Domingo XXX durante el año

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DOMINGO V DE CUARESMA (A)
Homilía del P. Daniel Codina, monje de Montserrat
10 de abril de 2011
Ez 37, 12-14 / Rom 8, 8-11 / Jo 11, 1-45
El camino de la Cuaresma avanza, queridos hermanos y hermanas, y nosotros vamos
haciendo camino guiados por la mano de la iglesia y de la liturgia, iluminados por la
Palabra de Dios y fortalecidos por los sacramentos, la oración y las buenas
obras. Este camino tiene un término, que ya está llegando, ya lo tocamos: es la
Pascua. Este camino, también y primero, lo ha hecho Jesús: Él nos lo ha
enseñado. Desde los cuarenta días en el desierto y las tentaciones, hasta hoy en
Betania realizando uno de los milagros más importantes, Jesús siempre ha ido
haciendo camino. De hecho, en los evangelios, casi siempre lo encontramos yendo de
un lugar a otro, siempre anda en busca de la gente, para anunciar el Reino, para curar
y consolar e incluso para apartarse de las multitudes y orar a solas en la
montaña. Hace dos domingos, en el evangelio de la samaritana, lo veíamos que
llegaba junto al pozo de Jacob y reposaba del camino, cansado, y pedía beber un
poco de agua, como hace cualquiera de nosotros después de una buena caminata. Y
este camino también le lleva a Jerusalén, en el lugar - nos lo dice el evangelio de hoy donde le esperan para condenarlo. Y sube, porque allí está el final del camino: "debe
ser condenado y muerto, pero al tercer día resucitará”. Mientras tanto, aún le queda
camino por hacer: la entrada en Jerusalén el día de Ramos, e ir y venir del templo para
discutir con los escribas y fariseos, pero sobre todo, para estar con los discípulos e
irles haciendo descubrir quién es Él y que lleguen a creer en Él y, de manera
particular, subir al calvario.
Este es el camino catequético de la Iglesia que se nos propone también a nosotros a
través de las lecturas de las celebraciones, especialmente de los evangelios de las
misas dominicales: los tres grandes textos de estos últimos domingos (el de la
Samaritana, el del ciego de nacimiento y hoy el de la resurrección de Lázaro) terminan
con una profesión de fe: los samaritanos, después de pasar dos días con Jesús, ya no
creen por el testimonio de la mujer, sino que, dicen, "Ya no creemos por lo que tú
dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del
mundo". Y Jesús aprovecha el episodio para presentarse como la verdadera fuente de
agua, del agua viva: la fe en Dios, el Padre, y en Él, el enviado del Padre, y en el
Espíritu.
El ciego de nacimiento, después de todos los líos y discusiones con los fariseos y
después de que fuera expulsado de la sinagoga, termina reconociendo Jesús y
haciendo un acto de fe profundo: "Creo, Señor!", Y se postró ante él. Aquí Jesús, a
través de la curación del ciego, se presenta como la verdadera luz, como el que hace
que podamos ver de verdad: "mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Esta
luz es la fe que nos viene del mensaje que predica y de las obras que hace: al igual
que Dios creó la luz física, ahora Jesús trabaja y aporta la luz que no se apaga y que
es vida eterna.
La muerte de Lázaro, el hermano de Marta y María, los tres buenos amigos de Jesús,
es un momento culminante del camino hacia la fe y del descubrimiento de Jesús. De
entrada, Jesús deja que Lázaro, gravemente enfermo, muera: de esta manera será
más patente la obra de Dios a través de Jesús. Después, cuando el Señor se
encuentra por separado con las dos hermanas, les pide la fe: "¿Crees esto?", Le
pregunta a Marta, y aún ante el sepulcro, contrarrestando el temor de Marta, le dice
aún: "¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?". Finalmente, al ver el
milagro, todos los presentes "al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él". Aquí
Jesús, explícitamente, se presenta como la "resurrección y la vida", por lo que quienes
lleguen a la muerte corporal, si cree en él, "aunque haya muerto, vivirá"; es más: "el
que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre".
Con estos textos significativos, extraídos del evangelio según san Juan, la liturgia nos
ayuda a caminar hacia la Pascua. De entrada es la preparación de los que han de ser
bautizados, pero, de hecho también es el camino de todos, un año y otro, para llegar al
desarrollo pleno de nuestra fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado. Sin ella, nada
podemos comprender del hecho Jesús. Necesitamos, hermanos y hermanas, hacer
muy nuestra la enseñanza de San Pablo en la segunda lectura: es el Espíritu Santo
quien de verdad nos enseñará cómo debemos creer y en quién debemos creer. Este
espíritu es lo que nos fue dado por el bautismo y la confirmación. Esto quiere decir que
nuestra vida de ahora debe ser empujada y movida por el Espíritu: "Si el Espíritu del
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre
los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo
Espíritu que habita en vosotros". Necesitamos pedir con oración insistente el Espíritu
para vivir con coherencia nuestra vida de cristianos y de ser testigos de la Vida en
medio de nuestro mundo tan marcado por la muerte, la violencia, la guerra y tantas
formas de mal y de pecado. Necesitamos ser testigos eficientes de consuelo y de
ayuda para todos los que tienen sed de tantas cosas, y no del agua de vida eterna:
necesitamos ser testigos de solidaridad eficiente. Necesitamos ser testigos de la luz,
de la claridad, de la visión que orienta y ennoblece la vida, ante tanta ceguera, de
tanto ir a tientas buscando felicidades fugaces, engañosas o inútiles.
Con este espíritu debemos disponernos a vivir el misterio de Cristo la próxima
semana, Domingo de Ramos y Semana Santa. Fijémonos en Jesús que nos va por
delante y no tengamos miedo de decir también con el apóstol Tomás, animando a sus
compañeros: "Vamos también nosotros, y muramos con él", para resucitar también
con Él.
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