1 LA CRISIS DEL “COWBOY CAPITALISM” Y LA REVOLUCION

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LA CRISIS DEL “COWBOY CAPITALISM” Y LA REVOLUCION
REGULATORIA
(Ideas para reflexionar sobre los escandalos empresariales del momento presente)
Andrés Betancor1
El colapso de Enron ha traído otros. Cuando parecía que el escándalo del primero se
iba diluyendo hasta el extremo de que The New York Times denunciaba el día 10 de
junio que el entusiasmo reformador provocado por aquel primer escándalo había
desaparecido víctima de los lobbys, el día 25 de junio estalla un nuevo escándalo. El
colapso de WorldCom. A partir de estas fechas, se van sumado unos y otros hasta
hacer una lista casi interminable: Enron, Andersen, Tyco, Global Crossing, Qwest
Communications, WorldCom, Xerox, Vivendi, Merck, Bristol-Myers Squibb, Elan,
Halliburton, Harken Energy, Dynergy, Adelphia Communications, Duke Energy, …
Lo que antes parecía ser un caso aislado, las malas manzanas en un cesto de buenas,
se ha convertido en una pregunta: ¿cuál será la siguiente? O incluso periódicos como
The Wall Street Journal publica artículos que presentan métodos para descubrir y
predecir cuál será el próxima Enron. Porque, como ha reconocido el Presidente G. W.
Bush, más irregularidades están ocultas en las empresas americanas; irregularidades
que deben ser encontradas y hechas públicas para que los inversores recuperen la
confianza en los mercados. Nadie se cree las cuentas de las empresas. La duda es la
principal amenaza a los mercados. Todos coinciden en este diagnóstico. Como
afirmara un analista, el problema más grave de la situación de los mercados no es que
los inversores quieran vender las acciones, sino que nadie quiere comprar porque no
se fía. Esta situación amenaza la recuperación económica; así lo ha reconocido
incluso los tradicionales lobbys opuestos a cualquier cambio, como el poderoso lobby
Business Roundtable cuyo presidente J. Castellani ha afirmado que la falta de
confianza está enfriando las frágiles expectativas de recuperación económica. El
Presidente de Estados Unidos G. W. Bush en su discurso del día 8 de julio ha repetido
igualmente estas ideas.
Escándalos que son tapados por otros escándalos. Escándalos empresariales que
tienen una traducción económica astronómica. En el caso Enron, los números
negativos eran espectaculares; bastaba sumar la pérdida de capitalización bursátil
(entre 40.000 y 60.000 millones de dólares) y los créditos impagados (más de 30.000
millones) para obtener unos resultados asombrosos. Sin embargo, más asombro se
añade a lo asombroso si sumamos las pérdidas provocadas por los nuevos escándalos.
Los colapsos de WorldCom, Qwest Communications y Global Crossing han supuesto
la desaparición de más de 300.000 millones de dólares de la capitalización bursátil de
las empresas. La suma de todos los escándalos empresariales, lo que todavía no se ha
hecho, puede presentarnos unas cifras desconocidas. La situación está alumbrando
nuevos récords negativos. La presente situación nos ha dejado o previsiblemente lo
hará, la primera y la segunda quiebras más importantes en la historia de Estados
Unidos: la de Enron y la previsible de WorldCom.
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Andrés Betancor es Profesor Titular de Derecho administrativo, Universidad Carlos III de Madrid.
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Los perjudicados por esta situación son miles y cientos de miles de personas. Los
miles de trabajadores despedidos y los cientos de miles de inversores que han visto
cómo se esfumaban sus ahorros. Los fondos de pensiones de los empleados públicos
de algunos Estados que habían invertido en las empresas han visto desaparecer cientos
de millones de dólares. Así, por ejemplo, el fondo más importante, el de los
empleados del Estado de California ha perdido 590 millones de dólares.
Sin embargo, el principal perjudicado es el mismo sistema de mercado y,
singularmente, el norteamericano. Ha explotado el mito americano de que su sistema
de mercado era el que debía servir de modelo del mundo porque era el modelo de la
economía más dinámica del mundo, el modelo de las empresas más competitivas del
mundo y el modelo de la contabilidad más exacta y completa del mundo. El mito del
modelo perfecto se ha volatilizado. Como reconocía The Washington Post, la gente se
ha dado cuenta de que Estados Unidos está sujeta a la misma clase de presiones y
desequilibrios que los demás países. El mito se ha quebrado externamente. Pero
también se ha quebrado internamente. Nadie se fía. La desconfianza se ha instalado en
los mercados.
