CONSTRUCCIONES SOCIALES A TRAVÉS DEL CUERPO “El género no es tan claro ni tan univoco como se nos hace creer” (Butler, 2001) Laura Arratia Sandoval L o primero que nos distingue como hombre o mujer es nuestra diferencia sexual, un contraste que se asienta en el mapa de nuestros cuerpos. Muchos son los significados que se otorgan al hecho de ser hombre o mujer en una sociedad determinada y estas distinciones revelan una dimensión cultural que constituye una experiencia significativa, a través de la cual se han construido una serie de mandatos sobre los gustos, capacidades, actitudes y comportamientos que superan el territorio de lo físico, pero que también se inscribe en el cuerpo. El género nos permite superar una determinación en el sentido biológico acerca de las nociones de lo masculino y lo femenino, de su modificación a lo largo del tiempo y el ritmo en el conjunto de cada sociedad, permitiendo regresar al territorio del cuerpo para hablar de su condicionamiento cultural. Inscripciones en el cuerpo Sexo y género en la tradición Es evidente que el cuerpo es fundamental en la construcción de sujetos en términos de su género, pero este implica más que una marca biológica que pueda ser definida a través de una papeleta que nos denote como un sexo, somos cuerpo, pero éste es tan transformable que fijar nuestra identidad ligando el sexo al género es relativo y conflictivo, ante la posibilidad de poder definirnos a través de otros mecanismos, o bien a través de estos dos elementos (sexo/género) desligándolos. La sociedad asigna el sexo del cuerpo al nacer según la morfología externa y vemos que éste deja muy pronto de ser un espacio neutro, cuando comienza el proceso de reconocimiento, convirtiéndose en un espacio signado por señales que se sienten en el orden social; asimismo, en el ámbito de la representación del cuerpo en imágenes, de cómo podemos ver convertido nuestro espacio corpóreo en una imagen, que poco tiene que ver con lo que realmente hay, una traslación del cuerpo natural al cuerpo aculturado. Las miradas iniciales a nuestro cuerpo desnudo comienzan en la infancia, en el reconocimiento y observación, sin embargo antes de que éste comience a desarrollar diferente musculatura se prepara culturalmente para desarrollar capacidades distintas, desde la gestación nuestros padres depositan expectativas y se crean ca- Estudiante de Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Colaboró en jornadas universitarias de orientación vocacional y en el programa Formación en Docencia e Investigación en Artes Visuales y Diseño y Comunicación Visual. Actualmente integrante del Taller de Arte y Género impartido por Mónica Mayer. 55 Revista Iberoaméricana 56 denas de simbolizaciones que se incorporan a la formación del sujeto previamente construido, dando como resultado, la alienación de estereotipos a seguir, de formas de “ser” definidas por nuestro sexo y modos de representación dentro de la realidad predeterminada por la sociedad, así es como se vincula el sexo al género, refiriéndome a este último como una construcción social dictada por ideas y prescripciones que una cultura desarrolla a través de la diferencia anatómica. El debate alrededor del género ha socavado las nociones usuales, deconstruyendo mandatos culturales que reproducen y proponen papeles estereotipados para los hombres y mujeres, enseñando que nuestras actividades, comportamientos y prácticas sociales deben ser propias de cada sexo, por lo tanto, si eres niña debes jugar con muñecas, debes actuar en femenino, y si se es niño, jugar con carros, ser fuerte y valiente. Los estereotipos de género son algo que tenemos profundamente interiorizado, tienen que ver con las creencias que definen masculinidad y feminidad, son adopciones de personalidad, de cómo seremos o del cómo nos estamos formando dentro de esos roles y con ello adhiriendo características que nos determinan psicológicamente. Llegar a elaborar una identidad propia no es sencillo ya que perfilamos nuestra personalidad en relación con otras personas; las identidades femeninas y masculinas abarcan un territorio emocional en el que se van creando filtros de percepción donde se inscriben significados, marcas culturales que se difunden en razón de lo físico y cuerpos filtrados por normas sociales; muchos son los significados que se otorgan al hecho de ser hombre o mujer y al intentar desmarañar la identidad desencajamos muchos hilos que nos conducen a un fenómeno educacional, a lo social y cultural, en el que nos entendemos como parte de un soy y no soy individual, encontrando así diferencias y preferencias en una envoltura corporal. El ser humano es desde su nacimiento un ser social, se va formando poco a poco a través de las interacciones con los demás, sobre todo en la infancia y adolescencia y aunque el proceso de socialización sabemos que nunca termina hay ciertos momentos en los que captamos esa sensación de individualidad; la cual representa un fenómeno subsidiario en edades tempranas, pero que en el desarrollo de la personalidad a través del tiempo comienza a cobrar relevancia, mas allá de la identificación