Esta pesimista visión de las cosas es la que motiva opiniones como

Anuncio
Os propongo completar la lección sobre instituciones de protección de
menores con la lectura del artículo periodístico que a continuación os transcribo.
Como sabéis, por el contenido de la clase, desde 1987 contienden tres tipos de
sujetos interesados en la custodia y guarda de menores, cada uno movido por sus
particulares motivaciones. En primer lugar están los padres naturales. Sobre ellos,
velando por la protección jurídica del menor desamparado (aunque en opinión de
otros, “amenazando el ejercicio de una suerte de poder expropiatorio”), está la
Administración competente de cada Comunidad Autónoma, a la que el CC dio
entrada como especie de tutor eminente merced a la noción de desamparo.
Finalmente, los padres subrogados, la familia de acogida, cuidadores en potencia,
oferentes de servicios de guarda y custodia de niños ajenos, a los que también el
CC ha dado cabida bajo la institución del acogimiento, simple o preadoptivo. Desde
entonces los conflictos se han multiplicado entre cada una de las relaciones
intersubjetivas de este triángulo. La Administración pública ostenta la competencia
para declarar por propia iniciativa la situación de desamparo, y en la valoración de
los intereses en presencia ya colisiona con los padres naturales. Vuelve a colisionar
cuando éstos son despojados de la custodia del niño y cuando la Administración
pretende que los padres, supuestamente incumplidores de sus deberes de guarda y
custodia, no deben asentir la adopción propuesta por la propia Administración, y
por la que los padres serán definitivamente expropiados de su más valioso activo.
Padres naturales y acogedores disputarán por el cariño de los niños, y utilizarán
este cariño como prenda de una batalla que suele nacer cuando los acogedores,
crecidos en sus expectativas, consideran que los padres naturales no deben
interferir en la vida futura de los niños. Finalmente, Administración pública y
potenciales acogedores y adoptantes contienden – pero ya fuera del terreno civilporque éstos recurren contra la arbitrariedad o el secretismo con que la
Administración correspondiente ha resuelto la concesión de niños ajenos entre los
candidatos apuntados en una larga lista.
Esta pesimista visión de las cosas es la que motiva opiniones
como la que podéis ver en el siguiente artículo, genial aunque
excesivo en sus planteamientos, como todo lo que hace el Profesor
Carrasco Perera. Allá va.
LECTURA
“DESAMPARADOS”
[Por Angel Carrasco Perera. Publicado en Actualidad Jurídica Aranzadi nº. 583, 26
junio 2003]
Recientemente se han sucedido noticias relativas a padres indigentes que han
perdido la custodia de sus hijos al declarar la Administración la situación de
desamparo legal, o que no han podido recuperar esta custodia tras una etapa de
acogimiento temporal en una “familia canguro”, por considerar el juez que los niños
quedarían mejor servidos permaneciendo con la familia de acogida. Era una
evolución previsible que el concepto de “desamparo” no iba a quedar reducido a las
situaciones marginales de abandono, maltrato físico o abuso sexual. Era
sospechable desde 1987 que esta institución acabaría absorbiendo cualquier
situación familiar que pudiera calificarse “socialmente” de patológica o escandalosa:
niños educados en religiones incomprensibles, modos de vida familiares
extravagantes, gitanos no escolarizados, inmigrantes desarraigados, prostitutas y
drogadictos con hijos; y, finalmente, los pobres, que por su condición no pueden
prestar a sus hijos los medios materiales o espirituales que les permitan salir del
hoyo negro de la indigencia.
Esta eclosión de hipocresía social es alarmante y desalentadora. Con dinero público
se pagan vastas estructuras de psicólogos, educadores sociales y burócratas que se
lanzan a los arrabales de la miseria a la captura de niños que no han tenido la
buena fortuna de nacer en el mundo feliz de la clase media. Naturalmente, nunca
se dice que la pobreza de los padres conduzca “por sí sola” al desamparo material o
moral de los hijos. Se es demasiado hipócrita para confesarlo y se juega
inconscientemente con el viejo mito burgués del “pobre decente”, que trabaja
honradamente y saca adelante su familia, sin corromperse ni degradarse. Pero esto
es un sucio mito, que hoy heredan las buenas gentes de la pacata clase media que
constituye el electorado y la opinión pública, embrutecida por los medios de
comunicación y con una culturilla de televisión. No hay pobreza decente; no hay
paro que no degrade el medio humano de la familia; no hay indigencia que no sea
ignominiosa. No hay futuro en la pobreza. Los estudios revelan que los padres
biológicos nunca salen del estado negativo de marginación y miseria que provocó la
situación de desamparo. Y, si por acaso salen adelante, tampoco recuperarán a sus
criaturas, pues los psicólogos y los jueces y las familias de acogidas se encargarán
de consagrar como “supremo interés del niño” que quede en las manos de su actual
poseedor. No hay acogimientos “con retorno”.
El “supremo interés del niño” eleva cada día más el nivel de exigencias materiales,
sociales, espirituales, cuya carencia se acredita como desamparo. Y hay una clase
social que normalmente no podrá satisfacer esta exigencia. Como tampoco hay
mercado de niños (¡y con qué frivolidad se maldice a la mujer hindú que vendió a
su hija por unas piastras!), éstos acaban siendo transferidos, en un procedimiento
sinuoso y opaco, de las clases miserables a las acomodadas. Defendámonos de esta
dictadura de la buena conciencia social. Dejad a los pobres en la pobreza; dejad a
los niños con sus padres. ¡O dejad al menos que sean ellos quienes los vendan!
Descargar