De gente y cosas nuevas. La crónica de Luis G. Urbina: teatro y

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De gente y cosas nuevas.
La crónica de Luis G. Urbina:
teatro y música
Miguel Ángel Castro Medina
Instituto de Investigaciones Bibliográficas
Universidad Nacional Autónoma de México
I
L
a profesionalización de los escritores se dio a lo largo del siglo XIX
como un proceso en el cual fueron determinantes, por un lado, su participación en la vida política y los gobiernos que se sucedieron y, por otro,
su colaboración en la prensa (Ortiz Monasterio, 1996, 325-333). Susana
Rotker ofrece las cifras del crecimiento de la prensa argentina entre 1877 y
1890 y, con base en las consideraciones que hace Ángel Rama en La ciudad
letrada, explica cómo se abrió el “mercado de la escritura” en el siglo XIX
(Rotker, 2005, 105-106). En nuestro país, la misión del escritor se consolidó
con la prédica de Ignacio Manuel Altamirano, de forma tal que en el último
cuarto de siglo los escritores no solamente desgastaban su talento en el
periodismo sino que lo aprovechaban: “Escribir con amenidad y disciplina
es educar a individuos y familias, es infundirle coherencia a la nación. Y
esta conciencia de los alcances del gremio le es indispensable a quienes,
por su condición de escritores, se saben destinados –en un país sin grandes
instituciones educativas– a enseñar a las generaciones” (Monsivais, 2000,
386-387). Ante este panorama, los escritores se dispusieron a la aventura de
vivir la ciudad a su modo. Desde hace algunos años, diversos investigadores
han mostrado el valor de los hallazgos y las frustraciones de escritores que
cultivaron la crónica periodística como Enrique Chávarri Juvenal, Ángel de
Campo, Micrós, Amado Nervo, José Juan Tablada, Luis G. Urbina, Rubén M.
Campos y Heriberto Frías, precedidos de las orientaciones que recibieron de
Guillermo Prieto, Manuel Payno, José T. Cuéllar y Manuel Gutiérrez Nájera
aunque, finalmente, todos ellos dentro de la tradición literaria ilustrada y,
según Carlos Monsiváis, apegados a cierto afán moralizador y a un dogma,
al igual que José Joaquín Fernández de Lizardi, Ignacio Manuel Altamirano,
Ignacio Ramírez y Justo Sierra: “la forja del público (lector o teatral) que
edifica a la nación civilizada. Y por eso, no con esas palabras, sí con esa
intención, el Duque Job imagina una nación de butacas, el país como teatro, la
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
sociedad como el espectador que asiste a lo que sea con ánimo de alumnado,
desde los palcos que son logros y tendencias sociales” (Monsivais, 2000,
398-399). Para el cronista que se multiplica tanto como sus seudónimos, las
obligaciones periodísticas y la noción de ciudad ideal exigen teatralizar las
experiencias. Y entre las experiencias destacan precisamente la del teatro y la
música como participación en el espectáculo social en el cual todos, de buena
o mala gana, juegan el papel que les corresponde o que la fortuna les asigna.
El 7 de enero de 1868 Ignacio Manuel Altamirano publicó en El Siglo
Diez y Nueve su “Revista de la semana”, una extensa crónica para recordar
que la segunda mitad del año que había terminado había sido feliz para la
patria porque la libertad había sido recuperada tras la salida de los franceses
y la paz había vuelto a los hogares, de modo que todo anunciaba una era
de progreso y tranquilidad para el país, que lo conduciría a la gloria y al
bienestar. Felicitaba a sus lectores toda vez que el pueblo respiraba alegre
y contento el aura benéfica de la libertad. El cronista pasaba enseguida a
comentar las funciones del Teatro Nacional, de la ópera y del Principal. Había
llegado el tiempo de la recreación y el cultivo del espíritu musical. A partir
de entonces el Maestro prestó especial interés a las actividades musicales y
publicó decenas de escritos que dan una idea de la evolución que tuvieron
durante la República restaurada.
De este modo, a finales del siglo XIX el género periodístico de la crónica,
particularmente la de espectáculos, tenía ya un lugar reservado en las planas
de los principales periódicos; personajes importantes eran los encargados
de escribir y mantener a la sociedad informada sobre las novedades que se
presentaban en la ciudad de México. Uno de los trazos más marcados de la
modernidad llevaba y traía a Francia. El léxico de los cronistas se permite
entonces incorporar términos del francés en espera de importar junto con
ellos estados de ánimo fin du siècle y las calles de París. Manuel Gutiérrez
Nájera confiere nuevos elementos a la crónica con los cuales gana en refinamiento verbal y emoción literaria.
