ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD Y SÍNTOMAS yo

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ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
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Reich describió la estructura del carácter neurótico-compulsiva como ca
rácter anal al que oponía, un poco esquemáticamente, el carácter genital. En-
ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD Y SÍNTOMAS
PATOLÓGICOS*
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Rene Laforgue
mi estudio sobre la relatividad de la realidad {La relativité de la realité, 1937)
yo también intenté esbozar el carácter oral, anal y genital, comprendiéndolos
a partir de su estructura influida por el medio ambiente.
Describí el yo como consistente de una parte individual y una parte colec
tiva, mayor. Amplié además el concepto del super-yo individual con el del
super-yo colectivo, social y religioso. Llegué así a la conclusión de que según
La SINTOMATOLOGÍa a la que hemos de enfrentarnos varía, tanto por la estruc
tura de la personalidad como por las normas que impone el medio ambiente,
y puede considerarse patológica o normal. Ligados como estamos a nuestro
sistema de relaciones europeo-occidental creemos en un hombre normal y en
un desarrollo normal. Pero en la realidad este hombre normal y esta orienta
ción rectilínea no existen. Se trata, más bien, de relaciones humanas determi
nadas por la personalidad, que según el medio circundante se traducen de
una u otra manera en síntomas o se reflejan en la mentalidad.
Ceñidos a nuestra idea de la norma, estamos familiarizados en particular
con la personalidad depresiva y la estructura psíquica, o del carácter neu
rótico-compulsiva y neurótico-angustiosa. Según la estructura de la persona
lidad de que se trate y conforme a sus raíces, de acuerdo, también con la
mentalidad reinante en el ambiente al que pertenezca un individuo, cambiará
nuestro criterio terapéutico. Así como Zullinger adapta su tratamiento al caso
específico de un paciente, debemos nosotros tomar en cuenta la estructura
de la personalidad de nuestros pacientes y su atadura a la familia y al medio
la influencia del ego colectivo y del super-ego sobre el desenvolvimiento del
yo individual variará la realidad, es decir, nuestra concepción del mundo reco
nocida como verdadera, así como nuestros sistemas de relación a los que
circundante.
mismo tachó mi investigación de filosófica.
Una neurosis, en nuestro ámbito, es por lo general un producto del am
biente creado por la familia; y en el marco de esta "neurosis familiar" la
neurosis del individuo tiene habitualmente una función determinada.
Todos
nosotros conocemos estas neurosis familiares, de acuerdo con las cuales los
niños son educados bien como "chivos expiatorios", bien como parásitos o
seguidores, debido a que los padres reproducen la tradición de la neurosis
familiar de sus propios padres. También conocemos las llamadas neurosis com
plementarias, que unen a dos compañeros y mantienen la estabilidad psíquica.
Conocemos asimismo neurosis disfrazadas, casos en los que al verdadero pro
vocador de la neurosis familiar se le toma por persona normal mientras otros
miembros de la familia adoptan la actitud de neuróticos. Si curamos a éstos,
sin tomar en consideración al que ha disfrazado su neurosis, éste enfermera al
aliviarse los "chivos expiatorios".
¿Qué es lo que determina nuestra actitud terapéutica, según el caso de
que se trate? El conocimiento exacto de la estructura de la personalidad,
condicionada por traumas, taras hereditarias o neurosis familiares, nos indica
la dirección que hemos de seguir. Este conocimiento, adquirido con la expe
riencia, es el que habrá de sernos útil para orientar nuestros métodos de
curación ajusfándolo a la realidad.
* Última conferencia que pronunció el (?) autor en el Foro Internacional de Psicoaná
lisis (1963) en Amsterdam. Publicamos este trabajo en memoria del notable investigador
psicosomático y psicoanalista Rene Laforgue.
nos sometió la educación que recibimos. Con otras palabras, expuse, prin
cipalmente en el capítulo sobre la génesis de las necesidades causales, que todo
conocimiento del que cree disponer nuestro ego es relativo y determinado por
el medio. O mejor dicho: desde mi punto de vista el yo se convirtió en una
función de aquellas instancias que lo condicionan subterráneamente.
Nuestro ego se tornó así un conmutador, en tanto que antes lo habíamos
considerado un motor. En motor convertimos los instintos del individuo y
los instintos del medio ambiente, de los que dispone el yo, de una u otra ma
nera, para asegurar la unidad de la personalidad.
No puedo ocultar que con estas concepciones de la estructura de la perso
nalidad no gocé de mucha suerte entre mis colegas —en una época en que se
creía que lo inconsciente podía derivarse con gran acierto de lo consciente,
siguiendo el famoso principio de Freud: "Lo que era ello deberá ser yo." Freud
En distintas ocasiones he insistido sobre este problema. Así lo hice también
en mi conferencia que acerca del contacto afectivo desde el punto de vista psico
analítico ("Le contact affectif du point de vue psychanalytique") pronuncié
en el Congreso de Leyden. Intenté, esa vez, demostrar que el contacto afectivo
encierra el resultado de la labor que el yo realiza, de comunicar entre sí dos
niveles, el del contacto exterior y el del contacto interior: El yo se encuentra
aprisionado entre dos mundos, el de los instintos y sentimientos que surgen
de los adentros, y el de las impresiones y exigencias provenientes del exterior.
La tarea del yo consiste en situarse entre estos dos mundos y procediendo de
manera sintética hacer las veces de mediador entre ellos, bien sea resolviendo
mediante compromisos los conflictos emergentes, bien sea dominándolos por la
fuerza.
