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ANÁLISIS DEL ESTIGMA EN ESTUDIANTES DE TRES INSTITUTOS DE ZONA RURAL
Montse Cebollero1; Carlos Vaquero1; Miguel Angel Escudero1; Elisabeth Ureña1; Jesus Saiz1,2
1
2
Grupo 5.
Universidad Complutense de Madrid.
[email protected]
Estigma, Jóvenes, Enfermedad mental, Estereotipo, Prejuicio.
RESUMEN:
Introducción: Numerosos autores han demostrado que el estigma hacia el enfermo mental
sigue muy presente. Sin embargo, menos se han detenido en tomar en cuenta la importancia que la
etapa de la juventud implica para la incorporación de valores y estereotipos en las personas.
Objetivo: Describir las diferentes dimensiones del estigma en estudiantes de tres institutos de
zona rural.
Metodología: El instrumento empleado fue el AQ-27. Es una escala de tipo Likert que cuenta
con 27 ítems, agrupados en 9 factores. Obtuvo un alfa de Cronbach de 0,75.
La muestra estuvo formada por 256 estudiantes de tres institutos de 14 a 18 años.
Se realizaron análisis estadísticos de diferencias de medias, empleándose el SPSS 18.0.
Resultados: Encontramos altas puntuaciones (rango 3-27) que sugieren estigma en las
dimensiones: Ayuda (x=21,1484; p<0,001), Evitación (x=20,9961; p<0,001), Coacción
(x=20,1523; p<0,001) y Piedad (x=18,2070; p<0,001).
Discusión: Buena parte del estigma está asociado a componentes positivos (ayuda y piedad),
que antes de facilitar la adquisición de un rol social responsable en las personas con enfermedad
mental, refuerzan su papel como personas dependientes y devaluadas. También encontramos la
coacción como elemento que sugiere la necesidad de dirigir sus vidas y restarles independencia y
capacidad de elección. Estos resultados, a la par que justifican intervenciones sobre el estigma en
nuestra población, sugieren la predominancia de unas dimensiones sobre otras.
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ANÁLISIS DEL ESTIGMA EN ESTUDIANTES DE TRES INSTITUTOS DE ZONA RURAL
INTRODUCCIÓN
1) Discapacidad y enfermedad mental
Las personas con Enfermedad Mental Grave y Duradera (en adelante EMGD) representan un
colectivo extenso y heterogéneo de personas que sufren trastornos psiquiátricos graves. Para
Goldman, Gatozzi y Tanbe1
son: “Sujetos que sufren ciertos trastornos psiquiátricos graves y
crónicos como: esquizofrenia, trastornos maniaco-depresivos y depresivos graves recurrentes,
síndromes cerebro-orgánicos, trastornos paranoides y otras psicosis, así como algunos trastornos
graves de la personalidad, que dificultan o impiden el desarrollo de sus capacidades funcionales en
relación a aspectos de la vida diaria, tales como: higiene personal, autocuidado, autocontrol,
relaciones interpersonales, interacciones sociales, aprendizaje, actividades recreativas y de ocio,
trabajo, etc.; y que además dificultan el desarrollo de su autosuficiencia económica. Asimismo
muchas de estas personas han estado hospitalizadas en algún momento de sus vidas, variando su
duración según los casos”.
Por otra parte, el concepto EMGD implica tres dimensiones según Rodríguez y González 2 en
primer lugar, existe una dimensión diagnóstico bien definida en distintos manuales entre los que
figuran CIE-103 y el DSM-V4, en segundo lugar, la EMGD implica una serie de discapacidades que se
concentran en dificultades para el desenvolvimiento autónomo en las diferentes áreas de la vida
personal y social, y finalmente, el carácter crónico de estos trastornos implica que su evolución será
larga y en ocasiones de por vida.
La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD), en
su artículo 2, establece que por "discriminación por motivos de discapacidad" se entenderá cualquier
distinción, exclusión o restricción por motivos de discapacidad que tenga el propósito o el efecto de
obstaculizar o dejar sin efecto el reconocimiento, goce o ejercicio, en igualdad de condiciones, de
todos los derechos humanos y libertades fundamentales en los ámbitos político, económico, social,
cultural, civil o de otro tipo. Además, cualquier discriminación por motivos de discapacidad, queda
prohibida en los Estados que ratifiquen la Convención, como es el caso de España, conforme al
Artículo 5.
