El Arcipreste de Hita

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 Ay, Dios, cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza! 16 A ¡Ay, qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza! 16 A ¡Qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buenandanza! 16 Con saetas de amor hiere cuando los sus ojos alza. 16 A Pero tal lugar no era para hablar de los amores; 16 B a mí luego me vinieron muchos miedos y temblores, 16 B los pies míos y mis manos non eran de sí señores, 16 B perdí seso, perdí fuerza, se cambiaron mis colores. 16 B Localización Se trata de un fragmento del episodio amoroso entre don Melón y doña Endrina, uno de las partes incluidas en El Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita,. El Arcipreste de Hita es uno de los representantes del mester de clerecía en el siglo XIV y del que apenas conocemos datos de su vida, más allá de los que nos va indican‐
do en su obra: parece ser que Juan Ruiz fue arcipreste en Hita (Guadalajara) y pudo haber estado en prisión aunque no señala el por qué. Análisis del contenido En el fragmento, don Melón nos canta la belleza de su enamorada, doña Endrina, pero no se atreve a dirigirse a ella porque no encuentra el lugar apropiado para hablar de amores. Estamos por lo tanto, ante un texto de contenido amoroso, escrito en primera persona (el Libro del Buen Amor se plantea como una autobiografía), lo que no significa necesa‐
riamente que sea algo realmente vivido por el arcipreste. Es una muestra de la ambigüedad en la que se mueve toda la obra. De un lado, como en el fragmento que analizamos, la presencia del amor, cómo lograrlo y cómo disfrutar‐
lo; de otro la finalidad que declara apartar a los hombres del loco amor que conduce al pecado. Estructura Métricamente las estrofas son un ejemplo de las variaciones del mester de clerecía en el siglo XIV. Son dos cuadernas vías, monorrimas, rima consonante, pero con versos de 16 sílabas, divididos en dos hemistiquios. Desde el punto de vista del contenido podríamos dividirla en dos partes: la primera estrofa en la que nos describe la belleza de doña Endrina al aparecer por la plaza, y una segunda en la que asistimos a los temores y reflexiones de don Melón ante ella. Análisis de la forma Ya habíamos comentado al analizar el contenido, que Juan Ruiz en estas dos estrofas nos habla del enamoramiento de don Melón y de su temor a hablar con ella. En muy pocos versos, con pocos pero precisos recursos, podemos percibir tanto el ace‐
lerado nerviosismo como el temor –tal vez al rechazo‐ ante la presencia de la mujer de la que don Melón está enamorado. En el plano morfosintáctico‐ Plano semántico: Se inicia la primera estrofa, con un claro vocativo, ¡Ay Dios!, que no es sino un suspiro ante la presencia de doña Endrina, para después transmitirnos el ritmo acelerado de don Melón ante su aparición por la plaza, lo que consigue mediante recursos literarios basados en la repetición: la anáfora (versos 2 y 3) o las reiteraciones: qué talle, qué donai‐
re, qué alto cuello… Estas enumeraciones sustantivas las utiliza para describir a doña Endrina: talle, donaire cabellos, boquilla, color, buenandanza, si bien la falta de adjetivación deja la descripción un tanto a la imaginación del lector que debería “completarla”. Para ensalzar su belleza, acude el Arcipreste, además de a la enumeración, al uso de la metáfora: qué alto cuello de garza, así de esbelta y ágil es su enamorada. Pero, además, metafóricamente, como Cupido, su mirada se clava en el corazón de quien la contempla. Y a su efecto en don Melón dedica Juan Ruiz la segunda estrofa. Tras un primer verso tal vez algo narrativo (Pero tal lugar no era…), recobra de nuevo el tono y con la ayuda del propio ritmo silábico, de la rima, de personificaciones (los pies míos y mis manos no eran de sí señores), cierra la estrofa de nuevo intensamente con la repetición perdí seso, perdí fuerza que nos deja la imagen de un don Melón sin fuerzas, sin color, perdido ya todo raciocinio. Relación del texto con el autor y la época Estamos ante un episodio amoroso del Libro del Buen Amor, los amores de don Melón y doña Endrina que el Arcipreste presenta en primera persona. En este episodio, cuya fuente inmediata es el Pamphilus, obra anónima, en latín, del siglo XII, aparecerá –no en las estrofas comentadas‐, la figura de Trotaconventos, antecedente claro de la Celes‐
tina. Estas dos cuadernas vías son suficientes para avalar características de la literatura en el siglo XIV y de la propia obra del Arcipreste. De un lado, tal y como corresponde al mester de clerecía al que corresponde, las estro‐
fas son dos cuadernas vías, ahora bien no ya de catorce, como era prescriptivo en el siglo XIII, sino de 16 sílabas y con una temática novedosa: el amor. Por otra parte, nos pone de manifiesto la ambigüedad que preside la obra del Arcipres‐
te: si lo que quiere, tal y como recoge en el prólogo, es mostrarnos lo negativo del amor humano que conduce al pecado, ¿por qué estas muestras, presentadas en forma auto‐
biográfica, de relaciones amorosas y de la satisfacción que producen? Esa, entre otras, es la grandeza del Libro del Buen Amor. 
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