La novedad entonces, que hoy es necesario resaltar, está en las mujeres
escritoras que tienen súbitamente una activa participación en los diarios y
revistas. Lucrecia Infante señala que en la década de 1870 “un promedio
de ochenta escritoras nacionales publican como colaboradoras permanentes en proyectos literarios de renombre, y al menos una veintena aparece
como parte de la mesa de redacción de los mismos” (Infante Vargas, 2008,
94).1 En el terreno de la crónica de teatros, música y sociedad destacan dos
mujeres talentosas y dedicadas que deben leerse nuevamente para profundizar en el contexto cultural y musical del Porfiriato. La primera: Fanny
1
El trabajo de Lucrecia Infante estudia el proceso a través del cual algunos grupos de mujeres se
insertaron en el ámbito de la cultura impresa en México durante el siglo XIX.
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Natali de Testa (¿?-1891), cantante y escritora irlandesa, artista de la ópera
italiana que llegó a México y con el seudónimo de Titania colaboró en La
República (1881-1882), El Diario del Hogar (1883 y 1886) y El Nacional
(1888), entre otros.2 La segunda: Victoria González (¿-?), periodista que
publicó bajo el seudónimo de Abeja en el Partido Liberal de 1891 a 1893
las secciones “Pequeña crónica” y “Apuntes”. Las crónicas de Abeja, apenas
mencionadas en algunas historias de la prensa y de la música, han sido, por
ende, muy poco estudiadas.
II
Aunque encontramos una descripción puntual y amplia de los espectáculos musicales presentados en México durante el Porfiriato en la Reseña
histórica del teatro en México de Enrique de Olavarría y Ferrari (1961),
las crónicas de Titania y Abeja contribuyen espléndidamente a recrear el
ambiente musical del periodo que nos ocupa desde la perspectiva de las
mujeres, que si bien no tenían la misma formación de Alfredo Bablot o el
talento de poetas como Manuel Gutiérrez Nájera y Luis G. Urbina, escribían
con buen oficio, eran cercanas al círculo de escritores, artistas y profesionistas y tenían la aceptación social de la élite porfiriana para convertirse en
voceras y críticas de espectáculos. Cabe recordar que, como señalamos al
principio y resume Elvira López Aparicio en la introducción a su antología
de textos de Manuel Gutiérrez Nájera sobre espectáculos, la crónica teatral
cumplía dos funcionales principales, la de información y la de crítica (en
Gutiérrez Nájera, 1985, 20-21).
La crónica –advierte Abeja– es una muchachuela alegre y juguetona que
sabe mucho de modista; que podrá decir cuáles son los colores de las telas
más a la moda; que algunas veces lleva su osadía hasta querer demostrar
conocimientos en música y literatura; pero que, sin embargo, es una niña
frívola que va del salón al teatro, indagando, preguntando, fijándose en
todas las nimiedades que pueden divertir, aunque en el fondo no tengan
interés alguno.3
2
No se sabe con exactitud cuando nació Fanny Natali de Testa pero sí que falleció el 24 de marzo
de 1891. El 26 de marzo de 1891 El Nacional en “El último adiós” señala que los funerales de
Titania se llevaron a cabo en la capilla Lourdes del templo Colegio de Niñas, a los cuales asistieron
la sociedad y la intelectualidad mexicana. Entre los asistentes se encontraban la Sra. viuda de
González y su hija la Srita. Doña Victoria González (Abeja)”. Véase Díaz y de Ovando (2006, 227228).
3
“Pequeña crónica”, 25 de diciembre de 1892.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
De este modo, las crónicas literarias permiten reconstruir el camino de la
apropiación de algunos conocimientos que enriquecieron la cultura musical
de algunos privilegiados en aquellos años. Son una justificación de la aportación de las empresas musicales y periodísticas al modernismo literario y a
las artes en general. La secularización de las costumbres durante la centuria
implicaba seguir a Europa, seguir a Europa era lo que convenía a la política
del gobierno.
¡Cuánta costumbre europea vamos adoptando poco a poco! ¿No es verdad?