Las personas con enfermedad mental grave y duradera han sufrido a lo largo de la historia
discriminaciones, estigmatizaciones, etc. Estas actitudes y estereotipos negativos han generado como
principal modelo de atención hacia este colectivo, la reclusión durante largos periodos de tiempo, o de por
vida, en instituciones psiquiátricas, esta situación se ha producido hasta hace pocas décadas. Con este
estilo de atención, se produjo un aumento de la cronificación y deterioro de las personas con enfermedad
mental, además de su aislamiento de la sociedad. En los años 60 y 70 en Europa y en los 80 en España, se
llevó a cabo el proceso de Reforma Psiquiátrica, estableciendo un modelo de atención basado en la
comunidad, intentando evitar de esta manera el aislamiento social.
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2) El estigma del enfermo mental
Goffman5
definió como estigma,
“un atributo profundamente desacreditador”, el cual
degrada y rebaja a la persona portadora del mismo que posee significativas implicaciones en las
relaciones sociales y en el propio bienestar subjetivo de la persona que lo padece, tal y como se ha
demostrado en diferentes estudios nacionales6-7e internacionales8 (o las numerosas contribuciones
desde la Asociación Mundial de Psiquiatría, WPA), y que posee una frecuencia lo suficientemente
elevada, como para constituirse en un importante obstáculo para la rehabilitación e integración de
las personas con EMGD en nuestro país.
El estigma, a lo largo de la historia, ha sido utilizado para señalar o marcar a personas con
determinados atributos diferentes de las sociedades en las que viven, produciendo con ello
perjuicios, discriminaciones y deshumanizaciones. Principalmente, se ha utilizado el estigma
asociado a connotaciones negativas en cuanto a que representaban los miedos respecto a las
limitaciones de algunos grupos de individuos, en relación a las capacidades de determinados
colectivos; en la literatura griega aparecen comportamientos vejatorios o discriminatorios hacia la
mujer como norma de comportamiento natural; el Apartheid entre los años 48-92 en Sudáfrica puso
en situación de privilegio a la raza blanca frente a la autóctona del país a la hora de poder acceder a
los servicios comunitarios; en la Edad Media el estigma era relacionado con el padecimiento de la
lepra (enfermedad), en la 2ª Guerra mundial la condición de judío, homosexual, discapacitado
psíquico o enfermo mental era asociados a reclusión y exterminio. Por otra parte, también
encontramos situaciones de discriminación positiva, en donde se pretende establecer políticas que
aportan, a un determinado grupo social, étnico, minoritario o que históricamente haya sufrido
discriminación a causa de injusticias sociales, un trato preferencial en el acceso o distribución de
ciertos recursos o servicios así como acceso a determinados bienes. Estas políticas tienen como
objetivo de mejorar la calidad de vida de grupos desfavorecidos, y compensarlos por los prejuicios o
la discriminación negativa de la que fueron víctimas en el pasado.
Manzo9 sostiene que hoy en día existen numerosos grupos sociales que han sufrido en el
pasado y también en el presente estigma en función de su raza, orientación sexual, religión,
enfermedades mentales o físicas
Crocker, Major y Steele10, por su parte, plantean que “los individuos estigmatizados poseen
(o se cree que poseen) cierto atributo o característica que expresa una identidad social devaluada en
un contexto social particular”. Estos autores consideran tres elementos para esta definición: en
primer lugar lo importante es que la persona sienta que posee este atributo; segundo, sólo aquellas
características que conduzcan a sentirse identificados negativamente respecto al resto de la
sociedad pueden ser consideradas estigmatizadoras; por último, tanto los atributos como las
pertenencias sociales devaluadas son socialmente construidos y culturalmente relativos, es decir,
varían en función de cada cultura o sociedad. En resumen, para Crocker, Major y Steele 10 “el
problema del estigma no reside en el atributo estigmatizador ni en la persona que lo posee, sino en
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la desafortunada circunstancia de poseer un atributo que, en un contexto social dado, conduce a la
devaluación”.