social, un reconocimiento que viendo su espacio corporal teoriza posibilidades de ser cuando nos preguntamos ¿hasta qué punto somos libres de adoptar un determinado comportamiento?, ¿ hasta qué punto soy o dejo de ser?, o sabiendo quizá que no se encontrará una respuesta decisiva no se dimite en la búsqueda, dejando dudas no como sinónimo de ignorancia sino como puertas abiertas que propician posibilidades. Estas imágenes, esa definición de cuerpos, espacios y actividades para cada sexo ,definen territorios y relaciones de género que, de algún modo, están incorporadas y tal vez naturalizadas, pero en el terreno de lo humano nada es tan rígido o inamovible como para no admitir cambios en aquellas premisas que transforman las diferencias. El cuerpo…una sede identitaria El cuerpo no desempeña solamente una función natural sino de representación, una construcción completa en la que cada uno es cuerpo y por medio del cual se puede edificar una identidad primaria (autopercepción) y una social o colectiva, ambas se conforman gracias a la conjunción de diversos tipos de imágenes que crean órdenes simbólicos en la cultura. De éste modo vemos que la imagen que tenemos de nuestro cuerpo se constituye en interacción con el resto de los demás, mediatiza nuestras relaciones sociales e influye en el autoconcepto y equilibrio emocional. Entendemos por identidad el concepto descriptivo que cada uno tiene de sí mismo y de su organismo como totalidad. La necesidad de identidad implica un deseo de autoconceptuarse y de lograr la imagen de uno mismo o una misma como un ser diferente de actuar y ser aceptado, nos permite orientar y proponernos metas como ser único y distinto, aunque a nivel individual, se percibe como la caracterización única e Revista Iberoaméricana irrepetible de la propia persona. El propio término de identidad nos indica los frágiles cimientos pues remite a su calidad de idéntica (el conjunto de elementos simbólicos con referencia a los cuales se constituye); en la búsqueda de identidad se presentan roles diferentes para encontrarse a sí mismo, y estos pueden variar por necesidad de reconocimiento o seguridad. Este análisis nos lleva a afirmar que en nuestra sociedad y por tanto en nuestra educación existe un desarrollo humano parcial, fruto de procesos de socialización limitados que responden a estereotipos impuestos culturalmente, así es necesario que hombres y mujeres superen los límites a los que han sido sometidos en su formación. Los individuos fantaseamos e imaginamos cómo será nuestra vida en algún momento determinado, cómo deseamos ser, qué esperamos que nos ocurra, hacemos proyectos de vida que muchas veces limitan nuestras posibilidades reales de desarrollo y con frecuencia vivimos nuestra vida como si fuera un proyecto ajeno a nosotros mismos, es decir, vivimos la vida que nos han marcado nuestros padres, profesores y en general la gente que nos rodea. El problema es que en muchos casos ni siquiera nos damos cuenta de ello, tenemos que aprender que la vida es un proyecto personal, debemos aprender a desobedecer, a cuestionar y repensar los papeles que se han construido sobre nosotros. La mayor parte de las culturas refuerzan o inhiben determinadas tendencias o predisposiciones que son características de los sexos que ellas mismas han diseñado. La diferencia sexual es el sustrato sobre el cual se desarrollan las características psicológicas, y el sexo, como un conjunto de características biológicas dirigidas a la reproducción, no justifica ni determina la diferenciación psicológica que se ha configurado en torno a él. El género implica una elección “de decidir ser”, pero una decisión vulnerable e indirecta que ya ha sido asumida, una decisión que no es explicita sino que se deja resentir en la educación, en las costumbres y formas de vida que se apegan fuertemente a mitos y creencias que continúan vigentes y que a pesar de la apertura sigue causando fricción entre quienes consideran la masculinidad y feminidad como un ordenamiento (cuyas características responden a patrones biológicos). Esta simbolización excede a la experiencia individual y muchos de los espacios que transitarán los cuerpos, unos de otros, serán distintos, más acotados e íntimos para las mujeres, más expansivos para los hombres, y en este devenir unas u otros se construirán a sí mismos con señales que caracterizan algunas de sus posibilidades y limites como seres humanos en función de su género. Esta representación social denota la configuración de distintas modalidades de vivir la autonomía personal, tanto en el terreno de la sexualidad como en otros territorios que hacen también el modo como habitan sus cuerpos y participan en sus entornos. Cuerpos malentendidos…aulas sin muros Uno de los malentendidos de nuestra época está en pensar que sólo educan los profesores o los expresamente capacitados para ello; el mundo de la educación se ha escapado de las manos de los educadores profesionales, actualmente todos los contenidos de los medios informativos, incluidos los más abyectos, son una forma de educación que influye permanentemente en el comportamiento a través