Estigma Personas LGBT

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10 INVESTIGACION-ACCION APORTACIONES DE LA INVESTIGACION A LA REDUCCION DEL ESTIGMA:Maquetación 1 05/06/2012 16:55
Pichardo, José Ignacio (2012) “El estigma hacia personas
lesbianas, gays, bisexuales y transexuales” en Gaviria,
Elena; García-Ael, Cristina; Molero, Fernando (Coord.)
Investigación-acción. Aportaciones de la investigación a la
reducción del estigma. Madrid: Sanz y Torres. (Pág.
111-125).
EL ESTIGMA EN
LAS PERSONAS LESBIANAS, GAYS,
TRANSEXUALES Y BISEXUALES
(LGBT)
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El estigma hacia personas lesbianas,
gays, bisexuales y transexuales11
José Ignacio Pichardo Galán
Dpto. de Antropología Social. Universidad Complutense de Madrid
Comienzo mi presentación partiendo, como no podía ser de otra manera, de la
definición de estigma que nos ofrece Erving Goffman, sociólogo canadiense con formación en antropología social, en su libro Estigma. La identidad deteriorada (1970).
Goffman distinguía tres tipos de estigma que se basaban en lo que él llamaba abominaciones del cuerpo, defectos del carácter –ahí es donde entraría, según él, la homosexualidad, entre otras cuestiones– y los derivados de cuestiones de raza, etnicidad y
religión (1970:14). Cuando se da el estigma, un dato de la persona (o varios, si confluyen varios tipos de estigma) borra o anula el resto de elementos de su identidad.
Él distingue dos situaciones que van a ser importantes a mi entender para analizar
la cuestión del estigma en el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales
(LGBT). Habla por un lado de la persona desacreditada o estigmatizada, que es aquella que tiene un rasgo que es visible y que por lo tanto se expone visiblemente a esa
estigmatización, y, por otro lado, de la persona desacreditable o estigmatizable, que
tiene un rasgo que está oculto o que en determinadas situaciones no es significativo.
Según Goffman, las personas pueden ir de un lado a otro de estas situaciones. En el
caso del colectivo LGBT vamos a encontrar conjuntamente estas dos circunstancias,
porque el ser gay, lesbiana, bisexual o transexual puede no ser visible y puede no situarte necesariamente en una situación de desacreditado, pero sí de desacreditable.
Esto va a generar escenarios específicos que analizaremos después. Porque cuando estás en la situación de desacreditable, que es lo que conoceríamos dentro de este colectivo como «estar en el armario», se genera un estrés y una tensión diferentes a los
de la persona desacreditada, pero que también están ahí presentes: un estrés por ocultarte, porque no se te vea, por normalizarte, etc.
1
Este texto es la transcripción de la ponencia presentada por el autor el 21 de junio de 2011 en el
marco de las Jornadas «Investigación-acción: aportaciones de la investigación a la reducción del estigma», organizadas por el Departamento de Psicología Social y de las Organizaciones de la UNED en Madrid. Se
ha mantenido el estilo propio de la presentación oral con algunos pequeños retoques de edición para
facilitar su lectura. Se han añadido, así mismo, referencias bibliográficas y algunas de las imágenes que
acompañaron la presentación. El autor quiere agradecer a Fernando Molero por su ayuda y paciencia,
y a Daniel Pérez Garín por la transcripción de la presentación.
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Goffman dice en su libro que primero va a surgir la estigmatización (de una persona que tiene un cuerpo distinto o cualquiera de los otros elementos) y después se
va a crear una ideología que va a justificar esa estigmatización. Esto lo traigo a colación porque yo cuando lo leía tenía la siguiente duda: ¿es la discriminación antes que
la ideología o viceversa? Es decir, ¿no será que existe un sistema de discriminación y
de subordinación que genera esa estigmatización y que el estigma se sustenta en una
ideología? Porque si no, parece como si esta estigmatización homofóbica fuera algo
personal, individual, o que sale de dentro de las personas de forma casi instintiva, y
yo creo que no es así. Más adelante lo vamos a ilustrar con diversos ejemplos.
Yo soy antropólogo social y por tanto mi visión no parte de la Psicología, no es
un acercamiento desde el sujeto individual o lo personal, sino desde analizar el sistema social y ver por qué existe ese estigma y por qué hay personas que están sufriéndolo. La propuesta que presento se basa en la premisa de que existe un sistema previo
de desigualdad social y, por tanto, lo importante es saber cómo funciona ese sistema
para transformarlo, para abordar esa situación de discriminación. Es decir (y esto se
lo digo siempre a mis alumnos de Trabajo Social), si pensamos que la sociedad no
está bien como está, ya que la sociedad genera discriminación, tenemos que saber
cómo se construye esa sociedad, cómo funciona, cómo se produce esa discriminación
para cambiarla. Tenemos que conocer esos mecanismos sociales que provocan y sostienen el estigma. Si queremos arreglar un motor tenemos que saber antes cómo funciona. Lo que yo pretendo con mi pequeña exposición es abordar cómo funciona este
sistema de discriminación y estigmatización hacia las personas LGBT y por qué se
da. No sé si lo conseguiré y, además, esto que os cuento es una propuesta, porque ya
sabéis que en ciencias sociales no enunciamos leyes de la naturaleza.
En el caso concreto de las personas LGBT, este sistema de discriminación se va a
basar en una ideología heterosexista y homofóbica que vamos a desbrozar ahora y
que en el fondo (y esto es una propuesta con la que no todo el mundo está de acuerdo)
va a servir para mantener un sistema de sexo-género determinado: el sistema concreto
de sexo-género hegemónico en nuestra sociedad. Entonces, lo que yo quiero aclarar
es que el estigma no lo voy a presentar entendido como una realidad psicológica individual, sino como un engranaje del sistema social que se encarna en personas concretas.