En la investigación a que me refiero, siguiendo a Nunberg establecí una
diferencia entre la labor sintética del yo débil en la etapa de desarrollo oral;
del yo anhelante de dominio, en la etapa anal y, finalmente, del yo en la
etapa genital, por supuesto sin considerar en forma rígida esquemática estos
niveles de desarrollo entre los cuales hay muchas transiciones. Estos grados
diversos de evolución del yo determinan, en cada caso, la forma característica
de sentir, pensar y actuar, creada a su vez por el medio ambiente. Son estas
formas las que tenemos que esclarecer.
¿Cuál es —en la medida en que podemos advertirla— la estructura de la
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Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
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personalidad de individuos deprimidos que han permanecido en la etapa oral
de desarrollo del yo? Tienen en común los deprimidos la inmensa influencia de
un super-yo típico de todos ellos ya sea que tenga una repercusión patológica,
debida a factores hereditarios, a traumas o neurosis familiares, o que en el
Un síntoma importantísimo de este desarrollo inhibido del yo es la alte
ración de la sensación del cuerpo y la ausencia de sensibilidad aunada a una
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marco de otra civilización distinta a la nuestra se la considere como normal
y conveniente al medio. Bien sabemos que la influencia de este super-yo pre
potente e inexorable se explica a partir del medio ambiente en el que se
desenvolvió el individuo en su niñez. Este super-yo domina a todos los indi
viduos que desde su nacimiento ignoraron el amor de madre (en sentido euro
peo) —me refiero a los frustrados y en nuestro medio sobre todo a aquellos
niños que tuvieron una madre depresiva o enferma, cuyo contacto se reflejó
en el lactante despertando en él inhibiciones y sentimientos de culpa. Lo mismo
puede afirmarse de niños huérfanos abandonados al cuidado de un personal
deficiente.
El pequeño frustrado carece del amor materno, débase a que la madre lo
odia, o a que está enferma y teme el contacto con el niño preocupándose dema
siado o nada por su hijo. Esto explica por qué, en consecuencia, el niño adopta
ante si mismo la actitud de la madre o del medio frustrante, de lo que resultan
síntomas típicos. Cuanto más se arredra la madre ante el niño tanto más
se desarrolla en él el temor a sí mismo. Mientras más pierde la madre con
tacto con el niño, más se pierde éste a sí mismo —un proceso que puede
manifestarse en sentimientos de inferioridad y abandono. El temor y el senti
miento de inferioridad ocasionan una grave experiencia de culpabilidad que
inhibe toda iniciativa del niño, y puede convertirse en verdadera fobia: res
pecto del alimento y dondequiera que el niño rehuya el contacto con el mundo
circundante, bajo la presión de un miedo infinito. Es este mismo miedo el
que obliga a la criatura a llorar, con la esperanza de que la madre lo tranqui
lice. Sin embargo, generalmente ocurre lo contrario: el niño es abandonado
a sí mismo o maltratado y en breve no se atreve a moverse siquiera.
Así, bajo la presión del super-yo desarrollado en estas circunstancias, van
tomando forma las serias alteraciones psíquicas del niño frustrado, abandonado
o huérfano. Se recoge más y más sobre su propio cuerpo y se aleja de la
madre. Lucha furioso contra su sed, su hambre y su miedo a sí mismo, y
contra sí. Esta lucha puede adoptar la forma de la conocida manía de en
flaquecer que se manifiesta en niños de madres arredradas ante la vitalidad
del infante, que fomentan en él la inclinación a no prosperar para mantenerlo
pequeño y débil. En casos extremos el niño decae al nivel de la depresión y
muere por falta de atención, como lo ha demostrado Rene Spitz. Cuando el
miedo de la madre al hombre se expresa en una verdadera persecución del
hombre y el niño, acompañada de fuertes agresiones contra ellos, el pequeño se
vuelve paranoico, es decir, adopta la manía de persecución de la madre, la
transfiere sobre sí mismo y en el curso de su propio desarrollo se convierte
en la víctima de un perseguidor o —si hay una acusada identificación con la
madre paranoica— se convierte en perseguidor de otra víctima. En este punto,
también, el desarrollo impedido del yo puede conducir al niño a la esquizofre
nia o a una psicosis de relación sensitiva.
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pobre capacidad de establecer contacto hacia fuera y hacia dentro. En de
presivos graves la sensibilidad de la piel, por ejemplo, desaparece en parte o
casi totalmente, o existe una hipersensibilidad de ciertos órganos en contraste
con una falta de sensibilidad de otros, de tal manera que el individuo no puede
ya situarse correctamente y se vuelve carente de tacto y sentimientos en un
grado patológico. Esto puede llegar al extremo de que personas depresivas
recurran a serios daños y hasta lesiones corporales con el solo propósito de
sentir que existen. Se hieren o flagelan para avivar artificialmente la sensa
ción del cuerpo, de la que carecen. En uno de nuestros casos, un paciente
que había hecho serios intentos de suicidio, se clavó un cuchillo en el muslo,
acuciado por la necesidad de sentir algo siquiera, cerca de su mujer, con la
que se había casado recientemente. Este joven, muy inteligente y dotado
de un gran talento matemático, confesó que podía compensar mejor la exi
güidad de sus sentimientos mediante una actividad intelectual forzada, mo
tivo por el cual se interesaba en especial por complicadas fórmulas mate
máticas.
