Y querer ver más allá. Pensar, imaginar, ¡soñar!

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Y querer ver más allá.
Pensar, imaginar, ¡soñar!
Mas nunca dormir. Explorar
el infinito mundo que hay ya
dentro de mi mente. Observar
el inmenso y oscuro mar
del futuro, oculto en su totalidad
por una fina capa de irrealidad,
compuesta en sí misma por la Verdad,
aunque Dios no interviene jamás.
¿Acaso somos capaces de escudriñar
el misterio que encierra la realidad?
¡Por supuesto que sí! Mas
para poder hasta allí llegar
necesitamos, ¡debemos!, recordar
dónde estaba inmersa la voluntad
antes de que pudiera salir y estropear
nuestro mundo, construido mal,
en un universo sin acabar.
Y desear llegar, ¡arribar!,
a ese nuevo mundo material
sin esfuerzo. Y aún más,
destruir este universo irreal
y construir uno nuevo. Mejorar
nuestra ínfima capacidad
de captar el mensaje, natural,
que nos llega a todas horas. ¡Escuchad!
Es Gaya, que intenta decirnos, hablar,
en un idioma indescifrable, capaz
de hacernos callar sin vacilar.
¡Escuchad, insensatos! Renovar
el contrato nos hará retomar
la vida que teníamos en la antigüedad,
y nuestros deseos abstractos olvidar.
¡Callad, hipócritas! Dejadme observar
cómo Madre nos quiere enseñar
los arcanos que no quiere ocultar.
Y poder del olvido sacar
el oscuro y sucio malestar
que intentaba esta vida amenazar
con destruirla. Y meditar
sobre todo lo que quisimos ocasionar
y arrepentirnos de no arreglar
el inmenso daño que provocamos al causar
esta guerra sin cuartel, ¡sin paz!
Merecemos morir por atemorizar
a nuestra Madre, cuyo puño hará
que nuestra soberbia se haga tornar
en cobardía. ¡Mal nacidos, llorad!
Curioso veo el suicidio,
que en general sería genocidio,
por librar al mundo de este ciclo
de barbarie y matanzas. Coincido
en la visión de un mundo no dividido
en categorías, clases. Diluidos,
los humanos debemos ser corregidos
con mano de hierro. ¿O es que realizo
una crítica demasiado severa? He discutido
con muchos sobre este tema. Castigo
a los humanos con mi método discursivo,
y aniquilo toda forma de prejuicio
que se expande entre la multitud. Diviso
estrellas apagadas en un firmamento liso
al reflexionar, y luego conocer por mí mismo
la desfachatez del Homo Sapiens. Corrijo,
o al menos intento, la mentalidad de niño
que muchos tienen, pero que no cambian ni dormidos.
Observo con detenimiento, y no olvido,
cómo las personas consiguen sacarme, en un suspiro,
todo el odio que les tengo. Y subsisto
sin más conocimiento que el mío,
pues muchos son demasiados fríos,
no aptos, que debieran ser destruidos.
Y me desprendo, con ilusión pero dolido
de esta existencia, este verdadero desatino
que me corroe el corazón. Y aun corroído
intento enseñar, educar, orientar al niño
que la mayoría lleva dentro, pues son distintos
de un adulto en cuanto a mentalidad. Anido
en sus mentes cual águila llega junto a sus pollitos
e instalo, o pretendo, un pensamiento nuevo, exquisito.
Y sólo deseo que los humanos
caigan en las viles pero lógicas manos
de la muerte, pues aunque sean hermanos
se odian cual enemigos. Ya desechados,
Gaya podrá volver a respirar. No descarto
el deseo intrínseco, el odio huraño,
que viaja entre los cuerpos desanimados
de los pobres pero abyectos humanos,
y que no hace sino desacreditar, en tono ufano,
la inmensa sabiduría que nos brinda lo no imaginado.
No es Dios quien nos hace vivir, sino el deseo ahogado
de unos pocos por sobrevivir en un medio inundado
de mentiras, rencor y orgullo desacerbado.
¿Cómo podremos seguir en este mundo, si el pasado
está muerto, el presente sigue muriendo, y el inobservado
futuro ni siquiera nacerá? ¿Cómo hemos podido adueñarnos
de un mundo del que ni siquiera sabemos, ¡desorientados!,
dónde está el norte, el Sol, Júpiter o Urano?
Erradicar una plaga de insectos nos hace amos
de la Tierra. O eso creemos. Pues bien, mis humanos,
¿por qué no la peor plaga que hubo la erradicamos
y a los demás animales en paz dejamos?
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