Follet, Ken - La caída de los gigantes

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rusos habían ganado la batalla y haría avanzar a su grupo para sumarse a la celebración
de la victoria.
Mientras tanto, el único problema era obligar a los hombres a seguir fingiendo un
com bate con un emplazamiento enemigo. Resultaba tedioso yacer en tierra una hora
tras otra, con la mirada al frente, como rastreando el terreno en busca de soldados
enemigos. Los hombres solían ponerse a comer y a beber, a fumar, a jugar a las cartas e
incluso a dormitar, lo cual daba al traste con la farsa.
Pero antes de que tuvieran tiempo para acomodarse, el teniente Kirílov apareció a
unos doscientos metros a la derecha de Grigori, al otro extremo de una charca. Grigori
gruñó: aquello podía estropearlo todo.
- ¿Qué estáis haciendo?
- ¡Al suelo, excelencia! -gritó Grigori.
Isaak disparó el fusil al aire y Grigori se agachó. Kirílov hizo lo propio y luego
retrocedió por donde había llegado.
Isaak chasqueó la lengua.
- Siempre funciona.
Grigori no estaba seguro. Kirílov parecía molesto, no complacido, como si supiera
que lo estaban engañando pero fuera incapaz de hacer nada al respecto.
El joven escuchó el estruendo, el estrépito y el fragor de la batalla que se desataba
más allá, calculó que a algo menos de un kilómetro y sin desplazarse en ninguna
dirección.
El sol siguió alzándose en el cielo y le secó la ropa húmeda. Grigori empezó a acusar
el hambre y pellizcó un trozo de pan seco de la fiambrera, procurando evitar la zona
dolorida de la boca, donde Azov le había asestado el puñetazo.
Cuando la bruma se dispersó, vio los aviones alemanes volando bajo a unos dos
kilómetros al frente. A juzgar por el sonido, estaban ametrallando a los soldados que
había en tierra. Los Guardias, apiñados en las estrechas veredas o vadeando por el barro,
debían de constituir un objetivo terriblemente fácil. Grigori se alegró aún más de no
encontrarse allí con sus hombres.
Hacia la media tarde, el fragor de la batalla pareció aproximarse. Los rusos se estaban
viendo obligados a retroceder. Se preparó para ordenar a su pelotón que se sumara a las
tro pas en su huida… pero aún no. No quería llamar la atención. Retirarse despacio era
casi tan importante como avanzar despacio.
Vio a varios hombres desperdigados a izquierda y derecha, chapoteando en el cenagal
camino del río, algunos de ellos obviamente heridos. La retirada había comenzado, pero
todavía no era total.
Desde algún lugar próximo oyó un relincho. La presencia de un caballo significaba la
presencia de un oficial. Grigori disparó de inmediato a austríacos imaginarios. Sus
hombres lo emularon al instante y hubo ráfagas de fuego disperso. A continuación, miró
a su alrededor y vio al comandante Azov a lomos de un gran caballo de caza gris,
trotando por el barro. Azov gritaba a un grupo de soldados en retirada, ordenándoles que
reanudaran la lucha. El los le replicaron hasta que él sacó un revólver Nagant -igual que
el de Lev, pensó Grigori, sin que viniera al caso- y los apuntó con él, tras lo cual los
hombres dieron media vuelta y, a regañadientes, empezaron a deshacer el camino
andado.
Azov enfundó el arma y trotó hasta la posición de Grigori.
- ¿Qué estáis haciendo aquí, imbéciles? -preguntó.
Grigori permaneció tendido pero rodó sobre sí mismo y volvió a cargar el fusil,
colocando en posición el cargador de cinco proyectiles y fingiendo prisa.
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