Esta sensibilidad de cambiantes niveles se refleja también en la imagen
de la realidad que se forman estos individuos. Son sólo sensibles a determi
nadas impresiones y escotomizan otras. Del cuerpo humano, al que no sien
ten, no pueden hacer una "contrafigura" (imagen a semejanza). El contacto
con lo natural se les escapa; sólo en el campo de la abstracción actúa su mundo
sensible. Ya en 1925, en un estudio sobre esquizofrenia y escotomización, señalé
una típica inversión de la escala de sentimientos que se cristaliza en estos pa
cientes. Dos niños atribuían el calor de madre del que carecían a los excre
mentos con los que jugaban o a la orina que los calentaba. En vez de desarrollar
el contacto con lo viviente, lo hacían con lo digerido, descompuesto, decadente.
En su desenvolvimiento ulterior compensaban la falta de relación con lo natu
ral con el culto a las abstracciones a lo geométrico y teórico, sustitutos de la
madre y la naturaleza. En otras palabras: lo impuro se convirtió por esta
inversión de las apetencias en puro, y lo puro en impuro; lo muerto en vi
viente y viceversa.
Estos individuos desarrollan también una pasión por el pesimismo y lo de
primente, a cambio de lo luminoso y alegre. En este mundo de ideas todo ad
quiere una figuración rectilínea y cubista, como puede observarse entre pintores
actuales que cultivan en este nivel de la vida sentimental lo cubista y geomé
trico en el cuadro y la imaginación, y prescinden de la representación de lo
humano y de la naturaleza. En lugar de la imagen humana aparece un miembro
despedazado; un óvalo como representación de una mujer, deshumanizado en
el trazo. El ritmo uniforme del dibujo que repite continuamente el mismo
motivo corresponde al "mecerse" del niño frustrado, descrito por Rene Spitz,
un cunear que en el desarrollo posterior domina la palabra, el conjuro y el
pensamiento como algo obligado, compulsivo, regular. A esta regularidad
corresponde luego el culto a un legalismo inexorable, que sólo conoce la pala
bra, pero no el sentido, igual que conjuros rítmicos a los que se agarra el
Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
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débil yo del frustrado para vencer sus temores por medio de fuerza mágica
conocida por los valiosos trabajos de Alexander (Psychoanalyse der Gesamtpersonlichkeit), de Nunberg (Neurosenlehere), de Reik (Dogma und Zwangsneurose, Gestandnis, Zwang und Strafbedürfnis) para no mencionar otros
más. En esta ocasión me remontaré a lo ya sabido, e intentaré aplicarlo a nues
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e inexorabilidad heroica.
Menninger, que conoce bien a estos pacientes y los ha sometido a trata
miento, hace ver con cuánta dureza debe actuar el psicoterepeuta en estos
casos, en que ha de desempeñar él, el papel de super-yo, para liberar a los
pacientes de su enfermedad. A estos enfermos les hace bien aporrearse, aje
trearse, mortificarse; y al transferir tales síntomas sobre el terapeuta lo absor
ben y explotan y su agresión hacia él aumenta con el tiempo. El terapeuta
se ve obligado a resistir para que el paciente se descargue de su agresión y se
logre quizá restaurar el intercambio personal tan necesario para el desenvol
vimiento del yo.
Otra es la situación en el caso de esquizofrénicos para quienes también es
difícil crear una base que asegure la vida de su yo. Pero las reacciones de
fensivas de estos enfermos son distintas de las de depresivos cuya fuga se ma
nifiesta en suicidios parciales o absolutos. A pesar de la diversidad de síntomas
podemos reducir a un punto la alteración del desarrollo del yo en el esquizofré
nico. Parece que por lo menos en el aspecto intelectual una parte del desenvol
vimiento de su yo en el ambiente es satisfactoria, en tanto que en el aspecto
afectivo se encuentra suspendida. Desde un punto determinado de su crecimiento
se rompen los lazos que habían atado a su yo con el mundo interior y el
circundante. El enfermo, entonces, experimenta esta situación como el ocaso
del mundo. En el plano afectivo se forma compensaciones que sin embargo
no ponen en peligro su vida, como ocurre con los depresivos. En detrimento del
yo consciente, de sí empobrecido afectivamente, su afectividad fluye por apar
taderos. Las relaciones de su yo con el super-yo, con lo materno y paterno,
adquieren un matiz erótico y el mundo del delirio ofrece al enfermo aquellas
satisfacciones afectivas que le permiten seguir existiendo en este estado aun
cuando haya perdido la razón —en el sentido del análisis existencial.
En el marco de este trabajo me es imposible abordar las estructuras de la
psique esquizofrénica y sus variados síntomas. Ya en 1926 tuve oportunidad,
en mis diferentes estudios sobre la esquizofrenia —que publiqué con la colabo
ración de Claude, Allends, Pichón y Codet— de señalar el papel que desempeña
el trauma del destete y de la frustración, en el origen de la esquizofrenia. No
creo necesario subrayar que el tratamiento en estos casos debe perseguir como
meta el fortalecimiento de la capacidad del yo de establecer contacto, y la
reconciliación de las diversas partes disociadas de la personalidad, del yo
y del super-yo. Con frecuencia es necesario que el tratamiento se prosiga du
rante largo tiempo, antes de que —por ejemplo— el paciente reconozca aluci
naciones auditivas como pensamientos conscientes. Debemos emplear nues
tros conocimientos psicoanalíticos para entender al paciente y mejorar su capa
cidad de contacto; no mediante interpretación, sino con una dirección adecuada
de nuestra terapia.
Pero elevémonos ahora de las regiones abismales del yo abatido o disgre
gado, el yo del depresivo o del esquizofrénico, a un terreno en el que nos
sentimos más seguros: me refiero al de aquel desarrollo del yo, en el cual
domina la estructura de la personalidad neurótico-compulsiva. Ésta nos es ya
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tra nueva orientación.
