CUAJO: PRESENCIAS CRUDAS. Cuajo: presencias crudas intenta poner en crisis la compleja relación entre el sujeto y su materialidad visceral, punzante, intangible, aquello que se cuaja más allá de lo vivo y lo inerte, lo orgánico o lo inorgánico. En Cuajo las obras emergen como presencias que buscan tocar al espectador; como la manifestación descarnada del aparecer que exhibe su propia violencia, violencia que toca. Y en esto no hay novedad sino resistencia. La trinchera aquí no es ni lo pornográfico ni lo erótico, sino la pulsión cruda ante las materialidades que nos desbordan: aparecemos y desaparecemos entre ellas, esparcidos, derramados en el flujo atemporal de pedazos híbridos y grotescos. Local. ¿Por qué en ciertos espacios aún incomoda ver un sujeto desnudo, haciendo nada, o más bien siendo todo? ¿O un pedazo escultórico de nuestra intimidad explotada, deformada? ¿No hay una cierta sensibilidad local, un modo de aparecer, que cruza desde la política de un país hasta la acción cotidiana? ¿Es esa una sensibilidad castrada? La instalación de una imagen-país limpia, auto-gestionada, higiénica y global —esos filtros que no dejan nada— y la expulsión de una hiper-sexualización pornográfica extremadamente paródica —regurgitaciones que lo dejan todo— son, a modo groso, dos radicalizaciones de la producción local que, en su excedente todo o nada, intentan consolidar ideales que se transforman en mera re-presentación. Síntomas de un exceso que poco deja el espejeo, la ceguera y la exaltación. La melancolía irrisoria ante el dolor sacrificial, el endulzamiento a través de la ironía carismática o la simple evasión de lo local en una globalización enceguecida, se cristaliza en insistentes discursos recubiertos, velados, disociados, manifestaciones enclaustradas: un rodeo híper-racionalizado y distante que no apuesta por mucho, un rodeo procastinador, un rodeo desvía la mirada ante una escisión profunda, una castración. Esa es la castración del cuajo. Cuajo. Esa potencia hibrida de enunciar algo, de decir algo, de hacer, de aparecer, de desgastarse: eso que somos nosotros mismos en la crudeza de su aparición. Cuajo. El cuajo gime y se contornea violentamente por debajo de la imagen normada, esos imaginarios parchados que no desean ver su incompletúd. Envoltorios que sostienen la distancia, siempre en un otro, fuera de mí. Envoltorios que no terminan de asumir esa compleja relación entre yo y la imagen, esa cotidianidad cruda que tira desde las vísceras, que llama a presentarse. ¿Por qué no arriesgarse con el vómito híbrido de nuestras obras? ¿Ese vomito acido que punza las vísceras? ¿Qué llega, pero que llega en su presencia violenta y vibrante? ¿Qué impacta en su aparecer? ¿No será que el umbral de lo que nos impacta está velado por la hiper-textualidad desafectada, una hiper-textualidad que nos transmite un a priori sin dimensión? ¿Cuál es la dimensión de sentir algo, de involucrarse, de pregnar eso en obras que hablan por sí mismas? Obras-cuajo. Proponemos la aparición de una materialidad descarnada, un cuajo íntimo, siempre hibrido, de nuestras pulsiones más crudas. Un cuajo-siendo, un cuajo-hecho, un cuajopresencia en su performance mínima. Un cuajo-materia que se piensa, se destruye y se presenta como un cuajo sórdido, mórula violenta, conformación altamente compleja entre materia e imagen. Cuajo crudo, un cuajo-presencia. Mutación, movimiento anómalo, expuesto en su máxima potencia de aparición. El cuajo, esa carne que no es meramente el cuerpo, sino toda estría, todo resto de lo que aparece: materia hibrida que emana una cruda presencia. Génesis Pérez Nériz