ABELARDO PITHOD Lo que, por fin, me ha decidido a poner por

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ABELARDO PITHOD
Lo que, por fin, me ha decidido a poner
por escrito algunas reflexiones personales
sobre la economía actual, no siendo yo
economista,1 es un artículo publicado en
un diario local.2 El autor, un afamado
consultor de empresas de Buenos Aires, es
presentado como "reconocido estratega
internacional", "especializado en estrategia
y política de los negocios".
Hace tiempo que me preocupan los supuestos psicológico-sociales de los que
par-ten las teorías económicas. Estas
teorías —y sus praxis— parecen dar como
demostrados, y aún diría, como "evidentes"
presuntos patrones de comportamiento de
los actores económicos. Para el psicólogo
social —que es mi caso— o para el
sociólogo tales "evidencias" no son tan
evidentes. Es más: A menudo, como pasa
con ciertas afirmaciones del artículo de
referencia, el actor social —en este caso el
público— individual, organizacional o
colectivamente no se comporta de manera
necesaria como allí se afirma. Se dice, por
ejemplo: "Los consumidores... tienen
estrategias y buscan ventajas comparativas. Y si no las encuentran ¡no compran
nada!" Albert O. Hirschman 3 ha descrito
así esta creencia: "En una economía de
merca-do todos los participantes de los
intercambios económicos sacan provecho
de todos sus actos voluntarios de
participación `sino ellos no tendrían
lugar—. Herbert Simon4 —para citar un
Premio Nobel de Economía— ironizaba
sobre estos "supuestos": "Los economistas
atribuyen al hombre económico una
racionalidad absurdamente
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omnisciente". Este "hombre económico dispone
de un sistema completo y consistente de
preferencias que le permite elegir siempre entre
las alternativas que se presentan; se da siempre
perfecta cuenta de lo que son estas
alternativas; no existen límites en la
complejidad de los cálculos que puede realizar
para determinar qué alternativas son mejores;
los cálculos de probabilidad no le asustan ni
encierra misterios para él" (Simon, 1964, p.
XXI).
Volvamos al artículo que da pie a estas reflexiones. Con una fe sorprendente el autor
afirma que "en las economías competitivas los
mejores ganan y los peores pierden". Dejemos
de lado —que es mucho dejar— qué se entiende
en
economía,
por
"mejor"
y
"peor".
Concretémonos al concepto de competencia o
competitividad. Otro especialista argentino en
administración económica,. J. R. Etkin,5 no
tiene reparo en afirmar que el modelo competitivo,
como él lo llama, no garantiza que gane el mejor
sino más bien el más fuerte. que puede ser o no
ser el mejor, pero puede ser también el más
inescrupuloso, cuando no el más corrupto.
¿Que el mercado libre es mejor que las
regulaciones, sobre todo estatales? Sin duda.
Pero que el mercado libre garantice ex eo ipso un
idílico reinado de los mejores, esto, lo confieso
con vergüenza, por más que me esfuerzo no lo
puedo creer. Por lo menos yo, psicólogo social,
puedo asegurar que para nada esta "evidencia"
se funda en la ciencia que cultivo y tampoco en
la experiencia que, a mi edad, ya es bastante.
Economía y psicología
Si los economistas acuden a la
psicología social, aunque no sea
concientemente,
para
sentar
sus
principios ¿por qué, más bien, no
empezamos juntos a profundizar en
psicología y sociología a ver si nos
ponemos de acuerdo al menos en el punto
de partida? Por cierto que no nos vendría
nada mal ahondar, además, aunque fuera
un poco, en la ética y la antropología
filosófica. Y si nuestra humildad fuera de
santos, acudiríamos también a la historia,
que no es mala maestra.
Ya sé que estas reflexiones sólo
merecerán a la intelligentzia o establishment
profesional y académico sonrisas de
conmiseración. Recuerdo que a un joven
y brillante economista, un buen amigo, le
di a leer una vez un pequeño pero
excelente libro del gran historiador
francés Fernand Braudel, Dinámica del
capitalismo.
Esperé
ansioso
sus
impresiones. Juro que me dejó mudo:
"Esa no es la manera —me dijo— que
tenemos nosotros (léase los economistas)
de analizar el tema". Y ahí concluyó
nuestro diálogo. ¡Como si el quid de la
cuestión estuviera en la "forma" de mirar
las cosas y no en las cosas mismas!