En esta misma dirección, Stafford y Scoott 11 definieron el estigma como una característica de
las personas que resulta contraria a la norma de la unidad social, considerando como “norma”, una
creencia compartida dirigida a comportarse de una forma determinada en un momento preciso.
Según los modelos psicosociales12, el estigma se pone de manifiesto en tres aspectos del
comportamiento social. Por un lado los estereotipos, en los que se incluyen estructuras de
conocimientos que son aprendidas por la mayor parte de los miembros de una sociedad. Por otra
parte, cuando se aplican o experimentan reacciones emocionales negativas a la hora de crear un
estereotipo, se ponen en marcha los prejuicios sociales en forma de actitudes y valoraciones, las
cuales pueden dar lugar, finalmente, a las discriminaciones.
En las sociedades occidentales, los estereotipos relacionados con las personas con
enfermedad mental incluyen peligrosidad, actos violentos, responsabilidad sobre su enfermedad,
incapacidad para realizar tareas básicas, etc. Estos estereotipos derivan en prejuicios relacionados
con el miedo, temor y desconfianza, pudiendo desencadenar distintas formas de discriminación
hacia las personas que padecen una enfermedad mental, en forma de dificultades para acceder a un
puesto de trabajo, vivienda independiente, relaciones sociales y familiares, etc. 6
Para Twenge, Catanese y Baumesiter13 los procesos estigmatizadores ponen a las personas
en situación de exclusión, que no solo dificultan la integración social de las personas con
enfermedad mental y sus familias, sino que pueden asociarse a otros riesgos psicológicos producidos
por la exclusión social, como los comportamientos auto-excluyentes, problemas cognitivos,
conductas auto-punitivas y de riesgo, etc.
Las creencias equivocadas, actitudes de prejuicio y comportamientos discriminatorios que
implican el estigma, constituyen un conjunto de situaciones que tienen un impacto muy negativo
sobre quienes las sufren. Entre otras consecuencias, favorecen el aislamiento, merman la
autoestima, dificultan el crecimiento personal y refuerzan roles de victimismo y pasividad. 14
Ante cualquier fenómeno social contemporáneo, podemos observar la existencia de una
estrecha relación entre la normativa jurídica y las actitudes que la sociedad elabora. Aún no
sabemos que se produce antes; ¿Es la ley la que crea una actitud?, o bien, ¿son las actitudes
mayoritarias
de
la
sociedad,
las
que
hacen
que
necesariamente
queden
reguladas
sus
preocupaciones? Siguiendo lo esgrimido por Alemany y Rossell 15, podemos afirmar que "frente a
determinado fenómeno que afecta a una población, existe una correlación directa entre las actitudes
de ésta y las leyes y recursos sociales". Igualmente, los recursos sociales quedarán "aprobados y
legitimados" por la sociedad. Dado que “las leyes y los programas o servicios en un país son el
exponente de la ideología dominante político-técnica. [...Y] estas mismas leyes o servicios, generan
determinadas actitudes en la población, especialmente en aquellos sectores que no tienen fácil
acceso a un conocimiento más amplio del problema” 15.
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Así, "las representaciones y creencias que una sociedad tiene de un fenómeno están
fuertemente condicionadas por el tipo de respuestas institucionales y, simultáneamente, los
mecanismos sociales que ponen en juego para intentar controlarlo son coherentes con la percepción
social dominante” 16. Además, “el proceso de valoración social de las conductas acaba expresándose
siempre en forma de usos, costumbres, leyes y normas”,17 las conductas consideradas por la
sociedad como ilícitas o incorrectas, acaban por tipificarse como hechos delictivos, y por lo tanto, se
sanciona fuertemente al infractor. Romaní 18 expone que "La alarma social justificará la reacción
social a través de la cual actuará el Estado”. Para Pérez Madera19 "no cabe duda que existe una
percepción negativa y culpabilizante, en muchos casos, sobre dichas problemáticas. En este sentido,
las respuestas judiciales y/o penales que se han articulado alrededor de las mismas han favorecido
la referida perspectiva”.
