Dafnis y Cloe

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Reseñas de Libros
L
Dafnis y Cloe. Pról [y trad.] de Lourdes Rojas. Méxi­
co, u n a m , Coord. de Humanidades, 1984 (Nuestros Clá­
sicos, 62), xvi + 100 pp.
ongo,
Nada describe tan apropiadamente aLongo, o a quien haya
sido el autor de Dafnis y Cloe, que lo dicho por Astilo a
Gnatón (libro iv, xvm, 1) de que “el Amor hace grandes
sofistas”, si por sofista entendemos la persona que, hablan­
do o escribiendo, presta más importancia a la forma de ex­
presarse que a la forma cómo desarrollar el tema.
En efecto, Longo es una gran sofista, pues pretende que
dos pastorcillos, Dafnis y Cloe, criados a poquísimas millas
de la ciudad, casi a las afueras de Mitilene, isla de Lesbos,
desconozcan cómo realizar en sus cuerpos el acto erótico-sexual; más aún, que desconozcan el amor y sus efectos. Obsti­
nadamente prejuzga que la naturaleza, tanto la exterior
como la interna propia, es incapaz de convertirse en maestra
de la vida y enseñar, y hasta inducir, dados los instintos con
que dotó a los seres vivos, a aprender de modo congènito las
satisfacciones del sexo. Insisto además, en que Longo es y
debe considerarse un gran sofista, porque va a defender su
prejuicio con más cuidado y minuciosidad por dejarlo, apa­
rentemente, intacto que aquel que pondrá para salvaguardar
la virginidad de Cloe hasta el matrimonio, ápice culminante
de su idea motriz. Nadie se explica, pues, e ilógico parece, que
Cloe no fuese tocada por la soldadesca que la raptó por mar:
soldadesca que festejó con bailes y borrachera el atraco (ii,
xxv), y que Lampis, después que raptó a Cloe, porque la
deseaba, tardara tanto en su camino y en su deseo, hasta el
punto de que Gnatón lo alcanzara, cuando apenas la intro­
ducía a su choza, y se la quitara ( i v , x x v i i -x x i x ).
Saben los que leen el relato, y más los que lo releen, que
Dafnis y Cloe conocen el amor y que también conocen la
forma de cómo satisfacer el instinto sexual, por más que
Longo, sabiéndolo, se complazca en no querer descubrírselo
ni a los protagonistas ni a los lectores que, embobados, pue­
den creerle lo que él mismo no cree. Tanto se afana en ocul­
tarlo, y en no dar de ese conocimiento ni un pequeño indicio,
que hace caer a la pareja en verdaderas y ridiculas inocenta­
das (acostarse desnudos; creer que el amor es un pájaro, o que
Dafnis piense que basta colocarse, como los carneros con las
ovejas, por detrás de Cloe, sin intentar nada más, para cum­
plir con el sexo). Sin embargo, tan conocen los pastorcillos el
amor, y Longo sabe que lo saben, que el subconsciente llega a
traicionarlo, y el autor pondrá a Dafnis y a Cloe a escuchar
las pláticas de los viejos pastores, quienes contarían sus
recuerdos con chistes, sin duda no exentos d éla experiencia
amorosa. Escucharán también de otro pastor (absurda eru­
dición en pastores sin escuela) la fábula de Pan y Siringa,
donde el eufemismo de Longo dice que Pan “intentó persuadir­
la (a Siringa) a lo que deseaba”, en vez de poner la acción real
que narraría el pastor. Dafnis y Cloe mimetizaron luego la
fábula, y Dafnis, tomando la siringa, “tocó algo triste, como
enamorándola; algo erótico, como persu adién d ola..A nte el
juramento de Dafnis a Pan, Cloe dice: “Oh Dafnis, Pan es un
dios erótico e infiel. Se enamoró de Pitis, se enamoró de
Siringa. Y jamás ha dejado de molestar a las Dríadas, ni de
importunar a las Ninfas... Éste, pues, despreocupado de sus
juramentos, se despreocupará de castigarte, aunque vayas a
más mujeres que cálamos hay en tu zampoña” ( ii , x x x i i , 3x x x i x ). Luego Cloe y también Dafnis saben qué hacen los
hombres con las mujeres, y las mujeres con los hombres.