de un aula sin muros, mediática. La actual avalancha de comunicación mediática equivale a un curso permanente y acelerado en valores, ideas, hábitos, costumbres, conocimientos y sensibilidades. De tal forma que comunicar es educar, y educar a través de los medios de comunicación es un negocio no neutral que acaba configurando decisivamente a las personas, su capacidad de percepción e intereses, introduciendo en la vida elementos que marcan preferencias, elecciones y formas de desenvolverse en un constante proceso de socialización que configura a la humanidad. La sobredosis comunicativa en la que vivimos cambia el cuerpo y se encuentra expuesto a una serie de prácticas que los medios de comunicación y los intereses comerciales tienen en la difusión de lograr un ideal, alcanzar un cierto estilo de vida se ha convertido en algo vital, aceptando como normales ciertas distorsiones de las proporciones reales del cuerpo y como consecuencias daños en la salud. 57 Revista Iberoaméricana 58 El carácter mercantil de los medios marca no solo la educación que se ofrece, sino también la misma identidad de las personas, vivimos en un malentendido, confundiendo la vida con un producto de supermercado que nos autolimita, de esa forma de alimentar lo humano con objetos materiales envueltos en emociones e ideas sobre nosotros mismos, convirtiéndonos en identidades clónicas como los productos que se compran y se venden. Pensar que somos seres humanos en una época empeñada en transformarnos en productos es un problema sobre el que convendría reflexionar a fondo. ¿Serán conscientes las generaciones jóvenes de ese carácter de producto sobre sus cuerpos en el que ya han sido educadas ó esa educación ya está ofreciendo ejemplos de mutilación? ¿Satisfacción o insatisfacción de ser consumidor y objeto consumo ó simplemente hábito ante una hipnosis de nuevas introducciones de comunicación en las relaciones afectivas? ¿Habrá esa conciencia sobre la obediencia de generaciones jóvenes a seguir estrictamente patrones de identidad? ¿Se imparten los valores necesarios para comprender ese estado de las cosas como lo más natural y lo universalmente aceptado? ¿Qué tipo de repercusiones se observan en niños y adolescentes en relación al advenimiento de una sociedad cada vez más “abierta”? Toda una cultura se asienta en esa tergiversación, el cuerpo se ha convertido en un lugar de sacrificios, frustraciones, culpas y renuncias, parece que hemos olvidado que nuestro cuerpo es nuestro refugio, nuestra casa epidérmica que nos posibilita sentir, amar, expresarnos; nuestro cuerpo es nuestra sede de experiencias, quien nos permiten hacer, fuente de creatividad, recursos y satisfacciones. Los cuerpos son bellos en su diversidad, reflejan la trayectoria personal de quienes lo habitan y es vital entender que no es necesario cambiarlos por un juego falso en el que no habrá un canon de belleza único y no modificable; sería mejor descubrir nuestras virtudes, nos resultaría más sencillo aceptar nuestras limitaciones reconociendo las características que tenemos para librarnos de la persecución de una perfección que está lejos de ofrecer modelos reales de comparación. El papel de la educación es de gran importancia debido a que gracias a ella se reciben y se asimilan roles de conducta que determinan a los sujetos vivir de acuerdo con las costumbres imperantes, limitando su manera de aprehender el mundo, pero si la educación ha servido para domesticar, puede ser también un medio para liberar y comprender que el cuerpo es la llave que abre y descubre un compromiso personal de redefinir nuestra búsqueda sin falsas prescripciones. La infancia… un conductor con matices Es primordial que forjemos un examen crítico de los sentidos y representaciones del cuerpo que en el presente se construyen para entender a la infancia y, sobre todo, comprender hacia dónde la estamos orientado y formando, ya que poco a poco los niños y las niñas enriquecen la imagen de sí mismos a partir de la valoración de sus logros y dificultades y de la actitud de los demás hacia ellos. No hay duda de que la infancia ha cambiado, los padres ya no controlan las experiencias culturales de sus hijos y los niños ya no están acostumbrados a pensar y obrar como seres pequeños que necesitan el permiso de un adulto, sin embargo, habría que tomar en cuenta que el dialogo que se produce entre el adulto y la niña o el niño definen el umbral de referencias de identidad, ese dialogo que se articula en los significantes del “gustar” y el “hacer” (el gustar asociado a lo interno, a lo que es propio del sujeto y el hacer referido a la exterioridad), éstas referencias marcan la construcción de identidad en la dimensión del imaginario colectivo propiciando que este reconocimiento sencillamente consista en la reproducción de una semántica preestablecida que participa en la reivindicación conceptual de algo aprehensible en movimiento. La infancia parece enredada en el imaginario social, es pensada dentro de una secuencia en la que aparece caracterizada simplemente como una fase de preparación, enredada dentro de significados en que prevalece: