“HACIA UNA RESPUESTA CRISTIANA AL PROBLEMA ECOLÓGICO. LOS MODELOS DE IAN BRADLEY Y SALLIE MCFAGUE” José Bermúdez Corpas CETEP “SAN TORCUATO” GUADIX [email protected] La Iglesia tiene como una de sus misiones promover el debate ético en torno a los desarrollos científico-técnicos y a sus conclusiones acerca de la naturaleza y la creación. Hay un problema ecológico grave. Los países ricos, al amparo de sus intereses comerciales, no ofertan ni aportan soluciones dignas para erradicar este mal. Al contrario, utilizando la ecología como excusa, siguen usando, explotando y comercializando con la degradación del planeta. El problema afecta a buena parte de la humanidad, y tanto la pobreza como la degradación ambiental son dos fenómenos que van juntos y se retroalimentan. La “ecología”, como tal concepto, es algo reciente. Hoy se llama “deuda ecológica” a la deuda que tienen los países que hicieron primero la industrialización para con los países que la iniciaron más tarde, ya que éstos últimos están obligados a realizarla de manera mucho más costosa, aplicando, desde el principio, medidas protectoras del medio ambiente. La “eco-economía” es aquella economía que puede garantizar la vida humana en el planeta a corto, medio y largo plazo. Para ello, es necesaria una “ética global dialógica”. Los problemas que ya son globales y nos afectan a todos, incluidas las generaciones futuras, deben ser objeto de legislación de ámbito planetario, con sanciones al mismo nivel. Por su parte, profundizando en las distintas religiones -sobre todo en las orientales, tan de moda hoy-, vemos que ninguna desarrolla un planteamiento temático del problema ecológico, pero sí que en todas fluye cierto nervio conductor con elementos para una “ética del cuidado del entorno” en que vivimos. La tradición judeo-cristiana articula a su manera el problema medioambiental, como se muestra claramente en la Biblia. También el Nuevo Testamento habla de la Tierra como Creación de Dios, quien recapitula todas las cosas en Jesucristo (Ef 1,14), en el cual encuentran su consistencia (Col 1,17). De esta afirmación se desprende una dignidad cristológica que ha de marcar las relaciones entre el hombre y la Tierra, las cuales deben ser guiadas por el amor. Para un cristiano de a pie hoy, es importe plantearse cuál es su situación respecto al mundo, qué mensaje puede de aportar, qué ética debe de seguir para contribuir a paliar los graves problemas que el hombre tiene planteados. Presento aquí dos modelos que considero complementarios: el del pastor protestante Ian Bradley, que nos invita a desempolvar la antigua teología de los Padres de la Iglesia, siempre fresca y orientadora, frente al de Sallie McFague, teóloga católica norteamericana, que defiende una reinterpretación de los símbolos e imágenes que hemos fabricado desde la intelectualidad sobre Dios. Es posible pasar de las visiones antitéticas -e igualmente sesgadas- de un Dios rey, militar y todopoderoso o de un Dios domesticado, almibarado y alejado del hombre, a la imagen de un Dios más cercano, a la vez amigo, amante, padre, madre, perseverante, donante, etcétera. Esta recomposición de la simbología sagrada supone de por sí una interesante aportación a la necesaria transformación de la relación del hombre con el medio natural.