Como sabemos, el yo del neurótico-compulsivo cierra un pacto con el su
per-yo para salvarse de ser anulado o destrozado. Renuncia a su libertad
y con esta limitación asegura para sí —al someterse a un ceremonial obligado—
la benevolencia del super-yo. En esta forma escapa al miedo que el super-yo le
infunde. O dicho de otra manera, el yo ahuyenta el miedo al super-yo con un
ceremonial mágico y en su lugar inserta un síntoma: la acción compulsiva. Me
diante una legalidad —expiación y sufrimiento— atrae sobre sí el amor y la
tolerancia de un super-yo severo; así se purifica y el super-yo lo reconoce como
inocente y lo acepta como elegido.
De esta manera, el yo se instala en este sector limitado como en su hogar
y observa escrupulosamente las reglas compulsivas, lo que despierta en él un
sentimiento de seguridad y fortaleza (que por cierto tiene que reforzar siempre
de nuevo por medio de un ceremonial compulsivo adecuado). Sobre la base de
esta estructura de la personalidad el suicidio queda excluido. Sin embargo, el
yo se siente reducido en sus posibilidades de acción, es decir, no es libre, y
sólo de la siguiente manera puede mantener una estabilidad: permitiendo al
super-yo atraer sobre sí la agresividad que reprimió como algo culpable, y cual
abreacción descargarla contra el yo en forma de compulsión. Se trata aquí,
pues, no sólo de un pacto entre yo y super-yo sino de un proceso que una y
otra vez entabla el super-yo para ejercer presión sobre él y a costa de su
desarrollo liberarlo de la agresividad mediante pleitos y rituales. El yo se ve
integrado, así, a un complicado sistema de debe y haber y obligado a abogar
y debatir ante el super-yo para justificar su iniciativa. Sólo bajo condiciones
limitativas podrá establecer contacto con el mundo interior y exterior, contacto
que ha de mantener dentro de fronteras trazadas según el caso. Vive, por
decirlo así, bajo curaduría; sus posibilidades de intercambio con ambos mun
dos están estrictamente controladas. Esta renuncia suya a la libertad alimenta
un sentimiento de protección y seguridad, adquirido y merecido por un com
portamiento justo, dócil y recto.
Este sentimiento de justicia, basado en una reglamentación legal —que
pone a cubierto las necesidades de todas las instancias de la psique—, es el
distintivo de la estructura de la personalidad compulsiva, caracterizada por un
modo de pensar metódico y concienzudo. En tanto que en los depresivos y
también en los esquizofrénicos domina el poder ciego y desenfrenado de las
instancias del super-yo, tan difíciles de atajar, en la estructura de la perso
nalidad neurótico-compulsiva el yo se encuentra asegurado e inhibido y reina
la paz. De esta manera el yo es capaz de afianzar bajo determinadas cir
cunstancias el régimen del desarrollo del yo sobre la base prescrita.
Todas estas consideraciones nos aclaran cómo llegó Freud, después de sólo
una observación superficial, a trazar un paralelo entre neurosis y religión. Éste
lo encontramos especialmente en el caso de la neurosis de compulsión cuya
Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
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estructura caracterizada por el ceremonial tanto se asemeja a las religiones
dogmáticas y sobre todo al mosaísmo, la religión de la justicia según Bienenfeld. Sin embargo, si observamos con más precisión encontraremos que hay
religiones de variada estructura en las que el dogmatismo, al que le es propio
de lo puro y lo impuro en el sentido del ghetto en el que se encerraron las
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un carácter compulsivo, no representa su cualidad más esencial —como creía
Freud. No debemos confundir, como él lo hizo, el ceremonial religioso con
el sentimiento religioso, que puede existir independientemente del ceremonial
y al que Romain Rolland dio el nombre de sentimiento oceánico. Es un hecho,
empero, que la personalidad neurótico-compulsiva, inhibida en la expresión de
sus sentimientos, no está en libertad de renunciar al ritual. Sólo puede elegir
entre compulsiones internas o externas, dogmatismo interior o exterior, entre un
dios interior o exterior, como tan afortunadamente lo expuso Bienenfeld en
su ensayo sobre la religión de los irreligiosos judíos. Nos demuestra ahí cómo
los judíos irreligiosos logran proyectar en su interior el ceremonial religioso
al que han renunciado, para mantenerlo activo inconscientemente bajo la
bandera de ideologías, calculación exacta o especulaciones sutiles por mor
de la verdad científica.
Quisiera agregar que lo anterior no sólo es acertado respecto a los judíos,
sino que puede aplicarse a todos los hombres que debido a posibilidades de
desarrollo exiguas en el seno de la familia o de la sociedad se vieron inhibidos
en el desenvolvimiento de su yo y hubieron de abroquelarse con palabras y
leyes, porque el verdadero contacto con la vida les estaba impedido en mayor
o menor grado. Lo mismo parece ocurrir a la mayoría de los individuos de
nuestro medio que han recibido una educación tecnocrática. La estructura
de-la personalidad neurótico-compulsiva no tiene como tal nada que ver con
determinantes raciales, aun cuando pueda conducir al culto de ideas racistas.
No corresponde, pues, a ningún tipo racial, sino que es característica de una
mentalidad para la cual, por supuesto, muestran los individuos una disposición
más o menos acentuada y que se halla favorecida por las tradiciones.
