RUTA DE AMÉLIE La joven soñadora Amélie Poulain paseaba por las empinadas calles del barrio de Montmartre, que siempre fue un lugar muy especial. Antiguamente esta colina separada de la ciudad por los pantanos del Marais (hoy el barrio del Centro Pompidou) fue un pueblecito de campiña rodeado por la ciudad. Hasta la fecha, se cultiva un pequeño viñedo que da el único vino del mundo nacido dentro de una ciudad. La visita de Montmartre empieza en la rue Lepic: Amélie vive muy cerca. En una esquina, de repente aparece el Café Tabac des Deux Moulins, el lugar donde trabaja. La primera sorpresa es que el sitio no es un decorado para la película, sino que el café existe, y es tal cual como en el cine. Lo que no dice la película es que a pocas cuadras del café hubo otro vecino famoso: Vincent Van Gogh vivió entre 1886 y 1888 en el departamento de su hermano Théo. A continuación, hay que subir por las calles de Montmartre hasta llegar a una esquina que sirvió de decorado para otros pasajes clave de la película: el negocio de barrio donde Amélie hacía sus compras, y donde el brutal Colignon maltrataba a su pequeño empleado. Es el Marché de la Butte. Con el mismo toldo, la misma disposición de las cajas de frutas y verduras. Otro lugar que aparece en el film, y que todos los que visitaron París reconocieron al verlo, es la calesita de la plaza Saint Pierre, al pie del Sagrado Corazón. Al pie de la colina de Montmartre, está el barrio de Pigalle. Desde siempre es una zona conocida por sus cabarets, sus salas de espectáculos y también sus chicas. El boulevard de Rochechouart y su prolongación, el de Clichy, son la espina dorsal de este barrio. Sobre ellos se encuentran el famoso Moulin Rouge, las salas de espectáculos del Elysées Montmartre o La Locomotive, y una cantidad espeluznante de sex-shops y salas de shows para adultos. En el ángulo de las calles Blanche y Lepic y el boulevard de Clichy se encuentra el Palace Vidéo Projection, el sex-shop donde trabajaba el amigo de Amélie. MUCHO MÁS Estos son los lugares más reconocibles de Amélie , pero un paseo por el barrio tiene mucho más para ofrecer. En las callecitas de Montmartre hay muchos recuerdos de artistas: no sólo está el Bateau-Lavoir, ese inmenso edificio que sirvió de taller a Picasso, Soutine, Modigliani, los Delaunay y tantos otros, sino también cabarets que encargaron afiches a Toulouse Lautrec, como le Divan Japonais o Le Chat Noir, y que existen todavía. Está el Moulin de la Galette, pintado por Renoir, y hay restaurantes históricos como la Mére Catherine, sobre la Place du Tertre, donde los cosacos asentaron su cuartel general durante la ocupación de París en el siglo XIX (la historia recuerda que ahí pedían a las mozas que sirvieran los tragos rápido, con una palabra rusa, lo que los parisienses entendían por bistrot y agregaron esta nueva palabra a su vocabulario para designar los bares). A pocas cuadras está Le Lapin Agile, cuya fachada no cambió desde las pinturas del siglo XIX. Entre calles de todo el barrio, hay además una infinidad de negocios curiosos e impensados. Es imposible mencionarlos a todos, pero hay un mini circo con payasos (Bonjour l´Artiste), un especialista en reparar gemas y minerales (Schalburg), un bar donde se pueden degustar vinos regionales (Le Sancerre), libreros de segunda mano, una florería establecida en una carnicería (Petite Fleur), y muchos otros. Antes de dejar Montmartre para bajar a París, la última parada se puede hacer en la plaza Jehan Rictus, frente a la estación de subte Abbesses, donde hay un mural de cerámicas azules con la inscripción te quiero en muchos idiomas. Fuente: Pierre Dumas