Para mostraros un ejemplo, ayer estaba escuchando la radio y estaban hablando
de la violencia de género y de los programas psicológicos que se implementan con
los maltratadores para cambiar su actitud de maltrato hacia las mujeres. Se trabaja
en estos programas lo que ellos llaman «la escala de la ira». Se enseña a estos maltratadores determinados elementos para que ellos detecten que les está entrando la
ira y detengan sus reacciones violentas. Y esta herramienta está muy bien como instrumento de transformación personal, individual y psicológica, pero con eso no vamos
a cambiar la violencia de género, porque la violencia de género no es algo individual
que le pasa a esa persona, sino que es algo estructural que forma parte de un sistema.
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Es decir, que no sólo es cuestión de la ira personal que pueda acumular un varón en
concreto, sino que existe un sistema social que construye esa violencia de género
contra las mujeres a través de una socialización determinada, unas imágenes, unos
roles, unas expectativas de género que hombres y mujeres vamos incorporando desde
el inicio de nuestras vidas prácticamente sin darnos cuenta. Ocurre exactamente lo
mismo con la cuestión del estigma contra las personas LGBT y en concreto con la
cuestión de la homofobia, que no es algo meramente personal, sino que la adquirimos
de forma social. Y esto es lo que yo pretendo exponer.
Este sistema sexo-género hegemónico del que hemos hablado, ¿en qué consistiría?
En que nacemos, y ya incluso desde antes de nacer, cuando vemos a una mujer embarazada, ¿qué es lo primero que le preguntamos? «¿Qué tal te va?», «¿cómo estás?»,
«¿cómo va el embarazo?», «¿tenías muchas ganas de tener un bebé?». No. Lo primero
que preguntamos es si es niño o niña. O sea, ya desde antes de nacer lo más importante es saber en qué apartado, en qué cajón de lo social nos van a colocar, si en el
de los hombres o en el de las mujeres. A los hombres se nos va a enseñar a hacer
cosas de hombres, es decir, lo que en nuestra sociedad es «lo masculino», que, por
cierto, es distinto que en otras sociedades. Por ejemplo, en nuestra sociedad, o en
muchas sociedades, los hombres cazan, los hombres son los fuertes, son los que proveen. En cambio, en otras sociedades, en muy poquitas, son las mujeres las que cazan.
El ejemplo más básico es que en nuestra sociedad los hombres no podemos llevar
falda y en otras sociedades sí: los escoceses, los romanos, etcétera. Es decir, se marca
socialmente lo masculino y lo femenino, y los hombres tenemos que hacer lo masculino y las mujeres lo femenino. Lo que hacen los hombres se valora, lo que hacen las
mujeres se minusvalora y se genera una relación de dominación de los hombres sobre
las mujeres. Una muestra muy clara en Antropología Social la encontramos en el
hecho de que en aquellas culturas donde los hombres se encargan de un huerto al
lado de la casa, eso se considera trabajo y se considera público, se considera producción, mientras que si son las mujeres las que se encargan del huerto, se considera privado y no se considera producción. La misma actividad hecha por hombres o mujeres
se valora de forma distinta.
Y además a los hombres nos tienen que atraer sexualmente y tenemos que tener
relaciones sexuales con mujeres, y a las mujeres les tienen que atraer sexualmente y
tienen que tener relaciones sexuales con hombres. Si tú cumples todo esto, no hay
problema, porque vas a estar siguiendo la norma, que es como una frontera, una barrera que nos sitúa a un lado o a otro de esa línea. En el siguiente esquema podéis ver
los tres niveles del sistema sexo-género (sexo, género y sexualidad) y la línea que no
se debe cruzar en ninguno de los tres niveles:
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Nacemos (y desde antes de nacer)
SEXO
■
Hombre
■
Mujer
GÉNERO
■
Masculino
■
Femenino
SEXUALIDAD
■
Le gustan las
mujeres
■
Le gustan los
hombres
La norma
Quien se la salte: no normal = estigma
¿Cuál es el problema? El problema es saltarse la norma. Es decir, que a los que
han nacido como hombres (con pene, testículos, etcétera), imaginemos que les gusta
hacer cosas que en nuestra sociedad se dice que son femeninas. Por ejemplo, les gusta
mover mucho los brazos al hablar, les gusta hacer ballet, no les gusta el fútbol o tienen otras características o prácticas que no se consideren masculinas. Al mismo
tiempo, una persona que nace con vagina, ovarios, etcétera, pues imaginemos que
le gusta jugar al fútbol, llevar el pelo corto, no lleva falda y no le gusta pintarse. Se
está saltando la norma, cruzando también la barrera de la norma del sistema sexogénero.
Aunque un hombre sea muy masculino y haga todo lo que en nuestra sociedad se
dice que tenemos que hacer los hombres, si resulta que le atraen sexualmente otros
hombres, también se está saltando la norma, aunque esta vez en el nivel de la orientación sexual. Una mujer a la que le guste hacer cosas que en su sociedad son de
hombres, si le gustan los hombres es heterosexual, pero probablemente la llamen
«machorra», «lesbianorra». Ella se está saltando la norma en otro nivel, el del género.
O una persona que nace con pene y con testículos pero dice «yo soy mujer», cruzaría
la barrera de la norma del sistema sexo-género en el nivel del sexo.