¿Cómo y por qué se ha llegado a esta situación? El presidente de la Reserva Federal,
FED, A. Greenspan, nos ofrecía una explicación, en su comparecencia ante la
Comisión de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes el día 17 de julio:
la causa es la “infectious greed”2. La culpa es la codicia desmedida que ha infectado
el sistema.
Es significativo que un ilustre partidario del libre mercado como A. Greenspan hable
de la codicia como la culpable de la situación en la que nos encontramos. Es
significativo porque para un partidario del libre mercado el motor del funcionamiento
del mercado es, parafraseando a A. Smith, la búsqueda de la satisfacción del propio
interés. Y la codicia es, según el Diccionario de la Lengua española, el afán excesivo
de riquezas; es un afán excesivo; es el exceso en dar satisfacción al propio interés. La
frase de A. Greenspan está señalando un problema central en los escándalos
empresariales: el enloquecimiento de la lógica del mercado; la persecución del propio
interés ha excedido los límites provocando una enfermedad infecciosa que ha
contagiado a todo el mercado hasta enfermarlo. El mercado tiene la enfermedad de la
codicia.
¿Por qué el mercado ha enfermado? Porque se han roto los límites; los límites que
impedían que la búsqueda de la satisfacción del propio interés incurriese en excesos.
Se han roto los diques que hacían del mercado un sistema eficiente de coordinación de
los intereses de las personas, como ha teorizado recientemente Lindbloom.
Se han roto los diques, los límites porque estaban mal diseñados y peor construidos y,
además, porque nuevas realidades no han sido adecuadamente encauzadas. La
liberalización ha derribado ciertos diques y en cambio ha descuidado la construcción
de otros. En este contexto pudo proliferar la “infectious greed”. ¿Por qué? La codicia
se ha adueñado del sistema de mercado porque la liberalización ha tenido un efecto
2
En la encuesta realizada por encargo de The Washington Post y la cadena ABC, publicada en aquel
periódico el día 17 de julio, el 88 por 100 de los encuestados creen que la culpa de los escándalos
radica en la codicia de los ejecutivos.
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perverso: ha multiplicado los conflictos de intereses, al mismo tiempo que ha
debilitado la protección del interés general, o sea, la protección de los intereses del
mercado y de los inversores.
Basta observar la situación de los protagonistas de los acontecimientos que estamos
observando para tomar conciencia de la multiplicación de los conflictos de intereses:
i)
ii)
iii)
iv)
Los administradores de las empresas han antepuesto sus intereses
personales a los intereses de la empresa que administran y a los de sus
accionistas; esto se ha manifestado en dos hechos relevantes: por un lado,
los administradores se han lucrado a costa de las empresas y, por otro, han
ocultado la situación económica y financiera real de la empresa. En este
proceso ha sido decisivo el incentivo perverso de las stock options. Como
ha afirmado A. Greenspan, estos programas han contribuido enormemente
a la codicia. Porque el administrador parece estar más incentivado por la
búsqueda de la maximización de sus retribuciones que por la prosperidad
de la empresa. Esta es la razón que subyace, según algunos analistas, en
ciertas operaciones empresariales que tenían por objetivo que la empresa
ganase en tamaño mediante, por ejemplo, la adquisición de otras empresas
rivales, máxime cuando estas operaciones no se pagan con dinero sino con
acciones. La ocultación de la situación económica y financiera de la
empresa tenía como consecuencia más inmediata la ocultación de los
gastos y el afloramiento de mayores beneficios. Los procedimientos
utilizados han sido muy variados, desde la utilización de empresas
instrumentales (caso Enron) hasta la contabilización “errónea” de los
gastos como inversiones (caso WorldCom).
La organización del gobierno de la empresa ha contribuido y participado
de los conflictos que han atenazado a los administradores. Los controles
internos no han funcionado adecuadamente para conjurar los conflictos. En
los escándalos comentados, sólo en el de WorldCom la actitud diligente de
su auditora interna puso de relieve las irregularidades contables a pesar de
la resistencia de los directivos e incluso la auditora. En los demás casos, no
tenemos conocimiento de que se hubiese producido una situación similar.