¿Cómo, entonces, se explica Bienenfeld la estructura neurótico-compulsiva
de tantos judíos? Él acusa a la tradición religiosa de ser la responsable; es
ella la que ha provocado al judío a cerrar un pacto con su dios único, invisible,
inaccesible. No hay entre el judío creyente y su severo dios ningún interce
sor. Ni debe hacerse una imagen de él. Sólo el pacto, la antigua alianza y su
ley, consignadas en la Sagrada Escritura, le conceden la posibilidad de esta
blecer una relación reglamentada con ese dios. La observancia de innume
rables mandamientos y prohibiciones, la justa interpretación por parte de los
exégetas de la palabra contenida en la Escritura, son los medios que permiten
al creyente que su temido dios lo distinga como puro entre los impuros, y lo
considere elegido. De ahí la tradición de los judíos de ponderar el sentido
de cada palabra para luego interpretarla; de ahí la necesidad de pureza y de
aislamiento del contacto con lo impuro, inclusive con la mujer; de ahí la
pasión por la verdad y la justicia absolutas que a lo largo de milenios dominó
las aspiraciones tan altamente evolucionadas del pueblo elegido al que nuestra
civilización mucho debe en los aspectos científico, religioso y social. Así se ex
plica también el dogmatismo judío —dice Bienenfeld— y la estricta delimitación
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comunidades judías.
Sabemos que el culto a esta mentalidad no está reservado a los judíos
solamente. Sabemos también, cómo ya en época temprana surgió entre los
judíos, bajo la presión de la inflexible ley, una contra-presión inspirada por
la mentalidad greco-romana, que condujo a la nueva alianza, al Cristianismo.
Éste se hace notable ya entre diversas sectas judías mucho antes del adve
nimiento de Cristo. Recuérdese no más el libro de los Doce Patriarcas en el
que el acento cae no ya sobre la ley sino sobre el amor al prójimo y esto cien
años antes de Cristo.
En mis trabajos sobre el super-yo individual y colectivo intenté demostrar
cómo en todo lo ancho de la faja desértica africana, desde Marruecos hasta
Arabia e inclusive India, el desarrollo y la fijación de la estructura de la
personalidad neurótico-compulsiva se vieron determinados por el efecto frus
trante de la vida en el desierto, patria original de los semitas. Condiciones
de vida similares dominan también en el desierto de Gobi, donde los mogoles
nómadas se desenvolvieron en forma análoga a los árabes errantes. Su super-
yo totalitario parece semejante al de los turcos-mogoles y su legalismo. Pro
cedentes del desierto, impusieron a los chinos, en épocas remotas, este super-yo.
Sólo este legalismo y sus reglamentaciones hicieron posible que se elevaran
esas barreras que a pesar de la frustración reinante en el desierto y que domina
aun al bebé, impidieron al yo de la colectividad caer en la fase oral-depresiva
con su imperio del super-yo destructivo, tan peligroso para la existencia del
individuo. Si se abarca de una ojeada la historia china parece, incluso, que
este legalismo no hubiera bastado en un principio para desviar el peligro de
la formación de un super-yo entre los mogoles, que amenazara con impedir el
desarrollo del yo. La historia del Tsin-Lieou-Ju nos demuestra cómo bajo el yugo
de este super-yo rodaron las cabezas y en el seno de la familia se estran
gulaban y casi devoraban unos a otros. Lo cual se prolongó hasta que con la
influencia de los Leang, alrededor del año 500 a. c, el budismo con su potente
legalismo detuvo esta regresión y puso en equilibrio al Estado chino del Norte,
apoyándolo en la estructura de la personalidad neurótico-compulsiva del mandarinismo.
No puedo, en el marco de esta exposición, detallar este desarrollo del yo
individual y colectivo, tan instructivo para nosotros. Resumiendo, quisiera
señalar el hecho de que la psique neurótico-compulsiva deslindó las rela
ciones afectivas con la naturaleza de las relaciones con lo material. En otras
palabras: la fuerza del yo en la etapa anal del desarrollo estriba en una riqueza
acumulada de mercancías y tesoros, en conocimientos almacenados de índole
intelectual, en el intercambio de mercancías regulado legalmente mediante un
estado de cuentas que guarda proporción entre el debe y el haber sobre
una base material, y en la delimitación de bueno y malo hasta el Juicio Final,
fundamentada en la justicia. El interés por lo viviente y lo humano es subor
dinado al interés por lo legal, estático, por los sistemas ideológicos o por las
ordenaciones sociales. De esta manera se imponen fronteras al desarrollo del
yo individual y colectivo. En el arte domina lo geométrico, en la ciencia el ele-
Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
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mentó analítico. El concepto de lo normal es también un producto de esta
mentalidad neurótico-compulsiva que pretende nivelarlo todo. A esto se añade
Quizá sea éste el momento en que el psicoanálisis podría jugar un papel
imprevisto —no sólo por el tratamiento de neurosis individuales sino princi
palmente en terreno colectivo, mediante intervenciones que aspiren a neutrali
zar un super-yo destructor de lo humano. Ya una vez ocurrió en la historia
que se contrarrestara un desarrollo semejante: con el espíritu de Sidarta Gau-
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la idea del llamado hombre normal con un desarrollo normal y siempre pro
gresivo, que persigue la felicidad humana normal y la asegura: el paraíso en
la Tierra.
No necesito añadir que esta creencia nada tiene en común con la realidad
a la que hemos de enfrentarnos. En esta realidad hay individuos adaptados
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al sistema de relaciones válido en su medio ambiente, que vistos a partir de
ese sistema pasan por normales aunque de acuerdo con otra escala de valores
podrian juzgarse de anormales. La personalidad neurótico-compulsiva intenta
construir doquier pautas de orientación diagnósticas normalizadoras, aun cuando
no correspondan a las que da la naturaleza y hasta prescindan de éstas por
valerse de prejuicios y sistematizaciones.