Todo lo que implique cruzar esta barrera en cualquiera de los tres niveles va a ser
saltarse la norma. Y saltarse la norma, ¿qué implica? No ser normal. Y no ser normal,
¿qué implica? El estigma, que como Goffman explica, se aplica a todas las personas
que no son normales. Por tanto, quien se sale de la norma en cualquiera de estos tres
niveles (sexo, género y orientación sexual), va a sufrir el estigma y, en este caso, un
estigma muy concreto que es el estigma homofóbico. Entonces este estigma funciona
para mantener el sistema sexo-género y que todos los hombres hagamos lo que se supone que tenemos que hacer los hombres, que todas las mujeres hagan lo que se su-
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pone que tienen que hacer las mujeres, y no nos salgamos de los cajones en los que
nos colocaron al nacer ni dejemos lo que tenemos que hacer por el hecho de tener
la etiqueta de «hombre» o «mujer».
La teoría queer lo que viene a decir es que no tenemos que conformarnos con la
posibilidad de cruzar de un lado a otro de esa barrera que forma el sistema sexo-género, sino que debemos romper con todo este sistema de modo que podamos unas
veces estar en medio, unas veces en un lado, otras veces en otro o, simple y llanamente, salirnos del sistema y dejar de pensarnos en estos términos de sexo, género y
orientación sexual. Ángel Moreno nos va a explicar la teoría queer hablando del género como si fuera «puro teatro», como si todas las personas fuéramos «actores y actrices diarios de una obra de teatro llamada “Género” que dirige un productor y guionista
explotador. El guión de la obra sitúa a las mujeres como cuidadoras de la prole, a los hombres
trayendo el pan a casa, etc… De repetir constantemente la actuación en esta obra de teatro,
tal como hicieron nuestros padres y los padres de nuestros padres, finalmente nos hemos
creído el papel y lo convertimos en realidad. Y esta es la clave principal que nos desvela Butler. La obra “Género” sigue en cartel porque repetimos ritualmente nuestro papel de hombre
y mujer. Sin la repetición cotidiana de estos papeles que nos asignan ya antes de nacer (¡ha
sido niña!), “Género” no existiría. Sin embargo, hay actores y actrices que improvisan,
que se convierten en cuerpos actorales rebeldes y que crean constantemente sus guiones alternativos. Esos actores y actrices son vistos por el conjunto de la “compañía teatral”, y especialmente del productor, como elementos subversivos que pueden acabar con el buen funcionamiento de la obra, se les tacha como “raros” (los que muchos y muchas llaman “queer”
en inglés) y son castigados» (Moreno, 2007).
Recopilando entonces, en el primer nivel del sistema hay dos categorías de sexo:
hombre y mujer. Y si alguien las transgrede estaríamos hablando de transexualidad o
intersexualidad, cuestiones que aportan reflexiones muy interesantes pero que no vamos a abordar porque nos vamos a centrar en el estigma. El segundo nivel sería el
del género: femenino y masculino. Los hombres hacen esto, las mujeres hacen lo
otro. Las personas que crucen la norma en este nivel de género van a ser personas
transgénero, o lo que también se conoce como disidentes de género, o, en inglés,
«gender fuck». Es decir, no me rijo por las normas de género, no hago cosas ni de
hombre ni de mujer, si me apetece llevar barba y llevar falda y pintarme las uñas,
pues lo hago. Y el tercer nivel sería la orientación sexual. Si eres hombre y te gustan
las mujeres, bien; si eres mujer y te gustan los hombres, bien; pero si te gustan las
personas de tu mismo sexo, fatal. Y si te gustan al mismo tiempo las personas de tu
propio sexo y del otro, peor todavía. Porque, en el fondo, dentro de este sistema, a
veces es mejor cruzar la barrera de un lado al otro (de heterosexual a homosexual)
que quedarse en medio. De hecho, las personas bisexuales están más expuestas a sufrir
un tipo específico de homofobia, que se llama «bifobia», que los chicos gays o las
chicas lesbianas, porque al sistema sexo-género no le gusta nada esto de que la gente
esté en medio o esté cambiándose de un lado para otro.
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Por lo tanto, todas y todos –y esto me parece importante, porque el sistema sexogénero lo vamos incorporando a lo largo de toda nuestra vida– somos sexistas, y todas
y todos somos homófobas y homófobos, porque todas y todos hemos sido educados
en ese sistema. Lo que tenemos que hacer es darnos cuenta de dónde está nuestro sexismo y dónde está nuestra homofobia para ir modificando estas actitudes y prácticas
que generan desigualdad, discriminación y, en último extremo, sufrimiento a muchas
personas.
Lo que os cuento a continuación tiene que ver con diversos trabajos de investigación colectivos que hemos llevado a cabo en equipo a través de COGAM (Colectivo
de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid) o de la FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). En ambas asociaciones
hay una comisión de educación, y desde ambas se ha venido trabajando en diversos
estudios para saber qué está pasando con los y las adolescentes que son lesbianas, gays,
transexuales y bisexuales en el sistema educativo en particular y en general en sus vidas. Entonces, hemos ido haciendo cuatro estudios:
■
«Homofobia en el sistema educativo», un estudio multidisciplinar con observación
participante llevado a cabo en la Comunidad de Madrid (Generelo y Pichardo,
2006);
■
«Adolescencia y sexualidades minoritarias. Voces desde la exclusión», estudio de
carácter cualitativo a nivel estatal con entrevistas a chicos y chicas de 13 a 18
años que se definían como lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (Generelo,
Pichardo y Galofré, 2008);
■
«Adolescentes ante la diversidad sexual. Homofobia en los centros educativos» un
tercer estudio que realizamos en Coslada (Madrid) y Maspalomas (Gran Canaria), con 4.636 encuestas a estudiantes de los institutos públicos de ambas
localidades (Pichardo, 2009);
■
y un último trabajo cualitativo sobre adolescentes «trans» (Puche, Moreno y
Pichardo, 2012).
