glorias de un prócer

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GLORIAS
Las Obras de O´Higgins son demasiadas.
Iniciado como comandante de milicias de caballería en el distrito de los Ángeles, en 1810, para después
ascender en el escalafón del ejército patriota, hasta la comandancia en jefe del mismo, a virtud de sus
méritos en el campo de batalla, el revolucionario chillanejo estuvo en la primera línea de la guerra en lo que
va de 1813 a 1818. Entre la toma de Linares, en abril de 1813, acción primera en su carrera militar, y Cancha
Rayada, en marzo de 1818, en que terminó gravemente herido en un brazo, median una serie de dramáticas
contingencias bélicas. Sin duda entre ellas, las que mejor delatan su temple, arrojo y carácter acometedor,
son las batallas del Roble, Rancagua y Chacabuco.
En la primera (17 de octubre de 1813), sorprendido el vivac republicano por un arrollador asalto de las
guerrillas realistas, con el comandante en jefe del ejército patriota, José Miguel Carrera, retirado del campo y
con la oficialidad desconcertada, el coronel O’Higgins reagrupó las fuerzas en desorden al grito de ¡A mi
muchachos: O vivir con honor o morir con gloria; el que sea valiente que me siga!, encabezó una reacción que
hizo huir destrozada a la columna atacante. Impasible, tras recibir un tiro en la pierna, se la hizo vendar por
un asistente y continuó dirigiendo el combate fusil en ristre hasta batir a la última retaguardia hispana.
El mismo valor sereno mostrará en las luchas del 1 y 2 de octubre de 1814, sitiado por el gran ejército realista
de Mariano Osorio en Rancagua. Nunca desmayó, ni siquiera cuando las tropas de Carrera, tras hacer un
amago de venir en su auxilio, se retiraron sin trabar un enfrentamiento serio con las líneas postreras del
ejército español. Solo y aislado, sin el menor atisbo de capitular, ordenó a los últimos hombres que le
quedaban, una salida a sable y bala por una de las bocacalles rancagüinas, consiguiendo romper el cerco y
retirarse al norte. Antes de lanzarse a atropellar a los batallones enemigos, rechazó la oferta de Ramón Freire
de situarlo al centro de la tropa en salida protegido por un anillo humano. Sin alarde, se puso al frente de su
hueste y avanzó en medio de una granizada de plomo, metralla y golpes de yatagán.
Tres años después, en Chacabuco (12 de febrero de 1817), tras entrar inesperadamente en liza con los
regimientos realistas atrincherados en los cerros y oteros del paraje, reviviendo el día del Roble, sin pensarlo
dos veces, lanzó una carga a la bayoneta que deshizo la resistencia del ejército real. Probablemente habrá
recordado el antiguo consejo de su mentor militar, el corajudo coronel irlandés Juan Mackenna: a una buena
carga a la bayoneta, franceses, ingleses y prusianos vuelven las espaldas y huyen.
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