Por ello es importante para nosotros tener una visión clara a este respecto
y no correr el riesgo, con nuestro psicoanálisis arraigado en un ritual y una
neurosis compulsiva, de petrificarnos en un bizantinismo alambicado. Porque
es un hecho que en nuestro medio —debido al moderno desarrollo de la tec
nocracia— se cierne sobre nosotros la amenaza de volvernos esclavos del su
per-yo del maqumismo y —desarraigados— perder las fuentes donadoras de
vida de nuestro yo. Con el nombre supuesto de progreso nos vemos obligados
a arrojar sistemáticamente nuestra tradición al montón de desechos y conver
tirnos en el descargadero de la gigantesca producción de las fábricas que fun
cionan cada vez más en foma automática. Esta producción de mercancías que
hace caso omiso de las necesidades humanas significa un gran peligro en
todos los aspectos de la vida humana. ¿De qué manera actúa sobre el des
arrollo de nuestro yo?
No puedo convenir con la exposición optimista de este desarrollo que
hace Alexander en su libro Transition in Western World. Tampoco sé si otros
psicoanalistas que han abordado el problema dan muestras de una visión diag
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tama, el Buda histórico, y precisamente en la China septentrional en una épo
ca en que el poderoso super-yo colectivo —como ya se mencionó— impelía
a la destrucción del hombre guarecido tras la muralla china. La historia del
budismo y su influencia, que se extendió dondequiera se hacía necesario des
arrollar contrapresiones semejantes, es en mi opinión de lo más esclarecedor
para nosotros. La doctrina de Buda de la línea media, su concepción de la
relatividad de la realidad, sus observaciones acerca del ilusionismo de los pro
cesos vitales como función de percepciones internas, su técnica de la lucha
contra el miedo a la conciencia moral y el miedo a la muerte (a los que opo
nía serenidad, abnegación y liberación del aferramiento a la posesión), su re
nuncia a la agresividad y a las conquistas materiales a cambio de conquistas
espirituales, su anhelo de disolución en el cosmos, tal como aparece descrito
en el Libro de los muertos tibetano, se engarzan enmarcados por ese ensayo
al que también conduce el psicoanálisis.
¿No predicó Freud la liberación de la ilusión y nos proporcionó el conoci
miento de que la experiencia y la comprobación y no la especulación intelectual
sola conducen al verdadero saber? ¿No se originaron sus análisis todos del "por
venir de una ilusión" del "malestar de la cultura", en la necesidad de vencer la
infelicidad y el sufrimiento de la humanidad mediante el saber y la compren
sión nacida de la experiencia? ¿No tenemos su ejemplo, tal y como nos lo
describen vivamente Jones y su esposa en el primer volumen de su Biografía
de Freud? Un ejemplo que nos enseña a vivir con la miseria humana para
poder avanzar espiritualmente. Y sin embargo, Freud no estaba equipado con
los conocimientos de diversas posibilidades de desenvolvimiento del yo. No
nóstica suficientemente aguzada. Sólo sé que nuestras mujeres modernas pier
podía aún tener una visión total de la cadena de limitaciones que prefijan
den más y más la capacidad de interesarse afectivamente por sus hijos, en
beneficio de sus propios exámenes y de su formación intelectual. Puedo com
probar cómo a nombre del progreso, médicos que nada saben de la dedicación
afectiva obligan a las madres a destetar a sus niños prematuramente y les
prohiben arrullarlos. Contribuyen, así, a crear aquella frustración que la men
tal o cual formación del yo y su correspondiente imagen del mundo, su sentir y
su pensar. Estaba Freud demasiado subyugado aún por todo aquel material que
al punto de nuestro exterminio; sea por la atomización en el nombre de la jus
ticia, del progreso y de la seguridad general, sea por la disociación de la per
aportan los pacientes y sometido a las exigencias de éstos de tomar en consi
deración sólo su propio punto de vista para allanar sus dificultades. Freud
creía todavía en el oro puro del psicoanálisis y en lo impuro de la psicotera
pia, creía en el progreso, en lo bueno y lo malo y en la supremacía de la civili
zación europea. No se había concillado aún con la ineludible fatalidad que
hace posible que lo llamado malo suscite lo bueno y viceversa. No podía acep
tar las condiciones que nos dominan omnímodamente como algo más fuerte
que nosotros. Tenía fe en que "lo que era ello, deberá ser yo".
¿Ya dónde hemos arribado con la nueva orientación del psicoanálisis?
Sabemos todos que ya no es suficiente pretender la curación de una neurosis
compulsiva sustituyéndola en el paciente por la compulsión al psicoanálisis.
Sabemos también que no basta con deshacerse de una religión dogmática para
reemplazarla después por una neurosis de compulsión, en la creencia de que
sonalidad, como ya lo pudimos comprobar en el campo de la pintura abstracta.
se combaten ilusiones. Conocemos las dificultades con las que topamos cuando
talidad del desierto considera como normal. También sé que bajo la presión
de este desarrollo del yo los lazos familiares que unen al niño y al indi
viduo se aflojan cada vez más y se- sustituyen por relaciones reglamentadas
legalmente. Veo, asimismo, cómo con este cercenamiento de la afectividad
y raigambre, el hombre se convierte más y más en nómada y el desarrollo de
su yo amenaza desvanecerse en vista de los seguros y protección contra todo
peligro. Podríamos preguntarnos si ante el desvío del desarrollo del yo, ten
diente a la destrucción del yo por el prepotente yo maquinal, no nos acercamos
Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
intentamos sacar a un enfermo compulsivo del sistema de pensamiento en el
que se ha encerrado y tratamos de conseguir que se enfrente al miedo a la
asilo y del médico. Lá supresión paulatina del sistema compulsivo —que dota
al yo de una sensación de fuerza al permitirle parapetarse— crea en el paciente
conciencia moral, ocasionado por la renuncia a los síntomas compulsivos.
