“Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene

Anuncio
“Hosanna al Hijo de David.
Bendito el que viene
en nombre del Señor”
Primera Lectura (Is 50,4-7):
La figura del siervo
doliente que se autopresenta en el texto del profeta Isaías tiene el
dolor de toda criatura, pero también la confianza que ilumina el
sufrimiento. El mensaje que anuncia es él mismo. Quiere ser
palabra de aliento para todos los abatidos, abriendo perspectiva al
dolor del pueblo desterrado. Dios está en el sufrimiento con el
siervo doliente. Siervos de Dios son todos los que sufren y
escuchan el sentido. En ellos se redime el dolor.
Segunda Lectura (Fil 2,6-11):
Jesucristo, aunque
pudo salvar a la humanidad desde la plataforma de la gloria, prefirió
compartir la tragedia humana, para salvar desde dentro a cada
persona. Esta lección de amor solidario queda como tarea para el
cristiano: no podemos ayudar solamente desde fuera al proceso de
liberación humana, sino que tenemos que comenzar por compartir
la tragedia para colaborar eficazmente en la lucha liberadora.
Evangelio de san Mateo (Mt 26,14-27.66):
El primer acto de la pasión de Jesús es la negación del mismo
Jesús como superhombre. Él se angustia mortalmente ante la
perspectiva de la pasión; solamente, cede tras una larga oración en
la que acepta la muerte como voluntad de Dios.
Reflexión
Hace siglos Jerusalén fue signo de todos los pueblos del mundo.
Actualmente la Iglesia recoge ese signo. Y así como Jerusalén vivió
aquella entrada triunfante de Jesús bajo la luz de su esperanza sus
realidades de entonces, hoy en cada nación, ciudad o pueblo, el
Domingo de Ramos encarna esa esperanza que Cristo trae en la
propia realidad de la existencia de cada hombre y de toda la
humanidad. Esto es lo que se llama el sentido litúrgico de las
celebraciones.
La liturgia no es solo recuerdo. En ella no se recuerda solamente la
entrada de Cristo a Jerusalén, hace veinte siglos. La realidad es
que en este día 17 de Abril de 2011, Cristo está entrando a nuestra
realidad.
Por esto, tenemos que vivir la Semana Santa no como un recuerdo
del pasado sino con la esperanza, la angustia, los sueños y
proyectos y con los fracasos y lágrimas, para que Cristo cobije con
su desbordante amor la realidad de cada uno.
Hoy, la Iglesia nos recuerda dos aspectos importantes: el primero,
triunfal: Cristo entra en Jerusalén y el pueblo sale a su encuentro
entre hosannas y alegrías; el segundo, sombrío y de pasión: la
lectura de la pasión de Cristo según San Mateo.
La pregunta obligante de este día para el cristiano es: ¿Qué
encuentra Cristo cuando entra a Jerusalén y qué encuentra Cristo
en nuestra vida personal, familiar o nacional?
Cristo encontró en Jerusalén un pueblo bueno, unos niños, una
juventud, una muchedumbre de peregrinos que salieron a su
encuentro. Las promesas hechas por Dios a Abraham, a Moisés, a
David desembocaban, entonces, en ese pequeño pueblo lleno de fe
que salió a recibirlo.
Cada uno de los cristianos ha de ser ese pueblo que sale feliz y
sencillo a su encuentro y espera de Cristo, a sabiendas que Dios no
lo puede defraudar. Lamentablemente, Cristo encuentra debajo de
esta alegría, pecado, corrupción, injusticia, violencia, insolidaridad,
violación a la dignidad de la persona humana desde antes de nacer
hasta el último suspiro de su existencia. El Salvador encuentra el
templo santo de Dios convertido en mercado. Son muchas las
dolencias con que recibimos a Cristo al entrar en nuestro corazón,
pero en Él encontramos la esperanza de salvación, de redención,
pues, se acerca a nuestra realidad para quitar el pecado del mundo,
enfrentando y venciendo el mal, el pecado y la muerte con la fuerza
del amor infinito de Dios en la cruz del Calvario y su Resurrección.
Él es nuestra Esperanza.
La Semana Santa es un llamamiento a seguir verdaderamente a
Cristo que nos invita con estas palabras: "El que quiera venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo y sígame".
Cristo nos invita a incorporarnos a su pasión y a su resurrección. No
nos contentemos con ir sólo superficialmente a las procesiones u
otros oficios religiosos. Vivir verdaderamente la Semana Santa es
destruir en la propia vida el vicio, el desorden, la corrupción, la
injusticia, el pecado, la muerte, para alcanzar la vida nueva de la
resurrección en la alegría de la noche del sábado Santo.
Francisco Sastoque, o.p.
Descargar