Como veis, nuestras investigaciones están centradas en conocer la situación de los
adolescentes LGBT en el sistema educativo, pero nos hemos dado cuenta de que en
otros espacios, este acoso por homofobia, este estigma contra las personas LGBT, presenta muchas características similares que se pueden trasponer a lo que ocurre en los
lugares de trabajo, en las familias, en las redes de amistad o en el espacio público. Ojalá
se hagan muchos más estudios específicos para saber qué está pasando con las personas
LGTB en los centros de trabajo, pero hay poquísimo realizado hasta el momento.
Ojalá sepamos qué pasa con las personas LGBT como usuarios, como consumidores,
pero casi no tenemos datos aquí tampoco. Es decir, todavía nos faltan numerosos estudios para saber qué pasa con este colectivo en distintos contextos sociales.
¿Qué es la homofobia? Es una actitud hostil respecto a la homosexualidad y hacia
las personas homosexuales. Una actitud hostil que puede ir desde el rechazo («no te
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miro, no quiero saber nada de ti») hasta la violencia, el insulto o la agresión física.
Ojo, porque a veces lees definiciones de homofobia que la presentan como un rechazo
irracional hacia las personas homosexuales. Si seguimos esas definiciones, nos estaríamos situando en esa visión que dice que esto es una cuestión individual. Si es irracional, se supone que es personal, que sale de dentro del individuo. Pero no, desde la
visión que presentamos aquí la homofobia no es un rechazo irracional individual,
sino que la homofobia se construye socialmente, la aprendemos y la reproducimos
culturalmente.
¿Y contra quién se dirige la homofobia? Esto es importante, ya que la homofobia
se va a dirigir primero contra quien se salte los roles de género (¿os acordáis del segundo nivel del que hablábamos?): contra los chicos u hombres que hagan cosas que
no son masculinas y contra las mujeres que hagan cosas que no son femeninas. Y,
ojo, porque esto quiere decir que la homofobia, y el estigma que la acompaña, no
sólo la van a sufrir las personas LGBT, sino también las personas heterosexuales que
no encajen en los roles de género. Es decir, a un chico al que le gusten las mujeres
pero rompa con los roles de género, muy probablemente también le llamarán «maricón» y muy probablemente va a sufrir todas las consecuencias del estigma y de salirse
de la norma. De hecho, en los varones están más presentes las actitudes homófobas
que en las mujeres, porque para que las mujeres no se salgan de su rol femenino hay
muchos instrumentos. La violencia de género es uno de ellos, puesto que la van a sufrir las mujeres que no sigan los roles tradicionales femeninos. Y, por supuesto, ellas
también van a sufrir la homofobia (la lesbofobia, en este caso).
Pero en el caso de los varones el principal instrumento de control es la homofobia,
el temor a que te llamen maricón. Los varones desde chiquititos aprendemos que lo
peor que te puede pasar es que te llamen maricón. Entonces, vas a hacer todo lo posible, seas heterosexual, seas homosexual, seas bisexual o seas lo que seas, por evitar
ese estigma. Y no sólo eso, sino que el ser hombre incluye en el pack de «lo masculino» el despreciar lo femenino, así como despreciar la homosexualidad y a las personas homosexuales. En una de las charlas de voluntarios de colectivos LGBT a la
que fuimos como observadores durante nuestra investigación, un estudiante expresaba claramente este mandato de la masculinidad con la siguiente frase: «despreciar
a los gays te hace más macho». Es decir, si yo quiero ser un machote, un hombre, lo
que yo tengo que hacer es insultar como maricón al que le ha tocado ser el maricón
de la clase, y dejarle de lado para que nadie ponga en duda mi masculinidad. Muchas
veces a estos chicos que en grupo van a mostrar estas actitudes, si te los coges individualmente y aparte del grupo, no tienen problema y no van a reproducir esas actitudes homófobas. Si lo hacen en el grupo de iguales, va a ser precisamente para evitar
que se ponga en cuestión su hombría.
Y, por supuesto, la homofobia se va a dirigir contra las personas que se salten la
heteronormatividad, es decir, las chicas a las que les gusten las chicas y los chicos a
los que les gusten los chicos, o las personas de ambos sexos. Fijaos, porque aquí vol-
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vemos a lo que decía Goffman del desacreditado y el desacreditable. Quizás tú puedas
ser de los que se saltan la norma de la heteronormatividad, es decir, puedes ser una
persona homosexual o bisexual y nadie se entera. Probablemente no seas desacreditado o desacreditada, pero eres desacreditable si los demás se enteran de que a ti,
siendo chica, te gustan las chicas. Sin embargo, los que se saltan los roles de género,
son desacreditados, porque es algo visible: mover mucho las manos, hablar con voz
suave o ser delicado, si eres varón; o, como chica, ser ruda, hacer movimientos bruscos, tener una forma de ser autoafirmada... Eso te va a marcar y te va a situar, ya de
entrada, en esa posición de desacreditada.
Nosotros optamos por utilizar el término «homofobia» porque nos parece que entendido y conceptualizado tal y como se ha expuesto aquí –el estigma dirigido contra
las personas que se saltan los roles de género o contra las personas que se saltan la
heteronormatividad– engloba a todo el colectivo LGBT y a todas las personas que
no siendo de este colectivo también sufren este estigma. Sin embargo, existen formas
específicas de homofobia y conviene tenerlas en cuenta.