Perdonen mi irreverencia. Pero siempre
me ha admirado la seguridad en la que se
atrinchera gente muy inteligente pero que
no termina de aceptar que sus disciplinas
no son demasiado confiables. Claro, la
cosa
resulta
grave
cuando
la
autosuficiencia no es sólo teórica sino
práctica. Porque en la práctica solemos
ser millones los conejillos de India que
tenemos que sufrir las consecuencias.
Sean economistas, médicos, políticos,
psicólogos o, por qué no, teólogos. Los
profanos
sólo
pedimos
a
estos
superdotados que no se empeñen en
confrontar sus ideas únicamente entre
colegas, y entre colegas de la misma
escuela. En economía esto sería aceptable
si su saber fuera un saber cerrado cuyos
principios les pertenecieran en exclusiva.
Pero habiéndolos tomado de la psicología
o la sociología, que no sea de una
psicología o una sociología "folklóricas".
Las cosas ya no están como en los
tiempos de Adam Smith y Jeremías
Bentham, hasta me animaría a decir que
ni siquiera como en los recentísimos de
Milton Friedman. Las cosas se están po
niendo difíciles para la ciencia económica. Su
desprestigio crece porque son demasiadas las
promesas incumplidas, los pronósticos errados,
los efectos indeseados y perversos, las sorpresas
desagradables. Sentémonos con la sencillez
propia de la verdadera ciencia a conversar sobre
esta multidisciplinariedad que inevitablemente se
nos impone a todos. Los psicólogos sabemos
poco y los sociólogos más o menos. Pero muchos
(no todos, desgraciadamente) sabemos que no
sabemos. En economía, los brillantes cerebros de
primera magnitud que hoy la manejan, ¿hasta
dónde saben que no saben? Qué bien vendría un
nuevo Sócrates que nos devolviera la prudencia
de no mirar sólo a lo que sabemos sino a lo
mucho más que ignoramos.
Economía y mercado de ideas
Pero estos tiempos no son tiempos de serena
reflexión. Da la impresión de que los economistas
no se leen hoy si no pertenecen a la misma
corriente de ideas. Si no fuera así los desviantes
de la dogmática económica oficial no tendrían
necesidad de sacar solicitadas exigiendo no ser
discriminados. En efecto, en The American
Economic Review, en 1992, apareció un anuncio
firmado por una cincuentena de eminentes
economistas que protestaban por el dogmatismo
monopólico de cierta economía oficial.6 Había
cuatro premios Nobel entre ellos. Denunciaban
que los campeones de la libre competencia no la
practican en el mercado de las ideas. "Economists will advocate free competition, but will
not practice it in marketplace of ideas".
Entre los contestatarios estaba Albert O.
Hirschman, autor que me hizo conocer el
eminente sociólogo francés Raymond Boudon y
que, desde entonces, ha sido un excelente
compañero de búsqueda intelectual en mi propio
campo psicosociológico. Su pequeña obra —de
nuevo una pequeña gran obra, un grand bouquin
como me dijo Boudon— Exit, Voice and Loyalty.
Responses to Decline in Firms, Organization and
States, 7 se sale de la ortodoxia económica y de sus
"evidentes" supuestos psicosociales, pero me
animaría a apostar que no resulta fácil refutarla.
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los jóvenes que no tienen ninguna duda sobre cómo se comportan los seres humanos
en el mundo económico no les vendría nada
mal leer con atención lo que dice un hombre sabio no sólo en economía, sino en humanidades, que es lo que me parece que nos
anda faltando a todos.
Al respecto, como siempre, la opinión de
Carlos Moyano Llerena me parece totalmente lúcida. En el último número de VALORES' propone "iniciar entre nosotros un debate —al menos en el plano académico—
que reviste hoy creciente interés en otros
países". Quedamos, desde nuestro campo, a
la espera de que ese guante sea recogido sine
ira et studio. Tiene que haber algún modo de
entablar un diálogo que sabemos que es difícil pero que es menester intentar. Cierta vez
expuse ante un grupo de economistas sobre
el tema psicológico de la motivación económica. Un silencio más bien ominoso siguió a
mi exposición. Algunas preguntas de compromiso y se dio por terminado el acto.