La Declaración de Helsinki20 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en su conferencia
europea de Ministros, ha establecido la lucha contra el estigma asociado a la enfermedad mental
como uno de los 5 puntos básicos del programa para Europa. De la misma forma el Libro Verde
sobre la salud mental de la Unión Europea21 sitúa entre 4 de sus objetivos principales, el fomentar
la integración de las personas con enfermedad mental, garantizando sus derechos y dignidad y
señala la estigmatización como el factor clave.
3) Jóvenes y estigma
Los jóvenes representan un importante y clave segmento de la población, cuya situación vital
les hace especialmente vulnerables a prejuicios y estereotipos, la razón por la cual, exista un gran
interés en el estudio de los jóvenes y la enfermedad mental 22. La investigación llevada a cabo por
Corrigan, Demming, Goldman, Slopen, Medasani, Phelan 23, pone de manifiesto que la percepción del
estigma de los jóvenes hacia las personas con enfermedad mental, sitúa a este colectivo en el
segundo grupo con más estigma respecto a personas que padecían alguna enfermedad física.
Responsabilizan a las personas con enfermedad mental de su enfermedad y del peligro que supone
esta característica, aumentando su discriminación hacia este grupo. Estas dos características son
comunes en ambos grupos, jóvenes y adultos. Como efecto inesperado a diferencia de los adultos,
en los jóvenes la familiaridad con las personas con enfermedad mental aumenta el estigma hacia
ellos.
Por otra parte, en el estudio llevado a cabo por Dietrich, Heider, Matschinger y Angermeyer 24
sobre la influencia de los medios de comunicación, en los adolescentes, en relación al tratamiento
que se da a las personas con enfermedad mental, los autores han demostrado que si se llevan a
cabo acciones orientadas a romper el vínculo entre la información negativa que se da en los medios
y las actitudes de la misma naturaleza asociadas a las personas con enfermedad mental
por un
lado, y por otro lado, si los adultos que trabajan o viven con los adolescentes propician espacios
para discutir y reflexionar sobre el contenido de los medios de comunicación en relación a la
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connotación negativa respecto a las personas con enfermedad mental, favorecerá el disminuir la
actitud negativa de los jóvenes respecto a estas personas.
En esta misma dirección, en otra investigación realizada por Watson , Miller y Lyons25
respecto a las actitudes de los adolescentes en relación a las personas con enfermedad mental, da
como resultado que las estrategias dirigidas a reducir el estigma en este grupo de edad harían bien
en centrarse específicamente en el pensamiento categórico sobre la salud mental y la enfermedad
mental y la percepción de las personas con enfermedades mentales como violentas y fuera de
control.
Así, en relación a intervenciones llevadas a cabo para mejorar actitudes estigmatizantes de
jóvenes respecto a personas con enfermedad mental, en programa llevado a cabo en Hong Kong de
lucha contra el estigma en las escuelas secundarias, han dado como resultado que llevando a cabo
intervenciones basadas en la educación y contacto mediante videos relacionados con los
componentes negativos de las personas con enfermedad mental, se produce una mejoría en estas
actitudes.26
Con todos estos antecedentes, podemos entender que los jóvenes presentan también
estigma hacia la enfermedad mental, en ocasiones con matices diferentes a la muestra de adultos, y
que por lo tanto requieren de una atención específica.
4) Enfermedad mental y contexto rural
Una de las consecuencias que se extraen del movimiento de desinstitucionalización que se
ha producido en España es que podemos encontrarnos con una serie de personas con enfermedad
mental grave que precisan de una continuidad en cuanto a la atención prestada por los dispositivos
relacionados con salud mental en su propio entorno. Esta atención que necesitan no ha de ir
orientada exclusivamente al manejo de sintomatología psicótica, si no que ha de ir enfocada a la
recuperación de las capacidades que le puedan ayudar a disfrutar de su comunidad con la mayor
autonomía y calidad de vida posibles. Es por ello que la intervención en este tipo de situaciones ha
de llevarse a cabo allí donde reside la persona, donde va a encontrarse con las dificultades y
satisfacciones de su día a día y donde podrá participar de una vida normalizada.
