de ese mismo lado y que baja hacia el brazo izquierdo. El retrato, titulada Comitas, se conserva en el palacio del Vaticano (sala de Constantino) y presenta a una joven con la mirada perdida, que emana una dulzura inefable (al igual que La Fornarina, lleva un brazalete en el brazo izquierdo, aunque sin ninguna inscripción). En esa línea, Giorgione, en su cuadro titulado Laura, expone a una joven, con un abrigo de pieles, bajo el cual descubre el pecho derecho gracias a la mano del mismo lado. En otras telas de Rafael, como La Velata, se insiste en representar a una joven ―en este caso vestida― con el la mano derecha situada sobre los senos (en la Lucina Brembati, de hacia 1523, de Lorenzo Lotto, la figura femenina ―también vestida― aparece con la mano derecha por debajo de un seno y la izquierda sobre el otro, seguramente con el propósito de exhibir las joyas que lleva puestas en varios dedos). En un friso del fresco en la sala del Fregio, en la villa Farnesina de Roma, hacia 1517, Baldassare Peruzzi reproduce buena parte de los ingredientes de la fábula, al superponer episodios distintos. En una fuente, producto del artificio humano, no de la naturaleza, aparecen bañándose tres doncellas completamente desnudas, de las cuales una, seguramente Diana, increpa a Acteón, quien tiene la cabeza y los brazos ya transformados en ciervo, además de las piernas, todavía con el aspecto original, acometidas por dos perros. En el mismo plano, junto a Acteón, dos cazadores blanden sendas jabalinas contra él, a quien confunden con un ciervo, a pesar de la ropa que el príncipe aún conserva desde el torso hasta los pies. Entre la producción de Tiziano, podemos encontrar diferentes retratos en que aparecen muchachas escotadas o con algún pecho al aire. Salomé, por ejemplo, de 1516, se presenta con el vestido cayéndose en la parte izquierda, dejando desnudo el hombro y el antebrazo, aunque tapando el seno con un pliegue de ropa cogido por la mano. Magdalena penitente, de 1531, reproduce una mujer de larga cabellera, intentando taparse los dos senos con la mano y el brazo derecho, si bien solo lo consigue parcialmente. La Venus del espejo, ya de 1555, expone a una mujer desnuda hasta la cintura, ocultando el seno izquierdo con la mano del mismo lado, si bien mostrando el derecho. Tiziano también ―hasta donde alcanzó― dedicó varias pinturas al mito del Acteón y Diana. En una, Acteón, sorprendido, con las manos al aire, contempla a un grupo de muchachas, entre las que destaca la más cercana al príncipe de Tebas, por procurar taparse con un lienzo rojo; y, cualquier caso, ninguna de las del grupo arroja agua con las manos al joven cazador, y no todas se percatan de ser observadas, como tampoco, en ese sentido, aparecen en disposición de ocultar con su cuerpo a señora, en tanto Diana, a quien le limpian los pies, aparece con el ademán de cubrise con ropa blanca, ayudada por una mujer de color. En la otra, Diana está cazando, después de haber convertido a Acteón, a quien, con la cabeza de ciervo, atacan y devoran sus propios perros; Diana, por otra parte, corre con un seno desnudo que no llega a tapar con la mano con que tensa su arco. Garcilaso, que no pudo ver ninguna de estas pinturas, quizá se inspiró en alguna que reprodujera el mito, en una de sus varias escenas.