Sabemos también que nuestro ambiente con su tendencia a la concentración
tacto con las posibilidades vitales que corresponden a su capacidad de amar,
favorece el atrincheramiento de los individuos detrás de partidos, fábricas, cuar
más reducido se siente su yo y más expuesto a peligros imaginarios y a
veces reales. ¿A qué se deberá?
teles e incluso campos de concentración, para crear robots invadidos de un
sentimiento de seguridad fuerte, total, que persistirá hasta que todo se desplome.
Como terapeutas no hemos de preocuparnos con conversiones para asegu
rar la salvación del alma humana. En principio sólo debemos atender a la
necesidad de sanar al paciente sinemitir juicios valorativos acerca del desarrollo
de su yo impuesto por la naturaleza, ni las correspondientes posibilidades de
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ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
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curación. Pero sin querer reformar al mundo tenemos el derecho de traer
en mientes los problemas planteados. Tenemos también el derecho de utilizar
nuestra ciencia para apoyar la solución a los conflictos adecuada a cada caso
y elegir entre los medios a nuestra disposición para asegurar el equilibrio de
la personalidad o —para decirlo con Freud— para curar almas.
Cuando la compulsión al psicoanálisis en sustitución de la neurosis com
pulsiva conduce al paciente a encerrarse en sistemas psicoanalíticos, santua
rios o sindicatos, podría ser ésta una solución acertada para algunos —también
en el terreno de la religión de los irreligiosos, es decir la religión de los
ateístas. En tales casos el psicoanálisis puede llegar a ser hasta un mito reli
gioso —aun cuando oficialmente no pretenda convertir al psicoanalista en el
dios invisible de su paciente creyente, un dios al que el paciente no debe verle
el rostro. Pero para otros, por ejemplo los que padecen neurosis de angustia
y todos los que ajenos a reglamentaciones buscan el contacto con el mundo
interior y exterior, esta solución no bastará, pues significaría una limitación
de sus posibilidades de amar.
¿No constituyó la labor suprema de Freud el haber comprendido el papel
de la libido, de eros, del amor, en la organización de la personalidad? ¿No nos
enseñó cómo en el intercambio con el analista precisamente el amor trans
ferido conduce al paciente a vivir estos sentimientos en el sistema compulsivo
psicoanalítico? ¿Y no recomendó como meta del tratamiento la liberación del
paciente del amor transferencial es decir, el desprendimiento del análisis y
del psicoanálisis como compulsión?
Tenemos el derecho de aspirar también a esta meta de la curación; doquiera
que corresponda a una necesidad: también cuando nos conduzca a serle infiel
a la religión de la compulsión y del ateísmo, para no vernos obligados a con
denar los medios de la religión del amor o a tratarlos como ilusión. La reli
gión del amor no conduce necesariamente a Roma y su dogmatismo. Es una
necesidad para todo individuo que quiera escapar al sistema compulsivo; aun
cuando no siempre le ponga una etiqueta, pues reconoce que las palabras en
no sólo miedo sino un sentimiento de debilidad. Mientras más entra en con
Sabemos que el neurótico-compulsivo elude el conflicto con el super-yo
valiéndose de su compulsión. Si después renuncia a ella el conflicto con el
super-yo se agudiza. En otras palabras: hacemos del enfermo compulsivo un
neurótico angustioso y en ocasiones un paciente que se cree continuamente
perseguido. El neurótico angustioso, empero, quiere rehuir —igual que el
neurótico compulsivo— al conflicto con el super-yo; sólo que no se refugia en
un sistema compulsivo, sino que huye de él para enredarse en complicaciones
de la vida que le provocan angustias o para ampararse en enfermedades con
síntomas de histeria de conversión (el conocido padecimiento descrito por
Charcot, que proporcionó a Freud sus primeros pacientes). Se asegura que
hoy día esta enfermedad ha desaparecido, lo que se explicaría por la precipita
ción de la psique colectiva europea en el sistema compulsivo. A menudo el
paciente sólo puede romper con él si acepta una histeria de conversión pasajera.
Nuestra tarea es ayudar al paciente angustioso a hacer innecesaria su huida
del super-yo, lo que podemos lograr fortaleciendo su yo y capacitándolo para
comprender las exigencias del super-yo causantes de su angustia. Debe apren
der a mirar a la cara el enemigo, a hacerle frente sin cuidarse —aun cuando
parezca que arriesga la vida. Dicho con otras palabras: conducimos al pa
ciente a vencer su miedo, haciéndoselo soportable, y a este fin fortalecemos
su yo en la lucha contra el super-yo. Le enseñamos a cargar con su culpa
y sus dudas y a no huir del miedo a la conciencia moral refugiándose en
síntomas de enfermedad. Asimismo le enseñamos a aceptar el miedo real ante
un peligro como algo normal. Le ayudamos incluso a encarar la muerte —siem
pre que el miedo a la muerte se utilice para dramatizar situaciones y escapar
a los problemas reales.