En esta materia, es necesario hacer referencia a la existencia del mito sobre que las zonas
rurales son idílicas y saludables27, presentándose la visión, desde varios sectores de la población, de
la ciudad como algo estresante y que afecta a la salud de sus habitantes Sin embargo, aunque las
dificultades y estresores son diferentes de las del ámbito urbano, también están presentes en el
ámbito rural. Finalmente, las circunstancias sociales que rodean a la enfermedad mental en el
contexto rural, como la accesibilidad a los tratamientos adecuados, el estigma y el aislamiento
social, resultan extremadamente importantes.
Según algunos autores28, los servicios de salud mental en el contexto rural tienen como
desventajas la escasez de personal cualificado y de recursos, mayor estigma hacia la enfermedad
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mental, menor variedad de servicios, aislamiento de los profesionales, etc., facilitando con ello que
los pacientes de estos servicios no acudan a ellos por miedo a que se pierda la confidencialidad y
aumente la distancia paciente-profesional. Estos mismos autores incluyen como ventajas del
contexto rural: un mayor acceso a redes informales sociales y familiares, permitiendo una respuesta
rápida para prevenir una crisis.
En general, existe una línea de autores que señalan como positivo la asistencia a los
pacientes con enfermedad mental en los contextos rurales. Simón 29 destaca como favorable el
sentido de comunidad que se genera, favoreciendo la inserción, mantenimiento en la red familiar,
aumento de la tolerancia hacia este colectivo, mayor abanico de roles sociales significativos, mayor
localización del paciente para realizar su seguimiento por parte de los profesionales de la salud
mental. En el otro polo opuesto, existen otros autores30 que consideran que el mantenimiento y
aceptación de la persona con enfermedad mental en el medio familiar, genera una alta tolerancia a
los comportamientos inadecuados que se producen por parte del enfermo, provocando una
resistencia al cambio. Esto se exterioriza en una ocultación a los demás vecinos, provocando
expectativas poco claras sobre el enfermo mental, llevando a rechazar o aceptar estos
comportamientos que provocan crítica o tolerancia hacia este, siendo poco favorable para su
integración real. Existe una actitud de rechazo sutil manifestada en comportamientos cotidianos (no
participan en el proceso de rehabilitación, recelo ante la participación activa del paciente en recursos
sociales, no incluirle en la toma de decisiones importantes, etc.).
Con todo lo expuesto podemos reconocer que numerosos autores han demostrado que el
estigma hacia el enfermo mental sigue aún muy presente. Sin embargo, menos se han detenido en
tomar en cuenta la importancia que la etapa de la juventud implica para la incorporación de valores
y estereotipos en las personas. Si a esto se le suma las particularidades del contexto rural para
dicho estigma, nos encontramos ante una dimensión desconocida, la del estigma del joven de
contexto rural sobre la enfermedad mental. Así, nuestro objetivo en este estudio es el de describir
las diferentes dimensiones del estigma en estudiantes de tres institutos de zona rural.
Como hipótesis consideramos que el estigma del enfermo mental en jóvenes de zonas rurales
existe, y es distinto al estigma de población adulta y/o no rural, descrito por otros autores arriba
mencionados.
METODOLOGÍA
El presente estudio presenta un diseño descriptivo transversal ex post facto. 31
El instrumento empleado fue el AQ-2732, la traducción al castellano del mismo fue realizada
por Muñoz, Pérez, Crespo y Guillén.6 Este cuestionario fue diseñado para evaluar una serie de
atribuciones hacia una hipotética persona que padece enfermedad mental grave. Es una escala de
tipo Likert que cuenta con 27 ítems, agrupados en 9 factores: Responsabilidad, Piedad, Ira,
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Peligrosidad, Miedo, Ayuda, Coacción, Segregación y Evitación (ver tabla 2). El rango de respuesta
es de 1 a 9, en donde 1 representa el menor valor (ejem. “no, en absoluto”) y 9 el mayor (ejem. “si,
muchísimo”). La situación planteada en el cuestionario es la siguiente: “José es un soltero de 30
años con esquizofrenia. A veces oye voces y se altera. Vive solo en un piso y trabaja como
empleado en un importante bufete de abogados. Ha sido hospitalizado seis veces a causa de su
enfermedad”.
La prueba mostró una alta fiabilidad, obteniendo un alfa de Cronbach de 0,82.