crecer, desarrollarse y volverse adulto; aunque la observación de nuestro escenario cotidiano nos muestra que sin duda la infancia está ahí, pero ese estar ahí en nuestra cotidiani- Revista Iberoaméricana dad está regida más bien por bienes materiales y simbólicos que permite que se integre en el todo social de forma más o menos desapercibida. La formación de la infancia demanda la revisión y el cuestionamiento del imaginario de los adultos y sus lenguajes, para comprender el fenómeno social ya que no puede ser enfocada desde una óptica unidimensional. Lo que cada sociedad es capaz de ofrecer a sus niños, las políticas en relación con la infancia, no sólo nos hablan de distintas concepciones teóricas que arman una comprensión de lo que un niño es sino que dan cuenta de lo que esa sociedad y su cultura son. Los niños son conductores que fortalecen nuevas estructuras en las particularidades de los cuerpos e identidades de género, y el riesgo de edificar lecturas diferentes a cerca de las esencias masculinas y femeninas a través de ellos solo puede clarificarnos en relación a estudios biológicos y sociales que detectan comportamientos que distorsionan la cultura infantil a través de imágenes que crean las empresas comerciales colocándola en un riesgo mayor por el desarrollo y proliferación de lo mediático, por lo cual sí estamos interesados en conocer a nuestros niños pensemos en aprender a valorar su expresión. De cuerpos, sexos y géneros ¿Qué significa ser mujer? ¿Qué significa ser hombre? ¿Qué significa ser mujer y ser masculina? ¿Qué significa ser hombre y ser femenino? ¿Cuál es la definición de lo femenino y lo masculino? ¿Qué significa ser transexual? ¿Qué significa ser mujer, ser femenina y elegir como preferencia a la mujer? ¿Qué significa ser hombre ser masculino y tener como preferencia a un hombre? Todo ello conduce a un mismo objetivo, cuestionar no solo los límites del género, sino también los del sexo; preguntarse por los contornos significativos del cuerpo sin partir de las verdades ofrecidas por el discurso del poder como fundamento de su autolegitimación. Para explicar el problema una opción es recurrir a la performatividad para que las acciones y los gestos que comúnmente consideramos expresión de nuestro género, de nuestro sexo, de nuestra esencia, pasen a ser percibidos como una fabricación como menciona Judith Butler, el ser del género y el sexo es en realidad una actuación, en el doble sentido de una representación y de una realización en acto. Pensar en género y el sexo como performativos da la posibilidad de deconstruir límites dibujados que perfilan identidades a través de los cuerpos, entidades que serán objeto de significación que constantemente representan la transgresión dentro de la tradición universalista. Podemos pensar en este sentido, que las normas culturales no preexisten llanamente al cuerpo, porque solo toman cuerpo a través de él, pero en este mismo proceso, las normas sobre el género son otra cosa pues son interpretadas desde la situación específica de una cierta corporeidad, y el resultado salta a la vista cuando constatamos la imposibilidad de imaginar algo distinto a la oposición entre los géneros femenino y masculino con sus correspondencias identitarias encarnadas en los términos hombre y mujer. La construcción de la identidad pasa por señalar un nosotros y atribuir a quienes integran ese conjunto una serie de rasgos presuntamente comunes, aunque ese nosotros es la imagen de un fondo que también excluye a través de mecanismo legales y pese a que legítimamente están incluidas se constituyen en el antimodelo, aquello que se elige no ser y frente a quienes se establecen distancias, digamos que la socialización y el proceso idílico en el que se constituyen las identidades de género, raza, etnia, etc., se convierte en un ejercicio de represión y regulación. Como hemos podido observar, la construcción de la identidad se ha llevado a cabo por la construcción de estereotipos de identidad que se asignan a los individuos de acuerdo a determinadas características, regularmente físicas, que comparten con un grupo determinado. Así, ser de un sexo determinado presupone que se deberá tener un género determinado; tener un color de piel específico y determinadas facciones; es decir, si se asigna una raza, se presupone que se deberá tener una forma particular de comportamiento, de mirar, de relacionarse; que esto 59 Revista Iberoaméricana sea cierto o no, no es solo el problema , también lo es comprender que la existencia de estos elementos comunes tiene que ver con una historia de opresión más que con una naturaleza común, por lo tanto , llegar a la conclusión de que la identidad nunca es el fin sino el principio de la autoconciencia es el primer paso, desde luego la dificultad en apelar a las identidades prefiguradas es arduo pero no más que contribuir a la perpetuación de una lógica de opresión. Referencias: LAMAS, Martha. Cuerpo: diferencia y género. Taurus. México. 2002. SERRET, Estela. Identidad femenina y proyecto ético. UNAM/UAM. México. 2002. CHECA, Susana. 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