A la homofobia que se dirige contra las mujeres la llamamos lesbofobia. Las mujeres que se saltan la norma del sistema sexo-género van a sufrir dobles, triples y cuádruples discriminaciones, ya que van a ser discriminadas por el hecho de ser mujer y,
además, por el hecho de ser lesbianas, bisexuales o transexuales. Y no son discriminaciones que se unan o superpongan, sino que cuando confluyen distintos vectores
de discriminación, las situaciones de vulnerabilidad se multiplican. Las mujeres homosexuales serán discriminadas por ser mujer y, por tanto, más discriminadas que los
varones homosexuales, pero también van a ser discriminadas por ser homosexuales
y, por tanto, más discriminadas que las mujeres heterosexuales.
Respecto a la bifobia, ya hemos comentado su carácter concreto: tienes que estar
en un extremo u otro de la orientación sexual, pero estar en los dos lados o en medio,
eso no se acepta. Hace unas semanas, durante el Día Mundial Contra la Homofobia,
estuve dando una charla en un instituto de educación secundaria en Huelva y una
chica de 16 años decía «pero vamos a ver: yo entiendo que un chico sea gay, y que a una
chica le gusten las chicas, pero eso de que te guste todo, ¿eso cómo va a ser?». Existen,
pues, imaginarios bifóbicos, como el discurso de muchas personas, incluso homosexuales, que dicen «bueno, es que es gay pero no lo tiene claro«, o «es que es lesbiana pero
todavía no ha salido del armario». Fijaos, en un estudio interno realizado por la
FELGTB, el 25% de las personas que contestaron a la encuesta no mantendrían una
relación con personas bisexuales, ya que existe la sospecha permanente de la infidelidad.
Además nos encontramos con la llamada «plumofobia». No sé si habéis escuchado
este concepto… pero se refiere al rechazo de la pluma. ¿Qué es la pluma? En el caso
de los hombres sería el afeminamiento, y en el caso de las mujeres el «amasculinamiento». Es decir, «vale, te permitimos que seas una chica y te gusten las chicas, o que
seas un chico y te gusten los chicos, pero, hijo, no tienes por qué ser una loca, ir dando
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gritos por ahí y siendo femenino». Y para las chicas, igual: «vale que te gusten las chicas,
pero, hija, arréglate un poco, píntate…». ¿No habéis escuchado estos comentarios? Pues
eso es la plumofobia. Incluso en las páginas web de internet para ligar entre chicos
se ven muchos anuncios con expresiones del tipo: «No tengo nada en contra de la
pluma, pero si tienes pluma, ni te me acerques». ¡Menos mal que no tenías nada en contra de la pluma! La plumofobia implica que se permite cruzar la barrera del sistema
sexo-género por el nivel de la orientación, pero no en el de la masculinidad o la feminidad. Es decir: «te permitimos que te saltes el tema de la heteronormatividad,
pero no los roles de género».
Desde algunos colectivos también se utiliza la expresión «elegetebefobia»
(«LGTBfobia»), para referirse a la homofobia, pero desde nuestro equipo no la utilizamos porque es un término un poco complicado
y la mayor parte de la gente con la que trabajamos (docentes, padres y madres, adolescentes…
) no saben de qué estamos hablando cuando se
emplea este vocablo.
Uno de los pilares principales de este sistema
sexo-género es la llamada asunción heterosexual, o sea, el pensar que todo el mundo es heterosexual. Fijaos en este chiste, en el que, al
nacer la niña, la matrona la toma en brazos y
dice: «¡es lesbiana!». Y a partir de ahí, todo el mundo empieza a tratar a esa niña como
lesbiana. ¿Creéis que eso tendría alguna influencia en su vida? Pues eso es lo que nos
hacen a todos y a todas cuando nacemos. Nadie exclama «¡es heterosexual!» cuando
nos toma en brazos al nacer, pero todo el mundo lo está pensando y, a partir de ahí,
toda la vida todos nos tratan siempre a todo el mundo como si fuéramos heterosexuales. Lo seamos o no.
Para nosotros, y yo creo que para abordar la cuestión del estigma en otros campos
también puede ser interesante, fue muy útil desagregar o desbrozar cómo funcionaba
esto de la homofobia de diversas maneras y en distintos planos. Veíamos que por un
lado había una homofobia cognitiva, una homofobia que está en la cabeza, en los
pensamientos. «Yo creo que las personas homosexuales son enfermas», «yo creo que
las lesbianas no deberían casarse». Está todo en lo cognitivo.
A continuación habría un segundo nivel que es muy interesante para trabajar el
estigma: el nivel afectivo. No es «yo creo» o «yo pienso», sino que es «yo siento».
Cuando íbamos a los institutos, había una pregunta que hacían los voluntarios y voluntarias que daban las charlas sobre diversidad sexual a algún chico: «¿tú qué harías
si tu compañero fuera gay?». Y reaccionaban con lo que nosotros pasamos a denominar
«el saltito». No respondían, simplemente daban un respingo y se separaban del compañero al que se marcaba supuestamente como homosexual. Es un rechazo que no
está en la cabeza, sino un rechazo físico: asco.
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Disociar estos tipos de homofobia es muy interesante para el análisis y para la intervención. En Maspalomas realizamos también entrevistas con padres y madres de
estudiantes, y una mujer nos decía «a mí, si mi hijo o mi hija fuera gay o lesbiana, yo no
le rechazaría, porque yo no creo que ser gay o lesbiana sea una enfermedad o sea peor que
ser hetero. Pero cuando yo voy por la calle y veo a dos hombres de la mano, me da una
cosa aquí en el estómago…» ¿Qué está funcionando? No es lo cognitivo, es lo afectivo,
que también se aprende socialmente: aprendemos culturalmente a sentir ese rechazo
en las tripas ante ciertas situaciones que van contra la norma hegemónica.
