[12] —Entre los nuevos poetas de Portugal, hay uno que atrae especialmente la atención de los buenos jueces. Tiene candores de niño, y rugidos de león. En sus versos corre a torrentes el espíritu de la Naturaleza: todo es en ellos palpitante, precipitado, irregular, sonoro, vivo. Puede decir como el poeta latino Odi profanum; o como Carducci, este cincelador de la lengua italiana: Odio l’usata poesía,—El joven poeta portugués tiene colores en su paleta para pintar alas de ángel y llagas de mendigo. Con igual fuerza expresa los sentimientos honrados y robustos con que su generosa alma sacude su mente, que los cuadros de miseria humana e irregularidad social que hieren sus ojos. Don Juan, que simboliza para este poeta la poesía lánguida, el amor corruptor, el brillo falso, la pereza pervertidora, debe ser muerto. Don Juan debe morir, y Jesús debe vivir: Jesús, fuerza, trabajo, verdad, libertad, igualdad, justicia, amor casto. La obra más conocida de este osado bardo es La muerte de don Juan, un poema batallador y caprichoso, del cual ha traducido magistralmente nuestro Pérez Bonalde el canto “Las Ruinas”. El joven poeta se llama Guerra Junqueiro. —Dos nuevos poetas apasionan hoy a los ingleses: el uno melodioso, abundante, delicado, se llama Rosetti; el otro triste, enfermizo, desigual, reconcentrado, meditabundo, se llama Oscar Wilde; en ambos se nota la influencia de un poeta que derivó sus versos de la naturaleza, y no los deformó con preocupaciones de escuela: Keats. De los dos bardos nuevos, Rosetti es acariciado por la Fama; Wilde es cruelmente flagelado por la crítica. Distingue a Rosetti una gran pulcritud en la forma: tiene algo de sensual, de sedienta, de sombría, de autumnal, la poesía de Oscar Wilde. Y se tiene a Wilde por el jefe de una nueva escuela, la de los Estetas, los amigos de lo bello. Rosetti es comparado a Tennyson. El último libro de este se llama Baladas y Sonetos:—el último de Wilde se llama simplemente: Poesías. —En otro tiempo, Centroamérica vio batallar, derribar obstáculos, fundir pueblos y elaborar una nación potente, que fue ahogada en su cima por los pequeños odios locales que como necesidad de su política mantenía despiertos el gobierno de la colonia, a un guerrero brillante, que era hombre de grandes pensamientos y de hermosas palabras, a Morazán. Luego de deshecha su trabajosa obra de fusión de los Estados de Centroamérica en una República vasta y poderosa, murió oscuramente a manos de una facción importante. Había en Morazán, a quien los centroamericanos rinden un culto semejante al que todos los hijos de Hispanoamérica rinden a Bolívar, algo del empuje, del poder excelso, de la fuerza mágica, del valor resplandeciente de nuestro maravilloso héroe. Por de contado que su personalidad es aún calurosamente debatida, y sus merecimientos exaltados o negados según sean los que los comenten, partidarios o adversarios de la Unión de Centroamérica, por las que el guerreador famoso, que fue también un orador elocuente, dio su vida. ¡Aún lleva el buen soldado sobre su capa de batallar el polvo del camino! Pero San Salvador seguro de la augusta fama de que goza el caudillo, le ha decretado honores heroicos, y en un taller de Génova se construye un monumento de mármol y bronce, decretado por la agradecida República para honrar la memoria del reformador infortunado a quien prestó durante su breve y deslumbrante carrera leal apoyo. En el mármol se reunirán, para alzar sobre sus hombros a su héroe, como él sobre sus hombros quiso alzarlas a ellas, las cinco Repúblicas del Centro. Del testamento de Morazán, escrito pocas horas antes de morir a manos de los facciosos, se han tomado frases hermosas que figurarán como inscripciones en el monumento. —“Lego mis restos al pueblo salvadoreño—dice una inscripción—en prueba de mi predilección y mi reconocimiento por su valor y sacrificios en defensa de la libertad y de la Unión Centroamericana.”—“Excito a la juventud,—dice otra,—a la juventud llamada a dar vida a este país que dejo con dolor porque lo dejo en la anarquía, a que imite mi ejemplo y muera con firmeza antes que dejar a su patria abandonada al desorden que hoy la despedaza.”—En otra inscripción será también perpetuado un hecho famoso de Morazán. Los revolucionarios, temerosos de su triunfo, hicieron prisionera su familia, e intentaron valerse de ella para obligarle a deponer el mando: —“Muy caros son vuestros rehenes a mi corazón,—dijo Morazán,—pero soy el jefe de la Nación, y debo atacar. Pasaré sobre esos queridos muertos, escarmentaré a los rebeldes, y moriré luego.” —Un gran incendio en Nueva York ha devorado gran cantidad de reliquias sudamericanas. El caballero Gebhard, gran viajero y coleccionador infatigable, tenía almacenados en la casa de depósito que fue víctima del fuego, una colección muy rica de objetos de arte y monumentos de historia primitiva de Asia y América. Ídolos, vasos raros, y valiosos jeroglíficos han perecido en la catástrofe. La Opinión Nacional. Caracas, 17 de noviembre de 1881 [Mf. en CEM]