La sombra en la oscuridad / Francisco Pavel Reynoso Lomelí

Anuncio
La sombra en la oscuridad / Francisco Pavel Reynoso Lomelí
Preparatoria 5/2013 B
Nubes, montañas y fuego en el cielo me despertaban cada dÃ-a; yo me levantaba aún somnoliento, con los ojos llenos
de lagañas, ya era la hora de cazar. A diario me colgaba mi carcaj de cuero y mi arco de madera, las flechas eran
largas varas de madera hueca con punta de piedra: listas para atravesar piel y hueso, listas para matar.
    HacÃ-a ya una semana que habÃ-a salido de mi aldea con un propósito; mi padre me dijo que no regresara sin antes
haberlo cumplido, debÃ-a probar que era un cazador, sólo tenÃ-a que matar a una sombra. Las sombras son sólo
carroña, son las sobras que arroja el mundo, son sigilosas y hábiles, pero tienen una debilidad: todas están ciegas y
tienen el alma negra como el carbón. Basta con observar bien para encontrarlas, tarea difÃ-cil cuando la preparación es
poca y las habilidades deficientes; pero yo estaba listo y mis flechas preparadas para cometer tal acto.
    Me dirigÃ- al bosque, lleno de árboles huecos por el ataque de las plagas, atestado de ruido y humo negro; un
bosque muerto. Inhalé aquel aire y mis pulmones se llenaron de negrura. Caminé con sigilo y con cuidado me acoplé,
ahora yo era el bosque, las criaturas que lo habitaban no se percataban de mi presencia, no sabÃ-an que las estaba
acechando, pobres, estaban tan ocupadas recolectando su comida para el invierno que no prestaban atención a su
alrededor, se mataban entre ellas por una nuez, odiaban por razones que ni ellas entendÃ-an, envidiaban, criticaban, se
comÃ-an al débil y el fuerte gobernaba. HabÃ-a injusticia por doquier.Â
    El águila peleaba con el halcón, el venado golpeaba al jabalÃ- y el conejo perseguÃ-a al zorro. Miserables todos
ellos, pero ninguno era una sombra, habÃ-a que observar mejor, tenÃ-a que ser el bosque, los árboles eran mis ojos, la
tierra mi conexión, estábamos unidos como la luna con el sol. Luego, lo que pasó fue diferente, esa criatura no era
como las demás, esa criatura era gris, como todo su alrededor, era un ser tan desgraciado e instintivo que las demás
criaturas le temÃ-an, era agresiva, no se controlaba, querÃ-a morir, su desgracia era inminente.
    Era una sombra, una sombra negra que debÃ-a morir; era mi sombra. La observé durante un largo rato, fui su
comida y su bebida, fui su guarida, fui su alrededor. Pasaron dos dÃ-as, ya el dÃ-a era lo mismo que la noche; bajo la
oscuridad la observé. Pasaron dos semanas y yo seguÃ-a estudiando a aquella criatura, la comparaba y no habÃ-a
ninguna otra que se le pareciese. Estaba ciega y sola, era justamente lo que buscaba.
    Una mañana se detuvo a la orilla del riachuelo, el agua bajaba de la montaña y su corriente era fuerte, la criatura
bebÃ-a de aquella agua. Era el momento perfecto. La decisión fue clara y precisa. HacÃ-a calor y el sudor corrÃ-a por mi
mejilla; con sigilo mi mano fue hacia mi espalda, directa al carcaj. Tomé la primera flecha que mis dedos tocaron,
apunté, con la mano temblorosa, hacia el reposaflechas, y anclé el culatÃ-n a la cuerda, la tensé y mis músculos con
ella. Sudaba, la adrenalina era como un tren de vapor a toda velocidad, mi corazón latÃ-a rápido, inhalé y exhalé, inhalé
y exhalé, una y otra vez, era como una estatua en aquel momento.
    Mi mano no se movÃ-a ni un milÃ-metro, el objetivo estaba claro, mojé los labios con la lengua y me di cuenta de
que ya no tenÃ-a saliva, ni siquiera una poca. No habÃ-a corriente de aire que afectara la deriva de la flecha, su muerte
era segura. Sólo abrÃ- los dedos y la flecha voló, cortó el aire como espuma, hizo un sonido hueco y chirriante durante
su camino y el culebreo de la cuerda terminó en mi pecho. La fuerza me movió unos centÃ-metros y la flecha no
necesitó más de un segundo para llegar a su objetivo, ni un segundo y todo estalló en borbotones de sangre,
atravesó piel, carne, hueso, cerebro; hueso, carne y piel otra vez, ni siquiera se dio cuenta del golpe que separó su
cabeza en dos. Todas las criatura comenzaron a escabullirse, asustadas por el olor a sangre y por temor a terminar
como aquella otra. Mi sangre estaba hirviendo y mis pupilas emanaban calor, la adrenalina ascendió y golpeó mi
cerebro con aquella acción. Luego de un rato el elÃ-xir de la tranquilidad habitaba mi corazón, habÃ-a cumplido con mi
tarea, bazofia nada más, sombras sin rumbo, sombras perdidas en el mundo: necesitan ser eliminadas.
    Aquel espectáculo era grotescamente hermoso, la sangre corrÃ-a ahora por el riachuelo tiñendo de rojo el agua
cristalina. Era un cazador de la nada, era el mismo bosque que acababa con la basura, con lo que sobraba. La
comunidad entera estarÃ-a satisfecha por aquello. Al final, me hinqué y bebÃ- de aquella agua ensangrentada que sabÃ-a
a miel en esos momentos. Nadie prestaba atención a lo sucedido, era como si nada hubiera pasado. Y era cierto, nada
habÃ-a pasado.
ÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂ ÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂ ÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂ
http://luvina.com.mx/foros
Potenciado por Joomla!
Generado: 19 November, 2016, 10:28
Descargar