La homofobia conductual sería convertir esos pensamientos y esos afectos en una
conducta real. Porque puede ocurrir lo que nos decía un chico: «yo no soy homófobo,
porque aunque yo pienso que los gays y las lesbianas son enfermos, y a mí los gays me dan
asco, yo nunca rechazaría a un compañero por ser gay o lesbiana». Este chico no tiene
una homofobia conductual, pero sí tiene una homofobia cognitiva y afectiva, del
mismo modo que la señora de Maspalomas no tenía una homofobia conductual ni
cognitiva, pero tenía una homofobia afectiva. Y esto es importante, porque claro,
cuando la gente dice «yo tengo muchos amigos gays» –poca gente tiene muchas amigas lesbianas, no sé si os habéis dado cuenta–, puede que no tengas una homofobia
conductual, pero eso no te exime tener una homofobia cognitiva o afectiva.
Y después hay un cuarto tipo, que es la de la homofobia liberal (Borrillo, 2001:7881). Aquí se parte de la idea de que sí, puedes ser gay, puedes ser lesbiana, puedes ser
bisexual, pero en tu casa. ¿Para qué tienes que ir haciendo ostentación por la calle? Es
que si yo llego al trabajo el lunes y me preguntan «¿qué tal el fin de semana?», y yo digo
«pues nada, el sábado estuve con mi novia en el cine», te dicen «ah, ¿y qué película visteis?».
Pero si yo respondo «estuve en el parque de atracciones con mi novio», te dicen «joé,
cómo sois los gays, siempre tenéis que ir con la bandera de la homosexualidad en la mano».
O lo que es más duro, que si yo voy de la mano con mi novia por la calle paso totalmente desapercibido, pero si yo voy de la mano con mi novio, alguien se puede sentir,
y de hecho se siente, con derecho a insultarme, a llamarme maricón e incluso a darme
una paliza. ¿Por qué? Porque desde la homofobia liberal, la afectividad homosexual se
tiene que quedar, en todo caso, en el espacio privado, en la casa. El espacio público
debe ser heterosexual, es de la norma, pertenece solo a quienes están en la norma.
¿Qué pasa entonces con la violencia homófoba? Pues lo que hemos comentado
ya, que apenas hay estudios al respecto. Cada vez, afortunadamente, va habiendo
más investigaciones que muestran que este estigma homofóbico tiene un precio. Se
paga. Yo no soy psicólogo, por eso no puedo profundizar en esta cuestión, pero, aunque en España no hay datos, en todos los países donde se han hecho investigaciones
a este respecto se muestra que el porcentaje de suicidios es mucho mayor entre adolescentes no heterosexuales (Suicide Prevention Resource Center, 2008:14-16). No
todos los adolescentes que son LGTB se suicidan, pero sí que existe un riesgo mayor
entre esta parte de los adolescentes. En los lugares en los que se ha hecho investigación con este colectivo, no sólo entre adolescentes, sino también entre personas adul-
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tas, se han encontrado mayores tasas de depresión, mayores tasas de trastornos alimenticios (anorexias y obesidad, tanto en hombres como en mujeres) y de conductas
adictivas (al alcohol, al tabaco, a las drogas…) en el colectivo LGBT (Saewyc, 2011).
Precisamente ese es el coste de esa estigmatización social: consecuencias para la autoestima y el desarrollo emocional, sufrimiento. El estigma homófobo tiene un coste
que se podría evitar y que está invisibilizado.
En un estudio que hizo el British Council en 11 países europeos, preguntó a 4.200
estudiantes de 12 a 18 años por los motivos para burlarse de otros compañeros de
clase (2010). La razón más nombrada de todas fue la orientación sexual, señalada
por un 46% del total, por delante de otros motivos como diferencias en la apariencia
física, discapacidad, ropa, color de piel, raza, acento, dinero o religión. Sin embargo,
cuando se habla de acoso escolar nunca se habla de homofobia ¡Y resulta que es el
primer motivo de discriminación en las aulas! ¿Por qué no se trata entonces? Porque
hay una invisibilización de la cuestión. No se lucha contra las discriminaciones que
no se visibilizan, ya que entonces parece como si no existieran.
No estamos hablando solo de números. Yo os presento este ejemplo, de una carta
que publicó la revista Zero (número 101, octubre 2007), pero de estos se pueden encontrar miles de ejemplos en los medios de comunicación o en las investigaciones:
Tengo 25 años y durante la secundaria sufrí maltrato escolar a causa de mi homosexualidad (mucho antes de yo saber y aceptar que era gay). Fue una época muy dura de mi vida
y las secuelas que me quedaron aún perduran. Después de esos años, todo lo que me había
pasado quedó como un tabú. Mis padres, mi hermana, mis amigos, mis profesores… todos
sabían lo que me había pasado, pero nunca se ha nombrado el tema. Acepté mi homosexualidad con 20 años, pero no quería recordar esa etapa de mi vida: tenía pesadillas con todos
los chicos que me lo hicieron pasar mal.
Hace dos años conocí a mi pareja y no fui capaz de contárselo hasta hace tres meses,
cuando me di cuenta que yo había sufrido maltrato y humillación en el colegio. Esa situación
me llevó a ser una persona muy introvertida, demasiado tímida. Cuando veo a un grupo de
chicos juntos siento miedo. Ahora, 12 años después, estoy aceptando lo que me sucedió. Se
lo he contado a varios amigos y tengo pendiente hablarlo con mis padres.
