Siguiendo El Rastro de Madrid

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28 | VIAJES
TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 25 de octubre de 2014
Siguiendo El Rastro de Madrid
Recorrer este mercadillo es conocer la esencia del Madrid que no ha perdido su vida de barrio, lejos del turismo masivo
y de las colas para los museos. Es dejarse llevar en un viaje de colores y blanco y negro, donde se encuentra desde lo más
moderno hasta antigüedades de la infancia de nuestros abuelos. Una forma distinta y real de vivir la capital de España.
M
ADRID, allá por el
1700. Imaginen el
triste escenario de
una vaca recién sacrificada, arrastrada por una carreta
cuesta arriba desde el matadero,
para ser desollada en una curtiduría. Desde su cuerpo, aún tibio, sigue brotando la sangre. El reguero
de ésta se precipita con fuerza por
la calle en dirección hacia el río
Manzanares, dejando un rastro.
Todos los días, la misma huella
roja de las carretas y su carga muerta.
A las curtidurías del lugar se les
sumarán otras pequeñas tiendas
dedicadas al cuero, como sastrerías
o zapaterías, o factorías de productos derivados de la carne. Con el
tiempo, el comercio ambulante fue
aumentando hasta formar una feria
de intensa vida a ambos lados de la
calle del rastro sangriento.
A fuerza de coloquial repetición,
así quedó bautizado el mercadillo
por los lugareños: El Rastro.
La calle principal, la del inicio de
este relato: Ribera de Curtidores.
Productos antimonárquicos
Pasaron los siglos y El Rastro se
convirtió en el mercado más famoso de la capital española. No hay
guía de viaje que no lo mencione,
posicionándose así como uno de los
mayores atractivos de la ciudad.
Quizás uno de los más coloridos y
llenos de vida.
Pero El Rastro no es una atracción
turística, aunque efectivamente se
POR: Bruno Ebner
vean muchos viajeros. Es bastante
más que eso. Forma parte intrínseca de la vida madrileña y, de hecho,
los primeros datos históricos del
comercio se remontan incluso al siglo XV. Aquí vienen los madrileños
de toda la vida, o los por adopción
(en esta ciudad se dice que uno
nace o se hace madrileño). Muchos
no se imaginan un domingo o festivo -los días de funcionamiento en
la actualidad- sin pasar la mañana
entre los 3.500 puestos del mercado
para ver qué hay de nuevo o simplemente distraerse con el gentío y
la infinidad de cosas que aquí se
pueden comprar. A los “castizos”,
pues así se les nombra también a
los nativos de Madrid, se suma un
variopinto abanico de tendencias
que allí encuentran ropa y cachureos. Entre otros, hipsters, gays,
hipsters-gays, góticos y “perroflautas” (como se les dice a los de vestir
más hippie o rasta).
Este gran mercadillo está en medio de dos antiguos barrios de Madrid, por hoy muy de moda: La Latina y Lavapiés. Su eje central, Ribera de Curtidores, sube desde la
Ronda de Toledo -que va hacia la
puerta del mismo nombre, como la
de Alcalá- hasta la Plaza de Cascorro. Allí se puede adquirir todo tipo
de prendas: nueva de temporada,
de segunda mano y también alternativa. La plaza también es conocida como el sector “republicano” y
“antifascista” de El Rastro, ya que
se vende “mercadería” alusiva,
como la bandera republicana. Ésta
posee una franja inferior lila en vez
de la roja, y flameó durante la llamada Segunda República y fue utilizada por los opositores al régimen
de Franco. Hoy la enarbolan los
contrarios a la monarquía, quienes
no son pocos en una España aún en
crisis, por lo que hay buena demanda de estos símbolos.
Abajo, por la Ronda de Toledo hay
quioscos de música, elementos de
cocina, accesorios para celulares y
computadores. Todo en El Rastro
suele ser mucho más barato que en
el comercio tradicional, por lo que
no son pocos los turistas que deciden abastecerse de pilchas, recuerdos y regalos aquí.