Asimismo, para comprobar la validez de la prueba en esta muestra, se realizó un análisis
factorial, empleando como método de extracción el análisis de componentes principales, con
rotación Varimax. A pesar de que este análisis arrojó 7 factores (en lugar de los 9 esperados), cabe
señalarse que los factores Miedo, Peligrosidad e Ira aparecieron juntos, cuestión que también
muestra una adecuada y factible validez teórica.
Tal y como puede observarse en la tabla 1, la muestra estuvo formada por 256 estudiantes
de tres institutos de 15 a 20 años, con una media de edad de 16,45 años y siendo el 53,5% mujeres
y el 46,5% restante hombres.
Tabla 1. Características sociodemográficas de la muestra
Frecuencia
Porcentaje
GENERO
Hombre
Mujer
Total
119
137
256
46,5
53,5
100,0
EDAD
15
16
17
18
32
120
73
20
12,5
46,9
28,5
7,8
10
1
3,9
,4
256
100,0
19
20
Total
Media
DT
16,45
1,54
Finalmente, para comprobar las hipótesis se realizaron análisis estadísticos de diferencias de
medias, empleándose el programa informático SPSS 18.0.
RESULTADOS
Continuando con las recomendaciones de los autores6 de esta prueba en castellano,
consideramos como puntuaciones altas las que están por encima de 20 y medio-altas las que se
encuentran entre 20 y 17.
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De esta forma, tal y como se puede observar en la tabla 2, encontramos altas puntuaciones
en las dimensiones: Ayuda (x=21,1484; p<0,001), Evitación (x=20,9961; p<0,001) y Coacción
(x=20,1523; p<0,001) y medio-alta en la dimensión Piedad (x=18,2070; p<0,001). En cambio,
Responsabilidad (x=8,8711; p<0,001) e Ira (x=9,0547; p<0,001) aparecen con puntuaciones
bajas.
Tabla 2. Medidas y desviaciones típicas de las puntaciones para cada ítem y cada factor del AQ27
Factores (rango 3-27) / Ítems (rango 1-9)
Media**
DT
FACTOR RESPONSABILIDAD
8,8711
3,0568
10) Pensaría que es culpa de José que se encuentre en su situación actual.
1,3516
0,9211
11) ¿Hasta qué punto cree que es controlable la causa de la situación actual de
4,9531
1,8035
José?
23) En su opinión, ¿hasta qué punto es José responsable de su situación actual?
2,5664
1,8899
FACTOR PIEDAD
18,2031
4,3707
9) Sentiría pena por José.
5,5508
2,4280
22) ¿Hasta qué punto comprende a José?
5,9570
2,2808
27) ¿Cuánta preocupación sentiría por José?
6,6953
1,8663
FACTOR IRA
9,0547
4,0074
1) Me sentiría violentado a causa de José.
3,7656
2,0194
4) ¿En qué medida se sentiría enfadado con José?
1,9648
1,5776
12) ¿En qué medida se sentiría irritado por José?
3,3242
1,7933
FACTOR PELIGROSIDAD
12,0000
4,7162
2) Me sentiría inseguro cerca de José.
4,3242
1,9923
13) En su opinión, ¿hasta qué punto es José peligroso?
4,7070
1,9046
18) Me sentiría amenazado por José.
2,9688
1,7863
FACTOR MIEDO
10,2539
5,1853
3) José me aterraría.
2,9219
1,7628
19) ¿Hasta qué punto José le asustaría?
3,8125
2,0797
24) ¿Hasta qué punto le aterrorizaría José?
3,5195
1,9782
FACTOR AYUDA
21,1445
4,2174
8) Estaría dispuesto a hablar con José acerca de su problema.
3,5195
1,9782
20) ¿Cuál es la probabilidad de que ayudara a José?
7,3047
1,6642
21) ¿Con qué certeza cree que ayudaría a José?
6,7695
1,8013
FACTOR COACCIÓN
20,1523
4,8252
5) Si estuviera al cargo del tratamiento de José, le exigiría que se tomara su
7,9688
1,7215
medicación.
14) ¿Hasta qué punto está de acuerdo en que José debe ser obligado a ponerse
6,6797
2,3142
en tratamiento médico incluso si él no quiere?