En estos casos la persona que esté pasando por esto debe entender que no tiene culpa de
nada, que no ha hecho nada malo, y que esas personas que nos lo hacen pasar mal no son
conscientes del daño que están haciendo. NO SOMOS CULPABLES.
Carlos, Tenerife.
De nuevo nos encontramos en esta carta con la invisibilización, también al interior de la familia. Se oculta el estigma y la situación de discriminación. No se conversa sobre lo que está pasando y así no tenemos que preocuparnos de cambiarlo.
Una segunda cuestión específica del estigma hómofobo es que las personas que lo
sufren, y en concreto los adolescentes, padecen de una falta de apoyo familiar. Si yo
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soy discriminado por ser inmigrante, probablemente cuando vaya a casa tendré un
soporte, porque muy probablemente mi familia también sea inmigrante. Si soy discriminado por ser gordo, pues lo contaré en casa y muy probablemente me apoyarán
por ello. Pero si yo soy discriminado por ser gay, lesbiana o bisexual, muchas veces
los chicos y chicas que sufren este acoso no se atreven a decirlo en casa, porque tienen
miedo de que sus familias les rechacen también. A veces con razón y otras sin razón
pero, como dice Goffman, el estigma no es sólo lo que los demás van a hacer con ese
rasgo de la identidad, si no lo que yo subjetivamente creo que van a hacer con ello.
Jesús Generelo nos recuerda el caso de una familia de Canadá que recoge Dorais
en su libro (Dorais, 2001). El hijo de esta familia se suicidó y dejó una nota diciendo
«me he suicidado porque soy homosexual y no quiero haceros sufrir y pasarlo mal» y los
padres dijeron «es que nosotros nunca hubiéramos discriminado a nuestro hijo por ser
gay». Sí, pero su hijo no lo sabía.
En el caso de la homofobia existe además lo que para nuestras investigaciones hemos denominado «el contagio del estigma». Es decir, que si tú estás gorda y yo soy tu
amiga y no estoy gorda, a mí no me van a llamar gorda. Y si tú eres peruana y yo soy
tu amigo y soy de Burgos, a mí no me van a llamar peruano, o latino o lo que sea.
Pero si tú eres lesbiana y yo sigo siendo tu amiga, si te defiendo cuando te llaman
lesbiana, todos los demás van a decir «es que ésta también es lesbiana». Si yo soy heterosexual, soy tu amigo, sigo siendo tu amigo aunque te llamen maricón y salgo a
defenderte cuando esto ocurre, muy probablemente todos los demás a mí también
me van a llamar maricón, y se produce este contagio del estigma. Este tema del acoso
homófobo es muy difícil de abordar, porque se produce este contagio. Por eso, en los
lugares de trabajo, en las escuelas y en otros muchos espacios, es difícil que las personas que sufren este tipo de discriminación encuentren aliados, porque las personas
que asuman esto como una tarea propia se exponen a que se piense que ellas también
son lesbianas o que ellos también son gays, aunque no sean LGBT.
Pedro Octavio Rodríguez Medina, profesor de secundaria de Maspalomas que trabaja sobre diversidad sexual en la escuela, siempre dice que «no hace falta ser ballena
para ser de Greenpeace». Es decir, que hay que hacerse consciente de que no hace falta
ser gay, lesbiana, bisexual o transexual para defender que cualquier persona, al margen
de su orientación sexual o identidad de género, vea respetados sus derechos en todos
los ámbitos.
Si Goffman nos presentaba la diferencia entre «desacreditado» y «desacreditable»,
Didier Eribon nos va a hablar del «horizonte de la injuria» para aludir a la misma cuestión referida a las personas homosexuales (2001). Aunque yo no esté estigmatizado o
estigmatizada, como soy gay o lesbiana, sé que en cualquier momento alguien va a poder
desacreditarme, alguien va a poder injuriarme. Es más, Eribon defiende que eso es lo
único que tienen en común las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de
cualquier parte del mundo: esa posibilidad de ser injuriado, esa posibilidad de ser desacreditado o desacreditada. Es decir, el hecho de ser «injuriables», estigmatizables.
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Otro elemento específico de la estigmatización homofóbica sería que es un estigma
que está normalizado. Y la gente dice «bueno, es que esto de decir maricón es normal,
es algo cultural, no se dice con mala intención». Incluso a veces las propias víctimas asumen y normalizan este tipo de ataques homófobos que están sufriendo. Cuando yo
hacía entrevistas a personas homosexuales para mi tesis sobre nuevos modelos de familia, preguntaba a la gente: «¿Has sufrido alguna vez discriminación por ser homosexual?», y muchas personas me respondían: «Yo nunca, qué va. Yo lo llevo fenomenal,
nunca me han discriminado». Como ya conocía el percal, cuatro o cinco preguntas
después decía: «¿oye, y en el colegio qué tal?». Respuesta (este es un caso real): «Fatal,
me tiraban piedras, me tenía que quedar una hora después de clase, me pinchaban la bicicleta, cuando pasé a secundaria me cambié de pueblo aunque en el mío había instituto porque en éste me hacían la vida imposible». ¡Y era la misma persona que unos minutos
antes en la conversación te había dicho que no había sufrido discriminación homófoba!
Yo siempre pongo el ejemplo del fútbol: si cien mil personas llaman a Eto’o «¡negro!», se cierra el estadio y se le pone una multa. Y, por supuesto, así es como debe
ser. Si cien mil personas llaman a Guti «¡maricón!» cada semana, aquí no pasa nada.
