Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México, en la Catedral Metropolitana. XIII Jornada Mundial del Enfermo - 6 de febrero de 2005 Hoy en este V Domingo del tiempo Ordinario queremos unirnos a las celebraciones de la Sede Mundial de la XIII Jornada Mundial de Enfermo, que este año se celebra en el Santuario de Santa María Reina de los Apóstoles, en Yaudé, Camerún en el Continente Africano. Las lecturas de la Palabra de Dios, que han sido proclamadas en este domingo nos ayudan a iluminar esta celebración anual de nuestros hermanos enfermos. En la profundidad de los textos, Dios nos pide ser solidarios con los que tienen alguna necesidad, el llamado a la solidaridad del profeta Isaías nos interpela, nos pide abrir nuestra vida para compartirla con el hambriento, con el pobre sin un techo, con el desnudo, con el enfermo, siendo este el camino para cicatrizar las heridas que el egoísmo y la indiferencia han infringido en nuestra vida, convirtiéndola en aburrida y superficial. Cuando ejercemos la caridad, especialmente con el más débil, el más vulnerable, iluminamos nuestras tinieblas con la luz y la justicia de nuestro Padre Dios. Al salir de nosotros mismos e ir al encuentro del prójimo, quién es imagen y semejanza de Dios, no sólo le ayudamos en sus necesidades sino al mismo tiempo descubrimos en nosotros la presencia paternal de Dios vivo. El Santo Padre Juan Pablo II, para la XIII Jornada Mundial del Enfermo de este año, nos pide volver nuestra mirada y corazón sobre el continente de África para poder replantear nuestra acción caritativa con nuestros hermanos que sufren pobreza, hambre y enfermedad: “La atención de la Iglesia a los problemas de África no está motivada sólo por razones de compasión filantrópica hacia el hombre necesitado; está movida por la adhesión a Cristo Redentor, cuyo rostro reconoce en los rasgos de toda persona que sufre. Es la fe lo que nos impulsa a comprometernos a fondo en la curación de los enfermos. Es la esperanza lo que la capacita para perseverar en esta misión, a pesar de los obstáculos de todo tipo que encuentra. Es la caridad la que le sugiere el enfoque correcto de las diversas situaciones y sale al encuentro de los heridos de la vida, para ofrecerles el amor de Cristo” (Mensaje S.S. Juan Pablo II, XIII Jornada Mundial del Enfermo 2005. No. 4) Jesús en el texto del Evangelio de este Domingo nos propone en parábolas, dos imágenes que convergen hacia una misma dirección, hacia el claro testimonio de nuestra vida de servicio de los demás, como Cristo mismo lo hizo: “ser sal de la tierra” y “ser luz para el mundo” . Si tan sólo comprendiéramos esta sencilla enseñanza y la aplicáramos a nuestra vida, se llenarían nuestros vacíos, nuestros miedos desaparecerían y los abismos de nuestra soledad dejarían de existir. Jesús nos pide ser sal de la tierra, sal humilde, es decir, que actúa desde dentro. Con esto Cristo nos pide una condición para nuestro actuar: actuar sumergidos y transformando la realidad que nos rodea, mostrando el rostro autentico de Dios. Ser sal y sabor de la vida significa mostrar la riqueza de una vida centrada en Cristo y Ustedes queridos hermanos enfermos pueden ser esta “sal de la tierra” que tanto necesita la humanidad. Desde su dolor y sufrimiento, su vida puede centrarse en Cristo y ser fecunda y alentadora para nuestra cultura actual, tan violenta y llena de pesimismos. Jesús también nos pide: “ser luz”. Recordemos que creer en Jesús, Dios y hombre verdadero es reconocerlo como Luz del mundo que nos asocia a su obra salvadora. La luz acompaña toda la vida cristiana desde el bautismo a las exequias, pero no sólo debemos quedarnos con la vela o el cirio encendido, debemos transmitir esa luz. La luz de Cristo que surge victorioso del abismo de la muerte, el pecado y el mal nos invita a participar de esta luz radiante a los demás, en los momentos más difíciles de la vida como son la enfermedad, la soledad, el fracaso. Hermanos y hermanas, especialmente Ustedes los enfermos, recuerden siempre iluminar sus momentos más difíciles de la vida con la luz de Cristo y vencer los obstáculos y las limitaciones de la 1 enfermedad y de nuestras fragilidades, irradiando a Cristo “Luz del mundo” a los demás, mostrando así que el sufrimiento y la fragilidad humana vividos desde Cristo, pueden con su poder vencer la adversidad, las limitaciones y nuestros miedos. Ante esta enseñanza del Evangelio de hoy, tenemos una misión que cumplir: “ser sal de la tierra” y “luz del mundo”. Para que nuestro testimonio sea visible y creíble debe ir más allá de fe vivida en sólo prácticas religiosas vacías. Nuestras obras, deben iluminar este mundo para que Dios sea glorificado. Es por ello que hoy, en esta celebración se inician en esta Arquidiócesis dos acciones muy sencillas y muy necesarias: Primero, el proyecto catequético para completar los sacramentos de bautismo, confirmación y primera comunión en tantos niños, jóvenes y adultos con capacidad diferente, con Sindrome Down, parálisis cerebral, disfunción motriz, auditiva o visual, que requieren de una atención pastoral especializada. Confiamos verlos muy pronto con sus familias, ya catequizados en esta Catedral para conferirles delante de la comunidad los sacramentos y completar su iniciación cristiana. Esta acción es una de las metas planteadas en el Plan Catequético 2005 para nuestra Arquidiócesis y dentro de las celebraciones de este Año dedicado a la Eucaristía. Hoy además un grupo de damas voluntarias de la Comisión Arquidiocesana de Pastoral de Salud, iniciarán el proyecto pastoral de acompañar y atender a los sacerdotes enfermos, en su convalecencia y en su vejez, especialmente los más pobres y más abandonados. Confío que estas hermanas nuestras, iluminadas con la “Luz de Cristo”, sean luz y sal para nuestros hermanos sacerdotes enfermos. Hermanos y hermanas, que Dios nuestro Padre, nos permita a todos, en este Año dedicado a la Eucaristía, iniciar el camino de la caridad expresada en obras, dando así al mundo insípido, triste y áspero, el sabor de la alegre noticia de la salvación y compartiendo con nuestros prójimos sumidos en tinieblas, egoísmo, mentira e injusticia, la luz radiante de Cristo: “Luz del mundo” 2