Los auditores prestaban servicios durante muchos años a las empresas y,
además, no sólo los servicios de auditoría. El caso Enron es ilustrativo.
Andersen fue auditor de la empresa durante más de dieciséis años y,
además, prestaba servicios de auditoría y de consultoría. Igualmente, en el
caso WorldCom, Andersen prestaba múltiples servicios. En todos los
casos, los servicios de consultoría y asesoramiento representaban una parte
mayor de los ingresos que percibían. En este contexto, el auditor está en
una situación objetiva de conflicto en el que puede estar incentivado a
anteponer sus intereses a los de los accionistas de la empresa auditada,
máxime cuando de la bondad de su juicio para con la labor de los
administradores dependía el recibir una mayor contraprestación en forma
de contratación de nuevos servicios.
Los analistas de inversiones y los bancos de inversión han ido confluyendo
bajo el manto de la misma empresa. Esta situación ha creado otro conflicto
de intereses entre los intereses de sus clientes y el de los bancos de
inversión al que pertenecen; bancos que, a su vez, tienen como cliente a la
empresa cuyos títulos el analista ha de valorar para sus clientes. En el caso
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Enron, 10 analistas sobre un total de 15, calificaban hasta el día 8 de
noviembre (el mismo día en que Enron declaró que había sobrevalorado
los beneficios en más de 600 millones en los últimos cinco años) los
valores de Enron como valores a “comprar” o, incluso, a comprar con
seguridad (“strong buy”). Como reflexionaba el Senador J. I. Lieberman,
el número es demasiado elevado por lo que nos debemos interrogar sobre
el por qué; no puede decirse, en definitiva, que estemos ante un fallo
personal; estamos ante un fallo estructural. En el caso de WorldCom el
Congreso de Estados Unidos y la fiscalía del Estado de Nueva York están
investigando la relación entre los pagos que Salomon Smith Barney
(empresa participada por el banco Citigroup) recibió de WorldCom por
distintos servicios (más de 140 millones de dólares durante los últimos
cinco años) y la recomendación de compra de las acciones y bonos de
WorldCom a los clientes de Salomon. E, incluso, se está investigando,
como consecuencia de una denuncia presentada ante la Superior Court de
Los Angeles, el trato de favor dispensado por Salomon a los
administradores de ciertas empresas, como el de WorldCom, con el que los
premiaba por los servicios que sus empresas contrataban con Salomon. Por
último, Merrill Lynch ha aceptado pagar un multa de 100 millones de
dólares como consecuencia de la investigación emprendida por la Fiscalía
del Estado de Nueva York.
Los reguladores no escapan al escrutinio y a las dudas. En el sistema regulatorio
norteamericano el peso de los lobbys es muy considerable. Este peso ha condicionado
decisivamente cualquier propuesta de cambio dirigida a incrementar la transparencia y
los sistemas de control. El anterior presidente de la SEC, A. Levitt era partidario de
estas medidas, principalmente en lo que se refiere a las dirigidas a incrementar la
independencia de los auditores. Sus propuestas fueron obstaculizadas por el lobby de
las empresas auditoras; lobby que tenía a su servicio H. L. Pitt, el actual presidente de
la SEC. Esta situación es la que ha movilizado la crítica contra Pitt, incluso por
reputados republicanos, alarmados por su lentitud e incapacidad para dar la respuesta
adecuada a la situación. En todo caso, el regulador siempre está atenazado por el
tradicional conflicto de lo que se ha dado en llamar el revolving door. El regulador
viene y va de y al sector regulado. Esto contribuye a que ambos participen de los
mismos intereses. Ahora bien, en el caso de la actual Administración republicana, la
conexión con el mundo empresarial, como ha explicado The Economist, ha superado
todas las situaciones precedentes; nunca una Administración federal ha contado en los
más altos niveles de gobierno a tantos antiguos administradores de empresas. Esta
conexión es la que siembra de dudas la capacidad del Presidente Bush y su
administración para solucionar los escándalos empresariales, según resulta de las
encuestas de los periódicos The New York Times y The Washington Post publicadas el
18 de julio. En ambas encuestas se pone de manifiesto que más de la mitad de los
encuestados creen que el Presidente Bush y el partido republicano están más
interesados en proteger los intereses de las grandes corporaciones que los de la gente
corriente. Igualmente, más de la mitad consideran que la influencia de las grandes
empresas en la Administración federal es excesiva.