25) Si estuviera a cargo del tratamiento de José, le obligaría a vivir en un piso
5,5039
2,3111
supervisado.
FACTOR SEGREGACIÓN
11,4609
5,3620
6) Creo que José supone un riesgo para sus vecinos si no se le hospitaliza.
4,1367
2,0060
15) Creo que sería mejor para la comunidad de José que lo recluyeran en un
3,5703
2,2058
hospital psiquiátrico.
17) ¿Hasta qué punto cree que un hospital psiquiátrico, donde José pudiera
3,7539
2,1250
mantenerse alejado de sus vecinos, es el mejor lugar para él?
FACTOR EVITACIÓN
20,9961
2,9618
7) Si fuera empresario, entrevistaría a José para un trabajo.*
6,9688
1,3773
16) Compartiría el coche con José para ir al trabajo cada día.*
7,1406
1,2786
26) Si fuera un propietario, probablemente alquilaría un apartamento a José.*
6,8867
1,3397
* Puntuaciones brutas invertidas. Para la interpretación del ítem/factor, a mayor puntuación, mayor
evitación.
** Todas las puntuaciones son significativas (p <0,001).
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DISCUSIÓN
Los datos encontrados en este estudio nos permiten demostrar que el estigma hacia personas
con EMGC debe abordarse desde el análisis de los componentes que lo forman. Las dimensiones que
aparecen en mayor porcentaje son la coacción, en cuanto a la obligación de administración de
tratamiento médico unida a percepción de necesidad de ayuda por parte de las personas de su
entorno. Igualmente está presente la categoría de evitación, relacionada con el rechazo de las
personas con EMGC por parte de la sociedad, generando ambientes de exclusión. Aparecen los
componentes de piedad y ayuda, relacionados con la compasión hacia este colectivo. No obstante,
aunque tanto el componente de ayuda como el de piedad están vinculados a valores positivos,
ambos generan una reinterpretación de las conductas de las personas con EMGC, provocando una
imagen de necesidad de ayuda por parte de la sociedad. Esta imagen produce la generación de un
modelo de dependencia y de menor capacidad y autonomía respecto a este colectivo.
Los componentes que aparecen con puntuaciones bajas son la ira, el miedo, el grado de
peligrosidad y la necesidad de segregación.
Por todo lo expuesto anteriormente, y en relación con la aplicabilidad que pudiera surgir de
este trabajo, se considera que si se produce un aumento del conocimiento de la enfermedad mental,
tal vez, podrían disminuir las categorías coacción y evitación. Además, resultará necesario incidir
también sobre la esfera de piedad y ayuda, para disminuir el riesgo de marginación y aumentar la
percepción de capacidad y autonomía de las personas con EMGC. De esta manera, es posible que
intervenciones orientadas al aumento de la familiaridad respecto a las personas con enfermedad
mental, unidas al incremento del conocimiento sobre estas, pudieran aportar resultados muy
positivos.
Además, la formación de espacios conjuntos en los que se discutan abiertamente el
pensamiento categórico respecto a la enfermedad mental y las conductas diferenciadas de esta,
también podrían ser útiles.
El considerar el contexto rural y una etapa muy específica del desarrollo vital del individuo, si
bien limita el alcance de los resultados aquí encontrados a una población muy específica, arroja
información sobre una realidad menos explorada en la literatura científica. Además, si tomamos en
cuenta que en la etapa juvenil se están incorporando los valores, creencias y comportamientos de
cara a futuras interacciones con iguales, realizar intervenciones en esta etapa para reorganizar las
actitudes hacia las personas con enfermedad mental, podría resultar incluso más eficaces y
eficientes que en población adulta.
No obstante, de cara a futuras investigaciones, resultaría sumamente interesante y
aclaratorio, el comparar los resultados de esta muestra con población adulta y no rural.
Finalmente, los datos aquí encontrados nos permiten señalar nuevamente que el estigma
hacia las personas con enfermedad mental se debe abordar a través del análisis de sus
componentes. Es decir, debemos orientar nuestras intervenciones comunitarias, no sólo a una
población diana bien definida (aquí: jóvenes de entorno rural), sino también sobre las dimensiones
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más significativas del factor a modificar (aquí: las dimensiones ayuda, piedad, coacción y evitación
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