La obstinación en no querer manifestar otras ideas, nos
crea de nuevo el principio del mundo y nos parece hallarnos
en otro Paraíso, donde en vez de Dios a Adán y a Eva, Longo
colocó a Dafnis y Cloe; donde en vez de un Lucifer instructor,
aparecerá Filetas; y en vez de una serpiente, sabia falaz,
vendrá Licenio. que conducirá a Dafnis “al camino hasta
entonces buscado. Desde ese momento no se ocupó de
nada extraño. Pues [cima de la contradicción] la misma
naturaleza lo instruyó en lo que quedaba por hacer ” (m, xvm,
4 ) *
El sofisma de Longo continúa, si observamos que los
pastores nunca hablarán como pastores,*y que saben dema­
siadas cosas (como las que Longo sabe) ajenas a su condi­
ción. Pronto, pues, nos percataremos que Longo, más que
afanarse por hilar congruentemente el relato, busca que el
tema elegido le sirva de pretexto para exhibir cuanto él sabe
de mitología y literatura grecolatina. He dicho grecolatina,
porque no puedo concebir que desconozca a Virgilio, Ovidio,
Plauto, Terencio y Safo. De Virgilio, más que de Teócrito, ha
aprendido Longo cómo se comportan los pastores, cómo or­
ganizan certámenes, cómo y de qué se alimentan (que la
escudilla para la leche, que el haya bajo la cual se sientan
para tañer la flauta, que las alforjas, que los quesos, que el
labrar caramillos) y, sobre todo, la forma de concebir la
pareja y la forma de establecer la oposición a los quehaceres
de entreambos, semejante a la expuesta en el inicio de la
Egloga vil de Virgilio, entre Tirsis y Coridón. Un traductor de
esta égloga virgiliana vertió libremente el verso tercero así:
pastor el uno de cabras, el otro de blancas ovejas. Quizá por
esto, Dafnis y Cloe apacentarán “él un rebaño de cabras y
ella otro de ovejas” (i, vil, 2); y sabrán “que al uno un beso lo
había perdido, y que un baño a la otra” (i, xxn, 4). La figura de
Eros (niño volátil y travieso), vista y descrita por Filetas, nos
recuerda las imágenes de Ovidio; y la distribución y colorido
del jardín del mismo pastor (n, ni-vi) nos conduce hasta el
jardín de Flora (Fastos v, 209-220). Piratas, diversiones de
jóvenes ricos, banquetes y parásitos, peripecias de guerra,
niños expósitos y prendas de su reconocimiento, y muchas
otras tretas provienen de Plauto y Terencio, o bien de las
fuentes griegas (si aún perduraban) de éstos. De Safo se ha
asimilado el tono tierno y el hermoso pasaje de la manzana
olvidada, símbolo aquí del amor (m, xxxm, 4-xxxiv).
La tesis, “el hombre por naturaleza es incapaz de cono­
cer a Eros”, tomada por Longo como tema de la obra, no
necesariamente debía incluir episodios como el abandono y
el reconocimiento de niños expósitos, aunque es obvio decir
que resulta eficaz al propósito sacar dos niños de una ciudad
y colocarlos en un paraíso agreste, inofensivo y lejos de la
contaminación del pensamiento y las costumbres. Menos
aún era necesario que Longo bordara con diversiones de
jóvenes ricos, con tropelías de piratas, con sucesos maravi­
llosos y aventuras insospechadas, con alusiones a la vida
urbana de banquetes, parásitos y pederastas, con raptos y
travesuras de pretendientes pastores desesperados el relato
inocente, incidental, que no es novela propiamente dicha,
según nos aclara la introducción, pero que sí debe conside­
rarse como una de las historias de amor que dieron origen a
la novela. El relato de esta historia, como dije, es rabiosa­
mente artificioso y de una cuidada elaboración poética, sugerente, y no libre de preciosismos lingüísticos.
Debemos, por último, a la doctora Lourdes Rojas, y
sinceramente agradecérsela, esta versión no sólo pulida y
extremadamente fiel, sino en gran medida seguidora del
ritmo poético de la prosa original griega, del cual casi nunca
se aparta. Desafortunadamente la portada interior omite
atribuirle la versión, pero ya nos hemos acostumbrado a
estas pequeñas fallas de la imprenta universitaria que no
demeritan, con todo, su ingente esfuerzo. Agradecérsela también porque la breve introducción que la acompaña nos ayu­
da a comprender mejor la transparencia subyugante de un
asunto, que, meditado, nos llevaría por un lado a muchas in­
dagaciones historicosociales y, por otro, a estudios de com­
prensión socioanalítica sobre la síntesis amor-naturaleza.
unam
L
u i s M ic h e l e n a ,
José Quiñones Melgoza
, Inst. de Invest. Filológicas
El Colegio de Michoacán.
Lengua e historia, Madrid, Paraninfo, 1985,
512 pp.
La filología, una de las muchas “ciencias del lenguaje”, es
una especie de arqueología lingüística. Surgida en el helenis­
mo, se dedicó a la búsqueda afanosa de la palabra ocultada
por el tiempo: los versos originales de los poetas, la recons­
trucción del entorno textual perdido en el andar del tiempo,
la búsqueda del sentido del texto. El comentario literario de
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