La generación espontánea «…Spallanzani tenía ideas apasionadas acerca de la generación espontánea de los seres vivos y, al situarse cara a los hechos, le parecía absurdo pensar que los animales (…) pudieran originarse accidentalmente de las cosas viejas o sucias (…)Tropezó con un librito (…) que le abrió un camino enteramente nuevo para atacar el problema del origen de la vida. El autor no argüía con palabras: se limitaba a hacer experimentos. (…) ”Este Redi, autor del libro (…) ¡Qué fácilmente lo demuestra todo! Toma dos vasijas y pone carne en ambas; deja una destapada y cubre la otra con una gasa; observa atentamente y ve cómo las moscas van al cacharro abierto… y, al cabo de algún tiempo, aparecen allí los gusanos y, más tarde, nuevas moscas. En cuanto al jarro cubierto, no se forman en él ni gusanos ni moscas. (…) durante miles de años a nadie se le ha ocurrido hacer un experimento tan sencillo y tan capaz de dejar la cuestión zanjada en un momento.” A la mañana siguiente (…) de haber leído el librito decidió acometer el mismo asunto, pero no con moscas, sino con animales microscópicos, pues todos los profesores sostenían en aquellos días que, aun admitiendo que las moscas hubiesen de proceder necesariamente de huevos, era seguro que los animalillos subvisibles se formaban por generación espontánea. Spallanzani empezó por enterarse, entre grandes dificultades, de todo lo referente al desarrollo de estos diminutos seres y de la forma de utilizar el microscopio (…). ”Si yo me obsesiono queriendo demostrar algo predeterminado, es que no soy un verdadero hombre de ciencia –reflexionaba Spallanzani–. He de aprender a seguir los hechos y llegar hasta donde ellos me lleven; tengo que conseguir librarme de las ideas preconcebidas”. (…) Needham les explicó que había tomado una cierta cantidad de caldo de cordero bien caliente y lo había echado en una botella, tapándola perfectamente con un corcho, a fin de que ni los animalillos ni sus huevos pudiesen caer en el caldo desde el aire exterior. Después de esto calentó la botella y el caldo, poniéndolos sobre cenizas calientes. (…) hecho esto, guardó el frasco de caldo durante unos días, quitó el corcho y, cuando examinó con el microscopio aquella sustancia, se encontró con que bullía en ella un verdadero enjambre de animalillos. (…) ”¿Por qué razón habrán aparecido todos esos animalillos en el caldo caliente y en la sopa de almendra? –reflexionaba (Spallanzani)–. Sin duda, porque Needham no ha calentado suficientemente la vasija, o quizá porque no la ha cerrado herméticamente”. Entonces (…) Spallanzani (…) cogió unos cuantos frascos (…) y se dispuso a comenzar la prueba, aun a riesgo de echar por tierra, si era necesario, sus propias hipótesis. Sin duda, Needham no había calentado el caldo lo suficiente. ¿Quién sabe si algunos de aquellos animalillos eran capaces de resistir temperaturas más elevadas? O quizá lo fueran sus huevecillos. Tomó, pues, algunos grandes matraces esféricos de afilado cuello (…) puso en algunos de ellos semillas de varias clases, mientras que en los otros echó almendras y guisantes y, a continuación, los llenó todos con agua pura. ”Ahora (…) voy a tener el caldo hirviendo por lo menos una hora (…) y fundiré con la llama los cuellos de los matraces y los cerraré con el mismo vidrio. Ningún corpúsculo, por pequeño que sea, es capaz de filtrarse a través del cristal”». ( Paul de Kruif: Cazadores de m icrobios )