¿Cómo nos afecta el dolor ajeno?

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Excusas
para no
pensar
los lectores preguntan
a eduardo punset
¿Cómo nos afecta
el dolor ajeno?
A
veces tenemos
hambre o sed,
o nos molesta
el ruido de una
excavadora; estoy pensando
en aquellas alertas que nos
da el organismo cuando echa
de menos una necesidad
física y concreta como comer
para sobrevivir, beber para
calmar la sed o el silencio
para que no le rompan a uno
los tímpanos. Eso lo sabíamos
desde hace mucho tiempo.
La única manera que tiene el
cerebro para que sobrevivamos
a las distintas adversidades
consiste en que sintamos de
manera imperiosa la necesidad
física de comer, beber o cerrar
la puerta. Lo que no sabíamos,
lo que acabamos de descubrir,
es que idéntica presión
ejerce el cerebro cuando se
trata no de carencias físicas
y concretas, sino también
de alertas psicológicas y
abstractas, como la de poner
remedio al dolor de los demás.
Resulta que el cerebro no
distingue entre el hambre y el
dolor de los demás a la hora
de hacernos saber que algo
no funciona y que deberíamos
actuar en consecuencia.
Es sorprendente el
paralelismo con otro hecho
xlSemanal 3 de abril de 2011
reciente. Es la primera vez
en la historia de toda la
evolución que, sin apenas
saberlo, estamos terminando
con la pugna cruel y
avasalladora entre los que no
tenían nada, por una parte, y
los que tenían algo y estaban
dispuestos a defenderlo, por
otra. Lo ocurrido en Libia es
un vestigio de otra época
y por eso ha herido la
sensibilidad del pueblo llano;
aquello no tiene nada que
ver con el mundo de ahora,
es el simple y triste reflejo
de vestigios del pasado, del
empeño con el que los que
tenían algo defendían lo que
consideraban suyo frente a
los que no tenían nada.
El final de esa pugna se la
debemos a la irrupción de la
ciencia y la tecnología en la
cultura popular; a pesar de lo
mucho que hemos subestimado
el impacto de la tecnología en
la vida cotidiana, ahora intuimos
que debiera bastar para resolver
los principales problemas
que todavía constituyen una
amenaza para el futuro.
Pues bien, también a la
irrupción de la ciencia en el
pensamiento y la vida cotidiana
debemos el hallazgo reciente
de que tanto monta la emoción
de la empatía o el amor como
monta tanto el hambre o la
sed: cuando falla una de las
primeras, no es menor la
marina cano
maría teresa ruiz. barcelona
"El alma no es
algo distinto
del cuerpo.
Nuestro
cerebro
reacciona ante
la injusticia
igual que ante
el hambre"
fuerza experimentada por el
organismo para solventarlas
que cuando fallan necesidades
apremiantes de orden fisiológico
como el hambre o la sed.
¿Cómo y cuándo aprendió el
cerebro a compartir el dolor, a
saber situarse en el lugar del
otro, con la misma intensidad
que de siempre supo cuándo
arreciaba el hambre?
Cuando el filósofo francés
Descartes afirmaba «pienso,
luego existo» para recalcar
la dualidad supuesta de los
humanos entre la mente y
el cerebro, entre el alma y
el cuerpo, se equivocaba.
Los experimentos más
recientes sugieren que esa
dualidad no existe. Es más,
si llego a pensar algo, es
porque mi cuerpo existe;
un cuerpo que no distingue
entre necesidades físicas y
concretas, como el hambre, y
necesidades abstractas, como
la empatía y el altruismo.
No es cierto que el alma
sea algo distinto del cuerpo;
el pensamiento, del cerebro;
el dolor ajeno, de la sed; la
empatía, del hambre. Se diría
que nuestro organismo
supo anticipar mucho antes
que la moderna neurología
que no estamos divididos
en dos elementos separados.
El cerebro reacciona ante
una injusticia social o el dolor
ajeno como si se tratara de
una inflamación producida
por una herida o de un
desfallecimiento por
falta de comida. n
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no pensar'. Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 6. 28027 Madrid
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