Primero las recepciones semanales fueron aceptándose poco a poco, y ya
son muchos los salones en que se pueden pasar, en un día determinado,
algunas horas agradables y ahora la idea de los teatros de salón, que muy
pronto estarán en gran boga, ha sido una manera más de reunirse en alegres
fiestas, pues no sólo la noche de la representación, sino las de los ensayos,
los artistas y sus íntimos que gozan del privilegio de asistir a las reuniones
en petit comité las noches de ensayo, pasan momentos deliciosos en estas
tertulias tan sencillas como alegres.4
Esta idea de cosmopolitismo se reafirma porque la ciudad de México se
presenta como espectáculo para todos los que la pueblan y visitan. Anunciaban los cronistas la llegada de la italiana Adelina Patti, pero también de
la rusa Giovannina Coliva y de la judía alemana Emma Juch. La Patti vino
a México y actuó en el Teatro Nacional a finales de diciembre de 1886 y en
enero de 1887, posteriormente regresó a México en enero de 1890. Gutiérrez
Nájera se extasió durante su primera visita y publicó el 4 de enero en El
Partido liberal una emotiva crónica firmada con su seudónimo del Duque
Job, y se prodigó en elogios a la diva italiana, el elevado costo de las entradas
no tenía importancia porque escucharla lo valía todo: “No, no me preguntéis si me ha gustado, ¡es un insulto! Quisiera que estas letras se animaran
y aplaudieran y gritasen: ¡Bravo! A esta mujer no se la juzga, se le arrojan
flores. La primavera debe ser su esclava” (Gutiérrez Nájera, 1985, 202).
Sorprende un tanto el desinterés con que tres años después Gutiérrez
Nájera se refirió a la segunda visita de la cantante, pues en su crónica “Oír
a la Patti”, firmada con el seudónimo de El cura de Jalatlaco y publicada
en El Universal el 15 de enero de 1890, critica con ironía los precios de
los boletos y la actitud de la gente que estaba dispuesta a hacer el gasto. Le
parece que la artista está en decadencia: “Algunos, ya que no pueden darle
dinero, le dan hasta sesenta o setenta años” (Gutiérrez Nájera, 1985, 234).
Llama nuestra atención que en la selección de reseñas y crónicas sobre
espectáculos de Urbina que Gerardo Sáenz publicó en 1963 con el título de
4
“Pequeña crónica”, 10 de enero de 1892.
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Ecos teatrales no figuren textos publicados entre 1887 y 1896, en La Juventud
literaria y El Siglo diez y nueve, sobre todo en el segundo donde Urbina tuvo
una columna con ese nombre. Los trabajos escogidos por el crítico proceden
de El Universal, El Mundo ilustrado y El Imparcial, publicados entre 1896
y 1908, lo cual aunque constituye, sin duda, una buena muestra del trabajo
de Urbina en la última etapa del Porfiriato, deja fuera tanto el periodo del
cronista incipiente como el largo trecho que el experimentado periodista
recorrerá tras la caída del régimen de Díaz.
Cuando Sáenz insiste en la valoración de las crónicas teatrales de Urbina
no aprecia demasiado la opinión crítica del poeta por su carácter personal
e impresionista y porque se trataba de un servicio inmediato: “Por lo tanto,
él mismo se atenía a sus propias impresiones cuando acometía la empresa
del juicio, que él creía efímero porque lo había escrito para entretener la
curiosidad de los lectores de un periódico, y que, según él, tendría ‘vida
más breve que las manoseadas rosas del poeta’. Y sí hay algunas crónicas
teatrales de Urbina que poco valen como crítica, pero la mayoría de estos
escritos, como los carteles del gran pintor francés [Toulouse-Lautrec], valen
porque son arte”. Al investigador le parece que las crónicas de Urbina deben
recuperarse por su factura poética, más “seria” que sus juicios o críticas
teatrales. Cosas del tiempo, hoy nos interesan tanto por lo que dicen cuanto
por cómo lo expresan.5 Importa reflexionar en el teatro como el espacio en
el cual convergieron dos tradiciones, dos mentalidades, diversas clases, la
considerada culta y la popular, las de las élites y la de una masa que era
señalada como “pueblo”, y la crónica como escrito que documenta esa convergencia con espíritu crítico.