Los conflictos de intereses han minado el sistema, han propagado la enfermedad
infecciosa de la codicia; lo han debilitado tanto que surge la pregunta de cómo ha
podido suceder algo tan escandaloso sin que nadie se diera cuenta antes. El Presidente
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de la Comisión de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, B. Tauzin
(representante republicano por Luisiana) ha afirmado, a la luz de las investigaciones
del escándalo WorldCom que lleva a cabo su Comisión, que nunca antes había visto
un caso tan claro de violación de las normas de contabilidad, llevada a cabo durante
varios años y a pesar de las advertencias de algunos empleados de la propia compañía.
A. Greenspan, se ha interrogado, en la comparencia del día 16 de julio, ¿cómo
pudieron fracasar todos los sistemas de control internos y externos? Cómo pudieron
fracasar los abogados, los auditores internos y externos, los consejos, los analistas, las
agencias de rating, los inversores institucionales, … Y añadimos nosotros, cómo
pudieron fracasar los reguladores y supervisores de los mercados. Un fracaso tan
clamoroso como espectacular ante lo que Tauzin ha afirmado como la más clara
violación de las normas.
Hoy nos parecen claros los síntomas de la enfermedad. Sin embargo, antes no era así.
Ahora estamos predispuestos a detectar los síntomas. Tenemos la visión de conjunto y
los resultados más espectaculares, además, algunos pacientes (algunas empresas)
están muertos o a punto de expirar. No hay duda. La enfermedad es muy grave; es una
enfermedad que afecta al sistema.
Estamos ante una crisis del sistema de mercado. Un sistema de mercado que ha sido
definido como “cowboy capitalism”, expresión acuñada por el representante
demócrata por California ante la Cámara de Representantes M. Waters. La expresión
es certera porque nos habla de un capitalismo en el que impera la ley del más fuerte,
la ley del Oeste norteamericano durante el periodo de la conquista. Los intereses de
los más fuertes y más concentrados eran los que ganaban mientras que los intereses de
los más débiles y dispersos perdían. Los intereses de los administradores son los más
fuertes y los más concentrados (por su posición en el seno de la empresa); además,
cuentan con los medios (inexistencia de controles y complicidad de los auditores) para
darles plena satisfacción. En cambio, los intereses de la empresa, de los inversos e,
incluso, del mercado mismo, son los más débiles y dispersos que, por ende, no
cuentan con un regulador con medios y actitud suficiente para supervisar eficaz y
eficientemente el funcionamiento del mercado y, de esta manera, tutelar tales
intereses. En definitiva, el sistema de mercado del “cowboy capitalism” ha dado a los
cowboy el poder para que actúen a su antojo, mientras que el Sheriff está atado, no
tiene pistolas y hace tres meses que no cobra el sueldo prometido. En estas
condiciones, sólo la fortaleza moral le retiene en el bando de los buenos … pero sólo
ante el peligro, como Gary Cooper.
El “cowboy capitalism” está en crisis. Para algunos hablar de la crisis del capitalismo
es como si se hablase de lo prohibido y sólo por pensar y pronunciar estas palabras el
pecado debe ser purgado mediante rezos al altísimo. Otros, en cambio, ven
confirmadas todas sus tesis de la maldad intrínseca del sistema por lo que también se
implora a la divinidad para que arda en el infierno. En cambio, otros hablan con
naturalidad de la crisis del capitalismo (Financial Times). Esta naturalidad trae causa
de la evidencia histórica de la dinamicidad del sistema de mercado como sistema de
coordinación de las actividades humanas. A lo largo de los siglos, el sistema de
mercado, como tal sistema vivo, ha recorrido distintas fases o momentos; las fases de
esplendor son seguidas por las fases de crisis; y estas últimas sirven para depurar
ciertos elementos perniciosos del sistema que han provocado perturbaciones y
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problemas. En el momento presente nos encontramos en una de estas últimas fases: la
fase de liquidación de un modo o forma de concebir el sistema de mercado que se ha
mostrado perjudicial para ciertos intereses y, singularmente, para el sistema en su
conjunto. Incluso, se han encontrado, mutatis mutandi, ciertas similitudes entre la
crisis actual y otras crisis como la crisis de 1929. En ambos casos, el factor
tecnológico creó unas expectativas desmesuradas (en los años 20, el automóvil, la
radio y la electricidad; ahora, Internet). Además, en ambos casos, una vez sobrevenida
la crisis, se pusieron de manifiesto importantes irregularidades. Por último, otra
similitud podría estar en la respuesta: la respuesta regulatoria. En el caso de la crisis
del 29, la salida regulatoria se concretó en el nacimiento de la SEC, la regulación del
mercado de valores (aún hoy substancialmente vigente), la separación de la banca
comercial e industrial, así como la imposición de las auditorías obligatorias. No
sabemos si la crisis actual tendrá una salida igualmente regulatoria que,
paradójicamente, se habrá de traducir, entre otros aspectos, en la profundización de
los mecanismos y los poderes regulatorios creados en la crisis del 29, o sea, la SEC y
las auditorías.