Para alcanzar esta meta, en el caso del neurótico angustioso hemos de re
nunciar también al ceremonial neurótico-compulsivo del psicoanálisis ortodoxo,
ceremonial que tratándose del neurótico compulsivo es ciertamente adecuado
pero que carece de eficacia en el tratamiento de la neurosis de angustia. Debe
mos avanzar en etapas para ofrecer al paciente la posibilidad de consoli
darse en los niveles vitales que vaya alcanzando, es decir que resulta reco
mendable interrumpir el tratamiento de tiempo en tiempo, con frecuencia por
este terreno en el que tanto se discute significan muy poco.
Conocemos los conflictos a los que en su camino a Damasco se ha de
meses y a veces durante años. También hemos de prescindir de la observan
cia de reglamentos fundamentales y de la distancia (ya que no encierran com
promiso alguno) para dar al paciente la oportunidad de establecer un contacto
humano con nosotros, sin que le temamos. Debemos, entonces, sustituir el
contacto analítico por el contacto humano natural. Esto exige que el analista
enfrentar el enfermo compulsivo para volverse libre. Este tema no sólo lo
abordó Pablo de Tarso; también Strindberg, y precisamente desde el punto
de vista del terapeuta que pretende curar a un paciente de la demencia, del
pretación, en el curso del tratamiento. También exige que el analista renuncie
a la reglamentación de sus ingresos, garantizada por el ritual neurótico-com-
abandone la creencia en el efecto benéfico exclusivo del ceremonial y la inter
Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
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ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD
pulsivo del análisis ortodoxo. De esta manera sustituimos la actitud ceremonial
del analista por la del terapeuta, para quien la vida del paciente no está ya
dominada por reglas fundamentales exentas de compromiso.
Tratamos también de conservar esta orientación del análisis en el llamado
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análisis didáctico. No es necesario mencionar que tendremos poco éxito entre
nuestros graduados si mantenemos una posición "comercial" y nos inclina
mos por análisis calculados de antemano" en forma neurótico-compulsiva, uni
formados, trátese de quien se trate, con la misma medida: de 600 a 800 horas.
Por lo que a mí toca —no pretendo ocultar que no siempre impongo mi
punto de vista con mucho éxito— procedo de la siguiente manera: no existe
para mí diferencia entre el análisis didáctico y el terapéutico. Sigo las indi
caciones terapéuticas de cada caso y las aplico sin reserva. Al final del aná
lisis didáctico procuro si es posible librar al paciente del diploma que le brinda
seguridad y que espera recibir como aprobación. También le permito que
elija libremente a cuál de las organizaciones psicoanalíticas quiere pertenecer,
sean éstas ortodoxas o no.
He intentado informar sobre algunas innovaciones, pero ante todo sobre
cosas que debemos a Freud y que corrían peligro de caer en el olvido entre las
ruedas del tiempo. Que me perdonen aquellos que tengan la impresión de
que no he sacado de nuestras experiencias consecuencias que les serían pro
vechosas y les ayudarían a hacer carrera. Pero es mi convicción que no po
dremos lograr más, en nuestra labor, que incorporarnos de nuevo humanamente
a la miseria de nuestra época y a las necesidades del enfermo, en vez de en
tregarnos a un bizantinismo y a un dogmatismo estéril. A fin de cuentas, las
urgencias vitales a las que servimos son siempre más fuertes que nuestras
especulaciones y disponen de nosotros de acuerdo con nuestra propensión y
nuestras necesidades. Por urgencias vitales entendemos lo que determina el
destino humano que ocultamente nos guía y nos señala nuestro lugar. A este de
terminante es al que debemos reconocer para trabajar al unísono con él,
siguiendo aquellas palabras: "Donde actúa el ello debe ayudar el yo"; y, como
diría Goethe, enlazar los hilos en la eterna rueca del tiempo.
PUBLICACIONES RECIBIDAS
Se recibieron los siguientes libros para la biblioteca del Instituto Mexicano de
Psicoanálisis, por cortesía del Consejo Británico de Relaciones Culturales:
Youth and the Social Order, por Musgrove, Frank. Routledge & Kegan Paul,
Ed., 1965, 168 pp.
Transformations, Change From Learning to Growth, por Bion, W. R. William
Heinemann Medical Books LTD, 1965, 184 pp.
Maladjusted Boys, por Shaw, Otto L. George Alien & Unwin LTD, 1965, 168
páginas.
Children in Care, por Heywood, Jean S. Routledge & Kegan Paul Ed., 1965,
254 pp.
Porlrait of a Schizophrenie Nurse, por Wallace, Clare Marc. Hammond, Hammond & Co., LTD, 1965, 208 pp.
Child Care, 1964, por Scottish Education Department. Edinburgh, Her Majesty's
Statinery Office Ed., 1965, 16 pp.
Sexual Life in England, por Bloch, Ivan. Corgi Books Ed., 1965, 542 pp.
Psychosomatic Disorders in Adolescents and Young Adults, por Hambling,
John y Hopkins, Philip Ed. Pergamon Press, 1965, 244 pp.
The Development and Disorders of Speech in Chüdhood, por Morley, Muriel
E. E. & S. Livingston LTD, 1965, 464 pp.
Child Care and the Growth of Love, por Bowley, John. Harmondsworth, Penguin Book, 1965, 250 pp.
Suicide and Attempetd Suicide, por Stengel, Erwin. Macgibbon & Kee LTD,
1965, 140 pp.
Living Together, por Cartland, Barbara. Freedrick Mullerf LTD, 1965, 128 pp.
Thirty-Three Troublesome Children, por Stott, D. H. National Children's Home
Ed. 1964, 134 pp.
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Laforgue, R., 1968: Estructura de la personalidad y síntomas pastológicos, in: Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, México (No. 8, 1968), pp. 90-102.
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