En esta ocasión compartimos una aproximación a La Juventud Literaria,
donde publicó su primera crónica el 3 de julio de 1887.6 Seis más salieron
en las páginas del semanario dirigido por Enrique Sort de Sanz y José Peón
del Valle, impreso en el negocio de Ireneo Paz. Aparecieron el 21 de agosto,
el 18 y 25 de septiembre, el 2 y 23 de octubre y el 13 de noviembre de aquel
año. Las siete llevan el conciso título de “Crónica”.
Mi manía –explica Urbina en la segunda–, y alguien ha de haber podido
fijarse, si ha leído bien que sea con poca atención que se merecen, estas
crónicas escritas a vuela pluma, mi gran manía digo, de periodista novel
con ribetes de escritor naturalista y-¡Oh, contraste!, de poeta romántico, es
tomar el medio ambiente, que dice Zola, y trazar cuadros del natural, con
5
Sobre los orígenes del género chico consultar Bryan (1992).
6
Colaboró desde el arranque de la revista con versos y prosas, el 3 de abril de 1887 publicó el
poema “Balada” o “Marina”, y el 13 de noviembre de aquel año su séptima crónica y última
colaboración.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
la minuciosidad de detalles a que puede alcanzar mi observación, si bien
abrillantándolas, y escogiéndoles como a las pinturas la mejor luz, para hacer
resaltar sus efectos y colores.
La primera crónica es una declaración de la ambigüedad del oficio: poeta
y periodista. El viajero sentimental describe con detalle sus impresiones
mientras viaja en el tranvía, la tarde lluviosa lo convida a contemplar con
curiosidad el trajín en las calles y a soñar al mismo tiempo: “Para mí, no
hay espectáculo comparable a éste de recorrer la ciudad después de un
formidable aguacero. Una imaginación como la mía se desata en torrente
de sueños ante estos cuadros vivos, vistos a través de una luz plomiza que
los envuelve como en una extraña atmósfera”. En seguida descubre a una
hermosa rubia de ojos azules “con reflejos de piedras preciosas”, la imagen
divina, forma de su ideal e imposible realización de su sueño, desaparece
en ese mismo instante, de modo que, por temor al ridículo, titubea, no hace
nada por seguirla y desalentado permanece en su asiento. Con resignación
aparente dedica unos cuatro breves párrafos a los teatros, no encuentra novedades dignas de mención. Concede un lacónico elogio a una cantante, la
Alemany, “inimitable” en las óperas francesas de El Nacional y opina que
de los demás artistas no debe hablar.
Urbina invita al lector a viajar en el tranvía de la ilusión posible en la
ciudad y en segundo plano va al teatro, donde la escena resulta ordinaria. En
esta crónica, la primera del poeta, manifiesta su interpretación del género.
Amado Nervo descubre el espíritu de su colega: “condenado a ser lo que no
ha querido ser, gastando sus días en el pupitre de la oficina o en la redacción
de un periódico, escribiendo de prisa sobre las rodillas editoriales o crónicas
de teatro, dando a los diarios lo mejor de su esencia juvenil y vigorosa, derrochando vitalidad en naderías obligatorias” (citado en Pacheco, 1978, XLIV).
En las seis crónicas siguientes Urbina da cuenta de las obras, los artistas
y escándalos o sucesos que atraían el interés de la sociedad elegante. No
hay espacio para detallar las referencias pero importa mencionar la forma en
la cual el escritor muestra sus conocimientos musicales, por ejemplo, en la
crónica del 18 de septiembre reseña la puesta en escena de Aída por la compañía italiana Sieni, comenta el desempeño de los cantantes y advierte que
Fue así mismo muy bien cantado el dúo de Aída y Radamés, Giannini dijo
tiernamente su frase: Il ciel dei nostri amori come scordar potrem? En el cuarto
acto la Srita. Roluti estuvo al parecer vacilante en el pasaje del primer cuadro
(andante en sí bemol) cantado por Amneris: Già i Sacerdoti adunansi repetido por el tenor en fa sostenido y que se distingue por su expresión justa
y profunda. Finalmente, en el último dúo, la plañidera frase O terra addio,
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fue dicha con la sublime expresión que seguramente imaginó el maestro
Verdi, al escribir uno de los trozos más selectos de la obra.
Urbina descubre su gusto por hablar de música; en las siguientes crónicas
comenta con interés las puestas en escena de Hernani, La Traviata, el Trovador, Lucía de Lammermoor y Los Hugonotes. Sin embargo, en su última
colaboración en el semanario, la del 13 de noviembre, retoma el tono poético
para contar que trepó a la copa de un álamo y referir el diálogo que sostuvo
con el árbol y con las aves que anidaban en sus ramas. Atrapado por el amor
que siente poco podría hablar de los teatros. De esta forma, sabedor tal vez
de que terminarían sus colaboraciones en la Juventud Literaria, emprendía
el vuelo hacia otros horizontes.