El cowboy capitalism ha prescindido de la regulación cuando no debía hacerlo y no ha
elaborado las nuevas reglas que el mercado necesitaba para crear los diques a la
codicia. Republicanos como el Senador J. McCain ha publicado en The New York
Times un interesante artículo titulado: “The free market needs new rules”. Este
influyente senador ha confesado que ha cambiado de opinión. Ha reconocido que se
había opuesto de manera tradicional a cualquier regulación. Sin embargo, ahora
confiesa que “en el actual clima sólo una restauración del sistema de checks and
balances que protegía a los inversores americanos –y que se ha visto seriamente
deteriorado en los últimos diez años- puede restaurar la confianza que hace que el
mercado financiero funcione.”
El mismo Greenspan en la comparecencia que hemos comentado ha reconocido
tambien su equivocación. Ha confesado que era una firme partidario de la
liberalización de los mercados porque entendía que era el mercado y no la regulación
el que debía hacer poner a las empresas en su sitio. “I was wrong”. La regulación es
necesaria.
M. Pizarro, hoy presidente de Endesa, en su discurso de ingreso de la Real Academia
de Jurisprudencia y Legislación, viene a coincidir con estas ideas. La regulación –ha
afirmado este ilustre jurista- es una garantía de la libertad. Esta afirmación refleja
perfectamente el sentir a este lado del Atlántico. Sin embargo, al otro lado, en Estados
Unidos, comienza a cobrar fuerza esta misma idea.
La revolución regulatoria comienza a cobrar fuerza en dos ámbitos distintos pero
íntimamente relacionados. En el mundo político, el Congreso de Estados Unidos está
debatiendo proyectos de ley que van a reformar en profundidad la regulación de los
mercados. El Senado ha aprobado el Proyecto de Ley promovido por el senador
demócrata de Maryland, P. Sarbanes. Este senador, calificado como una “formidable
fuerza liberal”, ha propuesto la “Public Company Accounting Reform and Investors
Protection Act”. Se trata de la reforma más importante aprobada en los Estados
Unidos desde hace más de 70 años en el ámbito de las auditorías y de la
responsabilidad de los administradores. No obstante, ha conseguido lo que parecía
imposible antes del 25 de junio: el Senado lo aprobó por unanimidad (97 contra 0).
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Aunque todavía no es posible asegurar que consiga ver la luz como Ley, puede
observarse un importante movimiento en el Congreso de apoyo; movimiento que
incluso está consiguiendo vencer la resistencia de los republicanos.
El Proyecto Sarbanes contempla: la creación de un nuevo organismo de supervisión
de la contabilidad de las empresas cotizadas en el mercado de valores y la adopción
de medidas para garantizar la independencia de los auditores, la responsabilidad
corporativa, el incremento de la transparencia informativa de las empresas y, por
último, medidas para resolver los conflictos de intereses que afectan a los analistas.
Además, se incluyen disposiciones consagradas a mejorar los medios y la autoridad
de la SEC. Sin embargo, lo más relevante a efectos de la opinión pública, son las
penas de prisión que se prevén para los administradores en caso de irregularidades en
la administración societaria.
Toda una revolución en el mundo norteamericano. No en el nuestro. Muchas de las
medidas contempladas en el Proyecto, al margen del detalle de la concreta regulación,
ya están previstas en nuestra legislación. Así, por ejemplo, el sistema público de
control de los auditores y de las auditorías, e incluso, la consideración de delitos de
ciertas prácticas irregulares por los administradores tales como: el falseamiento de las
cuentas anuales (artículo 290 de nuestro Código Penal), la adopción de acuerdos
abusivos en perjuicio de los demás socios (art. 291 CP), la adopción de acuerdos
perjudiciales para la sociedad o alguno de sus socios (art. 292), la negación o el
impedimento de la información, participación o suscripción preferente de acciones
(art. 293), la negación o el impedimento de la inspección o supervisión públicas (art.