No sabemos si Guti es homosexual o no, pero, ¿qué pasa? Que lleva pendientes, que
le gusta arreglarse el pelo, que le gusta hacer cosas que no son de hombres, y por eso
sufre también el estigma homófobo. Por cierto, la ley contra la violencia en el deporte
lo dice clarísimo: que no se puede discriminar a nadie, ni siquiera por su orientación
sexual. Y las sanciones previstas en esta ley se aplican cuando hay insultos racistas o
de otro tipo, pero no cuando hay violencia de carácter homófobo. Eso es la normalización del estigma homofóbico.
Quisiera concluir con algo positivo, porque aquí de lo que se trata es de ver cómo
se puede superar este estigma. En el caso concreto de las personas individuales, lo
que se ha visto en todos los estudios que nosotros hemos hecho y en diversos estudios
que se han realizado en otras partes del mundo, es que cuanto mayor es el grado de
información, más referentes personales se tienen y más cercanos son esos referentes,
baja el grado de actitudes homófobas. O sea, que aquellas personas que tienen referentes -y sobre todo referentes cercanos- de personas LGBT, por lo general son menos
homófobas que las que no los tienen. Es el modo en que funcionan los estereotipos:
si tú no conoces a nadie de un determinado colectivo, te quedas con el estereotipo;
si conoces a gente que pertenece a ese colectivo, cuestionas el estereotipo. Esto pasa
con los estereotipos racistas, homófobos, étnicos, etc.
Las redes de apoyo y alianza son esenciales para las personas que sufren el estigma
homofóbico. Las personas que tienen el apoyo de su familia, de sus amistades, de sus
colegas de trabajo, de profesionales y del profesorado, obviamente tienen mucha más
capacidad de superar ese estigma. Encontrar grupos de iguales también constituye un
apoyo esencial en este sentido: conocer a otras personas que sean lesbianas, a otras
personas que sean bisexuales, a otros adolescentes que son trans… Hemos visto que
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con Internet los adolescentes con catorce, quince, dieciséis años ya están entrando
en contacto con otras personas en su situación. Comparten experiencias, ven que
no son los únicos o las únicas en el mundo que tienen esas vivencias, que no son bichos raros.
En general, para superar el estigma, suele ser necesario lo que se ha venido a denominar «salir del armario», con todo el desarrollo que implica: sentimiento de diferencia, rechazo o negación, exploración, ponerle nombre a lo que ocurre, identificación (como LGBT), aceptación y, finalmente, ser capaz de verbalizarlo y decirlo a
otras personas. Este proceso, entre otras consecuencias, desactiva en buena medida
el potencial agresivo del insulto. Es decir, si alguien dice de sí mismo: «soy homosexual» o «soy lesbiana», es más difícil insultarle con la palabra «gay» o «lesbiana».
Por el contrario, si estás en el armario, si estás en esa posición de desacreditable, si
estás ocultándote, los demás tienen un poder sobre ti: de hacerte sentir mal, de mostrar tu «secreto», etc. El ser visible, que tiene que ver con todo lo expuesto anteriormente, sería también un elemento que influye positivamente para superar el estigma.
Tengo ya que concluir, pero no quisiera hacerlo sin nombrar el sentido del humor
como una forma de sobreponerse a la situación de estigmatización muy presente entre
el colectivo LGBT. Finalmente, buena parte de las personas que pertenecen a minorías sexuales hacen acopio y gala de grandes dosis de autoafirmación y resiliencia para
salir adelante en sus vidas y ser felices. Para quienes estén interesados en la cuestión
de la resiliencia entre las personas LGTB, existe una tesis doctoral realizada en España
(Gil Hernández, 2010).
Como estamos en un foro de profesionales de la Psicología y del Trabajo Social,
rescato algunas propuestas de Love sobre «cómo reducir el estigma LGBT en servicios
de salud mental» (2008) que se pueden trasladar a muchos otros campos de intervención:
■
Evitar y no permitir lenguaje o comentarios heteronormativos u homófobos.
■
No asumir el género o la orientación sexual del resto de personas con quienes
trabajamos.
■
Incorporar una concepción de la familia amplia y diversa.
■
Cambiar los folletos y formularios para incluir la diversidad sexual familiar y
de género.
■
Distribuir y mostrar material con imágenes de personas LGBT: pósteres, revistas, folletos…
■
Hacer disponibles baños neutrales en términos de género.
■
Permitir y animar las expresiones de afecto y amor entre personas del mismo
sexo.
■
Celebrar eventos como el Orgullo LGBT, Día contra la Homofobia, del VIHSIDA…
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■
Entrar en contacto con asociaciones LGBT y conocer sus grupos, actividades
y recursos, incluyendo sus datos en las listas de información y recursos que manejamos.
■
No «sacar del armario» a ninguna persona sin su consentimiento.
■
Colocar símbolos que muestren que nuestro lugar de trabajo y atención es un
espacio seguro para las personas LGBT (es decir, que nosotros como profesionales estamos en contra de la discriminación por motivos de orientación sexual
e identidad de género).
Como se puede comprobar, es mucho y muy amplio el trabajo que queda por hacer,
pero es cierto que hay que ser optimistas, porque el cambio es posible y cada persona
tenemos la posibilidad de ser parte del mismo. Al fin y al cabo, se trata de trabajar
por construir una sociedad en la que cualquier persona, al margen de su identidad de
género y de sus deseos sexuales, tenga la posibilidad de desarrollarse en toda su dignidad y plenitud, en definitiva, de ser feliz.
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