Al igual que Manuel Gutiérrez Nájera, Urbina se quejaba de las trivialidades del periodismo como contrarias a la inspiración y el estudio, lo cierto
es que las atendía de modo tal que su producción literaria se fijó en la prensa
de su época. Y, al igual que el Duque Job, constantemente reflexionó sobre
el papel del escritor y de la prensa, del poeta y la vida, del arte y la sociedad.
Para ambos, la crónica era el género superior de la prensa a pesar del paulatino desplazamiento que sufría en las páginas de los diarios. El documento
es memorable, afirma Monsiváis; presentamos unos párrafos para concluir:
Es cierto que un cronista no es un artista. Mas no sé qué diablos tiene este
género periodístico que, sin ser superior, requiere una expresión pulcra, un
temperamento vibrante, una observación atinada, y, a ser posible, cierta
dosis de fantasía para combinar y colorear las imágenes. Un cronista está
a merced de los acontecimientos. La vida de los temas. El periodista los
enfoca y los presenta con visualidad personal y, así, ofrece un panorama de
la actualidad circundante, elaborado por la sutileza de la observación y la
brillantez del estilo.
Obra efímera es –aseguran los literatos de planos superiores, los críticos, los
filósofos, los eruditos. Y el fallo condenatorio es inexorable. Una crónica
es como un cocuyo en la noche. Es una chispa en la oscuridad. Brilla y se
apaga instantáneamente.7
Es evidente que el paso de Urbina por La Juventud Literaria debe tomarse
en cuenta en su proceso de formación, en el aprendizaje necesario para
afirmarse como el cronista de los “Ecos teatrales” que guiará el gusto y
la opinión de los lectores en El Siglo Diez y Nueve y en gran parte de los
periódicos y revistas que lo atrajeron el resto de sus días.
7
Urbina, Luis G., 1928. “Temas literarios: la crónica y la emoción”, en El Universal. México (8 de
enero de 1928), p. 3; recopilado en Monsiváis (1980, 39).
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Titania, Abeja, el Duque Job y Urbina, entre otros, vivieron una ciudad
musical, sus crónicas nos llevan a recorrer escenarios pobres y lujosos, las
calles y los imaginarios bulevares de fin del siglo XIX, el aparador de la
bella época, a tomar asiento en aquel gran teatro de México para interpretar
de una y otra manera el sueño porfiriano de la modernidad.
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Luis G. Urbina, prólogo, selección, notas
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INBA.
121
(Biblioteca del Estudiante Universitario,
70).
—————, 1946. Crónicas, prólogo y selec- —————, 1928. “Temas literarios: la cróción de Julio Torri. México: UNAM, 1946 nica y la emoción”, en El Universal. México
(8 de enero de 1928).
Resumen:
A partir de una reflexión más amplia sobre las crónicas teatrales y musicales que el poeta Luis G.
Urbina publicó en periódicos y revistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX observamos
aspectos de la visión de la modernidad que se encuentra en esos textos literarios que permiten
descubrir diversas zonas de la ciudad y la sociabilidad de sus habitantes. Comentamos en esta
ocasión la labor de algunos de cronistas de teatro como Manuel Gutiérrez Nájera, el Duque
Job, Fanny Natali de Testa, Titania, y Victoria González, Abeja, para bosquejar un análisis las
primeras crónicas de Urbina publicadas en La Juventud literaria en 1887.
Palabras clave: literatura mexicana, periodismo, crónica, Luis G. Urbina, Ciudad de México.
Abstract:
It is a reflection on the theatrical and musical chronicles published in newspapers and magazines
in the late nineteenth century. The vision on modernity found in these journalistic and literary
texts may discover diverse areas in the City and the sociability of its inhabitants. References
are made about Manuel Gutiérrez Nájera, el Duque Job, Fanny Natali de Testa, Titania, and
Victoria González, Abeja, who reported the theatrical, musical, artistic and social scene in their
columns or sections to give rise to a review and analysis of the first Luis G. Urbina chronicles
published in La Juventud Literaria in 1887.
Keywords: mexican literature, Journalism, Chronicle, Luis G. Urbina, Mexico City.
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