Culpa y aprendizaje político

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Culpa y aprendizaje político
Aníbal Romero
(2006)
El Papa Benedicto XVI es un admirable líder religioso y un intelectual de primera
línea, autor de libros que perdurarán. En particular, sus reflexiones sobre la crisis
espiritual de Europa, empantanada en el relativismo multicultural, acomodaticia y
apaciguadora hacia los enemigos de Occidente, son de una densidad extraordinaria.
Durante su reciente visita a Auschwitz el Papa hizo referencia al nazismo, y afirmó
que el pueblo alemán fue engañado "por un grupo de criminales que logró el poder
mediante promesas mentirosas...de forma que nuestro pueblo fue utilizado como
instrumento de sus manías de destrucción y dominio".
Estas frases del Santo Padre se ubican en la perspectiva de su misión religiosa,
de su voluntad de reconciliación, y de su noble deseo de impedir que el pasado
obstaculice los esfuerzos de convivencia presentes y futuros. No obstante, resulta
imposible desconocer que —como una vez dijo Goethe— "nadie nos engaña, nos
engañamos a nosotros mismos". Es comprensible que el Papa procure atribuir la
responsabilidad por lo ocurrido bajo los nazis a Hitler y la dirigencia
nacionalsocialista, pero el pueblo alemán de entonces no puede escapar a la suya.
En ese tipo de situaciones, caracterizadas por liderazgos y sistemas de
dominación basados en la prédica del odio, el ejercicio de la violencia, y la
propagación de ideologías mesiánicas y totalitarias, la culpa histórica por el curso de
los eventos se proyecta en varias dimensiones. De un lado se encuentra la culpa
criminal, es decir, aquélla que compete a individuos concretos por la comisión de
actos determinados y comprobables. Existe también una culpa moral, que nos
alcanza en el plano de la conciencia personal, y que es ineludible pues nos acosa en
nuestra soledad más íntima. Por último hay una culpa política, que forma parte de
nuestra mera presencia en el marco de los sucesos, de nuestro compromiso o
pasividad ante los acontecimientos en medio de los cuales transcurre la vida.
En tal sentido todos cargamos nuestra cuota de responsabilidad sobre los
hombros. En el caso alemán entre 1933 y 1945, numerosos nazis ejecutaron
acciones criminales, muchos otros alemanes siguieron a Hitler en sus corazones y le
apoyaron fervorosamente, y otros más le respaldaron con actos específicos, aunque
no necesariamente al nivel de la criminalidad. También hubo individuos que
resistieron, bien en la práctica o en sus conciencias. Cada cual conoció la naturaleza
de su culpa y el grado de la misma. Pero lo crucial fue que el pueblo alemán
experimentó un aprendizaje a raíz de las experiencias del hitlerismo, y de su derrota
nació una sociedad democrática que sobrevive.
Salvando las distancias que cabe tomar en cuenta, uno se pregunta si lo vivido por
los venezolanos estos pasados años, con su tumulto y su violencia, sus odios y
muertes, sus imposturas y mentiras, y su devastadora decepción, está generando
un aprendizaje positivo hacia el futuro. Honestamente no lo sé. En ocasiones siento
que somos renuentes a reconocer que tenemos una cuota de responsabilidad en lo
que ha ocurrido y sigue ocurriendo. No me refiero desde luego a los jerarcas del
régimen y sus colaboradores, no pocos de los cuales actúan por oportunismo. En
este plano de la realidad existen culpas criminales que en su momento serán
sancionadas, y de igual manera una culpa moral y política de primer orden. ¿Pero
qué decir del llamado "pueblo", de esos sectores populares que han sido objeto tanto
de la condescendencia despilfarradora como de la manipulación del régimen y su
caudillo? ¿Ha aprendido algo ese pueblo en estos tiempos de degradación nacional?
¿Ha extraído lecciones que le impidan caer en el mismo foso y le inciten a tomar un
camino distinto más adelante?
No lo sé. Y debo añadir que los dirigentes de oposición tampoco ayudan a que de
todo esto surja un aprendizaje creador. Si al menos aprovechasen la pantomima de
la "campaña electoral" para ejercer su tarea de pedagogía política, pero ni siquiera
de ello son capaces. Se limitan a repetir los lugares comunes de siempre, todos se
proclaman de "centro-izquierda", todos cuestionan el desempeño del régimen más
jamás tocan lo esencial, que es la propia naturaleza de un régimen que tiene que ser
desmantelado, todos parodian el populismo compitiendo en su terreno y no
denuncian la masiva y nefasta intervención cubana, ni tienen el coraje de convertirla
en el eje de una lucha nacional por la dignidad.
Todos sobrellevamos nuestra parte de culpa en esta tragedia, pero a los dirigentes
corresponde un deber superior, que no están cumpliendo.
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