Comprendo que el auditorio podía no entender bien de qué estaba yo hablando, al
fin no eran psicólogos ni sociólogos. Otra
vez intenté algo similar ante un público más
amplio,9 pero siempre en el marco de una facultad de ciencias económicas. Fue una comunicación titulada Motivos y actitudes en los
procesos de desarrollo económico y organizacional.
No había mucho tiempo para diálogo, pero
la impresión que recibí fue similar. Hablábamos idiomas distintos. Ni hubo muchas preguntas, ni, siendo yo profesor de la casa,
tampoco hubo quien viniera a conversar
conmigo en privado después de aquellas Jornadas. Es decir: no se logra provocar el diálogo. Como si cada uno estuviera instalado
en su universo epistémico y lo que deseara
fuera que no lo molestaran, quizá temiendo
cuestionarse lo que, simplemente, se da por
"supuesto". Es comprensible. Las preguntas
referentes a los principios de las ciencias que
cultivamos son embarazosas. Cualquier revisión nos obligaría a examinar el edifico entero, y en el caso de las disciplinas práxicas
cuestionarse hasta dónde está uno haciendo
bien lo que hace. Hace poco un investigador
del área médica del CONICET me llamaba
agudamente la atención sobre la endeblez
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teórica de la medicina como episteme. Como
la economía, la medicina es, obviamente,
también un arte (en el sentido aristotélico,
una tejne) , y por lo tanto es más una prudencia que una ciencia. A los que nos movemos
en estas áreas de las ciencias prácticas o,
peor, aplicadas, nos resulta cómodo creer
que nuestras convicciones tienen la apodicticidad de la ciencia y no la probabilidad de la
dialéctica, lo que Aristóteles llamaba los tópica, o razonamientos probables, y que nuestras acciones no se fundan en certezas sino
en conveniencias, probabilidades y ¡ay! más a
menudo de lo que quisiéramos, en simples
conjeturas. Sobre todas estas cosas urge conversar entre los científicos sociales. Y la economía es una ciencia social. Aunque ni siquiera respecto de esto último todos estarían
de acuerdo, lo cual no hace sino refirmar la
urgencia de un examen epistemológico desprejuiciado y sin tapujos, tal como lo pedimos haciéndonos eco de la voz mucho más
autorizada de Moyano Llerena.
Notas
1 Soy profesor de Comportamiento Organizacional en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional
de Cuyo, en la carrera de Administración. Pero no es sólo
por contacto osmótico que me intereso por la economía. Ha-ce
muchos años que me tiene a mal traer, y hasta hice en la
Sorbona una tesis doctoral sobre psicosociología del desarrollo económico en el marco perceptual de la Argentina. Eran
las épocas en que semejante cosa no parecía motivo de risa.
2 Diario LOS ANDES, Mendoza, 18.11.95.
3 L'économie comme science morale et politique, Paris, Gallimard,
1984, p. 46.
4 El comportamiento administrativo, Valencia, Aguilar, 1964, p.
XXI.
5 Etkin, J. R., autor de La doble moral en las organizaciones,
Madrid, Mc Graw-Hill, 1993, en una conferencia reciente en
la Facultad de Ciencias Económicas, UNCuyo.
6 Tomé noticia del suceso por Valores, marzo 1995, año
XIII/N. 32, p. 40.
7 Hirschman, Albert O., Harvard University Press, 1970, cf.
Pithod, A., "La `moral' económica. Determinismo y libertad",
Buenos Aires, Rev. ETHOS, n° 8, 1980.
8 Noviembre 1995, año XIII, N. 34, pp. 25-34. No ha perdido
actualidad respecto de lo que allí expresa Moyano Llerena, el
ensayo de mi conprovinciano y arnigo el Dr. Enrique Díaz
Araujo "El Proyecto Nacional y la Economía", pp. 89-150, en
la op. col. Planeamiento y Nación, de P. Randle y A. Pithod,
Buenos Aires, OIKOS, 1979. En cuanto al sistema de valores
japonés habrá que ver en los próximos lustros cómo y
cuánto haya influido el individualismo egoísta occidental
sobre el ethos solidario japonés.
9 Jornadas de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo, 1991.
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