294), y la disposición fraudulenta de los bienes de la sociedad (art. 295). Estos delitos
pueden llevar aparejas penas privativas de libertad de hasta tres años.
Otras medidas se incorporarán a nuestro ordenamiento jurídico con la aprobación del
Proyecto de Ley de medidas de reforma de sistema financiero que se tramita en el
Senado español; proyecto en el que, en su capítulo V, se incluyen un amplio elenco de
normas de protección de los clientes, singularmente, de las empresas cotizadas en
bolsa. Así, por ejemplo, se introduce la obligatoriedad de los Comités internos de
auditoría y se potencia el control de los auditores mediante distintos procedimientos.
Otro aspecto de la revolución regulatoria norteamericana es la de que se trata de una
revolución apoyada por los ciudadanos. Una encuesta publicada por The Washington
Post el día 2 de julio revelaba que más del 63 por 100 de los encuestados creen que la
regulación de las grandes empresas es necesaria para proteger al público. Esto supone
un incremento de más de 10 puntos respecto del resultado de la encuesta realizada en
el año 1998. Sólo el 30 por 100 continúa pensando que la regulación es más dañina
que buena. Además, 3 de cada 4 considera que los escándalos no son aislados sino
que reflejan una práctica de muchas empresas. En la encuesta publicada más
recientemente por la revista Time (14 de julio) los datos son muy parecidos. El 72 por
100 de los norteamericanos creen que los escándalos no son episodios aislados.
Una revolución regulatoria impulsada por políticos y ciudadanos. Sin embargo, ésta
no es suficiente; la regulación es importante pero no suficiente. Junto al cambio
regulatorio se imponen otros cambios más sutiles pero igualmente imprescindibles:
reforzar los compromisos de los administradores para con los accionistas e inversores
e, incluso, con toda la sociedad. Este reforzamiento va más allá de lo impuesto por las
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normas. Se trata de la responsabilidad corporativa y la responsabilidad social
corporativa; dos aspectos de una misma realidad. En este contexto de crisis van
aflorando respuestas que se sitúan en este plano. Así, por ejemplo, la empresa CocaCola, separándose de las demás, ha anunciado que va a contabilizar los programas de
stock options como gasto (ya que son considerados como una forma de retribución),
con la consiguiente reducción de los beneficios. El objetivo confesado es que los
accionistas recuperen la confianza frente a tantos escándalos. El carácter simbólico de
Coca-Cola explica la repercusión que ha tenido su decisión. Coca-Cola es, en la
cultura y en la vida cotidiana de los norteamericanos, algo más que una bebida. Esto
explica que A. Levitt, el antiguo presidente de la SEC, exclamase, enterado de la
noticia: “God bles Coke”. Posteriormente, otras empresas han seguido el ejemplo de
Coca-Cola: la empresa editora de The Washington Post y Banc One.
La fuerza de este gesto es más simbólica que real. Pero quién pone en duda la fuerza
de los símbolos; en este caso, la fuerza de lo que se ha dado en llamar la ética
empresarial. En un momento tormentoso como el presente que está sembrando de
dudas a los inversores y amenazando la recuperación económica, la recuperación de
esta confianza exige nuevas normas pero también compromisos e incluso gestos que
vayan más allá de lo exigido por aquéllas. Quién así lo haga demostrará que, al
menos, va más lejos que los demás, demostrando una fortaleza que atraerá la
confianza de los inversores frente a la sombra que se proyecta sobre los demás. Ahora
sólo queda que el sistema de mercado evolucione hacia la siguiente fase en este eterno
proceso de ida y vuelta; el proceso que va desde Gary Cooper en “Solo ante el
peligro” a Michael Landau en “La casa de la pradera”; en esta nueva fase el Estado,
como este último actor en el famoso telefilme, imprimirá equilibrio al sistema hasta el
aburrimiento para que ganen los buenos hasta que tanto saltito en la pradera y tanta
vaca suelta hagan desaparecer la pradera y sea necesario volver a comenzar.
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