Pero el mercado abarca mucho
más que sus arterias principales,
siendo las calles aledañas un refugio para los coleccionistas de antigüedades y amantes de los objetos
ya olvidados. Perdiéndose en estas
calles estrechas, empedradas y empinadas se va descubriendo de
todo: teléfonos de los años 60,
muebles antiguos, adornos centenarios, porcelana de nuestras abuelas, esculturas, pinturas, juguetes,
discos, libros y revistas. Y podríamos seguir. Por cierto, casi todo es
regateable, lo que le da un encanto
aún mayor al sitio.
Dinastías familiares
Observar el atractivo caos visual
que se presenta al inicio de El Rastro -una delicia fotográfica- puede
llevar a pensar que la disposición
de sus miles de puestos es errática y
casi a costa de empujones. Pero no
es así. Todo tiene un orden, no es
cosa de llegar y ponerse en un lugar, cual vendedor ambulante. Los
locatarios tienen asignadas las dimensiones de sus stands, de acuerdo a la que pagan una patente municipal que se renueva cada año, y
cuyo monto depende del tamaño
del quiosco. La policía fiscaliza en
forma permanente que los comerciantes vendan lo que declararon
vender, que no se salgan de sus metros autorizados o la presencia de
feriantes “piratas”. Aun así conviene andar con cuidado, sobre todo
en las cercanías de Cascorro; de vez
en cuando aparecen embaucadores
que venden objetos que, al abrirlos,
se convierten en otro. Por lo general
papel o piedras.
María posee junto a su familia un
puesto de ropa y zapatos en la Ribera, casi al llegar a Cascorro. Cuenta
que su negocio ha sido traspasado
generacionalmente desde hace 50
años y que muchos de los dueños
de stands son dinastías: “Aquí hay
familias de muchos años, que somos las que tenemos prioridad. Si
viene alguien de afuera también
puede instalarse, pero ahora es difícil y tiene que esperar a que alguien
se vaya, pues los permisos suelen
estar todos entregados”.
Efectivamente, son los negocios
que funcionan allí en forma cotidiana los que tienen la preferencia
para extenderse a la calle los días de
Rastro. No obstante, también pueden verse comerciantes de origen
marroquí o latino. Y entre estos últimos, era que no, chilenos. Cerca
de María está Eduardo Muñoz, de-
pendiente de una tienda de ropa
militar. Lleva siete años en Madrid
junto a su mujer también chilena ambos de Santiago- y su hijo de tres
meses. Dice que son varios los chilenos que trabajan en el mercadillo,
incluso algunos hace 30 años. De
hecho, el dueño de su tienda también lo es.
Bocadillo de calamares
El Rastro es una invitación no sólo a
dejarse llevar por sus puestos en
medio del gentío, aperarse de ropa
buena, bonita y barata o bucear en
el pasado de sus antigüedades. Es
también recorrer parte de la historia de Madrid a través de los barrios
antiguos que lo rodean. Es irse de
tapas por La Latina, comer el clásico bocadillo de calamares junto a
una cerveza fría y saborear la cocina española en sus amenos bares.
También conocer el multicultural
Lavapiés -lo más parecido a Patronato que hay aquí- para ver cómo
conviven africanos, indios y árabes,
ataviados con sus vestimentas típicas, y probar sabores de la India,
Senegal, o Líbano, entre otros.
Ya lo dijo Joaquín Sabina (andaluz
nato y madrileño adoptado), al inmortalizar el mercadillo: “Iba cada
domingo, a tu puesto del Rastro a
comprarte, carricoches de miga de
pan, soldaditos de lata”. Pero no se
necesita tener un antiguo amor que
venda cachivaches en el lugar para
sumergirse en la esencia de una
ciudad que, a diferencia de otras
grandes urbes, no ha perdido la
vida de barrio.T
RR Domingos y festivos más de 3.500 puestos se repletan de madrileños y turistas. Aquí encontrarán absolutamente de todo: antigüedades, curiosidades, ropa, libros y revistas.
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